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NO TENGAS MIEDO, CONFÍA EN ÉL

Con todo lo que se ha dicho en los últimos días, con las redes sociales saturadas, con las
noticias cada vez más desalentadoras, el termómetro que mide el nivel emocional de las
personas se ha disparado, de ahí entonces que el sentimiento que más aflora en el corazón de
las personas es el miedo. El miedo es un estado emocional generado por la percepción de un
peligro o amenaza próxima, es una emoción que se basa en un intenso sentimiento provocado
por la idea y amenaza de un peligro, real o imaginario, presente o futuro. El miedo es una
emoción básica, innata, universal y necesaria que nos permite la supervivencia cuando hay un
verdadero peligro. El problema del miedo, es cuando este nos termina controlando y nos lleva
a niveles de estrés y ansiedad, tales que nuestra vida misma corre el peligro de ser afectada en
las acciones básicas, ya sea porque nuestro cuerpo reacciona y gasta las energías necesarias
para nuestro diario vivir, o porque nos termina encerrando en un estado mental que incluso
puede llevarnos al colapso total.

La crisis del coronavirus que asola al mundo entero está dejando distintas secuelas: por
supuesto una primaria que tiene que ver con una crisis sanitaria y, como consecuencia de esta,
una crisis económica y social; pero también se conjunta con un gran impacto en las emociones
y en los comportamientos individuales y sociales, esto se ve reflejado en el miedo y el temor
que sufre el mundo, y que nos afecta por supuesto, a usted y a mí.

Ahora, cuál es la reacción que nosotros debemos tener, cuál es la respuesta que nosotros
debemos dar ante todo esto que nos está causando tanto miedo.

Jesucristo declaró en un momento muy tenso ante sus discípulos, durante el tiempo de la
última cena, justo antes de entregar su vida por la salvación de la humanidad, él dijo: “Yo les
he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero
¡anímense! Yo he vencido al mundo.”

Este texto nos da la pauta para reflexionar en dos vías, la primera son las aflicciones en el
mundo y nuestra reacción a ello. Y la segunda es que en medio de esas aflicciones nosotros
podemos vivir en paz, porque Dios tiene el control.

Entonces quiero que primero reflexionemos en las aflicciones y dificultades que enfrentamos,
y en por qué habremos de enfrentar esas crisis en el mundo. Debemos reconocer el hecho que
la iglesia está inmersa en medio de este mundo lleno de aflicción y dolor, un mundo perverso y
malvado que se ha apartado de Dios, y ha estado sirviendo al enemigo, quien aprovecha la
debilidad del ser humano para hurtar y matar y destruir, y por lo tanto hay una consecuencia
lógica a esto, hay dolor y hay sufrimiento, incluso hay un temor a la muerte de todos aquellos
que durante toda su vida han estado sujetos a la servidumbre del diablo.

Sin embargo, Dios que en su gracia busca a los perdidos, buscará aún en medio de estas
circunstancias, traer hacia él a aquellos que se han estado perdiendo, y desviando de él. Dios
está llamando al arrepentimiento al hombre.

Claramente encontramos en las Escrituras la revelación de un Dios que está en control de este
mundo, aun cuando nosotros no podemos comprenderlo, es decir aun cuando vienen estos
terribles males en el mundo, es porque Dios en su soberanía, ha permitido que esto ocurra, y
buscará mover el corazón del hombre al arrepentimiento. En el libro de Amós 4: 6-13 leemos
lo siguiente: “Yo les hice pasar hambre en todas sus ciudades, y los privé de pan en todos sus
poblados. Con todo, ustedes no se volvieron a mí —afirma el Señor—. Yo les retuve la lluvia
cuando aún faltaban tres meses para la cosecha. En una ciudad hacía llover, pero en otra no;
una parcela recibía lluvia, mientras que otra no, y se secó. Vagando de ciudad en ciudad, iba
la gente en busca de agua, pero no calmaba su sed. Con todo, ustedes no se volvieron a mí
—afirma el Señor—.

»Castigué sus campos con plagas y sequía; la langosta devoró sus huertos y viñedos, sus
higueras y olivares. Con todo, ustedes no se volvieron a mí —afirma el Señor—.

»Les mandé plagas como las de Egipto. Pasé por la espada a sus mejores jóvenes, junto con
los caballos capturados. Hice que llegara hasta sus propias narices el hedor de los cadáveres.
Con todo, ustedes no se volvieron a mí —afirma el Señor—.

»Yo les envié destrucción como la de Sodoma y Gomorra; ¡quedaron como tizones
arrebatados del fuego! Con todo, ustedes no se volvieron a mí —afirma el Señor—.

»Por eso, Israel, voy a actuar contra ti; y, como voy a hacerlo, ¡prepárate, Israel, para
encontrarte con tu Dios!»”

A veces sentimos que Dios no debería permitir ningún sufrimiento en el ser humano, a veces
culpamos a Dios por el sufrimiento en este mundo, incluso, a veces creemos que Dios está
obligado a tratarnos bien, aún a pesar de nuestro comportamiento y conducta pecaminosa
hacia él. Y cuando encendemos la televisión y escuchamos las noticias que nos dicen a cada
instante que esto se va a poner peor, perdemos la fe y tenemos miedo.

Pero recuerden hermanos, que así es como Dios trabaja, él permite que venga a esta tierra
caída una plaga, una terrible calamidad, una hambruna, una peste, porque Él en su soberanía y
poder utilizará esas situaciones para mover el corazón del hombre al arrepentimiento.

Sin embargo, como vemos en Amós 4, tristemente ni aún así, el ser humano quiso escuchar a
Dios y arrepentirse. Desafortunadamente esta es la realidad del hombre, así ha sido en el
pasado, así es en el presente, y desafortunadamente, así seguirá siendo en el futuro, a menos
que usted y yo oigamos realmente la voz de Dios que nos llama y nos atrae hacia Él.

Esto demandará de nuestra parte una verdadera transformación, una verdadera conversión.
Lo que vemos entonces, es que Dios está buscando en nosotros un verdadero despertar
espiritual, una entrega absoluta de nuestra vida a él, que exige arrepentimiento genuino. Ya Él
lo declaró en Isaías 1: 16-18 cuando dijo: “¡Lávense, límpiense! ¡Aparten de mi vista sus obras
malvadas! ¡Dejen de hacer el mal! ¡Aprendan a hacer el bien! ¡Busquen la justicia y reprendan
al opresor! ¡Aboguen por el huérfano y defiendan a la viuda! »Vengan, pongamos las cosas en
claro —dice el Señor—.Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve!
¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!

Ahora, notemos en los versos 19 y 20: ¿Están ustedes dispuestos a obedecer? ¡Comerán lo
mejor de la tierra! ¿Se niegan y se rebelan? ¡Serán devorados por la espada!» El Señor mismo
lo ha dicho.” Más claro no lo podría declarar la Palabra de Dios, en nuestras manos está el
obedecer o el rechazar sus mandatos, lo que no estará en nuestras son las consecuencias de
las acciones hechas.

Pero también recuerde que en Juan 16:33 Jesucristo dijo: estas cosas les he escrito para que en
mí tengan paz. Vean que Jesucristo nos promete que en él, en su presencia, tendremos paz, él
es nuestro refugio seguro en medio de la tempestad. Quiero que escuchen estas palabras
registradas en un episodio en la vida de Jesucristo y sus discípulos, escúchelo con mucho
cuidado y dispongan su corazón a la reflexión y a la adoración al Señor: “Ese día al anochecer,
les dijo a sus discípulos: —Crucemos al otro lado. Dejaron a la multitud y se fueron con él en la
barca donde estaba. También lo acompañaban otras barcas. 37 Se desató entonces una fuerte
tormenta, y las olas azotaban la barca, tanto que ya comenzaba a inundarse. Jesús, mientras
tanto, estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal, así que los discípulos lo despertaron. —
¡Maestro! — gritaron—, ¿no te importa que nos ahoguemos? Él se levantó, reprendió al viento
y ordenó al mar: —¡Silencio! ¡Cálmate! El viento se calmó y todo quedó completamente
tranquilo. —¿Por qué tienen tanto miedo? —dijo a sus discípulos—. ¿Todavía no tienen fe?
Ellos estaban espantados y se decían unos a otros: —¿Quién es este, que hasta el viento y el
mar le obedecen?”

Estoy seguro que en este tiempo de crisis y en toda circunstancia, Dios nos dice, —¿Por qué
tienen tanto miedo? ¿Todavía no tienen fe?. Recordemos, que él es aquel que le dice al viento
y a la mar que se callen, que enmudezcan, y los vientos en seguida le obedecen. Llenemos de
su paz, permitamos que el amor de Cristo llene nuestros corazones, y vivamos nuestras vidas
para él en santidad y obediencia a sus mandatos. Dios les bendiga

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