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Obra: Authority in the Church and the Schillebeeckx Case

Editado por: Leonard Swidler y Piet F. Fransen


Ponencia: The magisterium and Ideology.
Autor: Edward Schillebeeckx

La lectura corresponde a una ponencia de Edward Schillebeekx en el Congreso: The


International Colloquium on Authority in the Church (27-30 de abril de 1981, Universidad
de Lovaina, Bélgica).

El autor introduce el tema solicitado con una mirada de “cierta tensión” (que puede ser
normal) entre el Magisterio de la Iglesia y la comunidad, el Magisterio y los teólogos
católicos. Cuando esta “cierta tensión” cambia a una “tensión severa”, o “conflicto abierto”,
da cuenta que algo está mal y debe revisarse. Este último tiempo se ha presentado con
mayor complejidad debido a la tensión que existe no sólo entre el Magisterio y los teólogos,
sino también entre Magisterio y las bases, por ejemplo, los jóvenes o fieles críticos que no
se contentan con fórmulas pasadas y aprendidas, se preguntan, se informan y asumen una
actitud crítica.

Schillebeeckx da cuenta de una crítica transversal a teólogos modernos por ser


“demasiados horizontales” por tratar cuestiones doctrinales en términos de ciencias
humanas y, en consecuencia, descuidar la preocupación genuina de la teología, la
dimensión "vertical" de la Iglesia como misterio. Esta reprimenda se origina en una
comprensión de las realidades religiosas que puede llamarse supernaturalismo dualista o
fideísmo; ambos sugieren una especie de positivismo religioso que, quizás por miedo, se
declara a sí mismo inmune al examen científico y a la crítica ideológica. Todo esto es
especialmente pertinente para una discusión del Magisterio. Señala el autor que este tipo de
positivismo es la causa principal de todos los demás elementos ideológicos que podemos
encontrar en el pensamiento religioso tanto de las autoridades eclesiásticas como de los
teólogos individuales.

En la segunda parte el autor desarrolla en tres puntos los problemas a los que se
enfrentan los católicos con el Magisterio oficial y el magisterio de los teólogos, he
preferido mantener el orden de la exposición de Schillebeekx debido a su especificidad y
densidad:

A. La estructura general de hablar con autoridad

En primer lugar, todo acto de hablar con autoridad es un acto de estar dispuesto a buenos
consejos, dejarse persuadir por otro, ponerse bajo cierta autoridad cuando se habla. Esta es
la estructura de todo discurso humano significativo. No importa cuán bien situado esté el
orador o cuán profunda sea su expertiz, nadie es soberano de su propio discurso: desde el
idioma, el lugar, la historia humana y cristiana, todo se nos es dado

Ningún orador es la fuente de un discurso autoritario, porque incluso antes de que


alguien hable con autoridad, ya se ha hablado sobre él o ella y se le ha hablado a él o ella.
Esta dialéctica heideggeriana de ser hablado, de responder a los consejos de otros, de
escuchar atentamente para que uno pueda llegar a la palabra con sentido y autoridad, puede
ser toda verdadera y correcta, pero no es tan inofensiva como parece. Tal dialéctica es una
verdad a medias, una verdad continuamente peligrosa y amenazante, porque pasa por
encima de otra dialéctica oculta. Después de todo, el lenguaje es a menudo mal utilizado
con fines ideológicos. Por ejemplo, en la historia del cristianismo el Evangelio ha sido
usado para proteger estructuras de poder ocultas, cuando su sentido es todo lo contrario.

Cinco dimensiones fundamentales del habla humana y cómo estas propiedades


lingüísticas pueden convertirse también en factores ideológicos.

1. El habla humana es una habilidad para expresar la propia experiencia en el lenguaje en


el proceso de comunicación mutua entre los seres humanos. Por lo tanto, la revelación de
Dios puede llegar a hablarse, o a discutirse, a través de los seres humanos. Llevar la
revelación a la palabra no sólo se logra en el lenguaje; la revelación también es transmitida
por imágenes, nociones, connotaciones y emociones, todas las cuales ya han pasado por una
larga historia y son presupuestas por el grupo cultural particular en el que uno vive. Las
cosmovisiones e imágenes bien definidas de la humanidad ya están en ese lenguaje; de
hecho, el lenguaje es la primera proyección que hacemos sobre el mundo, y en él uno se
educa, vive y se mueve. Es relevante entonces la atención a la hermenéutica, sin
hermenéutica, corremos el riesgo de atar a nuestros semejantes, por supuesto, "en el
nombre de Dios", a las invenciones, ilusiones y proyecciones humanas en lugar de la
revelación de Dios.

2. Nos dicen los llamados "maestros de la sospecha", Marx, Feuerbach, Nietzsche y


Freud, que el habla humana es un poder de expresión que, a causa de los deseos
inconscientes o de nuestra posición social no examinada, disfraza lo que realmente se debe
poner en palabras, en este sentido el discurso religioso no es inmune a este tipo de ideología
y requiere de una crítica.

3. Cuando un orador apela a las llamadas "experiencias inmediatas", nos encontramos de


nuevo en todo tipo de problemas que deben ser cuidadosamente analizados. Nuestras
experiencias no son meramente interpretativas, sino que también trabajamos con modelos y
teorías creadas por otros, a través de los cuales nos relacionamos y comprendemos. En este
sentido también la Escritura como las declaraciones del magisterio son expresiones de la
experiencia colectiva de fe de la Iglesia, queda claro que no son "experiencias inmediatas"
de los cristianos, por tanto, también encarnan modelos o teorías humanamente diseñadas
que pueden y deben ser analizadas.

4. El habla humana también está mediada social y políticamente. Vemos que todas las
comunidades hablan de libertad, justicia, ayuda mutua e igualdad. Aunque estos derechos
se denominan derechos humanos universales, en la práctica sólo se aplican a determinados
sectores de la población. Son las hermosas palabras y valores con los que a menudo
camuflamos nuestros privilegios políticos y sociales y que utilizamos constantemente para
reprochar a "la otra parte" por sus violaciones. Si eres miembro de una iglesia de clase
media, o si estás en una posición económica acomodada, pero en solidaridad crítica con los
pobres y oprimidos, o si eres pobre y oprimido, todas estas circunstancias hacen una
diferencia significativa en tu proclamación del Evangelio, en este sentido todo discurso
teológico y magisterial, debe ser considerado desde un punto de vista social crítico.
En la teoría científica moderna, "dogmatismo" es el nombre que se da a la situación en la
que el habitual tráfico bidireccional entre el pensamiento y los datos empíricos se reubican
por un tráfico unidireccional en el que la realidad se deduce de una posición dogmática. Por
lo tanto, todo lo que se discuta debe estar determinado por un concepto. El pensamiento
dogmático se convierte en ideológico, cuando el tráfico bidireccional se reduce
escandalosamente a un tráfico unidireccional de arriba hacia abajo. En este tipo de
situaciones, no se puede escuchar un "cri de coeur" desde la "base", las masas, ya sea la
voz de una Hermana Theresa Kane o de una Bárbara Engl, entonces nace la sistematización
dogmática y se sanciona políticamente.

5. Finalmente, las experiencias individuales nunca son actos aislados; se incluyen en la


totalidad de la vida psíquica individual o colectiva. Cada experiencia religiosa también se
mezcla con elementos de proyección y no religiosa por lo que exige un análisis crítico.
En el Evangelio se nos anuncia y transmite una identidad. A través de la identificación
con esta historia, llegamos a una identidad. La crisis de identidad contemporánea tiene que
ver la búsqueda de una nueva identidad libre, en oposición a lo que se ha recibido (por la
sociedad o la Iglesia), aunque al hacerlo se busca otra conexión con una experiencia
tradicional y otras formas de autoridad, ya sean marxistas o gurús orientales.
La crítica del modelo heideggeriano de dejarse persuadir por una historia tradicional,
incluso con la posibilidad de llegar a la palabra misma, no significa que una crítica de la
ideología deba desembocar en otro extremo ideológico. El extremo que tengo en mente es
aquel en el que el pasado es valorado sólo como antecedente para la era futura de una
posible libertad verdaderamente humana.
Cuando miramos hacia un futuro mejor, recordamos las distintas experiencias del pasado
y las tomamos como orientación y estímulo para el futuro. Pero entonces surge esta
pregunta obvia: ¿a través de qué palabras e historias del pasado nos dejaremos dirigir? ¿Por
la autoridad de los vencedores? ¿Poncio Pilato, por ejemplo? ¿O por la autoridad de un ser
humano que sufre? ¿El "siervo sufriente de Dios"? Tanto los hechos de nuestra historia
social como la estructura misma de nuestro ser histórico y social hacen suficientemente
evidente que la gente no llega a alguna identidad personal sin la guía de alguna gran
tradición humana. Nos enfrentamos, además, a dos cuestiones: estar al lado de Dios, ¿hay
alguna autoridad concebible que pueda decir la última palabra? ¿Y hasta dónde pueden
hablar los seres humanos, o una tradición humana en el nombre de Dios? Pero estas son
demasiadas preguntas para ser tratadas en detalle. El fundamento de la autoridad debe venir
de otra parte. Esto nos lleva a nuestra pregunta central: ¿Cuál es el fundamento del
magisterio oficial en la Iglesia?
B. La fundación del Magisterio en la Iglesia
La Soberanía de Jesucristo se ejerce en la Iglesia a través de su Pneuma o Espíritu; la
autoridad de la enseñanza de la Iglesia tiene una base pneumática y cristológica. Debe
organizarse de tal manera que la presencia duradera y la autoridad liberadora del Señor
Jesús entren continua y efectivamente en la vida de la comunidad de fe cristiana. Más que
una autoridad formal, la norma fundamental de la Iglesia es el "paratheke", la promesa
confiada de 1 Tim. 6:20 y 2 Tim. 1:14-es decir, el Evangelio (1 Tim. 1:11; 2 Tim. 2:8),
como lo interpretaron los apóstoles. La norma fundamental en la Iglesia es el "didaskalian
tou soteros humon theou", la enseñanza de Dios nuestro Salvador (Tito 2:10). Se trata
esencialmente de una tradición apostólica en la que los contenidos de la fe evangélica se
transmiten en una sucesión ininterrumpida. Como servicio pastoral, el Magisterio está
subordinado a los contenidos de esta tradición apostólica. Además, este contenido
evangélico es la vida misma de la comunidad cristiana apostólica impreso en el corazón de
los creyentes. El Magisterio, por lo tanto, es designado para servir a la vida de la
comunidad eclesiástica de fe.
No puede existir ninguna relación maestro-esclavo en la comunidad de Dios. Los
sinópticos dicen repetidamente que la Iglesia no debe tener estructuras de dominación ni de
maestría (Mt 20, 25-26; Mc 10,42-43; Lc 22,25). Ciertamente hay autoridad y liderazgo en
la Iglesia, pero realmente no puede haber una jerarquía en la Iglesia. "Jerarquía" es una
palabra que ha sido mal utilizada en un sentido contrario al Evangelio. Cualquier autoridad
que no libere a los seres humanos, que no exprese una solidaridad activa y liberadora con
los seres humanos, no es autoridad cristiana. Hay miembros en la Iglesia que tienen
diferentes servicios e incluso diferentes ministerios de servicio. Me parece bien si alguien
quiere llamar a eso una "jerarquía", pero sin connotaciones jerárquicas tardo-romanas y
feudales. En otras palabras, en lugar de dar importancia a una doctrina que debe ser lo más
pura posible, el énfasis debe estar primero en la historia evangélica de y sobre Jesús. En
segundo lugar, el énfasis debe estar en el seguimiento de Jesús experimentado de la manera
más radical posible y según la orientación, la inspiración, e incluso la irritación del "Reino
de Dios y la justicia de Dios" (Mt. 6,33): el amor poderoso de Dios que se preocupa por la
humanidad.
Aunque todavía hay más que decir sobre las diferentes funciones del magisterio, lo que
acabo de resumir se puede llamar una breve "teología de la autoridad en la iglesia". No
importa cuán correcta sea esta teología, sigue siendo una abstracción bastante
desinformativa si no tenemos en cuenta lo que antes llamaba los posibles factores
ideológicos en todo el discurso humano. Naturalmente, el cristiano cree en la ayuda del
Espíritu Santo que mantiene a la Iglesia en un curso correcto, firme y no ideológico. Sin
embargo, no podemos seguir ignorando la mediación eclesiástica de la obra del Espíritu
Santo, porque es precisamente en esa mediación donde reside la responsabilidad humana.
Si uno descuida la mediación de la Iglesia, entonces ya no tiene el derecho de pedir
indiferentemente la ayuda del Espíritu. En la mediación de la Iglesia en la obra del Espíritu
Santo, el magisterio debe evitar las intrusiones ideológicas. La indiferencia a esta
mediación convierte la invocación del Espíritu Santo en ideología.
¿Qué incluye la mediación teológica? Siempre que la autoridad de enseñanza de la
iglesia, incluso de una manera oficial e infalible -por ejemplo, en un dogma- da testimonio
del Evangelio de Jesucristo, este testimonio permanece "relativo a". En primer lugar, el
testimonio del Magisterio es relativo a la venida del Reino de Dios como esencialmente
unido a toda la manera de actuar de Jesús y a su persona. Todo el punto de esta
preocupación o mensaje central del Reino, que de una u otra manera debe ser escuchado en
cada dogma particular, tiene que ver con el Evangelio de Cristo. Aquí debemos recordar la
"hierarchia veritatum" del Vaticano II o la alta teoría medieval de los "articulus fidei".
Segundo, el testimonio del Magisterio es relativo a la Escritura y a toda la historia que
conduce a ella. Tercero, es relativo a las consecuencias históricas de la Escritura. Cuando el
magisterio define un dogma, da testimonio del Evangelio de Jesucristo como mensaje de
salvación de Dios que libera al hombre; pero lo hace en relación con la situación concreta
que se da en la Iglesia y en el mundo en un momento determinado. Incluso un dogma tiene
su propia historia y no puede ser entendido fuera de este proceso de devenir. Finalmente, el
testimonio del Magisterio es relativo al anuncio de la Iglesia en nuestro tiempo. El presente
es esencial para comprender un dogma definido en el pasado, porque la situación en la
Iglesia y en el mundo ha cambiado desde entonces.
Con este último criterio del presente, existe un malentendido generalizado de que los
teólogos modernos quieren usar las formas modernas de pensar como criterio para juzgar la
fe cristiana. El hecho de que la religión y el mundo no estén sincronizados no significa, sin
embargo, que debamos eliminar esta discrepancia lo antes posible con un intento de
"aggiornamento", un intento de actualizar el cristianismo. La pregunta crítica siempre es:
"¿A qué fecha?". ¿Actualizarla para nuestra sociedad de consumo burguesa, científica y
tecnológicamente desequilibrada? Eso haría del cristianismo una religión civil para ¡la
burguesía! Además de la discrepancia realmente preocupante entre las viejas fórmulas (una
vez expresiones exitosas de las experiencias cristianas básicas) y las experiencias cristianas
actuales, una cualidad indispensable del cristianismo es que permanece desfasado con las
normas prevalecientes. Es esta cualidad liberadora la que debemos hacer productiva para
cambiar nuestra sociedad y nuestra conciencia burguesa con sus patrones de pensamiento y
comportamiento.
A causa de la mediación teológica de la Iglesia, es evidente que las declaraciones
dogmáticas del Magisterio deben estar relacionadas con el interpretandum o explicandum,
es decir, con la Escritura. Una afirmación del Magisterio, incluso un dogma, debe
entenderse sólo en la unidad de su historia. Un dogma tiene una historia y no puede ser
entendido fuera de esa historia, como si estuviera por encima del juicio histórico. Toda
declaración magisterial o eclesiástica debe ser examinada en su contexto (no de forma
aislada o independiente). Cuando uno no considera esta relatividad, entonces el abuso
ideológico es obvio.
Lo que los luteranos ven como un problema, es decir, cómo pueden los católicos
reconciliar la primacía del Evangelio (aceptada tanto por la Confesión de Augsburgo como
por el Vaticano II) con la primacía del Papa, no puede resolverse mediante una apelación
meramente positivista a la asistencia que el Espíritu Santo da al Magisterio del papa.
Tampoco se puede resolver este problema apelando a la ayuda del Espíritu cuando el
Magisterio papal no ha tenido en cuenta responsablemente todas las mediaciones teológicas
de las que acabo de hablar, incluidas las opiniones libremente expresadas de la "base"
católica y de los obispos católicos del mundo. Si este proceso de libre expresión ha sido
descuidado o frustrado, entonces difícilmente se puede invocar al Espíritu Santo después de
haber dejado a un lado los mismos instrumentos de la mediación del Espíritu.
C. La función propia de la teología
Debido a que la autoridad docente oficial de la Iglesia es de naturaleza pastoral y no una
institución para descubrir la verdad, se necesita una autoridad docente puramente teológica
junto con esta autoridad pastoral, que proclame la autoridad docente. La tarea distintiva del
teólogo es trazar con precisión las muchas interrelaciones de las declaraciones oficiales de
la Iglesia, mientras que el Magisterio en su cuidado pastoral directo tiene otros deberes.
Especialmente en tiempos en los que el carácter vinculante de la autoridad formal es sobre
enfatizado restrictivamente y existe una cierta sospecha con respecto a todo lo que viene de
arriba en la Iglesia, entonces existe el peligro inminente de que el Magisterio,
especialmente en sus oficinas ejecutivas, se aferre a la letra de alguna definición anterior
dada por el mismo Magisterio sin prestar mucha atención a las muchas formas de
relatividad o complicación que se encuentran en las declaraciones magisteriales. Aunque en
un tiempo una definición del Magisterio podría haber sido la única manera apropiada de
articular una verdad de fe, ahora tenemos posibilidades de expresar la misma verdad en
otras categorías. Trágicas interrupciones en la comunicación entre el magisterio y los
teólogos pueden desarrollarse mientras ambos parecen buscar una auténtica fidelidad al
Evangelio de Jesucristo. La pregunta "¿Cuál es el contenido auténtico de la fe cristiana?" es
mucho más complicada que una "teología de las declaraciones de la Iglesia".
La relación entre el Magisterio y los teólogos ha cambiado mucho a lo largo de la
historia de la Iglesia: el primer milenio, vemos que el Magisterio de la Iglesia y la autoridad
docente de los teólogos se solapaban. Aunque había muchos teólogos laicos y monásticos,
los obispos eran en realidad el "ordo doctorum", proclamando la fe como pastores y
teólogos. En la Alta Edad Media, se crearon escuelas catedralicias de teología (Chartres,
Laon y París), a las que siguió la teología científica y académica de una nueva clase de
"doctores" (gremio de profesores universitarios de teología). En este periodo los obispos
venían principalmente de la nobleza y con frecuencia carecían de la formación teológica
adecuada. Se desarrolló una fuerte diferencia entre el magisterium episcoporum y el
magisterium theologorum, y esta relación tensa llevó a cada parte a inmiscuirse con
frecuencia en el territorio del otro. Además del imperium y del sacerdotium, surgió un
tercer poder: el studium o universidad, que tenía una gran autonomía.
El maestro Gratianus, testigo de una tradición que crecía en ese entonces, podría decir:
"Los expositores de la Escritura (los teólogos como expositores sacrae paginae) apoyados
por gratia, con más scientia y más ratio, están por encima de los pontífices (es decir, los
obispos y el papa) no en la decisión (jurídica) de las disputas, sino en la interpretación de la
Sagrada Escritura."1 En este tiempo hubo menos conflictos entre los teólogos y la Santa
Sede más bien fue entre las escuelas teológicas, con frecuencia un llamamiento a la Santa
Sede provocó la imposición de una escuela u otra. Vemos, sin embargo, que tales
1
Ae. Friedberg, ed., Corpus Juris Canonici, 2 vols. (Leipzig, 1879-1881; reprint, Graz, 1955), 65.
decisiones del Magisterio medieval no fueron de ninguna importancia para avanzar o
detener el desarrollo de la teología. Buenaventura podría decir sin rodeos que en este o
aquel asunto el Papa estaba fuera de lugar. Tomás, que pensaba más o menos lo mismo,
resolvió la cuestión de manera más encantadora con el método de "exponere reverenter”,
sacando de un texto magistral un significado opuesto al que pretendía el Papa. A finales de
la Edad Media, las cosas llegaron tan lejos que las mismas facultades teológicas tomaron
decisiones magisteriales en cuanto a la ortodoxia -de ahí que se hablara de ¡"superbia
teológica"! Trento trazó líneas más agudas: todo el poder jurídico pertenecía sólo a los
obispos. Los obispos, sin embargo, necesitaban consejos teológicos para evitar cometer
grandes errores teológicos. La teología estaba realmente en todas partes.
Desde el siglo XIX, se desarrolló un nuevo tipo de modelo teológico junto con el antiguo
modelo de trabajo de los teólogos como socios críticos de los obispos. Malévolamente, se
podría describir este modelo de la siguiente manera: los teólogos son serviles, ideólogos de
partido, o, más correctamente formulados, son los loros perfectos del magisterio. Bajo los
papas Pío IX, X, XI y XII se obtuvo una especie de reivindicación totalitaria del
Magisterio. El Magisterio se hizo muy doctrinario con respecto a los teólogos que se creía
que no tenían más autoridad para enseñar que la que les había sido otorgada a causa de una
missio canonica. Era un tiempo para todo tipo de "mandatos" y "misiones canónicas", y la
imagen dominante de la Iglesia era aquella en la que cada don de lo alto llegaba a la Iglesia
a través del Papa. Con esta imagen, muchos católicos olvidaron que la comunidad de fe,
aunque nunca separada de sus líderes, es en sí misma el sujeto del ser de la Iglesia y, por lo
tanto, el sujeto de la autocomprensión teológica. Los teólogos, por lo tanto, no son teólogos
sobre la base de una missio canonica, sino sobre la base de su bautismo; son teólogos como
miembros de un "pueblo de Dios" creyente y pensante. En la actualidad, sin embargo, la
idea de que los teólogos enseñen "en nombre de la Santa Sede" rige en Roma. Sapientia
Christi es la documentación oficial más reciente.
D. Reacciones en la literatura reciente
1. Los teólogos católicos reconocen que la teología cristiana sólo es posible en una
comunidad.
2. Las comunidades de fe unidas, sus líderes, son, en primer lugar, el sujeto de la
conciencia de la fe y de la comprensión de la fe.
3. Los teólogos tienen una función específica en nombre de toda la comunidad de fe, tanto
de las personas como de los líderes. Los teólogos aceptan la autoridad del magisterio en la
fe. El Magisterio, a su vez, está sujeto a la autorizada Palabra de Dios, mediada por la
Escritura y la tradición cristiana. Teologizar, implica defender el Magisterio, pero los
teólogos deben hacer más que eso. Deben trazar caminos y asumir riesgos que el
Magisterio no puede prohibir. No son de ninguna manera una mera extensión del
Magisterio.
4. La ortodoxia católica no puede ser impuesta a través de meros estados asertivos que
sugieren una indiferencia a los argumentos, la credibilidad y la inteligibilidad.
5. La praxis de la autoridad docente de la Iglesia está sujeta a la evolución histórica.
6. Cuando las publicaciones de un teólogo causan profundas dudas sobre si sigue en la línea
de la tradición cristiana, y la comunidad de fe está dividida a la hora de juzgar este asunto,
es necesaria una discusión y un diálogo abiertos con el Magisterio, quien debe sancionar.
7. Generalmente, los teólogos y otros creyentes están convencidos de que la "Nova Agendi
Ratio" en el presente procedimiento para determinar la ortodrómica de un teólogo está
determinada por una sospecha constitutiva. En tal procedimiento, sin embargo, sólo puede
estar en vigor el "modelo evangélico".

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