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Analfabetos de lujo

Editorial, La Tribuna, 2 de octubre de 1995, p. 7

Hay analfabetos de lujo. Algunos incluso son doctorados por la universidad. La

mayoría gana dinero, tiene poder, manda mucho. Las temidas reformas de las

enseñanzas medias tienden a aumentar su número. El arrumbamiento de las

humanidades en beneficio de las enseñanzas técnicas (útiles, prácticas, productivas)

anuncia un futuro brutal: seres perfectamente trajeados, perfectamente equipados,

perfectamente construidos para la más gélida banalidad. Ya hay quienes, preguntados

por el sentido de algún acontecimiento histórico, son capaces de responder: “¡Y yo qué

sé, si no había nacido!” Trágico, no cómico.

Las humanidades y su producto humano, el humanista, nacieron en el

Renacimiento y no sólo como cultivo del arte, la historia, la lengua, la filosofía, sino

como actitud o forma de conducta. Las humanidades son el recuerdo permanente de

nuestras raíces , sin las que nada seríamos. Somos los que no ha hecho la historia.

Saber eso no es mirar atrás melancólicamente sino ver el presente con la luz y la ironía

que da conocer lo que pasó. Esa estúpida e inútil pretensión de partir de cero o de

ignorar la historia, de valorar sólo lo que tiene precio, es una caída al abismo de la

inanidad. La peor caída.

Es lógico que no estén de moda las humanidades: defienden cuanto el hombre

moderno abomina: universalismo, personalidad, ironía, lentitud, contemplación,

relativismo, delectación, libertad… Si fuéramos modernos, defenderíamos las

humanidades como el gran logro de toda modernidad. El hombre sin las formas de
conducta que los humanistas reivindicaban (lenguaje, elegancia, ritmo), terminará

siendo una personilla trajeada con un teléfono móvil en la mano. Poco más.

Por ponernos a la altura, más bien a la bajura, de los antihumanistas: ¿cómo

puede un ejecutivo ser eficaz sin un dominio sabroso, matizado y elegante del idioma?,

¿cómo puede el hombre de poder pretender algún dominio sin un poso histórico que le

permita decidir con sabiduría y no actuar como una máquina lavadora?

Las humanidades tienen valor, no tienen precio. La poesía no cotiza en la bolsa.

Ni ha cotizado jamás. Ni pretendemos que cotice. Pero tampoco conviene insistir en

esa verdad a medias de que la poesía, como la cultura humanística en general (lengua,

historia, arte, filosofía), solo sirve para regodeo solitario e improductivo. La misma

verdad a medias que la de confundir cultura con erudición o conocimientos para

concursos de televisión con el gozo el goce del saber.

La verdad entera es que las humanidades mejoran al hombre con ciencia y

técnica, bien maridadas todas, son el anhelo de perfección humana. Todo lo demás es

deformidad y ruina. ¿Quizá el poder prefiere a un hombre así, masificado y mecánico,

porque es más manejable?

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