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La criminalización y el miedo hacia el pueblo mapuche como instrumentos políticos del

Estado chileno

Autora: Francisca Fernández Droguett

Antropóloga, magíster en Psicología Social, doctora en Estudios Americanos (mención


Pensamiento y Cultura), docente de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano,
parte del Movimiento por el Agua y los Territorios, de Somos Cerro Blanco y del Comité
Socioambiental Coordinadora Feminista 8M

La década de los noventa se destacó por la visibilización de diversos movimientos


indígenas en América Latina, que se articulan en torno a un entramado social y
organizativo basado en la vida comunitaria de los pueblos indígenas, reivindicando
ideas como autonomía, autodeterminación y territorio, que servirán de sustento para
la movilización social y política de muchos otros movimientos sociales en el continente.

Específicamente en Chile en estos últimos años ha tomado fuerza las reivindicaciones


territoriales mapuche tanto en el ámbito rural como urbano, a través de la
recuperación de tierras comunales usurpadas por el Estado chileno en los inicios de la
República, en el marco de constantes enfrentamientos con empresas extractivistas,
como las forestales, que han visto aumentar sus ingresos a costa de la explotación del
bosque nativo, la usurpación y el acaparamiento de las aguas. Pero sobre todo este
proceso de recuperación se ha enmarcado en la reivindicación de una territorialidad
ancestral, que los constituye como pueblo.

Estado y políticas del miedo

La constitución del Estado chileno se ha basado en la negación e invisibilización


sistemática de los pueblos indígenas y afro 1 que han habitado el territorio, y en torno a
la hegemonía de una violencia legitimada por sí misma. Si bien tuvo uno de sus puntos
álgidos durante la dictadura cívico-militar, el aparato estatal se ha sostenido desde su

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Cabe destacar que recién en abril del 2019 el Estado Chileno, luego de años de lucha de organizaciones
y comunidades, otorga reconocimiento legal al pueblo afrodescendiente mediante la ley 21.151.
conformación a partir de la violencia focalizándose claramente hoy en la
criminalización hacia el pueblo mapuche movilizado en el marco de la represión de la
protesta social en Chile.

El Estado de Chile ha sido el principal agente de una política del miedo (Pincheira,
2014) sostenida en la persecución y el asedio constante hacia luchadoras y luchadores
sociales, en especial del pueblo mapuche, mediante la instalación de supuesto
sentimiento de inseguridad sobre la base de la consolidación del sujeto mapuche como
terrorista y hoy también como delincuente (Fernández y Ojeda, 2015).

Es así que el miedo se convierte en el principal instrumento político del Estado (Corey,
2009) en tanto dispositivo de control y gestión (Agudelo, 2013; Foucault, 2006). El
miedo funciona como un modo de amedrentamiento hacia acciones colectivas
visualizadas como transgresoras del orden social imperante, y como fundamento de la
represión de sectores sociales movilizados, a través de las fuerzas policiales
desplegadas en marchas y movilizaciones, y mediante la persecución penal y
criminalización de dirigentes (Pincheira, 2014).

Bajo esta lógica la movilización se convierte en el campo del actuar delictivo al cual
reprimir, siguiendo el mismo modelo de supresión de organizaciones subversivas de
izquierda que se encontraban activas a inicios de la década de los noventa en la
postdictadura (Acuña, Fredes & Pérez, 2010). Cabe destacar que este mismo patrón
fue aplicado hacia las comunidades mapuche movilizadas en torno a la recuperación
territorial de tierras ancestrales usurpadas por el propio Estado y hoy en manos de
privados.

El mapuche como amenaza

El mapuche es presentado en la escena pública como amenaza (Frey, 2000),


correspondiendo a un enemigo potencial por su condición de riesgo (Hoecker &
Tsukame, 2000) y destructor de las relaciones sociales de la ciudadanía. Un terrorista,
en un ambiente de fuerte polarización y consolidación de un clima permanente de
riesgo, de guerra permanente (Calveiro, 2006). El miedo se generaliza y naturaliza.

La aplicación de la Ley Antiterrorista ha sido uno de los mecanismos legales tanto de


los gobiernos de la Concertación y la Nueva Mayoría (conglomerados que
históricamente se han autopercibido de “centro-izquierda”), como de la Alianza (que
reúne a los partidos de la derecha liberal y conservadora), para reprimir a las
comunidades mapuche. Conocida como Ley N° 18.314, ésta tiene su origen en 1984,
en plena dictadura cívico-militar, que tuvo como objetivo la persecución y el
encarcelamiento de los opositores, tipificando como acción terrorista el secuestro, los
atentados con explosivos, amenazas, entre otras acciones. Posteriormente, en 1991, se
incluye el delito de incendio, siendo uno de los ejes de la criminalización y
encarcelamiento de autoridades mapuche los sujetos que cumplen el rol de lonko,
weichafe y machi (Fernández y Ojeda, 2015), en el marco dela recuperación de tierras
comunales usurpadas por el Estado chileno en los inicios de la República, y por los
constantes enfrentamientos de comunidades mapuche con empresas forestales que
han visto aumentar sus ingresos a costa de la explotación del bosque nativo y el
monocultivo de pino (Pairicán y Álvarez, 2011).

Desterritorialización y criminalización

El pueblo mapuche ha visto reducido su espacio vital desde diversas políticas de


desterritorialización (Toledo, 2004) en la colonización, constitución de ambas
repúblicas (Chile y Argentina) hasta la actualidad, por medio de la creación de
reducciones indígenas por parte del Estado (Marimán, 2012), la instalación de
empresas extractivistas comandadas por familias como los Matte, Luksic y Angelini,
que explotan de manera intensiva e ilimitada bienes comunes como bosques y aguas.
La usurpación de tierras por parte del Estado (y hoy transnacionales) ha sido la
principal modalidad de ocupación territorial (Veres, 2014), la cual se ha visto
intensificada con la privatización de tierras y agua, mediante la instalación de
forestales, proyectos hidroeléctricos, industrias de la celulosa, salmonicultura y
minería.

La represión contra autoridades mapuche responde también a la extensión del control


y apropiación de la naturaleza por parte del Estado y transnacionales, por lo que no es
casualidad que hoy esté en aumento la criminalización de las figuras espirituales, como
es el caso de la machi Francisca Linconao, quien fue acusada de participar en el ataque
incendiario que dio muerte al matrimonio Luchsinger-Mackay, en el fundo Granja
Lumahue, mismo caso en que fue condenado el machi Celestino Córdova, después de
un largo proceso en el que se aplicó la Ley Antiterrorista y en el que hubo once
imputados que debieron ser absueltos luego de que un supuesto “testigo clave”
acusara a la fiscalía de arrancar declaraciones mediante tortura. Otro caso
emblemático es el de la machi Millaray Huichalaf, acusada de la quema del fundo Pisu
Pisué junto otros comuneros, como el lonko (del Puelmapu, territorio mapuche en
Argentina) Facundo Jones Huala, quien se encuentra actualmente preso en la ciudad
de Temuco bajo una condena de 9 años de cárcel.

Cabe destacar que durante el encarcelamiento de estas autoridades se le impide llevar


a cabo sus ceremonias y ritualidades, correspondiendo a otro mecanismo de control y
disciplinamiento corporal (Jeréz, 2013). Los propios cuerpos de estas autoridades
devienen en la materialidad del delito, en tanto cuerpo sancionado, sometido y
vigilado (Fernández y Ojeda 2015). Uno de los hitos respecto del control ejercido por
sobre el cuerpo es la exigencia en algunas audiencias del despojo de la vestimenta
tradicional.

En este mismo escenario de criminalización se insertan los casos de asesinato de


Macarena Valdés, en la comunidad de Tranguil, Panguipulli, y Camilo Cantrillanca, de la
comunidad de Temucuicui, Ercilla.

Macarena Valdés fue encontraba muerta y colgada en las afueras de su vivienda el 22


de agosto del 2016 (durante el gobierno de Michelle Bachelet, Nueva Mayoría),
estableciéndose tempranamente por parte del Servicio Médico Legal como causa de
muerte el suicidio, sin embargo organizaciones sociales y familiares gestionan una
segunda autopsia donde se establece que fue colgada luego de encontrarse muerta, lo
que fundamenta la versión de asesinato a causa de la lucha que encabezada junto a su
compañero Rubén Collío por la defensa del territorio en el sector de Río Tranguil ante
la instalación de una Mini Central de la empresa RP Global y de su cableado de alta
tensión. Hasta el momento no existe ningún avance respecto de la investigación que
lleva a cabo la Fiscalía.

Camilo Catrillanca fue un comunero mapuche asesinado el 14 de noviembre del 2018


al recibir, por la espalda, un tiro en su cabeza por parte del sargento Carlos Alarcón,
miembro del Comando Jungla, durante el operativo del Grupo de Operaciones
Policiales Especiales de Carabineros de Chile apodado con ese nombre, creado durante
el segundo gobierno de Sebastián Piñera (Alianza) a modo de policía antiterrorista en
territorio mapuche, siendo sus miembros formados en Colombia y Estados Unidos para
el combate contra grupos subversivos. Camilo en el momento de su muerte se
encontraba manejando un tractor junto a un adolescente de 15 años. Según la versión
de la policía, supuestamente se le disparó por haber participado de un asalto a un
vehículo, hecho que nunca se corroboró. El 09 de mayo del año en curso la Fiscalía dio
por cerrada la investigación para dar inicio a la preparación del juicio oral.

A modo de cierre

Más de una quincena de comuneras y comuneros mapuche han sido asesinados en el


periodo posterior a la dictadura cívico-militar en Chile (1973-1990), en el marco de
políticas represivas por parte de los gobiernos de turno. Casos como el de Alex Lemún,
asesinado el 2002 durante la ocupación del fundo Santa Elisa, propiedad de la Forestal
Mininco; de Julio Alberto Huentecura Llancaleo, asesinado el 2004 supuestamente en
una riña al interior de la Ex Penitenciaría de Santiago, luego de haber sido detenido en
Osorno y trasladado a Santiago; la desaparición forzada de Jose Huenante Huenante
en el 2005 en la ciudad de Puerto Montt; el asesinato de Matías Catrileo en el 2008 y al
año siguiente de Jaime Mendoza Collío, constituyen piezas de un engranaje represivo
sostenido de manera sistemática desde la instalación de discursos y políticas del
miedo, en que toda diferencia y fisura con el relato unificador del Estado nación se
convierte en material de peligrosidad. No es casualidad que mapuche, migrantes,
estudiantes, disidencias sexuales, entre otras posiciones de sujeto, conformen hoy el
nuevo campo de criminalización.

Referencias bibliográficas

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judicialización de las demandas sociales. Producción de legitimidad social a partir del
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Fernández Droguett, Francisca & Ojeda Cisternas, Doris (2015). Criminalización de la


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