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AIMARA
EL ORIGEN DEL LAGO TITICACA
Antes el mundo vivía en tinieblas alumbrado apenas por la pá lida luz de la luna. Un día
el sol prendió su llamarada sobre el lomo de un gran puma de piedra que existía en
una isla. Los hombres pudieron por fin contemplar el inmenso lago que se extendía
por toda la meseta y lo llamaron desde entonces el lago del Titicaca, es decir, el lago
del Puma de Piedra. La isla se llamó la isla del Sol, por haber prendido allí el astro su
primera luz.
La leyenda dice que en esta isla vivieron hace muchísimos añ os unos hombres blancos
y barbados. Kan, el cruel y bá rbaro jefe de los lupacas, quien entró en ella, surcando el
lago, los hizo matar obsesionado por el raro color de su piel y creyendo que eran
brujos de maléficos poderes.
Segú n Juan de Santa Cruz Pachakuti Yupanki, hubo un dios llamado Thunupa o
Tonopa, quien después de recorrer Carabaya se sentó fatigado en una peñ a llamada
Titicaca.
En el tiempo de los Incas existió un fabuloso templo revestido con lá minas de oro y un
convento de jó venes sacerdotes, en oposició n a la isla de la Luna, donde había un
monasterio de vírgenes. Una vez al añ o, narra Cieza de Leó n, había una representació n
teatral en el lago y la Luna y el Sol se encontraban como si estuvieran vivos. Ambos
salían en riquísimas canoas y brindá banse el uno al otro, acariciando aquella que
encarnaba a la luna al que fulguraba có mo sol, pidiéndole que se mostrase cada día.
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EL ORIGEN
DEL LAGO TITICACA
Se dice que antiguamente había un inmenso valle llamado Tierra Eterna. En la Parte
donde ahora está el lago se desarrolló un pueblo muy grande llamado Pueblo Eterno.
En aquellos tiempos todos eran felices. Nadie sabía qué era el sufrimiento. La tierra
era buena: daba abundantes frutas y plantas, todo lo que uno quería ahí se
encontraba. Había también plantas en las que salía la lana y con ésta podían
confeccionar sus ropas. El clima era muy bueno en esa época no había mucha lluvia
tampoco había sequía; los hombres y los animales vivían en armonía porque los
animales eran mansos. Los hombres eran poderosos porque ellos convertían las
montañ as en llanuras con solo disparar sus hondas. Todos tenían oro y plata. En las
calles del pueblo había grandes palacios, templos y santuarios que estaban cubiertos
de oro y plata.
Pero con el tiempo estas personas cambiaron y desobedecieron el mandato divino
cometiendo una falta grave y el Dios Padre muy enojado se dirigió a ellos diciendo:
Ustedes ya no viven bajo mi mandato, por lo tanto les prohíbo subir la cumbre
sagrada; nadie tendrá derecho a subir al santuario y si alguien sube entonces morirá .
Y lo que dijo Dios lo había escuchado el diablo que desde ese momento se dedicó a
tentar a los hombres del pueblo, él les decía: Si escalan el santuario entonces ustedes
tendrá n el mismo poder que el Dios.
Entonces los hombres intentaron subir el santuario, cuando Dios supremo con su
có lera les envió miles de pumas para que se comieran a todo el pueblo; estos, de
miedo le pidieron ayuda al diablo y éste se los llevó abajo del lago, en las
profundidades, en donde siguen viviendo y penan convertidos en espíritus malos.
Esto le produjo mucho dolor al Dios supremo, porque los hombres del pueblo le
habían pedido ayuda al diablo. Entonces todos los seres celestiales empezaron a llorar
amargamente y con esto provocaron inmensas lluvias y tormentas que duraban toda
la noche y todo el día, y así poco a poco el pueblo fue desapareciéndose, con las lluvias,
e inundá ndose y quedando en lo má s profundo del lago. No quedó nada vivo; solo una
pareja que por obra divina se salvó , esta pareja de humanos logró cogerse de un
tronco que se mantuvo flotando, entonces el Dios supremo sintió compasió n por esta
pareja e hizo que parara la lluvia. Pasada la tormenta la pareja vio có mo millares de
pumas estaban muertos y flotaban en el agua con sus vientres de color gris hacia
arriba.
Narrada por: Bacilia Ticona Quispe, recopilada por: Jorge Apaza Ticona – Puno
http://relatosdelasierradelperu.blogspot.com/2009/06/el-origen-del-lago-
titicaca.html
LITERATURA Y CULTURA
AIMARA
I
PENSAMIENTO MÍTICO Y LEYENDAS
LA HUALLATA Y EL
ZORRO
En aquellos tiempos en que los animales hablaban al igual que los hombres, había un
zorro viejo de cola muy grande y coposa, largas y filudas uñ as que tenía la espalda
toda pelada de tanto cargar costales repletos de alimentos. Cierto día, éste hurtó unos
palitos de quinua y con ellos fabricó una trampa para pá jaros con la que consiguió
cazar una infinidad. Hecho esto metió a las aves en un gran saco que apoyó sobre el
lomo pelado, para llevá rselas vivas a sus crías y así aprendieran a cazar.
Luego de mucho andar, sintió que el peso del saco lo vencía y decidió dejar la carga
donde su comadre la huallata para poder descansar, beber un poco de agua, y después
recoger su bulto y seguir rumbo a casa.
La comadre del zorro era señ ora gorda de patas rosada vestida de blanco que vivía en
las orillas del lago. En cuanto la vio, el zorro le dijo:
-Comadre huallata, te dejaré este saco para que me hagas el favor de guardarlo hasta
mi regreso. Por favor, no vayas a tocarlo y te lo agradeceré bastante.
-Sería injusto negarme a servirte en algo tan sencillo. Estoy para ayudarte en lo que se
te ofrezca -le contestó educadamente la comadre. En cuanto la huallata pudo ver có mo
la cola del compadre zorro se perdía tras la loma, curiosa se acercó a tocar el costal
para trata de adivinar lo que contenía.
Cuando notó que algo se movía en el interior, desató la soga que aseguraba la boca del
saco y al instante volaron una infinidad de gaviotas, chiwancos, gorriones, zorzales,
prurrrr…….. prurrrr.... hasta que no quedó ni un solo pá jaro. Desesperada por lo que
sucedía la huallata batía sus alas fuertemente tratando de impedir que-los pá jaros
siguieran escapando, pero fue en vano.
Por haberlo desobedecido de seguro el zorro, sin darle tiempo a una disculpa, se la
tragaría de un solo bocado y de ella no quedarían ni las plumas. La huallata entonces
resolvió reparar su error llenando el saco con espinas envueltas en ovillos de ortigas
para que el zorro no encontrara el saco vacío. Luego se marchó lejos para no dejarse
encontrar.
Por la tarde regresó el compadre zorro y le extrañ ó no ver a la comadre, pero aú n así
cargó el saco sobre su lomo y emprendió contento el camino a su cueva, que todavía
quedaba lejos de aquel lugar.
Luego de mucho andar y sin sospechar el cambio que había sufrido su carga comenzó
a quejarse:
-¡Ay! Las uñ as de los pajarillos está n haciendo que me arden mi lomo pelado. ¡Ay! Los
picos de los pajaritos hincan tanto mis espaldas que ya debo estar todo
ensangrentado.
Mientras, en la cueva, la señ ora zorra y sus cachorros estaban un poco preocupado por
el viejo papá zorro que no regresaba a pesar de que ya era muy tarde. Pero pronto se
sintieron contentos al olfateado y escuchar sus cansados pasos.
Al llegar, el pobre zorro llamó animadamente a sus cachorros:
— ¡Vengan! ¡Vengan! Una rica cena les he traído. A ponerse todos alrededor del saco
para que los chiwancos, las gaviotas, gorriones y las tortolitas no se escapen y a mi
orden los atrapen. —y diciendo esto agitó en el aire el costal haciendo salir el
contenido. La señ ora zorra y los cachorros se lanzaron sobre los ovillos de ortiga que
se les quedaron prendidos de los hocicos y pata& Có mo gritaban de dolor
¡achachauuuu! ¡Achachauuuu!
Aquella noche el zorro y sus crías se quedaron hambrientos y muy adoloridos.
Después de curar sus heridas decidieron vengarse de la comadre huallata diciendo:
—Ahora conocerá lo que somos nosotros, astutos e inteligentes y tan fieros que
hacemos temblar toda la tierra.
El viejo zorro partió enseguida en busca de la huallata para comérsela junto con sus
ahijados. Al verlo acercarse, la comadre corrió hacia la laguna y luego de una rá pida
zambullida se internó en el lago.
El zorro buscó a la huallata en su casa y alrededores sin hallarla. Después fue hacía el
lago y cuando la divisó le dijo:
— ¿Dó nde se va, querida comadre? Por favor regresa que ahora tengo otro costal que
dejarte. Yo ya olvidé la broma que nos jugaste el otro día.
Conocedora de la maldad de su compadre, la huallata se hizo la desentendida y
continuó interesá ndose en el lago.
Furioso, el zorro decidió entonces secar el lago para así poder atrapar a la huallata.
Primero, con sus patas y hocico, comenzó a cavar una zanja para sacar el agua por ella,
pero pronto se hirió y se le gastaron las uñ as por lo que tuvo que abandonar la idea.
Luego decidió beberse toda el agua del lago. No mucho después de haber empezado la
tarea, se le salía el agua por el ano y cogiendo una mazorca de maíz se tapó el hueco
pan no dejar que siguiera escapando el líquido que bebía. Así siguió bebe que bebe el
agua sin notar que su barriga se hinchaba má s y má s. Tanto llenó su panza de agua,
que reventó como una vejiga llena de aire. Dicen que de esa agua que salió despedida
al reventar el zorro, se formó otra laguna llamada Camaquecota.
El zorro agonizando, con las fuerzas que le quedaban, gritaban:
—¡Huallata, Huallata... hasta ahora me arde mi lomo pelado por las patitas y piquitos
de los pajaritos. ¡Achacauuuuu! ¡Achacauuuuu! —así hasta que se murió .
Por eso los abuelos nos enseñ an que no hay que pensar nunca en la venganza o peores
será n las consecuencias.
Versión en aimara de Domingo Sayritupa Asqui.
Wiñay pacha II, 1990: 28-31.
Hace muchos añ os vivía en un pueblo una mujer viuda con sus tres hijos. Aquellos
eran malos tiempos y la familia pasaba hambre. Cuando ya se acercaba la época de la
siembra la madre ordenó a sus hijos que fueran a la chacra a barbechar la tierra para
sembrar. É stos, en vez de cumplir su cometido, se la pasaron jugando y comiendo el
fiambre de quinua que su madre les había preparado. Al regresar, dijeron a la viuda
que ya habían barbechado la tierra, que ésta estaba lista para la siembra y se fueron a
su cuarto a descansar convencidos de haber engañ ado a su madre.
Llegó la época de la siembra y la madre les entregó unos sacos llenos de semilla para
que sembraran la chacra.
Los jovencitos tampoco esta vez cumplieron su trabajo y se dedicaron a divertirse
ademá s de comerse tanto la cañ ihua tostada que la madre les había preparado para el
trabajo, cuanto las semillas se papa.
Al regresar volvieron a mentir a su madre diciéndole que habían sembrado una gran
extensió n de terreno y que no les quedaba ninguna semilla. La pobre viuda estaba
muy contenta porque sus hijos ya la estaban reemplazando en la chacra, pues los añ os
anteriores ella había realizado sola y con grandes esfuerzos esas tareas.
En la época del aporque la viuda volvió a reunir a sus muchachos diciéndoles para ir
todos juntos a realizar el aporque. Los jó venes ociosos se miraron uno a otro
asustados, pues no querían que su madre partiera con ellos ya que se enteraría de sus
mentiras, entonces la convencieron para que se quedara en la casa.
Partieron só lo los tres hijos y fueron de una chacra a otra jugando y cantando. No
tenían una sola plantita que aporcar porque nada habían sembrado. Pero al regresar a
su casa mintieron por tercera vez a su madre: -Querida vieja, nuestra chacra de papas
es la mejor de estas tierras. Nuestras plantas son las primeras que está n floreciendo
—y la misma mentira contaron cuando les tocó hacer el segundo aporque.
Pasado un tiempo y no teniendo ya nada má s qué alimentarse, la madre pensó en
sacar un poco de la papa sembrada y les preguntó a sus hijos podría distinguir su
chacra. Los jó venes se asustaron, pero no dudaron mentir otra vez:
-Querida madre, nuestra chacra está al costado del bofedal y es la mejor que hay en la
comarca.
Partió la madre y buscando encontró una que ciertamente era la mejor de todas las
chacras y enseguida se puso a sacar unas matas de papa. En eso estaba cuando de
pronto se apareció el verdadero dueñ o de esta tierra diciendo:
-¡Oye vieja acabada, ¿con qué derecho arrancas mis papas? —a la vez a golpeaba sin
piedad.
La pobre viuda se defendía diciéndole que esa era la chacra que habían sembrado sus
tres hijos. El hombre los recordó y le aclaró :
Esos jó venes ociosos y ladrones no respetan el ayllu. Tus hijos ni tienen chacra ni tan
han sembrado nada en ninguna parte. Siempre que han venido no ha sido para otra
cosa que para jugar, así que aquí tu no tienes nada-, mientras tenía a la mujer cogida
por los cabellos y la jaloneaba de un lado' para otro.
La viuda regresó llorando desconsoladamente a su casa y en cuanto llegó castigó a sus
hijos, uno a uno, por todas las mentiras que le hablan dicho.
De tanto castigar al hijo mayor le arrancó los cabellos, al segundo le rompió una
pierna dejá ndolo cojo y al menor lo dejó tuerto. Ademá s los puso en ayuno durante
varios días.
Cuando le hubo pasado la có lera, la madre sintió compasió n de sus hijos que ya
morían de hambre, pero no tenía nada para alimentados así que decidió darles de
comer pedazos de su propia carne. La madre murió desangrada en unos cuantos días.
Después de un tiempo los jó venes resolvieron castigar a la persona que había
golpeado injustamente a su anciana madre.
Llegó el día en que los hermanos encontraron la forma de tomar venganza y el
primogénito, dirigiéndose a los otros, les dijo:
Yo, el mayor, seré el viento. Tú , porque me sigues, será s el granizo —le dijo al segundo
— y tú , el menor, será s la helada.
Dicho esto, partieron los tres en distintas direcciones y desde el mediodía hasta la
puesta del sol empezó a correr un fuerte viento, desde la puesta del sol hasta la media
noche cayó la granizada y, finalmente, desde la media noche hasta el amanecer bajó la
helada, desgracias nunca conocidas hasta ese día.
Por eso dicen que el viento es el hijo mayor que con sus cabellos agita el aire. La
granizada es el hijo cojo que al tropezar cae destrozando todo y la helada es el hijo
tuerto que sin ver bien pisa por todas partes.
Cuentan los abuelos que desde ese día se originaron el viento, el granizo y la helada,
desastres que antiguamente no existían.
Versió n en (aimara de Domingo Sayritupa Asqui. Wiñ aypacha II, 1990: 63-67.
EL BÚ HO Y LA JOVEN
Había una vez un mallku que con su mujer vivía en una comunidad muy lejana. La
pareja tenía só lo una hija. Era ella una hermosa muchacha con ojos como luceros,
brillosas trenzas, esbelto cuerpo y andares de mariposa. Siendo hija Ú nica, sus padres
la cuidaban celosamente. Un día hablando sobre ella, el mallku dijo a su mujer:
—Nuestra hija merece casarse só lo con un joven de nuestra clase, por lo que no
podemos permitir que hable con los muchachos de la comarca —y así, decidieron
impedir a la bella joven que saliera.
Durante una noche oscura, un joven desconocido visitó la casa del mallku. Era un
muchacho robusto y elegantemente vestido con pantaló n hasta la rodilla, camisó n
largo color gris casi negro y sobre la cabeza llevaba un chuflo del mismo tono.
Desde la noche esa en que se conocieron, la mimada hija del mallku y el joven
mantuvieron relaciones. El enamorado só lo la visitaba de noche y pese a los ruegos de
su novia, siempre pretextaba cualquier urgencia para desaparecer antes del amanecer.
Tampoco nunca le quería contar nada acerca de él y sobre su pueblo de procedencia.
La hermosa muchacha estaba muy preocupada por las extrañ as visitas nocturnas de
su enamorado. Mientras cumplía sus labores de pastoreo pensaba: ¿Qué pasará en la
vida de este joven que no llego a comprender bien? ¿Será que me está engañ ando con
otra?
Una noche, ya desesperada, ocultó las ropas de su novio mientras éste dormía, pero al
despertarse encontró con qué éste había partido con las ropas que ella había
escondido.
Y así corno esa vez, se le ocurrieron diversas ideas para retenerlo, sin conseguirlo.
Entonces a escondidas de sus padres, fue en busca de una mujer ahuicha, que son las
que entienden de estas cosas. La muchacha le contó así su extrañ o caso:
—Ahuicha, me he enamorado de un joven desconocido que viene a verme solamente
de noche y siempre se marcha antes del amanecer. No encuentro manera de que se
quede conmigo todo el día: ¿por qué será que no quiere quedarse?
Al escuchar estos relatos, la ahuicha sobresaltada le aconsejó :
—Oye jovencita, cuidado con que te estés enamorando con los zorros... tu historia es
muy extrañ a. Mañ ana hará s como te digo: cuando el muchacho te venga a visitar y
luego de que esté bien dormido, cose con un cayto la manga de su capote a tu pollera y
así no podrá irse y sabrá s quién es realmente.
Siendo la noche del día siguiente, llegó como siempre el joven. Ni siquiera sospechaba
lo que la muchacha le tenía preparado. En efecto, cuando el amante se quedó dormido,
la hermosa joven puso prá ctica el consejo de la anciana.
Al despertar en la mañ ana, su enamorado no estaba. Só lo encontró atada a su pollera
un ala de bú ho toda ensangrentada. Recién descubrió la muchacha que el galá n había
sido un ave y llorando dijo:
—¡Oh!... qué será esto....¿será cierto o será un mal sueñ o? —y loca de espanto salió
corriendo de la habitació n. Pero en el patio se encontró con su padre que le ordenó lo
siguiente:
—Allá detrá s, entre esos muros en ruinas, hay un bú ho de mal agü ero sin un ala que
está llorando. ¡Anda a ahuyentarlo con las hondas!
Obediente la muchacha fue a mirar, y, en efecto, allí encontró al bú ho con el ala rota
que lloroso le decía:
—¡Complétame el ala! ¡Complétame el ala! ¿Piensas vivir con otro hombre? ¡Eso nunca
sucederá !, y diciendo esto la muchacha cayó al sueñ o fulminada y el bú ho echó a volar
perdiéndose para siempre entre los barrancos.
Por eso dice la gente que el bú ho es ave de mal agü ero y viene a las casas para que
alguien muera: morirá tu tahuako, tal vez tu huayno, dicen.
Desde esa noche el bú ho repite lloroso una y otra vez: ¡Complétame el ala!, y diciendo
esto se queda hasta la salida del sol. Lo que la gente cuenta no es sino la pura verdad:
el bú ho viene para que alguien muera.
Versión en aimara de Domingo Sayritupa Asqui. Wiñay gacha II, 1990: 82-84.
EL ZORRO ANTONIO Y
EL GALLO
Contó el señ or Javier Lara, de la comunidad de Huancapi, provincia Sajana,
departamento de Orino.
Dicen que el señ or Gallo y la señ ora Gallina tenían doce hijos, los mismos que fueron
bautizados por el Zorro Antonio. De esa manera resultaron siendo compadres el Gallo
y el zorro Antonio.
Un día, el Zorro Antonio fue a visitar a su compadre el Gallo, y te dijo: -Yo tengo una
hija que está estudiando para ser profesora.
—Oh... qué bien, contestó el Gallo.
Los hijos del Gallo eran todavía pequeñ os, y demostrando preocupació n por la salud
de los ahijados, preguntó el Zorro Antonio:
— ¿Có mo está n mis ahijados?, ¿no ha muerto ninguno?
—No, no ha muerto ninguno, todos está n vivos -respondió el Gallo. Pasado algú n
tiempo, cuando los polluelos estuvieron grandes, el Zorro Antonio fue nuevamente a
visitar a su compadre el Gallo, y le dijo:
—Mi hija María está estudiando para ser profesora, ya está por terminar. Yo quisiera
que mis doce ahijados fueran allá a estudiar para ser profesores, yo me ofrezco para
llevarlos, propuso muy inteligentemente el Zorro Antonio.
Luego de ofrecer su ayuda se marchó , pero no pasó mucho tiempo y estuvo de regreso
para visitar una vez má s a su compadre, en esta ocasió n le dijo:
—¿Có mo está s compadre? ¿Có mo está la familia? ¿Có mo está n los ahijados? ¿Está n
todos bien, no se han perdido? -preguntó el Zorro Antonio.
No se han perdido, contestó el Gallo.
Viendo que los ahijados ya eran grandes, el zorro Zorro Antonio en esta visita logró
convencer al Gallo para que le dejase partir con una de los ahijados, con el siguiente
argumento:
-Este ahijado mío va a estudiar para ser profesor.
Posteriormente regresó y se llevó al siguiente ahijado, luego otro y otro, así logró
llevá rselos a casi todos los ahijados, solamente quedaba un ahijado, pero vino una vez
má s y se lo llevó al ú ltimo ahijado.
Después de algú n tiempo apareció el Zorro Antonio y logró nuevamente convencer al
compadre Gallo, para que esta vez le acompañ e la señ ora gallina:
-La comadre que vaya a cocinar para tus hijos -dijo el Zorro Antonio.
El Gallo quedó solo y triste. En la primera oportunidad que se encontró con el Zorro
Antonio, le preguntó a éste:
-Compadre, mis hijos no han regresado, tampoco lo hizo mi señ ora ¿Có mo está n
ellos?-preguntó .
-Tus hijos está n bien, ya todos son profesores -contestó el Zorro Antonio.
Dicho esto se fue el Zorro Antonio. Posteriormente se encontraron una vez má s, y el
Zorro Antonio saludó :
-¿Có mo está s compadre?
-Bien. ¿Có mo está n mis hijos?, preguntó a su vez el Gallo.
-Vamos tú y yo, así podrá s ver a tus hijos, propuso el Zorro Antonio.
-Bueno, vamos entonces, consintió el Gallo.
Y así, partieron al encuentro de los hijos y la señ ora Gallina. El Zorro Antonio que
llevaba en sus brazos el Gallo fue sorprendido en el camino por una persona que
pasaba por el lugar, arreando su burro este señ or le dijo, dirigiéndose al Zorro
Antonio:
-¿Có mo está s Antonio? ¿Qué está s llevando?
El Zorro Antonio, asustado soltó al Gallo, y éste se escapó . El hombre apenas se detuvo
para saludar se fue inmediatamente, y fue entonces que el Zorro Antonio se repuso del
susto y buscó al Gallo pero no lo encontró .
El Gallo se había internado al bosque cercano, y se quedó ahí. En ese bosque había una
pequeñ a laguna que estaba al pie del á rbol; y fue precisamente a una rama de este
á rbol que fue a parar el Gallo y casualmente el Zorro Antonio en su bú squeda se
detuvo al pie del á rbol, y vio reflejada la imagen del Gallo en esa pequeñ a laguna. El
Gallo que se dio cuenta que el Zorro Antonio miraba su reflejo en la laguna, quiso
hacerlo má s real y cantó :
El Zorro Antonio sorprendido iba de un lado para otro alrededor de la laguna, estaba
convencido de que el Gallo estaba dentro de la laguna. Finalmente, decidió tomar el
agua del pequeñ o lago, tomó agua por un buen rato, hasta que finalmente su cuerpo
no resistió , se llenó de tanta agua que explotó y así murió el Zorro Antonio. El Gallo se
salvó de morir a manos del Zorro Antonio, sus hijos y su mujer habían sido víctimas de
compadre Zorro Antonio; era mentira que estuvieran estudiando para profesores,
todo era un astuto engañ o del Zorro Antonio.
Hace muchos añ os, nuestros antepasados debieron haber sufrido mucho. En algunos
lugares no producía nada. Un día hace ya mucho tiempo, Pedro, acompañ ado de su
pequeñ o hijo, alistó las llamas para ir por maíz al valle de Las tres cruces. Por el
camino Pedro iba haciendo una soga de lana de llama.
Ellos iban a pie, arreando los animales. Ya habían transcurrido ocho días. Llegaron
muy cansados a un lugar de descanso llamado Jarawi.
En ese lugar, Pedro y su pequeñ o hijo aseguraron las llamas en un lugar cercano,
atá ndolas en t'ulas, y la carga la amontonaron cerca de ellas. Al llegar las primeras
sombras de la noche se dispusieron a dormir.
Posteriormente, al igual que ellos, llegaron al lugar otras personas, para descansar y
pasar la noche. Pedro, que cansado ya dormía no logró escuchar ni el saludo de estos
extrañ os. Estos señ ores no tenían muchos bultos ni animales, Pedro medio despierto
logró conversar con ellos:
-Señ ores -dijo Pedro-, yo quedé rá pidamente dormido, por cuanto estaba muy
cansado. ¿Y ustedes hacía dó nde se dirigen? Como rá pidamente se hizo tarde nosotros
decidimos descansar acá , ustedes hagan lo mismo y descansen aquí, agregó .
Luego los señ ores contestaron:
-Nosotros somos paisanos tuyos y te conocemos -dijeron- casi en son de broma.
Nosotros no pudimos comer nuestro fiambre, ahora seguramente ya estará frío, de
todos modos nos serviremos, haz despertar a su pequeñ o acompañ ante -dijo uno de
los visitantes.
La merienda constaba de chuñ o cocido y tripas fritas. Pedro comió muy agradecido, y
su pequeñ o hijo hizo lo mismo.
Luego Pedro dijo:
-Ahora somos varios, solos está bamos temerosos -dicen que hay ladrones por estos
lugares -comentó .
Posteriormente todos quedaron dormidos; pasada la media noche se escuchó el grito
de un hombre, que en realidad era un pá jaro llamado Liqi Liqi:
-Pedro... Pedro... los ladrones está n desatando tus llamas, te está n robando las llamas.
Pedro no escuchó el aviso, y el Liqi Liqi miraba fijamente a los ladrones, para saber a
dó nde llevarían las llamas. Luego nuevamente gritó :
-Está n regresando los ladrones, Pedro despierta: van a carnear tus llamas.
Pedro a pesar de ello no despertaba, por lo que el Liqi Liqi lamentá ndose dijo:
-Ayyy, Pedro, duermes como un tronco, dicho esto se alejó .
Al día siguiente, Pedro despertó cuando ya estaba saliendo el sol. Se levantó muy
asustado y fue a fijarse las llamas inmediatamente. Faltaba la mitad de las llamas.
Pedro muy apenado y asustado se dirigió a su hijo y a los otros viajeros para avisarles
de la pérdida. Su hijo ya estaba despierto, pero los viajeros de la noche anterior habían
desaparecido. Entonces Don Pedro comentó para sí:
-Los viajeros de anoche no han debido ser humanos, han debido ser diablo.
Sus pequeñ os acompañ antes dijo de igual manera:
-Quizá s eran demonios, pero nos invitaron fiambre, y yo no logré comer todo, el resto
lo guardé en aquel tejido, iré a traerlo, y dicho esto fue rá pidamente.
En el tejido só lo encontraron pequeñ os terrones y lombrices secas, al ver esto,
quedaron sorprendidos y asustados. Seguidamente, el viajero muy apenado reinició la
bú squeda de sus llamas:
-¿Quién me habrá robado?, se lamentaba.
Buscaba por los t'ulares, tras de los cerros cercanos y de repente el hombre Liqi Liqi le
encontró y le dijo:
-Ayyy... si eres un hombre tonto, te advertí a gritos anoche pero tú dormías como
tronco y no me escuchaste, ahora lloras tu descuido. Los ladrones se llevaron tus
llamas y las carnearon, la carne está oculta en aquella casa. Vamos, que te ayudaré a
recuperar la carne de tus llamas, la carne está en uno de aquellos cuartos, bien
protegida por dentro, de manera que será muy difícil que tu logres abrir la puerta,
pero yo te ayudaré, y ya no debes llorar. Con esas palabras consoló la pena del viajero
el hombre Liqi Liqi.
El viajero sin poder evitar su llanto agradeció al hombre Liqi Liqi, y éste instruyó a
Pedro de la siguiente manera:
-Ve tú por delante- veremos qué te dicen los ladrones.
Pedro llegando al lugar, preguntó a los supuestos ladrones:
-Señ or, señ ora, dos de mis llamas se han perdido, ¿quizá s se hayan extraviado por
aquí?
Entonces salieron los ladrones, que con mucha prepotencia increparon a Pedro:
-¡Qué! ¿Có mo dijo? ¿Nosotros somos cuidadores de tus llamas?, ¿porqué no cuidó bien
sus animales?
Repentinamente el hombre Liqi Liqi apareció volando y abrió la puerta de la casa de
una patada, luego dijo:
-Aquí está la carne de tus llamas.
A continuació n desapareció tan rá pido como había venido.
Los ladrones y el viajero se quedaron admirados y sorprendidos. Y de esa manera
Pedro recuperó la carne de sus llamas.
Contó el señ or Cancio Mamani, él es oriundo de la provincia Pacrajaes, departamentos
EL ZORRO ANTONIO Y
EL LEÓ N
Este cuento fue recopilado en la Comunidad de Moroqu Marka, provincia Bustillo del
departamento de Potosí. Contó el señ or Alberto Kamaki Mendoza.
Cierto día, dicen que el Zorro Antonio se encontraba en una pampa buscando conejos
silvestres y lagartijas para comer, puesto que sentía hambre. En ese entonces lo
encontró el tío Leó n, preguntá ndole de esta manera:
-Antonio, ¿qué está s haciendo?
-Estoy cazando conejos, tío -respondió Antonio.
-Ah, tonto, vamos yo te enseñ aré, prosiguió el Leó n.
Y de esa manera condujo a Antonio hasta un pantano, un lugar de abrevadero para los
animales. Acto seguido el Leó n se escondió en un lugar oculto pero cercano, pero
previamente recomendó a Antonio:
-Tú vigila el lugar, y me avisas quién llega -agregó .
-Ya -asintió Antonio.
Corno era un lugar donde iban a beber todos los animales, poco a poco estos fueron
llegando, en principio llegó una oveja, y el Leó n preguntó :
-¿Qué ha llegado?
-Llegó una oveja -comunicó Antonio.
-Que llegue pues, dijo el Leó n, despreciando la oferta.
Después preguntó :
-¿Qué ha llegado?
-Llegó una llama.
-Que llegue nomá s, contestó nuevamente el Leó n.
Posteriormente
-¿Qué ha llegado?
-Llegó un burro.
-Que llegue pues, dijo una vez má s el Leó n.
Mientras tanto, el Leó n siguió recostado esperando pacientemente una presa mayor.
Finalmente preguntó :
-¿Qué ha llegado?
-Llegó un caballo grande -respondió Antonio.
-A ver, vamos -dijo el Leó n.
Y levantá ndose pausadamente vio que en realidad se trataba de una caballo. Luego
con una gran agilidad asombrosa logró abalanzarse sobre el caballo y derribarlo.
Después de matar al animal dijo dirigiéndose a Antonio:
-Ahora come pues.
Antonio, que había comido bastante, y estaba hartado, ya no podía comer má s.
Después de darse ese banquete se fueron ambos.
Al otro día, Antonio encontró a uno de sus hermanos, que se encontraba en una de
esas pampas, seguramente buscando conejos para comer, y le preguntó :
-Hermano, ¿qué está s haciendo?
-Estoy cazando conejos -contestó el hermano.
-Vamos yo te enseñ aré a cazar-replicó Antonio, con tono insinuativo.
Condujo al hermano al mismo lugar donde él fue días antes. Antonio actuaba de la
misma manera como lo hizo el Leó n. Y al igual que éste ú ltimo se recostó en un lugar
oculto, dio las instrucciones y empezó a preguntar de manera similar al Leó n:
-¿Qué ha llegado?
-Llegó una oveja.
-¿Qué ha llegado?
-Llegó una llama.
-¿Qué ha llegado?
-Llegó un burro.
Luego:
-¿Qué ha llegado?
-Un caballo grande -respondió el otro zorro.
-A ver, vamos -dijo levantá ndose el Zorro Antonio.
El Zorro Antonio, al igual que el Leó n, se abalanzó sobre el caballo, pero no pudo
derribarlo; má s al contrario, recibió una tremenda coz que le hizo salir disparado por
los aires, y con el fuerte impacto murió el Zorro Antonio.
Viendo muerto a Antonio, su hermano lloró muy apenado produciendo lastimeros
alaridos:
-Ayyy, ay, ay, por qué no me escuchaste -yo te lo dije -ayy, ay, ay.
No hubo ni carne ni comida, solamente dolor y llanto por la muerte del Zorro Antonio.
Así murió Antonio por imitar a otro que tiene mayor fuerza.
Este cuento fue recopilado en la comunidad de Moroqu Marka, provincia Bustillo del
departamento de Potosí. Contó el señ or Alberto Kamani Mendoza.
Cuentos andinos 1980: 48-50.
EL ZORRO Y EL ZORRINO*
EL DIABLO
Versió n de Isidro Rojas.
Recopilació n de Alejandro Ortíz Rescaniere
Cuando el mundo amaneció se encontraron los tres reunidos:
La Virgen María, su esposo Jesucristo y el hijo de ambos, Supaya (el Diablo).
Entonces Jesucristo creó a la gente antigua que era muy buena y sabia. Los primeros
hombres, Adá n y Eva, no se hablaban, no sabían hablar. Jesucristo les echó un piojito y
así nuestros padres empezaron a conversar. Supaya también reclamó para su gente.
Su padre le mandó culebras sapos y lagartos. Pero estos animales no se atrevieron a
molestar a la gente antigua.
Supaya tenía abundantes riquezas, demasiadas riquezas. Sus caballos y das andaban
magníficamente herrados. El pobre Jesucristo só lo caminaba los pies desnudos.
Un día se cayó el herraje de un animal de Supaya.
Pisó Jesucristo el herraje y se hizo dañ o. En lugar de sangre brotó fuego como estaba
hambriento, se preparó un buen desayuno. El resto de fuego lo llevó entre sus ropas, -
¡fuego bueno para cocinar! Supaya quiso hacer lo amo. Cargó fuego con sus mulas —
¡ay, ay!— gritaron las mulas, se quemaron. Desde entonces los caballos y mulas sufren
de ulceraciones.
Supaya odiaba a Jesucristo y lo perseguía. El viejo Jesucristo andaba hambriento. Un
día no soportó má s y cosechó piedras de diversas formas redondas. Las lamió y allí en
ese momento, se transformaron en las infinitas clases de papas, ollucos, y mashuas
que conocemos. Las cocinó con el fuego llevaba y así pudo entretener su hambre.
Jesucristo quería comprar una vaquita al rico Supaya que criaba muchas desorden con
pena llegó a juntar un poco de dinero. Supaya le dió una vaca fea, sucia y mostrenca. A
ver si la vaca mata a mi viejo, dijo. La vaca al llegar donde estaba Jesucristo tó rnose en
un animal manso y otras vacas má s rieron al viejito.
En el lago se bañ aron con agua y sangre del viejo y así dejaron de ser negras. Desde
entonces hay animales de todo color. Las mostrencas que que-ahora son de Supaya.
—¿Dó nde está mi ganado? —bramó Supaya.
Su padre con humildad, le respondió .
—Tus vacas son negras y no de colores como las mías.
Odió má s al viejo, y lo persiguió con maldad.
En la huida, el viejo hizo germinar granos de maíz, de trigo, al lugar llegaba hacía
germinar un grano diferente.
El burro respondió :
—Sí, cuando sembraba quina pasó por aquí. Al ver la quinua ya crecida pensó el hijo.
El viejo debe de estar lejos. Jesucristo iba muy tranquilo en el estó mago del burro.
Pero Supaya se dio cuenta y ordenó a un ciego Hartado José que matara al bulto.
Cuando cortaba la barriga, la luz abrió los ojos de Jesucristo y convirtió a José en
cerdo. Desde entonces existen estos animales que aunque feos y sucios como José, son
codiciados por el hombre.
Al final fue vencido el padre. Otros afirman que a veces gana Dios y otras Supaya.
Yo no sé có mo fue. Por eso todo hombre tiene de Dios y de Supaya. Unos má s de Dios,
otros má s de Supaya. Cuando terminó de perseguir Supaya a su padre, cuando lo
venció , salieron todos sus amigos y se pusieron a festejar saltando, bebiendo, dando
gritos de alegría.
Ahora el mundo es así.
Ortiz Rescaniere 1963: 21-27
EL ZORRINO Y EL HOMBRE
Versió n de Juliá n Condori Condori.
Comunidad de Jorata, provincia de Huancané.
Un joven que andaba de noche dando serenata a las jovencitas del lugar, estaba
enamorado de modo que cuando llegaba la tarde, se preparaba para ir a cantar con su
guitarra má gica, cintura de mujer. Una día, caminando en medio del cerro se puso a
tocar y al escuchar el sonido de su guitarra má gica, de pronto apareció un zorrino, El
joven al ver al animal se asustó , porque el zorrino de un silbido agrupó a otros
zorrinos má s. El joven quiso vencer a todos, pero un zorrino convertido en un rayo
pasó entre sus piernas, entonces el joven se cayó y su guitarra se rompió .
Después de mucho rato, los zorrinos se pusieron a cantar y otros a balar sobre el
joven. Unos trajeron piedras y querían enterrarlo antes que la .una iluminara los
caminos. El joven no podía levantarse pero se acordó que sus abuelas le habían
contado que los zorrinos tenían miedo al toro. Entonces se puso a mugir... mu... mu..
muu....de inmediato los zorrinos escaparon, desapareciendo rá pidamente del lugar.
Entonces, el joven enamorado y cantor se levantó y se fue a su casa. Al día siguiente
pensó llegar donde su enamorada, salió a darle serenata y caminó por el cerro con
otra guitarra de nogal, iba cantando cuando de nuevo aparecieron los zorrinos, se
sentó encima de una piedra y valientemente continuó tocando su guitarra.
Los zorrinos aparecieron esta vez en má s nú mero, se juntaron y se pusieron a bailar.
El joven siguió tocando hasta que los zorrinos se juntaron cada vez má s hasta má s o
menos doscientos. Todos bailaban en ronda con las colas que parecían banderas al
viento. El joven pensó que no podría vencer a tantos zorrinos, se levantó y bramó con
todas sus fuerzas. Los zorrinos escaparon y desparecieron y el joven se fue tranquilo a
dar serenata a su enamorada.
Texto recuperado por Gregorio Quispe.
LA ABUELA ZORRINA
Versió n de Víctor Ochoa Villanueva.*
Una zorrina encontró un bebé abandonado y se lo crió , lo alimentaba con papa y
sangre cocida.
La zorrina iba a robar papas antes de hacer dormir a su niñ o. Cuando el joven creció y
solía salir para encontrarse con personas y contarles todo lo que su abuela le daba de
comer, narró que su abuelita só lo le preparaba comida de papas con sangre cocida.
Una señ ora le dijo que su abuela era un animal que se llamaba zorrina. Por eso, el
joven se dirigió a su casa pero no encontró a su abuela. Era de noche, entonces el
joven salió en busca de su abuela y la vio desde de lejos que robaba papas en una olla
y se sacaba sangre de la nariz.
Cuando su abuela llegaba se adelantó y acostó . A la mañ ana siguiente su abuela había
cocinado, lo hizo levantar, pero el joven no quiso desayunar ni almorzar. La abuela se
molestó y riñ o diciéndole:
-¿Por qué no quieres almorzar? -el joven no contestó nada, estaba enojado,
Cuando la abuela salió , el joven contó lo que su abuela hacía para darle de comer y le
aconsejaron: Escá pate en la noche cuando tu abuela esté yendo a traer papas, que se
envolviera con una frazada en forma de persona, tome si estuviera durmiendo.
El joven obedeció . En la noche cuando salió otra vez la abuela se levantó , hizo todo lo
que le recomendaron y se Fue. Cuando se abuela llegó no se dio cuenta. A la mañ ana
siguiente, se levantó a preparar el desayuno y listo para que lo tomara el joven, le dijo
que se levante.
-Chico levá ntate ya está el desayuno.
El nieto no contestó , otra vez la abuela dijo:
- Levá ntate o te pego con un palo.
Corno el joven se había ido no contestaba, la zorrina de có lera agarró el palo, pegó a
las frazadas envueltas y se dio con la sorpresa de que no estaba su nieto.
De inmediato salió a buscarlo y preguntó a una piedra que le contestó :
"Se fue aquel lado", y no lo encontró aunque caminó mucho por tierras desconocidas,
llegando a perder su casa.
________________
Víctor Ochoa Villanueva, accedió a corregir las versiones anteriores de este texto, así
como de los que aparecen en esta edició n.
LA CULEBRA Y SU AMADA
Versió n de Víctor Ocha Villanueva.
Era la {mica hija de un matrimonio de humildes pero abnegados padres. Ellos la
mandaban a los cerros a pastear sus animales. Pero un día se le presentó un joven alto,
delgado y hermoso, quien le pidió tener relaciones amorosas y ella aceptó . En prueba
de amor pidió a la joven que le trajera de su casa harina molida, alimento que
compartían los dos. Luego de quedar embarazada la pastora le hizo saber que quería
llevarlo a su casa. El joven le preguntó si tenía un hueco debajo del batá n de la cocina,
donde dormía la pastora y ella le contó todo.
La pastora le pidió al joven que se presentase ante sus padres. Luego de estar listo el
hueco en el costado del batá n, entraron a la casa. El joven para dormir en las noches
con la moza le pidió que engañ ara a sus padres diciéndole que iba a cuidar la
despensa, lo que fue aceptado por sus padres.
Cada vez que molía la pastora en el batá n, arrojaba porciones de harina al hueco
dando así de comer a su amado. Los padres no se daban cuenta, solamente
reaccionaron cuando la pastora estuvo embarazada, que preguntada se negó a decir la
verdad.
Ante esta grave situació n, los padres se dirigieron en busca de un yatiri, idea que
surgió después del interrogatorio que hicieron los achachilas de la comunidad,
quienes no comprendieron lo que realmente pasaba con la joven. Los padres de la
pastora, entonces, se dirigieron llevando coca donde el yatiri, quien después de mirar
la coca, les dijo que había algo debajo del batá n, que era el padre del hijo que tendría
la hija. -Es una culebra macho - dijo-, pero al querer matarla se opondría la hija, para
lo que aconsejó que se despacharan a la hija a una gran distancia en busca de yerbas
para que diera a luz.
Antes que partiera la hija, los padres contrataron diez hombres fuertes que llegaron
con machetes y garrotes. Al día siguiente le dieron a la pastora fiambre y dinero para
que comprara yerbas en el pueblo llamado Sumaj marka.
Cuando la hija se encontraba lejos, los hombres sacaron bis platinos pequeñ as y de
inmediato levantaron el batá n para terminar con la culebra, de modo que los hombres
la destrozaron partiéndola en partes, pero la sangre corrió por el suelo y no podía
morir. En ese momento llegó lo joven, quien protestó por lo que le hacían a su amante;
confesó que era el padre del hijo que llevaba. Ante la reacció n y có lera de la pastora se
escaparon varias serpientes pequeñ as de su vientre, las que también fueron muertas
por los hombres contratados. Luego a la culebra la llevaron y sepultaron al fondo de la
tierra.
EL RATÓ N Y EL ZORRO
Versió n de Mario Franco Inojosa.
Un rató n del campo regresó a su guarida llevá ndose un buen trozo de carne
sancochada y, como era casi de noche, entró a la cueva de un zorro, por equivocació n.
Apenas se dio cuenta, quiso salir de inmediato para escapar, precisamente en
momentos en que el zorro llegaba a su caverna.
-¿Qué haces en mi casa, ladronzuelo? -interrogó al zorro.
-Es una equivocació n, señ or zorro. Yo volvía del pueblo un poco mareado, porque tuve
una cena bien rociada con vino, como digo, por equivocació n entré a su casa.
-Si quiere convencerse, aquí está la prueba -dijo- mostrando un buen trozo de carne
sancochada en salsa.
- Bueno, parece que es cierto lo que dices y no es por robarme. Pero si quieres irte, sin
que te coma, pá game ese trozo de carne -propuso el zorro.
-De mil amores, tenga alimento, si quiere le puedo traer má s carne aunque es mejor
que vayamos con porque yo no podría traer sino pedacitos.
El zorro encontró ló gica la explicació n del rató n y después de engullirse el trozo de
carne, se propusieron ir al día siguiente a la cabañ a donde había má s carne.
El rató n entró primero para ver si el zorro podía entrar sin peligro.
-Entremos rá pido, los dueñ os no está n en casa -dijo- el rató n al zorro y ambos
entraron tranquilamente.
El zorro husmeó la olla y encontró trozos flotando que no pudo coger. -Pero
introduzca hasta el fondo la cabeza -le aconsejó el rató n.
El zorro introdujo hasta el fondo la cabeza, pero una vez adentro la cabeza no pudo
sacarla.
Entonces el rató n le dijo que sería mejor irse y que le serviría de guía hasta un
roquedal donde podría romper la olla.
El zorro salió y caminó guiado por el rató n que lo llevó a un picacho escabroso e hizo
que el zorro se colocara al filo de un barranco. El rató n con todas sus fuerzas empujó y
el zorro pagó con su vida al confiar en el rató n.
Texto inédito
EL ZORRO CANTOR
Versió n de Mario Franco Inojosa.
Aquella mañ ana amaneció clara y limpia. Los puku pukus, waychus, quitulas y liqi liqís,
cantaban alegres a las orillas del río que recorría la inmensa pampa.
El zorro de oídos agudos, despertó en la caverna con el bullicio dichoso de las aves
cantoras, dejando su apelmazado camastro de wuycha y paja brava. Contempló la
pampa y sintió una alegre sensació n al ver el paisaje tapizado de ch grama y trebol
que crecían alimentadas por aguas de lagunas y murmullos.
Miró por todos lados y extrañ amente conmovido sintió necesidad de unirse a la
mú sica que fluía de las gargantas de las aves. Con la primera ave que tropezó , una
perdiz, cantó con sonoridad y sintió deseos de cantar má s.
Se saludaron cortésmente y el zorro empezó a entablar conversació n. La perdiz se
dispuso a conversar con el zorro, colocá ndose a cierta distancia; sabía muy bien que
éste cá nido es devorador de aves.
—Señ ora perdiz, ¿có mo es que usted y las demá s aves pueden cantar tan lindas
canciones?
Y la perdiz le contestó con cierta sorna:
—¡Usted también puede cantar! Todos los animales podemos cantar a la naturaleza. Y
si no, haga la prueba.
El zorro se dispuso a hacerlo y emitió algunos sonidos, que má s que sonidos fueron
aullidos.
—Mire, yo no puedo cantar. ¿Qué debo hacer para hacerlo como usted?
—Pues muy simple. Usted no tiene filudos los labios de su boca. Si quiere cantar como
nosotros, tiene que coserse la boca.
—Es que yo no podría coserme la boca. ¿Usted no me podría coser? —preguntó el
zorro no sin ocultar su interés de cobrar la confianza de la perdiz, para comérsela en
seguida.
—Si usted desea, yo se la podría coser —le ofreció la perdiz.
—Gracias, muchas gracias—agradeció el zorro.
La perdiz cogió un poco de paja y la torció .
Cuando la perdiz se le acercó al zorro, le entraron ganas de comérsela, pero má s pudo
su vanidad de cantar corno las aves y se dejó coser, soportando los pinchazos que le
daba la perdiz.
—A ver, haga usted la prueba -el zorro intentó pero no pudo cantar. Entonces la
perdiz le dijo-: Debo coserle hasta la punta del hocico. El zorro se dejó coser.
Una vez que estuvo cocido el hocico del zorro, la perdiz lanzó una larga carcajada y se
alejó del lugar riéndose. El zorro se quedó con la boca cosida sin poder comer, hasta
que murió de hambre.
Texto inédito.
EL SUCHE TRAIDOR
Versió n de José Portugal Catacora.
Un pescador de una isla del Titicaca se lamentaba una noche de luna esplendorosa,
có mo hay en el mundo cosas tan infinitamente bellas que proporcionan al hombre
serios males.
Durante las noches de luna, la pesca abunda pero aquella noche no había ni una
mísera boguilla para pescar, mientras sus numerosos hijos padecían de hambre.
Cuando así se quejaba el pescador, apareció un suche que por entonces todavía
habitaba el lago.
El pescador tendió su red y el suche cayó en ella: cuando fue sacado a flote, el suche le
habló de esta manera:
— Dejadme por amor de Dios, soy también padre como vos, y si me quitais la vida, mis
hijos que son má s numerosos que los de vos, quedara en la orfandad.
El hombre, que se había alegrado tanto de encontrar el pez, reflexionó un instante y
pensó en el dolor paternal de aquel pez, en la orfandad de sus hijos y luego en lo que
ocurría con sus propios hijos en semejante caso.
El hombre no despegaba los labios, el pez pensó en ofrecer un rescate y continuó .
—Dejadme ir os ruego, por todo lo que ameis en esta vida. Si quereis pesca abundante,
os prometo que atraeré a las proximidades de vuestra balsa, todas las noches de luna,
enorme cantidad de peces.
El hombre se entusiasmó y exigió severo juramentó . El suche se prestó a todo,
pidiendo como ú nica condició n que nunca pescase un solo pez de su especie. Pactada
la propuesta, el suche volvió a las aguas y el pescador quedó pensativo por lo que le
había sucedido.
El suche viajó hasta los lugares má s profundos donde se reunían peces en noches de
luna y les exhortó con verbo cá lido para que abandonasen la actitud de fugitivos que
los ponían en condiciones miserables. Les habló de có mo el hombre es incapaz de
permanecer a flote en el agua, menos de introducirse en ella, que ellos eran dueñ os de
las aguas y tenías ventajas sobre el hombre. Ellas podrían atacarlo, destrozar la balsa y
ahogar al hombre, con éste escarmiento ningú n hombre volvería en pos de ellos.
Los pececillos que se contaban por millares se entusiasmaron con las palabras del
suche, pez grande y de mayor autoridad en el lago. Todos juraron terminar la
persecució n porque el hombre los hacía sus víctimas.
Momentos después tina enorme mancha de peces se dirigió desde el fondo hacia la
balsa. Todos de adhirieron a la balsa de manera implacable, luchando, segú n ellos,
heroicamente contra el hombre. Pero el hombre cada vez que tendía su red sacaba
millares de peces, tuvo que retirarse con abundante pesca mientras los peces lo
perseguían.
—;Lo hemos hecho correr! Celebró el suche.
Los peces no obstante los miles que se llevó el pescador se ufanaron de su acció n.
La escena se producía ininterrumpidamente, cada noche.
Mientras los peces luchaban cada vez má s decididos, el hombre los sacaba del vientre
del Titicaca, todas las noches tantos peces, se iban terminando, solamente los suches
no caían en las redes.
Hasta que fue observado por los peces y fue descubierta la estrategia del suche y
emprendieron una persecució n despiadada para vénganse.
Los suches tuvieron que replegarse a los ríos, siendo expulsados definitivamente del
lago. Desde entonces se ven obligados a vivir só lo en ríos, bogando eternamente
contra la corriente.
Texto inédito
LA CODORNIZ Y EL ZORRO
Versió n de Rafael Acero
Dicen que había una codorniz que acostumbraba pasear tocando su pinkillu en los
cerros. Tocaba wayños llenos de poesía y nostalgia que hacia llorar a los á rboles. El
zorro que se moda por hablar con ella hasta que un día fue a buscarla, la encontró y
saludó :
-¿Có mo está s querida K'ullitu?
-Bien tiwulay -respondió la codorniz.
-Qué lindo tocas tu pinkillu, ¿puedes prestá rmelo?
-Bueno, tó malo pues- respondió el ave.
El zorro agarró el pinkillu y de pronto corrió perdiéndose en los caminos. La codorniz
lloró , no supo qué hacer y después de un momento, pensó .
-¡Ah¡ ya sé, voy a ir a la entrada de la cueva del zorro y me voy a hacer la muerta.
Y se fue a la cueva, se echó en la puerta de cueva simulando estar muerta. Má s tarde
apareció el zorro y al ver a la codorniz se puso triste.
-¡Ay! pobre codorniz, ya que está s muerta de pena, toma, toma tu pinkillu.
La codorniz agarró el pinkillu y voló , q´ull, q´ull, q´ull, y el zorro sorprendido no supo
qué hacer.
Así como la codorniz recuperó su pinkillu, así también nosotros los campesinos
podemos recuperar todo lo que es nuestro, todo lo que está en manos ajenas.
Texto recuperado por Gregorio Quispe.
IQIQU
Versió n de Víctor Ochoa Villanueva.
Hace mucho tiempo que había una persona aimara cuyo nombre era Iqiqu. Era
fornido, de estatura baja, humilde, bondadosa, caritativa y sonriente. Generoso y
bueno buscaba una vida armoniosa entre los hombres, y por donde andaba predicaba
buenas costumbres, donde había problemas y llanto llevaba consuelo, consolació n y
alegría.
Un día por sus cualidades maravillosas, recibió poder de Apu Qullana Awqi (Dios
padre divino), que mora en las alturas sagradas de Khunu qullu (cerro nevado). Con el
poder recibido Iqiqu logró realizar grandes hazañ as, manejaba piedras grandes,
secaba el agua, trasladaba rocas y cerros solamente con levantar la voz. Todo le
obedecía, por eso la gente seguía su ejemplo.
Tenía una honda y su ch'uspa (bolsa). Caminaba por cerros, pampas y riberas del lago.
A quien lloraba lo consolaba y hacía que se alegrara, a quien no tenía productos se los
obsequiaba, a quienes querían casarse los unía para que formaran su hogar.
Pero Un día llegó el awqa (ser maligno) con su gente sanguinaria. Su aspecto era de
hombre barbudo, de tez blanca y con cará cter de diablo. Awqa se portó cruelmente,
atemorizó a los aimaras y persiguió a Iqiqu. A los seguían los desbandaba, a otros los
asesinaba ferozmente.
Cierta vez Iqiqu llegó a un aillu, donde awqa también había instalado su posada para
perseguir a Iqiqu. Mientras promovía diferentes formas de ayuda mutua, awqa y su
gente malvada lo rodearon y capturaron. Lo torturaron y despedazaron el pequeñ o
cuerpo de Igiqu.
La cabeza, brazos, piernas y otras partes del cuerpo fueron desparramados por todos
los caminos del altiplano y la cordillera, a fin de que no vuelva a reunirse el cuerpo
porque tenían miedo del poder que en vida poseía Iqiqu.
Cada una de las partes del cuerpo de Iqiqu ahora está tomando forma y ha empezado
a unirse debajo del suelo. Cada parte del cuerpo se ha revitalizado y está creciendo
hacia Wiñaya marka (Ciudad eterna). Un día no muy lejano, todos sus miembros
llegará n a unirse en Wiñaya marka. Se reunificará n y Iqiqu Igiqu recobrará su fuerza
sobrenatural, nos llamará y sacará de miseria a su pueblo. Renacerá la nació n aimara y
los hombres tendrá n una vida digna.