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Siento que la tristeza (por darle un nombre a lo que no sabría cómo más
nombrar) que me habita tiene la misma textura de este dato. No sabría
decir porqué, más allá de que, tanto esas sensaciones que se apoderan
de mi repentinamente como esta curiosidad genética son precisamente
eso: una curiosidad y al mismo tiempo son preciosas.
Pocos placeres hay como que a alguien se le salga un gallo. Entre más
importante la persona cree ser, más placer se siente. Es como comerse
la trufa más fina.
Aun puedo recordar de manera muy vivida aquel olor. Yo creo que la
memoria es juguetona, le hace pensar a uno que uno vivió ciertas cosas
y selectivamente le hace olvidar otras. Pero esto es en un sentido
eminentemente narrativo y por lo tanto visual. Cuando uno quiere
recordar un hecho, uno hace un recuento de situaciones: “esto pasaba,
después esto y luego esto”. Y al hacer esto uno está de alguna manera
viendo por dentro de uno. Pero con los olores es distinto. Es común que
uno esté distraído y de repente le llegue un olor que lo lleve a otra etapa
de su vida completamente distinto. Este olor del que hablo, sin embargo,
nunca más lo he vuelto a oler desde que soy un niño y, aun así, mi
cerebro tiene la capacidad de reconstruirlo para mí. No sé si sería capaz
de describirlo: a eso debe oler un caballo que persigue a una yegua en
celo. Era un olor de animal no-humano. Era un olor acido y penetrante,
pero, como los olores del cuerpo humano tiene esa característica que le
produce curiosidad a uno: uno quiere seguir oliendo ese olor. Es como si
uno no pudiera terminar de descomponer el olor en la nariz, como si se le
estuvieran escapando a uno ciertas notas de ese olor. No sé cuantas
veces en realidad olí ese olor cuando era niño, pero estoy seguro de que
fueron muchas. Lo que quiero decir es que ese olor se volvió algo
familiar. Y era familiar también porque provenía de un familiar. Aunque
no era familia en el sentido estricto de la palabra. Venía de lo que llaman
un tío político.
Muchas veces yo tenía que dormir en la casa de mis tíos con mi hermana
porque mis papás estaban ocupados trabajando. Y además nos gustaba
porque ahí vivían mis dos primas. Una de ellas era mi prima favorita. Fue
la primera persona con la que me entendí, era mi alma gemela. Somos
almas gemelas todavía porque, aunque ya no volví a verla nunca más, ni
a hablar, las almas gemelas son para toda la eternidad. Era mi familia
más cercana, ellos eran mis tíos favoritos. Recuerdo que de alguna
manera me gustaban más que mis papás, tenían rasgos que yo prefería:
eran jóvenes y músicos. Se la pasaban cantando y haciéndonos juegos.
Yo sentía por mi tía una profunda atracción física.
Tuvieron que pasar muchos años para que yo empezara a darme cuenta
que en la cultura popular la figura del tío que abusa sexualmente de sus
sobrinos es muy común: hay chistes al respecto. Muchos más años
tuvieron que pasar para que yo me enterara de que lo normal es que este
tipo de prácticas sucedan dentro de las familias.
Recuerdo que cuando estaba niño esto no fue nunca motivo de una
tristeza superlativa. Para mí esto hacía parte de esa infancia aburrida y
desabrida. Quizás esa es la traza que dejó en mi esa experiencia, la del
aburrimiento, que me da igual todo. Que bien podría estar escribiendo
esto o haciendo cualquier otra cosa.
Es un ejercicio de higiene.