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El Catecismo de la Iglesia ante errores de la Nueva Era

La New Age no se presenta propiamente como una religión sino que busca ponerse por sobre las religiones para profesar el culto de la "unidad".

La New Age -el ´sida del espíritu´ como lo han calificado algunos autores- no se presenta propiamente como
una religión sino que busca ponerse por sobre las religiones, por sobre ´la división que significan los diversos
credos´, para profesar el culto de la unidad, de la unidad por la unidad.

En ese clima, se habla de ´técnicas de oración´, de un ´desarrollo crístico´, de potencializar las


´dimensiones espirituales´ del hombre, de un cosmos donde la ´Ley suprema es la Ley del Amor´... Además,
en nuestro país sus difusores más fervorosos se manifiestan públicamente y sin ningún reparo como católicos,
y se alude reiteradamente a figuras culturalmente distintivas de lo católico como la Madre Teresa de Calcuta
o el mismo Santo Padre.

Todo esto provoca en los cristianos, confusión e interrogantes: ¿La Nueva Era es católica?, ¿Puede un católico,
permaneciendo fiel a su fe, ´creer´ en los extraterrestres, las flores de Bach o la ecología? Si la respuesta
fuera afirmativa, ¿puede, en consecuencia, creer en la reencarnación, acudir a la invocación de entidades
misteriosas, y adorar a la diosa Gaia?
El Catecismo de la
Iglesia ante errores Como estos, muchos otros interrogantes aparecen a diario y exigen del cristiano maduro claridad de
de la Nueva Era conceptos y discernimiento; la extensión de este artículo sólo nos permite una primera y sencilla
aproximación -a partir del texto del Catecismo aprobado por S.S. Juan Pablo II el pasado 11 de octubre- a las
cuestiones que por su recurrencia y relación directa al núcleo de la fe cristiana, aparecen como más importantes.

Al margen de una multitud de elementos que requieren un discernimiento para ver hasta dónde pueden ser rescatables, hay en el núcleo
doctrinal de la Nueva Era, una cosmovisión y un concepto de Dios y su obra que son absolutamente incompatibles con la fe cristiana y por
lo tanto inaceptables para un fiel católico y que pueden sintetizarse en los puntos que se formulan y esclarecen a continuación:

I. Dios no es una fuerza o energía informe e impersonal de una trascendencia diluida, sino un Ser personal que conoce, quiere, ama, guía,
enseña y entra en diálogo permanente con los hombres.

"A su pueblo Israel Dios, se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de
su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera,
comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente."

II. El cosmos, no ha ´emanado´ del ser divino, sino que ha sido creado de la nada por el Dios personal que crea por un acto de puro amor
y con entera libertad.

"Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría (cf. Sb 9,9). Este no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o
del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de
su bondad: ´Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía fue creado´ (Ap 4,11). ´¡Cuán numerosas son tus
obras, Señor! Todas las has hecho con sabiduría´ (Sl 104,24). ´Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras´ (Sl
145,9).

"Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear. La creación tampoco es una emanación necesaria de la
sustancia divina. Dios crea libremente ´de la nada´.

"¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un
material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo
lo que quiere (S. Teófilo de Antioquía, Autol. 2,4)"

III. Ese cosmos, no es una parte del Ser divino (panteísmo), sino que Dios es trascendente y realmente distinto de su creatura.

"Dios es infinitamente más grande que todas sus obras (cf. Si 43,28): ´Su majestad es más alta que los cielos´ (Sl 8,2), ´su grandeza no
tiene medida´ (Sl 145,3). Pero porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo
de sus criaturas: ´En Él vivimos, nos movemos y existimos´ (Hch 17,28). Según las palabras de S. Agustín, Dios es ´superior summo meo et
interior intimo meo´ (´Dios está por encima de lo más alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi intimidad´, Conf. 3,6,11).

IV. En consecuencia, el universo no es en sí mismo adorable y autosuficiente, sino que las creaturas son dependientes de su Creador, el
Único necesario.

"El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que
es el Ser en sí sin origen y sin fin. Así, por estas diversas ´vías´, el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una
realidad que es la causa primera y el fin último de todo, ´y que todos llaman Dios´ (S. Tomás de A., s. th. 1,2,3)"
V. El alma del hombre no es una chispa de la divinidad, algo de Dios alojado en el hombre, sino que este es una persona (cuerpo y alma)
creada por Dios, distinta de Él, no divino sino llamada a una vocación divina no por derecho propio, sino por gracia.

"La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un
lenguaje simbólico cuando afirma que ´Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el
hombre un ser viviente´ (Gn 2,7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios."

"De todas las criaturas visibles sólo el hombre es ´capaz de conocer y amar a su Creador´; es la ´única criatura en la tierra a la que Dios
ha amado por sí misma´; sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado
y ésta es la razón fundamental de su dignidad:

´¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor
inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Por amor lo creaste, por amor le
diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno (S. Catalina de Siena, Diálogo 4,13).´"

VI. El alma de la persona humana no se halla sometida a un proceso evolutivo a través del tiempo y del espacio (karma) que se realiza
mediante sucesivas reencarnaciones que tendrían como objetivo final la autodivinización; sino que cada hombre será juzgado por Dios al
final de su vida presente, en atención a sus opciones libres, y podrá ser llamado a la gloria de los hijos de Dios por pura Misericordia
divina.

"La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su
vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin ´el único curso de nuestra vida terrena´, ya
no volveremos a otras vidas terrenas. ´Está establecido que los hombres mueran una sola vez´ (Hb 9,27). No hay ´reencarnación después
de la muerte´.

"La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf.
2Tm 1,9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida;
pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de
sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16,22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23,43), así como
otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2Co 5,8; Flp 1,23; Hb 9,27; 12,23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16,26) que puede
ser diferente para unos y para otros."

VII. La persona de Jesús de Galilea, no ha sido una manifestación más de la ´conciencia crística´ semejante a Buda, Mahoma, Gahndi,
etc.. Afirmaciones de este tenor implican negar la originalidad de la Encarnación y rechazar la afirmación central de la fe cristiana, a
saber, que Jesús de Nazareth, nacido de María siempre Virgen, es el Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre.

"La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: ´Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios:
todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios´ (1Jn 4,2). Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus
comienzos cuando canta ´el gran misterio de la piedad´: ´Él ha sido manifestado en la carne´.

"El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte
hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser
verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre."

Es necesario además tener en cuenta que hay prácticas propias de la Nueva Era, que no pueden ser suscriptas por un cristiano bajo ningún
concepto, entre otras:

el ´channeling´ o invocación de espíritus, sean éstos de ´maestros ascendidos´, extraterrestres o difuntos.

las diversas ´mancias´ o artes adivinatorias de cualquier tipo.

la aceptación de mensajes de los tales ´maestros´ como verdades reveladas y parámetro para la interpretación de la fe de la Iglesia y
de las Sagradas Escrituras.

la práctica de ´trabajos´ o ritos generalmente originados en la magia negra, los rituales esotéricos o las religiones paganas, y cuyo fin
es obrar la ´pureza´ espiritual, obtener algún beneficio o forzar la voluntad de terceros.

"Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza
en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto...

"Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que
equivocadamente se supone ´desvelan´ el porvenir (cf. Dt 18,10; Jr 29,8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la
interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a ´mediums´ encierran una voluntad de poder sobre el
tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en
contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.
"Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y
obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para procurar la salud-, son gravemente contrarias a la virtud de la religión.
Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de
los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la
Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las
potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo."

En este aspecto es importante no olvidar la perspectiva que tan bien sintetizara el Card. Danneels: "todo lo que hace bien no es
necesariamente sano, y todo lo que es agradable no es necesariamente verdadero".

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