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Acerca de la homosexualidad

masculina manifiesta

Eduardo Dayen

F UNDAC I ÓN LUI S C H I OZZA


14 de julio de 2006
Si no solemos decir que la pulsión sexual
singular ama a su objeto, y en cambio ha-
llamos que el uso más adecuado de la pa-
labra “amar” se aplica al vínculo del yo
con su objeto sexual, esta observación
nos enseña que su aplicabilidad a tal rela-
ción sólo empieza con la síntesis de todas
las pulsiones parciales de la sexualidad
bajo el primado de los genitales y al servi-
cio de la función de la reproducción.

Sigmund Freud1

Esta es la primera comunicación que preparo para discutir con ustedes mientras
estoy estudiando con la intención de profundizar en el tema de la homosexualidad
masculina manifiesta. Me puse a trabajar en este proyecto porque entiendo que
se trata de una modalidad del ejercicio de la genitalidad que expresa una cierta
inhibición en el desarrollo de un individuo y no, como se suele pensar en nuestros
días, una elección que nace simplemente de gustos personales. Esta última pos-
tura, a mi modo de ver, no sólo está descaminada sino que agrava la problemáti-
ca y deja sin la posibilidad de un tratamiento al homosexual que soporta dificulta-
des y padecimientos que termina atribuyendo a otros motivos. Mi punto de partida
es, entonces, la idea de que la inversión pone de manifiesto una deficiencia en el
desarrollo de la heterosexualidad.

Lo que presento hoy es un conjunto de notas apenas hilvanadas, con la expecta-


tiva de que, trabajo y tiempo mediante, vayan configurando algunas ideas que
puedan aportar algo más al esclarecimiento del sentido de la inversión masculina.
Se trata de una monografía que fue naciendo de mi primer acercamiento metódico
al tema. Lo que pude revisar quedó circunscrito especialmente a las ideas que
últimamente aportó Luis Chiozza, a la mayor parte de lo que expuso Freud y a las
opiniones de unos pocos autores más que alcancé a explorar.

La primera dificultad con la que tropecé es que no resulta nada sencillo delimitar
con precisión el objeto de estudio.

La presencia de la corriente homosexual es normal en una etapa del desarrollo


tánato-libidinoso, con lo cual necesito aclarar que ahora voy a referirme a quienes
en un momento de la vida en el que ya se espera que el ejercicio de su genitali-
dad se desarrolle de manera heterosexual continúan aferrados a llevarla a cabo
con individuos del mismo sexo.

1
En “Pulsiones y destinos de pulsión” (Freud, 1915, pág. 132).

2
Por otra parte sabemos que existe la llamada “homosexualidad ocasional”, es de-
cir contactos como los que llegan a darse en las cárceles o entre varones, por
ejemplo, confinados en altamar. Aquí voy a referirme a los hombres que en la
etapa adulta de su vida y teniendo la posibilidad de acceder a la mujer insisten en
mantener relaciones homosexuales.

Hay quienes creen que ni siquiera el término “homosexual” parece el más ade-
cuado. Piensan que puede inducir una enorme cantidad de malentendidos porque
la homosexualidad no es una entidad única. Jacobson (1980) opina que «el públi-
co lego, incluyendo la mayoría de nuestros pacientes, cree que sí lo es y le atribu-
ye a menudo lo que para ellos son horrendas asociaciones, como extrema femi-
neidad, pederastia, persecución, enjuiciamiento, esterilidad y solitaria vejez. Mu-
chos homosexuales quieren una etiqueta o una excusa que los proteja de tener
que competir de lleno en la lucha heterosexual. Pero es lamentable que el término
haya adquirido tanta sobredimensión emocional. Muchos jóvenes y adolescentes
que están pasando momentos difíciles en el proceso de separación de mamá, y
que han descubierto tal vez una leve falta de confianza en sus novias, comienzan
a torturarse con temores por la homosexualidad. Necesitamos un nuevo término
que indique el desencanto con el sexo opuesto más que la atracción hacia el
mismo sexo. "Ginecofobia" surge naturalmente, pero no es muy agradable.» (pág.
98)

Algunas definiciones sobre el tema

En principio recordemos que Freud (1905 [1901]) se refiere a las manifestaciones


de la corriente homosexual normal diciendo que «en el varón y en la niña se ob-
servan durante la pubertad, aun en casos normales, claros indicios de la existen-
cia de una inclinación hacia el mismo sexo. La amistad apasionada con una com-
pañera de escuela, signada por juramentos, besos, la promesa de eterna recipro-
cidad y todas las susceptibilidades de los celos, suele ser la precursora del primer
enamoramiento intenso de la muchacha por un hombre. En circunstancias favora-
bles, la corriente homosexual a menudo se seca después; pero cuando no se ob-
tiene la dicha en el amor por el hombre, es despertada de nuevo por la libido en
años posteriores y acrecentada con diversos grados de intensidad.» (págs. 53 –
54)

El autor (Freud, 1911 [1910]) se ocupa más tarde de lo que ocurre cuando, dadas
las circunstancias favorables, todo transcurre por carriles normales. «Tras alcan-
zar la elección de objeto heterosexual, las aspiraciones homosexuales no son –
como se podría pensar – canceladas ni puestas en suspenso, sino meramente
esforzadas a apartarse de la meta sexual y conducidas a nuevas aplicaciones. Se
conjugan entonces con sectores de las pulsiones yoicas para constituir con ellas,
como componentes “apuntalados”, las pulsiones sociales, y gestan así la contri-
bución del erotismo a la amistad, la camaradería, el sentido comunitario y el amor
universal por la humanidad. En los vínculos sociales normales entre los seres

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humanos difícilmente se colegiría la verdadera magnitud de estas contribuciones
de fuente erótica con inhibición de la meta sexual.» (pág. 57)

Una vez definidas las aspiraciones homosexuales como correspondientes a una


etapa normal y a una actualidad inconciente en el desarrollo y en la evolución de
toda persona, Freud se ocupa también de la homosexualidad como manifestación
de una inhibición en el desarrollo. En “La vida sexual de los seres humanos”
(1917 [1916-17]), afirma que «cuidadosas indagaciones […] nos han hecho cono-
cer a grupos de individuos cuya “vida sexual” se aparta, de la manera más llama-
tiva, de la que es habitual en el promedio. Una parte de estos “perversos” han bo-
rrado de su programa, por así decir, la diferencia entre los sexos. Sólo los de su
mismo sexo pueden excitar sus deseos sexuales; los otros, y sobre todo sus par-
tes sexuales, no constituyen para ellos objeto sexual alguno y, en los casos ex-
tremos, les provocan repugnancia. Desde luego, han renunciado así a participar
en la reproducción. A estas personas las llamamos homosexuales o invertidos.
Muchas veces – no siempre – son hombres y mujeres por lo demás intachables,
de elevado desarrollo intelectual y ético, y aquejados sólo de esta fatal desviación.
Por boca de sus portavoces científicos se presentan como una variedad particular
del género humano, como un “tercer sexo” a igual título que los otros dos. […] Por
cierto que ellos no son, como gustarían proclamarse, una “cepa selecta” de la
humanidad, sino que incluyen por lo menos tantos individuos inferiores e inútiles
como los que hay en cualquier otra variedad en el orden sexual.» (pág. 278)

En la misma conferencia, y en un intento de sistematización frente a la compleji-


dad de la cuestión, Freud (1917 [1916-17]) continúa sus desarrollos refiriéndose a
los invertidos cuando dice que «estos perversos hacen con su objeto sexual más
o menos lo mismo que los normales con el suyo.» Los invertidos – dice Freud –
pertenecen al grupo de perversos en quienes se ha mudado el objeto sexual y no
al de aquellos en quienes principalmente se alteró la meta sexual. Los homose-
xuales han renunciado «a la unión de los dos genitales y en el acto sexual los
sustituyen, con un compañero, por otra parte o región del cuerpo; al hacerlo se
sobreponen a la falta del dispositivo orgánico y al impedimento del asco. (Boca,
ano en lugar de la vagina).» (págs. 278 – 279)

Involucrado también en la tarea de encontrar definiciones más precisas, Judd


Marmor (1967) reflexiona en torno de la posición freudiana que relaciona la idea
de “homosexualidad” con un conjunto complejo de sentimientos, actitudes y reac-
ciones que están presentes en distintos grados en todos los seres humanos –
aunque sean más evidentes en aquellos cuya conducta es manifiestamente ho-
mosexual –. El autor dice que aunque uno coincida con la enunciación, igual se
suscita un serio problema práctico. «¿En qué momento se convierte un individuo
en homosexual, en sentido clínico? ¿Se trata de un asunto cualitativo o cuantitati-
vo? Está claro que en términos de la teoría freudiana es esencialmente una cues-
tión cuantitativa; puesto que las pautas homosexuales están presentes en el in-
conciente de todo el mundo, el problema clínico se limita al grado en que se ma-
nifiestan en el pensamiento o en la conducta. La línea demarcatoria es necesa-

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riamente vaga y mal definida, e implica una amplia zona fronteriza en la que la
distinción entre lo “normal” y lo “patológico” es oscura.» (págs. 10 – 11)

El autor hace ese cuestionamiento para acercar una propuesta que procura cir-
cunscribir el objeto de estudio desde un punto de vista cualitativo. Según Marmor
«la definición de homosexualidad tendría que involucrar la capacidad de excita-
ción fuerte y espontánea con un miembro del propio sexo, así como la heterose-
xualidad implica una capacidad análoga respecto de los miembros del sexo
opuesto. Por consiguiente – dice – prefiero definir como homosexual clínico al
sujeto que en su vida adulta se siente motivado por una atracción erótica definida
y preferencial hacia miembros del mismo sexo, y que de modo habitual (pero no
necesariamente) tiene relaciones sexuales abiertas con ellos.» (pág. 12)

Acerca del carácter definido y preferencial de la atracción erótica hacia personas


del mismo sexo podemos recordar que también Jacobson (1980) opina que «es
en extremo importante hacer notar que, principalmente, no estamos en realidad
tratando tanto las preferencias sexuales del paciente como la fijación de esas pre-
ferencias, la indelebilidad de sus primeros aprendizajes sexuales o su capacidad
de adaptación. […] Es esta fijación e incapacidad de readaptación lo que convier-
te la conducta homosexual en homosexualidad.» (pág. 97)

En este punto, y en principio, creo que nosotros podríamos agregar que la inver-
sión masculina se presenta cuando la corriente homosexual en lugar de apartarse
de la meta se exagera. Como suele suceder con toda exageración, se estaría po-
niendo en práctica el desplazamiento de una importancia. Sería un desplazamien-
to defensivo, es decir un desplazamiento que opera para evitar que una determi-
nada importancia alcance la conciencia. En el caso al que nos referimos, el des-
plazamiento de la importancia que recae sobre la corriente homosexual coincidiría
con el bloqueo del acceso a la satisfacción en el contacto heterosexual, satisfac-
ción que sólo se puede ir alcanzando en la medida que se van superando las re-
sistencias que dificultan la prosecución del desarrollo normal.

Weizsaecker (1956) dice que «en la naturaleza existe sólo una única forma de
sexualidad. Esta concepción se obtuvo especialmente de la observación en el
tratamiento de los hombres homosexuales. Ya Freud había encontrado que todos
los hombres viven en la infancia y antes de la maduración de la sexualidad geni-
tal, o sea, en la pubertad, un estado en el que son “perversos polimorfos”, es decir
que no domina una preferencia decidida por el otro sexo. Luego la así llamada
homosexualidad posterior sólo es una fijación muy fuerte al mismo sexo, que per-
siste como infantilismo parcial o como regresión y que representa sólo una reli-
quia unilateralmente exagerada de un aspecto de ese primer tiempo primordial
polimorfo. Este hecho se confirma siempre.» (pág. 243)

Luego agrega que «algunas personas […] llaman la atención por su sexualización
exagerada. Ya sea que se trate de heterosexual u homosexual, del acento genital
o erotizado en alguna parte del cuerpo de modo agenital, muestra positiva o nega-

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tivamente una hipersexualización. Ésa es entonces la disociación en sexo y Eros
[…] en donde Eros evidentemente sale perdiendo.» (pág. 243)

Incapacidad hepática y perturbaciones en el proceso de identificación

Describiendo la metamorfosis de la paranoia, Freud (1923) explica que a partir de


una actitud ambivalente, la investidura de la moción erótica, mediante un despla-
zamiento reactivo, se transfiere a la moción hostil. De esa manera, con las fanta-
sías de persecución el individuo consigue defenderse de los impulsos homose-
xuales que estaban dirigidos a quien, de ese modo, pasa a ser su odiado perse-
guidor y el blanco de toda su agresión. Es un buen ejemplo que muestra con cla-
ridad cómo el amor puede convertirse en odio. Y así como se cumple esa trans-
formación también puede ocurrir el fenómeno inverso, la situación en la que el
odio vira al amor. Algo como lo que sucede al transitar la rivalidad hostil que lleva
a la homosexualidad. «La actitud hostil no tiene perspectivas de satisfacción; por
eso […] es relevada por la actitud de amor, que ofrece mejores perspectivas de
satisfacción: posibilidad de descarga.» (págs. 44 – 45)

El autor nos explica que al profundizar en el estudio de la génesis tanto de la ho-


mosexualidad como de los sentimientos sociales desexualizados, la indagación
analítica pudo poner en evidencia «la existencia de violentos sentimientos de riva-
lidad, que llevan a la agresión, tras cuyo doblegamiento, solamente, el objeto an-
tes odiado pasa a ser amado o da origen a una identificación.» 2 (pág. 44)

La corriente homosexual corresponde a una etapa del desarrollo normal y no cabe


duda de que se trata de una etapa tan importante como la que corresponde a la
de la corriente heterosexual. Dos momentos importantes que conducen a distintos
desenlaces. La elección homosexual de objeto es, fundamentalmente, a los efec-
tos de la identificación en tanto que la elección heterosexual tiene como finalidad
la relación de objeto en que, justamente, se ejerce aquella identificación.

De modo que en la dificultad de pasar de una etapa a la otra, de una elección a la


otra, se está expresando una determinada impotencia, una “insuficiencia hepática”
para la materialización de las identificaciones.

Boari (1983) parte de la afirmación de Chiozza que dice que la introyección hace
posible tener al objeto en la fantasía y mantener relaciones intrapsíquicas con él,
mientras que la identificación completa – mediante la actividad “hepático-
material” del yo – hace posible ser como el objeto. Concluye luego que con ese

2
En la misma obra, Freud (1923) ya había aclarado que «los sentimientos sociales nacen todavía
hoy en el individuo como una superestructura que se eleva sobre las mociones de rivalidad y celos
hacia los hermanos y hermanas. Puesto que la hostilidad no puede satisfacerse, se establece una
identificación con quienes fueron inicialmente rivales. Observaciones de casos leves de homose-
xualidad apoyan la conjetura de que también esta identificación sustituye a una elección de objeto
tierna, que ha relevado a la actitud hostil, agresiva.» (pág. 39)

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esclarecimiento resulta más fácil comprender «el motivo por el cual el homosexual
al no poder “ser” el padre quiere “tenerlo” en la fantasía: conserva así la ilusión de
llegar finalmente por ese camino a la identificación deseada. Pero el intento suele
ser fallido porque cuando la debilidad “hepática” del yo persiste, el padre introyec-
tado configura un superyó paterno persecutorio – sobre el que se ha proyectado
la frustración – ante el cual el yo del homosexual se ofrece pasivamente con la
esperanza de recibir la potencia genital procreadora del ideal.» (pág.58)

¿La homosexualidad es o no una perversión?

La denominación de “perverso” suele despertar una vivencia que inclina al recha-


zo de la persona que ha sido enjuiciada con esa calificación. Se trata de un tér-
mino especialmente sobrecargado por una valoración moral. De modo que cues-
tionarnos acerca del uso o no de esa calificación para los homosexuales genera, y
más en la época que nos toca vivir, cuestiones que tienden a dificultar el diálogo.
Como psicoanalistas aspiramos a poder librarnos de esos juicios de valor. Pero
que no rechacemos al homosexual, ya sea que intente o no dejar de serlo, no
quiere decir que dejemos de investigar y de tratar de que la gente no se convierta
en homosexual, o que deje de serlo por la vía de solucionar los conflictos que lo
llevaron a esa situación. Y para eso debemos afrontar de la mejor manera posible
un tema que compromete inevitablemente nuestros criterios de salud y enferme-
dad.

A la hora de tratar este tema, Freud (1910 [1909]) dice que «puede suceder que
no todas las pulsiones parciales se sometan al imperio de la zona genital; si una
de aquellas pulsiones ha permanecido independiente, se produce luego lo que
llamamos una perversión y que puede sustituir la meta sexual normal por la suya
propia. […] Es harto frecuente que el autoerotismo no se supere del todo, de lo
cual son testimonio después las más diversas perturbaciones. La igual valencia
originaria de ambos sexos como objetos sexuales puede conservarse, de lo cual
resulta en la vida adulta una inclinación al quehacer homosexual, que en ciertas
circunstancias puede acrecentarse hasta la homosexualidad exclusiva. Esta serie
de perturbaciones corresponde a las inhibiciones directas en el desarrollo de la
función sexual; comprende las perversiones y el no raro infantilismo general de
la vida sexual.» (págs. 41 – 42)

Freud (1910) opina, además, que «los varones homosexuales que en nuestros
días han emprendido una enérgica acción contra la limitación legal de sus prácti-
cas gustan de presentarse, por boca de sus portavoces teóricos, como una varie-
dad sexual distinta desde el comienzo, como un grado sexual intermedio, un “ter-
cer sexo”. Arguyen que serían hombres a quienes unas condiciones orgánicas,
desde su concepción misma, compelen a buscar en el varón el contento que se
les rehusaría en la mujer. Así como miramientos humanos nos llevan a suscribir
de buen grado sus reclamos, de igual modo acogeremos con reserva sus teorías,
que han sido formuladas sin tener en cuenta la génesis psíquica de la homose-

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xualidad. El psicoanálisis ofrece el medio para llenar estas lagunas y someter a
examen las aseveraciones de los homosexuales.» (pág. 92)

En principio, la homosexualidad manifiesta sería – como veíamos recién – la ex-


presión de una fijación, y Freud no duda en afirmar que tal fijación correspondería
a la etapa fálica. Sostiene (Freud, 1909) que la constitución de los perversos se
singulariza por el relegamiento de la zona genital frente a otras zonas erógenas.
Sin embargo, agrega Freud, una “aberración” particular debe ser excluida expre-
samente de esta regla. «En quienes después serán homosexuales hallamos la
misma preponderancia infantil [pero ahora] de la zona genital, en especial del pe-
ne. Más aún: esta elevada estimación por el miembro masculino se convierte en
destino para ellos. […] Los homosexuales son […] personas a quienes el signifi-
cado erógeno de su genital propio les ha impedido renunciar en su objeto sexual a
esta semejanza con la persona propia. En el desarrollo desde el autoerotismo al
amor de objeto han permanecido fijados en un lugar más próximo al primero.»
(págs. 89 – 90)

Más adelante y refiriéndose a la importancia que tiene el poder deslindar el con-


cepto de sexualidad de la idea de genitales, Freud (1925 [1924]) sostiene que
poder esclarecer esa diferencia «tiene la ventaja de permitirnos considerar el
quehacer sexual de los niños y de los perversos bajo los mismos puntos de vista
que el del adulto normal, siendo que hasta entonces el primero había sido ente-
ramente descuidado, en tanto que el otro se había admitido con indignación mo-
ral, pero sin inteligencia alguna. Para la concepción psicoanalítica, aun las perver-
siones más raras y repelentes se explican como exteriorización de pulsiones par-
ciales sexuales que se han sustraído del primado genital y salen a la caza de la
ganancia de placer como en las épocas primordiales del desarrollo libidinal, vale
decir, de manera autónoma. La más importante de estas perversiones, la homo-
sexualidad, apenas merece ese nombre. Se reconduce a la bisexualidad cons-
titucional y al efecto postrero del primado fálico.3» (pág. 36)

Luego Freud (1940 [1938]) agrega que «en las fases tempranas, las diversas pul-
siones parciales parten con recíproca independencia a la consecución de placer;
en la fase fálica se tienen los comienzos de una organización que subordina las
otras aspiraciones al primado de los genitales y significa el principio del ordena-
miento de la aspiración general de placer dentro de la función sexual. La organi-
zación plena sólo se alcanza en la pubertad, en una cuarta fase, “genital”. Así
queda establecido un estado en que: 1) se conservan muchas investiduras libidi-
nales tempranas; 2) otras son acogidas dentro de la función sexual como unos
actos preparatorios, de apoyo, cuya satisfacción da por resultado el llamado “pla-
cer previo”, y 3) otras aspiraciones son excluidas de la organización y son por
completo sofocadas (reprimidas) o bien experimentan una aplicación diversa den-
tro del yo, forman rasgos de carácter, padecen sublimaciones con desplazamiento
de meta.

3
El destacado es mío.

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Este proceso no siempre se consuma de manera impecable. Las inhibiciones en
su desarrollo se presentan como las múltiples perturbaciones de la vida sexual.
En tales casos han preexistido fijaciones de la libido a estados de fases más tem-
pranas, cuya aspiración, independiente de la meta sexual normal, es designada
perversión. Una inhibición así del desarrollo es, por ejemplo, la homosexua-
lidad cuando es manifiesta. 4»5 (pág. 153)

Los motivos de la inhibición

Acerca del tema de la inhibición del desarrollo me parece interesante traer una
cita de Weizsaecker que expresa cuál era su criterio sobre el asunto.

El autor (Weizsaecker, 1956) parte de entender que una homosexualidad en el


sentido biológico ni siquiera existe. Comenta que en el vínculo terapéutico con
homosexuales de ambos sexos siempre tuvo la impresión de que «en cada caso
de la así llamada homosexualidad se trataba de una aproximación a un ideal de
asexualidad» (pág. 296). Weizsaecker piensa que ese ideal se vincula fundamen-
talmente con un rechazo a la procreación y una inclinación a una espiritualidad
asexual.

Weizsaecker continúa diciendo que «estas observaciones en cuanto al tema de la


homosexualidad no sólo son importantes para la terapia, sino también para el
problema principal, es decir, qué es en realidad la sexualidad. […] Aunque es un
concepto del ser, también es una formación ideal, a la que no se opone el otro
sexo, sino la asexualidad en sí misma. En este punto, nuestro tema también se
vincula a la reproducción y al tema que se relaciona con ésta última, al del orgas-
mo, así como al tema de la muerte. Cuando un hombre trata de eliminar estos dos
de manera definitiva, entonces también denigra la reproducción; esto significaría
que desea ser ascético, casto y en sí mismo inmortal.» (pág. 296)

Creo que también Freud (1908d) se aproxima a esta problemática apoyándose en


ideas similares cuando dice que si «se aborda el problema de la abstinencia, se
distingue con escaso rigor entre dos de sus formas, la continencia de todo queha-
cer sexual en absoluto y la abstención del comercio sexual con el otro sexo.6
En el caso de muchas personas que se glorian de haber logrado abstinencia, ella

4
El destacado es mío.
5
Freud (1940 [1938]) continúa diciendo que «el análisis demuestra que una ligazón de objeto ho-
mosexual preexistía en todos los casos y, en la mayoría, se conservó latente. Las constelaciones
se complican por el hecho de que, en general, no es que los procesos requeridos para producir el
desenlace normal se consumen o estén ausentes a secas, sino que se consuman de manera par-
cial, de suerte que la plasmación final depende de estas relaciones cuantitativas. En tal caso, se
alcanza, sí, la organización genital, pero debilitada en los sectores de libido que no acompañaron
ese desarrollo y permanecieron fijados a objetos y metas pregenitales. Ese debilitamiento se
muestra en la inclinación de la libido a retroceder hasta las investiduras pregenitales anteriores
(regresión) en caso de no satisfacción genital o de dificultades objetivas.» (pág. 153)
6
El destacado es mío.

9
sólo fue posible con ayuda de la masturbación y parecidas satisfacciones que se
anudan a las actividades sexuales autoeróticas de la primera infancia.» (pág. 178)

Luego de recordar que tales medios sustitutivos, obviamente, distan mucho de ser
inocuos, Freud describe cómo, en la medida que se cronifican, van cerrando un
círculo vicioso que genera un aislamiento creciente. Dice que durante la utilización
de esos recursos, en las fantasías con las que se acompaña la satisfacción, el
objeto sexual es elevado hasta un grado de excelencia tal que cada vez se hace
más difícil encontrar algo meramente parecido en la realidad.

«El rigor del reclamo cultural y la dificultad de la tarea de abstinencia – dice Freud
(1908d) – se han conjugado para que evitar la unión de los genitales de sexo dife-
rente se convirtiera en el núcleo de esa tarea y para favorecer otras modalidades
de quehacer sexual que equivalen, por así decir, a una semiobediencia. […] Aho-
ra bien, estas prácticas no pueden juzgarse tan inofensivas como trasgresiones
análogas [de la meta sexual] en el comercio amoroso; son éticamente reproba-
bles, pues así los vínculos de amor entre dos seres humanos dejan de ser un
asunto serio y se los rebaja a la condición de un cómodo juego sin riesgos ni par-
ticipación anímica. Como otra consecuencia del dificultamiento de la vida se-
xual normal cabe citar la difusión de la satisfacción homosexual; a todos los
que son homosexuales ya por su organización, o devinieron tales en su in-
fancia, se suman todavía el gran número de aquellos a quienes en su madu-
rez el bloqueo de la corriente principal de la libido les dejó expedita la rama
colateral homosexual.7» (pág. 178 – 179)

Proponiendo una hipótesis que aspira a ir un poco más allá de la idea de una abs-
tinencia motivada en el “reclamo cultural”, Benjamín Karpman (1974) parte de la
propuesta freudiana de que los hombres homosexuales experimentan una atrac-
ción edípica muy fuerte hacia sus madres y destaca que «en algunos casos esa
devoción excesiva llega a ser conciente; el sujeto la admite con franqueza y en
cierta medida se enorgullece de ella. Es como si quisiera decir: “Puedo hablar
tranquilamente de mi amor excesivo por mi madre, porque en él no existe ningún
elemento sexual”. Habiendo solucionado el problema del incesto mediante el re-
chazo en el plano sexual, no sólo de su madre sino de todas las demás mujeres,
llegan a asociar al sexo únicamente con figuras masculinas. En esta forma su
amor por la madre se mantiene en un plano asexual y no puede provocar repro-
ches.» (págs. 81 – 82)

«En muchos casos – dice Karpman –, la homosexualidad no representa tanto la


elección como objeto sexual de una persona del mismo sexo como el rechazo de
los miembros del sexo opuesto. En esos casos se comprueba, casi invariable-
mente, que el objeto elegido en primera instancia tenía carácter incestuoso; atrac-
ción del hijo por la madre, de la hija por el padre, del hermano por la hermana, de
la hermana por el hermano, etc. En otras palabras, el objetivo homosexual es im-
puesto realmente por el propósito de evitar la relación heterosexual, evitando así
7
El destacado es mío.

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toda posibilidad de incesto. Puede ser motivado por el amor, el temor o el odio, o
por una combinación de estos tres sentimientos. Cuando el objeto de amor es
incestuoso, es decir totalmente prohibido, las manifestaciones excesivas inspiran
temor. El mero deseo de obtener algo del objeto de amor incestuoso inspira el
temor de que ese deseo pueda ser gratificado. Es el temor instintivo que inspira lo
prohibido. Un rechazo edípico muy definido también puede inspirar temor e incur-
siones en la homosexualidad. Si un individuo odia a su padre, porque éste repre-
senta un rival en el amor de su madre, la homosexualidad contribuye a absolverlo
del temor que le inspira ese amor excesivo; se siente tranquilo porque ama a los
hombres y no a las mujeres.» (págs. 80 – 81)

Otto Fenichel (1957) también se suma a esta manera de ver las cosas. A partir de
la evidencia de que el homosexual, como todo ser humano, tiene originariamente
la capacidad de elegir objetos de uno u otro sexo, se pregunta ¿qué es lo que
limita esta capacidad de elección a los objetos de su propio sexo?

«En algunas situaciones en que no hay mujeres, en alta mar, por ejemplo, o en
las prisiones, hombres que en otras circunstancias hubieran permanecido norma-
les establecen relaciones homosexuales. A esto se denomina homosexualidad
accidental, y el hecho demuestra que, en forma latente, todo hombre es capaz de
este tipo de elección de objeto. Normalmente el hombre prefiere a la mujer como
objeto sexual, pero donde éstas no se hallan a mano, la elección recae, en se-
gundo término, sobre el hombre.

Así como en la homosexualidad accidental la ausencia efectiva de mujeres induce


a los hombres a recurrir a sus objetos de segundo término, debe haber en los
homosexuales masculinos alguna otra razón que excluya la posibilidad de la pri-
mera elección. La búsqueda de esta otra razón revela un hecho impresionante. El
rechazo de la mujer por el homosexual masculino es generalmente un rechazo
netamente genital. Hay muchos hombres homosexuales que hacen buenas migas
con las mujeres y que las respetan mucho, pero les repugna o atemoriza toda
idea de contacto genital. En todos los casos en que la diferencia de los genitales
entre uno y otro sexo tiene, para un individuo, una importancia sobresaliente, o
siempre que sus relaciones con sus semejantes están regidas en todos los aspec-
tos por el sexo de los demás, ese individuo está bajo la influencia de un intenso
complejo de castración.» (Fenichel, 1957, págs. 373 – 374)

Más adelante agrega que «en la mayoría de los homosexuales no sólo se ve un


amor edípico hacia la madre, al igual que en los neuróticos, sino que su fijación a
la madre es, en la mayor parte de los casos, aún más pronunciada. A veces la
devoción hacia la madre no tiene nada de inconciente, sino que es franco motivo
de conversación» (pág. 375). En este punto el autor aclara que «la mujer con la
que el paciente se ha identificado puede no ser la madre sino una hermana, o
alguna otra mujer del ambiente infantil. La transferencia de la madre a esta otra
persona puede haber ocurrido en una edad muy temprana, o simultáneamente
con la regresión del amor a la identificación.» (pág. 376)

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Algunas concepciones sobre la génesis de la homosexualidad masculina

Acerca de la génesis de la homosexualidad, Freud (1905) comenta, en principio,


que hay dos ideas que le parecen centrales: la disposición bisexual y ciertas per-
turbaciones que afectan el desarrollo de la pulsión sexual.

Dice que lo característico del objeto sexual del invertido «no es lo igual en cuanto
al sexo, sino que reúne los caracteres de ambos sexos, acaso como un compro-
miso entre una moción que aspira al hombre y otra que aspira a la mujer, siempre
bajo la condición de la virilidad del cuerpo (de los genitales): por así decir, el espe-
jamiento de la propia naturaleza bisexual.» (Freud, 1905, pág. 131)

Algunos años después, y acerca de las perturbaciones que pueden afectar el


desarrollo, Freud (1910) aporta parte de lo que declara como su experiencia más
directa. Dice que todos los varones homosexuales que estuvieron al alcance de
su observación, en su infancia habían sostenido un vínculo erótico muy intenso
con una persona del sexo femenino, por regla general la madre. A esta situación
se agregaba el hecho de que el padre había faltado desde un comienzo o había
desaparecido tempranamente.8

Con esa constelación, el amor por la madre, que no puede continuar su desarro-
llo, termina sucumbiendo a la represión. «El muchacho reprime su amor por la
madre poniéndose él mismo en el lugar de ella, identificándose con la madre y
tomando a su persona propia como el modelo a semejanza del cual escoge sus
nuevos objetos de amor. Así se ha vuelto homosexual; en realidad, se ha desliza-
do hacia atrás, hacia el autoerotismo, pues los muchachos a quienes ama ahora,
ya crecido, no son sino personas sustitutivas y nuevas versiones de su propia
persona infantil, y los ama como la madre lo amó a él de niño.» (Freud, 1910, pág.
93)

8
Nueve años después de publicar “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”, Freud (1910) le
agrega al trabajo varias notas al pie. La que me interesa destacar ahora es la que dice que «l a
investigación psicoanalítica ha aportado, para el entendimiento de la homosexualidad, dos hechos
exentos de toda duda, aunque sin que por eso crea haber agotado la causación de esta aberra-
ción sexual. El primero es la ya mencionada fijación de las necesidades amorosas a la madre; el
segundo se expresa en la tesis de que todas las personas, aun las más normales, son capaces de
la elección homosexual de objeto, la han consumado alguna vez en su vida y la conservan todavía
en su inconciente, o bien se han asegurado contra ella por medio de enérgicas contra-actitudes.
Estas dos comprobaciones ponen fin tanto a la pretensión de los homosexuales de ser reconoci-
dos como un “tercer sexo” cuanto al distingo, supuestamente significativo, entre homosexualidad
innata y adquirida. La preexistencia de rasgos somáticos del otro sexo (la contribución del herma-
froditismo psíquico) contribuye en mucho a que la elección homosexual de objeto devenga mani-
fiesta, pero no es decisiva. Uno no puede menos que lamentar que los representantes de los ho-
mosexuales en la ciencia no atinen a aprender nada de las certificadas averiguaciones del psicoa-
nálisis.» (pág. 93)

12
Freud (1910) agrega que, entonces, el amor por la madre o su sustituto, en virtud
de la represión se mantiene inconciente y fijado. Por eso es que el invertido per-
manece fiel a la madre. «Cuando parece correr como amante tras los muchachos,
lo que en realidad hace es correr a refugiarse de las otras mujeres que podrían
hacerlo infiel.»9 (pág. 94)

En 1921 Freud (1922 [1921]) resume los distintos factores que él pudo reconocer
hasta ese momento en el proceso que tiene como desenlace la homosexualidad:
1) la fijación a la madre, 2) la inclinación a la elección narcisista de objeto, que en
general es más asequible y de ejecución más fácil que el giro hacia el otro sexo,
3) la alta estima por el órgano viril y la incapacidad de renunciar a su presencia en
el objeto, 4) la deferencia por el padre o la angustia frente a él, pues la renuncia a
la mujer tiene el significado de “hacerse a un lado” en la competencia con él, 5) la
seducción, culpable de una fijación prematura de la libido y 6) el factor orgánico,
que favorece la adopción de un papel pasivo en la vida amorosa.

Agrega, sin embargo, que nunca creyó que este análisis de la génesis de la ho-
mosexualidad fuese completo.

«Hoy puedo señalar – dice Freud (1922 [1921]) – un nuevo mecanismo que lle-
va a la elección homosexual de objeto […]. La observación llamó mi atención
sobre muchos casos en los cuales habían emergido en la temprana infancia mo-
ciones de celos de particular intensidad [en los varones], que provenían del
complejo materno e iban dirigidos a rivales, las más de las veces hermanos mayo-
res. Estos celos provocaban actitudes intensamente hostiles y agresivas hacia los
hermanos, que podían extremarse hasta desearles la muerte; empero, sucumbían
en el proceso de desarrollo. Bajo los influjos de la educación, y sin duda también
por la continua impotencia de estas mociones, se llegaba a su represión y a una
transmudación de sentimientos, de suerte que los que antes eran rivales devenían
ahora los primeros objetos de amor homosexual. Un desenlace así del vínculo
con la madre exhibe múltiples e interesantes relaciones con otros procesos que
conocemos. Es, en primer lugar, la cabal contraparte del desarrollo de la para-
noia persecutoria, en la cual las personas a quienes primero se amó devienen
los odiados perseguidores, mientras que aquí los odiados rivales se trasmudan en
objetos de amor. Además, se presenta como una exageración del proceso que,
según mi opinión, conduce a la génesis individual de las pulsiones sociales.
Aquí como allí, están presentes al comienzo mociones hostiles y de celos que no
pueden alcanzar la satisfacción, y los sentimientos de identificación tiernos, así

9
En “Psicología de las masas y análisis del yo” – La identificación – (1921) propone un nuevo
aspecto que en nada se opone a las anteriores hipótesis. Se trataría de la modalidad con que en
ocasiones el individuo se aferra al objeto que siente que tendría que abandonar. Al completarse la
pubertad, cuando llega el momento de permutar a la madre por otro objeto sexual el joven no
“abandona” a su madre, sino que se identifica con ella. «A veces un proceso de este tipo puede
observarse directamente en el niño pequeño. Hace poco se publicó en Internationale Zeitschrift für
Psychoanalyse una de estas observaciones: un niño, desesperado por la pérdida de su gatito,
declaró paladinamente que él mismo era ahora el gatito, empezó a caminar en cuatro patas, no
quiso sentarse más a la mesa para comer, etc.» (págs. 102 – 103)

13
como los sociales, se engendran como formaciones reactivas contra los impulsos
de agresión reprimidos.»10 (pág. 225)

Últimamente Chiozza ha ido profundizando cada vez más en el tema de la rivali-


dad. Dice que la rivalidad fálica nace de la convicción de que para satisfacer la
necesidad que se experimenta existe tan solo un bien. Un bien por el que hay que
litigar. Una idea relacionada con aquel triángulo en que, como niños, nos vimos
expuestos frente a nuestros padres. Es una particular manera de ver las cosas
vinculada a ese momento en que nos sentimos excluidos, a esa ocasión en que
sufrimos el dolor de los celos. Siendo tres y sintiéndonos excluidos hemos creído
que la alternativa para aliviar el dolor era rivalizar con uno para poder aliarnos con
el otro. Esa dolorosa vivencia de celos es la que hace que en nosotros se confun-
dan la genitalidad secundaria, que es la etapa vaginal receptiva, con la pérdida y
el sometimiento.

Chiozza dice que «es cierto que tarde o temprano el hijo puede “matar” al padre
de innumerables maneras, la mayoría de las cuales son desplazamientos simbóli-
cos, representantes de una lucha sangrienta que ocurre en el mundo interno, pero
no carecen por eso de efectos, sobre hijos y padres, que son reales y que a veces
son muy importantes. Cuando esto sucede […], nace de una rivalidad que se sos-
tiene en un malentendido acerca de un falso privilegio del padre, que ubica a pa-
dres e hijos en un mismo nicho ecológico, como si compartieran necesidades
iguales. De más está decir que se trata de un malentendido entre padres e hijos
en el cual casi siempre participan ambos, y que su desenlace es una verdadera
desgracia que deja a muchos hijos prematuramente “huérfanos” de la función pa-
terna y priva dolorosamente a muchos padres de la posibilidad de dotar a sus hi-
jos, destinándoles la “dote completa” de la sabiduría paterna que “por herencia”
les correspondería.» (Chiozza, L., 2005a, pág. 69)

«La edad – agrega el autor – en la cual los hijos ingresan normalmente en lo que
se suele llamar “un rebelde sin causa” es la adolescencia. Es la etapa de la vida
en la cual se desarrolla la rivalidad como una parte saludable y necesaria del
desarrollo evolutivo que se da, en su forma típica, entre un hijo o una hija y el pro-
genitor del mismo sexo. La esencia de la rivalidad reside en la lucha de dos per-
sonas por la posesión exclusiva de un bien determinado que, en primera instan-
cia, es “tener razón” y, en última instancia, consiste en el amor de una tercera
persona.» (Chiozza, L., 2005a, pág. 57)

Chiozza ilumina todavía más la cuestión cuando aclara que se trata de una lucha
que parte de bases ilusorias. «Cuando se piensa en una lucha entre padres e hi-
jos y más aún cuando se la concibe según la tesis “militar” darwiniana acerca de
una selección natural que sólo deja sobrevivir al más apto, se piensa también que
podrá ser muy bueno que los hijos superen a sus progenitores, pero que se trata
de una dolorosa situación que debe ser elaborada. Creo, sin embargo, que ese

10
Los destacados son míos.

14
pensamiento proviene del haber quedado anclado en la rivalidad que es propia de
la etapa fálica y que nos conduce a negar que padres e hijos, como el elefante y
la ballena, habitan inexorablemente en nichos ecológicos distintos y sus intereses
difieren tanto como difieren sus necesidades.» (Chiozza, L., 2005a, pág. 51)

En relación con estos desarrollos, Chiozza nos explica en Las cosas de la vida
(2005a) cual es la idea que hoy lo convence más acerca de la historia que se
oculta en la homosexualidad manifiesta. Dice que «podemos comprender que el
incremento de las tendencias homosexuales surja muchas veces con la fuerza de
un silogismo irrefutable. Si un niño, sintiéndose excluido de la pareja que forman
sus padres, siente la necesidad de separarlos para establecer un vínculo exclusi-
vo con uno de los dos, cuando tema predominantemente ser derrotado por el pro-
genitor del mismo sexo sentirá la tentación de unirse con él, rivalizando con el
otro, heterosexual, que teme menos.» (pág. 24)

Durante la presentación de la película La ventana de enfrente11, Chiozza volvió


sobre el tema agregando que con su conducta el homosexual procura evitar el
sentimiento de exclusión. En el triángulo, el invertido masculino pasa a unirse con
el hombre (padre) y quien resulta excluida es la mujer (madre). Se interpone para
romper una pareja pero no se dirige luego a formar otra que fructifique en un hijo.

Si bien las relaciones genitales heterosexuales no siempre persiguen la procrea-


ción, es indudable que ese es el verdadero sentido de la sexualidad. El ejercicio
de la homosexualidad, obviamente, no sólo no incluye en sus propósitos la pro-
creación sino que más bien la abomina. Y creo que este punto de la intervención
de Chiozza nos reconecta nuevamente con las opiniones de Weizsaecker acerca
de que la homosexualidad representa la aproximación a un ideal de asexualidad,
un ideal que se vincula fundamentalmente con un rechazo a la procreación.

También en distintas oportunidades, que ahora ya no puedo precisar, lo escuché


a Chiozza reflexionar en torno de la idea que proponen tanto Freud como otros
autores acerca de que en la génesis de la homosexualidad masculina suele pre-
sentarse la ecuación “madre fuerte–padre débil”.

Chiozza se pregunta si en esa constelación el niño realmente ve a su padre como


un hombre débil y ausente o si se defiende de esa idea viéndolo, en el fondo, co-
mo déspota y arbitrario, es decir, fuerte. Una interpretación que, naturalmente,
incrementa en el niño el temor a la castración.

Es cierto que para el niño, cuando su padre no logra resolverle todas y cada una
de las situaciones frente a las que se siente impotente, se convierte, en primera
instancia, en un “padre débil”. Cuando el niño no puede algo, desde su omnipo-
tencia herida, prefiere pensar, en primera instancia, que no se trata de que “él no

11
Presentación realizada en el marco del ciclo “Cine y psicoanálisis”, el día 5 de mayo de 2006 en
la Fundación Luis Chiozza. La introducción estuvo a cargo de la Lic. Mirta F. de Dayen.

15
puede” sino que su frustración se debe a que su padre no le resuelve lo que debe-
ría resolverle. En ese caso, el que pasa a ser impotente es el padre. Pero la idea
de un padre débil lo deja frente a una vivencia de desamparo que le resulta inso-
portable. De modo que, en segunda instancia, “prefiere creer” que si su padre no
le resuelve las cosas no es porque no puede sino porque no quiere. Y de ese mo-
do su padre queda configurado como un individuo fuerte, arbitrario y castrador.
Esa es la manera de transfigurar a un padre que no puede hacerse cargo de re-
solver todos los problemas de impotencia de su hijo. El hijo se defiende de su im-
potencia transformándola en injusticia, y dentro de esa vivencia de injusticia tiene
la fantasía de un padre fuerte y despótico.

Desde este punto de vista, tanto la idea de “padre débil” como la de “padre brutal,
despótico y arbitrario” parecen corresponder a la fantasía optativa de que el padre
debería ser capaz de ahorrarle todos los esfuerzos y frustraciones al hijo. Creo
que en este punto volvemos a reencontrarnos con el tema que tocábamos pági-
nas atrás, el tema de la insuficiencia hepática que dificulta el proceso de identifi-
cación.

Podemos agregar que tal vez la pretensión de que el esfuerzo lo haga otro por
uno, en el fondo no sea más que otra representación del propósito inconciente de
persistir en la conducta incestuosa; una conducta que se encamina inevitablemen-
te al dolor en la medida en que no se resigna pero tampoco se la puede llevar
adelante. De este modo, entre la esperanza de satisfacción y la vivencia de trai-
ción y abandono, se transita un recorrido que pasa, sin solución de continuidad,
de la docilidad anal a la hostilidad fálica. Pero lo cierto es que sólo se puede con-
tinuar el desarrollo armónico cuando se logra aceptar la pérdida irremediable de la
omnipotencia.

Ocupándose de las mismas cosas, Otto Fenichel (1957) sostiene que «todo niño
varón ama a su padre como un modelo al que le gustaría parecerse. Se siente en
el papel del “discípulo” que, a precio de una pasividad temporaria, puede adquirir
la capacidad de ser activo más tarde. Este tipo de amor podría llamarse amor de
aprendiz. Es siempre ambivalente, porque su objetivo último es reemplazar al
maestro. Después de haber renunciado a la creencia en la propia omnipotencia, y
haberla proyectado sobre el padre, son diferentes las maneras en que el niño
puede tratar de lograr nuevamente alguna participación en la omnipotencia del
padre. Los dos extremos opuestos son, en este aspecto, la idea de matar al padre
para ocupar su lugar y la idea de congraciarse con él, de ser obediente y sumiso
en grado tal que el padre voluntariamente le conceda tal participación. Pueden
hallarse hombres homosexuales del tipo que aquí tratamos a lo largo de toda la
escala existente entre esos dos extremos.» (pág. 378)

Más adelante el autor agrega que el amor por el partenaire homosexual «puede
servir para sobrecompensar no sólo un sentimiento inconciente de hostilidad ha-
cia el padre, sino también un sentimiento anterior de miedo al padre. “No tengo
por qué tener miedo a mi padre, ya que nos queremos uno al otro”. Pero este in-

16
tento de escapatoria no siempre tiene éxito. Los modos en que se intenta la nega-
ción de la angustia pueden hacer surgir nueva angustia. Habiendo tratado de es-
capar a la castración como castigo por los deseos sexuales hacia la madre, ahora
teme la castración como prerrequisito de la gratificación sexual por el padre».
(pág. 379)

Respecto de esta cuestión Jacobson (1980) nos acerca ejemplos aportados por
Desmond Morris junto a una reflexión que parece interesante. Nos cuenta una
experiencia en la que se utilizó una especie de pez gasterósteo12. «En esta espe-
cie, si los machos son puestos juntos en un acuario, se disponen según una jerar-
quía de dominación-sumisión, muy similar a la de las gallinas en una granja o a la
de los muchachos en un campo de juegos. Al no haber hembras en el acuario,
pronto aparece la conducta homosexual; el pez dominante se comporta de una
manera masculina hacia el pez sometido, que responde de una manera femenina,
de modo que se desarrollan dos formas muy diferentes de conducta sexual (una
conducta homosexual masculina y una conducta homosexual femenina), y todo
esto es, quizá, lo que había que esperar. Pero si ahora los peces machos homo-
sexuales de conducta femenina se segregan en otro acuario, entonces se esta-
blece una nueva jerarquía, y los que dominen abandonarán sus modalidades pa-
sivas y desplegarán una conducta homosexual masculina. Esta es, al menos en
los peces gasterósteos, una prueba concluyente de la importancia que la posición
social tiene sobre la conducta sexual. Otro ejemplo de conducta homosexual so-
cialmente inducida y de conducta sexual que tiene objetivos distintos de la repro-
ducción, puede ser observada en el zoológico. Cuando nuestro hijo obsequia una
banana al pequeño mono, el macho dominante salta amenazadoramente para
quitársela, pero el pequeño mono ofrece instantáneamente su trasero al agresor
en la posición convencional femenina de presentación sexual, y por este medio
puede triunfar y conservar el regalo.» (pág. 95)

Celos y sentimiento de castración

Hasta no hace mucho, todo lo que conocíamos acerca de los celos era que se
trataba de un sentimiento que, una vez interpretado, nos permitía comprender una
cierta gama de conductas que de otro modo parecían incongruentes. Pero en los
últimos años tuvimos acceso a nuevos desarrollos que se ocuparon de esa viven-
cia tratando de profundizar en su intimidad. (Chiozza, G., 200013; Chiozza, L.,
200014; Bruzzon, M. E. y Dayen, M. F. de, 2001)

12
El nombre vulgar es “Espinoso”. Pez que no suele alcanzar los 6 cm. de longitud. Vive en ace-
quias y en los tramos bajos de los ríos. Esta especie se distribuye por el suroeste europeo, mien-
tras que otras formas próximas se reparten ampliamente por casi todo el hemisferio norte. Es un
animal muy utilizado en el estudio del comportamiento animal (territorialismo, cortejo, nidificación).
13
Introducción al debate de la película Toy Story, realizado en la Fundación Luis Chiozza, 2000.
14
De la intervención realizada durante la presentación de la película Toy Store, presentación cuya
introducción fue realizada en el 2000 por Gustavo Chiozza en nuestra Fundación.

17
Con la misma intención, últimamente Chiozza (2005a) nos recuerda que «el hom-
bre primitivo y el niño muy pequeño construyen el mapa de su yo, lo que llama-
mos su self, siguiendo las leyes del pensamiento mágico, acordes con lo que el
psicoanálisis considera el proceso primario, centrado en la condensación y el
desplazamiento de la importancia. Es el self que Freud denominaba “yo de placer
puro”, porque incluye todo lo que le da placer y excluye lo que le disgusta.» (pág.
169)

Más adelante afirma que «cuando en nuestra más tierna infancia, pensando como
un primitivo, incluíamos en nuestro self todo aquello que nos daba placer, ponien-
do allí, en lo que considerábamos “yo”, una parte que un observador hubiera di-
cho que pertenecía al mundo o al yo de algún otro, progresábamos en un camino
que ineludiblemente conduciría a una crisis. Un buen día, que en aquel entonces
nosotros consideramos muy malo, tuvimos dificultades en el dominio, en el con-
trol, de una parte que creíamos nuestra y que en ese instante remoto comenzó a
comportarse como si estuviera regida por la voluntad de otro. Esa crisis, vinculada
a los límites que separan nuestra potencia de nuestra impotencia, corresponde al
instante original en el cual, por primera vez, nació el afecto que llamamos celos.
Qué duda cabe, entonces, de que esos celos, íntimamente unidos al sentimiento
humillante de impotencia, fueron al mismo tiempo el sentimiento de un enorme
daño, de un episodio tan funesto y horrible como ser devorado, que mutilaba drás-
ticamente el tamaño de nuestro querido yo.» (págs. 169 – 170)

Estoy seguro de que cuando Chiozza sostiene que “en nuestra más tierna infancia
incluíamos en nuestro self todo aquello que nos daba placer”, alude a que esta
manera de pensar acerca de las cosas es la modalidad con que muchas veces
pensamos todavía hoy siendo adultos. En el sentido inverso, en el sentido de ex-
cluir de nuestro self todo lo displacentero, cuando sentimos un dolor, por ejemplo,
solemos referirnos al órgano al que atribuimos el motivo del malestar como si se
tratara de algo ajeno, algo que se altera más allá de nuestra voluntad, “algo que
no es mío y que me está lesionando”. No decimos que dolemos sino que nos
duele, por ejemplo, la cabeza.

De modo que Chiozza nos enseña que los celos se corresponden con una viven-
cia de mutilación y nos muestra que lo que llamamos “castración” no es concre-
tamente la pérdida del pene sino que ese es el despojo que mejor la representa
en una etapa de la vida. Algo que seguramente es así porque, como también nos
hizo ver el autor, el pene (o los genitales) es lo que mejor puede arrogarse, en un
determinado momento de nuestro desarrollo, la representación del intermediario
en una relación de placer, en un vínculo de dominio.

Como sabemos, también otras partes pueden arrogarse la representación de la


“castración” en otras etapas. Cuando Freud se ocupa de la vinculación entre “Ero-
tismo anal y complejo de castración” (1918 [1914]), dice que «la entrega de la ca-
ca en favor de (por amor de) otra persona se convierte a su vez en el arquetipo de

18
la castración, es el primer caso de renuncia a una parte del cuerpo propio 15 para
obtener el favor de un otro amado. En consecuencia, al amor – en lo demás, nar-
cisista – por su pene no le falta una contribución desde el erotismo anal. La caca,
el hijo, el pene, dan así por resultado una unidad, un concepto inconciente […], el
de lo pequeño separable del cuerpo.» (pág. 78)

En síntesis, se trata de una manera de interpretar, un modo de “mapear” el uni-


verso a partir del cual todo lo que me resulta placentero es mío (mi-yo), siento que
está bajo mi dominio. El instante en que siento la pérdida del dominio sobre eso
placentero y vivido como mío, se transforma en un acontecimiento que vivo como
una injuria, una herida que puede llegar a resultarme insoportable.

La postura más clásica es que el invertido masculino adopta la conducta homose-


xual para evitarse la castración. Creo que en ese sentido podemos agregar que el
homosexual trata de huir de los celos. Se esfuerza por evitar el sentimiento de
una castración de la que, en realidad, ya ha sido víctima y que le resulta insopor-
table. Una evitación que naturalmente tiene serias consecuencias en su vida y en
su entorno. Sobre esta cuestión, volveremos un poco más adelante.

La intolerancia a lo diferente

Fenichel (1957) se pregunta: « ¿Qué es lo que determina la perturbación de la


primacía genital? ¿Por qué la gratificación de un determinado instinto parcial es-
pecial anula la perturbación de la primacía genital? El factor que primariamente
perturba la primacía genital es idéntico al que produce igual efecto en los neuróti-
cos: angustia y sentimientos de culpa dirigidos contra el complejo de Edipo. Sin
embargo, entre las angustias de carácter neurótico que motivan la defensa, la an-
gustia de la pérdida de amor es menos importante en las perversiones, a la vez
que la angustia por la propia excitación no puede ser tampoco de mucha impor-
tancia, dado que el logro del orgasmo resulta eventualmente posible. Debe consi-
derarse, por lo tanto, como factor decisivo, la angustia de castración y los sen-
timientos de culpa, que son derivados de la angustia de castración.» (pág. 369)

Más adelante afirma que el perverso es una persona cuyo placer sexual está blo-
queado por la idea de castración. Sostiene que mediante la perversión trata de
probar la inexistencia de la castración, y en la medida en que llega a creer en esta
prueba, le resulta asequible cierta cuota de placer sexual y el orgasmo. «La hiper-
trofia del instinto parcial infantil reasegurador sirve al mismo tiempo para la repre-
sión del complejo de Edipo y de otros remanentes rechazados de la sexualidad
infantil. Esto se consigue mediante una “represión parcial” de la sexualidad infan-
til, al mismo tiempo que otras partes de la misma son exageradas.» (pág. 371)

Al ocuparse del tema de la “amenaza de castración” y las consecuencias que


puede acarrear, Freud (1908c) propone la siguiente versión para su primera
15
Freud aclara que «el niño trata a la caca enteramente como una parte de su cuerpo.»

19
enunciación del llamado “complejo de castración”. Dice que «el niño gobernado
en lo principal por la excitación del pene ha solido procurarse placer estimulándolo
con la mano; sus padres o las personas encargadas de su guarda lo han pillado, y
lo aterrorizaron con la amenaza de que le sería cortado el miembro. El efecto de
esta “amenaza de castración” es, en su típico nexo con la estima que se tiene por
esta parte del cuerpo, superlativo y extraordinariamente profundo y duradero. [...]
Los genitales de la mujer, percibidos luego y concebidos como mutilados,
recuerdan aquella amenaza y por eso despiertan en el homosexual horror en
vez de placer.16» (pág. 193)

Creo que a esta versión histórico genética que explica el horror que puede sufrir el
varón frente a los genitales femeninos, hoy podemos agregarle una versión naci-
da desde otra postura epistemológica. Creo que hoy también podemos decir que
el horror se despierta frente a lo diferente.

Más adelante Freud (1911 [1910]), ocupándose del concepto de “Narcisismo”,


dice que «el individuo empeñado en el desarrollo, y que sintetiza en una unidad
sus pulsiones sexuales de actividad autoerótica, para ganar un objeto de amor se
toma primero a sí mismo, a su cuerpo propio, antes de pasar de este a la elección
de objeto en una persona ajena. Una fase así, mediadora entre autoerotismo y
elección de objeto, es quizá de rigor en el caso normal; parece que numerosas
personas demoran en ella un tiempo insólitamente largo, y que de ese estado es
mucho lo que queda pendiente para ulteriores fases del desarrollo. En este sí
mismo tomado como objeto de amor puede ser que los genitales sean ya lo prin-
cipal. La continuación de ese camino lleva a elegir un objeto con genitales
parecidos; por tanto, lleva a la heterosexualidad a través de la elección homose-
xual de objeto. Respecto de quienes luego serán homosexuales manifiestos, su-
ponemos que nunca se han librado de la exigencia de unos genitales iguales
a los suyos en el objeto.17» (pág. 56)

Tal vez se puede combinar esta concepción clásica del “Narcisismo” con las ideas
que nos trae Chiozza sobre el concepto de “castración” para esclarecer un poco
más el significado que expresa la “intolerancia por lo diferente”.

Respecto de estas cuestiones Fenichel (1957) dice que «de ninguna manera debe
considerarse que un trauma de castración provocado en los niños por la vista de
genitales femeninos es cosa característica de los homosexuales, puesto que tam-
bién se encuentra con frecuencia en el pasado de hombres heterosexuales. Lo
decisivo es la reacción a este trauma. Los homosexuales reaccionan rehusando
tener nada que ver, de ahí en adelante, con espectáculos tan espantables.»
(págs. 374 – 375).

Creo que se puede pensar, en primer término, que calificar a ese evento como
traumático ya constituye una determinada reacción. En segundo término creo que,

16
El destacado es mío.
17
El destacado es mío.

20
como reacción a ese evento vivido como traumático, en ocasiones podría llegar a
resultar necesario negar la diferencia para poder seguir manteniendo la ideología
del “yo de placer puro”, la idea de que lo que aprecio, el otro que estimo valioso,
no es diferente, no es otro18 y, por lo tanto, permanece sujeto a mi dominio.

De ser así, el temor a la castración podría llevar implícito el temor a enfrentarse


con la diferencia; con el tener que reconocer que una parte que me resulta pla-
centera es distinta de mí, no es mía, está fuera de mi dominio.

No tolerar las diferencias, pretender que todo es igual, que nada es mejor, y es-
pecialmente con todo lo que se refiere a la cuestión de la potencia19, sería tratar
de defenderse del sentimiento de castración y de los celos. Tal vez de este modo
podría llegar a explicarse el anhelo, tan habitual en nuestra época, de no discrimi-
nar; la inclinación a insistir en que todas las ideas tienen el mismo valor; las postu-
ras populistas que pretenden igualar a todos, en todo sentido.

Tratando el tema de “lo igual” y “lo diferente” Chiozza (2005a) nos muestra que,
sin embargo, nada es tan sencillo como parece. «Hemos aprendido, desde el psi-
coanálisis, que cuando nos sentimos solos nos sentimos siempre abandonados
por alguien, y que ese alguien no es cualquiera, ni puede ser representado por
cualquiera, es alguien que ha adquirido en nuestra vida un significado importante,
alguien a quien “dedicamos”, conciente o inconcientemente, nuestra vida, o tam-
bién, para decirlo con otras palabras, es el magistrado en cuyo juzgado radica el
expediente de nuestro juicio, esperando sentencia.

Se constituye de este modo una situación paradojal, la compañía surge, por un


lado, del encuentro con lo igual, mientras que, por otro lado, para lograr que el
otro desee nuestra compañía procuramos mostrarnos diferentes, es decir, “origi-
nales”. Uno se ve forzado a navegar entre ambos escollos; en un extremo ser
“distinguido”, un ser irremplazable, “extra-ordinario” que debe pagar el precio de
quedarse solo, y en el otro extremo ser común, un ente “ordinario” completamente
sustituible que, como un antihéroe, cosecha el beneficio de sentirse acompañado
en el seno de una masa humana.» (pág.18)

Retomando el tema de la vinculación entre intolerancia a las diferencias y angus-


tia de castración creo que se puede agregar que la postura que valora la “no dis-
criminación”, postura que se propaga y se ve especialmente exacerbada en nues-
tros días, es parte de un complejo de significación que también se expresa tanto
en la homosexualidad como en las demás perversiones.

18
“Otro” deriva del latín alter –era –erum, “opuesto”, “contrario”.
19
En 1934, E. Santos Discépolo, en su crítica al siglo XX, escribió: «¡Todo es igual! ¡Nada es me-
jor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor! […] los inmorales nos han igualao. […] Igual que en
la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin rema-
ches ves llorar la Biblia contra un calefón.»

21
Homosexualidad y la conformación de parejas que no fructifican

Recordábamos páginas atrás la intervención de Chiozza durante la presentación


de la película La ventana de enfrente. En su participación Chiozza sintetizaba di-
ciendo que el homosexual rompe una pareja para conformar otra que no fructifi-
que en una descendencia.

Esa noche también agregó que al homosexual manifiesto le importa mucho con-
seguir la aceptación pública de sus conductas. Y le importa porque piensa que si
su homosexualidad fuera aceptada por el entorno él podría acceder al bienestar
que le falta. No se da cuenta de que proyecta en el rechazo social una insatisfac-
ción que nada tiene que ver con el reconocimiento que espera de su medio. Si
bien es cierto que con la aceptación tal vez podría aliviarse momentáneamente
cierta porción de su malestar, lo que inevitablemente seguirá sufriendo es la morti-
ficación que surge de una sexualidad que deja frustrado su natural impulso de
procrear.

Cuando Freud (1917 [1916-17]) trata el tema de los individuos cuya vida sexual se
aparta de lo que es lo habitual en el promedio dice que «una parte de estos “per-
versos” han borrado de su programa […] la diferencia entre los sexos. Sólo los de
su mismo sexo pueden excitar sus deseos sexuales; los otros, y sobre todo sus
partes sexuales, no constituyen para ellos objeto sexual alguno y, en los casos
extremos, les provocan repugnancia. Desde luego, han renunciado así a participar
en la reproducción. A estas personas las llamamos homosexuales o invertidos.»
(pág. 278)

Judd Marmor (1967) se ocupa de las ansiedades que bloquean el camino de la


adaptación heterosexual. El autor dice que coincide con «la hipótesis psicoanalíti-
ca de que la conducta preferentemente homosexual está siempre asociada con
temores inconcientes a las relaciones heterosexuales». Pero agrega que hay que
«reconocer también que la evitación de las relaciones heterosexuales no está
siempre y necesariamente fundada en el temor físico al acto sexual mismo. A me-
nudo comprobamos que la provocan el temor a las responsabilidades del matri-
monio y la paternidad. Por el hecho mismo de que son condenadas socialmente,
las relaciones homosexuales no implican el mismo grado de permanencia descon-
tada y de adhesión que involucran las relaciones heterosexuales. Atraen también
a personas que temen a la intimidad, pero que temen igualmente a la soledad».
(pág. 23)

Tal vez estas últimas afirmaciones podrían replantearse procurando trascender el


marco del pensamiento causalista. Se podría pensar que se trata de fenómenos
interrelacionados, de diferentes puntos de vista que no se explican en razón de
que uno motive al otro. Es decir que lo que se siente como “temor físico al acto
heterosexual” es, desde otro ángulo y al mismo tiempo, “el temor a las responsa-
bilidades del matrimonio y la paternidad”. Un temor que encuentra sus raíces en
los sentimientos que van despertando la convivencia y los proyectos en común y,

22
por otra parte, en los duelos que impone el intimar y la empresa compartida, más
cuando se trata de la materialización de un hijo.

Respecto del intimar y compartir, si bien las relaciones íntimas, tarde o tem-
prano, exponen a la vivencia de pérdida de dominio del objeto, la soledad muchas
veces se acompaña del sentimiento de exclusión, con lo cual retorna eso mismo
que se ha querido evitar con el aislamiento o las relaciones pasajeras y superficia-
les. El homosexual manifiesto sufre por sentirse rechazado. Aspira a sentirse
digno mientras se siente discriminado. Mientras tanto actúa como si no llegara a
darse cuenta de que, justamente, las relaciones íntimas y comprometidas serían
las que tienen más posibilidades de hacerlo sentirse digno de que otro quiera es-
tar con él.

Y en lo atinente a la materialización de un hijo, refiriéndose al dolor por la frus-


tración de la función de reproducción Freud (1911 [1910]) dice que Schreber con-
fiesa una privación de ese tipo. Su matrimonio, que él describía como dichoso en
lo demás, «no le dio hijos, sobre todo no el hijo varón que lo habría consolado por
la pérdida de padre y hermano, y hacia quien pudiera afluir la ternura homosexual
insatisfecha.20 […] El posterior delirio, pospuesto de continuo al futuro, según el
cual por su emasculación el mundo se poblaría “de hombres nuevos de espíritu
schreberiano”, estaba destinado a remediar su falta de hijos.» (pág. 54)

Karpman (1974) hace una observación, que me parece interesante, acerca del
punto del que nos estamos ocupando. Dice que «considerada desde un punto de
vista biológico, teológico, o desde cualquier otro ángulo, la procreación constituye
uno de los aspectos más importantes de la vida humana. Hasta el impulso, tan
poderoso y profundo de la autopreservación, parece ser sólo un corolario del que
lleva a la procreación, ya que sin la necesidad de ésta, la urgencia creada por el
sentimiento de autopreservación carecería totalmente de sentido. […] Cualquiera
que sea la situación todos los animales vivientes tienden a autopreservarse; de-
ben crecer y tratar de no perecer. La procreación es el medio que utilizan para
soslayar la muerte y proyectarse en el futuro. Si la vida no puede preservarse in-
definidamente por medio de un continuo vivir, puede en cambio prolongarse gra-
cias a la reproducción continua. La muerte es un problema individual, el destino
del yo; la vida es un problema de la raza y una función de Eros. El individuo se
renueva mediante el acto sexual, que le proporciona nuevas energías para luchar
por su existencia individual. Son muy raras las oportunidades en que muere sin
dejar una progenie tras él. Esta es su función en el esquema eterno de la vida y
del vivir. El individuo representa sólo una instancia; la raza es lo más importan-
te.21» (págs. 9 – 10)
20
«Tras la curación de mi primera enfermedad, he convivido con mi esposa ocho años, asaz feli-
ces en general, ricos también en honores externos, y sólo de tiempo en tiempo turbados por la
repetida frustración de la esperanza de concebir hijos.»
21
«Para algunos animales, especialmente en el caso de ciertos insectos, la procreación parece
ser la única razón de su existencia. El macho suele ser diminuto, mucho más pequeño que la
hembra; la fertiliza y muere en el momento de hacerlo, o es devorado luego por ella. En otros ca-
sos, el macho fertiliza los huevos de la hembra, y luego ambos mueren sin haber llegado a ver a

23
En El banquete de Platón podemos leer que siempre «quien desea lo que es bello
y bueno desea que sea suyo para siempre. En realidad, todo deseo es deseo de
lo bueno, y en último extremo Eros es deseo de poseer siempre lo bueno. Todos
los seres humanos son fértiles y tienen deseos de reproducir, y es a través de la
reproducción como los seres mortales consiguen una especie de inmortalidad. La
belleza los estimula a hacerlo, mientras que la fealdad los aparta de este estímu-
lo. Por esta razón, Eros es un deseo de procreación en lo bello. La prueba de que
la naturaleza mortal persigue la inmortalidad se encuentra en el impulso que ob-
servamos en todos los seres vivos a criar y proteger su prole, en la búsqueda de
la gente de la fama póstuma inmortal, pues de otro modo no sacrificarían sus vi-
das por los demás, y en la labor artística y legislativa de quienes son fértiles en
cuanto al alma.» (204c – 212a).

La atracción que ejerce la mujer en el varón homosexual

Fenichel (1957) coincide en que «el psicoanálisis demuestra que habitualmente


los homosexuales no han dejado de ser excitados sexualmente por las mujeres.
Lo que ocurre simplemente, es que reprimen este interés y desplazan hacia los
hombres la excitación sexual originariamente producida por las mujeres.» (pág.
375)

Efectivamente, como pudimos ver páginas atrás, Freud (1910) sostiene que el
hombre homosexual permanece en lo inconciente fijado a su madre. «En virtud de
la represión del amor por su madre, conserva a este en su inconciente y desde
entonces permanece fiel a la madre. Cuando parece correr como amante tras los
muchachos, lo que en realidad hace es correr a refugiarse de las otras mujeres
que podrían hacerlo infiel. […] Esas personas, en apariencia sólo receptivas para
el encanto masculino, en verdad están sometidas como las normales a la atrac-
ción que parte de la mujer; pero en cada nueva oportunidad se apresuran a tras-

su progenie. En muchos casos, ni siquiera comen; nacen y viven sólo para procrear. La poligenia
es una mariposa muy extraña, cuya hembra no ha sido vista nunca. Se la fertiliza antes de que
nazca y muere en el instante del nacimiento; es criatura y madre al mismo tiempo. Pese a todas
sus complejidades y a su perfeccionamiento, el hombre pertenece, básicamente, al mismo orden.
Hasta hace muy poco tiempo, y basándose sobre los hechos de que disponían, los biólogos pen-
saban que había sólo dos formas de procreación: la asexual, (fisión, división, por esporos, por
brotes) y la sexual; considerada cuantitativamente, la primera era la más numerosa. Sin embargo,
algunos estudios recientes llevados a cabo por protozoólogos ( Sonneborn, Jennings y otros) han
mostrado, de manera concluyente que, dejando de lado la frecuencia y el alcance con que un ani-
mal puede comprometerse en una forma asexual de producción, tarde o temprano desempeña un
papel en el ciclo de la reproducción sexual, cuya forma más primitiva es la unión. […] Se ha com-
probado que después de un período de reproducción asexual, tal como la división, las células
resultantes se vuelven más pequeñas, menos vigorosas hasta llegar, en algunas oportunidades, a
agonizar, a menos que rejuvenezcan por medio del proceso de conjugación. La función de este
proceso es eliminar de las células conjugadas los productos de desgaste que se han acumulado e
interfieren en su vida, la que permite que las células hijas tengan un comienzo sano.» (Karpman,
1974, Págs. 10 – 11).»

24
ladar a un objeto masculino la excitación recibida de la mujer, y de esa manera
repiten de continuo el mecanismo por el cual han adquirido su homosexualidad.»
(pág. 94)

Tal vez hoy, desde el último modelo que propone Chiozza, podemos profundizar
un poco más en la comprensión del por qué los hombres homosexuales reprimen
su interés por las mujeres y desplazan hacia los hombres esa excitación sexual.
Creo que hoy podemos decir que más allá de la necesidad de evitar la infidelidad
con la madre lo que parece preponderar en la homosexualidad masculina es el
intento de evadir el riesgo de desafiar al padre.

En el mismo sentido Karpman (1974) dice que «La homosexualidad no representa


tanto la elección de un individuo del mismo sexo como el rechazo de cualquiera
del otro sexo, al que el individuo trata de escapar para eludir emociones muy in-
tensas de temor y de odio. En la mayoría de esos casos el objeto primariamente
elegido es de carácter incestuoso. El homosexual resuelve el problema del inces-
to rechazando no sólo a su madre sino a todas las mujeres.» (pág. 88)

Los niveles de gravedad y las posibilidades terapéuticas

Freud (1920) nos habla acerca de cuales eran sus expectativas a la hora de tratar
el padecimiento que nos ocupa. «Es preciso confesar que también la sexualidad
normal descansa en una restricción de la elección de objeto, y en general la em-
presa de mudar a un homosexual declarado en un heterosexual no es mucho más
promisoria que la inversa, sólo que a esta última jamás se la intenta, por buenas
razones prácticas.

Los éxitos de la terapia psicoanalítica en el tratamiento de la homosexualidad, por


lo demás muy variada en sus formas, no son en verdad muy numerosos. Como
regla, el homosexual no puede resignar su objeto de placer; no se logra conven-
cerlo de que, con la transmudación, reencontraría en el otro objeto el placer a que
renuncia.» (págs. 144 – 145)

Respecto de las condiciones que hacen crecer la dificultad para el tratamiento,


Freud (1905) agrega que «los invertidos muestran […] una conducta diversa en su
juicio acerca de la particularidad de su pulsión sexual. Algunos toman la inver-
sión como algo natural, tal como el normal considera la orientación de su libido,
y defienden con energía su igualdad de derechos respecto de los normales; otros
se sublevan contra el hecho de su inversión y la sienten como una compulsión
patológica»22 (págs. 124 – 125). Luego, en 1910 y en este punto, completa su
opinión con una nota al pie en la que dice que «el hecho de que una persona se
revuelva así contra la compulsión a la inversión podría ser la condición para que
pueda ser influida por un tratamiento por sugestión o por un psicoanálisis.» Una
elucidación que me parece muy importante.
22
El destacado es mío.

25
Al principio de este trabajo ponía en cuestionamiento la concepción que impera en
nuestros días acerca de que la homosexualidad es el resultado de una elección
que no hace más que demostrar que “sobre gustos no hay nada escrito”. Entiendo
que no sólo es una concepción equivocada sino que, además, conlleva los perjui-
cios de agravar la problemática. Creo que, efectivamente, el hecho de que el ho-
mosexual encuentre en su entorno una aceptación entusiasta de sus conductas
que lo estimula a tomar su inversión como algo natural, lo aleja cada vez más de
la posibilidad de acceder a un tratamiento que pueda ayudarlo a dar los pasos
que han quedado inhibidos en su vida.

Me parece que no cabe duda que entender que la homosexualidad es el resultado


de una elección que depende de incuestionables gustos personales es una con-
cepción que está al servicio de postergar un duelo. Y en muchas oportunidades le
oímos decir a Chiozza que en la medida en que postergamos los duelos no sólo
crecen y se multiplican los problemas sino que, además, mientras se fortalece
nuestro hábito de no duelar va languideciendo nuestra inclinación al cambio. La
“deuda” acumulada va creciendo día a día y con ella la dificultad para saldarla. Y
así hasta llegar a un punto sin retorno.

Respecto de otra de las cuestiones que ensombrecen el pronóstico de la terapéu-


tica de la homosexualidad, Freud (1918 [1914]) ejemplifica con algunos de sus
hallazgos en un caso clínico. Respecto de su paciente dice que la «hiperintensi-
dad de su narcisismo armonizaba por entero con los otros indicios de un desarro-
llo sexual inhibido: que su elección amorosa heterosexual concentrara en sí, a
pesar de toda su energía, tan pocas aspiraciones psíquicas, y que la actitud ho-
mosexual, tanto más vecina al narcisismo, se hubiera afirmado en él con tal tena-
cidad como un poder inconciente. Desde luego, frente a perturbaciones de esta
índole la cura psicoanalítica no puede producir un ímpetu subvirtiente instantáneo
y una equiparación a un desarrollo normal, sino sólo eliminar los obstáculos y ha-
cer transitable el camino para que los influjos de la vida lleguen a imprimir al desa-
rrollo mejores orientaciones.» (Págs. 107 – 108)

Por otra parte, acerca de las motivaciones que pueden acercar a un paciente ho-
mosexual a un tratamiento psicoanalítico, Freud (1920) afirma que si un invertido
«se somete a tratamiento, las más de las veces será porque motivos exteriores lo
esforzaron a ello: 1) las desventajas sociales y 2) los peligros de su elección de
objeto; y estos componentes de la pulsión de autoconservación demuestran ser
demasiado débiles en la lucha contra las aspiraciones sexuales. Pronto puede
descubrirse, entonces, su plan secreto: procurarse, mediante el resonante fracaso
de ese intento, la tranquilidad de haber hecho todo lo posible contra su extravío y
así poder entregarse a él con la conciencia tranquila. Cuando lo que motivó el in-
tento de curación es el miramiento por padres y allegados a quienes se ama, las
cosas suceden de manera algo diversa. Hay entonces aspiraciones realmente
libidinosas que pueden desarrollar energías opuestas a la elección homosexual
de objeto, pero su fuerza rara vez basta. Sólo cuando la fijación al objeto del mis-

26
mo sexo no ha alcanzado aún poder suficiente o cuando preexisten considerables
esbozos y restos de la elección heterosexual de objeto, vale decir, en caso de una
organización todavía oscilante o nítidamente bisexual, puede el pronóstico de la
terapia psicoanalítica presentarse más favorable.»

En resumen, se podría decir que las condiciones que favorecen el proceso de me-
joría son: 1) que el paciente interprete las conductas homosexuales manifiestas
como síntomas de un trastorno, como indicios de una enfermedad; 2) que existan
en él deseos de intentar la cura por amor a otros; 3) que la fijación al objeto ho-
mosexual no haya alcanzado una intensidad que la haga inmanejable o que per-
duren restos de la inclinación a la elección heterosexual; 4) que el rasgo de la in-
versión no date en el individuo desde siempre, hasta donde alcanzan sus recuer-
dos, sino que se le haya hecho notable en una época determinada.

27
En síntesis

1. La inversión masculina sería la manifestación de una sobrecarga de la


corriente homosexual normal que, de esa manera, aparece exagerada.
La sobrecarga se puede explicar en razón de que la búsqueda de satis-
facción encuentra bloqueado el acceso al contacto heterosexual. La
exageración hablaría del desplazamiento defensivo de una importancia
que de hacerse conciente despertaría un dolor insoportable.
2. En la dificultad de transitar el pasaje en que se va transformando la co-
rriente homosexual normal en heterosexualidad, se expresa una deter-
minada “insuficiencia hepática” para la materialización de las identifica-
ciones.
3. En el desarrollo que va desde el autoerotismo al amor de objeto, los in-
vertidos, igual que los demás perversos, han permanecido fijados en un
lugar más cercano al autoerotismo. La constitución de los perversos se
singulariza por el relegamiento de la zona genital frente a otras zonas
erógenas. En el caso de los homosexuales hallamos la misma inclina-
ción infantil, sólo que en ellos la preponderancia recae en la zona geni-
tal, en especial en el pene. El pene queda otra vez convertido en una
zona aislada, en una zona que no termina de subordinarse a «la sínte-
sis de todas las pulsiones parciales de la sexualidad bajo el primado de
los genitales y al servicio de la función de la reproducción». De ese mo-
do, como dice Freud, el pene se convierte en destino para ellos. El pun-
to de fijación de la homosexualidad manifiesta sería, pues, la etapa fáli-
ca.
4. Siguiendo a Weizsaecker (1956) podemos pensar que en la homose-
xualidad se expresa un intento de aproximación a un ideal de asexuali-
dad. Weizsaecker piensa que ese ideal se vincula fundamentalmente
con un rechazo a la procreación y con una inclinación a una espirituali-
dad asexual.
5. Chiozza nos explica que «si un niño, sintiéndose excluido de la pareja
que forman sus padres, siente la necesidad de separarlos para estable-
cer un vínculo exclusivo con uno de los dos, cuando tema predominan-
temente ser derrotado por el progenitor del mismo sexo sentirá la tenta-
ción de unirse con él, rivalizando con el otro, heterosexual, que teme
menos.» En el triángulo, el niño pasa a unirse con el hombre (padre) y
quien ahora queda excluida es la mujer (madre). Cuando la conflictiva
no alcanza a resolverse y perdura, el proceso termina fijándose y se
encamina siempre al mismo desenlace estereotipado. Quien así devie-
ne invertido masculino reitera una escena que queda congelada en el
tiempo: se interpone para romper una pareja sin dirigirse luego a formar
otra que fructifique en un hijo.
6. Chiozza explica también, que los celos se corresponden con una viven-
cia de mutilación y nos muestra que lo que habitualmente llamamos
“castración” no es concretamente la pérdida del pene sino que ese es el
despojo que mejor la representa en una etapa de la vida. El pene (o los

28
genitales) es lo que mejor puede arrogarse, en un determinado momen-
to de nuestro desarrollo, la representación del intermediario en una re-
lación de placer, en un vínculo de dominio.
7. Es posible pensar que, como reacción a la angustia de castración, en
ocasiones puede llegar a resultar necesario negar la diferencia para po-
der seguir manteniendo la ideología del “yo de placer puro”. De ese
modo se procura conservar la idea de que lo apreciado, el otro estima-
do valioso, no es diferente – es “mi-yo” –, no es otro, no es un prójimo
que se altera imprevistamente sino que permanece bajo dominio.
8. Se puede decir que las condiciones que favorecen el proceso de mejo-
ría son: 1) que el paciente interprete las conductas homosexuales mani-
fiestas como síntomas de un trastorno, como indicios de una enferme-
dad; 2) que existan en él deseos de intentar la cura por amor a otros; 3)
que la fijación al objeto homosexual no haya alcanzado una intensidad
que la haga inmanejable o que perduren restos de la inclinación a la
elección heterosexual; 4) que el rasgo de la inversión no date en el indi-
viduo desde siempre, hasta donde alcanzan sus recuerdos, sino que se
le haya hecho notable en una determinada época.

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