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U.P.B.

Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades


Visión panorámica del nuevo testamento
Alejandro Sánchez León

RELIGIOSIDAD POPULAR EN LOS COMIENZOS DEL CRISTINISMO


Santiago Guijarro nos presenta su estudio sobre la existencia de una “religiosidad
popular” en los primeros años del cristianismo; aclarándonos primeramente que con
“religiosidad popular” hace referencia a la forma de vivir la fe en Jesús, diferente a la
religiosidad oficial.
 La “religiosidad popular” desde el mundo antiguo puede vincularse a los estratos
sociales bajos, generalmente agrarios, y muchos de ellos en la diáspora en contacto
con multiculturalidad religiosa. Es en este contexto donde se va configurando poco a
poco, una expresión de “religiosidad popular” como expresión de la necesidad del
pueblo por ser rescatados de su difícil situación.

 En el arte preconstantiniano encontramos los primeros vestigios de esta necesidad


de salvación de las comunidades cristianas: en los frescos (técnica barata y popular)
encontramos a un Jesús joven barbilampiño, lleno de vitalidad y obrante de
milagros. Estas representaciones aparecen como fruto de la reflexión de la gente
sencilla que se reconoce adherida incondicionalmente a Jesús, confiando en su poder
y esperando u liberación; estas expresiones se daban generalmente en la ámbito
doméstico.

 En la literatura cristina del s. II, encontramos una clara preferencia por las
intervenciones extraordinarias de Jesús (milagros), las cuales encierran en sí la
preocupación cotidiana de la gente sencilla por su realidad de enfermedad, violencia
y muerte. En famosos escritos de este periodo histórico encontramos retratada una
relación de confianza entre el pueblo y Dios que se ocupa de sus necesidades:
Justino, el evangelio de Marcos, el evangelio apócrifo de la infancia, y los Hechos
apócrifos de los Apóstoles, encierran el milagro como parte fundamental de sus
narraciones.

 En los evangelios encontramos fuertemente marcado esta realidad de los milagros,


aunque con algunas variaciones: en el evangelio de Marcos encontramos los
milagros como parte importante de la actividad de Jesús, aunque advirtiendo que no
son suficiente para conocer su verdadera identidad. Mateo reagrupa los milagros de
modo que resaltan a Jesús y su relación con los discípulos. En Lucas los milagros
ocupan un aspecto importante en el ministerio de Jesús, acompañado de una
finalidad: provocar la fe en quienes los contemplan, e influir en su decisión de
seguir a Jesús. en el evangelio de Juan los milagros son conocidos como signos y
van acompañados de un dialogo que los explica; esto con el fin de mostrar al lector
que los signos aunque pueden ser punto de partida para descubrir la verdadera
identidad de Jesús, son insuficientes para llegar a la verdadera fe.
Estos relatos de los evangelios, proceden de tradiciones populares, generalmente de
campesinos galileos, los cuales de acuerdo a su condición sociocultural fueron
elaborando expresiones de “religiosidad popular” para vivir su fe en Jesús.

Quisiera centrar está apreciación en el tema de los milagros como expresión de la


religiosidad popular, a la cual Santiago Guijarro dedica gran parte de atención en su
texto.
En la actualidad si vemos con atención, podemos notar la tendencia de que algunos
creyentes sobrevaloren las realidades milagrosa dentro de la fe, algo semejante a lo que
ocurría en los primeros siglos del cristianismo, en los que algunos comunidades
centraban mucho su atención en los milagros y la necesidad de recibirlos, y no tanto en
la figura de Jesús.
Sin duda alguna que el hecho de presenciar o experimentar un milagro genera
expectación de asombro, pero podríamos correr el riesgo de quedarnos simplemente
aquí y no transcender en la persona que realiza el milagro y el fin porque lo realiza. Esta
fue la tarea que intentaron hacer los evangelistas, más que darle importancia al milagro
en sí mismo se esforzaron por presentar la figura mesiánica de Jesús, que realiza los
milagros no con el fin de que sea catalogado como un curador sino con la intención de
que el hombre tocado por él, y restaurado en su integridad, inicie un camino serio y
decidido de discipulado.
Este es un gran reto en la pastoral de hoy, llevar al creyente a la esencia verdadera de
toda espiritualidad: Cristo, y no tanto a los medios que estas emplean. En ello la
religiosidad popular siempre tendrá una ardua tarea, mantenerse dentro de los límites
normales, sin entrar a los extremos que desvirtúan la sana y plena vivencia de la fe
cristiana.
La misma necesidad de ser rescatados por Dios, presente en los primeros siglos del
cristianismo, está hoy en la comunidad de creyentes, quizá no con las mismas
situaciones puntuales, pero si en realidades socioculturales que hace que el hombre
tienda a la búsqueda de un ser superior en el cual encuentre ayuda y consuelo. Por eso la
figura del milagro es tan fuerte que puede llegar a marcar definitivamente al creyente,
pero que sin una adecuada orientación puede generar una fe milagrera, con un concepto
de Dios y de Cristo como sanadores o actores que se limitan hacer cosas por el hombre.
Todos los creyentes deberíamos tener bien presente, que los milagros no son el fin
último, sino que son el medio para llegar a conocer aquel, que más que realizar
prodigios penetra el corazón del hombre para transformarlo desde su interior y darle
plenitud a su existencia.
La religiosidad popular contiene aspectos vivenciales de la fe, que pudiéramos decir,
complementa la vivencia de la religiosidad oficial, porque nace del sentir íntimo de la
comunidad y valiéndose de sus expresiones socioculturales enriquecen y dan identidad a
la espiritualidad y el culto cristiano. Aunque las primeras comunidades tenían una
expresión propia de religiosidad popular nunca le dieron más importancia que a la
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tradición apostólica heredada (synaxis de la palabra y eucaristía), sino que hicieron de
ella un verdadero complemento sin llegar a que la una ocupase el puesto de la otra.
Considero que este sería un gran reto para toda la vida pastoral en la actualidad: el
lograr comprender que la religiosidad popular no es un camino particular ni principal
para llegar a la fe verdadera, sino que es un medio complementario para que desde
nuestra cultura propia logremos hacer una mayor identificación de Cristo que nos lleva
a una sana espiritualidad, a una verdadera fe, y a una configuración con Él a través del
discipulado.

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