Está en la página 1de 3

EDIPO REY

Narrador: El reino de Tebas, cuna de grande historias, se encuentra nuevamente en la desgracia


por designo de nuestro Dios Apolo. Años atrás Edipo, el rey actual de Tebas, la salvó de la esfinge,
resolviendo su acertijo. Por premio recibió la corona y la mano de la reina Yocasta. Ahora la peste
y las catástrofes naturales amenazan con desaparecer el hogar de los tebanos.

Edipo: ¡Pueblo de Tebas! He recibido noticias de que desean hablar con mi ilustrísima persona y
he aquí me presento. Atenderé entonces sus suplicas puesto que sé que no son buenos tiempos
para el reino.
Sacerdote: Yo, sacerdote de Zeus, te saludo; he de comunicarte que el pueblo de Tebas está muy
preocupado porque los cultivos no producen y los animales se mueren sin explicación. Así como
aquel día en que venciste a la esfinge, queremos que lo vuelvas a hacer; halla por favor un
remedio. ¡Usted que es el más grandioso entre los mortales! ¡Liberad al pueblo de Tebas de la
desgracia!
Edipo: Hijos míos, concederé su petición porque yo también me encuentro preocupado por la
ciudad, por la cual lloro. Pero, sepan que tras meditarlo mucho ya había encontrado una solución.
He enviado a mi cuñado, Creonte, para que viniera con las noticias del oráculo sobre el motivo de
la furia de los dioses. Llegará pronto, tengan paciencia.
(Sale Creonte y el sacerdote vuelve a su lugar con el pueblo)
Creonte: Soberano mío, a palabras del oráculo he de decirte que la única cura para que las pestes
se alejen de nuestras tierras es purificándolas del crimen que se cometió años atrás con el rey
anterior de usted, Layo.
Edipo: He oído a medias de ese nombre, como puedo decir que jamás lo he visto.
Creonte: Pues, Apolo nos exige castigar a su asesino.
Edipo: Entonces, ¿Qué datos falta para dar con su paradero?
Creonte: Lo único que sabemos es que Layo partió de casa hacia el extranjero, los únicos testigos
ya están muertos, excepto uno que quedó con vida y dijo que unos bandidos lo atraparon y lo
asesinaron con sus propias manos.
Edipo: ¡Quienquiera que fuera el que lo mató recibirá la justicia que se merece!
(Sale Creonte y entra Tiresias guiado por su lazarillo)
Edipo: Tiresias, tú que interpretas todas las cosas en este mundo, sálvanos. Seguramente debes
saber a quién se castigara por enfurecer a los Dioses.
Tiresias: Preferiría no decirlo y quedarme en silencio.
Edipo: ¿¡Pero qué es esto!? ¡Perverso! ¿Es que quieres traicionar y destruir a la ciudad?
Tiresias: No desprecio a la ciudad y menos a usted mi soberano, pero he de decir que la verdad
haría mucho daño a su persona.
Edipo: ¡Dilo de una buena vez! ¡Es tu deber!
Tiresias: Entonces, por mi pesar, te lo diré: Afirmo que el asesino de Layo es el que menos esperas
que sea.
Edipo: ¿Pero quién, quién?
Tiresias: Tú, Edipo, eres el culpable de las desgracias que están sufriendo nuestro pueblo de
Tebas.
Edipo: ¿Qué argumentos tienes para decir semejante infamia?
Tiresias: Ninguno. Apolo es el que lanza estas verdades sobre tus espaldas.
Edipo: No sabía qué hacerte venir y decir tantas tonterías, vete viejo Tiresias. Vete que no me has
servido de nada.
Tiresias: Me voy, (Al lazarillo), ¡Guía mi camino, muchacho!

Narrador: A partir de este momento, Edipo acusará a Creonte de expandir los rumores de que es el
verdadero asesino de Layo; así es como querrá desterrarlo de Tebas. Ambos parientes discutirán
en el palacio a gritos de tal forma que Yocasta, esposa de Edipo y hermana de Creonte tendrá que
salir para calmar a estos.
(Sale Yocasta, en el centro del escenario se encuentra Edipo y Creonte gritándose y a punto de
pelearse a golpes)
Yocasta: ¿Pero qué se supone que es esto?
Creonte: ¡Hermana! ¡Edipo me está dando un trato espantoso! ¡Me acusa de asesinato!
Edipo: ¡Es porque estás dañando mi honra!
Yocasta: ¡Dejad de discutir como niños! Por favor Edipo, esposo mío, créele por respeto a mí.
Edipo: ¿Qué más puedo hacer si él me confirma como asesino de Layo? Y todo por las palabras
de un adivino.
Yocasta: Si es así, guarda cuidado. Te demostraré porque: El oráculo predijo que el hijo de Layo y
mío, se quedaría con su trono, después de matarlo. Luego se casaría conmigo. ¡Nada más falso!
Primero porque a Layo lo mataron unos bandidos extranjeros en un cruce de unos caminos y
segundo porque nosotros mandamos a matar por un tercero, al niño recién nacido.
Edipo: (Con rostro de preocupación) Vaya.
Yocasta: ¿Qué es lo que pasa?
Edipo: Creo haberte oído decir que el asesinato ocurrió en el cruce de unos caminos.
Yocasta: Sí eso dije, ¿Por qué?
Edipo: (Para sí mismo): Oh Zeus, Oh Zeus.
Yocasta: ¿Pero qué es lo que te pasa en verdad Edipo?
Edipo: Todavía no te lo diré, ¿Cómo era Layo?
Yocasta: Hmm, ya estaba encanecido y ahora que me doy cuenta… era de tu mismo aspecto.
Edipo: Oh Zeus, Oh Zeus… Y dime, ¿Iba solo o con escolta?
Yocasta: Iba con cinco hombres los que lo acompañaban.
Edipo: Oh no, esta es la evidencia que sólo me faltaba pero, ¿Quién fue el que te comunico todo
esto, Yocasta?
Yocasta: Él único criado que sobrevivió al ataque, que por cierto, al saber que tú entrabas al trono,
me pidió que lo enviara a trabajar para el pastoreo y se lo concedí.
(Entra Edipo)
Yocasta: ¡Edipo! Este hombre quiere comunicarte algo, viene de Corinto.
Edipo: ¿Qué deseas mensajero?
Mensajero: He de comunicarte que Pólibo ha muerto.
Edipo: ¿Mi padre? ¿Por qué?
Mensajero: Por la edad.
Yocasta: ¿Lo ves Edipo? Las acusaciones no pueden ser más falsas, Pólibo murió por muerte
natural y jamás te casaste con tu madre.
(Se aparta a un lado del escenario)
Edipo: Entonces estoy salvado.
Mensajero: Pero señor, Pólibo no era tu padre.
Edipo: ¿¡Qué dices!? ¿Cómo sabes tú eso?
Mensajero: Lo digo porque yo mismo te entregué a los reyes de Corinto cuando tú sólo eras un
bebé, lo que sucede es que me encomendó un pastor tu cuidado, este te había salvado de una
muerte segura y no tuve mejor idea que entregarte a Pólibo porque no podía tener este hijos.
Edipo: ¡Por los dioses! ¿Sabes quién era ese pastor?
Mensajero: Sólo sé que estaba al servicio de tu rey, Layo. Ahora debo irme, hasta la vista.
(Se va el mensajero y se acerca Yocasta también preocupada, después de escuchar pedazos de la
conversación)
Edipo: Que tipo más raro el mensajero.
Yocasta: Lo mejor sería que no le hicieras caso, Edipo es por tu bien.
Edipo: ¿Por qué lo dices, qué pasa?
Yocasta: (Casi llorosa) Ah, si supieras las desgracias que pronto vendrán sobre tu persona, sería
mejor que lo dejaras y no sepas la verdad. Te lo digo, no te metas.
Edipo: ¿Eh?
Yocasta: Estas serán mis últimas palabras Edipo, adiós.
(Sale Yocasta y entra el criado)
Criado: ¿Me mandaron a llamar?
Edipo: Sí, ¡Tú! ¿Es acaso que tú me diste de pequeño a un mensajero de Corinto?
Criado: ¿Por qué me preguntas tales cosas? No recuerdo, estoy viejo ya y…
Edipo: ¡Responde viejo!
Criado: Está, está bien. Te diré que… sí, te di a manos del mensajero, porque te mandaron a matar
y tuve que hacerlo por cuenta mía, pero me apiadé de ti y te entregué para que vivieras.
Edipo: ¿¡Quién te entregó!?
(Silencio, entre susurros el criado viejo empieza a hablar)
Criado: Fue… fue…
Edipo: ¡Dilo!
Criado: La esposa que tienes ahora debe saber más que yo Edipo porque, ¡Fue ella la te entregó a
mis manos!
Edipo: ¡¿Qué?!
(El criado sale de escena, mientras un afligido Edipo camina por todo el escenario. Entra un
mensajero de la casa)
Mensajero: ¡Ha muerto, ha muerto!
Mensajero: ¡Yocasta, Yocasta!
Mensajero: ¡Nadie más que ella misma, se colgó y ahí su cadáver se encuentra en su cuarto!
Edipo: Ay desgraciado de mí, ¿Por qué no me dieron muerte como debieron? Ahora he de sufrir la
maldición de los dioses por mis actos, maté a mi padre y me casé con mi madre de la cual, tuve a
mis hijos. Ah, que irónica es a veces la vida, yo que prometía castigar al culpable que resultó ser yo
mismo. ¿Por qué me haces esto Apolo? ¿Por qué el destino me persigue en lo infinito, por qué?
Merezco morir, lo merezco. ¡No debo ver, no debo!
(Entra Creonte, en el momento en que Edipo se arranca los ojos)
Creonte: Ya veo que sabes que o fui el culpable.
Edipo: Mis disculpas, Creonte, no fui sensato, haz de desterrarme, exiliarme. Te dejó mi trono, para
que lo gobiernes, te dejo a Tebas. Te al dejo para que dejen de azolarla pestes por culpa mía.
Creonte.- De este modo fue dicho; pero, sin embargo, en la necesidad en que nos encontramos es
más conveniente saber qué debemos hacer.
Edipo.- ¿Es que vais a pedir información sobre un hombre tan miserable?
Creonte.- Sí, y tú ahora sí que puedes creer en la divinidad.
Edipo.- Que mi destino siga su curso, vaya donde vaya. Por mis hijos varones no te preocupes,
Creonte, pues hombres son, de modo que, donde fuera que estén, no tendrán nunca falta de
recursos. Pero a mis pobres y desgraciadas hijas, a éstas cuídamelas.
(Entran las hijas pequeñas conducidas por un siervo.)
Creonte.- La tienes. Yo soy quien lo ha ordenado, porque imaginé la satisfacción que ahora
sientes, que desde hace rato te obsesionaba.
Edipo.- ¡Ojalá seas feliz y que, por esta acción, consigas una divinidad que te proteja mejor que a
mí! ¡Oh hijas!
Creonte.- Basta ya de gemir.
Edipo.- Te obedeceré, aunque no me es agradable.
Creonte.- Todo está bien en su momento oportuno.
Edipo.- ¿Sabes bajo qué condiciones me iré?
Creonte.- Me lo dirás y, al oírlas, me enteraré.
Edipo.- Que me envíes desterrado del país.
Creonte.- Me pides un don que incumbe a la divinidad.
Edipo.- Pero yo he llegado a ser muy odiado por los dioses.
Creonte.- Pronto, en tal caso, lo alcanzarás.
Edipo.- ¿Lo aseguras?
Creonte.- Lo que no pienso, no suelo decirlo en vano.
Edipo.- Sácame ahora ya de aquí.
Creonte.- Márchate y suelta a tus hijas.
Edipo.- En modo alguno me las arrebates.
Creonte.- No quieras vencer en todo, cuando, incluso aquello en lo que triunfaste, no te ha
aprovechado en la vida.
Edipo.- En modo alguno me las arrebates.
Creonte.- No quieras vencer en todo, cuando, incluso aquello en lo que triunfaste, no te ha
aprovechado en la vida.
.

También podría gustarte