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PRÓLOGO

La siguiente historia es verídica, fue contada por personas que estuvieron involucradas en éste relato,
únicamente los nombres de los personajes son ficticios y si está escrito en forma de novela fue para
hacer un poco más interesante la historia.
Dedicado a mis hijos:
Carlos Martín y Francisco Israel
que encuentren su propio tesoro.
UN ENCUENTRO INESPERADO

Por el momento, Jacinto se encontraba solo, estaba sentado en un rincón de la cantina con una
botella de tequila casi por terminar, se podría decir que la cantidad de alcohol ingerida por él era
suficiente para poner ebrio a cualquier persona, pero su caso era diferente, la melancolía y la tristeza
le impedían llegar a la embriaguez que necesitaba para mitigar su pena.
Hacía pocas horas antes, había tenido que enterrar a su esposa e hijo muertos en un proceso de
parto, se podría decir que quizá se hubieran salvado si hubieran contado con la ayuda de un médico,
pero la situación económica no les permitía darse ese lujo, ya que apenas les alcanzaba para darles
de comer a sus demás hijos, y había habido veces que él y su esposa se quedaban sin comer para
ofrecerles a sus pequeños si acaso, una tortilla dura con unos pocos frijoles y un vaso de agua.
En su condición de campesino, había recurrido a su patrón dueño de la hacienda donde laboraba
para que le ayudase con el pago de la medicina y el pago de las consultas del doctor que requería su
esposa, ya que como sabía por falta de buena alimentación aunado al trabajo rudo de campo que
realizaban entre los dos, ésta se encontraba con una anemia aguda lo que daba por resultado que el
embarazo fuera de alto riesgo.
Al exponer su problema con el hacendado, éste únicamente se había burlado de él diciéndole que
parara la producción masiva de hijos, que si no tenía otra distracción en su casa se fuera a trabajar
para olvidarse de la tentación de estar con su esposa para no seguirla llenando de hijos, además que
ya tenía bastantes y uno más ó uno menos no iba a notar la diferencia y sonriendo burlonamente se
alejó de él dejándolo sumido en la melancolía y la desesperación.
Jacinto sabía con certeza que si por algo se encontraban en ésa situación, era debido al patrón, ya
que además de explotarlos por más de doce horas de trabajo, la paga era miserable, y tenían que
recurrir constantemente a él para solicitarle préstamos que a su vez no alcanzaban para nada ya que
les cobraba intereses muy elevados los cuales tenían que pagar semanalmente descontados de su
salario, esto hacía que aumentara cada vez más su deuda con el patrón y estar más atados a él y sus
exigencias, desgraciadamente no era el único que pasaba por ésta situación, ya que la mayoría de
los peones que trabajaban en la hacienda se encontraban en la misma o peor situación que la de él,
viviendo todos en un estado de esclavitud.
Jacinto no era de las personas que acostumbraba tomar, aquella vez había aceptado la invitación de
su amigo el cantinero, que mirando la pena que lo embargaba le había invitado la botella de tequila
para que éste mitigara su dolor.

Si bien no era día de fiesta ni fin de semana, la mayoría de los campesinos que se encontraban
tomando ése día era mayor al acostumbrado, ya que el ambiente se encontraba enrarecido por el
humo del cigarro y el olor a alcohol fermentado.

La mayoría era gente de su pueblo, amigos, vecinos, conocidos y alguna que otra gente venida de
diferentes poblaciones cercanas, las cuales se habían reunido para comentar los graves
acontecimientos que se desarrollaban en la Ciudad capital, los cuales repercutirían de una manera
indirecta en su forma de vida.

Había llegado a su población un forastero quien a mediados del día había convocado a una junta
“general y de emergencia” como según él decía para reclutar “gente de valor y coraje” para levantarse
en armas en contra del gobierno Porfirista quien llevaba más de treinta años en el poder, y que “era la
hora de empezar una nueva República sin las órdenes de un gobierno que impartía paz, orden y
prosperidad a base de intimidación y explotación del pueblo”
Jacinto estaba al margen de aquellas pláticas que no llegaban a ningún lado, y que por muchas
razones, a veces completamente diferentes, se enardecían los ánimos y había provocado sin
justificación más de tres muertos.
Así que no era la primera vez que se presentaba alguien en su pueblo para ofrecer como un Mesías
la salvación del pueblo y por ende la del País, pero Jacinto siempre había hecho caso omiso de las
frecuentes invitaciones que le hacían de tomar partido, ya que como él decía, “política y alcohol no se
llevan” y mucho menos con gente como él, que a duras penas sabían leer y escribir y si no entendían
algunas veces de operaciones matemáticas, cómo iban a entender de cosas de poder y política con
leyes y artículos que en lugar de aclararles sus dudas los hacían más pelotas, en su forma de hablar.
Así que ignorando a la gente de su rededor, únicamente lo acompañaban los gratos recuerdos de su
esposa y el pensamiento lóbrego de que ahora cómo iba a mantener a sus hijos en ese medio tan
hostil y sin esperazas para un futuro mejor.
No supo ni cuánto tiempo estuvo ensimismado en sus pensamientos, únicamente volvió a la realidad
cuando sintió la mirada penetrante de un individuo que parecía no le había quitado la vista desde
hacía un largo rato.
La verdad no lo conocía pero lo había visto cerca del rancho en donde desempeñaba sus labores, se
decía que aquel era un individuo de pocas palabras pero resuelto en sus acciones, y dando por
terminada su inspección del sujeto que observaba desvió su mirada queriendo dar por terminada la
intromisión del sujeto en sus pensamientos.
Aquel gesto únicamente provocó que el individuo se parara del lugar en donde estaba y se dirigiera a
la mesa de Jacinto, el cual al verlo hizo caso omiso de su presencia, no desalentando al personaje
que secamente se dirigió hacia él y dijo:
-Se puede uno sentar junto a Usté?
Jacinto hizo un ademán de consentimiento y al mismo tiempo se arrepintió de haber aceptado al
extraño ya que no le interesaba nada de lo que pudiera decirle, solamente murmuró como para sí:
-Adelante, pa´que soy bueno?
El extraño no respondió inmediatamente, antes de eso pidió al cantinero un vaso de lo mismo que
bebía Jacinto para acompañarlo.
Únicamente después de que le fue servido su trago empezó a decir:
-No sé que pena lo embarga a usté, pero sépase que no es el único en sufrir, échele una mirada a
todos los presentes y se dará cuenta que si hay un motivo que los traiga por aquí es que están
cansados de tanta injusticia y pobreza lo mismo que Usté y todos sus males provienen de una misma
cosa: el abuso de poder de la gente con dinero.
Jacinto no le respondió, miró su vaso vacío y se sirvió el último trago de tequila
- Sí entiendo que su pena ha de ser muy grande como para olvidarse de los demás,. sin embargo tal
vez nosotros podremos cambiar esto algún día, eso si Usté quiere, ya que como ve aquí, estamos
reunidos todos los desamparados tanto por las leyes humanas como las de Dios, así que solamente
cuentan nuestras acciones y si no las llevamos a cabo nos va a cargar la fregada.
Hace rato que vengo pensando que hacer para acabar con ésta situación, y lo que dice aquel
catrincito venido de la ciudad, creo que tiene razón, necesitamos levantarnos en armas para acabar
de una vez y para siempre con tanto tormento que nos imponen nuestro gobernantes y patrones.
-Dése Usté cuenta que no somos dueños de nada, no hay ley que nos ayude ni Dios que nos proteja,
somos buenos pa´l trabajo eso sí ,pero de ahí en fuera no somos nada, necesitamos hacernos oír
aunque con ello nos cueste la vida y sólo así pienso yo cambiarán las cosas.
He tomado la decisión de juntar a la bola de pelados aquí reunidos y empezar a organizarnos para
formar un grupo de gente que si no se da a oír por la buena será por la mala, solamente estaré por
aquí unos cuantos días, así que lo invito a formar parte de nuestro grupo.
Jacinto levantó su cabeza para mirar fijamente al extraño que le hablaba, en ése momento se pudo
percatar mejor de las facciones del sujeto, ojos negros y profundos, cejas pobladas, cabello ralo,
bigote pronunciado, su vestir sencillo pero de tipo ranchero, el sombrero que ajustaba su cabeza lo
había dejado en el respaldo de la silla y era tipo charro.
Levantándose de su asiento sin decir sí ó no, sólo atinó a responder:
-Déjeme pensarlo -dió media vuelta para retirarse del lugar, se encaminó unos cuantos pasos en eso,
volteó de repente hacia el extraño y le dijo:
-En caso de que quiera reunirme a la bola por quién pregunto?
A lo que el sujeto respondió:
-Pregunta por Zapata ..........Emiliano Zapata

En los día siguientes, Jacinto regresó a sus labores cotidianas, sin embargo también le mortificaba
que sus hijos menores Pedro y Serafín de ocho y seis años respectivamente, tuvieran que integrarse
a las labores del campo para ayudar al mantenimiento de la familia, y si bien era cierto que
desempeñaban un trabajo pesado para su corta edad, el hacendado no les pagaba un solo centavo,
arguyendo que como estaban demasiado endeudados con él y por estar demasiado chamacos, le
dieran gracias a Dios de no correrlos de su propiedad, así que algunas veces ganaban un poco de
dinero extra ayudando a los compañeros de trabajo de su padre.

De vez en cuando recordaba las palabras de quien dijera llamarse Emiliano, sonreía para sus
adentros cuando recordaba el casi monólogo que el extraño había entablado con él unas semanas
antes, y eso era porque según le habían dicho Emiliano era un “hombre de pocas palabras” y
entonces se preguntaba si eso eran pocas palabras, qué sería si fuera un hablantín al que no se
pudiera callar, sólo con pinole.

Le habían dicho que pocos días atrás el tal Emiliano sí reclutó gente la que no tenía nada que perder
y sí mucho por ganar, y se aventuraban a una guerra que para muchos de ellos significaría su última
batalla.

El tal “revoltoso” como le decían los viejos hacendados, había tomado como lema de causa unas
palabras que quién sabe de en qué forma le habían surgido de la cabeza proclamando “tierra y
libertad” para los campesinos desamparados.

Jacinto se preguntaba también qué diablos quería decir con esas palabras, puesto que era cierto que
vivían en un estado de semi-esclavitud, pero a razonamiento de su buen entender no comprendía qué
diablos irían a hacer con las tierras repartidas, pues si bien era cierto que sabían trabajarlas, no
tenían dinero como para mantenerse y mantener la cosecha durante el periodo de siembra y
recolección esto independientemente del clima que hubiera en la temporada y si éste les resultaba
nefasto, acabaría con todas sus aspiraciones y quedarían en peores condiciones de las que estaban.

Además pa´ qué diablos peleaban por la libertad, si ésta la tenían siempre que quisieran, pues si bien
era cierto que trabajaban como mulas y estaban endeudados hasta los hijos de sus hijos, no tenían
que rendirle cuentas a nadie de su vida, excepto a Dios, y eso era lo único que importaba pues si bien
sufrían, también aceptaban los mandatos de Dios en la tierra, ya que cuando murieran iban a gozar
de vida eterna y contarían con cuanta cosa quisieran obtener en el cielo, esto claro está no tenían
forma de comprobarlo, pero como lo había dicho el Señor cura del pueblo, era él el representante de
Dios en la tierra y su palabra era sagrada así que esperaban la muerte pensando pasar a mejor vida,
y lo era más importante, iba a ser eterna. su recompensa.

Cierta noche trabajando en la semi-oscuridad de la choza donde vivía, hacía arreglos a un abrigo
que le había obsequiado a su esposa, y éste según recordaba lo había obtenido en un viaje que tuvo
que hacer a la Capital en compañía de su patrón, como era natural para él y para todas las personas
que no conocían la capital, cuando llegaban a ella quedaban maravillados por su tamaño y esplendor,
así que su patrón advirtiendo su asombro, en tono conciliador y casi burlón la había dicho que
apurara sus labores y que si terminaba a tiempo podría darse una vuelta por la capital, pero que
tuviera cuidado en no perderse, pues si esto sucedía él no tendría tiempo de salirlo a buscar y
regresaría al pueblo sin él.

A pesar de ésta advertencia, recordaba que aquel día había trabajado como nunca antes en su vida,
cargando y descargando con una rapidez inusitada las cosas que su patrón había llevado para
comercializar y a su vez abastecerse de diversos materiales que hacían falta en la hacienda.
Tal vez, ése día los Ángeles del Señor sí habían oído sus oraciones, puesto que terminó con dos
horas de anticipación así que corrió a solicitar el permiso deseado y el patrón una vez verificada la
tarea asignada, le otorgó el permiso no sin antes hacerle el recordatorio de que no tardara ni fuera a
olvidársele el camino.

Así que probablemente, esas habían sido dos horas maravillosas en su vida, contemplando edificios y
comercios nunca antes vistos en su vida.
Se fue caminando sin rumbo fijo, pero memorizando cada paso que daba para no olvidar el camino
de regreso, estaba a punto de regresar cuando oyó una voz que se dirigía hacia él, al voltear y ver de
quién se trataba, su vista se encontró con una anciana que parecía tener fuerte carácter, pero era
dulce y frágil en su manera de hablar, y ésta al ver que se había detenido, le pidió de favor subir al
segundo piso de su vivienda, dos cajas de libros que había recibido aquella mañana por correo.

Jacinto, después de haber estado trabajando todo el día haciendo exactamente lo mismo, estuvo a
punto de negarse o de hacerse el desentendido y olvidarse del asunto, pero le remordió la conciencia
al instante pensando que probablemente si hubiera sido su madre la que hubiera hecho la petición no
podía negársele, y haciendo un esfuerzo más cargó con las cajas hasta donde la señora de la casa le
indicó.

Terminado el favor, y resuelto a apresurarse para que su patrón no lo dejara, se despidió de la


anciana, pero la señora le dijo que esperara, que en pago a la ayuda prestada le iba a regalar un
abrigo que si bien ya tenía muchos años puesto que había pasado por varias generaciones a ella ya
no le quedaba, además por ser una mujer sola no tenía a quien heredárselo, así que pensó que él
sabría qué hacer con la prenda, y dicho y hecho,, sacó del ropero un abrigo de piel en color negro y
Jacinto al verlo se preguntó si de veras había pasado por varia generaciones , pues estaba en
perfectas condiciones, como si nunca lo hubieran usado, así que lo aceptó y salió apresurado a
donde estaba su patrón.

Durante el viaje de regreso, pensó que uso le daría al abrigo, así que lo sacó del envoltorio donde lo
había colocado y lo observó cuidadosamente y fue entonces que pudo darse cuenta que era un
abrigo para mujer.
El patrón había observado con curiosidad los movimientos de Jacinto y mirando la prenda que éste
había sacado le preguntó en qué forma la había conseguido.

Jacinto contó al patrón el incidente que había tenido con la mujer, y cómo había obtenido la prenda
en pago a sus servicios.
Pero al observar la indecisión de Jacinto con respecto al uso que daría a la prenda, se ofreció a
comprarla por unas pocas monedas y reducirle dos semanas de intereses en el pago de su deuda.

Jacinto no lo pensó ni un instante, automáticamente negó venderle al patrón la prenda, él sabía que
su patrón tenía dinero suficiente para comprar uno más bonito o uno más fino y solamente el haberle
ofrecido dinero por una prenda de poco valor significaba que era un capricho más para demostrar
que podía obtener de sus jornaleros lo que quisiera.

Y volviendo a guardar la prenda en su envoltorio le comento:


-Mire Usté patrón, éste objeto ya tiene dueño, sé que es pa´ vieja y no me lo voy a poner, pero se lo
daré a mi señora a la cual nunca le he comprado nada, por lo menos ahora se acordará de mí y de
cuando vine a la capital.
Sintiéndose un poco ofendido el patrón dio por terminada la plática y no le dirigió la palabra el resto
del camino.

Al ver Jacinto a su esposa, con el abrigo puesto, observó con agrado que aquella prenda hacía
resaltar más la belleza de la muchacha y hasta podía pasar por una mujer culta y letrada como las
que había visto en la capital, así que le dijo que podría usar el abrigo cuando quisiera y que si se lo
ponía todos los días mejor, puesto que se veía rete chula la condenada.

La esposa de Jacinto rió de buena gana con las ocurrencias de su marido, pero dijo que no usaría
aquel abrigo tan hermoso y tan fino en un ambiente lleno de polvo, que únicamente lo usaría en
ocasiones especiales, al o que él respondió que estaba bien, que hiciera con el abrigo lo que creía
conveniente, además no necesitaba demostrar a nadie la belleza de su esposa y sonrió con disimulo
cuando ella seguía mirándose la prenda puesta en el pequeño espejo que tenían en su cuarto.

Y tal como lo había dicho la esposa, siempre que lo usó había sido en ocasiones especiales, tales
como la fiesta del Santo Patrono del pueblo, en los bautizos de sus hijos y una que otra vez, cuando
celebraban algún acontecimiento que ellos consideraban importante.

Volviendo a la realidad, veía con tristeza que ella ya no lo usaría nunca más, así que se le ocurrió
arreglarlo para su hija que cumpliría siete años y la cual a la muerte de su madre se había hecho
cargo del mantenimiento de la casa así como de preparar comida para él y para sus hermanos y sin
pensarlo dos veces procedió a modificar el abrigo.

Tomó las tijeras que guardaba su finada esposa en una caja de costura,y con mucho cuidado empezó
a descoser el forro que tenía el abrigo, llevaba media tarea cuando se dio cuenta que era demasiado
tarde y necesitaba dormir para amanecer con fuerzas suficientes para otro día de trabajo, así que
procedió a doblar el abrigo y continuar la noche siguiente, al estar realizando ésta tarea, de entre el
forro del abrigo se desprendió un pedazo viejo de cuero, por un momento Jacinto pensó que por la
escasa luz del cuarto había cortado por error la hermosa prenda que perteneció a su esposa, pero
levantando el cuero del suelo se dio cuenta que éste no pertenecía a la prenda ya que era de color
café y estaba demasiado maltratado por el paso del tiempo, sintió alivio al comprobar que la piel del
abrigo seguía intacta.

Acercando el pedazo de cuero encontrado accidentalmente a la vela encendida para observarlo


mejor, pudo ver en éste inscripciones que por la falta de luz y el cansancio que llevaba no pudo
entender así que guardándolo en la bolsa de su pantalón se fue a dormir pensando que tal vez a la
mañana siguiente descifraría que diablos significaban ésas inscripciones.

-Pos´ sí compadre te digo te digo que estas rayas medio mafufas corresponden a un mapa, porque si
te fijas bien, en la esquina inferior está pintada una brújula que marca la posición exacta en donde se
encuentra esta montaña.- Había dicho Manuel, cuando ambos en un rato de descanso se pusieron a
observar con detenimiento el hallazgo hecho por Jacinto.
-Lo malo de esto, es que somos medio brutos y no sabemos si en verdad se trata de algo serio o sólo
es una mugre que metieron al abrigo como relleno.- contestó Jacinto.

Los dos quedaron callados, cada uno sumido en sus propios pensamientos, más casi al terminar la
hora de su descanso, Manuel se volteó a mirar a Jacinto y con unos ojos que reflejaban una buena
idea comentó:
-Mire compadre, estuve echando pénsulas y creo que tienes razón, nosotros dos somos incapaces de
descifrar lo que encontraste, pero si tú quieres conozco a una persona que podría aclarar nuestras
dudas, ya que por lo menos la persona en la que estoy pensando es más letrada que nosotros y
estoy seguro que si le digo que guarde discreción sobre esto, en caso de que fuera verdad, no le dirá
nada a nadie y será un secreto entre nosotros tres.
-Pos´ déjame pensarlo un poco- respondió Jacinto- tal vez me gustaría conocerlo personalmente pa
´saber si ese fulano es de fiar o no, ya que tú puedes hablar bien de él, pero yo no lo conozco.
-Ta´bien, como tú digas compadre- respondió Manuel- y volvieron a quedar en silencio retirándose
cada uno por su lado para seguir las labores del campo.

Al día siguiente, mientras estaban echando taco, Jacinto buscó a su compadre Manuel y le propuso
que invitara al desconocido el domingo por la mañana, para conocerlo, y entonces decidiría decirle o
no sobre el asunto que les interesaba.

Temprano por la mañana, el día domingo, Manuel llevó a su amigo a la casa de Jacinto, el pretexto
que había utilizado para ir a verlo había sido decirle al amigo que Jacinto andaba un poco mal de
salud y quería que le echara una “visenteada” como él decía, ya que su amigo tenía la facultad de la
videncia, lo cual serviría para “ver” si a Jacinto le habían echado “mal de ojo” o se le hubiera “pegado”
un aire en el entierro de la esposa.

Manuel presentó al amigo con Jacinto, éste al extender la mano para saludarlo le dijo:
-Teo para servirle a usted.

Por un momento, Jacinto quedó desconcertado, si bien nunca había visto al tal Teo, sacó la
conclusión inmediatamente que si bien ese personaje vivía en el pueblo, era muy diferente a ellos,
tanto en su forma de habla y vestir, independientemente de su físico, no parecía un ignorante como
ellos dos, lo único que tenía raro era el nombre.
Tiempo después de conocerlo, se enteró que en realidad se llamaba Teófilo, pero desde chico nunca
le había gustado ese “pinche nombre” con el cual lo bautizaron, y se lo habían puesto por capricho
de su madre porque había nacido el día de la celebración del Santo del mismo nombre.
Por lo tanto como no podía cambiarse de nombre, por ser su familia católica, empezó a decirles a los
que lo conocían que mejor lo llamaran Teo que sonaba menos “pinche” como él decía.

Después de echarle un “vistazo” a Jacinto, Teo le dijo que no tenía absolutamente nada de malo, que
quizá el malestar que sentía se debía a principios de gripe o falta de descanso, que esperaran un par
de días y si no se componía, le iba a dar un “remedio” efectivo para reponer la salud y fuerzas que
necesitaba.

Dando por terminada la “consulta”, Jacinto los invitó a que se quedaran a desayunar, les dijo a sus
dos visitas que ya tenía listo un rico atole y tamales calientitos preparados por él mismo.

Mientras saboreaban con apetito el desayuno servido, Jacinto le hizo ver a Teo que nunca lo había
visto por el pueblo, a lo que éste contestó que efectivamente, tenía poco de haber regresado de la
Capital a donde lo habían mandado sus padres desde muy chico, les comentó además que lo
colocaron en un taller de carpintería para que aprendiera un oficio y así tener un mejor porvenir en su
vida, y se alegraba de que así hubiera sido ya que además de aprender el oficio el maestro carpintero
a quien se lo encargaron casi lo había tomado como un hijo ya que él era viudo y no había tenido
hijos, y le enseñó con paciencia el arte de trabajar la madera, además lo había mandado a la escuela
para que se instruyera ya que cuando llegó a él no sabía leer ni escribir.
Aprendió también del viejo carpintero, a desarrollar el gusto por la música, le enseñó a tocar la
harmónica la cual llegó a dominar y tocaba con facilidad cualquier melodía ya que siempre la llevaba
consigo.

Había sido en ésa etapa de su vida cuando se le desarrolló el sentido de la “videncia” y si bien era
cierto que sus predicciones eran acertadas a él casi no le gustaba ejercerlas pues le era
desagradable decirle a la persona que lo consultaba que le iba a ir muy mal o peor aún, que se la iba
a morir un ser querido, así que únicamente la practicaba solo.

Y fue en uno de esos momentos reveladores lo que le hizo regresar al pueblo, contó a sus
compañeros de mesa, que una noche entre sueños oyó una voz que le decía que regresara al pueblo
donde había nacido, porque había alguien que necesitaba su ayuda y queriéndolo o no, se habían
precipitado acontecimientos que le hicieron regresar ya que su maestro y amigo se había enfermado
de gravedad así que para satisfacer las necesidades que requería el enfermo, habían decidido
empeñar los instrumentos de trabajo con tal de que sanara, pero por más que gastaron, la salud del
anciano no mejoró, muriendo pocas semanas después dejando desamparado a Teo ya que si bien
había sido casi un hijo para el anciano, éste nunca la había pagado un sueldo y no tenía herramientas
para trabajar ni dinero para sacar las empeñadas.

Así que decidió alejarse un tiempo de la ciudad, para recuperarse emocionalmente, visitar a su
familia la cual no veía desde hacía años y trabajar para conseguir dinero y comprar herramienta
nueva para que quizá pusiera un taller de carpintería en el pueblo independientemente de querer
averiguar lo que su sueño le había dicho.

Al llegar a la estación de ferrocarril, Teo se dio cuenta que en el transcurso de tiempo que estuvo
ausente, el pueblo había cambiado radicalmente, por lo tanto empezó a preguntar por la dirección
donde residía su familia, fue de este modo que se encontró con Manuel y al reconocerse mutuamente
siguieron con la amistad que había nacido entre ellos en su infancia, y que por causas ajenas a ellos
la habían interrumpido.

Al terminar de contar su historia, Jacinto evaluó la posibilidad de contarle lo que encontró y como vió
en los ojos de Teo que su historia era cierta y hablaba con la verdad además de ser una persona
sencilla, confió en su buen juicio y procedió a contarle su hallazgo, sin omitir ni un solo detalle, al
terminar con su relato, mostró a Teo el pedazo de piel, éste al tenerlo en su mano pudo ver detalles
que por falta de conocimiento habían pasado desapercibidos por Jacinto y Manuel.

El pedazo de piel a simple vista se veía que era demasiado viejo y estaba algo deteriorado por el
tiempo, sin embargo podían verse claramente los detalles inscritos en él.
Medía aproximadamente 15 cms. de ancho por 20 cms. de alto, en la parte inferior, como habían
podido comprobar Jacinto y Manuel, tenía dibujada una brújula que marcaba la orientación de un
mapa que se encontraba arriba, tenía además grabados en la parte superior números que
correspondían, según pensó Teo, a longitudes y altitudes, además indicaban un camino a seguir en el
cual se detallaban algunas marcas naturales y otras hechas a propósito para poder llegar a un sitio
específico, el cual se destacaba con una cruz que indicaba el fin del camino.

Teo estudió con cuidado aquel mapa, estuvo ensimismado en sus pensamientos mientras Jacinto y
Manuel lo observaban no queriéndolo interrumpir y permanecían en silencio los tres.

Después de un corto tiempo, Teo se dirigió hacia ellos y comentó que efectivamente aquel pergamino
de piel era bastante viejo y las inscripciones que tenía estaban tan bien detalladas que era imposible
que alguien las hubiera realizado para hacer una broma, así que lo más probable es que fuera real.
Jacinto y Manuel no comentaron nada, simplemente se vieron a los ojos como para confirmar lo que
ya sabían.

-Lo más probable, -comentó Teo – es que necesitamos hacer una investigación más profunda para
saber exactamente en dónde está localizado lo que se describe en el pergamino y sabremos
entonces de qué se trata.

Si ustedes me otorgan su confianza, puedo investigar en la capital en una biblioteca los números y
señas que aparecen en el mapa y ya teniendo una seguridad de dónde se encuentra procederemos a
buscarlo.

Manuel se volteó a ver a Jacinto, lo que le pedía Teo era demasiado simple, sin embargo no sabía
que iba a contestar su amigo.
Jacinto por su parte estuvo de acuerdo con Teo, salvo con la condición de que no le daría el mapa,
únicamente escribirían en un papel los números a los que se refería el pergamino y Teo sería
entonces el encargado de investigar.

Al día siguiente siendo casi de madrugada, Jacinto y Manuel fueron a despedir a Teo a la estación de
tren, el cual marchaba a la capital para iniciar las averiguaciones pertinentes.

Cuando tomó asiento en el vagón de pasajeros, Teo se preguntó si era esa la premonición que tuvo y
por la cual había regresado al pueblo.
Por su parte, Jacinto al ver que partía el tren, se preguntó si había echo bien en entregarle los
números al muchacho, pues si bien era cierto que él conservaba el mapa, el que se iba tenía las
coordenadas exactas y tal vez podría llegar al sitio indicado sin ayuda de nadie y pasó por su mente
que nunca llegarían a verlo de regreso.

Pasaron varia semanas, Jacinto y Manuel no volvieron a mencionar el asunto, como confirmando las
sospechas del primero.

Cierto día ya entrada la noche, tocaron la puerta de madera en casa de Jacinto, éste sobresaltado por
la hora, se levantó de la cama, tomó entre sus manos el machete que llevaba todos los días colgando
al cinto y que estaba a pie de su cama, e intrigado se dirigió hacia la puerta, al abrir grande fue su
sorpresa al encontrarse de frente con Teo, quien con una sonrisa lo saludó y le dijo que tenía buenas
noticias para ellos, que si se había retrasado, fue por causas ajenas a él, que ya se los explicaría al
otro día, pero no quería irse a dormir sin antes avisarle de su llegada y concertar cita para reunirse los
tres.

Jacinto volvió a su cama, su preocupación había desaparecido por completo, pero dio paso a la
interrogación y estuvo más inquieto que antes, tenía que hacer muchas preguntas a Teo y no sabía
por cual de ellas empezar.

El sábado a medio día, después de terminar con la jornada de trabajo y después que hubieron
cobrado su paga, Jacinto, Manuel y Teo se reunieron en el lugar convenido para despejar las dudas
que los dos últimos tuvieran.

La reunión fue en un lugar solitario, alejado unos cuantos kilómetros del pueblo y la causa por la que
se reunieron así fue para evitar que alguna persona oyera la conversación y se interesara en algo que
sólo importaba para ellos tres.

La primera causa por la que me retrasé al dirigirme a la capital- comentó Teo- fue porque los ánimos
están muy levantados por todos lados, y el tren en el que viajaba fue asaltado por unos bandoleros
que iban comandados por un tal “General Zapata”” y al grito de ¡esto es un asalto! Detuvieron la
marcha del tren y nos hicieron bajar de él para poder saquear a su antojo todas nuestras
pertenencias, yo como llevaba poco equipaje no encontraron nada en el, lo que dio lugar a que uno
de los bandidos la tomara contra mí por no obtener botín alguno, me pidió que vaciara mis bolsillos y
más grande fue su coraje al enseñarle unos cuantos pesos y un pedazo de papel con unos números
escritos, arrebatóme de las manos mis pertenencias y estrujando el papel hizo con éste una bola y
me lo arrojó a la cara con la intención de que yo respondiera a la agresión y así desquitar su coraje y
llenarme de plomo con el más mínimo pretexto.

Pero lo que ocurrió a continuación, me dejó totalmente sorprendido, el tal “General Zapata” había
observado de cerca la escena, y acercándose a su cómplice que sacaba fuego por los ojos, le dijo
que se estuviera quieto, que mejor me observara bien, que era por gente como yo y como ellos por la
que estaban luchando, que si bien yo no tenía pinta de campesino, también era pobre y necesitaba
dinero, así que procedió a sacar de entre sus bolsillos unos cuantos billetes de a peso, extendió su
mano para dármelos y dijo que tenía dos oportunidades, una era de unírmeles a ellos y combatir por
una causa justa y la otra era de seguir mi camino, con la condición de que si volvíamos a
encontrarnos y él necesitara ayuda mi ayuda, yo se la prestaría al momento incondicionalmente.
-Así que cuando terminó de hablar, acepté con gusto el segundo ofrecimiento y estaba a punto de
retirarme del lugar antes de que cambiara de opinión, cuando recordé que el papel que me había
llevado allí estaba en el suelo, no tuve más remedio que hacerme el “loco” al cual le había dado un
ataque de nervios así que me tiré al suelo revolcándome y haciendo un espectáculo para quienes me
observaban, y ellos comentaron hacia su “general” que valiente ayuda obtendría de mí, si me daba un
“ataque” el día que me necesitara y empezaron a reír a carcajada suelta.
Lo que no pudieron ver, fue que debido a su distracción, levanté en una de mis tantas maromas el
papel que me interesaba y haciendo como que calmaba mi crisis, me levanté tambaleante para
alejarme de ahí seguido de las miradas y risas burlonas de los asaltantes.

Me retiré lo más lejos posible, así que cuando oí que se calmaba el alboroto regresé con cautela al
sitio, solo para descubrir que el tren había partido dejándome a la mitad de camino y a merced de mi
suerte- comentó Teo- y prosiguió con su relato.

Así que parado a mitad de las vías del tren, empecé a caminar hacia el pueblo más cercano, caminé
por varias horas hasta que el sol empezó a ponerse en el horizonte, entonces busqué refugio para
pasar la noche.

Pude dormir unas cuantas horas, pues hacía un frío de los mil demonios y no tenía con que taparme
o por lo menos con qué hacer una fogata, al despuntar el amanecer, me dirigí otra vez hacia las vías
para proseguir mi camino, casi a mediodía divisé a lo lejos una población y me fui acercando a ella
con pasos mucho más rápidos.

Al llegar, después de permanecer sin comer nada el día anterior, busqué un lugar donde pudiera
satisfacer mi apetito y recuperar las fuerzas perdidas.

Una vez que terminé con mis alimentos, pagué con los pesos que me habían ofrecido los bandidos, y
juro por mi vida que quedé más que agradecido por el gesto que había tenido conmigo el llamado
“General Zapata”

Salí de la posada y pregunté en la estación de ferrocarril cuándo llegaría el próximo, una vez obtenido
el informe, de que pasaría en un par de horas, me senté a descansar cómodamente en una banca de
espera, saqué mi armónica y empecé a tocar melodías conocidas.

No me percaté que a mis pies, se encontraba un bote vacío, así que la gente que pasaba al ver mi
aspecto desaliñado y sucio, pensó probablemente que era yo un mendigo en busca de sustento y al
pasar algunas de ellas frente a mí, echaban algunas monedas al bote, asombrado por el
acontecimiento que ocurría, me dí cuenta de la situación y agradeciendo a Dios por mi buena suerte,
seguí tocando mi armónica con más ahínco y entusiasmo.

Pensaba que al llegar el tren, iba a tener que viajar en calidad de “polizón” pero con las monedas
obtenidas pude entonces dirigirme a la ventanilla y pagar mi pasaje ante la mirada curiosa de las
demás personas.

El ferrocarril llegó a la hora indicada, todos los pasajeros subimos a él y viajamos hacia nuestro
destino sin más contratiempos.

Al llegar a la Capital, me dirigí a casa de mi amigo Pablo para asearme y pedir alojamiento por unos
días.
Cuando llegué y toqué a su puerta, mi amigo casi no me reconoció, así que lo saludé por su nombre,
fue entonces que pudo adivinar de quien se trataba y extañado por mi aspecto preguntó que me
había sucedido, así que le relaté parte de la historia que me había ocurrido en el tren, obviamente,
omití por mi seguridad lo que me había hecho regresar, sólo le conté que necesitaba alojamiento y
comida por unos días, mientras arreglaba unos asuntos pendientes que me había encargado mi
familia, así que sin más que decir, mi amigo Pablo me invitó a quedarme el tiempo que considerara
necesario, y que si decidía quedarme a radicar en la Capital, podríamos compartir los gastos del
departamento rentado por él.

Una vez establecido, aseado y comido, me retiré a descansar a la habitación que se me había
asignado, en cuanto puse la cabeza en la almohada, caí en un sueño profundo a causa de la tensión
que había experimentado los días anteriores y desperté al siguiente día listo para investigar lo que
tenía asignado.

Antes de salir desayuné junto con mi amigo Pablo un rico café acompañado de unas piezas de pan
dulce y frijoles, al terminar agradecí nuevamente su atención y me dirigí a la biblioteca más cercana.
Empecé a nadar en un mundo de libros, ya fueran de Geografía o Historia, para tratar de localizar las
coordenadas que buscaba.
Iba todos los días por la mañana y salía casi a la hora de cerrar la biblioteca, era cierto que tenía
algunos indicios de que lo que buscaba debía de existir, sin embargo casi no entendía absolutamente
nada.
Fue en unos de ésos días que al estar investigando, el bibliotecario extrañado por mis frecuentes
visitas, preguntó a mis espaldas si necesitaba ayuda en lo que buscaba.
Por un momento, pensé que había adivinado mis intenciones, sin embargo al voltearme hacia él,
observé que aquel viejo de nombre Jaime y al cual cariñosamente llamaban “Don Jaimito”
únicamente ofrecía su ayuda ya que al haberme observado en el transcurso de mis visitas, sumido en
aquellos libros y al no encontrar las respuestas que buscaba, sumido en cansancio y desesperación,
tiraba de mis cabellos y empezaba de nuevo, lo cual le causaba gracia y quería ayudarme.

Evaluando la situación, le dije que agradecería su ayuda, más volví a mentir y no le dije el verdadero
motivo, inventé la historia de que mi padre ya entrado en años necesitaba saber antes de morir,
dónde se encontraba el resto de su familia, de la cual no había sabido nada en el transcurso de su
vida, pues abandonó la casa paterna a muy tempana edad en busca de una vida mejor, y ahora ya
viejo y arrepentido quería despedirse de los hermanos que quedaran vivos
Comenté que sólo tenía unos números que marcaban las coordenadas de su pueblo, las cuales las
había obtenido de una persona que llegó en aquel entonces a la región y su padre había trabajado
para aquel personaje que hacía estudios para saber si la tierra era fértil, poder comprarla y sembrar
semillas adecuadas al terreno.
Para no despertar sus sospechas, comenté que mi padre no recordaba la ubicación ni el nombre de
su pueblo, pues al salir desde muy pequeño juró no volver jamás y así al paso del tiempo no
recordaba absolutamente nada de su ubicación, sólo recordaba a su familia abandonada.
Después de oír mi historia, “Don Jaimito” se ofreció con más ahínco a ayudarme, pensando tal vez,
que ayudaría a cumplir la voluntad de un viejo moribundo, y que si bien no ganaría nada, sería bien
visto a los ojos de Dios, así que cuando él muriera, obtendría su recompensa en el cielo.
Nuevamente empecé a estudiar todos los libros que me interesaban, más con ayuda de “Don Jaimito”
dotado de conocimientos y experiencia, empezamos poco a poco a descifrar aquellos números que
llevaba inscritos en el papel.

En cuanto encontrábamos algo, inmediatamente rectificábamos en otros libros, y siguiendo con éste
procedimiento al tercer o cuarto día terminamos nuestra búsqueda.

Me despedí entonces de “Don Jaimito” y quedé muy agradecido con él, pues de no haber sido por su
ayuda, no hubiera podido descifrar nada, o tal vez me hubiera llevado más tiempo.
Cuando regresé por la noche al departamento, no quise hacer ruido pensando que mi amigo Pablo se
encontraba durmiendo, entré en silencio y grande fue mi sorpresa al verlo que guardaba en forma
apresurada unos panfletos y que al verme, su asombro se transformó en tranquilidad y me dijo:
-Óra tú, no andes espantando así de repente, pensé que alguien había ido de chismoso al gobierno y
venían a darme un escarmiento.
-Pues qué es lo que estás haciendo? – le pregunté intrigado.
-Haz de saber- respondió Pablo- que estoy cooperando con el movimiento encabezado por Madero,
para derrocar al mal gobierno de Porfirio Díaz, si bien no me he atrevido a unirme a otros grupos, es
que éstos buscan el cambio a base de violencia y muerte, yo en lo personal no soy de la idea de
quitarle la vida a alguien, pero en mi calidad de periodista, he decidido atacarlo a base de críticas,
que si bien no matan a nadie, duelen como las mentadas y las balas causando mucho daño.

Ante tal comentario, no tuvimos más que soltar la carcajada y estuvimos riéndonos un buen rato.
Después de calmarnos, Pablo me pidió discreción y que no fuera a delatarlo con las autoridades, yo
por mi parte le aseguré que no tenía de qué preocuparse, que de mis labios no saldría acusación
alguna.
Así que me despedí de él, que seguía arreglando sus papeles, y antes de entrar al dormitorio le
comenté que había terminado el encargo de mi familia, así que nos despediríamos por la mañana.

Al día siguiente, antes de salir del departamento de mi amigo Pablo, también agradecí sus
atenciones, la compra de mi boleto, además de prestarme unos cuantos pesos por si llegaba a
ocurrirme algún otro infortunio en el camino, y nos despedimos con un fuerte abrazo.

-Y es así como regresé después de terminar con la búsqueda- dijo Teo- dando por terminado su
relato.

Después de oír su explicación, Jacinto no se arrepintió de haber tomado la decisión de confiar en él,
ahora sabía que su nuevo amigo era un hombre de palabra y determinación y todas sus dudas
quedaron resueltas.

Fue cuando Manuel pidió a Teo ver el resultado de su búsqueda lo que hizo a Jacinto volver de sus
cavilaciones.

Teo sacó de entre sus bolsillos del pantalón dos hojas, una era donde habían escrito los números, la
cual estaba arrugada y maltratada, la otra era el resultado de las investigaciones y las mostró a sus
amigos diciendo:
-Como pueden ver, en éste papel apunté en forma limpia y ordenada las coordenadas que
buscábamos, por lo que podrán darse cuenta, que lo escrito en ése pergamino de piel es verdad, sólo
necesitamos desplazárnosla lugar, seguir las indicaciones naturales o echas a propósito para dar con
nuestro objetivo.

Manuel tomando la palabra emocionado respondió:


-Muy bien echo amigo, te felicitamos por tu trabajo y digo esto porque Jacinto estará de acuerdo
conmigo que hiciste un trabajo formidable- y sin dar tiempo para que Jacinto respondiera algo
prosiguió- Ahora sólo tenemos que resolver el problema de cómo nos vamos.

-Manuel tiene razón- comentó Jacinto- ahora ya sabemos a dónde dirigirnos, veo aquí en el papel que
anotaste el nombre de una población, y de que de ahí tendremos que seguir las marcas que nos
llevan directamente a un cerro.

-Efectivamente- contestó Teo- tienes razón en una cosa, pero déjame explicarles cómo está el
asunto.
La población a la que tenemos que llegar lleva el nombre de “San Miguel Canoa” y se encuentra en el
estado de Puebla, y sí, efectivamente, una vez que lleguemos allí seguiremos las pistas que nos
conducirán no a un cerro más bien es un volcán.

Jacinto y Manuel miraron extrañados a Teo, éste al notar su desconcierto prosiguió.


-Pero no se desanimen, éste volcán del que hablo está extinto, es decir, hace miles de años que se
secó su cráter, y no es tan alto como otros, así que no tendremos que llevar equipo para el frío, ni
equipo para escalar, puesto que por las investigaciones que realicé, se puede llegar fácilmente a la
cumbre subiendo por el pueblo de “San Miguel” ya que la población se encuentra en las faldas del
volcán.

El entusiasmo regresó a la cara de Jacinto y Manuel, parecía más fácil de lo que habían imaginado
sin embargo, Jacinto comentó que necesitaban tal vez una semana para hacer los preparativos para
el viaje, pues le tendrían que avisar al Patrón de la hacienda que se ausentarían por una temporada,
además, tendría que ir a visitar a su cuñada la cual vivía en una población cercana para encargar a
sus tres hijos mientras él se encontrara ausente y tendría que dejarles algo de dinero para la comida.
Manuel estuvo de acuerdo con Jacinto, era cierto que él no se había casado, pero ayudaba con su
trabajo para el mantenimiento de sus hermanos más chicos y sus padres.

Así que decidieron esperar una semana para emprender el viaje, por lo mientras, harían los
preparativos para su salida, pensaron en abordar un tren que los llevara directamente a la ciudad de
Puebla, y de ahí proseguirían su camino alquilando unos caballos para llegar al pueblo de “San
Miguel Canoa”

Sus planes fueron perfeccionados durante todo el día domingo, habían echo planes para llevar
equipo, alimentos y algunas herramientas que necesitaran pero que no les fueran muy estorbosas,
así que incluyeron palas, picos y una soga grande por si fuera necesaria.

Terminados los proyectos, habían quedado muy satisfechos con lo planeado, sin embargo, a
mediados de semana, Teo buscó a Jacinto y a Manuel con urgencia pues tenía que comunicarles
algo que cambiaría por completo sus planes.
Esa noche, reunidos los tres en casa de Jacinto, Teo les explicó que había llegado un periódico al
pueblo, el cual narraba que las cosas en la ciudad de Puebla estaban que “ardían” pues el gobierno
encabezado por Díaz, había sofocado con armas un levantamiento en plena capital de Puebla,
encabezado por unos hermanos de apellido Serdán, a quienes en su mayoría habían dado muerte,
dejando vivas solamente a algunas mujeres, y que al crearse ese ambiente hostíl y peligroso, nadie
confiaba en nadie, que había levantamientos, saqueo y muerte por todo el estado y la reunión que
había solicitado era para saber qué decisión tomaban.

Estuvieron discutiendo un sinfín de alternativas, hasta que llegaron al acuerdo de que ya tenían casi
todo listo para salir, ya contaban con el permiso del Patrón para ausentarse, y habían hecho arreglos
para el cuidado de los hijos de Jacinto, y si bien era peligroso viajar en esas circunstancias por tren,
tendrían que hacerlo de otra manera así que irían disfrazados como campesinos que comercializaban
sus productos de un pueblo a otro.

Y llegado el fin de semana, emprendieron el viaje, cada uno iba montado en un caballo con el equipo
necesario, aparte llevaban tres mulas de carga a las cuales les habían colocado unos costales
rellenos con papel, únicamente los querían para despistar a los curiosos de las poblaciones por
donde pasaran.
-Cuántos días nos llevará el recorrido- preguntó Manuel al montar a su caballo.
-De ocho a diez días- respondió Teo- todo depende de las circunstancias que nos encontremos en el
camino, así que pongámonos en manos de Dios para que él guíe nuestro destino.
Los tres empezaron a cabalgar en silencio, cada uno iba sumido en sus propios pensamientos, pero
parecían ser los mismos porque no sabían qué encontrarían en el camino, no sabían si serían
interceptados por bandoleros o por soldados federales, no sabían qué iban a encontrar y lo más
importante que les preocupaba era que no sabían si regresarían con vida.

Viajaban con calma, sin prisas, observaban el horizonte por si llegaban a divisar alguna tropa o
alguna partida de bandoleros, de vez en cuando Teo rompía el silencio con su armónica, Jacinto y
Manuel seguían la tonada silbando tranquilamente.

Al tercer día de viaje, empezó a llover a cántaros, no previendo lluvia, no llevaban jorongos, así que
buscaron un lugar para refugiarse de las inclemencias del tiempo.
No pudiendo hacer una fogata, encontraron refugio en unas rocas que sobresalían al pie de una
montaña las cuales les proporcionaron abrigo temporal, desensillaron sus caballos y se dispusieron a
pasar la noche.

Cuando la lluvia cesó casi al amanecer, decidieron continuar el viaje, no habían avanzado mucho
cuando de repente se oyó un grito salido de una arbolada cercana a ellos.
-¡ Alto ahí bola de indios mugrosos!
Los tres quedaron paralizados, no esperaban ese contratiempo, por un momento pensaron en huir,
pero como no sabían cuántas personas los emboscaban, decidieron alzar las manos en señal de
rendimiento.

De entre los árboles salieron en ése momento un pelotón de soldados federales y acercándose a
ellos lentamente, y sin dejar de apuntar, preguntó el que parecía que llevaba el mando
-¿Dónde escondieron el botín robado?, bola de jijos...
-Se equivoca Usted, nosotros somos gente de bien y no hemos hecho nada malo- respondió Jacinto
sin bajar las manos- vamos vendiendo mercancías de pueblo en pueblo.
-Estos no son mi Capitán- se oyó decir a espaldas del que había preguntado primero.
-Tas´ seguro? – volvió a interrogar el capitán.
-Sí mi Capitán, a los que yo vide estaban armados hasta los dientes- respondió el aludido.
-Ta´ bien- respondió el Capitán- pueden bajar las manos

Los tres compañeros bajaron las manos y entonces Manuel se atrevió a preguntar:
-Pos´ a quién andan buscando?
-A unos bandoleros que asaltaron la diligencia que se dirigía a la Capital- respondió el Capitán.
-Pos´nosotros no hemos visto a naiden- terció Jacinto.
-Puede que tengan razón- dijo el Capitán- pero se me hace muy sospechoso que anden ustedes en
éste paraje desolado y alejado de la civilización, si no tuvieran nada que esconder, andarían por
caminos más seguros, así que yo no me ando fiando de nadie, bajen de sus monturas que los vamos
a revisar, y si encuentro que me han dicho una mentira, se atendrán a las consecuencias- terminó
diciendo el Capitán en un tono amenazador.

Los tres quedaron sorprendidos, sabían bien que si revisaban la carga, lo único que encontrarían
serían los costales llenos de papel y eso levantaría sospechas del Capitán pensando que tal vez
fueran espías o peor aún que fueran cómplices de los asaltantes lo que les daría el motivo para
fusilarlos ahí mismo.

Lentamente bajaron de su montura Teo y Jacinto, Manuel se mantenía arriba de su silla de montar
como esperando un milagro venido del cielo.

Se disponía a bajar, cuando sonó un disparo proveniente de la arboleda por donde habían salido los
soldados
El Capitán cayó estrepitosamente al suelo, tenía una bala en la nuca, al caer se preguntaba todavía
qué había sucedido, pero la respuesta no le llegaría nunca.
El pelotón tomado por sorpresa, y viendo muerto a su jefe no reaccionaron a tiempo, así que para
cuando voltearon a responder la agresión ya era demasiado tarde y fueron cayendo llenos de balas y
privados de la vida.

Cuando pudieron salir de su asombro, Jacinto y sus compañeros observaron salir de los árboles a
sus salvadores.
-No teman compas´ - les dijo uno de ellos- éstos sardos ya pasaron a mejor vida, y pos´ tan´ más
muertos que la mesmésema muerte.
Como si acabara de contar un chiste, sus seis acompañantes empezaron a soltar la carcajada.
-Pos´ los tríbamos bien cerquita- murmuró otro de ellos
-Lo que no esperaban éstos sardos jijos.... fuera que nos trepáramos a los árboles ancina como
purititos changos y esperar a que pasaran para acabar con ellos-dijo un tercero.
-Eso les pasa por andar de lambiscones y limpia cacas- volvió a decir el primero
¿Ustedes son a quienes buscaban? – preguntó Teo.
-Mesmamente a nosotros, por dizque asalta diligencias- respondió el que parecía ser el jefe de ellos.
-Sí pero, pos´ la verdá sí juimos nosotros- se atrevió a responder otro de los bandidos y empezaron a
reír nuevamente a carcajadas.
-No la hubiéramos agarrado contra ellos, si tuviéramos que darle de comer a nuestras viejas y
chamacos- comentó el más viejo de ellos.
-Sí, con eso de los problemas del gobierno, nos echan la culpa a nosotros y no nos pagan por nuestro
trabajo- respondió el más joven de ellos.
-Si no hubiéramos llegado a tiempo, segurito que los mataban, así sin más ni más- dijo el primero
ignorando el comentario de sus dos secuaces.- estos gueyes solo necesitaban un pretexto para
justificar su paga.
-y después de todo esto ¿qué los trai por aquí compaitos? Volvió a preguntar el más viejo.

Sintiéndose más tranquilos, Jacinto volvió a comentar lo que había dicho al Capitán solo que esta vez
le aumentó que se habían desviado y perdido del camino a causa de la lluvia del día anterior.

Teo y Manuel se miraron a los ojos como preguntándose ¿de dónde diablos le salían tantas mentiras
a su amigo?

Si bien el que parecía ser el jefe sólo creyó parte de la historia de Jacinto, no entró en sospechas
porque pudo ver que eran personas iguales a ellos, y que si andaban por ahí, sus motivos tendrían.

Los invitó a que se tomaran un almuerzo con ellos, después de que les ayudaron a enterrar a los
soldados muertos y tal vez los hubieran dejado ahí tirados si no fué así, fué porque el jefe no quería
“levantar sospechas” ante las autoridades y pensaba que si no encontraban cadáver alguno, sus
superiores pensarían que habían desertado y no habría investigación alguna.

Al terminar el almuerzo los perseguidos por la ley se despidieron de ellos advirtiéndoles de tener
cuidado en los caminos solitarios, que para la próxima no estarían cerca para ayudarles.
Al renovar su marcha los tres estuvieron de acuerdo, tendrían que ser más cuidadosos pues habían
sido testigos de lo que les podría pasar a ellos en si se encontraban en el bando equivocado.

Avanzaron cuatro días más, su retardo se debía en parte al mal tiempo y otra causa era que habían
decidido cabalgar por la noche, donde pasarían más desapercibidos en caso de que hubiera por la
zona alguna tropa federal o algunos bandoleros, sólo se permitían entrar a algún pueblo para
preguntar dónde estaban y cuánto les faltaba por llegar.
Así que en cada población por donde se detenían Jacinto y sus amigos podían ver que no eran los
únicos que pasaban hambre, pues en cada lugar que recorrían encontraban la misma miseria y
pobreza que en su pueblo.

Teo al ver la forma de vida de las personas comprendía el porqué del levantamiento de armas, el
porqué arriesgar la vida si no tenían nada que perder y sí mucho por ganar, se preguntaba si era
necesaria aquella violencia, se preguntaba cuándo terminaría y si serviría realmente para algo el
sacrificio de tanta gente inocente muerta en batallas o en saqueos, se preguntaba ¿cómo podría él
ayudarlos?

-Miren, hemos llegado- gritó casi a voz de cuello Manuel al adelantarse por sobre una colina
-Tienes razón- dijo Jacinto- desde aquí se ve la capital de la ciudad de Puebla.
La cuestión está – empezó a decir Teo- de que no entraremos a la capital, tendremos que seguir de
frente, acampemos aquí por un rato para continuar por la noche, además desde aquí podemos
observar cuales de los caminos son menos transitados y cuál es el que nos conviene seguir.
Dicho esto procedió a bajarse del caballo para descansar y soltar un rato a las mulas para que
pastaran un rato, sus compañeros hicieron lo propio, sin embargo, los tres no pudieron descansar ni
un minuto, la emoción los embargaba al saber que faltaba poco para llegar.

Casi estaba por caer la noche, cuando Teo dijo a sus amigos que iría a la Capital de Puebla para
asegurarse por dónde tendrían que seguir, quedaron en encontrarse a la media noche a las afueras
de la ciudad.
Cuando Teo regresó, dijo a sus amigos que efectivamente, estaban en el camino correcto, que desde
ahí se podía ver el volcán de la Malintzi como le habían dicho, así que guiados por su figura,
siguieron recorriendo los pocos kilómetros que faltaban.

Llegando al pueblo de San Miguel Canoa, casi al amanecer, se internaron a él para poder desayunar,
en el poco tiempo que permanecieron ahí, se percataron de que los habitantes del lugar eran gente
hosca y desconfiaban de todo extraño que se acercara a sus dominios, por lo que decidieron partir lo
más pronto posible sin querer despertar sospechas.

Saliendo del pueblo, se dirigieron a la cima del volcán sin rumbo fijo pero con los ojos bien abiertos
tratando de encontrar una señal, a mediodía se sentaron al pie de una roca para almorzar y tomar
agua.
-No tenemos mucho tiempo -empezó a decir Manuel- contando desde el día que salimos hasta el día
que nos permitió el patrón regresar tendremos solo cinco días pa´encontrar alguna mendiga señal y al
paso que vamos no vemos ni pa´ cuando terminar.
-No desespéres Pérez -dijo Teo- toma en cuenta que después de lo que nos ha pasado y haber
llegado hasta aquí no está tan mal.
-Es cierto- terció Jacinto- si bien tenemos cinco días pa´no despertar sospechas aún podemos
aprovecharlos.
Y sin decir más terminaron con su comida, estaban a punto de reiniciar el camino cuando de pronto
Jacinto advirtió un símbolo que aparecía en el pergamino de piel ya que lo había memorizado por
completo.
¡Hey, vean eso! -dijo emocionado- señalando un par de rocas que parecían estar una encima de la
otra y sus proporciones eran enormes a simple vista.
-Vaya- exclamó Manuel- parece que ahora sí la Divina Providencia está de nuestra parte.
-Tienes razón- terció Teo- éste encuentro no fue casual, fue la mismísima mano de Dios lo que nos
hizo detenernos en el lugar donde empiezan las señales que nos conducirán al sitio exacto.
Los tres casi al unísono se dirigieron rápidamente a aquellas rocas, al examinarlas con detenimiento
se percataron que por la posición en que estaban una de sus caras daba la impresión de estar
señalando hacia otro lugar.
-Sí – volvió a decir Jacinto- este es mesmesimamente el inicio del recorrido, ahora tendremos que ir
con cuidado a ojo pelón y buscar las demás señales, así que apúrensen.
-Antes de proseguir- comenzó diciendo Teo- me gustaría que dijéramos una plegaria dándole gracias
a Dios por llegar hasta aquí, para que todo nos salga bien y para que encontremos lo que
encontremos sigamos con nuestra amistad.

Jacinto y Manuel estuvieron de acuerdo, así que los tres quitándose el sombrero empezaron a rezar.
Terminando la oración, montaron otra vez y se dirigieron hacia donde apuntaba la cara de la roca
para proseguir su búsqueda.

Conforme iban avanzando, el camino empezó a dificultárseles un poco ya que la temporada de lluvias
parecía haberse adelantado y tenían que caminar ellos y sus animales por zonas completamente
anegadas de agua y que al ir avanzando entre ellas sus huaraches se llenaban de lodo lo que los
retrasaba más.

Sin embargo habían avanzado lo suficiente como para encontrar más señales en el camino lo que
aumentaba su entusiasmo.

Se dispusieron a pasar la noche en un señal que encontraron antes de que anocheciera


completamente y continuar con su búsqueda al día siguiente pues sólo faltaban tres señales más
para llegar a su objetivo.

-Pos´ esto es más fácil de lo que parecía- empezó diciendo Manuel al otro día por la mañana, cuando
se encontraban desayunando.
-Si seguimos a este paso- dijo Jacinto- estoy seguro que en una noche más y llegamos a nuestro
objetivo.
-Oye tú- replicó Manuel- si no está muy lejos la cumbre ¿cómo diablos vamos a tardar tanto?
-Pues acuérdate que tenemos que ir buscando las señales- intervino Teo- y eso ha sido cosa fácil
hasta ahora, pero no sabemos si encontraremos otras fácilmente.
-Tienes razón- dijo Manuel- eso no lo había pensado, así que no tarden, apúrensen pues tenemos los
días contados para estar aquí.

Siguieron buscando las señales hasta pasado del mediodía cuando encontraron la penúltima señal,
desconcertados observaron que ésta señalaba hacia una barranca en la cual no podrían entrar los
animales de carga.

Decidieron por lo tanto dejar a los animales ahí en donde estaban y se dirigieron hacia la barranca
con sus herramientas y la soga.
El camino era difícil y peligroso, ya que si bien se podía pasar sin necesidad de escalar, el paso que
existía estaba al borde del precipicio, lo que les hacía asegurarse donde iban a poner el siguiente
paso antes de avanzar.
Habían caminado una docena de metros cuando Jacinto advirtió que se aproximaba mal tiempo así
que era peligroso permanecer ahí, pues si los alcanzaba la noche en esas circunstancias no tendrían
oportunidad de sobrevivir.
Una vez que Jacinto explicó sus temores, regresaron con el mismo cuidado con el que habían
empezado.

Y ese día por la noche, cayó una fuerte lluvia y bajó demasiado la temperatura por el fuerte viento, los
amigos se preguntaban si podrían continuar al siguiente día.

No conocían la región, es por eso que no podían saber a ciencia cierta el comportamiento del clima
en ésa región así que se alegraron cuando amaneció con un viento frío pero había dejado de llover y
el cielo se encontraba despejado.
No desayunaron ese día, partieron inmediatamente porque no sabían si se presentarían las mismas
condiciones meteorológicas del día anterior.
Tardaron cerca de dos horas en llegar al final del camino, no podían seguir más, ahí terminaba el
angosto camino y empezaba el precipicio.
-Pos´qué clase de broma es ésta- empezó a decir Manuel
-No lo sé compadre- contestó Jacinto- no creo que haigan echo todas esas mendigas señales sólo
para llegar al precipicio.
-Tienes razón en eso -convino Teo- descansemos un momento antes de perder la calma y pensemos
en qué hacer.

Los tres se sentaron en hilera, uno junto a otro, casi no hablaban, las pocas palabras que salían de
sus bocas eran de frustración y coraje pues pensaban que el viaje había resultado un fracaso.
-Voy a echar una miada- dijo Manuel, así que se levantó y se acercó al borde del precipicio.
Estaba terminando de hacer su necesidad cuando por casualidad al alzar la cara vió entre unos
matorrales que se encontraban por arriba de sus cabezas algo que apenas si se distinguía y fue lo
que llamó su atención.

-Ora pos esto qué será?-pregunto Manuel en voz alta.


Jacinto y Teo se pusieron inmediatamente de pie y preguntaron a Manuel qué había visto.

Este señaló hacia el lugar y los tres se quedaron observando el descubrimiento


-Parecen unas argollas- dijo Jacito
-Sí mesmamente es lo que parecen –respondió Manuel.
Después de pensarlo un corto tiempo, fue Teo al que se le ocurrió que por aquellas argollas podrían
deslizarse hacia abajo y continuar con la búsqueda.
Les propuso que uno se amarraría la cuerda a la cintura mientras que los otros dos lo sostendrían y
bajarían con cuidado y en caso de presentarse un contratiempo lo subirían rápidamente.
Los dos amigos estuvieron de acuerdo con la idea de Teo, así que lo echaron a la suerte.
Le tocó bajar a Jacinto no sabía si había sido buena o mala su suerte, lo único que contaba es que
ya tenía puesta la cuerda y lo empezarían a bajar sus amigos.
Se santiguó y empezaron a deslizarlo poco a poco, lo habían deslizado unos seis metros cuando
Jacinto gritó a sus amigos que lo detuvieran.

Al oír a Jacinto, detuvieron la cuerda y la aseguraron con otro amarre a las argollas y se asomaron al
precipicio para ver la causa por la que se había detenido Jacinto.
-¡aquí hay algo!- gritó hacia arriba Jacinto- pásenme un machete para quitar estas ramas y poder ver
mejor.

Inmediatamente descolgaron a Jacinto lo solicitado y esperaron las instrucciones de su amigo.


-pos´ aquí hay una cueva natural- dijo al fin Jacinto- me deslizaré pa´ dentro así que váyanme
soltando la cuerda poco a poco.
Los dos de arriba procedieron a soltar un poco más la cuerda, casi no oían a su amigo, y no estaban
seguros si la cuerda alcanzaría lo suficiente para tocar piso.

De repente la cuerda que colgaba de Jacinto aflojó su tensión e inmediatamente se oyó un grito que
retumbó por toda la barranca.
Asombrados Teo y Manuel pensaron que su amigo se había desplomado al precipicio, empezaron a
tirar hacia arriba la cuerda, se sorprendieron que volviera a tensarse así que Teo dijo a Manuel que
se asomara para ver que había pasado.
-¡Virgen Santa lo encontramos! –gritaba Jacinto de gusto al mismo tiempo que gritaba y reía.
¡súbanme pa´que vean esto, no lo van a creer!
Teo y Manuel se apresuraron a subir al amigo, en cuanto estuvo arriba, mostró a sus amigos que sus
bolsillos iban repletos de monedas de oro, así como diferentes variedades de joyería en oro y plata
con incrustaciones de piedras finas
¡Somos ricos! – gritaban una y otra vez y volvían a pasarse las cosas encontradas por Jacinto.
Al mismo tiempo Jacinto los observaba divertido, compartía la emoción que sentían sus amigos, pero
parecía guardar un secreto que los otros ignoraban, así que cuando se calmaron un poco les dijo:
-Y eso no es nada comparado con lo hay allá abajo –dijo emocionado.
-qué quieres decir? preguntaron más intrigados.
-Allá abajo- comenzó a decir Jacinto- hay un cerro enorme de éstas cosas, les aseguro que las
bestias que trajimos no serán suficiente para sacar todo el oro.
Teo y Manuel volvieron a dar gritos de alegría e inmediatamente hicieron planes para sacar el tesoro
escondido.
Una y otra vez fuero bajando por turnos, en cuanto subían con lo encontrado lo guardaban en los
morrales que llevaban, en cuanto estuvieron llenos decidieron regresar a donde habían dejado a sus
animales para vaciar el contenido de los sacos y rellenarlos con el oro y las joyas.
La tarea fue pasada y difícil, pero la emoción que los embargaba les hacía olvidar el cansancio y la
fatiga, fue al caer el sol cuando decidieron descansar y continuar al día siguiente.

Por la emoción casi no pudieron dormir, se les hizo eterna la noche, pero en cuanto amaneció
acercaron lo más posible a sus bestias de carga y prosiguieron con el acarreo.
Estuvieron acarreando el oro y la joyería casi todo el día, pero al final del día se dieron cuenta de que
los costales estaban completamente llenos y como había dicho Jacinto, no habían sacado ni la mitad
del tesoro.
Ya no tenemos tiempo –dijo al fin Teo- ni tenemos más animales que cargar, no podemos cargar los
caballos puesto que nos quedaríamos sin medio para salir de aquí y regresar a nuestro pueblo con
rapidez.
-Tienes razón – contestó Manuel- pero a poco vamos a dejar aquí todo lo que falta?
-No nos queda mas remedio- intervino Jacinto- con lo que llevamos seremos ricos el resto de
nuestros días.
-Pos´ sí – insistió Manuel – pero después de tanto trabajo y penurias que pasamos no es justo que se
quede aquí lo que falta.
-No importa- repuso Teo- tendremos la vida por delante para regresar por lo que dejamos, además
necesitamos irnos antes de que los individuos del pueblo de Canoa vean que andamos todavía por
aquí y vengan a sacarnos a puros plomazos.
-Pos´eso ya hasta se me había olvidado- dijo Manuel.
-Carguemos todo a los animales-dijo Jacinto y hoy por la noche decidiremos qué hacer.
Y así lo hicieron, regresaron a donde habían acampado y por la noche no durmieron, la primera razón
era vigilar el tesoro encontrado, la segunda fue para ponerse de acuerdo con lo que iban a hacer.
Hablando cada uno por turnos como habían convenido para exponer sus ideas, llegaron a la
conclusión que tendrían que retirarse al despuntar el amanecer, acordaron regresar por donde habían
iniciado la búsqueda, pero que para evitar que alguna otra persona encontrara las señales en el
camino y los condujera al tesoro, decidieron destrozarlas y únicamente guardarlas a la memoria
independientemente del pergamino que llevaban lo que les serviría como guía cuando quisieran
regresar.

Así lo hicieron, en cuanto amaneció regresaron por las señales encontradas y las destruyeron con los
picos y las palas que llevaban, únicamente quedó en pie la primera señal y eso habían convenido en
dejarla para no acercarse demasiado al pueblo, así que antes de finalizar desviaron su camino para
evitar encuentros no deseados.

De regreso a su pueblo, todo les fue más fácil, así que a pesar de ir cargados, regresarían antes de lo
esperado, pues las lluvias y el mal tiempo se habían detenido .
No se toparon con nadie en el camino de regreso pues para estar seguros de no ser vistos y que les
robaran su cargamento y los mataran, habían decidido que uno se adelantaría un par de kilómetros
mientras los otros dos, llevaban con cuidado su preciado tesoro. Así que si ocurría algún
contratiempo tendrían tiempo suficiente para ser advertidos y esconderse y lo hicieron así un par de
veces y que por fortuna les funcionó muy bien la estrategia.
Faltaba medio día para llegar al pueblo que los vio nacer, cuando Teo les dijo a sus amigos que había
tomado una decisión, lo había pensado cuando estuvo cargando en las mulas el tesoro, y ya sabía
qué hacer con su parte.
-Nosotros necesitamos el dinero- comenzó a decir- pero también la gente humilde, sé que mi decisión
les parecerá un poco descabellada, pero he decidido unirme a las filas del “General Zapata” , tal vez
con lo que llevo sirva para algo y realmente se propicie el cambio que el país necesita, así que con mi
parte repartiré dinero a las esposas de los que han tomado las armas, así sus hijos no pasarán
hambres ni penurias, lo que sobre lo ocuparé para comprar armamento necesario para los
revolucionarios, ya que ahora la pelea es dispareja, ellos llevan machetes y hondas y reciben una
lluvia de plomo, y aún así siguen luchando, eso es lo que yo llamo valentía de hombres de verdad y
no de ésos que dicen mucho pero se quedan atrás de un escritorio, además el sueño que tuve me
hizo pensar que por las experiencias que hemos tenido y de ver por los pueblos donde hemos
pasado sumidos en el abandono y la miseria, tal vez ésa sea mi misión de ayudar a quien me
necesita.

Los dos amigos quedaron asombrados por las palabras de Teo no hubo argumento que le hiciera
cambiar de opinión, así que los tres se detuvieron unos momentos para despedirse.
-Gracias por todo- empezó diciendo Teo- agradezco a ti Jacinto y a ti Manuel la confianza que
tuvieron para hacerme partícipe de su secreto y compartirlo conmigo.
-Pos´ antes de irte- respondió Jacinto- quiero hacerte partícipe de encontrar lo que falta así que
echando pénsulas , yo también saqué mis conclusiones.
Y diciendo esto sacó de entre sus ropas el viejo pergamino de piel y les dijo a sus amigos:
-´Orita tenemos con que gastar, pero quién sabe al rato, y como la aventura la compartimos nosotros
tres, creo que es justo que también repartamos este mapa en partes iguales y lo empezó a cortar en
tres parte, a cada uno le dio un pedazo con la condición de hacerlos jurar que no dijeran nada a nadie
a costa de su vida y que si un día tuvieran la necesidad de regresar a sacar el tesoro, se buscaran y
se juntaran otra vez los tres para compartir el tesoro escondido.
Los tres se abrazaron fuertemente y cada uno juró por su vida que cumplirían el juramento echo a
Jacinto, y sin decir más palabras se despidieron los tres amigos.
Jacinto y Manuel vieron como se alejaba Teo, en busca de su propio destino.

Al llegar a su pueblo, lo que encontraron fue completamente escalofriante, casi no quedaba ninguna
casa levantada en pie, había pocos sobrevivientes, alarmados se dirigieron a la casa de Manuel sólo
para comprobar que no quedaba nada de su familia ni de su casa, el golpe moral que recibió Manuel
fue terrible, pues se enteró que el gobierno había mandado a los soldados a darles un escarmiento a
la gente que se había levantado en armas, y que al no encontrar a ningún revolucionario allí pues
habían huído al monte, se desquitaron con todo aquel que encontraron a su paso, dando muerte a
personas ancianas, mujeres y niños además de incendiar todo el pueblo y las pocas personas que
escaparon de la masacre no tenían cómo vivir.

Manuel estuvo sollozando un buen rato, todo su sacrificio había sido en vano, él esperaba regresar y
compartir la fortuna con su familia, Jacinto le dijo a su amigo que estaba un poco más calmado que
se fueran de ahí, que iniciara una nueva vida en otra población, que si quería lo podía acompañar a la
población donde había mandado a sus hijos y rehiciera su vida, ahora que si bien no tenía familia,
podría al menos cambiar su porvenir.
Meditándolo un rato, Manuel dijo a su amigo que no, agradecía su gesto, pero sería mejor quedarse
en el pueblo y el dinero lo ocuparía en su reconstrucción que si bien eso no iba a resucitar a nadie,
podría al menos volver a darle vida al pueblo y sus padres estuvieran donde estuvieran estarían muy
orgullosos de él.
Jacinto se despidió entonces de su amigo, él también estaba preocupado por lo hubiera podido
ocurrirle a su familia, los dos se despidieron con lágrimas en los ojos y Manuel dijo que quedaría con
él eternamente agradecido, recordaba la promesa echa no sería falto de palabra para cumplirla.

Jacinto se alejó lo más rápidamente posible del pueblo, ahora estaba solo y apresuraba su caballo y
su mula para llegar lo más rápidamente posible donde se encontraban sus hijos.

Su destino había cambiado completamente a su regreso pues sus hijos se encontraban bien, no
había motivos para regresar a un pueblo que estaba en ruinas y quién sabe cuánto tiempo se
tardarían en su reconstrucción así que decidió establecerse en ese nuevo pueblo, empezar una
nueva vida, pero ahora tenía dinero suficiente y lo utilizaría en la educación y mantenimiento de sus
hijos para que nunca más pasan hambre y pobrezas.

Habían pasado cerca de cuarenta años, ahora Jacinto ya estaba viejo, los años no le habían
perdonado el paso del tiempo y casi si no podía ver, sus hijos hacía tiempo que habían abandonado
la casa paterna, los tres habían estudiado en la Capital de México y establecido ahí su residencia.

De vez en cuándo visitaban a Jacinto, el cual no quiso salir de ahí, pues como decía “yo pertenezco
aquí, no tengo por que ir a ningún lado”
Sin embargo, algunas veces recordaba a sus dos amigos y se preguntaba que había sucedido con
ellos, así que un día decidió que antes de morir se reunieran los tres para conmemorar el día de su
descubrimiento.
Ahora no era un simple peón de hacienda, ahora él era el patrón y podría darse el lujo de descansar
unos días para visitar a su amigo Manuel y buscar la forma de encontrar a Teo.

Dispuso a uno de sus empleados que preparara la camioneta para dirigirse al pueblo donde residía
Manuel.

Una vez preparada partió en compañía de su chofer y a mitad de mañana se encontraba ya en la


población donde había dejado a Manuel.
El pueblo estaba verdaderamente cambiado, habían llegado hasta él las modernidades y
comodidades de una pequeña ciudad y Jacinto se preguntaba cuánto habría influido su amigo para el
cambio del pueblo.
Sin embargo al preguntar por el nombre y apellido de su amigo, nadie le pudo dar información, lo
único que le dijeron fue que se dirigiera a la iglesia del pueblo, pues el párroco era de los pobladores
más viejos de la región y podría darle santo y seña del desconocido que buscaba.
Al llegar con el sacerdote, Jacinto preguntó a éste por su amigo, el párroco hizo un esfuerzo por
recordar pero habían pasado tantos años que no sabía exactamente de quien se trataba, fue cuando
Jacinto empezó a contar al párroco de la ayuda que prestaría su amigo en la reconstrucción del
pueblo cuando se acordó de él.
-Ahora que lo mencionas hijo mío- empezó a decir el cura- sí ya me acordé de quien era él.
Contó a Jacinto que la gente del pueblo a pesar de haber sido ayudada por Manuel, también fue muy
malagradecida, pues en cuanto vieron dinero de por medio, unos revolucionarios que habían
regresado al pueblo lo habían torturado para saber de dónde había sacado tanto dinero, como
Manuel no habló nunca ni dijo cómo lo había conseguido los maleantes terminaron por matarlo
robándole todo lo que llevaba huyendo del pueblo.
No había sido sino hasta el tercer día que encontraron su cadáver amarrado a una silla con signos de
tortura y le habían dado cristiana sepultura en el panteón del pueblo, pero como no tenía pariente que
lo visitara, después de varios años se había perdido la lápida que marcaba donde reposaban sus
restos.
Y por último le dijo que si el pueblo ahora se veía diferente y empezaba a prosperar era a causa de
que tendrían una visita del señor gobernador, y aunque no había nacido ahí, quería ganarse la
confianza y apoyo de los ejidatarios de la región para sus fines políticos.
Jacinto quedó abrumado por la noticia, casi ya no puso atención a las últimas palabras del sacerdote,
nunca se perdonaría el haber dejado a su amigo a manos de ese fatal destino, sin embargo pensó
aún en buscara Teo, así que habló por teléfono a su pueblo para avisar que se ausentaría por unos
días más de los previstos.

Partió en busca del pueblo en donde sabía era originario el “General Zapata”, si bien su movimiento
revolucionario había concluido con su muerte, pensaba Jacinto también las esperanzas de cambiar
algo en el país habían desaparecido con él y si bien su nombre había pasado a formar parte de la
historia su movimiento no cambió la vida de las personas de campo, esperaba con incertidumbre
saber el destino que había corrido su amigo.
Llegando a la población buscó por todos lados en donde le indicaban que seguían vivos algunos de
los revolucionarios que habían combatido junto a su “General Zapata” sin embargo de lo único que se
pudo medio enterar fue que efectivamente, había llegado a sus filas un desconocido del cual no
recordaban su nombre y había ayudado a la población a mantenerse con alimentos y parte del dinero
que llevaba lo gastó en armamento para el movimiento, pero había sido como al segundo mes de su
llegada cuando fueron interceptados por un grupo de soldados federales y el forastero había caído
gravemente herido, no recuperándose de sus heridas fatales.

Al irse alejando de la población lágrimas de tristeza bajaban por el rostro de Jacinto, sus dos amigos
habían muerto, se preguntaba qué hubiera sido de su destino si no hubieran realizado aquella
búsqueda que le modificó por completo sus vidas, ahora ya nada quedaba, él no podría recorrer sólo
el camino para buscar el tesoro escondido, sus amigos se habían llevado el secreto a la tumba,
únicamente conservaba el pedazo de piel con unos extraños signos que no podía ver bien, y después
de tantos años con el paso del tiempo era seguro que el panorama que ellos conocieron se hubiera
modificado, así que no teniendo a sus amigos junto y al no recordar el camino que siguieron pues
habían destruido las señales, el pergamino no servía para nada.

Sacando la mano por la ventanilla de la camioneta, arrojó el pedazo de piel por el camino, dos
lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas dejando atrás una aventura jamás contada.

FIN.

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