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Tema: La parábola de Samuelson ampliada

(Libro Economía Internacional – Juan Tugores Ques


Hace varias décadas Paul Samuelson acuñó una conocida «parábola» para plantear de forma
ilustrativa y pedagógica el debate acerca de las potenciales ganancias asociadas al libre
comercio. Krugman ha retomado este planteamiento y nosotros vamos a extenderlo a la
actual etapa de globalización.
La parábola de Samuelson parte de una situación ideal (e idílica) inicial —la etapa 1—
denominada «economía integrada», en la que no existe restricción alguna a la movilidad
mundial de mercancías y factores de producción, sin traba alguna adjudicable a fronteras
nacionales o a políticas restrictivas de tipo alguno. De hecho, la economía mundial conforma
una «única nación» a la que son aplicables los criterios de asignación eficiente de recursos
que establecen los manuales de microeconomía. La distinción entre economía internacional y
economía nacional carece de sentido en este escenario de perfecta integración. Naturalmente
se trata de una situación idealizada pero que, como la competencia perfecta al estudiar
estructuras de mercado, sirve de referencia para efectuar posteriores comparaciones.
En la etapa 2 aparecen las fronteras nacionales, configurando «estados». Trazadas de forma
arbitraria —en un proceso que podría ser la versión económica de la fragmentación política y
lingüística originada por la torre de Babel— por lo que Samuelson denominó un «ángel» en la
versión original de la parábola, sería más bien obra de un «demonio» para los defensores de
la internacionalización económica. En todo caso, juicios de valor aparte (al menos en lo
semántico), el resultado serían inicialmente unas fronteras con gran impacto restrictivo, ya que
impedirían en esta etapa 2 la movilidad de mercancías —sólo se podrían consumir en un
estado las mercancías producidas en el mismo, es decir, no existiría comercio internacional —
y la movilidad de factores— sólo se podrían combinar en el proceso productivo los factores
que hubiesen quedado ubicados en el interior de cada una de las fronteras nacionales. La
economía mundial se habría convertido en una mera yuxtaposición de n economías
nacionales autárquicas, sin relaciones económicas entre ellas. Naturalmente, las ineficiencias
que emergerían en esta etapa 2 en comparación con la etapa 1 de economía integrada se
vincularían al hecho de que, en ausencia de fronteras, es más que probable que las
combinaciones productivas óptimas implicasen a factores productivos que ahora quedarían
adjudicados a diferentes estados, con lo que dejarían de ser posibles, debiendo los procesos
productivos pasar a llevarse a cabo con combinaciones subóptimas pero que satisficiesen el
requisito de que sus inputs sí hubiesen quedado dentro del mismo estado. El mismo
razonamiento sería aplicable a la satisfacción de las necesidades de los consumidores, que
con gran probabilidad en la economía integrada implicaba acceder a mercancías producidas
en lugares que ahora quedaban fuera de las fronteras del estado del consumidor, obligando a
éstos a aceptar consumos nacionales subóptimos. Se trata, como es evidente, de presentar
los costes de las situaciones de autarquía, derivados de las distorsiones impuestas por las
restricciones de las fronteras, que limitan las opciones disponibles para la producción y el
consumo. En la etapa 3 —la última que formula Samuelson en su versión inicial de la parábola
— se introduce una relajación en las fronteras: aparece el comercio internacional. Ahora los
factores productivos siguen sin poder traspasar las fronteras nacionales —es decir, continúa
la inmovilidad de los factores de producción—, pero en cambio las mercancías ya producidas
sí pueden desplazarse por encima de las fronteras en forma de exportaciones e importaciones
que conforman el comercio internacional clásico. La pregunta que plantea Samuelson es bajo
qué condiciones y en qué medida la aparición de este comercio internacional permite
restablecer la asignación de recursos existente en la (ideal) economía integrada de la etapa 1.
En ese caso, y en esa medida, podríamos efectuar una medición de los beneficios asociados
al comercio internacional en términos de recuperación de la asignación eficiente de recursos
de la economía mundial en su conjunto.
Uno de los resultados clásicos de Samuelson fue mostrar que si la partición inicial de los
recursos entre países en la economía mundial no había sido muy asimétrica o desigual,
entonces el libre comercio permitía recuperar sustancialmente la asignación de recursos inicial
de la economía integrada. En el Capítulo 3 veremos una formulación gráfica de este resultado.
Una lectura extraordinariamente importante de esta parte de la parábola de Samuelson es el
mecanismo básico a través del cual se producen estos efectos beneficiosos del comercio: a
pesar de que los factores productivos no se pueden desplazar internacionalmente, sí lo
pueden hacer las mercancías producidas con esos factores, lo que equivale a una «movilidad
indirecta» de los propios factores de producción. Por ejemplo, si un consumidor español
adquiere un producto fabricado en China intensivo en mano de obra barata (factor trabajo de
baja cualificación), por ejemplo una camisa o un juguete, la importación española de esa
camisa o juguete chinos equivale a la importación indirecta del trabajo chino poco cualificado.
La movilidad de mercancías actúa como sustitutivo de la movilidad de factores (como ya
explicitó Robert Mundell). Una lectura actual de esta equivalencia de efectos entre movilidad
de mercancías y de factores hace referencia al impacto que sobre los mercados de trabajo de
los países industrializados plantea la importación creciente de productos procedentes de
países emergentes. Las dificultades con que se encuentran los factores de producción —
principalmente el trabajo menos cualificado— en los países industrializados se pueden
entender como resultado de la «competencia indirecta» pero efectiva que plantea el trabajo
más abundante y barato de baja cualificación existente en los países emergentes de creciente
peso en el comercio mundial.
En la nueva etapa de globalización —que en nuestra extensión de la parábola
denominaremos etapa 4— aparece la economía globalizada actual. Esta añade a la etapa 3
de comercio internacional dos nuevas realidades interrelacionadas, ambas en la línea de
relajar la efectividad de las restricciones asociadas a las fronteras nacionales: a) por un lado,
la movilidad de algunos —pero no todos— factores de producción, singularmente el capital
financiero y el capital físico —en forma éste sobre todo de inversiones directas en el
extranjero; b) por otra parte, la posibilidad de fragmentar los procesos productivos mediante la
«desintegración de la producción» o la «partición de la cadena de valor» que permite que
cada fase del proceso de producción se ubique territorialmente en un lugar o país diferente, a
efectos de minimizar costes. Ambos efectos favorecen la «multinacionalización» de la
actividad empresarial. Y, en la línea argumental de la parábola de Samuelson, estos cambios
tienden a aproximar la asignación de recursos a la de la economía integrada de la etapa 1, al
suponer relajaciones del papel restrictivo de las fronteras establecidas por el ángel/demonio
en la etapa 2. De hecho, el argumento inicial a favor de la globalización es precisamente éste:
que permite aproximarnos de forma creciente a la asignación (ideal) de recursos de la
economía integrada, minimizando el impacto distorsionador derivado de la existencia de
fronteras nacionales.
Puestos a completar la parábola de Samuelson y extenderla a la globalización es importante
incorporar uno de los principales elementos de costes o eventuales perjuicios atribuibles a la
globalización, que tiene más relevancia en la actualidad que cuando hace más de cincuenta
años Samuelson expuso las tres primeras etapas de esta parábola. Se trata de la creciente
asunción por parte de los poderes públicos de los estados nacionales de compromisos con
sus ciudadanos en materia de estabilidad económica y protección social, lo que en Europa se
denomina el «estado del bienestar». Gran parte de estos compromisos están diseñados para
contrarrestar los efectos negativos del funcionamiento de las economías de mercado, en
términos de inestabilidad cíclica o de efectos colaterales negativos sobre parte de sus actores,
en términos de pobreza, desempleo u otras situaciones de necesidad, además de alcanzar a
la provisión de algunos bienes públicos o estratégicos como sanidad o educación. Para
financiar estos compromisos públicos es necesario un sistema fiscal que se basa en
impuestos directos sobre rentas del trabajo y del capital así como en impuestos indirectos
sobre la producción. En la medida en que avanza la globalización y, como se ha visto antes,
las empresas tienen más poder para elegir la jurisdicción en que ubican su producción… y su
domicilio fiscal, puede suceder que las bases fiscales del estado del bienestar se vean
reducidas, especialmente en lo relativo a la imposición sobre el factor capital ahora más móvil
internacionalmente y la fiscalidad sobre determinadas etapas de los procesos productivos
ahora también de más fácil «relocalización». El resultado es no sólo la merma del margen de
maniobra fiscal del estado de bienestar, sino también una tendencia a que la financiación de
las cargas públicas se desplace a los factores menos móviles internacionalmente —
singularmente el trabajo— o adopte formas menos progresivas, como la imposición sobre el
consumo. Las consecuencias redistributivas de estos cambios son uno de los objetos de
preocupación expresados en planteamientos antiglobalización, y en todo caso deben ponerse
en el otro plato de la balanza frente a las eventuales ganancias de eficiencia derivadas de la
globalización.
Por su parte, los países en desarrollo expresan asimismo quejas acerca de la asimetría que
supone que la teórica liberalización de mercancías encuentre sus principales excepciones en
aquellas —como los productos agrícolas— en que son estos países los que tiene claras
ventajas, al tiempo que la asimetría entre el poder negociador creciente de las empresas y el
menguante poder de los estados se traduzca asimismo en condiciones en que tales países
acaben recibiendo una parte menor de las eventuales ganancias de eficiencia de la
globalización.
El Cuadro muestra un resumen de estas etapas de la parábola de Samuelson ampliada.
Economía Movilidad de
Etapa 1 Movilidad de factores
integrada mercancías
Inmovilidad de
Etapa 2 Autarquías Inmovilidad de factores
mercancías
Comercio Movilidad de
Etapa 3 Inmovilidad de factores
internacional mercancías
Movilidad parcial de factores Movilidad de
Etapa 4 Globalización
+ desintegración producción mercancías

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