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AGAR, EL RESURGIR DE LA ESPERANZA EN MEDIO DE LA ADVERSIDAD.

(Pautas para una pastoral de género)

Se levantó, pues, Abraham muy de mañana, tomó pan y un odre de agua y


los dio a Agar poniéndoselos sobre el hombro, y le dio el muchacho y la
despidió. Y ella se fue y anduvo errante por el desierto de Beerseba. Y el
agua en el odre se acabó, y ella dejó al muchacho debajo de uno de los
arbustos, y ella fue y se sentó enfrente, como a un tiro de arco de
distancia, porque dijo: Que no vea yo morir al niño. Y se sentó enfrente y
alzó su voz y lloró.

(Gn 21, 14-16)

Esta dramática situación es la de muchas personas que a diario encontramos en la calle, nos
gustaría que fuera otra, que sus condiciones vitales e historia fueran diferentes, pues en la
mayoría de los casos experimentamos la impotencia y la frustración ante padecimientos tan
crudos, dolorosos y desdichados.

Pero es en este marco contextual colombiano y posmoderno en donde nosotros hoy,


hombres y mujeres que hemos experimentado el amor de Dios en la persona de Jesús
somos enviados a dar la buena nueva de la fe. Este mensaje no puede limitarse a ser un
“bello y romántico discurso” sobre el amor de Dios, pero que no tenga en cuenta su dolor;
o el prometer un futuro de felicidad, paz y armonía en la otra vida, sin suscitar ninguna
actitud y/o proceso de superación en las adversidades en el aquí y en el ahora, que es donde
debe empezar a manifestarse el cielo nuevo y la tierra nueva que nos habla el Apocalipsis
(Ap 21,1).

Es por esta razón (el sufrimiento de tantos/as) por la que nos sentimos llamados a dar razón
de nuestra esperanza invitando y ofreciendo un horizonte nuevo de lectura de las
situaciones adversas, dolorosas e imprevistas que trae consigo la vida, que en muchos casos
resultan ser crueles e incluso desesperanzadoras.

Para mostrar a la mujer colombiana un horizonte diferente desde la fe cristiana y bíblica


intentaremos ofrecer lo más completo posible un marco biográfico de Agar que nos ayudará
a comprender su actualidad y la necesidad de Dios para salir de los momentos difíciles de la
vida y de hacer surgir la esperanza a pesar del mal, o mejor aun de hacerla nacer en y desde
la vivencia del infortunio.

El libro del Génesis (orígenes) dedica un gran espacio a la figura de Abraham y su


descendencia (Gn 12,50), es decisiva la figura del padre de la fe y de su confianza en Dios,
al punto que el Nuevo Testamento lo denominará como aquel que creyó contra toda
esperanza (Rm 4,18).

De él se dice que Dios le hizo una serie de promesas que se pueden sintetizar en dos ejes
principales descendencia (Gn 12,2-3) y tierra (15,18-20; 17,8) y es desde aquí como
comienza la historia del creyente por antonomasia o si se quiere del padre del monoteísmo
occidental ya que Judíos, Cristianos y Musulmanes confiesan creer en el Dios uno el Dios
de Abraham.

Pero no fue nada fácil el cumplimiento de dichas promesas, contrario a lo que muchos
creen las promesa de Dios no son sólo don (regalo inmerecido), sino que también y
necesariamente implican la conquista, es decir, el constante esfuerzo del hombre por
superarse e imponerse metas y superar los obstáculos y avatares de la vida. Es así como
Abraham se pone en camino, saliendo de los círculos seguros de su clan familiar como
caminante itinerante en busca de un nuevo futuro (decimos nuevo futuro, pues el ya tenía
asegurado todo un horizonte económico y social dentro de su clan), ya que, los que lo hacía
infeliz (no-pleno/no-realizado/inconforme) era el no tener hijos, pues Sara su mujer era
estéril; es muy particular que para tener hijos sea preciso salir de los estándares de
seguridad económica (Gn 12,1.4).

Así comienza según la Biblia la historia del pueblo elegido, con la respuesta positiva de un
hombre, Abraham. Pero él no fue un hombre que creyó a ojos cerrados aunque tuvo una
total confianza en la promesa hecha por Dios, se vio en la necesidad de ponerse en camino
y afrontar un sin fin de adversidades para que aquel regalo ofrecido se transformara en
realidad.

No fue un camino fácil de recorrer como lo muestran los numerosos pasajes en los que se
queja ante Dios por el retraso de la promesa y por el continuo crecimiento de su
imposibilidad (Gn 15,4; 17,7), esto que lo que lo llevó a él impulsado por su mujer a
utilizar a una de las empleadas de su hacienda para logar su posteridad y perpetuar su
nombre sobre la tierra (Gn 16,1-4ª). Es aquí cuando aparece en escena Agar “la egipcia”, no
como una mujer/ persona autónoma e independiente, sino como el objeto de posesión de
Saray con el cual quiere ver cumplidos los sueños/anhelos de mando, sin contar con el
consentimiento de su sierva.

Es necesario aclarar que en las culturas orientales de Mesopotamia y Palestina el común


denominador era el patriarcalismo, es decir el reinado o dominio del grupo familiar por
parte del hombre quien daba el nombre al clan o grupo y también titulo a los dioses
protectores (Gn 31, 19). Por la cual la mujer solo tenía valor en cuanto estaba referida a un
hombre, sea el padre, el marido o el amo; y desde ahí podía gozar de cierto prestigio o
bienestar dentro de la agrupación familiar que nos se limitaba a los lazos sanguíneos, ya
que incluía a los trabajadores y pastores que se unían en busca de seguridad y protección y
los esclavos, que podían ser comprados comercialmente o granados en batallas tribales.
Agar era una persona que desde muchos puntos de vista se encontraba en una posición de
gran desventaja e inferioridad, pues era mujer, esclava, extrajera y pertenecía a Saray
(seguramente como un regalo dado o por su padre o por el mismo Abraham).

Desde el panorama social que acabamos de describir fácilmente se puede ver en la figura de
Agar el modelo de la injusticia y la agresión que ha acompañado a infinidad de hombres y
mujeres a lo largo de la historia.

En su deseo de felicidad y más aun en nombre de Dios los esposos Abram y Saray utilizan
a la indefensa y humillada Agar para de esa forma conseguir la tan deseada promesa de
Dios, sin importar lo que suceda con la joven (con seguridad Agar era mucho menor que
Saray, por eso se la ofreció como útero seguro a su esposo). El texto es sumamente
expresivo al presentar a través de su silencio tu total anonimato y despersonalización.

Abram se llegó a Agar (Gn 16,4). Con esta expresión se muestra una fuerte objetivación de
Agar, pues ni siquiera de los hombres malvados de Jue 19,22-25 se dice que utilizaron de
tal manera a la mujer del levita, de ello se dice que conocieron a la mujer (Jue 22-22), pero
de Agar se dice que Abran llegóse a Agar, la cual concibió (16,4a). Pero aquí no acaba la
cadena de vejaciones que sufrió Agar; ya que ella al verse encinta, al haber compartido el
lecho con el dueño de la casa cree que en alguna medida debe cambiar su situación de
esclava de segunda, de mujer ignorada, pues en su seno mora el “futuro heredero” de todos
los bienes de su amo; Agar en cierta medida desea que se le considere como señora, que se
le dé un puesto y voz en el seno de la familia. Pero lo que sucede es todo lo contrario, su
señora indignada por las atribuciones que Agar naturalmente reclamaba, se queja con su
marido (16,5) y este que había no solo una, sino varias veces había usado a Agar se declara
a favor de su esposa y como un total desconocido de la que fue motivo de placer (16,6).

Posteriormente el texto bíblico nos relato que Saray uso con Agar una violencia
desproporcionada, a tal punto que se escapó, prefiriendo el morir de hambre en el desierto
solitario a quedarse aguantando el desprecio deshumanizante de su señora (16,6c). Luego
de la aparente “tranquilidad” que podía estar disfrutando en la soledad la maltratada mujer,
le sucede algo realmente desconcertante; se le acerca un ángel de Dios y le ordena algo
realmente absurdo “vuelve a tu señora y sométete a ella” (16, 7-9).

Lo que el relato quiere poner de manifiesto es que Dios no se revela como un narcótico ante
los problemas y dificultades de la vida, todo lo contrario, viene a ser como un desinfectante
sobre los dolores causados por las continuas adversidades de la historia, denunciando
nuestras rebeldías, miedos y mediocridades reflejadas en el escape de Agar.
Lógicamente Dios no es un sádico que se goce en el dolor de los hombres o que esté de
acuerdo con el sufrimiento injusto de tantos hombres y mujeres que a diario saborean la
explotación y el maltrato. En contra de eso, ofrece una bendición, una descendencia, al
igual que se lo había ofrecido al anciano Abran, en esa bendición están reflejados los
anhelos y esperanzas de Agar, que cansada de ser una persona de segunda clase quiere ser
cabeza de una familia, quiere tener a alguien a quien amar y donar su vida en entrega
generosa y gratuita, contraria a su condición de esclava que debe realizar una serie de
labores (incluso objeto sexual de su amo), por obligación y en contra de su voluntad y sin
su consentimiento, peor no es eso solo lo que ella desea, también quiere que alguien
responda por ella, añora el que alguien se le regale y entregue (no solo genital) y ponga en
ella su cariño y comprensión, que no es otra cosa que el ser plenamente humana, libre y
feliz.

La felicidad de Agar, que es la de todo hombre y mujer, que es el poder ser real y
concretamente individuo en relación libre y cordial con sus semejantes, libre de los marcos
violentos de interés (dinero, poder, placer, prestigio), es una conquista que es preciso
conseguir con el empeño de una vida dirigida hacia dicho horizonte. Dios ha
escuchado/visto la triste e indeseable situación de Agar y responde/actúa, concediéndole
una promesa que es salvación, le ha regalado un Ismael como signo concreto de su amor y
cercanía (16,11). Pero a la vez que le concede el don, le advierte la gran carga de esfuerzo
que este niño representa; pues se afirma que será un enigma humano, es decir, que será un
humano silvestre o salvaje, que para poder desplegarse sobre el mundo tendrá que enfrentar
la oposición de sus contemporáneos (16, 12ab), pero al final lograra imponerse/realizarse
por encima de todas las contrariedades/adversidades/oposiciones de la vida (16,12c).

A partir de esta fuerte experiencia de Dios, cambia radicalmente la vida de Agar, ella ya
nos era la misma y su forma de afrontar la vida se transforma en una carrera escatológica
hacia la promesa, así como lo que el anuncio de un hijo a Abram y a partir de ese momento
todo es distinto para él. Para Agar la vida encuentra sentido, vigor, esperanza y le surgen
ganas de vivir, no le importa volver a la casa de Abram, donde se encuentra Saray, quien
con gran seguridad no le ofrecerá una calurosa acogida, ni una sincera amistad.

Agar ha descubierto que Dios no es solo una ilusión o un elemento cultural de su contexto
vital, ella ha descubierto desde la irrupción de Dios en su vida, que la mayor desgracia que
ella padecía era el no tener un motivo por el cual vivir, una causa por la cual luchar. Ha
sido precisamente Dios a quien llamará de forma Él Roí (16,13), quien le ha dado sentido y
valor para asumir en forma positiva todos los avatares de la existencia, desde su encuentro
con “quien la escucha/interesa por ella/sueña con su felicidad”, es como se despierta en ella
una fuerte y decisiva actitud resilente, que la va a acompañar el resto de su vida y que
dejara marcada en sus descendientes (pues ella no solo es madre soltera de un hijo sino
madre primigenia de un pueblo y raza, los árabes), como se lo prometió el Ángel de Dios
“multiplicaré de tal modo tu descendencia, que por su gran multitud no podrá contarse”
(16,10b).

Agar al igual que Abram (12,4) se pone en camino pero a diferencia de éste, ella emprende
un viaje de regreso, que no es otra cosa que la valiente y decidida opción de afrontar los
desafíos de la vida; Aún a pesar del mal que late en lo imprevisible de lo cotidiano y de los
continuos retrasos que tendrá el advenimiento de sus esperanzas. Agar es figura y modelo
de quien tiene un don por el cual vivir. Lógicamente que quien tiene fe-esperanza en Dios y
pone todo lo mejor de sí trabajando por su realización no está inmune de la constante
tentación de desfallecer, el desaliento, la desesperanza, el fracaso. Estos elementos están
incluidos en la genuina dinámica de la historia, quien piense o desee verse libre de esta
continua amenaza y no lucha por superarla, se engaña y con gran posibilidad será presa de
la contra-esperanza, esto fue lo que el libro del génesis cuenta de Agar con el cual
iniciamos este ensayo (21,14-16).

Arriba contemplábamos el coraje con el cual Agar de forma osada se atreve a luchar por sus
anhelos y en una situación bastante compleja (la casa de Abram-Saray).

“Levantóse, pues, Abraham de mañana, tomó pan y un odre de agua, y se lo dio a


Agar, le puso al hombro el niño y la despidió. Ella se fue y anduvo por el desierto
de Berseba. Como llegase a faltar el agua del odre, echó al niño bajo una mata, y
ella misma fue a sentarse enfrente, a distancia como de un tiro de arco, pues decía:
«No quiero ver morir al niño.» Sentada, pues, enfrente, se puso a llorar a gritos. Oyó
Dios la voz del chico”.

Pero ahora la encontramos en una posición de total derrota hasta el punto de haberse
resignado a la muerte, tanto propia como de su hijo. Más allá de una reflexión teológica lo
que este trozo bíblico describe es la situación de tantos hermanos nuestros que son
víctimas de la desesperación y la desesperanza, que en la mayoría de los casos es causado
por la injusticia y crueldad de “muchos llamados creyentes”, los cuales construyen un
mundo de seguidores y privilegios a costa de la desposesión y privación de los sueños y
esperanzas de los desplazados, marginados y hambrientos etc. Resultante de un sistema de
estructuras injustas. Tristemente estos hombre y mujeres han existido, existen y existirán,
ellos son hijos de la crueldad humana, que se alimente y fortalece con nuestra indiferencia y
en ocasiones patrocinamos directamente con nuestras actitudes y comportamientos; por
desgracia y con mucho vergüenza tenemos que reconocer que nuestra mentalidad de
creyentes va en la mayoría de las veces en la línea de Abram y su esposa, que se
aprovechan de su esclava y luego la proscriben y no según el espíritu del Evangelio de
Jesús.
En estas circunstancias donde se despliega en todo su vigor la fuerza de la esperanza, que
en forma similar al mito greco romano del ave Fénix resurge de las cenizas en las cuales
habían sido reducidas luego de haber sido consumida por el fuego. De igual manera el
creyente genuino es aquel que genera expectativas y deseo de futuro ahora en las mas
extremas vicisitudes en que se pueda encontrar tanto el cómo sus interlocutores. Esta fue la
gran novedad de la predicación del Galileo itinerante ofreció a sus seguidores y que sigue
ofreciendo a hombres y mujeres de la historia.

El Reino de los Cielos no es un espejismo engañoso en el árido desierto de la historia, es


por el contrario, el constante que late dentro del hombre y lo lanza a una vida plena, feliz,
realizada. No es un acontecimiento mágico que sucederá de forma extraordinaria como una
manifestación extraterrestre o si se quiera extra histórica que cambiara las reglas del juego
del devenir humano en unos pocos instantes y que asegurará la armonía y paz universales

Esta representación imaginaria que late en el inconsciente de no pocos contemporáneos


nuestros, se acerca más a lo que era la concepción intervencionista del mundo griego
antiguo, en el que se engendró y se consolidó la representación teatral (comedia-tragedia)
que siempre concluida con la abrupta intromisión de los dioses pacificadores, los cuales
imponían su voluntad e imponían a los humanos sus caprichosos veredictos. En forma
radicalmente diferente el reino de los cielos anunciado por Jesús es la explicitación del
sueño/deseo de Dios hacia el hombre, el fin para el cual fue creado y al cual continuamente
está llamado a construir, en forma parcial y finita en la historia y definitiva y plena en la
vida meta-histórica (el que sea parcial y finita no quiere decir, que una alienación mesurada
sino que por ser esta la configuración de la espera fenoménica es decir, de las realidades
que se encuentran sujetas al tiempo y al espacio, solo así pueden ser cumplidas las más
genuinas metas humanas), o sea que Dios que es Todopoderoso y Omnisciente, no violenta
la condición humana ni coacciona su libertad, aunque la motive constantemente para que el
hombre haga lo que el desea. Ireneo de Lyón ya en los orígenes del cristianismo ( siglo II)
de forma maravillosa e inigualable expuso este gran misterio con absoluto y desconcertante
claridad “La gloria de Dios es la vida del hombre y la vida del hombre es la visión de
Dios”, esto quiere decir para el cristiano que el saberse amado por Dios, que crea por amor
y desea la felicidad para la obra de sus manos, siente un fuerte llamado no solo para seguir
esperando, sino sobre todo para ser resurgir la esperanza de las cenizas de la adversidad y la
desdicha. Un claro ejemplo de una fe profundamente escatológica lo posibilito el
surgimiento de la teología de los años 50s-70s en Norteamérica, que desde una fuerte
situación de segregación y marginación “al igual que Agar con su hijo”, se alimentó el
deseo de igualdad y de fraternidad querida por Dios, pero constantemente impedida por los
hombres; dicha teología tiene su raíz no en las condiciones históricas que lógicamente
influyeron sino en la capacidad de ver más allá de nube que talla el sol, podemos decir que
la libertad de los negros afro-americanos de Estados Unidos es fruto de un sueño de una
utopía, como lo dijo uno de sus mas grandes exponentes Martin Luther King, que junto a
los creyentes de otras confesiones religiosas (como Malcon X líder del movimiento Black
Mulims, también asesinado), hicieron de su fe en Dios la chispa que encendió el motor
transformador de sus circunstancias históricas bastante adversas ye incluso
desesperanzadoras.

De modo semejante nosotros estamos fuertemente llamados en forma imperativa a ir y


anunciar a todos los hombres la buena nueva de la esperanza, pues esta es la misión que
Jesús encomendó a la iglesia (Mt 28,20) y que hoy desde un contexto en gran medida
diferente debemos ofrecer a todos los hombres y mujeres que se encuentran sumergidos en
la tormenta de las dificultades y el dolor están sentados en al resignación viendo la muerte
de sus esperanzas. Nosotros hoy debemos ser la voz del ángel que despertó nuevamente en
Agar sus ganas de vivir y el resurgir de su hijo/esperanza, haciéndole ver que su situación
no estaba aún definida y por el contrario tenía un gran abanico de oportunidades.

“El Ángel de Dios llamó a Agar desde los cielos y le dijo: “¿Qué te pasa, Agar? No
temas, porque Dios ha oído la voz del chico en donde está. ¡Arriba!, levanta al chico
y tenle de la mano, porque he de convertirle en una gran nación.” Entonces abrió
Dios los ojos de ella, y vio un pozo de agua. Fue, llenó el odre de agua y dio de
beber al chico. Dios asistió al chico, que se hizo mayor y vivía en el desierto, y llegó
a ser gran arquero. Vivía en el desierto de Parán, y su madre tomó para él una mujer
del país de Egipto”.

(Gn 21, 18-21)

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