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DATOS DEL CURSO
DESTINATARIOS
DURACIÓN Y MODALIDAD
INTRODUCCIÓN.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
INTRODUCCIÓN.
La convivencia en un mundo complejo y multicultural es cada vez más
complicada. En los últimos años se ha producido un incremento de los
estresores psicosociales en las sociedades desarrolladas. Entre éstos, están
las situaciones de conflicto en la interacción social con los problemas de
convivencia derivados de ellas.
Nuestra sociedad ha valorado durante muchos siglos un ideal muy concreto del
ser humano: la persona inteligente. En la escuela tradicional se consideraba
que un alumno era inteligente cuando dominaba sin dificultad los contenidos y
conceptos propios de las diferentes áreas y materias. Más recientemente, se
ha identificado al alumno inteligente con aquel que tiene un cociente intelectual
(CI) elevado y que, por tanto, conseguía las mejores calificaciones en la
escuela.
En el siglo XXI esta visión ha entrado en crisis por dos razones. La primera es
que la inteligencia académica no es suficiente para alcanzar el éxito
profesional. La segunda razón es que ni la inteligencia garantiza el éxito en
nuestra vida cotidiana ni el CI de las personas contribuye de manera
determinante en nuestro equilibrio emocional ni en nuestra salud mental, sino
que son otras habilidades sociales y emocionales las responsables de nuestra
estabilidad emocional y mental, así como de nuestro ajuste social y relacional.
En este contexto es en el que la sociedad se pregunta por qué son tan
importantes las emociones en la vida cotidiana. La respuesta no es fácil, pero
ha permitido que estemos abiertos a otros ideales y modelos de persona. En
este momento de crisis ya no vale el ideal exclusivo de la persona inteligente y
es cuando surge el concepto de inteligencia emocional como una alternativa a
la visión clásica.
Este tipo de inteligencia es propulsora de la reflexión, la responsabilidad, la
libertad, la creatividad, la solidaridad y la convivencia, y por ello es necesario
enseñar a los alumnos a identificar, reconocer y controlar sus emociones, ya
que este conocimiento mejorará la capacidad de la escuela para enseñar, al
mismo tiempo que permitirá a los futuros adultos enfrentarse a una sociedad
cada vez más competitiva y menos afectiva con las consecuencias sociales de
intolerancia, incomunicación y descalificación que afectan a las relaciones
interpersonales y hacen cada día más difícil la convivencia humana.
Por ello, la escuela debe promover situaciones que posibiliten el desarrollo de
las emociones en los alumnos, es decir, la escuela tiene el reto de enseñar a
sus alumnos a ser emocionalmente inteligentes dotándoles de estrategias y
habilidades emocionales básicas que los protejan de los factores de riesgo.
MÓDULO I: BASES DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL.
Teorías de la Inteligencia.
A finales del siglo XX surgen varias teorías psicológicas que cobran gran
celebridad: la Teoría de las Inteligencias Múltiples, la Teoría Triárquica de la
Inteligencia y la que trata de la Inteligencia Emocional.
A continuación, hablaremos de ellas.
Autoconciencia
La autoconciencia puede ser definida como la habilidad del hombre para
interpretar los mecanismos físicos, mentales y emocionales que operan en la
vida diaria dentro de él. Los componentes de la autoconciencia son:
Capacidad para asociar signos físicos con emociones.
Detección de pensamiento negativo.
Correcta evaluación de reacciones; habilidad para hacer una distinción clara
entre ellas.
Eficiencia en manejar y dirigir el pensamiento, sentimiento y conducta como
valores personales.
Empatía
Es el reconocimiento y la comprensión de las emociones ajenas, la capacidad
para poder sintonizar con las señales sociales sutiles que indican qué
necesitan o qué quieren los demás. Es la capacidad de asumir el punto de vista
de otra persona, una mayor sensibilidad hacia los sentimientos de los demás y
una mayor actitud de escucha.
Relaciones sociales
El control de las relaciones es una habilidad que presupone relacionarnos
adecuadamente con las emociones ajenas. Que tengamos un trato adecuado
con los demás depende de nuestra capacidad de crear y cultivar las relaciones,
de reconocer los conflictos y solucionarlos, de encontrar el tono adecuado y de
percibir los estados de ánimo de los demás.
Charles Darwin
Enfoque biológico. Las emociones, tanto en animales como en el ser humano
funcionan como señales que comunican intenciones. Son reacciones
apropiadas ante ciertos acontecimientos del entorno, de forma que el
organismo pueda adaptarse y sobrevivir en su entorno. Además de estos
planteamientos, Darwin dedicó mucho tiempo al estudio de la expresión facial
de las emociones.
William James
La tradición psicofisiológica. La experiencia emocional es consecuencia de
los cambios corporales (o respuestas fisiológicas periféricas) que se dan como
reacción a un hecho excitante.
Cannon y Bard
La tradición neurológica. Estos autores ponen énfasis en la activación del
sistema nervioso central. En su opinión, las vísceras son demasiado
insensibles y su acción es demasiado lenta como para provocar las
sensaciones planteadas por James. En su lugar, plantean que el estímulo
emocional origina unos impulsos que, a través del tálamo, llegan a la corteza
cerebral. Al mismo tiempo, el tálamo envía impulsos a las vísceras y músculos
para que produzcan cambios comportamentales.
Freud
Tradición psicoanalítica. El psicoanálisis, más que una teoría de la emoción,
es una teoría de los trastornos emocionales, según la cual, por un lado, la vida
afectiva del adulto depende de cómo hayan sido sus experiencias afectivas
pasadas y, por otro lado, la mente relega al inconsciente las emociones
traumáticas.
Skinner
Enfoque conductista. Esta corriente se ha preocupado por estudiar el proceso
de aprendizaje de las emociones, el comportamiento manifiesto que permite
inferir estados emocionales y los condicionamientos que provocan emociones.
Aunque a nivel teórico las aportaciones del conductismo han sido pobres, lo
cierto es que en lo que se refiere a intervención clínica en alteraciones
emocionales, el paradigma conductista se ha revelado especialmente fructífero.
Inteligencia y emociones.
Para Goleman, la inteligencia emocional es un concepto de amplia significación
que incluye la habilidad para motivarse y persistir frente a las frustraciones,
controlar impulsos y demorar gratificaciones, regular los estados de humor, y
evitar que las desgracias obstaculicen la habilidad de pensar y de desarrollar
empatía.
En opinión de Goleman, el CE (coeficiente emocional) puede sustituir en un
futuro al CI (cociente intelectual) que ya lleva más de cien años de existencia.
Este planteamiento se basa en que la inteligencia es una habilidad que
determina en qué medida podremos utilizar correctamente otras habilidades
que poseemos, incluida la inteligencia. Desde esta perspectiva, la inteligencia
emocional es, pues, una de las habilidades de vida que deberían enseñarse en
el sistema educativo.
La inteligencia personal debería ocupar un lugar eminente dentro de la
inteligencia emocional. La inteligencia personal está compuesta por:
La inteligencia interpersonal: observamos a los demás, intentamos
comprenderlos y tratamos de buscar la mejor forma de relacionarnos
productivamente con ellos.
La inteligencia intrapersonal: la capacidad de formar un modelo preciso
de uno mismo y de utilizarlo adecuadamente para interactuar de forma
efectiva a lo largo de la vida.
Para Goleman la inteligencia emocional consiste, de forma más concreta, en:
Conocer las propias emociones. Tener conciencia de las propias
emociones es la competencia emocional fundamental sobre la que se
construyen las demás, incluido el autocontrol. Es necesario distinguir entre
conocer las propias emociones y controlarlas. En la medida en que uno
percibe que tiene emociones negativas que le desestabilizan tiende a actuar
para cambiarlas. Para desarrollar la conciencia emocional es imprescindible
disponer de palabras para denominar las emociones. Una carencia de esta
habilidad nos impide tomar conciencia de nuestras emociones y, por
consiguiente, controlarlas. De ésto se deriva la importancia de potenciar el
desarrollo del vocabulario emocional desde el sistema educativo.
Manejar las emociones. El equilibrio emocional es el objetivo fundamental
de este punto. Controlar las emociones perturbadoras es clave para el
bienestar emocional. No se puede perder de vista una concepción más
integradora de la persona, desde la cual el control emocional incide en el
control del comportamiento y del pensamiento, así como de los impulsos
fisiológicos. Entre las formas de manejar las emociones negativas están la
reestructuración cognitiva, la relajación y el ejercicio físico.
Motivarse. Uno de los aspectos olvidados en los test de rendimiento
académico es la motivación. Lo que realmente se necesita saber, desde el
sistema educativo, es si un individuo seguirá adelante cuando se encuentre
con dificultades, fracasos y frustraciones. Motivarse a uno mismo está
relacionado con la inteligencia emocional en el sentido de que las
emociones son un factor de motivación.
Reconocer las emociones de los demás. Titchener utilizó por primera vez
la palabra empatía en los años veinte. La empatía se construye sobre la
toma de conciencia de uno mismo (cuanto más abiertos estemos para
captar nuestras propias emociones, más fácil nos será reconocer las de los
demás) y consiste en comprender lo que otras personas sienten en diversas
situaciones.
Establecer relaciones. Una clave de la competencia social reside en la
forma de expresar las propias emociones. Paul Ekman denomina reglas de
manifestación al consenso social sobre qué sentimientos pueden ser
expresados y cuándo. Aunque estas reglas varían dependiendo de la
cultura, las básicas y más universales son: la minimización de la expresión
emocional, la exageración y la sustitución. Otro aspecto importante del
establecimiento de relaciones desde el punto de vista emocional es la
capacidad que tenemos las personas de contagiar las propias emociones.
Autoestima. La autoestima es, en líneas generales, la valoración que
hacemos de nosotros mismos. No significa lo que uno es, sino lo que uno
cree que es. La autoestima se compone de distintas facetas relacionadas
entre sí:
Las relaciones sociales: ¿cómo nos ven los demás?
El aprendizaje y las destrezas: ¿cómo valoramos lo que hacemos, el
esfuerzo que empleamos y su resultado?
La familia y el entorno: ¿cómo nos ven padres, hermanos, profesores,
compañeros...?
La imagen corporal que cada persona tiene de sí misma.
Una persona con una alta autoestima es capaz de quererse y aceptarse con
todas sus capacidades y limitaciones, y estará, por tanto, dispuesta a
mejorar y perseverar para superar retos a lo largo de la vida.
En la niñez se va desarrollando el concepto que uno tiene sobre sí mismo a
través de las diversas experiencias vividas, lo que ven y oyen en su entorno
y las oportunidades que reciben. Sin embargo, hay que decir que la
autoestima no es estática, se va forjando en la infancia, pero es susceptible
de mejorar para posibilitar una mayor confianza en uno mismo.
Tomar decisiones. Las emociones son importantes en el momento de
tomar decisiones. Aquellas consideradas “negativas” como la ira, el miedo o
la tristeza, se generan al valorar una dificultad para lograr los propios
objetivos. Sin embargo, cuando se percibe el logro se experimentan
emociones positivas tales como la alegría, el humor o la propia felicidad.
Son precisamente estas emociones las que nos predisponen para afrontar
una tarea aportando entusiasmo y disposición a la acción. Conviene, por
tanto, educar a los niños desde el principio para que valoren su estado
emocional cuando tienen que decidir qué hacer y para que vean cómo
influye en sus decisiones, cambiándolas por otras que les permitan mejorar
emocionalmente.
Una idea muy difundida es considerar los conflictos como algo negativo, sin
embargo, podemos contemplarlos desde otra perspectiva muy distinta: es
mejor aprovecharlos para aportar nuevas ideas y soluciones, y al mismo
tiempo ejercitamos habilidades de comprensión emocional. Son,
consecuentemente, una oportunidad para aprender de ellos y potenciar la
inteligencia emocional.
Habilidades sociales. Cada vez se conoce mejor la importante influencia
que tienen las competencias sociales aprendidas desde la infancia en el
posterior funcionamiento social, escolar, laboral y psicológico.
Es fundamental en los primeros años de vida fortalecer el vínculo afectivo
entre padres e hijos, pues es algo saludable para toda la familia y, para el
pequeño, será el inicio de sus posteriores habilidades de tipo social. Si un
niño se siente querido y, además, se le proporciona en el propio hogar una
adecuada seguridad e independencia, se sentirá más competente
socialmente y podrá tener más y mejores relaciones con sus compañeros.
Las habilidades sociales son fundamentales si queremos que los niños se
desenvuelvan con naturalidad y se relacionen. Por ello, será necesario
enseñarles a ver las relaciones sociales como una parte importante en su
vida, que aprendan conductas relacionadas con la aceptación social para
que los demás les valoren y vean sus cualidades positivas, que sepan
presentarse y despedirse, sonreír, colaborar y compartir el juego, hacer
elogios, dar y solicitar ayuda, compartir el tiempo de ocio, etc.
Las habilidades sociales se relacionan con el ajuste interpersonal, laboral y
de vida independiente. Por esta razón es preciso favorecerlas mediante
programas específicos. Lo mejor para desarrollar estas habilidades será
aprovechar el propio grupo desde que son pequeños, ya sea el aula, el
grupo de ocio, las actividades extraescolares…
Esto se convertirá en una tarea mucho más fácil si procuramos que el
entorno sea agradable para el niño, proporcionándole a menudo
expresiones positivas que estimulen su interés y animándole cuando
consigue un nuevo reto. En un primer momento, las habilidades de tipo
social se enseñan de forma muy estructurada, aunque conviene que,
progresivamente, cuando cuenten con suficientes herramientas para
relacionarse con éxito, puedan ponerlas en práctica y generalizarlas en
otros contextos más naturales: un parque, una fiesta, el supermercado, etc.
No solo basta con que el niño se relacione en un solo contexto; hemos de
procurar que las amistades que van consiguiendo puedan alargarse en el
tiempo y mantenerse en la edad adulta.
En el plano educativo deben contemplarse las capacidades del niño antes
que sus limitaciones; hacerle ver aquello en lo que puede salir airoso para
que lo comparta con los demás.
Con el desarrollo de la inteligencia emocional se ponen en práctica una serie
de habilidades:
Habilidades verbales: saludar y despedirse, presentarse, solicitar favores,
preguntar, pedir ayuda, formular y responder a quejas, aceptar críticas,
dejar y pedir juguetes, saber hacer elogios y hablar bien de los demás,
agradecer, pedir disculpas.
Habilidades no verbales: expresar afecto y alegría, saber aproximarse al
grupo, observar, imitar, establecer un adecuado contacto visual, sonreír,
saber escuchar, utilizar un tono de voz adecuado.
Habilidades de conversación: iniciar conversaciones, mantenerlas,
terminarlas, unirse a la conversación de otros, saber presentarse a otra
persona, conversaciones de grupo.
MÓDULO II: EL DESARROLLO DE LA INTELIGENCIA
EMOCIONAL EN LAS DISTINTAS ETAPAS EDUCATIVAS.
La comprensión emocional
La comprensión emocional se desarrolla paralelamente a la expresión. El
reconocimiento y comprensión emocional precisan de la maduración de las
capacidades perceptivas que le permitan al bebé observar y reconocer las
expresiones emocionales. Así, el reconocimiento facial se inicia en el segundo
mes de vida, cuando los bebés dirigen su atención hacia la parte interna de las
caras y comienzan a diferenciar las expresiones faciales y, a los pocos meses,
ya son capaces de captar el tono afectivo de sus padres.
La comprensión emocional incide también en el desarrollo del “yo”. El
conocimiento de sí mismo se desarrolla de forma interrelacionada a la
interacción social a través de las experiencias de los recién nacidos con los
adultos, si bien inicialmente esta relación es una percepción muy elemental de
los hechos y las personas. Las investigaciones señalan que hacia los seis
meses los niños logran darse cuenta de que su existencia es independiente de
los objetivos y de las personas con las que se relacionan habitualmente. Esto
genera una especie de rutinas interactivas con las personas más cercanas por
medio de las cuales aprenden que sus conductas producen reacciones
previsibles en los demás.
Los bebés adquieren información sobre su “yo social” basándose en la forma
en que otras personas responden a sus manifestaciones emocionales (Shaffer,
2002).
Entre el cuarto y el séptimo mes, los bebés son capaces de asociar las
expresiones emocionales faciales a su significado emocional y responder
pertinentemente a las muestras de afecto (Berger, 1997). El vínculo que se
genera entre la madre y el niño al compartir estados afectivos promueve la
emergencia de la empatía. El niño interpreta las situaciones como seguras o
peligrosas en función de las expresiones emocionales de la madre, y las
manifestaciones emocionales del niño ante estas situaciones es una
reproducción vicaria de la expresión de la madre. Las manifestaciones faciales
y las expresiones verbales de la madre contienen referencias sociales que
comunica al niño cada vez que dirigen la conducta de éste hacia determinados
estímulos. Esta información que transmite la madre sobre el contexto favorece
la comprensión del ámbito físico y social.
A los dos años, los niños tienen una comprensión muy limitada de la diferencia
entre vida mental y la conducta. El desarrollo de la teoría de la mente se inicia
en esta época, pero tiene un desarrollo prolongado que se extiende hasta la
pubertad. No será hasta los tres o cuatro años cuando las ideas sobre cómo
funciona la mente empezarán a estar suficientemente organizadas y
diferenciadas como para calificarlas de teoría. Las respuestas empáticas se
originan tempranamente, aunque su desarrollo es extenso. Es frecuente
observar que muchos recién nacidos lloran cuando oyen llorar a otros bebés,
pero se trata de una conducta mimética.
La comprensión emocional
Con la incorporación al sistema educativo, el niño amplía sus interacciones con
los iguales y con otros adultos diferentes a la familia. En esta etapa la
comprensión de los propios estados afectivos y de los estados afectivos de los
demás es fundamental porque contribuye a flexibilizar la conducta emocional y
favorece el establecimiento de vínculos y el mantenimiento de las relaciones
socioafectivas.
La capacidad para comprender que se pueden experimentar emociones
opuestas entre sí ante una misma situación es otro de los grandes logros
evolutivos que se relaciona con un mayor desarrollo cognitivo. Esta capacidad
es fundamental en el desarrollo de las relaciones afectivas estables. Los niños
entre cinco y seis años reconocen que pueden existir emociones opuestas,
aunque de forma secuencial, no al mismo tiempo, en tanto que hacia los siete u
ocho años empiezan a comprender que pueden existir dos emociones al
mismo tiempo. Hacia los once años, los niños serán capaces de explicar esta
ambivalencia emocional (Ortiz, 2002).
Existen múltiples investigaciones que indican que durante la etapa de
Educación Infantil y Primaria se producen progresos importantes en la empatía,
especialmente respecto al malestar ajeno (Lenon y Eisenberg, 2004). En una
investigación realizada por Strayer (1993) en la que se contaba una historia
triste a los niños se observó que hasta los siete años éstos no eran capaces de
asociar que sus emociones eran producto de las vivencias de los personajes
de la historia y solo a partir de los nueve años eran capaces de hacer
referencias explícitas a la empatía. En este progreso tiene un papel
fundamental la acumulación de las experiencias emocionales. La percepción
de los sentimientos del otro evoca sentimientos similares a los de la propia
experiencia; por ello, el aumento de las experiencias emocionales va a permitir
evocar sentimientos similares de una forma más ajustada y precisa. Sin
embargo, paralelamente y en la medida que se incrementan las respuestas
empáticas, se hace necesario adquirir cierta capacidad de distanciamiento
psicológico con el fin de evaluar objetivamente la situación y dar una respuesta
adecuada.
Así pues, el responder de forma correcta está relacionado con la modulación
de las emociones empáticas. La comprensión de la conducta de los otros y sus
motivaciones se desarrolla desde lo concreto a lo abstracto, es decir, primero
perciben las características observables (apariencia y conducta de ellos
mismos y de los demás) y posteriormente de los procesos internos (creencias,
deseos, intenciones...). Con ello, el niño se da cuenta de que la conducta que
manifiestan las personas no es solamente una respuesta frente a un estímulo
determinado, sino que muchas veces la conducta está condicionada por los
estados internos que experimentan y que estos estados no se pueden observar
de forma directa. Progresivamente, el nivel de comprensión se hace más
elaborado por el aumento de la capacidad para conectar episodios ocurridos en
diferentes tiempos y los niños comienzan a ser capaces de realizar reflexiones
más complejas al considerar el análisis variables situacionales y contextuales.
Entre los tres y los cuatro años, los niños empiezan a comprender que
determinadas situaciones provocan determinadas emociones; por ejemplo, un
cumpleaños provoca alegría y la pérdida de un juguete, tristeza. A partir de
estas vivencias, los niños van descubriendo las conexiones entre los
acontecimientos reales que vivencian y las sensaciones internas que
experimentan, generalizando este conocimiento a otras situaciones, lo que les
ayuda a ampliar la comprensión emocional propia y en los demás (Ortiz, 2001).
Sin embargo, en estas edades la comprensión emocional está limitada a las
experiencias inmediatas del niño y la comprensión de que el impacto que
provoca la emoción está supeditado a la evaluación que realiza la persona que
vivencia esa emoción. Esta comprensión requiere del desarrollo de la teoría de
la mente, puesto que implica un esfuerzo de imaginación para percibirse a sí
mismo en dicha situación emocional, para darse cuenta de cómo se sienten las
otras personas. Esta capacidad se manifiesta hacia los cuatro años cuando los
niños empiezan a considerar por lo menos dos variables, la situación y los
deseos del protagonista, pudiendo explicar las emociones propias y las de los
demás en términos de deseos y resultados.
A partir de los seis años los niños comprenden que no es la situación en sí lo
que provoca la emoción, sino que es la evaluación que cada persona hace de
la situación lo que explica la emoción, entendiendo además que esta emoción
no solo depende del deseo sino también de las creencias y que estas pueden
ser equivocadas. Esta toma de perspectiva en la comprensión emocional
evoluciona gradualmente. Además de considerar los deseos y creencias, los
niños van incorporando otros factores como la personalidad, la experiencia
previa, las características de los grupos sociales específicos, etc., ampliando
sus interpretaciones emocionales y, a la vez, disminuyendo la propia
proyección en la situación.
No obstante, la capacidad de los niños para considerar factores individuales,
como la personalidad y la experiencia previa, solo es posible hacia los diez
años de edad.
La comprensión del proceso de regulación interna se empieza a desarrollar
cuando los niños descubren las causas que regulan la experiencia emocional y
comienzan a utilizarlas para cambiar el estado emocional. Desde los siete
años, los niños toman conciencia de que la emoción positiva o negativa pierde
intensidad a lo largo del tiempo porque dejamos de pensar paulatinamente en
el acontecimiento que causó la emoción, y que estas emociones cambian o
varían en intensidad según los acontecimientos que van ocurriendo
posteriormente, o sea, que la emoción disminuye si la experiencia emocional
posterior se da en sentido contrario (Harris, 2003; Ortiz, 2001).
Estilo democrático
Este estilo combina la exigencia y la receptividad al exigir el cumplimiento de
demandas acordes a la madurez del niño y mostrar afecto, escuchar sus
opiniones y fomentar en él la toma de decisiones. Como resultado, estos niños
tienen un buen desarrollo de las habilidades emocionales y sociales y una
mayor implicación en el aprendizaje escolar.
Estilo autoritario
Exige el cumplimiento de las normas y recurre al castigo y a la fuerza para
hacerlas cumplir si el niño no responde, no suele escuchar razones y no
favorece las oportunidades para que éste sea independiente. Estos niños
suelen ser ansiosos, introvertidos e infelices y pueden reaccionar de forma
hostil. No obstante, se desarrollan bien en la escuela, aunque abandonan más
fácilmente las tareas que revisten dificultad.
Estilo permisivo
Suele mostrarse receptivo y cariñoso con el niño, pero no impone ningún tipo
de normas, más bien, espera que el niño tome decisiones por sí mismo. A
consecuencia de ello estos niños suelen ser inmaduros, tiene dificultades para
controlar sus impulsos y tienden a desobedecer cuando las exigencias entran
en conflicto con sus deseos y no tienen perseverancia en las tareas escolares.
Estilo no implicado
En este modelo no se establece ningún tipo de norma ni es receptivo al niño y
solo atiende a los cuidados mínimos de manutención. Los casos extremos de
este estilo provocan graves déficits en el apego, en el desarrollo emocional y
social del niño, así como en el desarrollo cognitivo. En la adolescencia, los
niños educados bajo este estilo tienen poca tolerancia a la frustración, poco
control emocional y dificultades en el seguimiento de las tareas escolares.
Aunque estos estilos pueden influir de forma decisiva en el desarrollo de la
inteligencia emocional del niño, también debe considerarse que el estilo
temperamental del niño puede condicionar el comportamiento de los padres.
En el entorno del niño, existen muchos otros adultos de referencia a parte de
los padres, que tendrán también un papel muy importante en el desarrollo de la
inteligencia emocional. Entre estos adultos merecen especial atención los
profesores, puesto que el entorno escolar se configura como el segundo
espacio de socialización del niño. Magaz y García (1998) han desarrollado un
test para educadores en base a planteamientos de Toro (2003) para medir el
perfil de los estilos educativos, que los clasifican en cuatro tipos:
sobreprotector, asertivo, punitivo e inhibicionista. El estilo asertivo se
correspondería con el estilo democrático visto con anterioridad; el punitivo con
el autoritario y el inhibicionista con el permisivo, mientras que el sobreprotector
sería una aportación diferente. Para conceptualizar estos perfiles, Magaz y
García (1998) se basan en la percepción que el profesor tiene del niño y su
dimensión emocional, así como los efectos de dichos estilos en el desarrollo
sociafectivo del niño. En función de la percepción de la vulnerabilidad del niño,
de su propio sentido de la responsabilidad, de su tolerancia a la frustración, etc.
el profesor asumirá un rol educativo u otro.
MÓDULO IV: DESARROLLO DE LA INTELIGENCIA
EMOCIONAL EN LA ESCUELA EN LAS DISTINTAS
ETAPAS EDUCATIVAS.
Estilo asertivo
Representa a los profesores que entienden que todo niño nace ignorante y
debe aprender a comportarse como los adultos le solicitan, y que el
aprendizaje es una habilidad que requiere del desarrollo de otras habilidades
previas. El profesor reconoce que al niño le cuesta un esfuerzo hacer lo que se
le pide porque lo que le demandan es nuevo, no habitual o porque prefieren
hacer otra cosa. Asimismo, los docentes con este perfil consideran que el
aprendizaje se desarrolla por etapas sucesivas y cada aprendizaje nuevo
implica tiempo. Éstos tienen un sentido de la responsabilidad equilibrada: los
niños deben aprender tanto los comportamientos como el contexto situacional
en que deben desarrollarse dichos comportamientos. Los profesores asertivos
creen que la conducta humana debe regirse por el equilibrio, la libertad, la
responsabilidad, la funcionalidad, la economía y el optimismo. En los niños, el
elogio y el reconocimiento por parte del educador refuerza y consolida los
comportamientos adecuados constituyéndolos como hábitos. El elogio de unos
comportamientos y la falta de elogio de otros facilita la discriminación y
generalización de los aprendizajes. Estos niños se desarrollan con seguridad
en sí mismos, autonomía personal e interés por lograr sus objetivos. La toma
de decisiones se realiza en función de las consecuencias que espera obtener,
progresando en competencia y autonomía. La relación del niño con el profesor
es una relación estable y de aprecio mutuo.
Estilo punitivo
Los profesores que siguen este modelo piensan que las personas tienen
obligación de actuar de una forma determinada: la establecida por las
normas. No permiten errores o desviaciones de los fijados por las normas y no
reconocen el esfuerzo para cumplir las normas porque es una obligación.
Tampoco comprenden que adquirir un hábito o habilidad requiere de un tiempo
durante el cual se producen errores. Si los niños educados con este modelo
reciben continuas críticas respecto a su persona, desarrollan un autoconcepto
negativo, por lo que su comportamiento persigue la evitación del castigo en
lugar del logro del éxito, se vuelven ansiosos y pueden desarrollar trastornos.
Estos niños frecuentemente realizan conductas de evitación y justificación y
sienten rencor hacia el profesor.
Estilo inhibicionista
Este modelo se corresponde con los docentes que creen que todos los niños
tienen la capacidad para desarrollarse plenamente con normalidad y para
aprender por su cuenta. Creen que la experiencia es la escuela de la vida y
que la tarea del profesor es no poner impedimentos al desarrollo. Los niños
que han sido educados bajo este modelo desarrollan un autoconcepto positivo
si han logrado las diferentes metas solo a partir de sus competencias. Pero aun
así presentan déficits en el aprendizaje de autonomía, habilidades de cuidado
personal y habilidades sociales; muestran conductas de búsqueda de apoyo en
figuras de autoridad y suelen presentar altos niveles de ansiedad por la
inseguridad personal.
La competencia emocional.
Del constructo de inteligencia emocional deriva el desarrollo de competencias
emocionales. La competencia es el conjunto de conocimientos, capacidades,
habilidades y actitudes necesarias para realizar actividades diversas con un
cierto nivel de calidad y eficacia. En este concepto se integra el saber, saber
hacer y saber ser. El dominio de una competencia permite producir un número
infinito de acciones no programadas.
Dentro de las competencias de acción profesional (Echeverría, 2002; Le Boterf,
2001; Lévy-Leboyer, 1997) se pueden distinguir las técnicas (saber), las
metodologías (saber hacer) y otras que han recibido diversas denominaciones
según los autores: competencias participativas, competencias personales,
competencias básicas, competencias clave, competencias genéricas,
competencias transferibles, competencias relacionales, habilidades de vida,
competencias interpersonales, competencias transversales (Mazariegos et al.,
1998), competencias básicas para la vida, competencias sociales,
competencias emocionales, competencias socio-emocionales, entre otros.
Las competencias básicas que una persona debe dominar al finalizar la
escolarización obligatoria es un tema de debate. Algunas aportaciones han
sido presentadas por la Generalitat de Catalunya (2000), INCANOP (1997),
Noguera et al. (2002), Rychen y Salganik (2001) y muchos otros. Algunos se
refieren específicamente al desarrollo de estas competencias en la escuela
(Weissberg y Greenberg, 1998).
Habilidades sociales es una expresión que se difundió en los años ochenta y
que en la década de los noventa se ha denominado “competencia social”
(Fabes et al., 1999; Segura et al., 1998, 1999; Topping et al., 2000). Para
muchos, las competencias sociales se deben complementar con las
emocionales, pasándose a hablar de competencias sociales y emocionales (o
socio-emocionales) por parte de autores como Cherniss (2000), Coombs-
Richardson (1999), Zins et al. (2000), etc., mientras que otros se refieren
específicamente a las competencias emocionales: Boyatzis, Goleman y
Hay/McBer (1999), Boyatzis, Goleman y Rhee (2000), Greenberg et al. (1995),
Saarni (1997, 1998, 1999, 2000).
En resumen, hay un convencimiento en la necesidad de desarrollar
competencias que van más allá de las competencias profesionales habituales.
No hay todavía una conceptualización ni una denominación unánime para
estas competencias. Por nuestra parte vamos a referirnos a las competencias
emocionales, ya que es una forma de denominar como mínimo a un sub-
conjunto de las competencias básicas para la vida. Queda como un reto para la
comunidad científica la dilucidación jerárquica y terminológica de este
emergente entramado de competencias.
Conciencia emocional.
Es la capacidad para entender las propias emociones y las emociones de los
demás, incluyendo la habilidad para captar el clima emocional de un contexto
determinado.
Toma de conciencia de las propias emociones: capacidad para
percibir, identificar y etiquetar con precisión los propios sentimientos y
emociones. Esto incluye la posibilidad de estar experimentando
emociones múltiples. A niveles de mayor madurez, debemos tener en
cuenta que uno puede no ser consciente de los propios sentimientos
debido a inatención selectiva o dinámicas inconscientes.
Dar nombre a las propias emociones: habilidad para utilizar el
vocabulario emocional y los términos expresivos disponibles en una
cultura para etiquetar las propias emociones.
Comprensión de las emociones de los demás: competencia para
percibir con precisión las emociones y perspectivas de los demás, y
saber servirse de las claves situacionales y expresivas (comunicación
verbal y no verbal) que tienen un cierto grado de consenso cultural para
el significado emocional. Hace referencia además a la implicación
empática en las experiencias emocionales de los demás.
Regulación emocional
Es la capacidad para manejar las emociones de forma apropiada. Supone
tomar conciencia de la relación entre emoción, cognición y comportamiento,
tener buenas estrategias de afrontamiento, capacidad para autogenerarse
emociones positivas, entre otros.
Tomar conciencia de la interacción entre emoción, cognición y
comportamiento: los estados emocionales inciden en el
comportamiento y éstos en la emoción; ambos pueden regularse por la
cognición (razonamiento, conciencia).
Expresión emocional: capacidad para expresar las emociones de
forma apropiada.
Habilidad para comprender que el estado emocional interno no
necesita corresponder con la expresión externa, tanto en uno mismo
como en los demás. En niveles de mayor madurez, comprensión de que
la propia expresión emocional puede impactar en otros, teniéndolo en
cuenta a la hora de presentarse.
Capacidad para la regulación emocional: los propios sentimientos y
emociones deben ser regulados. Esto incluye un autocontrol de la
impulsividad (ira, violencia, comportamientos de riesgo) y tolerancia a la
frustración para prevenir estados emocionales negativos (estrés,
ansiedad, depresión).
Habilidades de afrontamiento: competencia para afrontar emociones
negativas mediante la utilización de estrategias de auto-regulación que
mejoren la intensidad y la duración de tales estados emocionales.
Competencia para autogenerar emociones positivas: capacidad para
experimentar de forma voluntaria y consciente emociones positivas
(alegría, amor, humor, fluir), y para autogestionar su propio bienestar
subjetivo para una mejor calidad de vida.
Inteligencia interpersonal
La inteligencia interpersonal es la capacidad para mantener buenas relaciones
con otras personas. Esto implica dominar las habilidades sociales, capacidad
para la comunicación efectiva, respeto, actitudes pro-sociales, asertividad, etc.
Dominar las habilidades sociales básicas: escuchar, saludar,
despedirse, dar las gracias, pedir un favor, pedir disculpas, actitud
dialogante, etc.
Respeto por los demás: intención de aceptar y apreciar las diferencias
individuales y grupales y valorar los derechos de todas las personas.
Comunicación receptiva: capacidad para atender a los demás tanto en
la comunicación verbal como no verbal para recibir los mensajes con
precisión.
Comunicación expresiva: capacidad para iniciar y mantener
conversaciones, expresar los propios pensamientos y sentimientos con
claridad, tanto en comunicación verbal como no verbal, y demostrar a los
demás que han sido bien comprendidos.
Compartir emociones: conciencia de que la estructura y la naturaleza
de las relaciones vienen en parte definidas por: a) el grado de
inmediatez emocional o sinceridad expresiva; y b) el grado de
reciprocidad o simetría en la relación. De esta forma, la intimidad
madura viene en parte definida por compartir emociones sinceras,
mientras que una relación padre-hijo puede compartir emociones
sinceras de forma asimétrica.
Comportamiento pro-social y cooperación: capacidad para aguardar
turno; compartir en situaciones diádicas y de grupo; mantener actitudes
de amabilidad y respeto a los demás.
Asertividad: mantener un comportamiento equilibrado entre la
agresividad y la pasividad; esto implica la capacidad para decir “no”
claramente y mantenerlo, para evitar situaciones en las que uno puede
verse presionado y demorar la actuación ante situaciones de presión
hasta sentirse adecuadamente preparado. Capacidad para defender y
expresar los propios derechos, opiniones y sentimientos.
El modelado
Es considerada una de las técnicas más eficaces y de mayor utilización en el
entrenamiento de habilidades sociales, para la adquisición y/o modificación de
conductas sociales. Basándose en el aprendizaje por observación, se propone
suministrar la secuencia completa de los pasos que constituyen una habilidad
determinada y se enseña cómo se integran estas conductas concretas dentro
del comportamiento más global. Este tipo de aprendizaje puede adoptar
diferentes formas: en vivo, simbólico y encubierto. En el modelado en vivo, el
niño observa directamente al modelo digno de imitar participando activa o
pasivamente. En el modelado simbólico, comprende la observación en vídeo
del modelo competente. Y en modelado encubierto, requiere de la capacidad
para imaginar el comportamiento competente.
En el contexto escolar, los principales modelos de referencia van a ser el
profesorado y los iguales, y en la familia, los padres y los hermanos u otros
adultos significativos.
La práctica dirigida o entrenamiento
Es una técnica muy vinculada con la instrucción verbal y los juegos de roles,
siendo su finalidad mejorar la comprensión de conceptos relacionados con la
interacción, que a su vez facilita la integración grupal y, por tanto, aporta las
oportunidades para practicar la habilidad. Es por ello que la práctica dirigida se
inicia con la instrucción verbal de las habilidades sociales, tratándose de una
explicación breve y precisa de los conceptos y conductas por entrenar para que
el implicado comprenda el objetivo de la intervención, es decir, cuáles son los
comportamientos que debe identificar, poner ejemplo de los mismos, cómo
debe realizar estas conductas, etc. para posteriormente realizar ensayo o
práctica de las mismas y las correspondientes revisión-evaluación y
retroalimentación sobre la ejecución.
La instrucción verbal
Es la fase inicial de la mayoría de estrategias de modificación de conducta.
Esta técnica puede utilizarse de forma aislada o combinada con otras técnicas.
La instrucción verbal aplicada al proceso de enseñanza-aprendizaje implica el
uso del lenguaje oral para describir, definir, explicar y/o poner ejemplos
respecto de las habilidades de relación interpersonal que la persona debe
identificar, conocer y ensayar. En esta técnica se utilizan la discusión, el
diálogo y la asamblea. Sin embargo, la información para recordar por la
persona sometida al entrenamiento debe ser comprensible, precisa y breve.
Ensayo conductual
Es la oportunidad de practicar estructuradamente conductas sociales
específicas, siguiendo instrucciones o imitando a un modelo con
retroalimentación evaluativo y refuerzos.
Técnica de iniciación con iguales
Es un procedimiento específico para promover conductas de interacción social,
puesto que en ocasiones el niño posee las habilidades, pero el contexto social
no está organizado para que éste pueda desarrollar esas habilidades. Por lo
tanto, esta técnica está ideada para entrenar a compañeros o iguales y generar
así las conductas necesarias.
Estrategias cognitivo-conductuales
Se denominan estrategias cognitivo-conductuales a los procedimientos que
postulan que las conductas externas pueden ser modificadas si se transforman
los procesos cognitivos que asocian el estímulo social con la respuesta
conductual. Por esta razón, este procedimiento se centra en los procesos de
toma de decisiones y de resolución de problemas. Así, las principales formas
de intervención cognitivo-comportamental son: estrategias racionales o de
reestructuración cognitiva, estrategias de afrontamiento o de inoculación del
estrés, manejo de emociones, estrategias de solución de problemas en general
y solución de problemas interpersonales a nivel particular.
Estrategias racionales
(De reestructuración cognitiva o entrenamiento autoinstruccional) Tienen como
objetivo el entrenamiento del niño para que logre el control de su propia
conducta por medio del diálogo consigo mismo o autoinstrucciones.
Inicialmente, el control de las conductas impulsivas es proporcionado por los
adultos, luego son los propios niños que mediante autodiálogos, pueden
planificar anticipadamente, controlar las conductas impulsivas, automotivarse y
autorecompensarse, persistir en la tarea, etc.
En esta línea, Meichenbaum y Goodman crearon un programa de
entrenamiento en autoinstrucción basado en el entrenamiento operante y el
aprendizaje social, concebido inicialmente para trabajar las deficiencias
cognitivas en niños impulsivos y/o aislados. La finalidad de la reestructuración
cognitiva es lograr que las personas analicen las situaciones sociales de
manera realista y exhaustiva, y eliminar los pensamientos negativos que les
impiden participar en las interacciones sociales. Esta técnica puede trabajarse
de forma individual o en grupos pequeños. El procedimiento se inicia con la
representación de la conducta adecuada por parte del instructor a través de
instrucciones verbales. Estas instrucciones pueden ser aproximaciones a las
exigencias de la tarea (¿qué tengo que hacer?), orientaciones para su
realización, afirmaciones de adecuación personal, afirmaciones que
contrarresten la inseguridad frente a la posibilidad de fallar, autoalabanza por
haberlo logrado, etc.
En el siguiente paso, el alumno es más activo, puesto que debe realizar la
misma tarea mientras el instructor verbaliza las instrucciones en voz alta, dirige,
orienta y alaba la conducta del alumno. En la tercera fase, el niño debe realizar
la tarea mientras ensaya en voz alta las verbalizaciones instruccionales que ha
modelado el instructor, mientras que el cuarto ensayo consiste en repetir en
voz baja. Por último, realiza la tarea repitiéndose a nivel de pensamiento.
Procedimientos:
Las estrategias son: dinámicas de grupos (juegos, lluvias de ideas, juego de
roles, discusión guiada, trabajo cooperativo), discusión y análisis de la actividad
y cumplimentación de fichas.
Contenidos:
Los contenidos se organizan en cinco secciones:
- Qué significa pertenecer a un grupo.
- Adquirir conocimiento de las personas que pertenecen a un grupo.
- Tomar conciencia de sus características personales.
- Reconocer e identificar sentimientos.
- Reconocer conflictos interpersonales.
Los objetivos que propone este programa son válidos para todos los niveles
educativos y están orientados a ser trabajados en las sesiones de tutoría.
Objetivos:
- Adquirir un buen nivel de autoconciencia emocional.
- Alcanzar un adecuado control emocional a nivel de comprensión y
expresión de las emociones para tolerar la frustración, expresar enfado u
otras emociones negativas de modo socialmente correcto.
- Incrementar las capacidades empáticas.
- Mejorar las relaciones interpersonales y habilidades para identificar las
situaciones conflictivas y sus causas.
Procedimientos:
- La didáctica que utiliza se basa en actividades de papel y lápiz, aunque
complementadas con algunas estrategias como la reinterpretación, la re-
atribución cognitiva, la sustitución de los pensamientos negativos por otros
más positivos y dinámicas de grupo (debates, lluvia de ideas, etc.).
Contenidos:
- Conocimiento de la autoestima y emociones.
- Identificación de los diferentes estados de ánimo de interacción social.
- Las emociones positivas y su influencia en la autoconfianza, autoestima y
en la automotivación.
- Aprender las 31 habilidades de la inteligencia emocional y aplicarlas a
situaciones cotidianas.
- Proposición de pautas de afrontamiento según el modelo de solución de
problemas.
- Las habilidades de comunicación desde el enfoque de los componentes
conductuales (verbales y no verbales), normas prácticas sobre el
contenido y las formas de las conversaciones.
Objetivos:
- Tomar conciencia de las necesidades, dificultades y contradicciones
propias de la adolescencia.
- Aceptar la responsabilidad de los propios actos y sentimientos.
- Deshacerse de modelos inapropiados.
- Identificar emociones y motivaciones positivas y negativas.
- Canalizar las preocupaciones a través del diálogo para comprender lo que
les está sucediendo.
- Analizar los efectos de la autoestima sobre la conducta personal y las
relaciones interpersonales.
Procedimientos:
Las actividades propuestas por dicho proyecto son las siguientes: debate en
grupo y puesta en común, elaboración de fichas individuales, lluvia de ideas,
análisis de anuncios publicitarios, realización de trabajos sobre la sexualidad,
ensayo de respuesta frente a determinadas emociones, escribir narraciones,
lectura comprensiva de textos y confección de murales.
Contenidos:
Los contenidos de este programa tratan el significado de crecer (cambios
físicos, psíquicos y sociales propios de la adolescencia), la dinámica del grupo
familiar y las relaciones interpersonales.
Procedimientos:
La propuesta se compone por técnicas de moldeamiento, representación de
papeles, retroalimentación del rendimiento y transferencia a otros ámbitos.
Contenidos:
El programa contiene cincuenta habilidades que se organizan en seis grupos:
Habilidades sociales primarias: escuchar, iniciar y mantener
conversaciones, formular preguntas, agradecer, presentarse y presentar
a otras personas, hacer cumplidos.
Habilidades sociales avanzadas: pedir ayuda, participar, dar
instrucciones, seguir instrucciones, disculparse, convencer a los demás.
Habilidades relacionadas con los sentimientos: conocer y expresar
los propios sentimientos, comprender los sentimientos de los demás,
enfrentarse con el enfado del otro, expresar afecto, superar el miedo,
autorecompensarse.
Habilidades alternativas a la agresión: pedir permiso, compartir algo,
ayudar a los demás, negociar, autocontrolarse, defender los propios
derechos, responder a las bromas, evitar problemas y peleas con los
compañeros.
Habilidades para hacer frente al estrés: formular y responder a una
queja, demostrar deportividad en el juego, superar la vergüenza,
arreglárselas cuando le dejan de lado, defender a un amigo, responder a
la persuasión, afrontar el fracaso, enfrentarse a los mensajes
contradictorios, responder a una acusación, prepararse para una
conversación difícil, hacer frente a las presiones del grupo.
Habilidades de planificación: tomar decisiones, discernir sobre las
causas de un problema, establecer un objetivo, determinar las propias
habilidades, recoger información, resolver los problemas según su
importancia, concentrarse en las tareas.
Programa: Desconócete a ti mismo (Güel y Muñoz, 1999-00)
Programa basado en la alfabetización emocional, es decir, su concreción
requiere de las estrategias de enseñanza-aprendizaje y de la ejercitación
continua. La finalidad del programa es desarrollar por medio de un programa
de entrenamiento la inteligencia emocional del alumnado de Educación
Secundaria Obligatoria y de Bachillerato.
Objetivos:
- Mejorar el autoconocimiento y la autoestima.
- Incrementar los niveles de autocontrol emocional.
- Aprender a expresarse emocionalmente.
- Ampliar las capacidades empáticas.
- Mejorar la asertividad y evitar conductas agresivas y pasivas.
- Conocer y mejorar las habilidades comunicativas.
- Optimizar las relaciones interpersonales.
- Ser capaz de resolver problemas psicosociales.
- Progresar en la toma de decisiones.
- Descubrir las habilidades creativas.
Procedimientos:
Las estrategias utilizadas hacen referencia a dinámicas tradicionales de
conocimiento de grupo, de creatividad para enfocar los problemas, para decir
que no, para recibir las críticas, ensayo y retroalimentación, juego de roles,
exposiciones públicas y actividades de síntesis.
Contenidos:
Este programa contiene diez unidades temáticas dentro de las cuales se
trabaja el desarrollo de las diferentes habilidades propuestas en los objetivos:
Objetivos:
- Favorecer la cantidad y calidad de las interacciones en el grupo-clase como
medio para mejorar el clima relacional de aula y la cohesión grupal.
- Fomentar el desarrollo integral del alumnado.
- Potenciar las habilidades básicas para equilibrar la autoestima, las actitudes
de respeto, la tolerancia y la prosocialidad.
- Incrementar las capacidades de esfuerzo frente a las tareas, y las
habilidades de comprensión y control de las propias emociones.
- Entender que las habilidades sociales son importantes y que pueden
entrenarse.
- Proporcionar estrategias que faciliten el proceso de integración social del
alumnado.
Procedimientos:
Utilización de estrategias socioafectivas y vivenciales tales como simulaciones,
dramatizaciones, juegos de rol y las propias situaciones cotidianas.
Contenidos:
- Autoconciencia.
- Autocontrol emocional.
- Motivación.
- La capacidad de empatía.
- Las habilidades sociales.
Objetivos generales:
- Lograr un mejor conocimiento emocional.
- Desarrollar habilidades para controlar las propias emociones, generarse
emociones positivas, automotivarse.
- Adoptar actitud positiva ante la vida.
- Aprender a fluir.
Objetivos específicos:
- Desarrollar la capacidad para controlar estados depresivos, estrés,
ansiedad y tolerar la frustración.
- Potenciar las habilidades para aplazar las recompensas.
- Fomentar el sentido del humor y los estados de bienestar.
Procedimientos:
Contenidos:
- Marco conceptual de las emociones: concepto de emoción, los fenómenos
afectivos, el cerebro emocional, las emociones y la salud, emoción y
motivación, la inteligencia emocional.
- Tipos de emociones e intensidad, especificidad y polaridad.
- Conciencia emocional: conocer y comprender las propias emociones y las
emociones de los demás, comprender las causas y consecuencias de las
emociones, reconocer la diferencia entre pensamientos, acciones y
emociones, el lenguaje emocional y la expresión verbal.
- Control emocional: un manejo de la ira, la agresividad, la impulsividad,
tolerancia a la frustración, demorar las gratificaciones, automotivación y
prevención de los efectos de las emociones negativas.
- Estrategias de control emocional: diálogo interno, autoafirmaciones
positivas, asertividad frente a las presiones ambientales, estilos de
atribución causal, la interrogación cognitiva, reestructuración cognitiva,
imaginación emotiva, creatividad, terapia emocional y educación emocional.
- Control del estrés: concepto de estrés y estrategias de control del estrés.
- Autoestima: autoconcepto y autoestima, y desarrollo de expectativas
realistas sobre las propias capacidades.
- Comunicación efectiva y afectiva: características de la comunicación
efectiva, escucha activa, comunicación no verbal y empatía.
- Relaciones interpersonales y habilidades socio-emocionales: leer e
interpretar las claves sociales, observarse a sí mismo desde la perspectiva
de los demás, trabajo en grupo y habilidades sociales básicas.
- Resolución de conflictos: negociación y mediación e identificación de las
alternativas de acción.
- Las emociones en la toma de decisiones, tomar conciencia de las
decisiones y ser responsable de las decisiones de habilidades de tiempo
libre.
- Factores de bienestar subjetivo: relaciones sociales y afectivas, trabajo y
salud.
- Factores socioeconómicos y características personales.
- Aprender a fluir.
Contenidos:
Los contenidos se organizan en tres niveles:
Primer nivel: dirigido al alumnado de Segundo Ciclo de Educación
Primaria (8-10 años), y comprende sobre interrogaciones que versan
sobre: la autoestima, las habilidades sociales, la solución de problemas,
estado de ánimo, aprender a dialogar, el uso adecuado de gestos en la
conversación, elogios, pedir por favor, etc.
Segundo nivel: está orientado al alumnado del Tercer Ciclo de Primaria
(11 a 12 años) y contiene las siguientes unidades: yo soy así, así funciona
mi autoestima, comunica lo que sientes, habilidades de conversación,
cómo expresar una queja, decir no, hacer y recibir cumplidos…
Tercer nivel: dirigido al alumnado de la ESO y FP (12 a 16 años), y
trabaja: conducta asertiva, no asertiva y agresiva, cómo observar las
situaciones sociales, cómo mejorar tus conversaciones, habilidades
sociales no verbales, cómo defender tus derechos respetando los de los
demás, cómo responder a las críticas, cómo solucionar problemas,
trabajar en equipo, cómo mejorar las relaciones con el sexo opuesto,
controla tus pensamientos y la relajación es una ayuda para tus nervios.
MÓDULO VI: CONCLUSIÓN.
La educación de la inteligencia emocional cubre diversas necesidades de los
alumnos. En la actualidad, el profesorado está concienciado de la necesidad de
trabajar este ámbito, siendo la observación de las prácticas diarias útiles para
trabajar sus componentes.
A lo largo de los módulos anteriores, hemos abarcado desde distintas
perspectivas la inteligencia emocional. Hemos partido de sus bases,
analizando el concepto, sus orígenes y sus dimensiones. También se han
establecido los distintos modelos en los que se basa su desarrollo.
Otro módulo ha sido estructurado desde el desarrollo de la inteligencia
emocional, desde las distintas etapas educativas, diferenciando entre primera
infancia, etapa de escolarización hasta la pubertad y etapa de la adolescencia.
Un apartado especialmente importante es el desarrollo de la inteligencia
emocional desde los distintos ámbitos educativos: la familia y la escuela, ya
que son los dos agentes socializadores más importantes en el desarrollo de los
niños. Hemos diferenciado la intervención en familia y la intervención en la
escuela teniendo en cuenta los elementos más significativos para favorecer en
cada uno de ellos. En este último, hemos diferenciado entre el desarrollo de la
inteligencia emocional en el sistema educativo en general y más concreto en el
aula.
Por último, se ha dedicado un capítulo a los programas más utilizados para
desarrollar la inteligencia emocional en nuestras escuelas. Cada uno de ellos
tiene unas finalidades, contenidos y procedimientos concretos.
Para finalizar solo nos queda destacar la importancia que tiene la intervención
sobre las emociones dentro del sistema educativo y cómo los miembros de la
comunidad educativa deben colaborar para poder alcanzar una de las
finalidades de la educación: el desarrollo integral del alumno.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS