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Félix Duque
Universidad Autónoma de Madrid
Por el contrario, si es cierto que todo sitio deja ser a tierra (la
cual es en sí siempre indistinta, por cerrarse en el hecho de “dar a
ver”: o más bien, en sí no es nada), pero que en este “dejar ser” la
modula, haciéndola ser de esta o de la otra manera (siendo pues
tierra, inevitablemente siempre distinta, distinguida por el sitio en
que ella eclosiona), entonces, por un lado, todo arte debiera ser
considerado, en el fondo, como “arte del sitio” o site-specific art;
y por otro, tierra, marcada en cada caso de manera inconfundible,
absolutamente propia, es en general el “sitio del arte”.
Así pues, el arte del “sitio específico”: ese arte que con mayor
intensidad y vigor deja que se abra, paradójicamente, la cerrazón
de “tierra”, merecerá ser tenido por ende, metonímicamente,
como el más distinguido “sitio del arte”. La condición de toda
situación, o sea la situatividad que transforma lugares en sitios a
través de la obra, viene dada, así, por tierra; es ella la que, en
cada caso, conecta y articula obra, entorno y comunidad; no los
artistas o los políticos, el dios y sus sacerdotes, el mercado y sus
técnicos en economía “cultural”. El peligro estriba (como hemos
ya entrevisto, al hablar de la construcción social de la realidad)
en si esos tres elementos, absolutamente indispensables por lo
demás como condición necesaria, sine qua non, para el logro
conjunto del sitio y de la obra, no tenderán a erigirse en árbitros y
guías del planteamiento y aun la ejecución del proyecto, de modo
que -en nombre del pueblo, de una entidad política cualquiera, del
desarrollo y del progreso, o de lo que fuere- impidan, dificulten o
suplanten el arte (del sitio) por sucedáneos construidos ad hoc,
según los intereses de los mandatorios, por altos y
bienintencionados que éstos, pero que, en todo caso, están
dirigidos a hacer del arte algo provechoso y utilitario, obturando
así en la obra la posibilidad de revelación de lo profundo, en
cuanto fondo de tierra (no en cuanto metamorfoseado en un lugar
–y menos en un lugar común-, cuya función estriba precisamente
en “tapar” y “tachar” la hosca retractilidad de tierra). Y si esto es
así, se sigue necesariamente que pertenece a la esencia del arte en
cuanto arte, y no sólo del site-specific art (con independencia de
que, además, pueda ser legítimamente aprovechado para usos
sociales, políticos o religiosos), el estar siempre a la contra,
siempre en el lugar equivocado: out of joint, que diría el
meditabundo príncipe de Elsinor. En una palabra, visto desde el
lugar (o sea, desde el orden establecido, sea el que fuere) el arte
estará siempre fuera de lugar, será inoportuno e intempestivo. La
Fountain de Duchamp o el Monument with Standing Beast de
Dubuffet, en Chicago, no han hecho sino poner universalmente de
relieve, al alcance de todos los públicos, lo que latía ya en el
caganer de la Llotja de Valencia o en el pellejo desollado del
propio Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina.
Ahora bien, ¿qué tipo de arte podrá suscitar hoy esa sensación de
Angst, de “angustia” ante la surgencia retráctil de “tierra”, sin caer
–como hemos visto- en el Kolossal pseudoegipcio y fascistoide,
en el kitsch más empalagoso o en el brutalismo de invitación al
vómito? Antes, el arte de verdad era atesorado en el museo, ese
situs situum, esa sede sublime que recogía –oscilando entre la
pietà y el ansia de saqueo- las grandes obras desplazadas del sitio
que ellas distinguieran con su presencia (los museos de Viena y
de Filadelfia, por caso, guardan bajo su techo templos enteros –
babilonios o hindúes-, como si se tratara de gigantescos mauselos,
de cementerios de obras arquitectónicas. El museo, esa joya de los
Estados Nacionales, querría ser de este modo la conciliación (en
definitiva, política) de toda la historia del arte en un sitio
privilegiado.Y ello, hasta el punto de que aun la edificación
habría de remedar –superando empero las proporciones clásicas-
el estilo de lo en ella acogido, como si se tratara de una
espléndida –aunque algo fría- Casa de los Muertos. Repárese, sin
ir más lejos, en el Altes Museum de Berlín, esa obra pensada por
Schinkel para emular al templo griego, sobrepasándolo con creces
en magnitud.
ALTES MUSEUM
Sandgesäumt
staunen die alten
Bilder sich nach, in die Gosse,
orladas de arena
se miran, asombradas, las
viejas imágenes, camino de la alcantarilla,