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Buenas prácticas en la

comunicación pública

INFORMES INADI

Identidad de género

1
BUENAS PRÁCTICAS
EN LA COMUNICACIÓN PÚBLICA

INFORMES INADI

Animadas/os por el deseo de enriquecer la discusión pública y promover la

participación en la construcción de una sociedad más pluralista e inclusiva,

presentamos los informes de Buenas Prácticas del INADI que han sido elaborados

por los equipos de Comunicación Estratégica y Prensa, con el apoyo y

colaboración de las distintas áreas y programas del instituto.

Los informes INADI son documentos destinados a periodistas y

profesionales de la comunicación, que aportan a un tratamiento no discriminatorio

de las distintas temáticas. Están realizados con el rigor conceptual y la

profesionalidad que caracteriza al INADI, en base a investigaciones y trabajos

propios. Constituyen una herramienta para reflexionar acerca de prácticas

socialmente naturalizadas, cuyo carácter discriminatorio no es percibido como tal.

Nuestro objetivo central es contribuir a generar una sociedad más inclusiva

y diversa. Las y los invitamos a acompañarnos en este camino.

Pedro Mouratian

Interventor de INADI

2
Índice

Introducción............................................................................................................3
Algunos datos puntuales........................................................................................5
Marco normativo.....................................................................................................7
Ley 26.743, de Identidad de Género....................................................................8
Qué es la transfobia y el cisexismo.....................................................................11
El tratamiento de las identidades trans e intersex en los medios.......................14
El rol de los/as comunicadores/as.......................................................................17
Recomendaciones...............................................................................................18
Acciones del INADI..............................................................................................19
Referencias..........................................................................................................21

3
Introducción

La comunidad trans e intersex1 de nuestro país se encuentra entre las


poblaciones que han sido históricamente más vulneradas. Ser parte de este
colectivo ha implicado estar expuesto/a de manera sistemática al hostigamiento, la
represión y la exclusión. Estas prácticas discriminatorias se sustentan tanto en
prejuicios sociales e institucionales respecto de la “normalidad sexual” como en
figuras jurídicas que han servido para criminalizar las identidades de género y los
cuerpos no alineados con el sexo asignado al nacer. El desarraigo familiar y la
exclusión del mundo educativo y laboral son también la consecuencia de este
escenario punitivo.
Las personas trans e intersex han sufrido –y aún sufren– distintas formas
de violencia. Esto no solo ocurre en la vía pública (en la forma de burlas, insultos e
incluso violencia física), sino también en aquellas instituciones (establecimientos
educativos, sanitarios, etc.) a las que acuden. 2 Su expectativa de vida es la prueba
más contundente acerca de la marginación y violencia que sufren como colectivo
discriminado, ya que apenas supera la mitad de la expectativa de vida que tiene el
resto de la población (ATTA & FALGBT, s.f.).
El Estado argentino, en el marco de su política de ampliación de derechos,
ha intervenido para subsanar décadas de invisibilización y exclusión. En el año
2007 se inició el proceso de derogación de las figuras jurídicas que criminalizaban
el travestismo en los códigos contravencionales y de falta; instrumento legal, este
último, que facultaba al aparato policial a ejercer la detención arbitraria de las
personas trans en la vía pública o en sus lugares de sociabilidad. El 2010 3 fue el
año de entrada en vigencia de la Ley 26.618 (habitualmente referida como ley de
matrimonio igualitario), que modificó algunos artículos del Código Civil para
1
Trans, abreviatura de transgénero y transexual, es un término que designa las diversas identidades
de género –y sus modos expresión– no coincidentes con el sexo asignado al nacer: travesti,
transexual y otras. Intersex refiere a las personas intersexuales: aquellas personas cuya anatomía
sexual –asociada a una determinada estructura cromosómica– no se encuadra en la definición
biológica convencional de varón y mujer.
2
Estas formas de agresión han llegado a la violencia más extrema en nuestro país: lo vemos en
casos como el de Ceci (travesti asesinada en un hotel de la ciudad de La Banda, Santiago del
Estero) y el de Carolina González Abbat (conocida como la Moma), ambas asesinadas durante el
2011. Para un análisis de la problemática a nivel internacional, ver Amnistía Internacional, 2001.
3
Sancionada el 15 de julio de 2010; promulgada el 21 de julio del mismo año.

4
permitir el acceso al matrimonio a todas las personas, más allá de su orientación
sexual, identidad o expresión de género. Luego de décadas de desigualdad, este
cambio en el ordenamiento jurídico argentino constituyó un hecho histórico que
reubicó la agenda de la diversidad sexual en la esfera pública. 4 Siguiendo este
camino, llegado el año 2012 se dio el paso definitivo para la inclusión de las
personas trans al sancionar la Ley 26.743 de Identidad de Género. Ley que
establece un marco jurídico imprescindible con el que trabajar por la inserción de
la comunidad trans en todos los ámbitos de los cuales ha sido históricamente
excluida.

Algunos datos puntuales

Según un informe local del 2007, un 67 % de las personas trans


encuestadas no había culminado sus estudios primarios, cifra que ascendía al 84
% en relación con el nivel secundario incompleto. 5 Entre las causas esgrimidas, un
39 % de estas personas señalaba, en ese entonces, el temor a la discriminación y
un 61,4 % aseguraba que su identidad de género no había sido respetada en los
ámbitos escolares. Respecto de la violencia ejercida sobre esta comunidad, un 91
% de las personas encuestadas declaraba haber padecido situaciones de
violencia: burlas e insultos (81 %), agresiones físicas (64,5 %), abuso sexual (41,5
%).
La tasa de desempleo dentro del colectivo trans es muy alta, y más aún en
los sectores que no han tenido acceso a la educación. Habitualmente, la sola
identificación de una persona como trans anula su posibilidad de ser elegida para
un puesto laboral. Esta discriminación laboral dificulta aún más el proceso que
implica asumir socialmente la identidad trans: las personas saben que, de hacerlo,
tendrán enormes dificultades para lograr una vida sustentable. Como
consecuencia de esta secuencia de exclusiones, la enorme mayoría se ve
obligada someterse a situaciones de explotación sexual y prostitución para poder
subsistir, cerrándose así el círculo de la marginación social sobre la persona trans.
4
Ver Marco normativo del informe de “Diversidad sexual”.
5
Cifras extraídas de Cumbia, copeteo y lágrimas. Informe Nacional sobre la situación de las travestis,
transexuales y transgéneros (Berkins, 2011 [citado en INADI, 2011a, p. 5]).

5
En el 2005 el Plan Nacional Contra la Discriminación elaborado por el INADI
se adelantaba en informar desde el ámbito estatal acerca de esta problemática, y
lo hacía describiendo los principales aspectos de la discriminación hacia las
personas trans y el modo en que han sido históricamente afectadas por la
violencia física, la represión policial –frecuentemente homicida– y las burlas e
insultos. Ponía también en evidencia la percepción social del ejercicio de la
prostitución como único destino posible para este colectivo, y de qué manera esta
mirada sancionaba lo que creía percibir:

Nuestra sociedad ha desarrollado sofisticados dispositivos de discriminación que


tienden a la negación de la existencia de estas orientaciones sexuales e
identidades de género, invisibilizando un número importante de situaciones y
obligando a las personas a ocultar sus preferencias sexuales para no sufrir graves
consecuencias familiares, sociales, económicas, políticas, etc.

La discriminación y marginación se potencia cuando las personas con diversa


orientación sexual o identidad de género son además, pobres, portadoras de
alguna enfermedad estigmatizada, miembros de grupos migrantes o pueblos
indígenas […]. Este es el caso de gran número de personas travestis para quienes
–al cerrárseles toda otra opción– la prostitución se convierte en la única salida
laboral, aumentando la discriminación y la marginación. (INADI, 2005, p. 166)

En el marco preparatorio de la Primera Encuesta sobre Población Trans, los


datos obtenidos durante el trabajo de campo realizado por el INDEC en
colaboración con el INADI en el Partido de la Matanza (2012) confirman que el
93,8 % de la población trans está o ha estado alguna vez en situación de
prostitución. El 72 %, en tanto, afirma estar buscando otra forma de ingreso, algo
que les resulta de difícil acceso.
En atención a las numerosas denuncias recibidas, el INADI se ha
pronunciado a través de diversos dictámenes respecto de este tipo de
discriminación que atenta contra el derecho a la salud e higiene en el trabajo. 6
6
Algunos ejemplos de dictámenes disponibles para su consulta a través de la web del INADI:
“Denegación de admisión a persona, por su condición de travesti, en un gimnasio” (INADI, 2008a);
“Discriminación fundada en la orientación sexual e identidad sexual-género para la donación de
sangre” (INADI, 2008b). “Transexual discriminada en ámbito empresarial” (INADI, 2006).

6
Marco normativo

La Declaración de Yakarta sobre la Promoción de la Salud en el Siglo XXI


(OMS, 1997) es un antecedente que merece ser considerado, ya que dejó
planteada la necesidad de fomentar la reducción de la inequidad en el acceso a la
salud y el respeto por los derechos humanos:

Los requisitos para la salud comprenden la paz, la vivienda, la educación, la


seguridad social, las relaciones sociales, la alimentación, el ingreso, el
empoderamiento de la mujer, un ecosistema estable, el uso sostenible de
recursos, la justicia social, el respeto de los derechos humanos y la equidad.
(OMS, 1997, p. 5)

En el año 2007 los Principios de Yogyakarta sobre la Aplicación del Derecho


Internacional de Derechos Humanos a las Cuestiones de Orientación Sexual e
Identidad de Género (ONU, 2007) establecieron estándares globales para que la
ONU y los Estados Partes garantizaran la protección de los derechos humanos de
las personas LGTBI. Este documento manifiesta en su introducción que la
orientación sexual y la identidad de género son esenciales para la dignidad de
toda persona, y no deben ser motivo de discriminación o abuso. A su vez,
establece que

La identidad de género se refiere a la vivencia interna e individual del género tal


como cada persona la siente profundamente, la cual podría corresponder o no con
el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del
cuerpo (que podría involucrar la modificación de la apariencia o función corporal a
través de medios médicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que la misma sea
libremente escogida) y otras expresiones de género, incluyendo la vestimenta, el
modo de hablar y los modales. (ONU, 2007, p. 6)

Sobre la base de estos principios, es estándar internacional considerar que


la identidad sexual (la orientación sexual y la identidad de género) pertenece al
núcleo más íntimo de la esfera privada y, por tanto, no es de las acciones que

7
interesan al orden jurídico, según el límite que impone a los actos privados el
derecho humano a la intimidad. Derecho presente en el artículo 19 de nuestra
Constitución, que sostiene que las acciones privadas de los hombres que no
impliquen daños a un tercero están exentas de la autoridad de los magistrados.
Por el contrario, sí compete al orden jurídico su defensa en contra de cualquier
avasallamiento, ya que su expresión hace al ejercicio de las libertades individuales
inalienables.

Ley 26.743, de Identidad de Género

La Ley 26.743, promulgada durante el año 2012 en consonancia con los


estándares internacionales, brinda un marco normativo jurídico para garantizar a la
comunidad trans sus derechos. Habilita, asimismo, a trabajar desde el Estado
concretando políticas para desmontar los mecanismos institucionales de
discriminación, y situando a la comunidad trans en igualdad de derechos con toda
la ciudadanía. Abre así un camino de cambios sociales y culturales muy
profundos para que esta pueda ejercer con plenitud su derecho a la salud, la
educación, el trabajo, la vivienda, y a desarrollar su vida en igualdad de
condiciones.
La Ley 26.743 recupera el sentido de los Principios de Yogyakarta mediante
un cambio de paradigma, ya que desestigmatiza y despatologiza la identidad de
género. Rompe radicalmente con la concepción cultural que determina que la
identidad de las personas debe encontrar sus bases en la anatomía: concepción
deudora de un paradigma medicalizador que encierra a las identidades trans e
intersex en categorías patologizantes, correspondientes a taxonomías médicas,
psiquiátricas o biologicistas. De este modo, la personas trans pasan a ser
concebidas por la ley como sujetos de derechos.
Ya no se hablará entonces de disforia de género, término psiquiátrico que
presentaba la identidad de género de las personas trans en términos de un
conflicto psíquico con el sexo físico, y por ello como un trastorno mental; si bien se
trata de un término del que algunas personas trans se hicieron eco por el alcance
institucional propio del discurso médico y, por consiguiente, como una manera

8
socialmente legitimada de referirse a la problemática, conlleva la patologización de
las identidades trans que sustenta la discriminación y la violencia que sufre este
colectivo.7
Un antecedente en este camino hacia la despatologización lo marcó en el
año 2010 la promulgación de la Ley Nacional de Salud Mental (N° 26.657) al
establecer que se debe partir de la presunción de capacidad de todas las
personas y que en ningún caso puede hacerse diagnóstico en el campo de la
salud mental sobre la base exclusiva de diferentes aspectos, entre los cuales
expresamente menciona la elección o identidad sexual (artículo 3). 8 Siguiendo
esta concepción, la Ley de Identidad de Género dispone que toda persona tiene
derecho al reconocimiento de su identidad de género y a ser identificada según el
género autopercibido en los documentos que acreditan su identidad en relación
con el/los nombre/s de pila, la imagen y el sexo con los que allí es registrada
(artículo 1). Define, asimismo, la identidad de género replicando la definición, ya
citada, del documento de Yogyakarta: la vivencia interna e individual del género tal
como cada persona la siente.
Otro aspecto central del cambio de paradigma radica en que la ley
desjudicializa la identidad de género, por cuanto establece que no es necesario el
amparo judicial para acceder al derecho a la identidad ni solicitar autorización para
intervenciones quirúrgicas de reasignación de sexo. Los artículos 3 y 4 disponen
que toda persona –por sí misma o a través de sus representantes legales en caso
de no tener aún 18 años de edad– podrá solicitar que sea rectificado el registro de
su sexo (masculino o femenino), así como el cambio de su nombre de pila,
cuando no coincidan con su identidad de género. También podrá requerir que se
rectifique su partida de nacimiento y se le otorgue un nuevo documento nacional
7
Muchas personas que deseaban una reasignación de su identidad debían victimizarse; esto se
comprueba en los escritos judiciales: demostrar sufrimiento, decir que se estaba en el cuerpo
equivocado, que se era víctima de un error de la naturaleza, etc. No se podía afirmar que se estaba
ante una elección personal. Otro inconveniente judicial, en caso de requerir un documento acorde
con la percepción del propio género, era la lógica esterilizante. Por muchos años, cuando una
persona trans exigía judicialmente su DNI se le exigía como requisito una operación de reasignación
sexual. De hecho, una enorme mayoría de países ponen este requisito en la actualidad.
8
Lo referente a esta ley y a su contexto de aprobación se analiza en informe de Buenas prácticas
sobre “Salud mental” (INADI, 2011b).

9
de identidad (DNI), conservando el número original, sin necesidad de ningún
trámite judicial o administrativo (artículo 6). No será requisito acreditar intervención
quirúrgica por reasignación genital total o parcial, ni acreditar terapias hormonales
u otro tratamiento psicológico o médico. Se garantiza además la confidencialidad
de la partida de nacimiento originaria (artículo 9).
Uno de los mayores aciertos de esta ley consiste en legalizar el acceso a
intervenciones quirúrgicas totales y parciales, y/o a tratamientos integrales
hormonales para adecuar su cuerpo –incluida su genitalidad– a su identidad de
género, sin necesidad de requerir la autorización judicial o administrativa (artículo
11). Este acceso pleno a la salud es otro de los logros de la ley, ya que obliga al
sistema público y privado a proveer tratamientos hormonales y operaciones
parciales o totales para que la identidad pueda ser desarrollada sin que se
requiera la autorización de un juez, quien solía pedir peritajes psicológicos,
psiquiátricos, clínicos y también testigos.
Es importante saber también que el artículo 12 establece que se debe
garantizar el trato digno respetando la identidad de género adoptada por las
personas –en especial por niñas, niños y adolescentes– que utilicen un nombre de
pila distinto al consignado en su DNI. A su solo requerimiento, el nombre de pila
adoptado deberá ser utilizado para la citación, registro, legajo, llamado y cualquier
otra gestión o servicio, tanto en los ámbitos públicos como en los privados.
Emiliano Litardo, responsable de la redacción del proyecto de ley aprobado,
sintetiza sus alcances en los siguientes términos:

… la ley 26.743 implica una transformación para el Estado hacia el reconocimiento


político legal de las identidades y corporalidades trans*. Este cambio se ha logrado
por y a través de la praxis del activismo trans* argentino y de sus alianzas políticas.
La ley sancionada reubica el poder constituyente del discurso médico-legal que,
durante largo tiempo, operó en la construcción de situaciones de vulnerabilidad para
las subjetividades trans* en el marco de las habilitaciones o clausuras al
reconocimiento del derecho a la identidad de género. (Trerotola, 2012)

10
Debemos agregar que se trata de una ley de avanzada a nivel internacional.
Es pertinente resaltar el hecho de que otras legislaciones que han sido pioneras
en la materia, como la española o la sueca, son más restrictivas en cuanto a su
alcance. Muchas de esas leyes además implican reglamentaciones que, en alguna
de sus instancias, judicializan o patologizan las identidades trans. 9

Qué es la transfobia y el cisexismo

Entendemos por transfobia un conjunto variable de sentimientos, actitudes,


juicios de valor y representaciones (prejuicios y estereotipos), signados por el
rechazo hacia las personas trans; rechazo que se vuelve manifiesto, sobre todo,
cuando la identidad y expresión de género de las personas trans no responde a
los cánones sociales que dictan cómo debe ser un varón y una mujer, y quién
tiene derecho a identificarse socialmente como varón o como mujer (Bettcher,
2014; Grollman, 2012). Si bien la transfobia y la homofobia se inscriben en una
misma matriz de aversión hacia lo sexualmente diverso, hoy día la mayor
aceptación por el modo de vida de la personas homosexuales –conquistada
particularmente en determinados ámbitos sociales e institucionales– convive a
menudo con el rechazo explícito y la violencia hacia las personas trans.
Esta disparidad en cuanto a la aceptación de la diversidad sexual se
corresponde con una realidad inapelable: si bien gran parte de la sociedad actual y
sus instituciones ya no consideran a la homosexualidad en términos de una
patología, las identidades trans todavía siguen bajo el signo de lo patológico, y por
ende se las sigue percibiendo como si fueran una enfermedad o un trastorno de la
identidad. De hecho, la terminología psiquiátrica trastorno de identidad de género
y disforia de género no han hecho más que refrendar este proceso de
patologización (Butler, 2004), solo mensurable en relación con la marginación, la
vulneración de derechos y el consecuente padecimiento que sufren estas
personas.

9
Sudáfrica, Holanda, Italia, Alemania, Suiza, Nueva Zelanda, Australia, Turquía, algunos estados de
Estados Unidos, Uruguay, Colombia, Bélgica, Finlandia y Canadá tienen también leyes de identidad
de género. Todas estas legislaciones plantean restricciones para conceder gratuitamente, por
ejemplo, una operación de reasignación sexual.

11
Es pertinente recordar que el prefijo trans quiere decir al otro lado de o más
allá de, y por ello marca una frontera. “De este lado”, del lado no-trans –el lado de
lo próximo, lo que no precisa ser nombrado– queda el conjunto de las personas
que no son transexuales y transgéneros, es decir, aquellos individuos cuya
identidad de género coincide (está alineada) con el sexo asignado al nacer, sean
estos/as heterosexuales o no. Este espacio de inclusión y cercanía no tenía
nombre hasta hace poco; hoy es nombrado con el prefijo cis –opuesto
semánticamente a trans–, que delimita al conjunto de sujetos que hasta hace
poco, en su falta de nominación, aparecía naturalizado, a la sombra de lo trans, en
un falso somos todos/as. Esta agrupación de individuos en virtud de su mera
condición de no ser trans ha sido puesta de relieve en el lenguaje, vuelta visible y
extraída así del ámbito de lo no marcado: son los varones y mujeres cisexuales,
aquellos/as que habitan el sexo que les fue dado al nacer, a diferencia de los
varones y mujeres trans, personas que en algún momento de sus vidas decidieron
cambiar esta asignación (varón/mujer) por considerar que no coincidía con su
propia experiencia del género (masculino/femenino), es decir, porque no se
sentían identificados/as con el sexo asignado al nacer.
Así como el término heterosexualidad surgió con posterioridad al de
homosexualidad, la cisexualidad como categoría es posterior a la de
transexualidad y permite poner en pie de igualdad discursiva las identidades cis y
trans: la coincidente y la no coincidente con el sexo asignado al nacer, esto es, la
identidad de las personas que se identifica con esta asignación –a la vez médica y
estatal–, y la de quienes no se identifican con él (“Cisexual”, 2009).
Ahora bien, si la transfobia sigue imperando en nuestra sociedad es porque
buena parte de ella considera, consciente o inconscientemente, que ser cisexual
es preferible a no serlo, o que ser transexual es algo malo o indeseable (anormal,
inferior, vergonzante, repudiable, etc.). ¿Qué presupuesto sustenta la preferencia
excluyente por la cisexualidad y su reacción defensiva, la transfobia? La respuesta
pasa por una determinada idea acerca de la naturaleza: la creencia en que el sexo
de una persona es un hecho biológico inalterable, y que lo natural es comportarse
de acuerdo con él; y que, por ello, cualquier otra posibilidad va en contra de la

12
naturaleza. Si una persona “nace varón” deberá comportarse como un varón a lo
largo de su vida y una persona que “nace mujer” deberá hacer lo propio. Esta
creencia deriva de la equiparación entre genitalidad y género –como si la
genitalidad fuera el asiento biológico de la identidad–, y opera institucionalmente
cada vez que se decide en el nacimiento el género femenino o masculino de una
persona según la apariencia de sus genitales.
Lo cierto es que la genitalidad y la asignación de un sexo masculino o
femenino son dos cosas bien distintas y no hay una relación natural que las una; la
categorización de una persona como varón o mujer no tiene nada de biológico o
natural, ya que es un hecho social, cultural e institucional, que –aunque sí apele a
cierta diferenciación corporal– radica en un conjunto de normas y expectativas
sociales sobre cómo deben comportarse las personas (cómo deben hablar,
gesticular, vestirse, relacionarse, etc.) para pertenecer en forma excluyente a dos
grandes clases de seres humanos: la de los varones y la de las mujeres.
Entonces, la apariencia genital no determina la masculinidad ni la feminidad de
una persona; nadie nace varón o mujer. La identidad masculina y la femenina se
incorporan en forma progresiva a través de un serie de prácticas y marcaciones
simbólicas que arrancan desde el momento en que se decide nombrar el cuerpo
de un/a recién nacido/a como varón o mujer, e incluso con anterioridad al
nacimiento mismo (Butler, 2002, pp. 143-178). Comprar ropa azul o rosa para un/a
bebé que está por nacer es un claro ejemplo de cómo un cuerpo empieza a recibir
materialmente las marcas culturales del género.
La preferencia institucionalizada por la cisexualidad y la defensa de los
privilegios sociales que acarrea vivir una vida cisexual reciben el nombre de
cisexismo: el sexismo que se ejerce en defensa de la cisexualidad y en contra de
la transexualidad. Es una forma de sexismo porque supone tanto la inferiorización
y subordinación de las personas trans, como la superioridad impuesta de quienes
hacen valer su identidad no trans por el solo hecho de vivir una vida alineada con
el sexo asignado al nacer. El cisexismo se comporta como una ideología: opera a
través de una serie de presunciones articuladas que la gente suele no cuestionar.
Considerar que lo normal o natural es la cisexualidad (estar conforme con el sexo

13
asignado al nacer) y dar por sentado que todo el mundo es o debe ser cisexual
conlleva la invisibilización de la personas trans y, por consiguiente, conduce a que
se les nieguen sus derechos. Creer que solo alguien que nace con una
determinada genitalidad (vagina o pene) puede aspirar a llamarse mujer o varón
es un presupuesto cisexual que legitima en buena medida la violencia que se
ejerce a diario sobre las personas trans cuando reivindican públicamente su
identidad y expresión de género. Negarle a una mujer trans el derecho a ser
tratada como mujer con el argumento de que “una mujer es alguien que nace con
vagina” es un ataque al núcleo más interno de su subjetividad: al modo de
percibirse a sí misma, a su autorreconocimiento como individuo; es por tanto una
forma de violencia que castiga su pretensión de no encarcelar la identidad en una
genitalidad regulada institucionalmente y, por extensión, es un correctivo para toda
otra persona que pretenda construir su identidad al margen del imperativo
cisexista de no trascender el sexo asignado al nacer. 10
Si queremos quitarle el estigma social a la transexualidad, es imprescindible
empezar a cambiar los términos de la discusión sobre qué significa ser trans, solo
así podremos intervenir sobre las estructuras que sostienen la discriminación, la
opresión y la desigualdad hacia este colectivo.
El tratamiento de las identidades trans e intersex en los medios

Si bien los/las comunicadores/as comienzan a incorporar gradualmente los


preceptos de la nueva Ley de Identidad de Género, perviven en los discursos
sociales y mediáticos los prejuicios y estereotipos que han estado en la base de la
discriminación histórica hacia el colectivo trans e intersex. Tal como registran los
informes del Observatorio de la Discriminación en Radio y TV (ODRTV), gran parte
de los contenidos comunicacionales deja en evidencia la falta de información
respecto de los derechos establecidos por la ley o su desconocimiento. En
particular, se suele referir a las personas trans sin respetar su identidad de género
–por ejemplo, sin utilizar el artículo o el pronombre (masculino o femenino) que
10
Si bien es común plantear la transexualidad como una inadecuación entre la experiencia interna del
género (subjetiva) y el sexo biológico (objetivo), este planteamiento es en sí mismo cisexista, ya que
la adecuación solo existe respecto de los dictámenes sobre la naturalidad o la normalidad de la
cisexualidad: la cisexualidad se vuelve cisexista cuando se postula a sí misma como “adecuada”,
como un estado de compatibilidad mental con la naturaleza genital.

14
corresponde a la expresión de género e identidad elegida– y se continúa utilizando
expresiones descalificatorias en relación con este colectivo. 11
De este modo, se sigue negando el derecho a la identidad de elección con
afirmaciones como “el que nació hombre es hombre y la que nació mujer es
mujer”, en detrimento de los derechos que la ley establece. Asimismo, se pasa
por alto la cláusula que resguarda la intimidad de las personas trans, y se difunde
sin su consentimiento la forma en que fue registrada originariamente su identidad:
“Estoy informando que te llamás Agustín, no Agustina. Nació con cuerpo de
hombre, es hombre” (ODRTV, 2012). El tipo de reclamo más frecuente que recibe
el ODRTV se origina, justamente, ante la insistencia de tratar a mujeres trans
como varones.
Sigue siendo habitual la espectacularización de la diversidad sexual y la
banalización de los problemas propios del colectivo, con el uso de términos o
construcciones gramaticales no queda claro qué refiere el uso de términos o
desinencias con fines discriminatorios abiertamente discriminatorias (ejemplos:
puto, maricón, uso del género masculino para referirse a travestis y mujeres trans
y la burla).
Veamos un ejemplo periodístico de trato masculinizado de las identidades
trans femeninas. Se trata de una columna de opinión que estigmatiza
abiertamente a la comunidad travesti:

Los últimos 20 años son el escenario de un nuevo arquetipo: el travesti. ¿Qué es el


travesti? En principio, un homosexual. En segundo término, una persona nacida
varón que se feminiza insertándose pechos de mujer e inyectándose hormonas […].
¿Cuál es la finalidad de este proceder? Indudablemente, prostituirse. (Hanglin,
2009)

Bajo el título de “El travesti”, el comunicador confunde deliberadamente dos


ejes diferenciados de la identidad sexual: una orientación sexual específica (ser
homosexual) con una posición propia de la identidad de género (ser mujer
trans),12 y lo hace equiparando a la travesti con el homosexual a partir del “sexo
11
Como ejemplo de este tipo de tratamiento, ver ODRTV (2012).
12
Una persona trans puede ser heterosexual, homosexual o bisexual. Si su identidad de género es

15
masculino” asignado al nacer, reduciendo así la identidad sexual de una persona
al plano de su anatomía. Por ende, no solo masculiniza la identidad femenina de
una mujer trans sino que homologa su deseo con el de las personas
homosexuales. Para este columnista, la travesti es un hombre homosexual que
falsea su identidad masculina con el fin de prostituirse. En su discurso, la identidad
trans no es más que un disfraz al servicio de la mercantilización del cuerpo en una
sociedad liberal. De este modo, las demandas de la comunidad travesti en contra
de la represión policial y la marginación social y económica no son, para él, más
que una suerte de pantalla que oculta el avance de la prostitución como negocio
urbano: “no son tampoco una minoría perseguida, sino un negocio millonario que
marcha viento en popa” (Hanglin, 2009). De ahí que concluya con un veredicto
sumario en contra de los derechos humanos de las personas trans:

Esta es la realidad. No la disfracemos de la heroica revolución de Espartaco, la


rebelión de los Macabeos contra el Imperio Romano o el martirio de los cristianos en
las arenas del Circo. Estamos más cerca de lo bizarro, el grotesco y, a veces, el
humilde mamarracho. En reino de la libertad y la democracia, y sin que los
Derechos Humanos sean rozados ni por una pluma. (Hanglin, 2009)

Discursos transfóbicos como el que hemos analizado socavan la formación


de una cultura democrática. De allí que sea tan importante que los comunicadores
eviten reproducir las concepciones estigmatizantes que pesan sobre las personas
con una identidad de género diversa, esto es, no alineada con el sexo asignado al
nacer. Para que el discurso de los medios se vuelva cada vez más plural y
hospitalario con las personas trans e intersex, es necesario familiarizarse con el
lenguaje específico que permite abordar sus identidades y formas de vida por
fuera de las convenciones sociales, los estereotipos y los prejuicios habituales.

femenina y se relaciona afectiva y sexualmente con mujeres es una mujer trans lesbiana; en cambio,
si su deseo se dirige hacia los varones su orientación sexual es heterosexual. Si una persona trans
se percibe a sí misma como varón y desea otros varones su orientación sexual es la de un hombre
trans homosexual; si su deseo se orienta, en cambio, por las mujeres es un hombre trans
heterosexual. En conclusión, no hay ninguna relación preestablecida entre la identidad de género y
la orientación sexual.

16
El rol de los/as comunicadores/as

El lenguaje de los comunicadores puede jugar un rol fundamental tanto en


la reafirmación de modelos patriarcales, cisexistas y heteronormativos 13 como en
la puesta en circulación de un nuevo paradigma que exprese el respeto por las
personas trans concebidas como sujetos plenos de derechos. Por tal motivo, es de
fundamental importancia conocer con precisión la temática, la nueva legislación y
el lenguaje acorde con el paradigma que la sustenta, colaborando a acercar a la
ciudadanía a esta visión.
Como plantea un informe realizado por el Área Queer (2007) de la Facultad
de Filosofía y Letras de la UBA, es necesario:

a) Advertir sobre el uso de términos e imágenes que sostienen prejuicios, estigmas


o prácticas de discriminación y exclusión por sexismo, homofobia, lesbofobia,
transfobia y travestofobia.

b) Fomentar un tratamiento no discriminatorio de situaciones y experiencias que


involucran géneros, identidades y expresiones de géneros u orientaciones y
prácticas sexuales no normativas.

c) Contribuir al análisis crítico de los usos del lenguaje pensados como producción
de sentidos, valores y fronteras concretas de inclusión/exclusión relacionadas con
sujetos y procesos identitarios.

Recomendaciones

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Heteronormatividad es un concepto acuñado por Michael Warner (1991) para referirse al
conglomerado de instancias de poder (instituciones, estructuras de pensamiento, prácticas) por el
cual la heterosexualidad se normaliza y se reglamenta en nuestra cultura. Así, al instituirse como
norma, equipara las relaciones heterosexuales con lo que significa ser humano. “En la cultura
heterosexual un grupo complejo de prácticas sexuales se confunde con la trama amorosa de la
intimidad y de la familia, que da significado al sentido de pertenencia a la sociedad de una manera
normal y profunda. La comunidad es imaginada a través de escenas de intimidad, parentesco y
relaciones de pareja; una relación histórica en donde el futuro se restringe a la narrativa generacional
y a la reproducción. Todo un campo de relaciones sociales se vuelve inteligible a través de la
heterosexualidad, y esta cultura sexual privatizada conlleva en sus prácticas un sentido tácito de lo
correcto y lo normal. Este sentido de lo correcto –arraigado en todas las relaciones y no sólo en el
sexo– es lo que llamamos heteronormatividad” (Berland & Warner, 1999).

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Para el tratamiento de temas referidos a la comunidad trans en los medios
de comunicación, es imprescindible, en primer lugar y conforme a lo que indica la
ley, respetar la identidad de género: utilizar el género gramatical (femenino o
masculino) según corresponda a su modo particular de expresar el género
(comportamiento, vestimenta, características corporales, modos de referirse a sí
misma/o, etc.) o a su sola decisión de presentarse socialmente como mujer o
varón, independientemente del sexo que le haya sido asignado al nacer. La
persona debe ser referida por su nombre de pila elegido, más allá de haber
realizado o no el trámite de cambio de nombre registral. Si fuera necesario hacer
referencia a su condición de persona trans, se deberá respetar su identidad actual.
Si esta fuera, por ejemplo, femenina, entonces hablaríamos de mujer trans, chica
trans o trans femenina.
En cuanto al uso de pronombres (ella-él) y adjetivos (alta-o, delgada-o,
apurada-o, etc.) que marcan el género (femenino/masculino), la única manera
respetuosa de aludir y dirigirse a las personas trans es respetando su identidad de
género, es decir, usando el género gramatical con que se designan a sí mismas.
Lo mismo vale para el uso de los nombres propios: se debe usar siempre el
nombre con el que la persona se presenta. Solo se puede indicar el nombre que
fue asignado al nacer en el caso en que lo requiera la persona en su testimonio
acordado. Sugerimos indicar la condición de persona trans solo si es relevante y
necesario para el hecho noticioso y de acuerdo con un testimonio que se haya
obtenido con el debido consentimiento de la persona referida.
Asimismo, es importante tomar en cuenta dos recomendaciones del informe
realizado por el Área Queer (UBA):

Cuestionar los estereotipos que el sentido común establece en relación con la


desigualdad y las diferencias haciendo visible que las imágenes binarias, construidas a
partir de rasgos asignados a mujeres y varones como características constantes,
atemporales y ahistóricas de “lo femenino” y “lo masculino”, se basan en procesos
ideológicos. Esta tipología es la que habilita la burla y el desprecio hacia prácticas que no
responden a los parámetros de “normalidad” (hombre blanco, heterosexual, de clase
media). Esto alude no solo a las imágenes de géneros sino también a situaciones que

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involucran lo etario, lo étnico, lo familiar o los roles laborales. En la medida en que los
estereotipos son usados para afirmar la aparente “regularidad” de una situación, hay que
tener presente que limitan a los sujetos a un espectro restringido de actuaciones o
acciones o profesiones que luego se naturalizan como “lo real”. Por ejemplo, cuando se
restringe las prácticas de colectivos identitarios trans al espectáculo o la prostitución. Se
plantean situaciones similares en los estereotipos del gay peluquero o decorador, la
lesbiana deportista, el o la afrodescendiente bailarín/a.

Evitar los abordajes que plantean “las dos campanas del problema” y ponen en igualdad
de posición los prejuicios y enunciados discriminatorios con los no discriminatorios. No se
pueden considerar las aseveraciones a favor de la discriminación y los enunciados
antidiscriminatorios como argumentos igualmente válidos y atendibles. Es frecuente que,
como justificación de este enfoque, se recurra a la famosa teoría de “las dos campanas” o
al imperativo de la búsqueda de una cobertura mediática lo más “objetiva” o “ecuánime”
posible. Los abordajes sobre temas discriminatorios se deben contextualizar siempre en
los debates sobre el acceso a derechos humanos y no presentarlos como meros
“intercambios de opiniones”. Tanto la supuesta objetividad como la teoría de las dos
campanas sostienen y legitiman, ideológicamente, la desigualdad de clase, la
criminalización y la represión de los individuos y colectivos involucrados.

Acciones del INADI

El INADI ha promovido y apoyado las demandas históricas de la comunidad


trans, y colaboró a sensibilizar a la población sobre la importancia de promulgar la
nueva ley, acompañando el proceso. Previo a su aprobación, editó el cuadernillo
Hacia una Ley de la Identidad de Género (INADI, 2011a). Actualmente trabaja
para favorecer su implementación y los profundos cambios culturales que se
requieren para llevarla a cabo. Para esto apoya y promueve iniciativas de la
sociedad civil tendientes al horizonte de inclusión, protección y desarrollo social
del colectivo trans, en la certeza de que el Estado es quien garantiza la ejecución
de políticas públicas de empleo digno con igualdad de oportunidades para todas y
todos, en el marco de un proyecto que tiene la ampliación de derechos como uno
de sus ejes fundamentales.

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El INADI y la Secretaría de Empleo del Ministerio de Trabajo, Empleo y
Seguridad Social diseñan acciones conjuntas con el objeto de reducir situaciones
de discriminación en el ámbito laboral. La inclusión real se concretará
fundamentalmente a través del acceso al empleo que permita a las personas trans
ejercer plenamente sus derechos y ser preservadas de situaciones de violencias y
del riesgo para la salud y la vida que trae aparejada la prostitución. El INADI ha
firmado convenios con organismos estatales de diferentes provincias para avanzar
en esta dirección: atender las dificultades de acceso a un empleo digno. Los
organismos se comprometen, en el marco de sus competencias, a adoptar las
medidas necesarias para facilitar la inclusión de la población trans en ámbitos
laborales a través, principalmente, de acciones de capacitación. Además, se
contempla la constitución de una Mesa Provincial de Políticas de Empleo y
Diversidad Sexual, que estará compuesta por representantes de los ministerios
provinciales, de la Secretaría de Empleo y del INADI. Esta política se instala a
nivel federal a través de la Red Federal de Servicios de Empleo, con
capacitaciones conjuntas entre la Secretaria de Empleo y el INADI, con el fin de
generar herramientas laborales para la inclusión de personas trans.
La publicación del INADI Inclusión laboral para el colectivo trans (2013),
realizada en conjunto con el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de
la Nación y la Red de Servicios de Empleo, promueve la inclusión laboral a través
del trabajo digno como derecho de todas y todos, bajo la premisa de que la
formación y la capacitación es un camino para lograr la igualdad real de acceso al
trabajo de las personas trans. El contenido principal de dicha publicación es un
instructivo detallado para que estas personas puedan acceder a los dos
programas de empleo vigentes, según corresponda a la edad: Programa Jóvenes
con Más y Mejor Trabajo (PJcMyMT) y Programa Seguro de Capacitación y
Empleo (SCyE). Cada uno de estos programas incluye etapas de formación,
orientación laboral, apoyo a la búsqueda de empleo y hasta subsidios para la
realización del propio proyecto de empleo.
Paralelamente, el INADI realizó un convenio marco con el Instituto Nacional
de Estadísticas y Censos (INDEC) para el relevamiento de información específica

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de la comunidad trans. Dicho convenio fue declarado de interés legislativo por el
Senado de la Provincia de Buenos Aires. La declaración de interés abarca la
primera encuesta desarrollada en el marco del convenio, que se realizó en el
Partido de La Matanza, entre el 18 y 29 de junio de 2012. En América Latina no
hay antecedentes de este tipo de encuesta, que hace foco en la comunidad trans,
llevada a cabo por instituciones estatales.
Desde el Programa de Diversidad Sexual, el INADI sigue trabajando por
transformar la igualdad jurídica en igualdad social para lesbianas, gays, trans
bisexuales e intersexuales, elaborando propuestas de políticas públicas
destinadas a todo el arco LGTBI y contribuyendo a generar las condiciones para
su aplicabilidad en las distintas áreas sustantivas del Estado nacional. Asimismo,
el INADI brinda asesoría específica sobre los contenidos de la Ley 26.743 a través
de su servicio de línea de asesoramiento gratuita (0800 999 2345).

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