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A los buenos profesores

Cuando se proclama la igualdad a los cuatro vientos parece que se olvida que, si bien
somos todos igualmente humanos, que es lo esencial, somos distintos en tantos otros
aspectos. El sólo pensar en la idea de jerarquías o en relaciones de dependencia no elegidas
puede causar incomodidad a más de uno. Pero hay muchas cosas recibidas sin que se las
haya pedido, que generan esas relaciones. La más obvia es la vida, que se recibe de los
padres, y ese don establece con ellos una situación de deuda que no puede saldarse. No es
la única. Como al ser humano no le basta simplemente con vivir porque es un ser racional,
además de la vida biológica, ha de recibir la vida intelectual, la vida del espíritu, que
tampoco puede dársela a sí mismo (sólo una vez que la ha recibido puede fortalecerla y
acrecentarla por sí mismo). Frente a quienes le han dado vida, ya sea la del cuerpo o la del
intelecto, el hombre tiene una deuda impagable. Pero que no se pueda retribuir el beneficio
recibido no quiere decir que no se pueda hacer nada. Las deudas que no se pueden pagar
requieren de una actitud apropiada, la gratitud. Al respecto, dice Josef Pieper, que es por
eso que el pago en dinero que se le da a los que ejercen ciertas profesiones, como la
medicina o la enseñanza, es un honorario más que un sueldo: la vida y el saber no pueden
equipararse a ninguna cosa material, en estricto rigor, no se pueden pagar, sólo se pueden
compensar de manera simbólica. ¿Cómo puede retribuirle uno quien le enseñó a leer o a
quien le mostró un mundo nuevo en la literatura, el arte o las ciencias? Imposible, no se
puede devolver la mano. Es una deuda impagable. Vaya pues en este día del profesor un
agradecimiento a todos aquellos que nos enseñaron algo. Trataremos, a su vez, de
trasmitirlo a otros.

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