Está en la página 1de 1

Un día el mundo se cansó de su perfección.

Se deshizo en múltiples figuras dispares.


Cada una de ellas lanzada al vacío, inexplorada
Bastante tiempo cobijaste el abrigo con el que cubrías la espalda de aquella
señora, crepuscular, dentro de la que todo cabía.
Bajo su bolso el súper que desataría la tempestad última.
Vuelta la cara hacia el oriente, a ese nuevo despertar.
Su mirada se fugaba por laberintos en los que luego se hallaría.
Hincada rezaba las últimas plegarias del adios funesto.

De las entrañas del Dios se desató la cólera. El refugio de la sinrazón fútil


capullo bajo el cual se escudaba el monje.
Ayudaste a la señora a cruzar la calle. Entre las luces verdes de los semáforos se
colaba la mirada del Dios aquél.
De entre las nubes su manos absorbían todo pues todo eran,
Hincada la señora en mitad de la avenida grita el sermón señalado
Desde el fondo se perfilaban los ojos de fuego que cual luces de camiones
atropellan a la vieja.

También podría gustarte