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CÓMO ESCRIBIR HISTORIAS QUE

ATRAPEN
Día 1: estructura narrativa clásica
Minicurso gratuito de Alejandro Quintana,
El inicio
Toda historia tiene un inicio. Tu historia debe
iniciarse con el planteamiento. Sirve para situar en el
contexto, el espacio y el tiempo al lector. Dónde y en
qué época se desarrolla la historia.
También necesitas presentar a tu personaje principal:
quién es, a qué se dedica, qué pinta en tu relato.
Cuáles son sus deseos, sus objetivos, sus limitaciones
y dificultades.
Una vez el lector esté situado en un contexto concreto
—el antiguo Egipto, una colonia de marte o una
ciudad en la época contemporánea—, conozca al
personaje principal —un asesino psicópata, un policía
del futuro, una violinista enamorada—, debe aparecer
el conflicto: un hecho lo cambia todo y pone del revés
los esquemas del personaje principal. Es el detonante
que va a poner en marcha la historia: a partir de ese
momento ya nada volverá a ser lo mismo.
En pocas palabras, con el planteamiento debes sentar
las bases para desarrollar la acción. Y te recomiendo
hacerlo de forma que el lector se sienta impulsado a
seguir leyendo, a que desee saber más. Por ejemplo,
► ¿Conseguirá el personaje a ese/a chico/a que ama
con tanta pasión?
► ¿Conseguirá descubrir al asesino de su hermano
gemelo?
► ¿Podrá recuperar la espada sagrada y devolverla a
su pueblo?
► ¿Superará la depresión y vencerá su alcoholismo?
Pon a tus personajes en serias dificultades. Plantea al
lector un reto auténtico y siembra la duda en él:
¡sorpréndele!
Deben surgir las dudas. Cuando a un personaje le
sucede algo que da la vuelta a sus esquemas como un
calcetín, tiene elección. El camino se bifurca ante él.
¿Seguir la vida de forma normal, aceptar el suceso,
resignarse? ¿O salir de lo conocido, lo estable, lo
cómodo para poner las cosas en su sitio? Sentir la
llamada de la aventura, de la transformación, no
siempre es plato de gusto.
En este punto se produce otro tipo de desencadenante.
El personaje es empujado por algún suceso más o por
alguien. Por lo general es un amigo, un mentor, una
pareja sentimental… puede ser incluso un personaje
casual, alguien que le dice una frase al protagonista y
le hace ponerse en marcha.
Una vez se traspasa este umbral ya no hay vuelta
atrás: se abandona un mundo para penetrar en la
aventura, el peligro, la transformación. Y ahí es
cuando comienza la odisea. 

El nudo
El desarrollo, nudo o núcleo de la historia es la parte
en la que suceden los acontecimientos, ni más ni
menos. En ella tus personajes se desenvuelven,
encuentran sus dificultades, triunfan y fracasan,
evolucionan… o involucionan.
Se les presentan retos que a primera vista son
imposibles de superar. Pon a tu protagonista en
verdaderos apuros, no escatimes en eso. Hazle vivir
un auténtico calvario en el cual puede perder la vida,
la razón, la capacidad de amar… en cada paso tu
personaje aprende, avanza tanto en la historia como
en su evolución personal.
Conoce a una serie de personajes con los que
interactúa, tanto ayudantes como antagonistas. Se
relaciona también con objetos. Es más, un objeto
puede ser la meta a lograr para devolver el equilibrio
a su mundo: el anillo mágico, la espada sagrada, los
documentos perdidos, la fotografía reveladora…
El relato puede dar un giro sorpresa en cualquier
momento. De hecho, te recomiendo que busques estos
puntos de ruptura para hacer la historia más adictiva si
cabe.
La violinista enamorada, por ejemplo, descubre que el
amado no es como esperaba. La historia se transforma
y lo que el lector creía que iba a ser la misión
principal —conquistar al objeto de su deseo—, tan
sólo era la excusa para que la protagonista se diera
cuenta de que idealiza a las personas, que se enamora
siempre del hombre equivocado. Entonces abandona
su conquista y se centra en solucionar sus problemas
internos.
Sube la intensidad paulatinamente: a cada paso, a
cada aprendizaje, se adquieren nuevas herramientas
para superar dificultades todavía más grandes.
El lector quiere ser sorprendido, engañado, quiere ser
llevado por caminos tortuosos que desembocan en
lugares inesperados. Haz que situaciones previsibles
den un giro de ciento ochenta grados. Juega con la
perspicacia del lector, anticípate a sus conclusiones,
condúcele por una situación cuyo desenlace pueda
prever ¡y dale la vuelta! Da la información justa y
necesaria, ni más ni menos.
Si eres hábil manejando tus recursos —en la lección
de mañana te mostraré algunos trucos— mantendrás a
tus lectores en vilo hasta el momento del clímax. Es
un suceso donde todo converge. Es el enfrentamiento
con el enemigo, con la realidad, con los propios
temores. El punto culminante que decidirá el destino
de los personajes. La hora de la verdad.
En este punto, necesitas llevar al lector a lo más alto.
La derrota del héroe puede significar la muerte de
todo su mundo, la pérdida de la razón, la capacidad de
amar para siempre. Tras la resolución del conflicto
final, la tensión baja y el lector siente las emociones
desatadas con todo su peso. Euforia por la victoria,
alivio por salvar la vida, esperanza en el amor… es el
momento en el cual se decide el mejor final.

El desenlace
Porque, en ese momento, ya debes haber puesto todos
los puntos sobre las íes: personajes bien definidos,
situaciones a punto de resolverse, conflictos bien
planteados e intenciones claras de los personajes. La
resolución del clímax no debería ser el final del relato,
tan sólo la resolución de una situación límite: el
principio del fin. Comienza a cerrar lo que aún esté
abierto.
No dejes cabos sueltos, cuidado con eso. Puedes dejar
secretos sin revelar, misterios por desentrañar, pero
deja buena constancia de ello y justifícalo.
Tus personajes han evolucionado a lo largo de la
historia. Ya no son los mismos que en el
planteamiento. Resuelve sus conflictos de manera
favorable. Hazles triunfar y haz su triunfo aplastante.
Porque es la hora del regreso a casa. El retorno al
hogar. El protagonista debe volver donde todo
comenzó, exhibir su cambio y compartir su
enseñanza. Devolver el objeto sagrado al lugar que le
corresponde.
Todo buen final, igual que todo buen inicio, debería
dejar huella. Condensa en los últimos párrafos aquello
que deseas decir bien clarito a tus lectores, pero sin
caer en discursos ni moralejas. Haz que las palabras
finales de tu relato dejen un poso de alguna emoción
en el lector. Que cierre las tapas del libro y reflexione,
aunque sea un minuto, sobre lo leído. Y que lo haga
con una punzada de melancolía, esperanza, tristeza,
euforia, lo que prefieras.
Pero algo… porque si lo consigues querrá volver a
leer algo tuyo.
Un consejo final: no te precipites al aproximarte al
fin.
Es fácil dejarse llevar por la impaciencia al atisbar la
conclusión y atolondrarse. Mantén el tono usado en el
resto de la historia aunque tu ritmo suba de
intensidad. Que el final llegue de manera natural y
coherente, como parte de un todo.
Y así es como se cuentan historias desde tiempos
inmemoriales.

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