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DESARROLLISMO Y REFORMISMO AGRARIO

El desarrollismo econó mico (estructuralismo) cuestiona la teoría clá sica del


comercio internacional, apoyada en el principio de las ventajas comparativas,
para destacar el fenó meno del deterioro de los términos de intercambio y las
transferencias de valor entre países que ello implica, a favor de los países
industrializados y en perjuicio de los países con economías primario-
exportadoras (centro-periferia y Tesis de Prebisch-Singer).
La industrializació n de materias primas (por ejemplo, trigo, soja, madera,
petró leo, etc.) da valor agregado a los bienes exportables, y sustituye
importaciones (Industrializació n por sustitució n de importaciones),
mejorando así los términos de intercambio y disminuyendo la brecha entre
los países.
El estructuralismo se relaciona estrechamente con la Teoría de la
Dependencia. En la década de los añ os 1960 algunos estructuralistas
comenzaron a percibir las limitaciones de la teoría en su formulació n original,
como modelo de sustitució n de importaciones, fundamentalmente debido a la
necesidad de financiar importaciones industriales utilizando divisas de
exportaciones primarias, inversiones de capital extranjero, radicaciones
de empresas multinacionales, y endeudamiento externo. Estos desarrollos
llevaron a algunos economistas de esta orientació n a complementar sus
desarrollos teó ricos con los trabajos socioló gicos sobre la dependencia que
veían desarrollá ndose desde los añ os 1930, en gran medida iniciados
por Sergio Bagú . Se conformó así la llamada Teoría de la Dependencia.
El desarrollismo fue puesto en marcha en Argentina durante el gobierno
de Arturo Frondizi (1958 - 1962) , con la entrada de capitales extranjeros y la
integració n del agro, la minería, las ciencias, la industria y tecnologías
empresariales. Con la experiencia de Frondizi, el desarrollismo tuvo gran
influencia en el resto de la América Latina entre 1950 y 1980 impulsando los
modelos de sustitució n de importaciones, especialmente
en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Repú blica Dominicana y México. A partir
de la crisis del petró leo de 1973 el desarrollismo entró en crisis. Luego de las
crisis internacionales del sudeste asiá tico en la década de 1990, varios países
de América Latina (Argentina, Brasil, Rep. Dominicana, México, Uruguay, etc.)
han impulsado políticas econó micas neo-desarrollistas, adaptadas al contexto
de la globalizació n.
Como respuesta a la constante situació n de emergencia en relació n a los
arrendamientos rurales, vigente durante todo el período de los gobiernos
peronistas, se elaboran a partir de 1957 distintos planes de transformació n
agraria; sus propó sitos fundantes son el acceso del productor rural a la
propiedad de la tierra y el retorno gradual a un régimen de libre contratació n,
tendiendo a superar la situació n generada por una prolongació n casi
ininterrumpida de medidas de excepció n, causantes de un estado de tensió n
constante entre propietarios y arrendatarios. La transformació n que debería
realizarse con alto sentido social, es decir, desprovista completamente de
cualquier tipo de proceso que implicara el quebranto o despojo de
propietarios- tiene como objetivo prioritario propiciar el arraigo de los
actuales arrendatarios como propietarios de la tierra que ocupan, haciendo
por fin realidad el principio recurrentemente mentado de la tierra para quien
la trabaja.
Es el mismo sector de los grandes propietarios el que estimula este sistema
negociado que propicia el acceso del arrendatario a la propiedad de la tierra; y
ello es así porque es fuerte la certeza de que por esa vía no se deriva
seguramente hacia una modificació n en la estructura misma de la tenencia,
sino que tan só lo se arribará a mejoras en las normas de funcionamiento del
sistema. No obstante, no se alcanzan los resultados esperados, permaneciendo
un panorama inquietante de discordancias que incluye tanto a los
propietarios como a los arrendatarios; en el primer caso, son evidentes los
obstá culos existentes para recuperar la libre disponibilidad de sus
explotaciones y para obtener una retribució n proporcionada al costo de vida y
al producido de sus tierras; y en el caso de los arrendatarios es manifiesto su
recelo e inseguridad frente a la factibilidad del vencimiento en masa de todos
los contratos, lo que provocaría la imposibilidad de conseguir nuevas tierras
para explotar. Estas instancias de políticas de transformació n se reiteran
entre 1958 y los primeros añ os de la década del 60. Independientemente de
las diferencias existentes entre los distintos planes de transformació n agraria,
ninguno alcanzó un resultado gravitante, siendo, por el contrario, reducido su
alcance y casi total el fracaso de los propó sitos planteados en su momento. El
factor limitante má s importante, a juzgar por los distintos programas
intentados, fue el financiero.
La incorporació n a este modelo de acumulació n, signado por la penetració n de
las transnacionales como eje esencial, está condicionado por dos tipos de
procesos. En primer lugar, un país que exhibe un mercado interno amplio y
con una demanda diversificada, recursos naturales disponibles, mano de obra
calificada, economía exportadora generadora de excedentes y divisas para
hacer frente a los servicios del capital extranjero, y un sector pú blico capaz de
proveer los principales insumos que el nuevo sistema de acumulació n
requiere. En segundo lugar, y no obstante las ventajas antes mencionadas, el
país muestra también una estructura social compleja, en tanto interactú an un
sector terrateniente con experiencia para defender los excedentes que genera,
un sector de la burguesía nacional no monopó lica que intenta cada vez con
menor probabilidad de éxito mantener su presencia en el mercado interno, y
una clase obrera organizada, comprometida con la defensa de sus derechos y
dispuesta a movilizarse y a negociar para establecer alianzas en favor de sus
intereses. Es evidente la complejidad de esta instancia política y
socioeconó mica. Se imponía reordenar eficientemente el capitalismo local, y
en este sentido la estrategia seguida por el desarrollismo tiende a articular
simultá neamente los ingresos del sector agrario y los beneficios que imponía
el capital extranjero. En este contexto general el tema y la discusió n en torno a
la reforma agraria adquiere una fuerte presencia en el país, entre sus
impulsores, por supuesto, pero también entre sus tradicionales detractores,
convulsionados e inquietos ante las potenciales iniciativas en este sentido. Es
inteligible la actitud de recelo e inseguridad de los grandes propietarios, ante
propuestas que enfatizan procesos tales como expropiaciones,
indemnizaciones, impuestos a la herencia o mayor injerencia del Estado, sobre
todo cuando este tipo de proposiciones se inscriben en un especial contexto
regional que prioriza la concreció n de reformas agrarias en los países de
América Latina.

La ley de modernizació n vuelve a ofrecer a los poseedores de títulos de


propiedad de la tierra la propiedad de los á rboles. Esta trata de generalizar los
mecanismos del mercado, y de favorecer el alquiler de las tierras y la
coinversió n en la producció n agrícola.

Sin embargo, la ley de modernizació n prevé mecanismos destinados a ayudar


a los pequeñ os productores a volverse má s competitivos:

 una ayuda excepcional a la instalació n para los beneficiarios de la


reforma agraria y a los beneficiarios de los programas de entrega de
títulos,
 la elaboració n de una red de cajas de ahorro y de crédito rural, que está
supuesta trabajar con las organizaciones campesinas

 la creació n de mecanismos que permitirá n que má s productores


accedan a la tierra gracias al mercado.

En la prá ctica, la aplicació n de la ley será mucho má s caricaturesca que lo que


su texto dejaba suponer. Ninguna de las tres propuestas que pretendían
mejorar la inserció n de los pequeñ os productores en los mercados, capital
para la instalació n, cajas de crédito, fondos de tierra, fueron jamá s aplicadas.

La « privatizació n » de los bosques generó problemas al dar valor


artificialmente a viejos títulos de propiedad redactados durante el periodo
colonial o después de la independencia, y que estaban en posesió n de
copropietarios que nunca habían divido legalmente sus tierras (sitios
proindivisos) y que a menudo habían perdido el uso de estas tierras, ocupadas
durante decenas de añ os por generaciones de campesinos sin títulos. En vez
de asegurar los derechos sobre la tierra, la ley va a incrementar
considerablemente la inseguridad de los usufructuarios y poseedores.

Por fin, y esto constituye sin duda uno de los elementos má s significativos, la
ley permitió una explosió n en las ventas de tierras por las cooperativas y
empresas de la reforma agraria.

El proceso de venta de tierras del sector reformado comenzó antes de la


publicació n de la ley, en 1990, con la venta de la empresa asociativa faro
« Isletas » por sus miembros a la Standard Fruit Company, por un precio
entonces estimado a un cuarto de su valor. Aunque la venta en principio haya
sido prohibida por la ley de la Reforma Agraria, el Instituto Nacional Agrario
no se opuso. Las ventas de tierras se multiplicaron después de la publicació n
de la ley, sobre todo en las tierras fértiles que pueden producir banana o
palma. Después de la devaluació n de la moneda de Honduras y ante un
mercado en expansió n de la banana, existía para las empresas transnacionales
y para algunos grandes empresarios hondureñ os una oportunidad de
inversió n que tenían que aprovechar.

En mayo 1994, o sea apenas dos añ os después de la publicació n de la ley, los


grupos campesinos del sector reformado habían vendido má s de 30.000 ha de
las tierras, es decir un poco má s de 7% del total de las tierras reformadas. En
ciertas regiones con un fuerte potencial agrícola, como el litoral Norte, donde
está n concentradas má s de 80% de las ventas, el impacto en el sector fue el
má s importante.

El alcance del fenó meno traduce lealmente la fragilidad de numerosas


empresas asociativas y cooperativas de reforma agraria, a menudo en
dificultad econó mica y minada por la corrupció n de sus dirigentes. El proceso
continuó en todos los casos donde las tierras reformadas eran de calidad y
bien situadas, pero no disponemos de cifras má s recientes.

Igualmente se produjeron otros fenó menos en el sector reformado, alquiler de


tierras a productores o establecimiento de sistemas de « co-inversió n » con
capitalistas nacionales o extranjeros. Las modalidades de estos contratos
variaban, pero casi siempre, los productores perdían el control del proceso de
producció n, convirtiéndose en obreros que continuaban a asumir una parte de
los riesgos e incluso no siempre podían valorizar la tierra que habían
aportado.

Las organizaciones campesinas han tenido dificultades en construir una


estrategia comú n de alianza para la defensa y la promoció n de la agricultura
campesina. La organizació n principal de pequeñ os productores individuales
agrupa a productores pequeñ os y medios de café. Pero sus actividades quedan
vinculadas al producto, y, aunque hoy se encuentre presente en todo el país,
prá cticamente no interviene en el debate ni sobre la aplicació n de la reforma
agraria ni sobre la política sobre la propiedad de la tierra.

En estas condiciones, só lo fueron necesarios algunos añ os para que los efectos


de la redistribució n de la tierra de la reforma agraria de Honduras sean
gravemente revertidos.

REFORMA AGRARIA EN HONDURAS


La precaria situació n del campesinado hondureñ o en la década de los
cincuenta, agravada posteriormente por la creciente demanda de tierra de los
campesinos, trajeron como consecuencia que el 5 de agosto de 1960 el
gobierno de Honduras, presentara un primer esbozo de lo que en el futuro
sería la Ley de Reforma Agraria y en el mismo perfil se proponía la creació n de
una institució n autó noma con amplias facultades para resolver los problemas
complejos que surgirían en la ejecució n de la misma Ley

En octubre de 1961, ingresó al País la Misió n 105 de la Organizació n de


Estados Americanos (OEA) y los asesores de la Organizació n para la
Alimentació n y Agricultura (FAO), quienes efectuaron labores de investigació n
técnico-científica en el territorio nacional, a instancias de la comisió n
encargada de elaborar el planteamiento de la reforma agraria.

El Instituto Nacional Agrario (INA) es el organismo rector de la política


agraria del país y sus programas y proyectos debe estar en armonía con el
Plan Nacional de Gobierno.

La finalidad del INA es lograr la transformació n de la estructura agraria del


país, e incorporar la població n rural al desarrollo integral de la nació n.

Su funció n fundamental es dotar de tierra al campesino y estimular la


organizació n de los beneficiarios, que permita la adopció n de tecnologías
tendientes a elevar el nivel de vida, aumentar la producció n, la productividad
y la generació n de empleo en la zona rural.

ESTRUCTURALISMO: TENENCIA DE LA TIERRA

ESTRUCTURALISMO
El estructuralismo agrario es un enfoque que se encuadra en la heterodoxia
del aná lisis econó mico del sector rural. 
El estructuralismo agrario es, a su vez, un enfoque teó rico que permite
establecer un diá logo multidisciplinario con otras ciencias sociales, como la
antropología y la sociología, y de esta manera analizar un sinnú mero de
problemas y relaciones sobre aspectos que competen al espacio rural.

Los países de América Latina y el Caribe (ALC) tienen una estructura agraria
considerada entre las má s inequitativas del planeta. Una de las expresiones
claras de la heterogeneidad de ALC se puede leer en la estructura agraria en sí
misma y en cuanto presenta una gama de condiciones que combina las formas
de tenencia, el tamañ o de las explotaciones, los regímenes climá ticos, la
calidad de los suelos y elementos de tanta importancia como la disponibilidad
de riego para la producció n.
Al mismo tiempo, la estructura agraria del subcontinente comparte algunos
elementos que se relacionan con la concentració n de la tierra y otros recursos
del sector rural en pocas manos, un alto grado de inseguridad jurídica de la
tenencia de la tierra y usos del recurso que configuran indicadores de baja
productividad.

Las consecuencias de estos fenó menos sobre la agricultura y la producció n de


alimentos son considerables. Asimismo, los productos consumidos en la
regió n se producen, en su gran mayoría, en las pequeñ as explotaciones que se
ven amenazadas por la tendencia actual a la concentració n de tierras.

TENENCIA DE LA TIERRA

Tenencia de la tierra es la relació n, definida en forma jurídica o


consuetudinaria, entre personas, en cuanto individuos o grupos, con respecto
a la tierra (por razones de comodidad, «tierra» se utiliza aquí para englobar
otros recursos naturales, como el agua y los á rboles). La tenencia de la tierra
es una institució n, es decir, un conjunto de normas inventadas por las
sociedades para regular el comportamiento. Las reglas sobre la tenencia
definen de qué manera pueden asignarse dentro de las sociedades los
derechos de propiedad de la tierra. Definen có mo se otorga el acceso a los
derechos de utilizar, controlar y transferir la tierra, así como las pertinentes
responsabilidades y limitaciones. En otras palabras, los sistemas de tenencia
de la tierra determinan quién puede utilizar qué recursos, durante cuá nto
tiempo y bajo qué circunstancias.
La tenencia de la tierra es una parte importante de las estructuras sociales,
políticas y econó micas. Es de cará cter multidimensional, ya que hace entrar en
juego aspectos sociales, técnicos, econó micos, institucionales, jurídicos y
políticos que muchas veces son pasados por alto pero que deben tenerse en
cuenta. Las relaciones de tenencia de la tierra pueden estar bien definidas y
ser exigibles ante un tribunal judicial oficial o mediante estructuras
consuetudinarias dentro de una comunidad. En otros casos, pueden estar
relativamente mal definidas, con ambigü edades que se prestan a abusos.
ENCOMIENDA
La tierra fue una posesió n real cedida comedidamente como merced a los
conquistadores, por temor a la formació n de feudos, y a los Cabildos de las
nuevas ciudades indianas para su distribució n entre los vecinos. La Corona
siguió detentando la propiedad de las tierras de los indios, en las que se
establecieron encomiendas para evitar su enajenació n. Nadie puso objeciones
a esto pues no había especial apetencia de tierra. El españ ol no deseaba
transformarse en campesino, sino en señ or, como hemos dicho, viviendo a
costa del trabajo del indígena encomendado. En esta época hubo pocos litigios
por tierras, pero infinitos por encomiendas. La situació n cambió a mediados
del siglo XVI, cuando empezó a disminuir alarmantemente la mano de obra
encomendada, al tiempo que aparecieron las minas de plata y crecieron las
ciudades. Producir alimentos se convirtió entonces en un buen negocio y
muchos criollos demandaron tierra para ello. No la había, pues estaba ya
repartida. Recurrieron a dos procedimientos: arrendar las tierras comunales
de las ciudades, sirviéndose de un cargo o de un amigo en el Cabildo, o invadir
las tierras de los indios (del Rey, en realidad), muchas de las cuales estaban
prá cticamente vacías a causa de la mortandad de naturales. A fines del siglo
XVI, el problema era tan grave que indujo a las composiciones de tierras, una
operació n que consistió en otorgar título de propiedad a los ocupantes
mediante el pago de una suma a la Real Hacienda. Hay que tener en cuenta
que ésta, la hacienda del Rey, era en definitiva la legítima propietaria de la
tierra invadida. El proceso se inició en 1591 pero tuvo menos éxito del
esperado, ya que para los ocupantes representó un simple impuesto. Se dieron
por ello infinidad de plazos para la legalizació n, especialmente en momentos
de apuro econó mico de la Corona. Junto a las composiciones de tierras se
emprendió un reajuste territorial, con objeto de disponer de tierras vendibles.
El rey reasumió la propiedad de todas aquellas que no tenían título legal
(distintas de las de composició n, que no tenían título alguno) y las dividió en
tres lotes: uno para los cabildos, otro para los indígenas y el tercero para
mercedes reales. De esta forma pudieron venderse algunas tierras (que
compraron religiosos, vecinos de las ciudades y algunos mineros) cuyo
importe engrosó la Real Hacienda. Posteriormente, se paralizaron las
reformas de tenencia de la tierra y ésta fue pasando de unas manos a otras por
sucesió n o por esporá dicas ventas. Los grandes terratenientes siguieron
siendo la Corona (dueñ a del suelo de las encomiendas y de los indios puestos
en la Corona), los Cabildos (de la propiedad colectiva), los criollos (que
configuraron los patrimonios familiares) y la Iglesia. Esta ú ltima se convirtió
con el transcurso de los añ os en el primer propietario de tierras, pues invirtió
en ellas sus ingresos procedentes de diezmos, donaciones y legados
testamentarios. Por principios morales no podía especular con el dinero y su
capacidad de inversió n en la construcció n de iglesias monumentales se saturó
pronto. En cualquier caso, el mercado de tierras fue muy escaso, ya que ni la
Iglesia, ni la Corona, ni los Cabildos se desprendían de ellas y las de los
particulares se transmitían mediante mecanismos de mayorazgo y dote.
Los má s perjudicados por esta situació n fueron los mestizos, a los que se les
negó así la ú nica oportunidad de acceder a ellas.
LATIFUNDIO
Es una finca o grupo de fincas ubicadas en una gran extensió n de tierra,
explotada, generalmente, con fines agrícolas. Puede pertenecer a uno o varios
propietarios, quienes suelen recurrir a mano de obra asalariada para las
labores de operatividad y mantenimiento del mismo.
Los latifundios se formaron por causas histó ricas, especialmente coincidiendo
con conquistas militares y colonizaciones (en la formació n del Imperio de la
antigua Roma, en las invasiones germá nicas, en la Reconquista españ ola, en la
colonizació n europea de América de los siglos XVI-XVIII, etc.) o con cambios
políticos y socio-econó micos (en la feudalizació n de Europa oriental de los
siglos XIV al XVIII, en los enclosures britá nicos de los siglos XVIII y XIX, en la
desamortizació n españ ola del siglo XIX, en la colectivizació n de la propiedad
en la Unió n Soviética etc.).
MINIFUNDIO
Minifundio es una finca agrícola de extensió n muy reducida que dificulta su
explotació n. Má s que con el concepto de parcela (terreno agrario dentro de
una linde) o con el de propiedad agraria (totalidad de parcelas pertenecientes
al mismo propietario), se relaciona con el de explotació n agraria (parcelas
explotadas por el mismo responsable de gestió n, sea o no su propietario). La
extensió n mínima de una explotació n para permitir una gestió n adecuada es
diferente segú n la calidad de la tierra, el cultivo, el trabajo, el capital y las
técnicas utilizadas, y el espacio geográ fico en el que se encuentre.
Un minifundio tiene, por definició n, unas dimensiones tan reducidas que
impiden al agricultor obtener una producció n suficiente para ser
comercializada u obtener ingresos monetarios suficientes, obligando al
autoabastecimiento y la agricultura de subsistencia. Aunque suele coincidir
con ella, el minifundio no es estrictamente sinó nimo del concepto de pequeñ a
propiedad, dado que una explotació n agraria podría componerse de varias
pequeñ as propiedades hasta alcanzar un tamañ o suficiente. Má s frecuente
aú n es que una gran propiedad se arriende en pequeñ os lotes a muchos
campesinos individuales, cuyas explotaciones, sin tamañ o suficiente para una
gestió n eficaz, son verdaderos minifundios.
El minifundio puede formarse en los regímenes de herencia en los que el
testador divide su propiedad a partes iguales entre sus herederos, resultando
así pedazos de terreno progresivamente má s pequeñ os
MEDIERÍA
La mediería es un contrato agrícola de asociació n en el cual el propietario de
tierras (llamado concedente) aporta una finca rural y un agricultor
(llamado mediero) aporta su trabajo y herramientas, se dividen, generalmente
en partes iguales, el producto y las utilidades de la finca trabajada. La
direcció n de la finca rural generalmente corresponde al concedente.

APARCERÍA
Se puede definir como aquel contrato por el que el titular de una finca o de
una explotació n cede temporalmente su uso y disfrute o el de alguno de sus
aprovechamientos, así como el de los elementos de la explotació n, ganado,
maquinaria o capital circulante, conviniendo con el cesionario aparcero en
repartirse los productos por partes alícuotas en proporció n a sus respectivas
aportaciones.

En suma, por regla general el propietario o cedente aporta la tierra (y/o otros
elementos de la explotació n) y el aparcero aporta su trabajo, de forma que
ambas partes participan en los gastos e ingresos en la forma y cuantía o
proporció n que acuerden, por lo que ambas partes asumen un riesgo
empresarial.
CORRETAJE
Contrato por el cual una persona denominada corredor pone en relació n a dos
personas que desean contratar. Este contrato, denominado también
de mediació n, consiste en la obligació n que contrae una persona de pagar a
otra, llamada corredor, una remuneració n, denominada comisió n, por
la informació n que le proporcione sobre la oportunidad de concluir
un contrato o por la mediació n en un contrato. Por tanto, el corredor pone
en relació n a dos partes para que contraten entre ellas. El derecho a cobrar
la comisió n depende de la efectiva celebració n de un contrato en el que
el corredor no interviene como parte contratante. El corredor, a diferencia
del comisionista, no está  obligado a realizar ningú n contrato por cuenta ni en
nombre ajeno. También se diferencia el corretaje de la agencia, en que el
primero es esporá dico y la segunda es permanente.
COLONATO
El colonato es una forma de explotació n de las tierras de cultivo, que constituye
una forma de transició n entre el sistema esclavista del Imperio romano, y el
sistema feudal que predominó durante la edad media. El colono poseía un
estatus intermedio entre la esclavitud y la libertad: era aquella persona libre
que cultivaba una tierra que no le pertenecía y estaba ligado a ella, sin poder
abandonarla. Por el hecho de cultivarla pagaba un canon o renta anual, ya fuera
en dinero o en especie.

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