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Colegio de Mexico

Chapter Title: DE LOS ESTUDIOS DE LA MUJER A LOS ESTUDIOS DE GÉNERO EN MÉXICO


Chapter Author(s): Gail Mummert

Book Title: Género y cultura en América Latina


Book Subtitle: Volumen II : Arte, historia y estudios de género
Book Editor(s): Luzelena Gutiérrez de Velasco
Published by: Colegio de Mexico. (2003)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctv47w9dv.20

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DESDE LOS ESTUDIOS DE GÉNERO

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DE LOS ESTUDIOS DE LA MUJER
A LOS ESTUDIOS DE GÉNERO EN MÉXICO

GAIL MUMMERT
El Colegio de Michoacán

INTRODUCCIÓN

En este texto pretendo contribuir a un debate conceptual y metodológico


sobre el uso de la perspectiva de género en la investigación en ciencias so-
ciales en México en los últimos años. A partir de una reflexión en tomo
a la literatura anglosajona y mexicana sobre este concepto, planteo la ne-
cesidad de no restringir nuestro enfoque a las mujeres, sino explorar la
interacción de hombres y mujeres en distintos ámbitos de la vida social.
Al mismo tiempo, argumento que es esencial lograr un análisis inte-
gral del lugar que ocupan ambos sexos simultáneamente en el hogar, en
el lugar de trabajo y en las instituciones.
En la segunda parte, mediante el ejemplo de una investigación rea-
lizada en una comunidad agrícola michoacana, abordo la cuestión meto-
dológica: ¿cómo aprender el vínculo entre cambio sociocultural y rede-
finiciones de los papeles y entre las redefiniciones de los papeles y las
relaciones de género? En ello intento ilustrar lo fructífero de abarcar a
hombres en sus interrelaciones con mujeres en las entrevistas y observa-
ciones a fin de acercanos a una comprensión más cabal e íntegra de las
cambiantes relaciones de género en México.

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HACIA UNA PERSPECTIVA DE GÉNERO

¿Destapar un ojo para tapar el otro?

En su prólogo al libro lf Women Counted (Si las mujeres contaran)


(Waring, 1988: vi), la conocida feminista estadunidense Gloria Steinem
propone la siguiente analogía para describir el cambio de óptica que re-
sulta de una visión de la sociedad que incorpore plenamente a la mujer
como actriz social: es como si, después de mucho tiempo de ver al
mundo con un ojo tapado, de repente se destapara ese ojo. Obviamente
vemos las cosas de manera muy distinta cuando destruimos la muy en-
raizada "invisibilidad" de la mujer en la historia y escuchamos las voces
femeninas olvidadas, si no calladas. Los estudios de mujeres mexicanas
realizados bajo esta óptica sin duda han contribuido a equilibrar y com-
pletar nuestra visión distorsionada de la realidad del país.
Pero, llevada a su extremo esta línea de investigación, corremos el
peligro de destapar un ojo para tapar el otro. Si hacemos de la mujer no
sólo el centro de nuestra atención sino el todo, estamos cayendo en la
misma trampa y perdiendo la oportunidad de entender cabalmente la re-
alidad. Hablemos con mujeres, sí, pero también con aquellos hombres
con los cuales éstas interactuán cotidianamente. No obstante, no basta
simplemente añadir a los hombres como un ingrediente más y comparar
trayectorias masculinas y femeninas. El reto de la perspectiva de género
consiste en estudiar a hombres y mujeres en distintos ámbitos de la vida
social -en el hogar, el lugar de trabajo, las organizaciones formales e in-
formales, etc.- para determinar cómo se moldea la experiencia laboral,
política, doméstica y sexual femenina paralelamente a la masculina y en
interacción con ella. Sólo así podremos comprender los mecanismos por
medio de los cuales se han forjado una distribución desigual de poder en-
tre hombres y mujeres en México.

Enfatizar nexos y contextos

Para lograr una verdadera perspectiva de género hemos enfrentado un se-


gundo obstáculo: la tendencia a la fragmentación de la investigación so-
bre mujeres mexicanas. Contamos, por ejemplo, con especialistas en la
participación económica de la mujer; otros en sus luchas políticas en mo-

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vimientos populares, y todavía otros en su desempeño en la esfera do-


méstica. Dicha fragmentación ha atisbado lo que Glenn (1987) llama "el
mito de mundos separados". Según ella "no es posible entender la su-
bordinación femenina en el mercado de trabajo sin tomar en cuenta la or-
ganización del trabajo doméstico ni la exclusión de la mujer de las esfe-
ras públicas de poder político sin referirse a su encierro dentro de la
familia" (Glenn, 1987: 348).
En este sentido, requerimos estudios más integrales que abarquen el
lugar que ocupan los diferentes miembros del grupo doméstico para en-
tender el lugar de ese hogar en la estructura social mayor. Al mismo
tiempo que las políticas del Estado afectan al grupo familiar, la llamada
esfera privada tiene implicaciones que rebasan por mucho las cuatro pa-
redes de la casa. Mientras no traduzcamos el reconocimiento de la imbri-
cación de estas esferas privada y pública a estrategias metodológicas que
permiten entender sus implicaciones, no podremos avanzar en una visión
integral de la subordinación femenina. Felizmente se empiezan a desa-
rrollar líneas de investigación que exploran los nexos entre los diversos
contextos de las mujeres y cómo influyen en sus experiencias cotidianas
su edad, estado civil, raza, etnia, grado de escolaridad, etcétera.
Habida cuenta de la trampa de destapar un ojo para tapar el otro y de
la complejidad de los nexos que enmarcan las experiencias masculinas y
femeninas, es urgente construir un consenso en cuanto al significado de
la perspectiva de estudios de género en México y las direcciones que de-
berán tomar en el futuro.

Una visión interaccionista del género

Con demasiada frecuencia el término "género" aparece implícitamente


en las investigaciones sobre México como sinónimo del sexo femenino o
de ser mujer. Este reduccionismo ha creado un aura de confusión y poli-
semia en tomo al género, que conviene aclarar. En su formulación más
amplia, el género es "un aspecto fundamental de las relaciones sociales
de poder, de la identidad individual y colectiva, y del tejido de signifi-
cados y valores en la sociedad" (Morgen, 1989: 1). Se acepta que no se
reduce a la identidad biológica y es una construcción social y cultural. Pe-
ro la distinción entre biología y cultura no es tan nítida como antes se
pensaba. Quizá el énfasis puesto en palabras como "principio" y "cons-

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trucción" ha frenado nuestra capacidad de ver al género como cambiante


y en constante negociación.
West y Zimmerman (1991: 16) conciben al género como "la activi-
dad de administrar conductas situadas a la luz de concepciones normati-
vas de actitudes y de actividades apropiadas para la categoría sexual
'hombre' o 'mujer'. Estas actividades se desprenden de y a la vez apoyan
la pertenencia a una categoría sexual". Con esta óptica interaccionista,
los autores nos invitan a explorar cómo se exhibe o se representa al gé-
nero en la interacción cotidiana. Es decir, de manera rutinaria hombres y
mujeres participamos en interacciones para reflejar o expresar el género,
y observamos el comportamiento de los demás de manera similar. El aná-
lisis de situaciones concretas ayudará a entender por qué el género es
percibido como "natural", cuando en realidad se produce como un logro
socialmente organizado.
Si aceptamos que el género es un rasgo no individual sino de situacio-
nes sociales, entonces es "a la vez el desenlace y la racionalización para
varios arreglos sociales y un medio de legitimación para una de las divi-
siones más fundamentales de la sociedad" (West y Zimmerman, 1991: 14).
En oposición a los papeles sexuales, que son comportamientos de-
terminados por el sexo biológico del individuo, los papeles de género son
expectativas socialmente determinadas de los comportamientos mascu-
lino y femenino. Para Lipman-Blumen (1984: 2) incluyen el concepto
que tiene el individuo de sí, rasgos psicológicos, así como papeles fami-
liares, ocupacionales, y políticos que son asignados a un sexo o a otro. Se
pueden entender como "la manera en la cual miembros de los dos sexos
son percibidos, evaluados y cómo se espera que se comporten". Estos dos
tipos de papeles se entrelazan en el sistema sexo-género, que varía histó-
ricamente y entre culturas (Lipman-Blumen, 1984: 3). Estos sistemas
binarios que oponen masculino y femenino, generalmente lo hacen no en
términos iguales sino jerárquicos: razón-intuición, cultura-naturaleza,
público-privado. Tienden a ofuscar el hecho de que las diferencias entre
los sexos no son tan nítidas. Lejos de ser asignaciones determinadas
biológicamente, son medios de conceptuación y de organización social.
Desde esta perspectiva, Úls relaciones de género -entendidas como el
encuentro cotidiano de los papeles masculinos y femeninos- nos ofrecen
un campo privilegiado para comprender la construcción social y cultural de
categorías de género. Como señalan brillantemente West y Zimmerman
( 1991 ), no obstante la institucionalización del género como estatus social

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fundamental, dado que los miembros de grupos sociales constantemente


deben --conscientemente o no-- reafirmar su identidad de género, están
siempre presentes las semillas de cambio para las relaciones de género.
Esta óptica interaccionista en donde el género está concebido como un lo·
gro diario de los individuos en sus interacciones en situaciones concretas se:
presta para analizar un asunto candente en la agenda de muchos estudiosm
de la sociedad mexicana: ¿cómo se producen los cambios en las relaciones de
género y cómo podrían volverse menos desiguales?

UNA REFLEXIÓN METODOLÓGICA SOBRE EL GÉNERO


Y EL CAMBIO SOCIOCULTURAL

¿Cómo aprender empíricamente el vínculo entre las categorías de génerc


y de cambio sociocultural en un contexto concreto? En periodos de ace
lerado cambio social, los conflictos y tensiones en torno a los papeles dt
género afloran. El cuestionamiento del contenido de las relaciones ínter
personales que trae aparejado, por ejemplo, el empleo masivo de mujere
en el trabajo, se traduce en "un laberinto de contradicciones" y surge u
dicurso que ensaya y critica papeles alternativos o francamente "desvia
dos" con respecto a la norma. La presión resultante sobre las institucio
nes sociales -desde la familia hasta el Estado-- por encontrar solucione
a los nuevos retos puede convertirse a su vez en catalizador del cambi<
social. Por ende, dichos periodos históricos constituyen momentos partí
cularmente propicios para el estudio integral de los factores públicos ~
privados que favorecen u obstaculizan los cambios en las relaciones di
género. En esta segunda parte ilustraré lo fructífero de este tipo de análi
sis por medio de una investigación en curso sobre las redefinicione~
de las relaciones de género en un contexto rural michoacano.
Próspera y dinámica, si se le compara con otras localidades del va-
lle agrícola de Ecuandureo en el Bajío seco michoacano, Quiringüíchan
ha sido testigo y protagonista de tres grandes procesos de cambio socic
económico en las últimas décadas. En orden de aparición en el escenari
local, dichos procesos son: J) la generalización, en los sesenta, de la emi
gración masculina hacia los Estados Unidos, iniciada en los cuarent:
2) la incorporación de mujeres jóvenes al trabajo asalariado en empacadr
ras de fresa de la región zamorana a partir de 1965, y 3) la mecanizació
y comercialización de su agricultura, sobre todo en los años ochenta. E

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impacto combinado de estos tres procesos imbricados en la formación de


las familias y en su organización doméstica ha sido enorme. Por ejemplo,
se observan noviazgos más abiertos, mayor exogamia, el alza en la edad
promedio al casarse, y la disminución de la residencia posmarital en fa-
vor de la neolocal.
Sin embargo los cambios en la familia no han sido únicamente de-
mográficos; las relaciones interpersonales en su interior también se han
visto modificadas. Centraremos la atención en estas relaciones cambian-
tes, particularmente entre cónyuges y entre diferentes generaciones en el
seno del hogar, en una época de grandes transformaciones en lo econó-
mico, lo político y lo social. Mi procedimiento consistió en reconstruir a
través de la memoria colectiva las relaciones de género vigentes a prin-
cipios de los sesenta para, posteriormente, rastrear cómo afectó a las
familias el embate de las fuerzas contradictorias surgidas del entrecruza-
miento de la emigración masculina, el trabajo asalariado femenino y la
comercialización de la agricultura.
Sin duda nos adentramos en una faceta de la vida doméstica que ha
sido poco estudiada, en parte debido a los retos conceptuales y metodo-
lógicos que implica documentar cambios sutiles y de largo plazo. Las
preguntas que orientan esta reflexión son: ¿Por medio de qué mecanis-
mos empiezan a resquebrajarse ciertas normas culturales compartidas por
la comunidad y a volverse cotos de grupos más reducidos? ¿Cómo per-
cibir las normas implícitas expresadas en el lenguaje y en otros símbolos?
Una vía consiste en estudiar no sólo los estereotipos expresados en el dis-
curso cotidiano, sino también los casos excepcionales que cuestionan la
norma al demostrar que es posible seguir otro camino. Una vez detec-
tadas las pioneras de Quiringüícharo en cuanto al trabajo en las empaca-
doras y en la migración hacia los Estados Unidos, intentamos "recrear"
la coyuntura en la cual ellas se encontraban ante padres, hermanos y
esposos. Como ilustración, centraremos la atención en uno de los princi-
pales temas de negociación entre familiares: el derecho al trabajo feme-
nino extradoméstico.

Freseras pioneras

El proceso de reclutamiento e ingreso masivo de jovencitas de este ran-


cho a las empacadoras de fresa de la región conllevó una redefinición de

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los espacios sociales y culturales asignados a las mujeres (véase


Mummert, 1994). No obstante la férrea y vociferante oposición de los
hombres del pueblo, las mujeres -principalmente las solteras de entre
15 y 20 años- acudieron gustosas a esta nueva fuente de empleo que les
permitía aportar dinero para los gastos de la casa. Las primeras freseras
procedían de familias numerosas que difícilmente sobrevivían con el tra-
bajo del jefe de familia en la agricultura temporalera; con sus salarios po-
dían contribuir sustancialmente a elevar el nivel de vida familiar. Las re-
acciones iniciales (frecuentemente viscerales) de los hombres frente a
esta nueva situación se debían a que sufrían un atentado doble a su papel
de género: este trabajo asalariado de las mujeres cuestionaba no sólo su
capacidad para cumplir con su deber de sostener económicamente a la fa-
milia, sino también su control sobre los ires y venires de sus mujeres. El
desmoronamiento subsecuente de la crítica a las trabajadoras obedeció a
varios factores. El hecho de que el trabajo en la empacadora fuera limi-
tado fundamentalmente a las solteras, quienes eran chaperoneadas por las
reclutadoras locales en la planta, permitía salvar intacto el papel de ma-
dre y esposa. Pero quizá el mecanismo más contundente fue el sobre de
pago que las primeras freseras solían entregar íntegramente a sus madres
o padres: las familias campesinas tenían muchas carencias y el salario de
las freseras aliviaba en cierta medida su difícil situación económica. En
este caso la fuerza de la resistencia social a los cambios en los papeles de
género dependió del reconocimiento de la raíz estructural de las dificul-
tades y no se atribuyó a la incapacidad personal de cada jefe de familia
para sostener al grupo familiar. Es decir, ante los ojos de la sociedad se
justificaba la necesidad del trabajo femenino en términos económicos.

Migrantes pioneras

El caso del trabajo asalariado de las mujeres migrantes guarda ciertas se-
mejanzas con el de las freseras, aunque es más complejo debido al cruce
de una frontera no sólo geopolítica sino también cultural. El contacto de
migrantes hombres y mujeres con la sociedad estadunidense debe de ha-
ber sido en algunas ocasiones un catalizador de cambios ya en marcha; en
otras, el choque cultural ha servido para reforzar ciertas concepciones
respecto al papel tradicional de la mujer como madre y esposa. Hasta la
década de los ochenta los flujos migratorios desde Quiringüícharo eran

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predominantemente masculinos, sin embargo en los últimos años ha au-


mentado la emigración de esposas e hijos para reunirse con sus maridos,
así como el inicio de movilizaciones de mujeres solteras. Una vez en el
Norte, muchas esposas presionan al cónyuge para que les permita traba-
jar fuera del hogar, aunque ellas mismas reconocen que de haberse que-
dado en el rancho no lo harían. Nuevamente, la justificación para el tra-
bajo extradoméstico remunerado de la mujer casada es estructural: los
varones explican que en los Estados Unidos se necesitan dos entradas
monetarias para solventar los gastos.
La mayoría de los migrantes hombres prefiere dejar a la familia en
el pueblo fundamentalmente por razones económicas: pueden ahorrar
más si no tienen que cubrir los costos más altos de mantenimiento en el
norte. Pero en cerca de cien entrevistas realizadas con migrantes varones
observamos su temor recurrente a la corrupción de los valores y las nor-
mas pueblerinos que ocurriría si la familia entera migraba. En parte dicho
temor radica en el papel intervencionista del Estado estadunidense en lo
que el hombre mexicano considera "asuntos familiares". Por ejemplo, la
posibilidad de una intervención policiaca si un marido "disciplina" con
golpes a su mujer o hijos, así como la oportunidad que tiene una mujer
que cuenta con asistencia pública del Estado para abandonar al marido al
no depender económicamente de él.
Al considerar las implicaciones del estatus de la esposa como gene-
radora de ingresos para la toma de decisiones en el hogar, observamos
posiciones distintas entre hombres y mujeres. Por regla general los hom-
bres que se oponían a llevarse consigo a la esposa pensaban en términos
dicotómicos: "en mi casa o mando yo, o manda ella". Es decir, visuali-
zaban sólo dos posibilidades extremas: la norma tradicional o el modelo
inverso de la mujer como jefa. En cambio, las migrantes esposas en el
Norte insistían en que no estaban traicionando su educación pueblerina
de "seguir al hombre", sino interpretando su papel dt: compañera para
darle consejos a su pareja sobre cómo usar el dinero, educar a los hijos,
contribuir al presupuesto familiar, etc. Es decir, ellas percibían la posibi-
lidad de una relación más igualitaria. Dicho de otra manera, las mujeres
manejaban una zona gris en vez de la dicotomía blanco o negro de los
hombres.
Respecto al grupo de solteras que se ha incorporado muy reciente-
mente a los flujos migratorios, su percepción del Norte como una opción
limitada a sus hermanos y padres durante mucho tiempo empezó a res-

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quebrajarse con la partida de algunas muchachas pioneras en los años


ochenta. Casi invariablemente, la experiencia laboral previa en las em-
pacadoras las había provisto de mayor confianza en sí mismas y del hábito
de ganar dinero. En menor medida, el Norte constituye una salida para las
solteronas o las madres solteras deseosas de escapar del estigma social
que sufren en la comunidad de origen, así como de multiplicar sus posi-
bilidades de encontrar pareja.

CONCLUSIONES

Este estudio empírico ilustra claramente que en las vidas de los hombres
y las mujeres del pueblo de Quiringüícharo, Michoacán, está en marcha
un proceso de redefinición de los papeles de género tradicionales. Tanto
en el caso de las pioneras freseras como de las migrantes, la fuerza mo-
triz emana de las mujeres, pero al cambiar los papeles femeninos también
se modifican los masculinos. Al mismo tiempo se están produciendo
ciertas modificaciones en la estructura y organización de la familia rural,
y aunque no con la misma celeridad, también en las diversas institucio-
nes que enmarcan la vida de este rancho: la Iglesia, el ejido, el gobierno
civil local y municipal, etc. El estudio de caso basado en entrevistas y ob-
servaciones de hombres y mujeres ha ilustrado que los individuos no sim-
plemente asumen los papeles de género, sino que sus nociones sobre la
identidad de género se manifiestan en el rechazo, la reinterpretación o
la aceptación parcial de dichos papeles.

BIBLIOGRAFÍA

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