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Sábado

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,14-17):

En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué
nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?» 
Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio
está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa
un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja
un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se
derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las
dos cosas se conservan.»

Palabra del Señor

Fredy Cabrera, cmf


Queridos hermanos y hermanas:

La vida de los patriarcas nos ha acompañado durante esta semana y, de trasfondo, la


experiencia del Dios justo y misericordioso que camina con ellos. Hoy asistimos a la
bendición disputada entre dos hermanos que parecen competir o rivalizar desde que están
en el vientre de la madre (Gn 25,23). Jacob y Esaú retratan lo que sucede a muchas
naciones o pueblos en su lucha por asegurarse prosperidad y territorio. Ambos
protagonistas parecen confundir bendición con predilección o preferencia de manera
egoísta. Dios da su bendición a toda persona, pero elige a algunas para dar testimonio de
la gratuidad de su amor.

Si nos adentramos al tema de la justicia en la Biblia, no la podemos comprender como


castigo para unos y bendición para otros. Nuevamente recordamos que Dios bendice a
justos e injustos, no eximiéndoles de las consecuencias que traen sus actos. La bendición
dada por Dios no era algo privado e intimista, tenía connotaciones familiares y
comunitarias, y se transmitía de generación en generación; dicha bendición, no quedaba
reducida a un individuo o al sólo bienestar material, pues se le podía percibir en la fertilidad
de la tierra, en la descendencia y en el auxilio providente de Dios en los distintos
momentos y circunstancias de la vida.

Ya dijimos que la vida es la mayor bendición recibida de parte de Dios. De esto está
convencido Jesús cuando es cuestionado por la práctica del ayuno que parecen tomarse él
y sus discípulos muy a la ligera. Jesús enseña que mientras se entrega la vida, se reparte
alegría y se prodiga consuelo, no hay lugar para el ayuno.

Si el ayuno no transforma tu vida en alimento, y se reduce a precepto, no será fuente de


bendición para ti ni para quien pudo beneficiarse de tu corazón solidario y compartido. Y
aquí viene la exhortación principal: «a vino nuevo, odres nuevos», pues sólo dejando de
creer que tienes que ganarte las bendiciones o que haya gente que no las merece, no
podrás abrirte a la gratuidad del amor de Dios y menos a la novedad del Reino. 
Pide a Dios en tu oración por todas las comunidades cristianas, para que libres del
fariseísmo y la hipocresía, sean espacios donde se prodigue el amor incondicional y que
las ayude a vencer la tentación de manipular conciencias o de mercantilizar la fe.

En comunión fraterna, 
Fredy Cabrera, cmf.

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