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UCEL - Derecho Penal - Unidad 4 - Brnich

1. Los actos de la vida, los realizamos desechando caminos prohibidos, que son
opciones que podemos tomar. En el derecho penal, el criterio para realizar este
descarte lo brindan los principios limitadores que condicionan la labor de
construcción sistemática penalista. Pese a su función, estos principios No son
taxativos, es decir, no se trata de una lista cerrada e inamovible, ni tampoco son de
realización absoluta, es decir, siempre se respetan a medias.

En cuanto más avanza el estado de derecho es que encontramos más cantidad de


principios, cuanto más avanza el estado policía hay menos cantidad de limitaciones
al ejercicio del poder punitivo.

El número de principios limitadores y su mayor patrón de efectividad en la realidad


social señala el nivel de progreso jurídico alcanzado, en el plano nacional, en el
regional y mundial. Pero este progreso no es lineal, sino de grandes ciclos, y en los
ciclos más reducidos o acotados, es demasiado frecuente hallar retrocesos sensibles
y graves. El progreso jurídico no es una constante ni responde a una ley histórica,
sino que es resultado del esfuerzo que, cuando se debilita, permite el avance del
estado policía con el consiguiente retroceso de los principios limitadores y del
respeto a la dignidad humana.

La historia nos demuestra que el estado no es una figura ideal tal como se plantea
en diversas teorías, tampoco es invariablemente una estructura de poder al servicio
mecánico de las clases hegemónicas, aunque siempre tiende a convertirse en esto
último. El estado histórico real, es el producto de la dialéctica entre ambos polos: el
estado de policía siempre responde a la descripción del marxismo, el estado de
derecho siempre pretende convertirse en el estado ideal de igualdad ante la ley; los
estados reales se acercarán más a uno u otro extremo en razón de su grado de
progreso jurídico alcanzado, que por supuesto, es producto de su general progreso
social.

2.
a) Principios que b) Principios contra c) ​Límites derivados del
derivan de la exigencia groseras principio republicano
de legalidad: disfuncionalidades con de gobierno:
-Legalidad formal los derechos humanos:
-Principios de
-Irretroactividad
Lesividad acotamiento material:
-Máxima taxatividad legal
Humanidad proscripción de grosera
e interpretativa
Trascendencia mínima inidoneidad de la
-Respeto histórico al
Prohibición de doble criminalización –
ámbito de lo prohibido
punición Proscripción de la
Buena fe y pro homine grosera inidoneidad del
poder punitivo –
Limitación máxima de la
respuesta contingente.

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-Principio de superioridad
ética del estado
-Principio de saneamiento
genealógico
-Principio de culpabilidad:
exclusión de la
imputación por mera
causación –principio de
exigibilidad.

3. La única ley penal es la ley formal emitida por los órganos políticos habilitados por la
CN. En esto consiste el principio de legalidad. Puede decirse que el conjunto de
disposiciones de máxima jerarquía normativa que establecen la exigencia de
legalidad penal, configuran el tipo de ley penal lícita. Estas normas fundamentales
son los artículos 18 y 19 de la CN y (mediante el inc. 22 del art. 75 CN), los artículos
9° de la CADH (​La Convención Americana sobre Derechos Humanos) y 9° del
PIDCP (Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos).

Nuestra Constitución Nacional a diferencia de la Americana no prohibía en forma


expresa la llamada ley penal retroactiva. Se ha discutido si el art. 18 de la CN
consagraba el principio de legalidad penal o si sólo se refería a la legalidad procesal.
De sus palabras queda claro que establece la legalidad procesal pero subsistía
cierta duda sobre la penal, porque aquí se apartó del modelo norteamericano, lo que
hizo pensar que se inspiraba en la carta magna inglesa

En definitiva, el principio de legalidad penal estaba en el art. 18 o de lo contrario,


este consagraba sólo la legalidad procesal y la penal se deriva del art. 1 de la CN.
(principio republicano de gobierno) y del llamado principio de reserva (art. 19 CN),
que no es más que su reverso. Esta discusión nunca tuvo mayor sentido práctico y
desapareció por completo con la ratificación de los tratados nacionales de derechos
humanos, pues los art. 9° de la CADH y 9° del PIDCP consagra expresamente el
principio de legalidad penal con jerarquía de norma constitucional.

La principal fuente de legislación penal en nuestro sistema son los órganos del
gobierno federal (Congreso de la Nación y Poder ejecutivo en cuanto a órgano
colegislador), dado que las leyes penales de mayor importancia son de competencia
federal, porque las provincias delegaron en el legislativo federal la competencia
legislativa para el código penal (art. 75 inc. 12° CN). En función de esa habilitación,
el núcleo más importante de la legislación penal se contiene en:

✔ El código penal
✔ En las leyes penales especiales
✔ En las disposiciones penales de leyes no penales

Podemos decir que dentro de las primarias se encuentran el gobierno federal dentro
de la manifestación primaria y le siguen las provincias y la Ciudad autónoma de
Buenos Aires como manifestaciones secundarias. En materia de prensa se

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reservaron la manifestación secundaria del estado ya que dictan sus propias leyes
de prensa.

Además, estas, tienen competencia legislativa en materia contravencional referida a


la violación de normas que no sean de naturaleza federal ni municipal. En
consecuencia, a esto, tenemos una segunda fuente de producción legislativa formal
que son los órganos legislativos previstos en cada constitución provincial y en la de
la ciudad de Buenos Aires, competentes para poder legislar penalmente en materia
de prensa y contravencional.
Pero, cabe destacar que el estado argentino tiene una forma terciaria de aparición,
que es el municipio, estos son entes políticos y no meramente administrativos; y en
sus respectivas competencias pueden sancionar leyes que establezcan sanciones
para la violación de las normas que son de su competencia y pueden tener
naturaleza administrativa o contravencional. Cuando las mismas tengan naturaleza
contravencional deberán ser juzgadas por órganos judiciales del propio municipio
que, deben gozar de todas las garantías de independencia de la jurisdicción

En nuestro sistema del llamado derecho escrito, los usos, las costumbres, la doctrina
y la jurisprudencia no generan ley penal. Sin embargo, son necesarias algunas
precisiones:

a) En cuanto a los usos y costumbres, debe tenerse presente que completan la ley
penal cuando remite a ellos, como sucede cuando es necesario determinar cuál es
el deber de cuidado en una actividad no reglamentada. o cuál es la práctica
comercial para distinguirla de una estafa.
b) Por otra parte, la costumbre tampoco deroga la ley penal, pero cuando el sistema
penal deje de ponerse en movimiento a su respecto o nunca lo haya hecho, pese a
la reiteración de hechos típicos de conocimiento público (fenómeno poco frecuente
en delitos, pero bastante común en contravenciones), no es posible que de repente
lo haga sin ningún aviso previo. La selectividad del sistema penal es un hecho que
sólo puede admitirse con algunos límites, más allá de los cuales no es tolerable; por
ello, no puede operar en forma de una trampa para el ciudadano, librada al antojo de
las agencias ejecutivas.
c) La doctrina no puede generar ley penal, pues sólo proyecta jurisprudencia, y ésta
tampoco puede alcanzar ese carácter, ni siquiera cuando se trata de jurisprudencia
de casación ni plenaria (cuando se unifica el criterio de varios tribunales a través de
una sentencia, lo que se pretende obligatorio para 1 ocios los tribunales abarcados,
aunque en realidad no hay en el sistema judicial argentino jurisprudencia obligatoria,
porque el poder judicial no es una corporación: cada juez tiene jurisdicción y no hay
jerarquías entre ellos sino sólo diferentes competencias).

Lo que puede suceder es que una conducta atípica o no punible según un criterio
jurisprudencial, resulte típica según otro criterio. Si el primer criterio (la acción no es
delito) es el que domina, el tribunal puede cambiar de criterio, pero, en tal caso, no
puede penarse al sujeto que ha realizado la acción, porque incurre en un error
invencible de prohibición. De lo contrario, cada uno de nosotros tendría que
abstenerse de todas las acciones que los tribunales consideran típicas más todas las
que según los criterios jurisprudenciales o doctrinarios más represivos pudieran

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llegar a considerarse típicas, es decir, que deberíamos abstenernos de hacer no sólo


lo que el sistema penal sanciona sino también lo que podría llegar a sancionar.

4. La ley penal se rige para el futuro, debe ser previa a la comisión del hecho, que es el
momento de la acción y no del resultado, porque una vez realizada la conducta, el resultado
puede no depender de la voluntad del agente. Pero la acción tiene un comienzo y un fin.

Suele afirmarse que la irretroactividad es un principio limitado a la ley penal y no aplicable a


la procesal penal.
La ley penal es retroactiva cuando es más benigna. Hasta la ratificación de los tratados
internacionales de derechos humanos esta regla sólo tenía carácter legal (art. 2° del Código
penal), pudiendo ser derogada o excepcionada por otra ley de igual naturaleza. Estas leyes
eran las que la doctrina llama excepcionales y temporarias (son leyes que rigen en
determinadas circunstancias o en cierto periodo de tiempo señalado de antemano). Se
sostenía que en estos casos no operaba la retroactividad de la ley penal más benigna. La
CADH y el PIDCP (inc. 22 del art. 75 de la CN), ya no admiten excepciones. La
determinación de la ley más benigna no siempre es clara, porque lo que puede ser más
benigno para alguien, puede ser más grave para otro. No se trata solo de magnitud de pena
sino también si es aplicable una nueva justificación, atenuante, si es viable la prueba,
condenación condicional, libertad condicional, etc. Para decidir debe imaginarse la solución
del caso conforme a cada una de las leyes; no es permitido mezclar disposiciones de
ambas, porque se crearía una tercera inexistente. La única ley que se aplica por separado
es la que regula el cómputo de la prisión preventiva (art. 3º y art. 24 del CP). La ley más
benigna se aplica de pleno derecho (art. 2 del CP); no obstante, siempre debe oírse al
interesado, cuya opinión no es vinculante (no obliga al juez) pero es sin duda necesaria, en
especial en los casos dudosos.

Es ley más benigna aquella que habilita menor ejercicio de poder, puesta en vigencia
después del comienzo de la ejecución de la conducta típica y antes del agotamiento de los
efectos de la pena impuesta. Entre estos momentos pueden sucederse más de dos leyes
penales: siempre se aplica la más benigna. aunque sea la intermedia o una de las
intermedias (no vigente al tiempo de la comisión ni al del agotamiento de los efectos de la
condenación o de la pena). Toda ley más benigna sancionada antes del comienzo de
ejecución no sería retroactiva sino directamente aplicable al caso; toda ley posterior al
agotamiento de cualquier efecto de la pena impuesta o de la condenación, carecería de
materia a la que aplicarse, aunque esto es discutible, si se trata de una cuestión que afecta
el honor del agente.

Cuando la sociedad varia su visión, hay un grado de evolución, encontraremos una razón
de aplicar una norma penal más benigna, y también a este principio se le suma lo que
conocemos como ultractividad de la ley penal que tiene que ver con que una ley derogada
sigue produciendo efectos y subsiste para ciertos casos concretos, es decir, si en el pasado
y antes de dictar sentencia una persona comete un hecho que no estaba prohibido y sin
perjuicio de ello llegó el momento en donde se prohibió, las reglas van a ser por las del
momento que esto no era prohibido.

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5. La ley penal se expresa en palabras y estas siempre dejan dudas interpretativas. El


derecho penal debe exigirles a los legisladores el mayor esfuerzo de precisión semántica,
es decir, el juez debe exigir la máxima taxatividad legal, o sea la legalidad estricta. Las
agencias políticas no siempre cumplen con exigencia, de modo que el juez se encuentra
con leyes que con demasiada frecuencia violan la exigencia estricta de legalidad. El juez
puede optar por dos posibilidades: Declarar la inconstitucionalidad de la ley;
Aplicar el principio de máxima taxatividad interpretativa y entender el texto en la forma más
restrictiva de poder punitivo posible.

La elección de cualquiera de los dos, no es de forma arbitraria. En la jurisprudencia existe la


corriente llamada ​postulado de prudencia, s​ egún en la cual una ley debe ser
declarada inconstitucional cuando no existe ninguna interpretación que la haga
compatible con la CN. Pero en materia penal este postulado posee un valor
relativo ya que los casos de violación de la legalidad estricta son producto de la
irresponsabilidad legislativa y, siendo esta un vicio, las agencias jurídicas deben
exigir su corrección.

En lo penal la regla debe ser la interpretación más restrictiva de punibilidad dentro de todas
las que admiten las palabras de la ley. Es decir, en la ley penal el principio
aplicable es el de interpretación restrictiva. Este principio impone una regla, pero
conoce excepciones, estas tienen lugar cuando su aplicación deriva en un
escándalo por su notoria irracionalidad. Estas excepciones operaran siempre
dentro de lo que la ley dice.

6. El primer párrafo del art. 19 de la CN consagra el principio del derecho personalista cuya
más importante expresión la tiene en el derecho penal, con el llamado principio de lesividad:
mientras no hay una lesión no hay un conflicto; mientras no hay un conflicto no puede haber
un delito y. por ende, sería absurdo que el poder punitivo pretenda entrometerse. El
principio de lesividad se introdujo en la construcción del sistema penal con el concepto de
bien jurídico.

El principio de lesividad exige que en todo delito haya un bien jurídico lesionado. Esta
exigencia es una limitación al poder punitivo. Sin embargo, el discurso legitimante de
inmediato manipuló el concepto, racionalizando que si hay un bien jurídico lesionado
y si por ello hay delito y se impone pena, quiere decir que la ley penal protege ese
bien jurídico y, con este razonamiento se pasó del bien jurídico lesionado al bien
jurídico tutelado, que es tanto como convertir al cordero en lobo. Porque de allí se
siguió que si la ley penal tutela bienes jurídicos, donde haya un bien jurídico
importante o en peligro, debe haber una ley penal para tutelarlo y como vivimos en
una sociedad de riesgo en que todos los bienes jurídicos están en peligro, debe
haber leyes penales infinitas.
El derecho penal autoritario trata de desentenderse del bien jurídico lesionado (a)
reduciendo todos los bienes jurídicos a uno (el estado, la sociedad, la nación, el
sistema); (b) otras veces niega el concepto mismo, pretendiendo que el delito es
pura violación del deber, con lo cual también llega a un único bien jurídico (el
derecho del estado a la obediencia); (c) en otros casos apela a la ya mencionada
alquimia de transformarlo en bien jurídico tutelado o protegido; (d) a veces, como la

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afectación puede ser también por peligro, inventa el peligro abstracto (peligro de
peligro, peligros remotos, presunciones juris et de jure de peligros, inversiones de la
carga de la prueba); (e) valido de los mismos conceptos inventa tipos penales que
adelantan la consumación hasta los actos preparatorios, con lo cual se puede penar
cualquier conducta por inofensiva que sea, con tal que sea sospechosa para el
estado, clonando artificialmente los bienes jurídicos; (f) también han inventado la
universalización de la conducta: la conducta no es lesiva, pero su eventual
universalización lo sería (si todos fumamos marihuana, si todos orinamos en el río,
etc.); no hay ninguna conducta que si se universalizase y todos la practicásemos
continuamente no destruiría la convivencia.

7. El principio de humanidad está consagrado en la CN con la prohibición de los azotes y el


tormento (art. 18 CN) y en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos con la
prohibición de la tortura y las penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes (art.
5° de la DUDH, 7º del PIDCP y 5º de la CADH). Son penas o manifestaciones del
poder punitivo abstractamente crueles, la muerte en cualquiera de sus formas, las
lapidaciones, las marcas en el cuerpo, las mutilaciones, etc. Son crueles también las
penas realmente perpetuas.

Vinculado a éstas se halla el deterioro irreversible de la persona, que puede ser por
institucionalización prolongada, por malos tratos permanentes, por lesión a la salud,
etcétera.

8. El terror político siempre piensa que la familia puede vengar al enemigo muerto o que es
bueno extender la pena a los parientes para incentivar la delación. Estas penas se imponían
en función de una supuesta corrupción de la sangre. Nuestra CN rechaza esta forma
aberrante de poder punitivo al definir el delito de traición, argentino la pena es personal. La
multa penal, por ejemplo, la debe la persona, y si ésta fallece antes de pagarla, la obligación
no pasa a sus herederos. No obstante, es imposible que la pena no trascienda del penado.
Por eso no se trata de prohibir la trascendencia que, como fenómeno social, es inevitable,
tan solo se trata de reducirla al mínimo posible.
Son casos de trascendencia de la pena que deben ser resueltos:
a) Las excesivas medidas de seguridad y abusos que pueden sufrir los visitantes
de los presos, especialmente si bordean la vejación.
b) Igualmente, la prohibición de relaciones sexuales a los presos trasciende a su
cónyuge o pareja, deviniendo en una pena no autorizada para el propio penado.
c) La posibilidad de un daño patrimonial irreparable que afecte de modo grave a
toda la familia o que prive de su fuente de trabajo a dependientes o a terceros.

9. No se puede juzgar ni tampoco penar dos veces a una persona por el mismo hecho.
Cuando la doble punición importa también un doble juzgamiento, los casos suelen ser
evidentes. Pero hay supuestos menos claros, en que la doble punición opera sin violación al
principio procesal, existiendo por lo menos tres grupos de casos de esta naturaleza que
merecen particular atención por su frecuencia:

● Penas con otro nombre: ​tiene lugar cuando la administración impone penas,
tratándose de coerciones que no tienen carácter reparador o restitutivo ni de
coacción directa, pero que conforme a los elementos negativos del discurso penal no

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son consideradas penas. Suele tratarse de multas, cesantías, exoneraciones e


inhabilitaciones, más graves que algunas penas de la ley manifiestamente punitiva.
El remedio adecuado es la inconstitucionalidad de toda punición no manifiesta.
● Penas impuestas en culturas indígenas: El tercer grupo de casos de doble
punición tiene lugar cuando se trata de personas que, por pertenecer a pueblos
indígenas con culturas diferenciadas, tienen su propio sistema de sanciones y de
solución de conflictos. Cuando una persona haya sido sancionada conforme a la
cultura indígena a la que pertenece, el estado no puede imponerle una nueva pena
o, al menos, debe computar la pena comunitaria como parte de la pena que
pretende imponerle, a fin de evitar el riesgo de incurrir en doble punición. El
reconocimiento constitucional de la preexistencia étnica y cultural de los pueblos
indígenas argentinos (art. 75 inc. 17 CN) obliga a tomarlas en cuenta, pues no puede
afirmarse que el derecho no las reconoce cuando lo hace el mismo texto supremo,
dado que todo sistema de solución de conflictos es cultural.

10. Con frecuencia el discurso penal hace un uso perverso de las disposiciones de la CN y
de los tratados, cuando pretendan exaltar los derechos como bienes jurídicos para legitimar
penas inusuales o crueles con pretexto de tutela. Este uso perverso está prohibido en
función de los principios de buena fe y pre homine. El principio de buena fe exige que los
tratados internacionales sean siempre interpretados de buena fe; el principio de pro homine
impone que, en caso de duda, se decida siempre en el sentido más garantizador del
derecho de que se trate. En rigor, el primero es válido para todo el derecho internacional, en
tanto que el segundo es su expresión particular en los tratados internacionales de derechos
humanos.

11. Esto tiene que ver con que la limitación al ejercicio del poder unitivo, con la proscripción
y limitación de la grosera individualidad del poder punitivo, la grosera individualidad de la
criminalización, y también la limitación de la respuesta contingente.
Hay tres principios de limitación material que las agencias jurídicas debieran oponer a las
políticas. El primero puede ser llamado principio de proscripción de la grosera inidoneidad
del poder punitivo. Si bien la intervención del poder punitivo nunca resuelve ningún conflicto,
sino que, en algunos casos seleccionados se limita a suspenderlos, hay supuestos en que
su intervención no solo es inadecuada sino burda. Tal sucedería si se pretendiese resolver
el problema del alcoholismo con una nueva ley seca, o prohibir la venta de aceites y
fiambres para evitar la arteriosclerosis, la de distintivos y banderas para evitar riñas, la de
preservativos para defender los intereses demográficos de la nación etc. La burda
inidoneidad de la intervención punitiva no puede menos que ser causa de
inconstitucionalidad.
Otro seria el postulado de proscripción de la grosera inidoneidad de la criminalización, para
el caso en el que, pese a existir un modelo efectivo de solución del conflicto, se pretende
introducir el modelo punitivo. El inútil reemplazo de un modelo eficaz de solución por otro
que por definición no lo es, tiende sólo a reforzar el verticalismo corporativo de la sociedad.
A cualquiera se le puede ocurrir criminalizar la falta de pago del servicio telefónico, con el
argumento de que si todos hiciésemos lo mismo la empresa quebraría y afectaría las
comunicaciones, indispensables para la defensa nacional, por lo que, aplicando la teoría del
bien jurídico tutelado combinada con la universalización de la conducta y la tesis del peligro
abstracto, se llegaría a la conclusión de que es necesario un tipo penal que criminalice la
falta de pago de ese servicio como delito de peligro contra la defensa nacional. Este

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disparate es perfectamente racionalizable con los argumentos que acabamos de mencionar


y que son corrientes en los discursos penales legitimantes.
El tercero seria el principio de limitación máxima de la respuesta contingente. Es casi
inevitable reconocer que la legislación penal se mueve con dos velocidades: una viene
desde el siglo XIX, con un número más o menos limitado de tipos penales, relativamente
respetado durante la mayor parte del siglo XX, pero desde los años ochenta paso a
funcionar con una segunda velocidad, impulsada en buena medida por políticos empeñados
en hacer clientela y por grupos corporativos interesados en hacer honorarios. Esta segunda
velocidad lleva a una producción inaudita de leyes penales, bajo los efectos de hechos
concretos más o menos sonados en los medios masivos. Es función de la agencia jurídica
considerar con otros parámetros el contenido material de estas leyes improvisadas y
producidas por intereses pocas veces confesables. Ante ellas debe extremarse la aplicación
de los principios limitadores del poder punitivo.

12. El estado de derecho tiene al menos una aspiración ética: el de policía sólo tiene
racionalizaciones de su fuerza. La diferencia entre el estado de policía y la conflictividad
criminalizada es sólo de fuerzas. A medida que en la dialéctica entre modelos de estado va
abriéndose camino el del estado policial, el real o histórico se degrada y pierde legitimidad.
y cuando este deterioro alcanza niveles considerables, el propio sistema penal se convierte
en criminal y va asumiendo el monopolio de algunas fom1as de criminalidad: el estado
pierde toda legitimidad y carece de autoridad ante la opinión pública para exigir
comportamientos adecuados al derecho. En el fondo de todo estado de policía late el riesgo
de la guerra civil.

Las agencias jurídicas no deben tolerar que el estado se degrade y pierda cierto grado de
superioridad ética. lo que prepara el camino ele la guerra civil. Cuando la ley autoriza
formas ele ejercicio del poder punitivo realmente inquisitoriales y al margen ele toda ética,
deben ser descalificadas en función ele su incompatibilidad con el principio republicano y
declaradas inconstitucionales. Así por ejemplo. las negociaciones con delincuentes para
que delaten a sus cómplices o coautores: los llamados agentes encubiertos, en que los
jueces mandan cometer delitos para hacer justicia: los agentes provocadores que instigan a
cometer delitos para descubrirlos: los testigos secretos: etc .. son innovaciones que reducen
el nivel ético del estado al ele los propios delincuentes.

13. Los tipos penales surgen de un cierto contexto y los legisladores imaginan dentro de ese
marco los efectos de la criminalización primaria. Muchas veces se incorporan a los códigos
y luego estos sirven de inspiración a otros legisladores que lo adoptan sin conocimiento
alguno del contexto originario, o sea que se opera un arrastre de tipos penales y, al cabo de
un tiempo nadie recuerda el contexto originario ni lo que imaginaron los legisladores que los
inventaron. En consecuencia, se reiteran tipos con una carga ideológica originaria
totalmente desconocida u olvidada.
La investigación genealógica se vale de la legislación penal comparada, pero no se agota
en ella, porque busca la carga ideológica originaria para determinar su grado de
compatibilidad con los principios del estado de derecho.

14. El principio de culpabilidad es la expresión más acabada de exigencia de respeto a la


persona. Puede subdividirse en dos principios: (a) exclusión de la imputación de un
resultado por la mera causación de éste: y (b) prohibición de ejercicio del poder punitivo

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cuando no es exigible otra conducta adecuada al derecho. El primero de estos principios


reduce la persona a un objeto causante. No es verdad que sea propio del derecho primitivo
y que su exclusión sea producto civilizatorio; en los antiguos modelos, cuando funcionaban
modelos de solución de conflictos. era natural que no se tuviesen en cuenta aspectos
subjetivos. pues el fin de la sanción era reparador o restitutivo. Pero consumada la
confiscación de la víctima, mantuvo vigen-cia la imputación del resultado por la pura
causación a través del principio versanti in re illicita casus imputatur (quien quiso la causa
quiso el resultado). De esta manera se imputa penalmente el caso fortuito. o sea que es la
manifestación pe-nal de la llamada responsabilidad objetiva. Su exclusión la im-pone el
propio concepto de persona que vincula al derecho por imperio constitucional. Subsisten en
la jurisprudencia y en la doctrina algunas manifestaciones del versari in re illicita,
especialmente en los llamados delitos calificados por el resultado y en estados de
inculpabilidad provocados por el propio agente.

A nadie puede exigirse que se comporte de conformidad con el derecho cuando no dispuso
de cierto ámbito de decisión o auto-determinación o cuando no podía saber que lo realizado
era ilícito. Esto es exigencia del propio concepto de persona como ente autodeterminable, y
asilo considera la CN y la DUDH. No se concibe una democracia si no se presupone que los
ciudadanos son entes autodeterminables a los que se convoca a votar porque tienen
capacidad de elección. No obstante, en todas las épocas se ha tratado de negar este
principio en el derecho penal, por múltiples vías. En las últimas décadas se pretende que es
una suerte de ficción que no puede ser verificada, con lo cual se llegarla a la conclusión de
que todo el sistema político se asienta en una ficción. Otro camino ha sido normativizar de
tal manera a la culpabilidad que, en definitiva, termina perdiendo todo contenido de realidad
o dato psicológico o subjetivo, para quedar reducida a una exigen-cia conforme a una razón
de estado. En su momento veremos con más precisión estos intentos, pero por ahora lo
importante es destacar su raíz constitucional y su vinculación con los fundamentos mismos
del sistema político del estado de derecho.

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