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La guerra fría y el tercer mundo: ¿Los buenos tiempos pasados?

 La destrucción del Muro de Berlín y la subsecuente disolución de la URSS han sido
celebradas como la caída de los comunismos y el derrumbe del marxismo-leninismo como
fuerza ideológica en el mundo moderno. Sin duda eso es correcto. Además han sido
celebradas como el triunfo definitivo del liberalismo como ideología. Esto es una
percepción totalmente equivocada de la realidad. Por el contrario, esos acontecimientos
marcaron aún más el derrumbe del liberalismo y nuestra entrada definitiva en el mundo
“después del liberalismo”.

La abrumadora ventaja económica de Estados Unidos en 1945 en producción y en


productividad fue consecuencia de tres factores conjuntos: la invariable concentración de
la energía nacional de Estados Unidos a partir de 1865 en el mejoramiento de su
capacidad tanto de producción como de innovación tecnológica; la libertad de Estados
Unidos de realizar gastos militares serios, al menos hasta 1941, una movilización bélica
eficaz de 1941 a 1945 y la ausencia de destrucción de su infraestructura por la guerra; la
enorme destrucción de infraestructura y vidas humanas en toda Eurasia de 1939 a 1945.

Estados Unidos pudo institucionalizar muy rápidamente esa ventaja, es decir crear una
hegemonía que le permitió controlar o dominar prácticamente todas las decisiones
importantes en los foros políticos y económicos del mundo durante alrededor de
veinticinco años. Su hegemonía era además ideológica e incluso cultural.

Los dos pilares clave en que se apoyaba esa hegemonía eran un sistema de alianzas con
los países importantes ya industrializados del mundo por un lado, y un estado de
bienestar de integración nacional en lo interno, por el otro. En cada caso el arreglo era
económico e ideológico, y nominalmente político.

El anzuelo económico para Europa occidental y Japón fue la reconstrucción económica,


acompañada por una elevación significativa el ingreso real de las capas medias y los
trabajadores calificados en Estados Unidos. Eso aseguraba a la vez la satisfacción
política y un mercado importante para las empresas productivas estadunidenses.

Del mismo modo, la relación de Estados Unidos y la URSS era una cosa en la superficie y
una realidad diferente por debajo. En la superficie, Estados Unidos y la URSS eran

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enemigos ideológicos entrampados en una guerra fría no solo desde 1945 sino desde
1917. Cada uno representaba diferentes visiones del bien social, basadas en lecturas
bastante divergentes de la realidad histórica. Las estructuras de los dos países eran
bastante distintas, y en algunos aspectos 'fundamentalmente diferentes. Además, ambos
proclamaban en voz muy alta la profundidad de esa división ideológica y llamaban a todas
las naciones y a todos los grupos a optar por un lado o el otro.

Sin embargo la realidad era muy distinta. En Europa se trazo una línea más o menos en
el lugar donde se encontraron las tropas soviéticas y estadunidenses al término de la
segunda guerra mundial. Al este de esa línea estaba la zona reservada al predominio
político soviético. El arreglo entre Estados Unidos y la URSS es bien conocido y bastante
sencillo. La URSS podía hacer lo que quisiera dentro de su zona del este de Europa. Se
establecieron dos condiciones de trabajo. Primero, las dos zonas observarían absoluta
paz entre los estados y se abstendrían de cualquier intento de cambiar o subvertir los
gobiernos de la otra zona. Segundo, la URSS no esperaría ni recibiría ayuda de Estados
Unidos para su reconstrucción económica. La URSS podía tomar todo lo que pudiera de
Europa oriental, mientras que el gobierno de Estados Unidos concentraría Sus recursos
económicos (vastos pero no limitados) en Europa occidental y Japón.

En 1945 nadie tomaba en serio al tercer mundo como actor político en la escena mundial
ni Estados Unidos ni la URSS ni las viejas potencias coloniales de Europa occidental.
Cualquier reproche era recibido con sorpresa, y a los inconformes se les aconsejaba
tener paciencia, sobre la base de una versión de nivel mundial de la hipótesis del "goteo".

Desde luego, Estados Unidos tenía un programa para el tercer mundo: fue proclamado
por Woodrow Wilson en 1917 y se llama auto determinación de los pueblos.
Eventualmente, al correr del tiempo, cada pueblo recibía sus derechos políticos colectivos
a la soberanía, así como cada ciudadano recibiría su derecho político individual al
sufragio. Esos derechos políticos traerían una oportunidad de auto mejoramiento, cosa
que después de 1945 adquirió el nombre de desarrollo nacional.
El leninismo como ideología era presumiblemente la antinomia del wilsonismo. En
realidad, en muchos sentidos era su avatar. El programa de Wilson para el tercer mundo
fue traducido por Lenin a la jerga marxista, y renació como antiimperialismo y la

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construcción del socialismo. Esto evidentemente reflejaba diferencias reales sobre quien
debía controlar los procesos políticos en la periferia del sistema.

El elemento esencial que es preciso observar en todo este impulso político es que fue,
desde el principio, de origen totalmente autóctono y en oposición al Norte. Las potencias
coloniales se opusieron emergí- camente a ese aceleramiento del proceso, e hicieron
todo lo posible por detenerlo o retardarlo. Por supuesto las tácticas fueron variadas, con
los británicos mostrándose mucho más flexibles que los demás y los portugueses
rezagándose todo lo posible. Estados Unidos, pese a su teórico anticolonialismo
wilsoniano, tendía a apoyar el retarda miento europeo todo lo que pudo, pero
eventualmente llamo a la descolonización con dirigentes "moderados" a ritmo moderado.

La actitud de la URSS no fue muy diferente. Presumiblemente el leninismo representaba


una forma de anticolonialismo más esforzada y combativa que el wilsonismo, y desde
luego la URSS dio apoyo político y material a muchos movimientos antiimperialistas.
Económicamente, el mundo tuvo entonces que enfrentar las cuentas del trabajo de
remiendo de los años setenta, la crisis de la deuda, que se manifestó por primera vez en
Polonia en 1980 y fue reconocida oficialmente en México en 1982.

El resultado fue una espiral económica descendente en todo el tercer mundo y los países
del bloque soviético, con excepción de los países de industrialización reciente (los NIC)
del Sudeste asiático que lograron acorralar a las industrias en el sito del centro a la
semiperiferia debido a sus más bajas tasas de beneficio.

A esa altura se había agotado la posibilidad de cebar la bomba de la tambaleante


economía mundial por medio de la OPEP y Reagan apelo al keynesianismo militar
estadunidense y a grandes préstamos de sus anteriormente aliados y ahora Finales
económicos: Japón, y Europa occidental. Para mediados del decenio estaba claro que la
deuda vencería pronto, igual que los prestamos al tercer mundo de los setenta.

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