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INTRODUCCIÓN
Es la clara doctrina de las Escrituras que Dios puede ser conocido. Nuestro Señ or
enseñ a que la vida eterna consiste en el conocimiento de Dios y de Jesucristo, a quien El
ha enviado. Pablo incluso dice de los paganos que habı́an conocido a Dios, pero que no
tuvieron a bien retener este conocimiento (Ro 1: 19, 20, 21, 2).
A. ESTADO DE LA CUESTIÓN.
Sin embargo, es importante comprender de manera clara lo que se signi ica cuando se
dice que Dios puede ser conocido.
1. Con esto no se signi ica que podamos conocer todo lo que es verdadero acerca de
Dios. Habı́a algunos entre los antiguos iló sofos que enseñ aban que la naturaleza de
Dios puede ser comprendida y determinada tan plenamente como cualquier otro
objeto del conocimiento. La moderna escuela especulativa enseñ a la misma doctrina.
Segú n Schelling, Dios es conocido en su propia naturaleza por intuició n directa de la
má s alta razó n. Supone é l que hay en el hombre un poder que trasciende los lı́mites
de la consciencia ordinaria y que pasa a conocer de manera directa el In inito.
Cousin encuentra este conocimiento en la comú n consciencia humana. Esta consciencia
incluye el conocimiento del In inito ası́ como de lo inito. Conocemos lo uno como
conocemos lo otro, y no podemos conocer lo uno sin conocer lo otro. Estos iló sofos
reconocen todos que no podrı́amos conocer ası́ a Dios si nosotros mismos no fuera mas
Dios. Para ellos, el auto-conocimiento es el conocimiento de Dios. Es in inito, impersonal,
divino. Nuestro conocimiento de Dios, por ello, es só lo Dios conocié ndose a Sı́ misma.
Naturalmente no es en este sentido que las Escrituras y la Iglesia enseñ an que Dios puede
ser conocido.
DIOS, INCONCEBIBLE.
3. Cuando se dice que Dios puede ser conocida, no se signi ica que pueda ser
comprendido. Comprender es tener un conocimiento completo y exhaustivo de un
objeto. Es entender su naturaleza y relaciones. No podemos comprender la fuerza, y
especialmente ella es cierto de la fuerza vital. Vemos su efecto, pero no podemos
entender su naturaleza ni el modo en que actú a. Seria extrañ o que conocié ramos
má s de Dios que de nosotros mismos, o de los objetos má s familiares a nuestros
sentidos. Dios es inescrutable. No podemos. Entender a perfecció n al Omnipotente.
Comprender es:
(1) Conocer la esencia ası́ como los atributos de un objeto.
(2) Es conocer no só lo algunas, sino todos sus atributos.
(3) Conocer la relació n que estos atributos tienen entre si y con la sustancia a la que
pertenecen.
(4) Conocer la relació n que el objeto con respecto a todos los otros objetos. Tan
conocimiento es claramente imposible en una criatura, tanto acerca de sı́ mismo
como de cualquier cosa fuera de é l mismo. Sin embargo, es sustancialmente ası́ que
las trascendentalistas pretenden conocer a Dios.
¿Có mo procede la mente para formarse su idea de Dios? Los teó logos antiguos
respondı́an a esta pregunta diciendo que es por vı́a de negació n, por vı́a de eminencia y
por vı́a de causalidad. Esto es, negamos a Dios toda limitació n; le adscribimos a El toda
excelencia en el mayor grado; y le atribuimos a El como la gran Causa Primera todos los
atributos manifestados en sus obras. Somos hijos de Dios, y por tanto somos semejantes a
El.
Por ello estamos autorizados a adscribirle a El todos los atributos de nuestra propia
naturaleza como criaturas racionales, sin limitació n y en grado in inito. Si somos como
Dios, Dios es semejante a nosotros. Este es el principio fundamental de toda religió n. Este
es el principio que Pablo dio por supuesto en su discurso a los atenienses (Hch 17:29):
«Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o
plata, o piedra, escultura de arte y de imaginació n de hombres».
Por la misma razó n no deberı́amos pensar que El sea un Ser simple o una mera
abstracció n, un nombre para el orden moral del universo, o la causa ignota e
incognoscible de todas las cosas, -una mera fuerza inescrutable. Si somos sus hijos, El es
nuestro Padre, de cuya imagen somos portadores, y de cuya naturaleza somos partı́cipes:
Esto es, en el sentido propio del té rmino, Antropomor ismo, una palabra de la que se ha
abusado mucho, y que a menudo se emplea en mal sentido para expresar la idea de que
Dios es absolutamente como nosotros, un ser de semejantes limitaciones y pasiones. Pero
en el sentido acabado de explicar expresa la doctrina de la Iglesia y de la gran masa de la
humanidad. Bien dice Jacobi: «Confesamos, pues, un Antropomor ismo inseparable de la
convicció n de que el hombre es portador de la imagen de Dios; y mantenemos que aparte
de esto, el Antropomor ismo, que siempre ha sido llamado Teı́smo, no es nada sino
ateı́smo o fetichismo».
C. PRUEBA DE QUE ESTE MÉTODO ES FIABLE.
1. Por cuanto es una ley de la naturaleza. Incluso en la forma má s baja de fetichismo se
supone que la vida del adorador pertenece al objeto que adora. Al poder temido se le
suponen unas capacidades semejantes a las nuestras. De la misma manera, bajo
todas las formas de politeı́smo, los dioses de la gente han sido considerados como
seres personales inteligentes. Es só lo en las escuelas de ilosofı́a que encontramos un
mé todo diferente de formarse una idea de la Deidad.
La masa de la humanidad cree que las cosas son tal como las percibimos. Y esto lo
niegan los iló sofos. A irman que no percibimos las cosas mismas, sino ciertas ideas,
especies o imá genes de las cosas; que no tenemos ni podemos tener conocimiento de lo
que son las cosas mismas. Por lo que dicen que no podemos tener conocimiento de lo que
Dios es; só lo sabemos que somos llevados a pensar de El de una cierta manera, pero que
no só lo no estamos autorizados a creer que nuestra idea se corresponda con la realidad,
sino que, dicen ellos, es cosa cierta que Dios no es lo que pensamos que es.
Ası́ como el comú n de la gente está n en lo cierto en lo primero, tambié n está n en lo
cierto en lo segundo. En otras palabras, Von den gö ttlichen Dingen», nuestra convicció n
de que Dios es lo que El ha revelado ser reposa sobre la misma base que nuestra
convicció n de que el mundo externo es lo que pensamos que es. Este fundamento es la
veracidad de la consciencia, o la iabilidad de las leyes de la creencia que Dios ha
imprimido sobre nuestra naturaleza. ...
NUESTRA NATURALEZA MORAL DEMANDA ESTA IDEA DE DIOS.
5. Un quinto argumento se basa en el hecho de que las obras de Dios mani iestan una
naturaleza semejante a la nuestra. Es un principio sano que debemos atribuir a una
causa los atributos necesarios para dar cuenta de sus efectos. Si los efectos
mani iestan inteligencia, voluntad, poder y excelencia moral, estos atributos deben
pertenecer a la causa. Ası́, como las obras de Dios son una revelació n de todos estos
atributos en una escala totalmente sobrecogedora, tienen que pertenecer a Dios en
un grado in inito. Con esto só lo se dice que la revelació n hecha de Dios en el mundo
externo concuerda con la revelació n que El ha hecho de sı́ mismo en la constitució n
de nuestra propia naturaleza: En otras palabras, demuestra que la imagen de Sı́
mismo que El ha imprimido en nuestra naturaleza es una verdadera semejanza.
ARGUMENTO EN BASE DE LA ESCRITURA.
6. Las Escrituras declaran que Dios es justamente aquello que somos llevados a pensar
que es cuando le adscribimos las perfecciones de nuestra propia naturaleza en un
grado in inito. Somos conscientes de nosotros mismos, y ası́ lo es Dios. Somos
espı́ritus, y El tambié n. Somos agentes voluntarios, y ası́ lo es Dios. Tenemos una
naturaleza moral, verdaderamente des igurada de una manera mı́sera, mientras que
Dios tiene una excelencia moral en perfecció n in inita. Somos personas, y ası́ lo es
Dios. Y las Escrituras a irman que esto es verdad.
La gran revelació n primordial de Dios es como el «Yo Soy», el Dios personal. Todos los
nombres y tı́tulos que se le da, todos los atributos que se le adscriben, todas las obras que
se le atribuyen, son revelaciones de lo que El realmente es. El es Elohim, el Poderoso,
Santo, y Omnipresente Espı́ritu; El es el creador, preservador y gobernante de todas las
cosas. El es nuestro Padre. El es quien atiende a la oració n, el dador de todo bien. El,
alimenta a los cuervos jó venes. El viste a las lores del campo. El es Amor.
El ama el mundo de tal manera que dio a su Hijo unigé nito, para que todo el que en El
crea no se pierda, sino que tenga la vida eterna. El es misericordioso, longá nimo,
abundante en bondad y verdad. El es una ayuda presente en cada tiempo de necesidad;
un refugio, una alta torre, un galardó n sobremanera grande. Las relaciones que, segú n la
Escritura, tenemos con Dios, son del tipo que só lo podemos mantener con un ser
semejante a nosotros. El es nuestro gobernante y padre, con quien podemos tener
relació n. Su favor es nuestra vida, su misericordia mejor que la vida. Esta sublime
revelació n de Dios en su propia naturaleza y en su relació n con nosotros no es ningú n
engañ o. No es una mera verdad reguladora, o serı́a un engañ o y una burla. Nos da a
conocer a Dios como El es realmente. Por ello conocemos a Dios, aunque ninguna criatura
puede comprender al Omnipotente a la perfecció n.
EL ARGUMENTO EN BASE DE LA MANIFESTACIÓN DE DIOS EN CRISTO.
John Owen dice: «Todas las concepciones racionales de las mentes de los hombres
quedan sorbidas y perdidas si quieren ejercitarse de manera directa sobre lo que es
absoluto, inmenso, eterno e in inito. Cuando decimos que es ası́, no conocemos lo que
decimos, sino só lo que no es de otra manera. Lo que negamos de Dios lo conocemos en
cierta medida pero no conocemos lo que a irmamos; só lo que declaramos lo que creemos
y adoramos».
Cuando se dice que Dios es incognoscible, todo depende de qué se entienda por
conocimiento. Para [Hamilton] conocer es comprender, tener una concepció n de inida, o
imagen mental. Ello es evidente por su uso indistinto de las palabras impensable,
incognoscible e inconcebible. Ası́ tambié n, en una sola pá gina Mansel emplea las frases
«aquello que no pensamos ni podemos pensar», «aquello que no podemos concebir»,
«aquello que somos incapaces de comprender» como signi icando una y la misma cosa.
Ello tambié n se demuestra en la forma en la que se emplean otras palabras y frases;
por ejemplo, el In inito, el Absoluto, un comienzo absoluto, un todo absoluto, una parte
absoluta, cualquier aumento o disminució n del complemento del ser. Sin embargo, el
ú nico sentido en que estas cosas son impensables es que no podemos formamos una
imagen mental de las mismas. Un distinguido profesor alemá n, cuando se decı́a algo a lo
que é l no podı́a asentir, tenia la costumbre de extender las manos y de cerrar los ojos, y
decir: «Ich kann gar keine Anschauung davon machen», No puedo verlo con el ojo de mi
mente, no puedo hacerme una imagen de ello. Esta parece ser una manera materialista de
considerar las cosas. Lo mismo puede decir de causa, sustancia y alma, de nada de lo cual
nos podemos formar una imagen mental; sin embargo, no son impensables.
Una cosa impensable só lo cuando se ve imposible, o cuando no podemos asignar
signi icado alguno a las palabras o proposiciones con las que se enuncia. Esta
imposibilidad de pensamiento inteligente puede surgir de nuestra debilidad. Los
problemas de las altas matemá ticas son impensables para un niñ o, O bien la
imposibilidad puede surgir de la naturaleza misma de la cuestió n.
Que un triá ngulo tenga cuatro lados o que un cı́rculo sea cuadrado (absolutamente
impensable. Pero no es en ninguno de estos sentidos que el In inito es impensable. No es
imposible, porque tanto Hamilton como Mansel admiten que Dios es de hecho in inito; y
no se trata de una proposició n ininteligible. Cuando la mente se dice a si misma que el
espacio es in inito, esto es, que no puede ser limitado, sabe tan bien lo que a irma como
cuando dice que dos má s dos suman cuatro.
Y tampoco es impensable un comienzo absoluto. Si, en verdad, por comienzo absoluto
se signi ica un comienzo encausado, la venida a la existencia de algo proveniente de la
nada. Entonces es imposible y por ello impensable. Pero esta sentencia se aplica a la
creació n ex nihilo, que es declarada impensable. Sin embargo, esto debe negarse.
Nosotros queremos mover un miembro, y lo movemos. Dios dijo: Sea la luz, y fue la luz.
El primer acontecimiento es igual de inteligible que el segundo. En ninguno de estos
casos conocemos el nexo entre el antecedente y el consecuente, entre la volició n y el
efecto; pero como hechos, son igualmente pensables y cognoscibles.
Qué se signi ica por conocimiento.
El conocimiento es la percepció n de la verdad. Sea lo que sea que la mente percibe
como verdadero, sea intuitiva o discursivamente, esto lo conoce, Tenemos un
conocimiento inmediato de todos los hechos de la consciencia; y con respecto a otras
cuestiones, algunas los podemos demostrar, algunas las podemos probar por analogı́a, y
algunas las tenemos que admitir o involucramos en contradicciones y absurdos. Sea cual
sea el proceso que la mente instituya, si llega a una clara percepció n de que una cosa es,
entonces aquella cosa es un objeto del conocimiento.
Es ası́ que conocemos los objetos de que está n repletos el cielo y la tierra. Es ası́ que
conocemos a nuestros semejantes. Con respecto a todo lo que esté fuera de nosotros,
cuando nuestras ideas, o convicciones con respecto a ello, se corresponden con aquello
que la cosa es, la conocemos. ¿Có mo sabemos que nuestro amigo má s entrañ able tiene
alma, y que esta alma tiene inteligencia, excelencia moral y poder? No podemos ver ni
sentir nada de esto. No podemos hacemos una imagen mental de ello. Es misterioso e
incomprensible.
Pero sabemos que es, y lo que es, con la misma certidumbre con que sabemos que
nosotros, somos, y lo que somos. De la misma manera, sabemos que Dios es, y lo que El
es. Sabemos que El es un espı́ritu, que tiene inteligencia, excelencia moral y poder hasta
un grado in inito. Sabemos que El puede amar, compadecerse y perdonar; que El puede
oı́r la oració n y responder a ella. Conocemos a Dios en el mismo sentido y con la misma
certidumbre con que conocemos a nuestro padre y madre. Y nadie puede quitar este
conocimiento de nosotros, ni persuadirnos de que no es conocimiento, sino una mera
creencia irracional.
Dios no ha constituido nuestra naturaleza para hacerla necesariamente engañ osa. Los
sentidos, la razó n y la conciencia, dentro de sus apropiadas esferas, y en su ejercicio
normal, son guı́as dignos de con ianza. Nos enseñ an verdades reales, no meramente
aparentes o reguladoras. Sus esferas combinadas comprenden todas las relaciones que
mantenemos nosotros, como criaturas racionales, con el mundo externo, con nuestros
semejantes, Y con Dios. Si no fuera por el perturbador elemento del pecado, no es de
pensar que el hombre, en plena comunió n con su Hacedor, habrı́a tenido necesidad de
ninguna otra guı́a.
Pero el hombre no está en su estado normal. Al apostatar de Dios, el hombre cayó en
un estado de tinieblas y la confusió n. La razó n y la conciencia ya no son guı́as adecuados
en cuanto a «las cosas de Dios». Dice el apó stol, con respecto a los hombres caı́d os.
«Habiendo conocido a Dios, no le glori icaron como a Dios», no le dieron gracias, sino que
se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazó n fue entenebrecido.
Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible
en semejanza de hombre corruptible, de aves, de cuadrú pedos y de reptiles» (Ro 1: 21-
23); o, peor aú n, en un ser absoluto e in inito sin consciencia, ni inteligencia ni cará cter
moral, un ser que es potencialmente todas las cosas, y realmente nada. Es cierto, por
tanto, como nos lo dice el mismo Apó stol, que el mundo por la sabidurı́a no conoce a
Dios. Es cierto todavı́a en un sentido má s elevado, como dice el mismo Señ or, que nadie
conoce al Padre, «sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar» (Mt 11: 27).
LA NECESIDAD DE UNA REVELACIÓN SOBRENATURAL.
Por ello, necesitamos una revelació n sobrenatural divina. De esta revelació n se tiene
que observar, primero, que nos da verdadero conocimiento. Nos enseñ a lo que Dios
verdaderamente es; lo que es el pecado; lo que es la ley; lo que son Cristo y el plan de
salvació n por medio de El, y cuá l ha de ser el estado del alma despué s de la muerte. El
conocimiento ası́ comunicado es real, en el sentido de que las ideas que somos llevados a
formamos de las cosas reveladas se conforman a lo que son realmente estas cosas. Dios y
Cristo, la santidad y el pecado, el cielo y el in ierno, son lo que la Biblia dice que son Sir
William Hamilton lo clasi ica los objetos del conocimiento en dos clases: los que se
derivan del interior de la inteligencia, y los que se derivan de la experiencia.
Estos ú ltimos se dividen en dos clases: lo que sabemos por nuestra propia experiencia,
lo que sabemos por la experiencia de los otros, que nos es autenticada mediante un
testimonio adecuado. En el sentido generalmente recibido de la palabra, é ste es un
verdadero conocimiento. Nadie duda en decir que conoce que hubo un hombre llamado
Washington, o un acontecimiento como la Revolució n Americana. Si el testimonio de los
hombres nos puede dar un conocimiento claro y cierto de unos hechos fuera de nuestra
experiencia, con toda seguridad que el testimonio de Dios es mayor. Lo que El revela es
dado a conocer. Lo recibimos tal como en verdad es.
La convicció n de que lo que Dios revela es dado a conocer en su verdadera naturaleza,
es la misma esencia de la fe en el testimonio divino. Por ello, tenemos la seguridad de que
nuestras ideas de Dios, fundamentadas en el testimonio de su Palabra se corresponden
con lo que El realmente es, y constituyen un verdadero conocimiento. Tambié n se debe
recordar que mientras que el testimonio de los hombres es a la mente, que el testimonio
de Dios no só lo es a la mente sino tambié n dentro de la mente. Ilumina e informa, de
manera que el testimonio de Dios es llamado la demostració n del Espı́ritu.
La segunda observació n acerca de la revelació n contenida. en las escrituras es que, en
tanto que da a conocer verdades muy encima del alcance de los sentidos o de la razó n, no
revela nada que contradiga a ambos. Armoniza con toda nuestra naturaleza. Suplementa
todo nuestro conocimiento, y se autentica a sı́ misma armonizando el testimonio de la
conciencia iluminada con el testimonio de Dios en su Palabra.
Ası́, la conclusió n de toda esta cuestió n es que conocemos a Dios en el mismo sentido
en que nos conocemos a nosotros mismos a las cosas fuera de nosotros mismos. Tenemos
la misma convicció n de que Dios es, y de que El es, en Sı́ mismo, e independientemente de
nuestro pensamiento de El, lo que pensamos que El es. Nuestra idea subjetiva se
corresponde con la calidad objetiva. Este conocimiento de Dios es la base de toda religió n,
y por ello negar que Dios pueda ser conocido es realmente negar que sea posible la
religió n racional.
En otras palabras, es hacer de la religió n un mero sentimiento, o un sentimiento ciego,
en lugar de ser lo que el Apó stol declara que es, un logikë laterı́a, un servicio racional; el
homenaje de nuestra razó n ası́ como de nuestro corazó n y vida. «Nuestro conocimiento
de Dios», dice Hase, «desarrollado e iluminado por las Escrituras, se corresponde con lo
que Dios realmente es, porque El no puede engañ arnos en cuanto a su propia
naturaleza».
Publicado 9th August 2014 por Anonymous
Etiquetas: BIBLIA DOCTRINA Y MENSAJE, CONSTRUYENDO TEOLOGIA, LA IGLESIA BIBLICA VISIBLE, OBRERO
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