Está en la página 1de 4

Los beneficios de la guerra

Los beneficios de la guerra eran una preocupación de los políticos que comenzaron a cobrar
algunos impuestos, como la imposición fiscal al exceso de beneficios.

Sin embargo, desde una perspectiva global, a los trabajadores les fue mejor que a los inversores,
dice Mark Harrison. "Había pleno empleo y una alta demanda de trabajo, lo que aseguró no solo
que se incrementaran las ganancias de los empleados, sino que disminuyese la desigualdad
salarial. Y la guerra también supuso que se disparara la inflación".

Pero no todos estaban cómodos con que se hiciera dinero en medio de la pérdida de vidas.

Y la mayoría de los intereses comerciales estaban en contra de la guerra, argumenta Harrison.

"En la década de 1920 fue cuando surgió el mito extendido, especialmente en Alemania y Estados
Unidos, de que la guerra era creada por plutócratas que sólo querían hacer dinero de vender
armas".

"Pero tan pronto como la guerra acabó, estaban tan débiles que no pudieron frenar a los políticos
del mundo de hacer grandes recortes en el gasto militar y volver a los niveles que estaban antes de
la guerra", apunta.

Multa a los beneficios

El exceso de beneficios que se creía que podía dañar a la gente era castigado fuertemente.
El diario  Western Daily Press informó en noviembre de 1917 que el británico Henry Thompson fue
multado con 1.800 libras (equivalentes a unas 90.000 libras de hoy -más de US$146.000-) por
vender papas por encima del precio máximo permitido.

A esta amenaza le sacaron el máximo provecho las cooperativas de la época.


En enero de 1918, un anuncio en el Edinburgh Evening News decía que "el movimiento
cooperativista es el enemigo confeso del exceso de beneficios".

Otros cambios en la vida comercial británica fueron más nacionalistas o extraños, afirma Terry
Charman.

Despido de empleados

Por ejemplo, tener un nombre que sonase alemán como Schweppes era malo para los negocios y
muchas compañías hicieron una declaración para dejar patente que eran británicas.

"Lyons Tea demandó a Liptons sugiriendo que su dirección era alemana. Bovril aclaraba en sus
anuncios que la gerencia de la empresa era completamente británica y que siempre lo había sido",
explica, mientras que hoteles y restaurantes aseguraban haber despedido a todos sus empleados
alemanes y austriacos.

A algunos trabajadores de EE.UU., la guerra los ayudó a recibir un tratamiento más favorable por
parte de las autoridades, dice Hugh Rockoff, profesor de economía de la Universidad de Rutgers.

"Muchos afroamericanos pudieron desplazarse al norte y al centro del país para trabajar en
industrias, un gran beneficio para ellos, pese a que debían enfrentar gran antagonismo que a
veces acababa en enfrentamientos a causa de la raza", dice.

Además, el prestigio del movimiento sindical aumentó y participó en la formación de una política
de salarios, recuerda Rockoff.

Mientras Reino Unido iba invirtiendo más dinero en la guerra, los miedos iniciales del gobernador
del Banco de Inglaterra de entonces, Walter Cunliffe, fueron aumentando. Días antes de que Reino
Unido entrara al conflicto, le dijo al entonces ministro de Finanzas Lloyd George que el distrito
financiero se oponía "totalmente" a la guerra.

Y al otro lado del Atlántico, la industria que más se benefició fue la de las finanzas y la
preponderancia de EE.UU. prevaleció incluso después de la Gran Depresion de 1929.

"Antes de la guerra, Estados Unidos era una nación deudora y el centro financiero del mundo
estaba en Londres", explica Hugh Rockoff.

"Después de la guerra, EE.UU. se convirtió en acreedor y el centro financiero mundial pasó a estar
en Wall Street."

El origen oscuro de las marca

En 1908, la Ford Motor Company lanzó el famoso Modelo T, un coche sencillo, popular y barato,
que alcanzaba una velocidad máxima de 72 kilómetros por hora. Con esta versión, Henry Ford
revolucionó el mercado automovilístico. Para 1926 ya había logrado la hazaña de vender 8
millones de ejemplares, y para 1947, cuando murió, su emporio ya era multinacional. Pero muchos
desconocen que el fundador de esa prestigiosa marca también era un reconocido antisemita que
culpaba a los judíos de todos los males del mundo: la Revolución bolchevique, la Primera Guerra
Mundial, el contrabando y hasta la música jazz. Este odio lo llevó a aliarse con los nazis para
quienes creó vehículos y armamento durante la Segunda Guerra Mundial. La simpatía entre  Adolf
Hitler y Ford llegaba a tal punto que el Führer tenía en su oficina una foto suya, y en 1938 le
otorgó la Gran Cruz del Águila Alemana, el mayor honor que los nazis ofrecían a personalidades
extranjeras.

Este detalle oscuro del genio industrial es apenas uno de los tantos que incluye el historiador Matt
McNabb en su nuevo libro La historia secreta de las marcas, en el que relata los inicios grises de
Chanel, Adidas, Hugo Boss y Kellogg’s, cuyo producto, según el libro, inicialmente pretendía curar
el apetito sexual, ya que su creador, John Harvey Kellogg, estaba obsesionado con la masturbación
y el acto sexual y los consideraba tan negativos que nunca consumó su matrimonio.

Aunque el autor aclara, en primer lugar, que ese pasado no refleja para nada la situación de dichas
empresas hoy, los relatos de espionaje, alianzas con los nazis y vínculos con sustancias prohibidas
han generado gran asombro, por decir lo menos.

En el caso de Ford, McNabb lo describe como “despiadado e inculto, un campesino analfabeto”.


Creía que los judíos preparaban una conspiración para destruir Estados Unidos y eso lo llevó a
comprar un semanario local en Dearborn, Michigan, el mayor medio de difusión antisemita. Ford
murió a los 83 años, de una serie de infartos, y, según el autor, al momento de su partida de este
mundo le preocupaba sobre todo que su fortuna llegara a manos de los judíos.

Ford no fue el único que tuvo vínculos estrechos con el nazismo. Los hermanos Adolph (Adi) y
Rudolf Dassler, fundadores de las marcas Adidas y Puma, crearon las botas militares para el
Ejército nazi, pero a medida que avanzó el conflicto mundial su fábrica comenzó a producir el
lanzagranadas Panzerschreck. El gobierno luego llamó a los hermanos para trabajar para el Estado.
Adi lo hizo por un año mientras que Rudolf permaneció en la Gestapo. Eso llevó a la ruptura, pues
Rudolf denunciaría a su hermano por confeccionar ropa deportiva para los beisbolistas
norteamericanos. Ese odio fraternal llevó a que Adi fundara Adidas y Rudolf, Puma, dos marcas
que hoy compiten fuertemente en el mercado de ropa deportiva.

Hugo Ferdinand Boss, creador de la famosa marca de ropa alemana, también fue un referente en
la Segunda Guerra Mundial por fabricar los uniformes para las tropas nazis. En 1923, Boss era un
costurero en un taller de sastrería en Metzingen, al sur de Stuttgart. En medio de las dificultades
económicas que enfrentaba, decidió unirse al partido nazi, y creó vestimentas a la Waffen
Schutzstaffel (las SS), organización paramilitar al servicio de Hitler. En 1930 vendió las primeras
camisas caqui y los uniformes negros de la Juventud Hitleriana. Se calcula que explotaron a 1.241
personas en sus fábricas, entre ellos, prisioneros de guerra franceses detenidos en un campo sin
comida y poca higiene. A causa del oscuro pasado del fundador, la compañía años después
expresó su arrepentimiento por todo ese pasado y pidió excusas.

También se dejó seducir por los nazis, aunque más por conveniencia que por ideología, Coco
Chanel, la creadora del legendario perfume Chanel Nº 5, los espléndidos sombreros y el concepto
del pequeño vestido negro. Ella cultivó su talento para la alta costura en el lugar más extraño: el
orfanato en el que la dejó su padre y donde ella hacía los hábitos de las monjas. Según McNabb, su
amorío con el barón Gunther von Dinklage, una importante figura del gobierno alemán, le
permitió asumir misiones de espionaje especialmente diseñadas para ella. Se dice que participó en
el asalto a los 15.000 judíos que fueron encerrados en un estadio deportivo durante una semana,
sin comida ni agua. “Como espía respondía al nombre de Westminster, en referencia a su romance
con el duque de Westminster”, dice el autor. La estrecha relación con el barón le permitió llevar
una vida de lujos, mientras la mayoría de los franceses moría de hambre. Cenaba todas las noches
en su elegante apartamento del hotel Ritz, el mismo donde murió en 1971.

También calificó para el libro otra empresa alemana, Bayer, fundada en 1863 en Barmen por Félix
Hoffman y famosa por crear la aspirina. Pero antes de ese hito, la compañía elaboró un producto
farmacéutico diez veces más efectivo para la tos, que supuestamente no generaba la adicción de
la codeína y la morfina. Su principal ingrediente era la heroína, y en esa época, cuando no había
vacunas ni antibióticos, los médicos la recetaban para niños y adultos. En 1889, el medicamento
era considerado la droga maravilla y se comercializaba en todo el mundo. Durante la Segunda
Guerra Mundial, Bayer hizo parte del conglomerado alemán IG Farben, con estrechos lazos
comerciales con Hitler. Según McNabb, IG Farben utilizó prisioneros en Auschwitz para construir
una nueva fábrica cerca del campamento, que comenzó como un campo de trabajos forzados y no
como campo de exterminio. “Más tarde, los prisioneros serían usados para hacer experimentos en
los cuales IG Farben estaba involucrado”, dice el autor. Los tribunales de Núremberg juzgarían a 24
miembros del conglomerado por esos hechos.

Y si Bayer uso heroína, Coca-Cola se hizo famosa con una bebida, desarrollada por John
Pemberton, en Georgia, Estados Unidos, a base de cocaína. La idea surgió cuando este individuo
recibió una herida profunda en su pecho durante la guerra de Secesión. Para aliviar el dolor le
suministraron heroína, el analgésico de la época, pero se volvió adicto a ella. Después del
incidente, Pemberton se embarcó en el proyecto de crear una sustancia que no solo acabara con
el dolor, sino con su adicción. La receta, según el autor, tenía nuez de cola, damiana, coca y alcohol
y recibió el nombre de Pemberton French Coca Wine. La promocionó como el mejor tónico en el
mundo para los nervios y una cura para todos los males: problemas de hígado, insomnio,
dispepsia, cansancio, histeria, dolor de cabeza, entre otros. La ñapa era que devolvía el vigor a los
órganos sexuales.

Para comercializarla, en 1886, Pemberton se mudó a Atlanta y para ello contrató a Frank
Robinson, quien le cambió el nombre a Coca-Cola. Pemberton, sin embargo, tuvo que vender la
patente para pagar sus dosis de morfina, sustancia a la que seguía adicto. La compró Asa Candler,
quien mercadeó el producto con tal agresividad que llegó a convertirlo en la bebida que todos
conocen, eso sí, sin la cocaína, ingrediente retirado al terminar el siglo XIX. Hasta el día hoy, la
empresa rechaza que su bebida alguna vez tuviera coca como ingrediente.

Lo curioso es que Ford Motor Company, Coca-Cola, Hugo Boss, Chanel, Bayer, Adidas y Puma son
tal vez las marcas con mayor recordación en el mundo. La gente las quiere tener, confían en ellas y
muchos pagan fortunas por el privilegio de usarlas. Pero como sucede con muchas historias reales,
algunas estrellas que brillan hoy en sus inicios no fueron las más fulgurantes.

También podría gustarte