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Precedieron a este momento las afrentas, la injusticia, los azotes las burlas, la
humillación, la ignominia y cuántas otras barbaridades más. ¡Qué sufrimiento!
Sufrimiento indecible, inimaginable.³...varón de dolores, experimentado en
quebrantos´, declaró de él casi 800 años antes Isaías, el profeta (53:3). A pesar
de la manifiesta maldad y el ensañamiento de sus acusadores y enemigos, a
pesar de la injusticia que se estaba cometiendo con él, y que él bien lo sabía, en
ningún momento nuestro Señor Jesucristo dejó de demostrar lo que realmente
era: perfecto en amor, perfecto en bondad, perfecto en paciencia, perfecto en
gracia, perfecto en misericordia, perfecto en humildad, perfecto en dignidad,
perfecto en inocencia. Dada ya la palabra humana final de Pilato, no había otra
cosa más que hacer. Todo quedó ya decidido. Y se dio inicio a la dramática y
hasta trágica procesión, desde el patio del Pretorio de Pilato, siguiendo por la
así llamada ³vía dolorosa´ hacia el Gólgota o Calvario, o lugar de la calavera,
como dice la Escritura, en las afueras de la ciudad. Se cumplía así la profecía
del Antiguo Testamento, cuando explicando sobre la expiación, el autor
inspirado dijo: ³Y lo sacará... fuera del campamento...´ (Levítico 4:21).Antes de
que empezase aquella trágica procesión, cargaron a Jesús con su propia y
pesada cruz. Igual con los otros dos malhechores, compañeros de infortunio. Es
de imaginar que nuestro Señor Jesucristo y los malhechores iban adelante de la
trágica procesión. Le seguía una gran multitud a cuya cabeza iban los sumos
sacerdotes, sus servidores, religiosos todos estos, quedeseaban ser testigos
presenciales de la muerte de su enemigo y víctima. También estaba entre
lamultitud un grupo de curiosos espectadores y hasta es probable que
entremezclados entre lamultitud hayan estado algunos de los seguidores del
Maestro. Todos ellos iban precedidos por elcenturión y los soldados romanos,
quienes en el aspecto humano eran los encargados de realizar la macraba tarea
de crucificar a nuestro Señor Jesucristo. Magistralmente el iluminado poeta
escenifica este momento con la siguiente composición. Hacia el Gólgota cruel,
una cruz sobre él, se encamina el Cordero de Dios. La corona llevó y la cruz él
cargó, más el peso su cuerpo venció. Pues la cruz era emblema de culpa mortal;
la corona de espinas, insignia del mal. Los pecados del mundo en sus hombros
llevó por la senda de hiel del Gólgota cruel, el Gólgota cruel. El Gólgota
cruel. No menos dramática es la composición de otros poeta que iluminado
escenifica este momento con los siguientes versos: Rechazado por todos Jesús
salió, llevando su cruz; y a la cumbre del Gólgota el subió, llevando su cruz
Cual oveja delante del trasquilador en silencio estuvo por mí el Señor, llevando
su cruz. Aunque el supo bien que tendría dolor, llevando su cruz;
el castigo llevó con un santo amor, llevando su cruz. Pues la cruz tan pesada no
se igualó al pecado y juicio que allí cargó, llevando su cruz. ¡Oh, ¿qué
maravilla puede ser que el por mí la llevó? Oh, qué maravilla, sí, por mí, la
cruz llevó. Tan pesada era la cruz, tan radiante, ardiente y abrazador estaba el
sol en aquellos momentos, y tan agotado estaría nuestro Señor Jesucristo,
seguramente por el intenso trajín del día y noche anteriores, que llegó el
momento en que cayó literalmente al suelo vencido por el peso de la cruz. No
pudo llevar más tan pesado madero. Pasaba por ahí un hombre que venía del
campo, un tal Simón, de Cirene (hoy Libia). Al parecer éste era un hombre
fornido. A él le cogieron las autoridades y obligaron a cargar la cruz de Cristo.
Lo hizo. Y la procesión llegó al lugar donde se realizaría la crucifixión, al lugar
de la tragicomedia, al lugar donde se cometería el asesinato judial más grande y
vil de la historia. Ofrecieron al Señor vino (vinagre) mezclado con hiel y mirra
(Mateo 27:34) (Marcos15:23). Recordemos de la mirra que le ofreció como
regalo profético uno de los magos que vino del oriente a adorarle al momento
del nacimiento del Salvador del mundo. Aquel vino mezclado con mirra y hiel
era una especie de brebaje narcótico que servía para aliviar el dolor. Jesús
probó, pero no quiso tomarlo. Prefirió tomar la copa del amargo sufrimiento
que el trino Dios ya había decretado desde la eternidad que experimentase.
Deseaba sufrir en la plenitud de sus facultades todo el sufrimiento que tenía
que sufrir en lugar nuestro por causa de nuestros pecados. Es sabido que la cruz
era uno de los más crueles instrumentos de sufrimiento y muerte que el hombre
había inventado. Los romanos, que habían copiado de los cartaginenses, jamás
hubieran permitido que un ciudadano romano fuese crucificado; eso lo
reservarían sólo para los esclavos. Los judíos tampoco lo usaban. Ellos
practicaban la pena de muerte por la lapidación (apedreamiento). Es que la
muerte en una cruz era la más dolorosa, la más cruel, la más ignominiosa, la
más vergonzosa y vil ideada por el hombre.³Era la tercera hora del día´
(Marcos 15:25), según la manera de contar las horas por los judíos (las 9 de la
mañana para nosotros), cuando los impertérritos soldados
desnudaron públicamente y empezaron su macabra tarea de crucificar al Señor.
Los encargados de ejecutar tan macabra tarea empezaron con pasmosa frialdad
su criminal trabajo. Algunos estudiosos sugieren que el madero vertical de la
cruz fue primero plantado en el suelo. Puede ser que haya sido así, aunque no
se conoce evidencia histórica de ello. Luego colocando el madero horizontal
sobre el suelo, y desnudado ya el Señor, le acostaron sobre el suelo
colocándole los brazos sobre el madero. Es posible que hayan atado ambos
brazos primero para asegurarse de que no los movería al momento de ser
traspasadas las manos con los clavos. Imagínese el oyente todo lo que tuvo que
sufrir nuestro Señor Jesucristo por causa nuestra. Luego vinieron los clavos que
traspasarían sus manos. Estos clavos eran pedazos de hierro forrado grueso,
tallados en forma rústica, cuadrada, no cilíndricos como los de hoy y bien
agudos, de más o menos 6 pulgadas de largo. Un soldado puso el clavo en el
centro de la mano del Señor; otro levantó la comba y sin compasión alguna dio
el uno, dos, tres, etc. combazos hasta hundir el clavo en el madero. De seguro
que chisporroteaba a borbotones la sangre por la herida de los clavos. ¿No se le
rompe el