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TALLER HISTORIA DE LA CONGREGACIÓN

El 2º siglo – 1751 a la revolución

Luego de la muerte del P. Cousin (1751) la vida de la Congregación


entra cada vez más en la monotonía de la vida de los seminarios. Por
eso reunimos, bajo el mismo título, a los cinco superiores generales que
van hasta la época revolucionaria. Tanto más que uno de ellos sólo
gobernó la Congregación por el espacio de tres meses y que las fechas
del último superior se confunden, casi del todo, con las de su
predecesor, que se enfermó pronto.

P. Auvray de Saint André (1751-1770),


P. Miguel Lefevre (1770-1775),
P. Pedro Le Coq, (1775-1777),
P. Pedro Dumont (1777-1796),
Beato Francisco Luis Hébert (1782-1792).

Durante este tiempo no hay nuevas fundaciones. Bajo el P. Auvray,


sin embargo, dos de nuestros seminarios, Lisieux y Caen, se anexaron
seminarios para pobres. Caen utilizó para alojar a estos últimos parte
notable del edificio que conocimos. Lisieux, para esta fundación, recibió
al antiguo superior del seminario que entró a la Congregación y se trajo
el hermoso edificio y toda la dotación necesaria para ese uso.

El Padre Auvray. Se ocupó mucho de la formación de los


jóvenes. Reglamentó minuciosamente sus estudios, los exámenes que
debían presentar, y el jurado examinador. Impulsó los estudios más
exigentes. El P. Costil nos asevera, cierto o no, que la filosofía, que hasta
entonces chocaba a los nuestros, les llegó a ser familiar. Para entender
mejor esta curiosa afirmación recordemos lo que en el siglo XVII era un
seminario: una casa, donde no se hacían estudios, sino donde se recibía
la formación clerical. Para ser director de seminario no era menester ser
doctor ni en filosofía ni en teología. Se prefería sacerdotes santos,
capaces de enseñar a los ordenandos, que sólo frecuentaban el
seminario para prepararse a las órdenes, la piedad, el canto y las
ceremonias. En este momento de nuestra historia se da una evolución.
Los estudiantes dejan de ir a las universidades. Muchas se consideraban
peligrosas a causa de la enseñanza jansenista. En adelante se pedirá a
los profesores estudios más profundos. No eran los tiempos en que los
directores del seminario podían preparar y dar sus misiones. Será
preciso especializarse y habrá misioneros de una parte y de otra
directores. Estos, penetrados cada vez de los estudios escolásticos,
llegarán a ser competentes profesores, y encontraremos, hacia 1765, al
futuro sucesor del P. Saint André, el P. Lefevre, escogido como árbitro
entre un prelado francés y el filósofo inglés Hume, salir airoso de este
reto difícil, con satisfacción de las dos partes. Más tarde, durante la
revolución, los emigrados a Inglaterra apreciarán grandemente a
nuestros profesores, incluso los más jóvenes. Cuando se cultivan las
plantas, rinden mejores frutos. Durante el generalato del P. de Saint
André, si la Congregación no crece en obras, aumenta su personal de 74
a 94 miembros.
Las diatribas ponzoñosas de “Los Nuevos Eclesiásticos” en contra
de los eudistas del seminario de Blois “que fomentan el cisma por sus
consejos y por el camino del sacramento de confesión” y en contra del
seminario de Caen, como “fautor del cisma” nos regocijan mucho. Ponen
de manifiesto que en esa época, como en los tiempos precedentes, la
Congregación continuaba el buen combate y defendía la fe y la
misericordia que san Juan Eudes había predicado tanto.
El P. Lefevre fue dado como coadjutor al P. de Saint André, que
por entonces sólo se preocupaba de prepararse a morir. Era hombre de
bondad y afabilidad refinadas. Era corriente oír decir: Qué amabilidad la
del P. Lefevre. Supo imponer su autoridad con mayor firmeza que su
predecesor. Tuvo el mérito de culminar con éxito en la asamblea de
1769 que lo eligió, el resumen de las Constituciones pedido por la
asamblea de 1693. Fue entregado a cada miembro de la Congregación.
Hizo aprobar el proyecto por la asamblea e impulsó el asunto
esforzadamente. Pronto cada casa de la Congregación recibió el número
de ejemplares suficiente. Escogió al P. Hébert para la residencia de Les
Tourettes de París, y con él y por él trabajó para hacer de esa casa un
auténtico seminario, destinado a servir para proteger a los sacerdotes.
Con gran caridad sacerdotal, al lado de los nuestros, eran recibidos allí
los sacerdotes que venían a la capital para continuar allí sus estudios.
Estaba también abierta a sacerdotes ancianos en calidad de huéspedes
pasajeros o de pensionados. Monseñor Beaumont aprobó el
establecimiento y pronto se procedió a ampliar las instalaciones.
Terminadas las obras se pudo alojar allí sesenta internos.
Un pequeño detalle, que concierne al superior en persona, nos
muestra hasta qué punto había interés en la Congregación por los
estudios y cómo se guardaba celosamente la ortodoxia. El P. Le Coq,
amigo y futuro sucesor del P. Lefevre, había publicado en 1767 sobre los
préstamos con interés, cuestión bien debatida en la época. Defendía en
su escrito la tesis corriente, es decir, que el préstamo con interés era
usura y por tanto condenada por la ley moral. Se atrajo una réplica,
demasiado injuriosa, de un capuchino de Saint-Lo, y el mismo P. Lefevre,
en un opúsculo, bien documentado, sostuvo, en contra de su amigo, que
el préstamo con interés no estaba prohibido con ninguna censura, y que
su condenación traería inconvenientes serios. Tenía razón, pero ir
demasiado lejos frente a una ortodoxia quisquillosa, y en la
circunstancia, un tanto estrecha de sus hijos. La asamblea de 1774 juzgó
que tal opinión no sólo era imprudente, dado nuestra misión de
educadores del clero, sino incluso heterodoxa. El P. Lefevre no dudó.
Agradeció al P. Le Coq que le transmitiera este parecer de la asamblea y
declaró públicamente que renunciaba a su opinión. Incluso escribió a
todas las casas de la Congregación para que se retirara del comercio su
opúsculo. Murió en Caen. El 6 de septiembre de 1775, mientras
practicaba la visita anual, que no había dudado hacer a pesar de salir de
una enfermedad grave. Sus últimas recomendaciones muestran todavía
su fe en la Iglesia y su entrega a su amada comunidad. “Padres, sean
mis testigos ante todos los hermanos de que muero sumiso a todas las
partes de la doctrina de la Iglesia, nuestra madre. Le ruego que les
digan que los exhorto a continuar en su servicio a Dios con todo su
corazón: Corde magno et animo volenti”.
El Padre Pedro Le Coq, su amigo, fue su sucesor en el cargo.
Sacerdote humilde y modesto, amigo del estudio, autor de varios libros
de teología y de derecho local. No tuvo de desempeñarse como se
esperaba de él. Tres meses después de su elección, fue afectado por la
parálisis y no se repuso nunca. Murió en 1777. Se hizo reemplazar en las
visitas anuales por un vicario que él mismo se había escogido.
El Padre Dumont fue elegido para sucederlo el jueves 3 de
octubre de 1777. No hacía parte de la asamblea y fue necesario enviarle
tres miembros de la asamblea para enterarlo de su elección y recibir de
él las promesas y los juramentos exigidos por las Constituciones. Se
mostró muy lleno de caridad apostólica, se ocupó cuidadosamente de
las visitas anuales. Muy amado de todos los de la comunidad, muy
estimado por los prelados, recibió de éstos, en casi la totalidad de las
diócesis donde trabajaba la Congregación, nombramiento de Vicario
general.
En 1780 cayó enfermo de parálisis y se le nombró un coadjutor
con derecho a sucesión. El designado fue el P. Francisco Luis Hébert,
que llegaría a ser beatificado con sus compañeros de martirio, en Los
Carmelitas.
Infortunadamente no se pidió al P. Dumont una dimisión en regla.
Habiéndose recuperado un poco, quiso ejercer de nuevo un poco de
autoridad. Encontramos cartas y mandatos firmados por él, en los que,
más grave aún, no se reconoce bien su firma. Se creyó ver en esto una
prueba de la ingerencia en los asuntos de la Congregación, del P.
Delaporte, superior del seminario de Caen. Era ciertamente un santo
sacerdote pero también autoritario en extremo. Esto ocasionó malestar
en la Congregación y algunos, lastimosamente, optaron por retirarse.
A pesar de esas dificultades la Congregación continuaba
realizando la obra de san Juan Eudes. El P. Hébert estaba en relación con
el rey. Llegó a ser su confesor en los momentos más trágicos, e incluso,
consejero escuchado. A partir de estos contactos, Louis XVI, hasta ese
momento vacilante, opuso veto a las leyes persecutorias. Su confesor le
sugiere el pensamiento de consagrar su persona y su reino al Sagrado
Corazón de Jesús.
El P. Hébert conseguía elevar la aceptación de la casa de Les
Tourettes. Hizo crecer el número de miembros de la Congregación.
Había entonces 140 eudistas, de los cuales 95 eran sacerdotes. Las
misiones continuaban en muchos lugares y hemos guardado memoria
de ellas. Por muchas partes, se trabajaba en los seminarios. Eso supone
aumento en el número de alumnos. En esta época encontramos cierto
número de eclesiásticos de la Congregación que murieron en olor de
santidad. Es el caso del P. Delaporte, superior de Caen. Era tal la
veneración de que gozaba en la ciudad que su féretro fue llevado al
cementerio, en plena revolución, por cuatro fervientes católicos,
quienes, para asegurarle un entierro lo más religoso posible, recitaban
oraciones en alta voz. Otro caso, el del P. Vicente Toussaint Lebeurrier.
Su fama de santidad atrajo gran concurso del pueblo a su tumba.
Numerosas curaciones le fueron atribuidas. También le debemos
numerosos escritos, muy apreciados. También al P. Francisco Lefranc,
superior de Coutances, quien, después de haber sido compañero del P.
Hébert en Los Carmelitas, debía ser su émulo en la gloria del martirio.
Una curiosa encuesta relizada en 1785 por el beato Francisco Luis
Hébert con varios obispos, cuyos seminarios dirigíamos, nos permite
juzgar, con conocimiento de causa, sobre la imagen de la Congregación,
en vísperas de la revolución.
Monseñor de la Ferronnais, que sin embargo era bien dispuesto
para con nosotros, se contenta con testimoniar el bien que los nuestros
no descansan de hacer en los seminarios y colegios. El obispo de Sées
asegura que “siempre se han conducido bien en su seminario y que son
muy útiles en su diócesis”. El obispo de Le Mans afirma que “brindan los
mayores servicios por su caridad apostólica, en Domfront y en las
misiones”. El obispo de Bayeux señala “el muy grande beneficio que los
nuestros hacen en Caen y en toda la diócesis”. El obispo de Senlis
reconoce “el éxito grande que tienen en la dirección de su seminario”, y
el de Rennes anota “la gran satisfacción” que le procuran sus servicios.
En Paris, monseñor de Juigné declara “haber oído hablar siempre muy
ventajosamente de los Padre eudistas, y de los grandes frutos que han
cosechado en las diócesis donde dirigen el seminario”. En Blois,
monseñor de Mensines juzga que debe rendir justicia al expresar el
mejor testimonio por el celo y la edificación de los directores del
seminario. En Coutances, monseñor de Talaru de Chalmazel no vacila en
afirmar “que ninguna congregación es tan útil a la Iglesia como los
eudistas”. El cardenal de la Rochefoucauld de Ruan y monseñor Godard
de Belboeuf en Avranches están de acuerdo para aseverar “El servicio
esencial prestado en su seminario por los eudistas” y afirman que están
“muy contentos” tanto del seminario como de las misiones. Finalmente,
hablando de nosotros como lo hiciera Fenelon acerca de los sulpicianos,
monseñor de Hercé, obispo de Dol, aportaba este bello testimonio:
“Atestiguamos que los eudistas, encargados de la dirección de nuestro
seminario se han comportado de manera que se han atraído la estima,
la veneración y la adhesión de nuestro clero. Independientemente de la
consagración con que trabajan en la formación de los jóvenes
eclesiásticos, además prestan en la diócesis grandes servicios con las
misiones que dan en las parroquias rurales. Hemos sido testigos
personales de la entrega generosa a la instrucción y salvación de los
pueblos”.
En 1790, la Congregación de Jesús y María contaba 25
establecimientos, repartidos en 13 diócesis:

-13 seminarios mayores:


*Caen (1643), Coutances (1650), Lisieux (1653), Ruan (1658),
Evreux (1667), Rennes (1670), fundados por san Juan Eudes.
*Avranches (1693), Dkol (1701), Senlis (1704), fundados por el P.
Blouet de Camilly.
*Domfront, (1727) fundado por el P. de Fontaines.
*Va,lognes (1729), Blois (1744), Sées (1744), fundados por el P.
Cousin.

-3 seminarios menores (para seminaristas de menores fortunas. En


ellos, al lado de la enseñanza de la teología, los más jóvenes recibían la
enseñanza clásica, a partir del 4º. Año.
*Rennes (1698), fundado por el P. Blouet de Camilly.
*Caen (1760), Lisieux (1763), fundados por el P. Auvray de Saint-
André.

-4 colegios:
*Lisieux (1653), fundado por san Juan Eudes.
*Avranches (1693), fundado por el P. Blouet de Camilly.
*Domfront (1727), fundado por el P. de Fontaines.
*Valognes (1729), fundado por el P. Cousin.

-parroquias:
*Avranches (1693, Dol (1701), Senlis (1704), fundados por el P.
Blouet de Camilly.

-2 residencias:
*Paris (1703), fundada por el P. Blouet de Camilly.
*LA Garliere (1743), fundada por el P. Cousin.

Desaparecemos en la tormenta de la Revolución

No es el momento de rememorar el comienzo y el desarrollo de la


Revolución francesa. Nos interesa las repercusiones que ella tuvo en
nuestra Congregación.
En un comienzo nos esforzamos por cuidarnos lo mejor posible.
Las ideas corrientes habían hecho camino en algunos de nuestros
hermanos y en la masa del clero francés. Muchos creyeron encontrar en
esta revolución una era de liberación. Pero lastimosamente las medidas
no tardaron en presentarse vejatorias y antirreligiosas y pronto la ilusión
no fue ya posible.
El 4 de agosto de 1789 se dio la expoliación de los bienes de la
Iglesia.
El 13 de noviembre vino la orden de hacer inventario de dichos
bienes.
El 10 de febrero de 1790, se produjo la supresión de todas las
casas religiosas de ambos sexos.
Los eudistas pudieron darse por bien servidos en un comienzo ya
que sus seminarios no eran propiamente casas religiosas sino bienes
diocesanos. Pero las medidas de proscripción vinieron. La nueva
circunscripción de las diócesis y la orden de no dejar sino un seminario
por diócesis condenaban a muerte buen número de nuestras casas. Las
últimas recibieron el golpe de gracia cuando se exigió a todos los
sacerdotes que ocupaban funciones públicas el juramento de fidelidad a
la constitución civil del clero (25 de octubre de 1790). Hasta ahí llegó
todo. Todas nuestras casas fueron golpeadas. Sólo quedaba resistir a la
ejecución del crimen: el cierre de las casas, la dispersión o la muerte de
nuestros hermanos.

Cierre de las casas. El seminario menor (para pobres) de Rennes


comenzó en enero de 1791. Senlis en marzo siguiente. El abril le tocó el
turno a Domfront, Evreux, Coutnces y Blois. En mayo cerró Sées. En
junio fue el turno de Ruan, Dol y Rennes.
En abril de 1792 desapareció la casa de Avranches. El P. de la
Chesnée rehussó abandonar el local y defenderlo centímetro a
centímetro. Incluso, con sus hermanos, llegó a alojarse, desde diciembre
de 1791, en el granero en el fondo del corral .
Caen, gracias a dos hermanos normandos, los PP. Delaporte y
Lebourgeois, logró mantenerse recurriendo a una apelación tras otra. La
expulsión sólo tuvo lugar el 8 de mayo de 1792. Incluso, obtuvieron
poderse retirar, con algunos ancianos y enfermos, entre ellos el P.
General de derecho, el P. Dumont, a un terreno alquilado en los
alrededores. Lisieux resistió hasta agosto de 1792, lo mismo la casa de
Le Tourettes en París. Los eudistas de Valognes fueron los últimos en
separarse, en octubre de 1792, luego de haber obtenido, parece, la
autorización para embarcarse con destino a Jersey.

Dispersión y muerte de nuestros hermanos. Varios de


nuestros hermanos encontraron la muerte, y muerte gloriosa, en esta
tragedia revolucionaria. Primero nuestros mártires de septiembre, bien
conocidos de todos: el beato Francisco-Luis Hébert, superior general
encargado y confesor del rey. El P. Claudio Pottier, superior de Ruan,
quien reparó con su muerte y el apostolado que la precedió, el
juramento cismático que había tenido la desgracia de prestar en un
momento de debilidad. El beato Francisco Lefranc, superior del
seminario de Coutances, quien coronó con el martirio una vida de lucha
contra la masonería. El beato Carlos Béraud du Perou, obligado por la
persecución a dejar la Compañía de Jesús, encontró donde los eudistas
refugio y entregó su vida en inmolación total. (NB. Este Padre nunca se
incorporó pero trabajó en las obras de la Congregación, codo a codo con
los eudistas, integrado a la vida comunitaria, por varios años. Los
eudistas lo reclaman hoy como suyo). Hijos de san Juan Eudes, dignos
de él. El P. Eudes hubiera deseado, como ellos, “morir tantas veces por
el amor de Jesús cuantos momentos ha habido en los siglos pasados,
presentes, y los habrá en el futuro”. Hizo en vida el voto de estar
dispuesto siempre a “glorificarlo ante todo el mundo a precio de su
sangre, de su vida y de todos los tormentos imaginables”.
¡Cuatro mártires! Pero, si estudiamos la lista de sacerdotes
masacrados en Los Carmelitas el 2 y 3 de septiembre de 1792,
encontramos 31 alumnos de nuestros seminarios de Normandía. Seis de
ellos fueron arrestados en nuestra casa de Les Tourettes. Hay además
diez pensionados de esta casa, entre ellos cinco antiguos jesuitas. Así
son en total 45 mártires que podemos reclamar como muy nuestros. Si
estudiamos ahora el martirologio de la arquidiócesis de Rennes,
encontramos que sobre 21 sacerdotes, considerados como confesores
de la fe, once son antiguos alumnos de nuestros seminarios de Rennes y
de Dol.
¿Hay más? Veneramos también al P. Carlos Ancel, prisionero
primero en San Viviano de Ruan, embarcado luego en “Los Dos
Asociados”, donde murió a causa de los maltratos padecidos allí. (Nota:
fue beatificado, con los compañeros de prisión que murieron en el barco,
el 1 de octubre de 1995 por el papa Juan Pablo II. Su memoria para la
liturgia fue fijada para el 18 de agosto). El P. Julián Gaillard. Era todavía
estudiante en 1791 en Valognes. Fue ordenado sacerdote en Inglaterra y
regresó a Francia, para ejercer clandestinamente el santo ministerio. Al
cabo de cuatro años, fue hecho prisionero. Fue embarcado en La Décade
y deportado a Cayena, en la Guayana francesa. Murió allí en 1798,
dejando entre sus compañeros de infortunio testimonio de santidad de
vida. Dos otros eudistas pagaron con su vida su adhesión a la fe
verdadera. El P. Claudio Juan Cordellier, quien, luego de haber celebrado
los sacramentos en los pueblos de Plouasme, fue arrestado 1n 1794.
Conducido a la prisión de Rennes contrajo la epidemia que entonces se
ensañaba en la región. Liberado el 8 de enero de 1795, murió al día
siguiente, enteramente preocupado, en su delirio, del santo sacrificio
que creía estar celebrando. El P. Carlos Jourdan se sacrificaba en el
ministerio en la región normanda. Arrestado en 1792 y encarcelado
primero en Alençon, luego en Rambouillet, pasó dos inviernos
espantosos en esas horribles prisiones. Después de haber sido liberado y
encarcelado nuevamente, murió víctima de los maltratos de sus
carceleros.
La Congregación de Jesús y María, que hizo tanto en los siglos XVII
y XVIII por mantener la ortodoxia en el clero, se sentía obligada por sí
misma a dar ejemplo de firmeza y de intrepidez hasta el riesgo de la
muerte. No falló y podemos ver en todos esos sacerdotes a dignos hijos
del santo normando que nos pidió que viviéramos todos en el espíritu
del martirio.
Infortunadamente no todos mantuvieron esa constancia. Cinco
nombres podrían ser fijados aquí en la picota, pero es mejor olvidarlos.
Para ellos imploramos la misericordia del supremo juez.
Además, nuestros Flores nos cuentan lo que pasaba en todas las
diócesis de Francia. Algunos valientes, que en medio de aventuras
inverosímiles o trágicas continúan, rodeados de peligros e inclemencias
del tiempo, un ministerio fecundo, pero lleno de sorpresas. Otros se
exilian. Se van a Jersey, en Inglaterra, a España, a Alemania, para
esperar allí el cese de la tormenta.
Sólo quiere reseñar aquella reunión de sacerdotes, alrededor de
700. refugiados en el castillo de Winchester, entre los cuales se
encontraban varios eudistas. Uno de ellos, el P. Noel Martín, superior del
seminario de Lisieux, presidió y dirigió esta comunidad numerosa. Lo
hizo con tacto exquisito que muchos decían: “Pocos sacerdotes han
puesto tan en alto del nombre de Francia en Inglaterra”.
Pidió a tres de los nuestros que lo ayudaran en las conferencias
teológicas que debían recibir los ordenandos. Uno de ellos, todavía muy
joven, el P. Bosvy, cuando llegó a la sala se sintió profundamente
turbado, pues en lugar del grupo de ordenandos se encontró con todos
los eclesiásticos que moraban en el castillo, algunos muy distinguidos e
instruidos. La falta de ocupación los invitaba a participar en todas esas
conferencias para matar el tiempo y para buscar algo interesante e
instructivo. No era lo que movía al joven eudista que quiso desaparecer.
Hubo que agarrarlo y llevarlo por fuerza a la cátedra. Obligado a llevar la
palabra, lo hizo con mucha modestia pero al tiempo con marcado
dominio de sí mismo. Reveló poseer buen bagaje de ciencia hasta el
punto que todos se prometieron volver a todas sus conferencias a los
ordenandos.
Cuando salieron de Winchester continuaron la vida común en
Reading, siempre bajo la dirección del eudista P. Martin. Todos estos
eudistas llevaban en el alma su vocación de formadores de sacerdotes.
Ni aun en las tristezas del destierro la abandonaron y fue aliciente para
estimular su vida y sus estudios.
Así fue nuestro siglo XVIII. Nuestros padres, formados y
fuertemente consagrados a los dos fines de la Congregación, los
mantuvieron en su absoluta fidelidad: seminarios y misiones. No parece
que se hubieran empeñado en crecer numéricamente. Tampoco
buscaron extenderse. Su lema fue: “Resistir” y lo lograron.
La monotonía habitual de la vida de los seminarios no nos ofrece
muchos acontecimientos originales o imprevistos. Su historia, fuera de lo
cotidiano vivido en los seminarios, se limita a algunos hechos que
subrayan su adhesión inquebrantable a la ortodoxia. La Revolución dará
el sello de autenticidad hasta la muerte a dicha fe. Con valor la regaron
con su sangre en medio del sufrimiento de todos. Estos sacrificios no
fueron vanos. Fueron una semilla: “la sangre de los mártires es semilla
de cristianos”. Nuestra amada Congregación está muerta, pero vamos a
asistir a su resurrección.

1. LUEGO DE LEER Y REFLEXIONAR EL TEXTO REALICE UN RESUMEN


DONDE RESALTE LAS IDEAS MAS IMPORTANTES.
2. RESALTE LOS PUNTOS MAS IMPORTANTES DE LOS SUPERIORES
GENERALES QUE GOBERNARON EN ESTE PERIODO DE TIEMPO
3. ¿QUE FUE LA REVOLUVION FRANCESA?
4. ¿PORQUE LA REVOLUCION CAUSO UN GRAN IMPACTO EN LA
SOCIEDAD Y ASI EN LA COMUNIDAD?

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