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El niño y el lobo

Esperanza

Se cumplían 80 años desde la caída del último azlanti, Aroden. 80 años llenos de caos y confusión en
Golarion.

En el má s oriental de los actuales siete Reinos de Linnorm de las Tierras de los Reyes
Linnorm, Hagreach, nacía Kiev Edgarovich, el tan esperado nieto de Freyr Vinoscuro,
castellano de Trollheim y comandante de los Cuervos Negros. Delgados y ondulados
eran sus cabellos, de color rubio oscuro, propio de la realeza, de tez pá lida y ojos color
avellana, <<como los de su madre>> pensó el joven Edgar Freyrovich, príncipe de
Hagreach y heredero al trono. Su padre.

Freyr contaba con que su hijo, luego del nacimiento de Kiev, sentara cabeza y se hiciera
cargo del reino. Así, él podría dedicar sus ú ltimos añ os de vida a revivir sus mejores
épocas como explorador por todo Golarion. A pesar de esto, la idea de la
responsabilidad de un reino sobre sus hombros nunca fue del agrado de Edgar. Sus
pasiones eran el arte y la caza, <<algo tendría que heredar de mi padre>> se decía a sí
mismo, mas no la política ni la guerra. Era un hombre noble, no solo de sangre, sino de
corazó n. Corazó n puro. -Demasiado noble- le reprochaba su padre a menudo, sin
embargo, confiaba en que sería un gran gobernante para Trollheim y Hagreach.

Valentía

Aroden se encargó de asesinar a Tar-Baphon cuando éste era un rey mago. 2.300 años después, se alzó
como Liche para convertirse en el Tirano Susurrante, gobernante de Ustalav.

A los pocos meses del nacimiento de Kiev, Freyr le cedió la corona a su hijo y partió
hacia el este, a la nació n de Ustalav. Su objetivo era terminar el trabajo que se había
iniciado un par de siglos antes en la Cruzada Radiante y que había resultado en la
derrota, y posterior encarcelamiento de Tar-Baphon, el Tirano Susurrante. Su paso por
estas tierras cubiertas de niebla y de incontables horrores tenía una sola motivació n:
librar a Golarion del acecho del Camino Susurrante. Una organizació n y filosofía
compuesta por cultistas, necromagos y no-muertos que fomentaba la palabra del Tirano
Susurrante, la no-muerte. Esta organizació n secreta era el inevitable y ansiado,
paradero de Lucimar, un jó ven necromago y fiel seguidor de Tar-Baphon. Inteligente y
dedicado, Lucimar se ganó el respeto del resto de adeptos de la organizació n y fue
escalando poco a poco dentro de ella.

Fue en Lucimar, en esta pieza que sería de gran importancia para el Camino Susurrante,
sobre quien se centró la atenció n del valiente Freyr. Era a este necromago a quien le
había declarado la guerra. Juró , en nombre de su pueblo y de su pequeñ o nieto, que se
encargaría de destruir a Lucimar. Quien él creía, era el primer peó n por derrotar, si
quería disminuir los á nimos de la organizació n, para así, borrarla de una vez por todas
de Golarion.

No demoraron, Freyr y sus hombres, en tenderle una emboscada al necromago. No lo


dudaron. Ni bien se distrajo, camino a los aposentos del Camino Susurrante, el rey
atravesó su garganta con tres flechas disparadas simultá neamente. Acto seguido, tres
Cuervos Negros neutralizaron y alejaron del sendero al joven aprendiz de Tar-Baphon.

—¿Acaso saben a quién se está n enfrentando? -dijo Lucimar con dificultad tras haber
sido derribado por los hombres de Freyr- Mi señ or estará encantado de escuchar có mo
los torturé hasta la locura, -continuó - cuatro fornidos cuerpos que se unirá n al ejército
del gran Tirano Susurrante.
—¡Calla, insulso! -replicó Freyr- eres tú quien no tiene idea de lo que le espera -dijo con
su característica voz: calmada, pero fuerte y amenazante-. No soy un adepto de hacer
sufrir a mis enemigos. Nunca compartiría métodos con los enfermos seguidores de Zon-
Kuthon. Pero estoy seguro de que será s una importante fuente de informació n para mí y
mis compañ eros.

Luego de intercambiar palabras con el necromago por unos minutos má s, y a causa de


su negativa para darle cualquier informació n, Freyr decidió deshacerse del jó ven
Lucimar. Apuntó su arco directo en la frente de Lucimar y descargó otras tres flechas
que lograron atravesar su crá neo para, finalmente, aterrizar clavadas en el tronco de un
fresno que se encontraba unos 30 metros detrá s de él. El necromago, con su cabeza
destrozada y el suelo a su alrededor lleno de sangre y sesos, echó a reír a carcajadas.
Freyr, perplejo por la reacció n de Lucimar al ver su crá neo atravesado por tres flechas,
desenvainó su espada y cercenó la cabeza de su oponente. Lleno de frustració n e ira, no
solo por haber fallado en la misió n de obtener informació n del Camino Susurrante, sino
por lo que se había visto obligado a hacer para detener el molesto ruido que emitían las
destruidas cuerdas vocales de Lucimar, limpió la espada con su capa y le hizo señ as a
sus hombres para que se retiraran y lo siguieran.

Pasados unos días de su encuentro con Lucimar, Freyr continuó atacando a jó venes
miembros del Camino Susurrante en busca de informació n que le fuera de ayuda para
desmantelar la organizació n y derrotar, esta vez definitivamente, al tirano Susurrante.
Cada uno de los ataques resultaba en un joven seguidor de Tar-Baphon muerto y en
avances nulos en cuanto a informació n de la organizació n a la que pertenecían. Pasaron
los meses. Las filas del Camino Susurrante no parecían disminuir. El trabajo de él y sus
hombres resultaba insignificante para la organizació n a pesar de los esfuerzos de Freyr
y las fieles espadas bastardas de los Cuervos Negros.

El Camino Susurrante no paraba de crecer, cada vez má s necromagos y cultistas eran


atraídos por la palabra de Tar-Baphon y, con ellos, el ejército de no muertos crecía a un
ritmo acelerado, casi exponencial. Luego de varios añ os de numerosos, e inú tiles,
ataques y asesinatos a fieles de la orden, Freyr se convenció de retirarse de la regió n
enemiga. É l y sus hombres ya no eran capaces, a pesar de sus habilidades en el combate,
de hacerse cargo de la erradicació n del Camino Susurrante por sí solos. Era necesario
regresar a Hagreach para convencer a los reyes y gobernantes de las tierras de Linnorm
de unirse para destruir al mal que se propagaba, cada vez má s preocupantemente, por
el continente de Avistan y que amenazaba con la destrucció n de todo Golarion.

Desolación

Tar-Baphon no descansaría hasta ser libre de nuevo. Usaría todos los medios a su alcance para buscar
venganza por su encarcelamiento.
Pasaron ocho añ os para que la regió n de Hagreach supiese algo de su antiguo rey.
Desafortunadamente, el veterano rey no era consciente que con su regreso a casa
estaría condenando a todo su pueblo. Edgar, acompañ ado de Kiev y Ruut, su reina,
recibió a su padre. Fueron pocos los añ os que estuvo lejos de él, sin embargo, parecía un
hombre completamente distinto al que partió hacia el este. Sus ojos ya no irradiaban
esperanza y fortaleza. Su voz se notaba apagada, como si a pesar de no haber visto a su
familia por casi una década, no sintiera alegría de haber regresado con su pueblo. De
todas formas, Freyr y los Cuervos Negros que viajaban con él, fueron recibidos como era
digno de quien alguna vez fuera rey.

No le tomó mucho tiempo darse cuenta que Edgar había hecho un excelente trabajo
durante su ausencia. A simple vista se veía que la regió n era má s pró spera. Estaba
orgulloso, pero lo que vivió los ú ltimos añ os le impedía expresarse como lo hubiera
hecho antañ o. Tardaron unos cuantos minutos a caballo en llegar a la fortaleza de
Trollheim. En el camino, pudo ver a sus viejos amigos volando alrededor del castillo. Le
resultaba extrañ o ver dragones de cobre luego de tanto tiempo rodeado de no-muertos.

Un banquete real lo esperaba en el gran saló n del castillo. Sin embargo, el tiempo
apremiaba y le pidió a Edgar que lo siguiera a la sala del trono. A pesar de la insistencia
de su hijo para que se detuviera tan solo un momento para comer, tenía muchas cosas
que hablar con él, como su hijo y como su rey. Kiev, inocente, al ver al protagonista de
todas las historias que le contaba su padre, no pudo contener la curiosidad y se
escabulló en la sala del trono a través de un pequeñ o pasadizo que, estaba seguro, só lo
él conocía. Les tomó unos pocos segundos notar la presencia del pequeñ o príncipe, por
supuesto, ellos tenían conocimiento del pasadizo en el que se encontraba. Ambos se
habían visto en la misma situació n hacía ya varios añ os.

—Kiev -dijo Edgar, con una ligera sonrisa dibujá ndose en su rostro-, sal de ahí, sabemos
que nos está s escuchando.
—No tenemos tiempo para esto -apuntó Freyr-, tenemos que convocar a todos los Reyes
Linnorm, una descomunal maldad se dirige hacia nuestras tierras.

Antes de que Kiev pudiese salir de su escondite, un estruendo silenció las palabras de
Freyr, el techo del gran saló n del trono se vino abajo. Una rá faga de bolas de fuego se
encargó de destruir el castillo de Trollheim. Por suerte, Freyr y Edgar tan solo
recibieron unos rasguñ os. Sobre Kiev cayeron unos pequeñ os trozos de ladrillo y
concreto. El pasadizo en el que se encontraba era má s resistente que el resto del castillo,
había sido construido como medio de escape en caso de un eventual ataque. Con la
salida al gran saló n bloqueada por los escombros, se escurrió por el pasadizo buscando
una forma de salir. Recordaba cada uno de los caminos por los que podría encontrar una
salida, todos ellos llevaban a puertas obstruidas por grandes trozos de ladrillos y
concreto que antes formaban parte del techo y las paredes del castillo. Su ú nica opció n
fue ir por el camino que dirigía a las catacumbas. Desde ahí podría llegar a la zona este
del castillo.

El rey y su padre se dirigieron a uno de los torreones de la zona este de la fortaleza.


Frente al castillo se encontraban cinco figuras de aspecto pú trido liderando un ejército
de no-muertos. Con dos necromagos a lado y lado (por sus vestiduras se podía intuir
que eran comandantes del Camino Susurrante) se hallaba Lucimar. Con la cabeza en su
lugar, tres cicatrices en su rostro y una má s rodeá ndole el cuello, le dirigió una sonrisa
llena de soberbia al viejo explorador. Luego, advirtió una pequeñ a figura husmeando a
través de una rendija situada en los jardines este del castillo y ésta le devolvió la mirada.
Kiev había quedado paralizado ante la espeluznante figura de Lucimar, ni siquiera en
sus peores pesadillas había visto algo tan aterrador.

Sin dudarlo ni un poco, Freyr dirigió su mano derecha al carcaj en su espalda mientras
levantaba el arco con la izquierda. Tomó tres flechas y las ubicó en el vientre de su arco
con espectacular pericia. Había hecho esto durante mucho tiempo. Demasiado. Tensó la
cuerda, apuntó hacia Lucimar y disparó con tal fuerza que, por la velocidad que
alcanzaron, hubiesen sido imposibles de detectar incluso para el ojo humano má s
entrenado. Por desgracia, Lucimar no era humano. Ya no. El, ahora no-muerto,
necromago levantó su mano derecha y las tres flechas se convirtieron en ceniza. Magia,
dijo Edgar para sí mismo.

—No deberías haberte interpuesto en los asuntos del gran Tirano Susurrante -escupió
Lucimar-, no pensá bamos hacernos con las tierras de Linnorm hasta haber dominado
todas las naciones que rodean al lago Encarthan. Pero, luego de tu incesante ataque a las
filas del Camino Susurrante, nuestro señ or nos ha ordenado tomar un pequeñ o desvío
hacia el oeste para atender un asunto pendiente.
—¿Có mo es posible que sigas con vida? -preguntó Freyr ató nito-, yo mismo me
encargué de eliminarte. ¿Qué has hecho para volver a la vida?
—Es un secretillo entre mi señ or y yo -respondió Lucimar con voz burlona antes de
soltar una chillona carcajada-, ¿te gustaría conocer los detalles en carne propia, viejo
amigo?

Lucimar se abalanzó con estrepitosa velocidad hacia la muralla y de un salto logró


ubicarse en el torreó n en que se encontraban Freyr, Edgar y algunos Cuervos Negros.
Con su mano derecha tomó por el cuello al actual Rey de Hagreach mientras la izquierda
comenzaba a emitir un brillo azulado. Disparadas desde las lejanías, por el ejército que
asediaba el castillo, docenas de flechas se encargaron de abatir a los fieles soldados de
Freyr quienes se disponían a liberar a Edgar del yugo del infame liche. Algunos metros
abajo, en la base de la muralla exterior, Kiev echaba a correr con los ojos inundados en
lá grimas. No simplemente porque la vida de su familia y su pueblo estaba en peligro,
sino porque sabía que les estaba dando la espalda al huir. ¿Qué más puedo hacer?, se
preguntaba. Solo soy un niño. Ni siquiera mi abuelo, el gran Freyr Vinoscuro, ha podido
acertar sus flechas en ese monstruo. Sería inútil quedarme, solo sería un estorbo para mi
padre y mi abuelo.

Lucimar no era un tonto. Por supuesto que sintió a la pequeñ a criatura huyendo del
castillo. No vale la pena: estos dos reyes serán suficiente entretenimiento, se dijo a sí
mismo ignorando al atemorizado niñ o que se alejaba. Todo fue caos y ruina en Hagreach
y las Tierras de Linnorm desde ese día. ¿Quién iba a pensar que las aventuras de un
viejo rey retirado serían la perdició n de una regió n entera?

Aflicción

La capital de las Tierras de los Reyes Linnorm sería el primer gran paso del Camino Susurrante en
su conquista. Tar-Baphon estaba orgulloso de su discípulo.

Kiev sintió que había corrido por semanas. El terror pesaba má s que el agotamiento y lo
hacía seguir adelante. Se dirigió al sudeste y se detuvo al llegar al Bosque Grungir. Sabía
que seguía en tierras de su familia, había visitado este bosque en compañ ía de su padre
hacía pocos meses. Era inevitable recordar esos días de campamento con Edgar. Allí
había aprendido las nociones má s bá sicas de la supervivencia, entre ellas la caza. No
podría durar má s tiempo sin alimento ni bebida. Ya cumplía cuatro días de incesante
viaje y su cuerpo no aguantaría má s. Si quería seguir con vida, tendría que poner en
prá ctica lo que, otrora, le había enseñ ado su padre.

ELÍPSIS

A la cabeza del grupo y siguiendo sus instintos, Kiev entró a la cá mara que tenía en
frente. Esta constaba de un largo pasillo, con ríos de sangre a lado y lado, y una enorme
plataforma al fondo. Precedido por un escalofrío que, desconcertantemente, le era
familiar, Kiev reconoció al final de la cá mara subterrá nea, una oscura figura rodeada por
los cadá veres de dos enormes dragones. Una mirada a su loba fue suficiente para aclarar
de quién se trataba. Inconfundible ante los ojos de Kiev. Era él: el execrable necromago
que llevó a su familia, tierras y pueblo a la completa oscuridad y aflicció n. Esa risa, esa
maldita risa resonaba por todo el calabozo. Kiev, el arco Edgar, se encontraba en el suelo
del pasillo sobre un glifo de sangre. Necromancia, reconoció Kiev.

—¿Dó nde está n Freyr y mi padre? ¿Qué has hecho con ellos? -preguntó Kiev cuando la
criatura dejó que las antorchas que iluminaban el calabozo iluminaran su descompuesta
piel.
—¿Sigues teniendo la esperanza de que sigan vivos, niñ o? -respondió Lucimar mientras
brotaban huesos y mú sculos del glifo que tomaban la forma de un cuerpo humano-.
Saluda a papi.

Indiscutiblemente, ese amasijo de carne y huesos tenía el aspecto de su padre. Sin


mediar má s palabras con Lucimar, y enceguecido por un revoltijo de emociones que
llegaron a él de golpe, Kiev desenvainó su arco largo y tomó tres flechas del carcaj que
reposaba en su espalda.
—No ataquen al hombre- dijo Kiev mientras una lá grima se asomaba por su ojo
derecho. Esas fueron las ú nicas palabras que dirigió a sus compañ eros. Era hora de
pelear... No. Era hora de vengar a su familia y su pueblo. Sabía que este era el momento
para el que se había preparado desde su huida de Hagreach. Disparó las tres flechas y
logró impactar al liche con dos de ellas. Una le perforó el brazo izquierdo,
atravesá ndolo, y la otra quedó incrustada en el pecho de Lucimar. A continuació n, y sin
necesitar explicació n alguna de la situació n, Los Elegidos de Sheylin comenzaron a
combatir al necromago. Mientras Barbarello y Susi cargaban en direcció n a Lucimar,
Ghilia y Aranel atacaban desde lo lejos, protegidas por Omi y Bilbo.

El liche comenzó a levantar su brazo derecho en direcció n a Ghilia mientras este


comenzaba a ser envuelto por un halo de luz azul. Kiev reconoció el movimiento y alertó
a la maga. Sabía que tenían que detenerlo antes de que lograra disparar su hechizo a
Ghilia. Si no, ese sería el final para ella. Como lo fue para mi abuelo, pensó . Susi se
abalanzó sobre el decadente cuerpo de Edgar, mientras este se resistía a atacar a su hijo,
y logró derribarlo para abrirle camino a Barbarello, quien, al ver la maniobra de la loba,
atacó a Lucimar con su mandoble. Sin embargo, el bá rbaro no esperaba la velocidad con
la que el liche esquivó su ataque. Bilbo, en compañ ía de Maicol, tomó carrera para atacar
al necromago y logró ubicarse tras él. Atacó con su florete y lo apuñ aló por la espalda
dos veces. No parecía hacerle suficiente dañ o. Kiev tomó otras tres flechas de su carcaj y
las disparó pero ninguna de ellas impactó a su objetivo. El halo de luz azulada era cada
vez má s y má s fuerte, solo quedaban unos segundos antes de que Lucimar pudiera
atacar a Ghilia.

—No dejes que te toque con eso. Morirá s -le dijo Kiev a Ghilia mientras tomaba otras
tres flechas.

Edgar, en el suelo y aprisionado por la loba de su hijo, seguía debatiéndose al control de


Lucimar sobre sus acciones. El necromago era muy poderoso, pero su determinació n era
la suficiente para negarse a seguir las ó rdenes que recibía. Finalmente, un rayo de luz de
color azul intenso, fue disparado desde la palma de la mano derecha de Lucimar. Este se
dirigía a Ghilia. A pocos metros de llegar a su objetivo, el rayo de luz impactó en el pecho
de Omi, quien de un salto desde el pasillo, se interpuso en su camino. Cayó boca arriba
frente a Ghilia. Gracias a su determinació n e inquebrantable voluntad, logró resistir el
golpe del necromago. Nostë, desbordando de ira, recurrió a la magia que su diosa le
había entregado y desapareció a Lucimar del espacio y el tiempo por un corto período
de tiempo. El suficiente para que Kiev corriera hacia el cuerpo sobre el que se
encontraba Susi.

—Te he extrañ ado tanto -le dijo a su padre mientras éste, con lá grimas en sus ojos, se
desvanecía, dejando su arco nuevamente en el suelo sobre el glifo de sangre.

Limpiá ndose las lá grimas, corrió hacia el sitio en el que se encontraba el necromago.
Pasados unos segundos, Lucimar, desorientado, se encontraba rodeado por Barbarello,
Bilbo, Maicol y Kiev. Luego de ser atacado por el florete de Bilbo, el aguijó n de Maicol y
el mandoble de Barbarello, Lucimar miró a los ojos imbuídos en odio de Kiev y, por
primera vez desde su nuevo nacimiento, sintió miedo cuando el niñ o, a quien había
arrebatado todo lo que tenía, apuntó su arco directamente a su frente. Intentó abrir la
boca para hablar, pero la flecha atravesó y destruyó su crá neo antes de poder emitir
sonido alguno. Su cuerpo cayó al suelo. Con una patada, Kiev empujó el montó n de carne
que se encontraba a sus pies y lo dejó hundirse en la sangre que rodeaba el pasillo. La
corriente del río se llevó el cuerpo de Lucimar mientras la tierra se estremecía.

Las palabras que había dicho Lucimar antes de iniciar el combate no convencían del
todo a Kiev. Podría haber asesinado a su padre, pero no creía que hubiese hecho lo
mismo con Freyr. No, un rey es muy valioso, pensó .
ELÍPSIS 2

¿Legado? ¿Qué es un legado? ¿Es plantar semillas en un jardín que nunca llegará s a ver?

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