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Artículo Israel Historias de Agua y Energía PDF
Artículo Israel Historias de Agua y Energía PDF
https://www.energias-renovables.com/panorama/israel-10-historias-de-agua-y-energia-
20190110
Energías Renovables.
Aquí cuatro gotas de agua son siempre bien recibidas. “Llueve, Oshik, buenas noticias”. Y
Oshik sonríe: “Desde luego que sí”. Nos acaba de contar cómo surgió la idea de su
empresa, HomeBiogas, dedicada a la fabricación de un sencillo biodigestor que está
transformando la vida de quienes menos tienen. Entre ellos, familias de palestinos
nómadas. Oshik Efrati es judío. Y sus palabras y su mirada invitan a pensar que es de esas
personas capaces de ponerse en la piel del otro. Gente imprescindible en esta tierra que
necesita hablar y mirar.
Esta es una historia llena de pequeñas historias. En una tierra que ha marcado el devenir
de la civilización occidental desde hace 2.000 años. Lo sigue haciendo. Porque este
hervidero de culturas es un polvorín en riesgo permanente, una región que no necesita
grandes excusas para entrar en combustión. Invitados por la Federación de Comunidades
Judías de España, varios periodistas hemos podido recorrer Israel de norte a sur –es un
país pequeño, poco más de 22.000 kilómetros cuadrados, como la Comunidad
Valenciana– para descubrir cómo está afrontando los retos ambientales.
Oshik Efrati es CEO y fundador de HomeBiogas. Es de un pueblo muy cercano a Beit Yanai,
donde se encuentra la empresa, en la costa, al norte de Tel Aviv. Han desarrollado un
biodigestor muy simple que permite producir biogás para cocinar, a partir de la
fermentación de la basura orgánica. No consume nada de electricidad, es un proceso
natural que logran las bacterias anaeróbicas. Pesa 22 kilos. Y puedes instalarlo tú solo,
porque trabaja a muy poca presión, lo que evita cualquier riesgo. De hecho, para crear
presión y que el biogás salga del digestor simplemente ponen encima bolsas de arena.
Además de biogás producen un valioso fertilizante orgánico. “Para que funcione de forma
constante basta con añadir basura cada día”, explica Oshik, que recuerda que “en el
mundo hay 3.000 millones de personas que cocinan con leña, y eso es una muerte
silenciosa por el humo que respiran día a día”.
El biodigestor está fabricado para durar unos 15 años. Su precio es de 650 dólares y en
2018 han vendido 4.000 biodigestores, sobre todo en países en desarrollo y con climas
cálidos, porque en climas fríos las bacterias no viven bien. Además, donde hay uno de
estos digestores el entorno está limpio porque la gente recoge toda la basura orgánica
posible para alimentar el sistema. HomeBiogas nació en 2012. Entonces eran tres
personas, tres viejos amigos. Ahora tiene 25 empleados y en 2018 han multiplicado su
facturación por cinco. “Cada día nos llegan fotos y vídeos de todo el mundo con nuevas
instalaciones del biodigestor. Es una satisfacción enorme”. Algunas de esas fotos son de
familias de palestinos nómadas en las que los niños sufren de asma por cocinar con leña. Y
que ahora cuentan con un HomeBiogas gracias a la colaboración de la empresa de Oshik
con la Fundación Simon Peres.
El próximo 9 de abril los israelíes están llamados a las urnas para configurar un nuevo
Parlamento. Pero más allá de quién ocupe sus 120 escaños, la Knesset se ha propuesto
convertirse en un parlamento ambientalmente sostenible, que sirva de modelo para el
país. Y para ello quiere transformar la visión y el comportamiento de los propios
parlamentarios y los empleados de la sede de la soberanía popular con un proyecto
denominado ‘Green Knesset’. Recoge medidas relacionadas con eficiencia energética,
renovables, agua, reciclado y cultura de la sostenibilidad. Entre 2014 y 2016, en la primera
fase del proyecto, se invirtieron 7 millones de shekels (1,6 millones de euros
aproximadamente), una inversión que está a punto de ser amortizada. Entre otras cosas
porque la Knesset ha reducido en este tiempo su consumo de energía más de un 30%. Y a
pesar de que los controles de seguridad para acceder al complejo exigen una cierta
paciencia, el Parlamento ha decidido organizar tours de visitantes para que todo el país
pueda conocer lo que hacen sus políticos para ahorrar recursos y generar la menor huella
ambiental posible.
La Knesset cuenta con una instalación fotovoltaica de 450 kWp. Para ahorrar energía se ha
instalado un software que apaga todos los equipos informáticos al acabar la jornada
laboral. Todas la estancias cuentan con detectores de presencia para activar o desactivar
la iluminación, todas las lámparas son led. El cambio de sistemas de climatización por
otros más eficientes ha reducido el consumo eléctrico y de gas hasta en un 40%. El nuevo
sistema de riego de los jardines ha conseguido ahorrar 12.000 m3 de agua al año, lo que
supone un 60% menos. Las botellas han dejado paso a las jarras de agua del grifo en las
comisiones parlamentarias. Todos los materiales usados dentro del edificio se separan y
reciclan. Y los cargadores para vehículos eléctricos han dejado de ser una anécdota. Todo
el dinero ahorrado por el proyecto se reinvertirá en nuevas iniciativas ambientales. Y hay
una pantalla dentro del edificio donde se puede ver en tiempo real la energía y el dinero
ahorrados con el proyecto, y las emisiones de CO2 evitadas.
Imagina un espacio, mitad jardín, mitad huerto, un remanso verde en medio de Jerusalén,
un punto de encuentro. Con esta idea nacieron los jardines comunitarios en la década de
los 60 del siglo pasado. Y con ese propósito se mantienen hoy, de forma casi milagrosa, en
medio de la presión urbanística e inmobiliaria que persigue cada palmo de terreno. Son
los propios ciudadanos de cada zona –nosotros visitamos el que se encuentra en la
llamada Colonia Alemana– los que han decidido conservarlos y darles un rol activo que
trata de implicar a la gente en la promoción de actividades ecológicas, planificación
urbana y educación ambiental. Y para su mantenimiento cuentan con el trabajo de
voluntarios y con campañas periódicas de crowdfunding.
Nos recibe Yossi Fisher, coCEO y fundador de Solaris Synergy, una empresa con sede en
Jerusalén que ha desarrollado un innovador sistema de paneles fotovoltaicos flotantes.
Solaris nació en 2008 y desde entonces no ha hecho más que crecer. “Es un mercado que
comenzó a despuntar en 2013, pero crecerá muy rápido”, apunta Fisher. La compañía ya
factura 1,2 millones de dólares y ha desarrollado tres plantas, dos en Israel y una en
Singapur. La primera de Israel se puso en marcha en 2014, con un proyecto de 50 kWp en
un embalse del centro Eshkol. En octubre de 2018 se concluyó la instalación del kibutz
Hasolelim, de 690 kWp. La planta de Singapur se construyó en 2016 y tiene una potencia
de 100 kW. Este año 2019 tienen previsto iniciar otra instalación en Corea del Sur de 720
kWp. Y la suma de proyectos en desarrollo llega a los 5 MW en todo el mundo.
Los paneles flotantes son bien conocidos en España, donde ya hay varias instalaciones
como la de Lorca (Murcia), con 392 kW instalados en una balsa de riego. Sólo en Andalucía
se contabilizan unas 10.000 balsas que podrían ser susceptibles de albergar estos paneles
flotantes.
Paneles flotantes de Solaris en el kibutz Hasolelim.
Ubicado en el desierto del Negev, al sur de Israel, el kibutz Sde Boker es conocido por
haber sido el hogar de David Ben Gurion, uno de los fundadores del Estado de Israel, y su
primer Primer Ministro, entre 1948-54. Su casa hoy funciona como museo. Los kibutz son
comunas agrícolas, de ideología socialista, que siguen atrayendo a judíos de todo el
mundo.
Muy cerca de allí está el Albert Katz International School for Desert Studies, de la
Universidad Ben Gurion, donde trabaja la arquitecta Nora Hubermann. Su especialidad es
el diseño de edificios pasivos, sostenibles, con la máxima eficiencia energética, de
consumo casi nulo. El 60% de Israel es desierto. El Negev ocupa una superficie de unos
13.000 km2 donde se alcanzan temperaturas cercanas a los 50ºC en verano. “Y a pesar de
todo, en el Albert Katz no hay aire acondicionado en casi ninguna estancia. En cualquier
caso, la mayor dificultad para mantener una temperatura confortable en el interior de los
edificios sin consumir energía se da en las noches de invierno, que son muy frías”, explica
Hubermann. Allí se experimenta con materiales como piedra, barro (adobe), y diferentes
tipos de aislantes, naturales y sintéticos. “Nosotros siempre decimos que en un edificio
pasivo, el que vive dentro tiene que ser activo”.
En los primeros meses de 2019 se concluirá el complejo solar de Ashalim, un proyecto que
combina termosolar (una central de torre y otra cilindro parabólica) y fotovoltaica, y para
el que se han asociado BrightSource Energy, General Electric y NOY Infrastructure &
Energy Investment Fund. En su construcción participan también empresas españolas como
la ingeniería TSK. La instalación es visible desde muchos puntos del Negev porque, con 250
metros de altura, la de Ashalim es la torre termosolar más alta del mundo. La central, de
121 MW, cuenta con 55.000 helióstatos que siguen constantemente al sol. Cuando entre
en funcionamiento ayudará a Israel a lograr su objetivo de alcanzar el 10% de electricidad
con renovables para 2020. La energía del proyecto se venderá a la empresa pública Israel
Electric Corporation (IEC), la principal eléctrica del país, bajo un acuerdo de compra de
energía a largo plazo. La electricidad generada en Ashalim será suficiente para suministrar
energía limpia a 120.000 hogares y evitar la emisión de 110.000 toneladas de CO2 cada
año a lo largo de su vida útil.
Hasta aquí es más o menos un proceso convencional en este tipo de instalaciones. Lo que
es único en esta planta es el tratamiento adicional del agua. Porque infiltran el efluente en
el campo, en Rishon Letzion, sobre la arena hasta que el agua llega al acuífero, donde
permanece entre tres meses y un año. A 90 metros de profundidad el acuífero tiene una
capa de impermeabilización que evita que ese agua se pierda. “Después de ese tiempo
recuperamos de nuevo el agua del acuífero a través de 150 pozos. Ese agua, filtrada por la
arena y sometida a un intercambio iónico y un tratamiento biológico, es bombeada luego
hacia el desierto del Negev, a unos 90 km al sur, donde se utiliza para usos agrícolas.
Empezamos con este tratamiento en 1978. Y solo en algunas plantas de California,
Sudáfrica y Holanda hacen algo parecido a lo que hacemos aquí”, apunta Nelly Icekson-
Tal.
En 1945 vivían en Israel menos de un millón de personas. Hoy son 9 millones. Y necesitan
agua. El centro Eshkol, en el Valle Beit Netofa, junto al Mar de Galilea, está al norte de
Israel. Desde aquí el agua del río Jordán es bombeada a través de un sistema de cañerías
que recorre el país. Además, es tratada para mejorar su calidad en la planta central de
filtración, también ubicada aquí. Nos guía Arnon Eshel, director de comunicación de
Mekorot. “Israel existe porque ha sido capaz de solucionar problemas como el del agua
con tecnología”, dice mientras recuerda que una de las máximas de los primeros líderes
del país fue la de “hacer florecer el desierto”. El 80% del agua potable –200 litros por
persona y día– procede de la desalinización, para lo que cuentan con cinco plantas
desaladoras. Un 5% tiene su origen en el Mar de Galilea (así se le llama al lago Tiberíades,
donde Jesús de Nazaret caminó sobre las aguas). Y el 15% restante procede de aguas
subterráneas.
Al norte del país, muy cerca de la frontera con Líbano y Siria, está el Lago Hula. A finales
de noviembre había aquí más de 50.000 grullas. No en vano estamos en uno de los
espacios de observación de aves más importantes del mundo. Una reserva ecológica de
zonas húmedas internacionalmente reconocida, que se encuentra en una de las
principales áreas de paso de las rutas migratorias de las aves. Lo mismo que sucede con el
Estrecho de Gibraltar a este otro lado del Mar Mediterráneo. Dos veces al año, en las
épocas de paso, en torno al Lago Hula buscan refugio y comida más de 500 millones de
aves de 390 especies diferentes.
Pero en Herzliya dan especial importancia a la batalla que han emprendido contra los
plásticos, sobre todo el plástico de un solo uso. Hay un dato que resulta relevante, y que
explica Maya Jacobs, directora de la organización ambientalista Zalul, que trabaja en esta
campaña con las autoridades municipales. “Israel, que tiene una población de 9 millones
de habitantes, consume tanto plástico como un país de 80 millones. Somos el segundo
país del mundo, tras Estados Unidos, en consumir plásticos de un solo uso”. Por eso, una
de las principales acciones desde que comenzó la campaña en julio de 2017 es la
educación ambiental que ayude a los israelíes a concienciarse del problema. “Además de
los ciudadanos, las empresas y el comercio están reaccionando muy bien a las propuestas
para reducir el uso del plástico”.