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«Comentario
exegético
al
Código
de
Derecho
Canónico»,
Vol.
4/I,
Eunsa,
Pamplona,
1996,
pp.
147-‐173)
1.
Aunque
el
título
comienza
con
un
enunciado
genérico
(«De
los
contratos…»),
la
mayor
parte
de
los
cánones
hacen
referencia
exclusiva
a
la
enajenación
(cc.
1291-‐1294,
1296
y
1298).
Por
otra
parte,
el
c.
1295
establece
que,
a
efectos
de
aplicación
de
la
normativa
canónica
sobre
la
enajenación,
se
equiparan
a
ésta
todos
aquellos
actos
o
negocios
por
los
que
pueda
resultar
perjudicada
la
situación
patrimonial
de
las
personas
jurídicas
públicas.
Solamente
un
canon
(el
1297)
hace
referencia
a
otro
tipo
de
contrato
específico,
en
concreto
al
arrendamiento.
147
2.
El
c.
1290
se
refiere
a
los
contratos
de
modo
genérico,
sin
especificar
ni
mencionar
alguno
en
concreto.
En
tema
de
contratos
y
de
pagos,
siguiendo
la
pauta
marcada
por
el
CIC
17
(cfr.
C.
1529),
el
Código
procede
a
una
canonización
amplísima
de
las
leyes
civiles.
En
esa
canonización
de
la
ley
civil
se
establecen
únicamente
dos
salvedades:
que
dichas
normas
sean
contrarias
al
Derecho
divino,
en
cuyo
caso,
obviamente,
no
tienen
valor
alguno
en
el
ordenamiento
canónico;
o
que
exista
alguna
prescripción
concreta
por
parte
del
propio
Derecho
canó-‐
nico,
caso
en
que,
lógicamente,
la
normativa
canónica
prevalece
sobre
las
correspondientes
normas
civiles.
Se
trata
de
una
aplicación
concreta
de
los
criterios
sobre
canonización
de
leyes
civiles
contenidos
en
el
c.
22.
148
subsidiaridad1,
tan
típicos
de
este
CIC,
se
procede
en
dos
momentos
a
una
remisión
a
las
decisiones
de
las
Conferencias
Episcopales
(cfr.
Cc
1292
§
1,
y
1297).
149
común
sentir
de
la
doctrina,
se
requieren
únicamente
para
la
licitud
del
acto
enajenatorio.
En
este
sentido,
se
exige
la
existencia
de
justa
causa
que
dé
razón
de
la
enajenación
que
se
pretende
realizar
(c.
1293
§
1),
así
como
la
previa
tasación
del
bien
a
enajenar
(c.
1293
§
2);
la
puesta
en
práctica
de
las
cautelas
que
la
autoridad
legítima
considere
necesarias
para
asegurar
que
la
operación
no
acaba
por
redundar
en
detrimento
del
patrimonio
de
la
persona
jurídica
en
cuestión
(c.
1293
§
3);
además,
está
establecido
que
los
bienes
no
se
enajenen
ordinariamente
por
un
precio
menor
del
indicado
en
la
tasación
(c.
1294
§
1),
aunque,
como
veremos,
en
este
caso
se
admiten
excepciones.
6.
El
c.
1295
establece
que
los
estatutos
de
las
personas
jurídicas
públicas
habrán
de
acomodarse
a
todos
estos
requisitos.
Por
otra
parte,
en
el
mismo
canon
se
especifica
que
dichos
requisitos
se
exigen
no
sólo
para
la
enajenación,
estrictamente
hablando,
sino
también
para
todas
aquellas
operaciones
que
puedan
redundar
en
un
detrimento
patrimonial
de
la
persona
jurídica
afectada.
Por
tanto,
siempre
que
el
Código
se
refiere
a
la
enajenación
habrá
que
interpretar
el
término
en
el
sentido
amplio
que
acabamos
de
describir.
150
de
la
autoridad
competente
(c.
1298),
licencia
que
se
requerirá
únicamente
para
la
licitud
del
acto.
151
1290
Quae
ius
civile
in
1290
Lo
que
en
cada
territorio
territorio
statuit
de
establece
el
derecho
civil
sobre
contractibus
tam
in
genere,
los
contratos,
tanto
en
general
quam
in
specie
et
de
como
en
particular,
y
sobre
los
solutionibus,
eadem
iure
pagos,
debe
observarse
con
los
canonico
quoad
res
potestati
mismos
efectos
en
virtud
del
regiminis
Ecclesiae
subiectas
derecho
canónico
en
materias
iisdem
cum
effectibus
sometidas
a
la
potestad
de
serventur,
nisi
iure
divino
régimen
de
la
Iglesia,
salvo
que
contraria
sint
aut
aliud
iure
sea
contrario
al
derecho
divino
o
canonico
caveatur,
et
firmo
que
el
derecho
canónico
praescripto
can.
1547.
prescriba
otra
cosa,
quedando
a
salvo
el
c.
1547.
El
Código,
siguiendo
en
este
punto
el
criterio
establecido
por
el
CIC
17
en
el
antiguo
c.
1529,
procede
a
canonizar
las
correspondientes
leyes
civiles
del
lugar
en
materia
de
contratos
y
de
pagos.
Y
esto
de
una
manera
amplísima,
pues
se
acepta
la
normativa
civil
sobre
este
punto
«tam
in
genere
quam
in
specie».
Se
trata
de
una
típica
«norma
de
remisión»,
según
la
terminología
del
Derecho
internacional
privado.
Por
esta
canonización,
las
normas
civiles
aplicables
pasan
a
operar
en
el
ámbito
canónico,
en
aquellas
materias
mencionadas
en
el
canon
y
sometidas
a
la
potestad
de
régimen
de
la
Iglesia,
con
la
misma
fuerza
y
efectos
que
si
fueran
propiamente
canónicas
(y
teniendo
en
cuenta
que
no
se
trata
de
una
especie
de
Derecho
supletorio,
sino
de
normas
aplicables
de
modo
ordinario).
Dicha
canonización
no
es
más
que
una
aplicación
concreta
en
el
ámbito
de
los
contratos
de
lo
que,
genéricamente
establece
el
c.
22
(«Leges
civiles
ad
quas
ius
Ecclesiae
remittit,
in
iure
canonico
iisdem
cum
effectibus
serventur,
quatenus
iuri
divino
non
sint
contrariae
et
nisi
aliud
iure
canonico
caveatur»).
Se
trata
pues
de
normas
que,
aunque
materialmente
civiles,
formalmente
son
canónicas,
ya
que
el
legislador
canónico
es
el
único
con
capacidad
de
concederles
fuerza
de
obligar
en
su
propio
ámbito.
La
norma
civil
aplicable
será
aquella
«pro
tempore
existens».
La
frase
«quoad
res
potestati
regiminis
Ecclesiae
subiectas»
viene
a
expresar
que
la
canonización
indicada
se
extiende
no
sólo
a
contratos
que
versen
sobre
bienes
eclesiásticos,
como
pudiera
parecer
a
primera
vista,
sino
a
cualquier
tipo
de
contratos,
pagos
y
obligaciones,
con
tal
de
que,
por
razón
de
su
objeto
o
de
las
personas
que
intervienen,
caiga
bajo
152
la
potestad
de
régimen
de
la
Iglesia2,
como
puso
de
relieve
la
jurispruden-‐
cia
en
algunas
sentencias
en
relación
con
el
desaparecido
«privilegium
fori»3.
Hoy
podría
ser
el
caso
de
contratos
sobre
bienes
en
los
que
una
de
las
partes
fuera,
por
ejemplo,
alguna
asociación
privada
de
fieles
-‐sus
bienes
no
son
eclesiásticos-‐,
y
por
tanto,
sometida
a
la
potestad
de
la
Iglesia
(cc.
323
§
1
y
325).
En
cuanto
a
la
interpretación
de
las
normas
que
resulten
canonizadas,
habrá
que
acudir
a
los
criterios
que
establezca
el
ordenamiento
civil
al
que
pertenezcan
dichas
leyes,
mientras
que
el
propio
canon
1290,
habrá
que
interpretarlo
según
los
criterios
canónicos
contenidos
en
el
c.
174.
Teniendo
en
cuenta
lo
dicho,
la
normativa
civil
aplicable
sobre
contratos
abarcaría
todo
lo
referente
a
la
capacidad
para
contratar
(con
las
salvedades
prescritas
para
los
religiosos
en
el
c.
668),
al
consentimiento,
objeto
y
causa
del
contrato,
formas
y
solemnidades
necesarias
para
su
perfección,
efectos
entre
las
partes,
causahabientes
y
terceros,
y
cuanto
se
relaciona
con
el
nacimiento,
modificación
y
extinción
de
las
obligaciones.
En
España,
salvo
las
posibles
prescripciones
expresas
del
Derecho
canónico,
será
de
aplicación
la
normativa
general
sobre
contratos
contenida
en
los
Códigos
Civil
y
de
Comercio,
así
como
en
la
Ley
de
Contratos
del
Estado;
también
habrá
de
tenerse
en
cuenta
la
legislación
particular
o
especial
sobre
algunos
tipos
de
contratos,
como
las
leyes
de
Arrendamientos
Rústicos
y
de
Arrendamientos
Urbanos,
la
Ley
Hipotecaria
y
la
de
venta
de
bienes
muebles
a
plazos,
etc;
así
como
las
correspondientes
leyes
autonómicas,
y
las
normas
de
la
Comunidad
Europea
y
de
Derecho
Internacional
referentes
a
contratos,
que
sean
de
aplicación
en
España.
Unicamente
se
establecen
dos
excepciones
a
esta
eficacia
(las
mismas
que
en
el
citado
c.
22):
que
las
normas
civiles
resulten
contrarias
al
Derecho
divino
-‐natural
o
positivo-‐
(como
por
ejemplo,
aquellas
normas
civiles
que
no
exigieran
la
«bona
fides»
durante
todo
el
decurso
del
tiempo
de
la
prescripción,
como
establece
el
c.
198);
y
que
exista
alguna
norma
canónica
sobre
el
particular,
en
cuyo
caso,
la
norma
canónica,
lógicamente,
prevalece
sobre
la
civil.
Así
por
ejemplo,
el
propio
canon
cita
expresamente
el
c.
1547,
según
el
cuál
en
Derecho
canónico
la
prueba
testifical
en
materia
de
contratos
se
admite
siempre,
al
contrario
de
lo
que
sucede
en
algunas
legislaciones
civiles;
también
podrían
2
Cfr
P.
LOMBARDÍA,
Escritos
de
Derecho
canónico,
vol.I,
Pamplona
1973,
pp.11-‐12.
3
Cfr
sentencias
SRR
c.
Jullien,
de
10-‐XII-‐1932,
y
Tolosana,
de
5-‐VII-‐1927.
4 Cfr O. CASSOLA, La recezione del Diritto civile nel Diritto canonico, Roma 1969, p.95;
P. CIPROTTI, Contributo alla teoria della canonizzazione delle leggi civili, Roma 1941, p.37.
153
incluirse
en
este
supuesto
los
plazos
especiales
que
establece
el
c.
1270
para
la
prescripción
extintiva.
Así
como
el
término
«de
contractibus»
no
parece
ofrecer
ninguna
duda
sobre
su
sentido
y
alcance,
el
término
«de
solutionibus»,
traducido
en
la
versión
oficial
española
por
el
vocablo
«pagos»,
parece
que
podría
ampliarse,
siguiendo
el
sentido
que
siempre
tuvo
en
la
tradición
canónica,
por
el
de
«extinción
de
obligaciones»,
más
amplio
que
aquel,
e
incluyendo
en
el
concepto
de
obligaciones
no
sólo
aquellas
que
tienen
su
origen
en
un
contrato,
sino
también
las
extracontractuales5.
Así
por
ejemplo,
en
la
sentencia
SRR
c.
Jullien
(26-‐VI-‐1937)
se
declara
que
«nomina
solutionum
(cfr
c.
1.529
CIC
17)
veniunt
obligationes
quomodocumque
susceptae».
Y
en
otra
c.
Grazioli
(30-‐V-‐1939)
se
afirma
que
«per
solutionem
vero
intelligitur
non
solum
numeratio
pecuniae,
seu
praestatio
aliqua
sed
omnis
satisfactio
pro
omni
obligatione
sive
per
utroneam
promissione
sive
alio
quovis
modo
contracta».
Concordancias:
cc.
22,
1547
154
1291
Ad
valide
alienanda
bona,
1291
Para
enajenar
válidamente
quae
personae
iuridicae
bienes
que
por
asignación
publicae
ex
legitima
legítima
constituyen
el
assignatione
patrimonium
patrimonio
estable
de
una
stabile
constituunt
et
quorum
persona
jurídica
pública
y
cuyo
valor
summam
iure
definitam
valor
supera
la
cantidad
excedit,
requiritur
licentia
establecida
por
el
derecho,
se
auctoritatis
ad
normam
iuris
requiere
licencia
de
la
autoridad
competentis.
competente
conforme
a
derecho.
Enajenar
consiste
en
transmitir
el
dominio
pleno
sobre
algún
bien
a
un
tercero
por
un
acto
«inter
vivos»,
bien
sea
en
forma
onerosa
-‐venta,
por
ejemplo-‐,
o
gratuita
-‐donación-‐.
Entrarían
por
tanto
bajo
este
concepto
la
compraventa,
la
donación,
la
permuta,
la
transmisión
de
créditos,
etc.
Por
cuanto
se
refiere
al
concepto
de
«patrimonio
estable»
de
una
persona
jurídica
pública
(única
cuyos
bienes
tienen
la
consideración
de
eclesiásticos),
no
puede
confundirse
o
identificarse,
como
sucedía
anteriormente,
con
el
de
bienes
inmuebles
(aunque
lo
lógico
es
que
estos
formen
parte
de
aquél),
sino
que
más
bien
abarcaría
el
conjunto
de
todos
aquellos
bienes
que
le
son
necesarios
a
la
persona
jurídica
pública
para
la
realización
de
sus
fines
institucionales
propios;
es
decir,
abarcaría
a
aquellos
bienes
sin
los
cuáles
no
podría
subsistir
o
cubrir
adecuadamente
la
finalidad
para
la
que
se
creó.
De
hecho,
podrían
entrar
también
en
dicho
concepto
bienes
mobiliarios,
valores,
dinero
depositado
inmovilizado,
etc.6.
Por
otra
parte
el
canon
condiciona
la
exigencia
de
licencia
para
enajenar
a
aquellos
bienes
que
consituyen
el
patrimonio
estable
«por
asignación
legítima»,
es
decir
aquéllos
cuya
estabilidad,
o
afectación
al
patrimonio
estable
de
la
persona
jurídica,
haya
sido
determinada
por
sus
propios
estatutos,
o
por
sus
órganos
competentes,
o,
en
su
caso,
por
la
legítima
autoridad
o
el
propio
Derecho.
No
entran
en
el
supuesto
contemplado
aquellos
bienes
que,
aunque
tengan
un
valor
superior
a
la
cantidad
establecida
por
el
Derecho,
no
formen
parte
del
patrimonio
estable
de
la
persona
(lo
que
constituirá
un
caso
más
bien
raro);
ni
los
que
perteneciendo
a
aquel
patrimonio,
no
superen
la
cantidad
establecida.
Además,
la
licencia
que
ha
de
otorgar
la
autoridad
competente
sólo
se
exige
si
el
valor
del
bien
o
los
bienes
afectados,
supera
la
cantidad
determinada
por
el
Derecho,
para
lo
cual,
habrá
que
estar
a
lo
que
155
establece
el
c.
1292.
Lo
mismo
hay
que
decir
por
lo
que
se
refiere
a
la
identificación
de
cuál
haya
de
ser
la
autoridad
competente.
En
estos
casos,
es
decir,
cuando
se
trata
de
enajenar
un
bien
perteneciente
al
patrimonio
estable
de
la
persona
jurídica
pública
por
asignación
legítima,
y
cuando
el
valor
de
este
bien
es
superior
al
estableci-‐
do
por
el
Derecho,
la
licencia
que
ha
de
conceder
la
autoridad
competente
se
requiere
expresamente
para
la
validez
del
acto
de
enajenación.
Por
tanto,
si
la
enajenación
se
llevara
a
cabo
sin
ella,
tal
negocio
sería
inválido
y
nulo
de
pleno
derecho
(c.
10).
Por
otra
parte,
el
c.
1377
prevé
la
imposición
de
una
pena
justa
a
la
persona
responsable
de
la
enajenación
realizada
sin
la
licencia
necesaria
(que
normalmente
será
el
administrador).
Tal
como
se
indica
en
el
c.
1295
estas
normas
sobre
enajenación
de
bienes
eclesiásticos
han
de
aplicarse
también
a
cualquier
tipo
de
contrato
u
operación
de
la
que
pudiera
resultar
mermada
la
situación
patrimonial
de
la
persona
jurídica
en
cuestión,
aunque
no
se
trate
propiamente
de
enajenación,
como
podría
ser
la
constitución
o
reconocimiento
de
alguna
servidumbre
sobre
el
bien
en
cuestión,
su
hipoteca,
o
la
cesión
del
usufructo
sobre
el
mismo,
etc.
(siempre
que
dichos
bienes
pertenezcan
al
patrimonio
estable
de
dicha
persona,
por
asignación
legítima,
y
su
valor
supere
la
cantidad
establecida
por
el
Derecho).
Concordancias:
cc.
10,
116,
1257
§
1,
1292,
156
1292
§
1.
Salvo
praescripto
can.
1292
§
1.
Quedando
a
salvo
lo
638,
§
3,
cum
valor
bonorum,
precrito
en
el
can.
638
§
3,
cuando
quorum
alienatio
proponitur,
el
valor
de
los
bienes
cuya
continetur
intra
summam
enajenación
se
propone,
se
halla
minimam
et
summam
dentro
de
los
límites
mínimo
y
maximam
ab
Episcoporum
máximo
que
fije
cada
Conferencia
conferentia
pro
sua
cuiusque
Episcopal
para
su
respectiva
regione
definiendas,
auctoritas
región,
la
autoridad
competente
competens,
si
agatur
de
se
determina
por
los
propios
personis
iuridicis
Episcopo
estatutos,
si
se
trata
de
personas
dioecesano
non
subiectis,
jurídicas
no
sujetas
al
Obispo
propriis
determinatur
statutis;
diocesano;
pero
si
le
están
secus,
auctoritas
competens
est
sometidas,
es
competente
el
Episcopus
dioecesanus
cum
Obispo
diocesano,
con
el
consensu
consilii
a
rebus
consentimiento
del
consejo
de
oeconomicis
et
collegii
asuntos
económicos
y
del
colegio
consultorum
necnon
eorum
de
consultores
así
como
el
de
los
quorum
interest.
Eorundem
interesados.
El
Obispo
diocesano
quoque
consensu
eget
ipse
necesita
también
el
Episcopus
dioecesanus
ad
bona
consentimiento
de
los
mismos
dioecesis
alienanda.
para
enajenar
bienes
de
la
§
2.
Si
tamen
agatur
de
rebus
diócesis.
quarum
valor
summam
§
2.
Si
se
trata,
en
cambio,
de
maximam
excedit,
vel
de
rebus
bienes
cuyo
valor
es
superior
a
la
ex
voto
Ecclesiae
donatis,
vel
cantidad
máxima,
o
de
exvotos
de
rebus
pretiosis
artis
vel
donados
a
la
Iglesia,
o
de
bienes
historiae
causa,
ad
validitatem
preciosos
por
razones
artísticas
o
alienationis
requiritur
insuper
históricas,
se
requiere
para
la
licentia
Sanctae
Sedis.
validez
de
la
enajenación
también
§
3.
Si
res
alienanda
sit
la
licencia
de
la
Santa
Sede.
divisibilis,
in
petenda
licentia
§
3.
Si
la
cosa
que
se
va
a
enajenar
pro
alienatione
exprimi
debent
es
divisible,
al
pedir
la
licencia
partes
antea
alienatae;
secus
para
la
enajenación
deben
licentia
irrita
est.
especificarse
las
partes
§
4.
Ii,
qui
in
alienandis
bonis
anteriormente
enajenadas;
de
lo
consilio
vel
consensu
partem
contrario,
es
inválida
la
licencia.
habere
debent,
ne
praebeant
§
4.
Quienes
deben
intervenir
en
consilium
vel
consensum
nisi
la
enajenación
de
bienes
con
su
prius
exacte
fuerint
edocti
tam
consejo
o
su
consentimiento,
no
de
statu
oeconomico
personae
han
de
darlos
si
antes
no
se
les
iuridicae
cuius
bona
alienanda
informó
exactamente,
tanto
de
la
proponuntur,
quam
de
situación
económica
de
la
alienationibus
iam
peractis.
persona
jurídica
cuyos
bienes
se
desea
enajenar,
como
de
las
157
enajenaciones
realizadas
con
anterioridad.
A
efectos
de
determinar
cuál
es
la
autoridad
competente
para
conceder
la
licencia
necesaria
para
la
válida
enajenación
de
bienes
eclesiásticos,
hay
que
distinguir
según
se
encuentren
por
debajo,
entre,
o
por
encima
de
unos
determinados
valores,
mínimo
y
máximo,
que
corresponde
fijar
a
las
Conferencias
Episcopales
para
el
ámbito
de
sus
respectivas
regiones.
La
Conferencia
Episcopal
Española,
a
efectos
de
concretar
lo
establecido
en
este
canon,
dispuso
en
su
primer
Decreto
general
(26.11.83)
como
límite
mínimo
la
cantidad
de
cinco
millones
de
pesetas,
y
como
máximo,
la
de
cincuenta
millones
(art.
14.2)7.
Posteriormente,
en
su
LIII
Asamblea
plenaria,
celebrada
entre
los
días
19-‐
24
de
noviembre
de
1990,
acordó
modificar
dicho
artículo,
fijando
el
tope
mínimo
en
diez
millones
de
pesetas,
y
el
máximo
en
cien.
La
Congregación
para
los
Obispos
ratificó
este
acuerdo
el
11
de
abril
de
19928.
Si
el
valor
de
los
bienes
a
enajenar
es
inferior
al
mínimo
previsto,
no
se
requiere
ninguna
licencia,
ni
se
prevé
ningún
procedimiento
especial
(salvo
los
supuestos
contemplados
en
el
c.
1298).
Si
su
valor
se
encuentra
dentro
de
los
límites
máximo
y
mínimo,
la
autoridad
competente
para
otorgar
la
licencia
correspondiente
se
identifica
según
que
la
persona
jurídica
que
pretende
la
enajenación
dependa
o
no
del
Obispo
diocesano.
Así,
si
no
le
está
sometida,
dicha
autoridad
será
la
que
determinen
los
estatutos
de
la
persona
jurídica
en
cuestión
(estatutos
que
por
imperativo
del
c.
1295
habrán
de
acomodarse
a
los
requisitos
que
a
estos
fines
se
establecen
en
los
cc.
1291-‐1294).
El
caso
más
normal
de
persona
jurídica
pública
no
sometida
al
Obispo
será
el
de
una
persona
de
ámbito
supradiocesano,
dependiente,
por
ejemplo,
de
la
Conferencia
Episcopal.
Si,
en
cambio,
le
está
sometida,
la
licencia
la
debe
otorgar
el
Obispo,
que
deberá
contar
con
el
consentimiento
del
consejo
para
asuntos
económicos,
del
colegio
de
los
consultores,
y
de
los
propios
interesados.
Idénticos
consentimientos
se
requieren
para
la
enajenación
de
bienes
propios
de
la
diócesis.
Esta
intervención
del
Obispo
se
explica
a
la
luz
del
c.
1276,
que
le
atribuye
la
vigilancia
sobre
la
administración
de
todos
los
bienes
pertenecientes
a
las
personas
jurídicas
públicas
que
le
están
sujetas.
Los
consentimientos
prescritos
se
requieren
para
la
validez
de
la
158
licencia,
y
sólo
indirectamente
podrán
afectar
también
-‐como
veremos-‐
a
la
validez
de
la
enajenación.
En
efecto,
el
c.
127
en
su
§
1,
estatuye
que
«cuando
el
derecho
establece
que,
para
realizar
ciertos
actos,
el
Superior
necesita
el
consentimiento
o
consejo
de
algún
colegio
(...);
para
la
validez
de
los
actos,
se
requiere
obtener
el
consentimiento
de
la
mayoría
absoluta
de
los
presentes»;
y
el
§
2,
1º,
especifica
que
«si
se
exige
el
consentimiento,
es
inválido
el
acto
del
Superior
en
caso
de
que
no
pida
el
consentimiento
de
esas
personas
o
actúe
contra
el
parecer
de
las
mismas».
Así
pues,
para
que
la
licencia
otorgada
por
el
Obispo
sea
válida,
deberán
consentir
necesariamente
dos
consejos
(el
de
asuntos
económicos
y
el
colegio
de
consultores),
más
los
interesados.
En
cuanto
a
los
interesados,
se
entiende
que
se
trata
de
aquellas
personas
que
tienen
un
interés
legítimo,
por
ser
titulares
de
derechos
(reales
o
personales)
sobre
el
bien
a
enajenar,
o
porque
pueden
verse
directamente
afectados
por
dicha
enajenación.
Por
tanto,
si
la
licencia
fuere
otorgada
sin
los
consentimientos
requeridos,
sería
inválida.
Sin
embargo,
la
enajenación
efectuada
en
virtud
de
tal
licencia
podría
no
ser
necesariamente
inválida,
sino
meramente
anulable.
En
efecto,
al
haber
sido
otorgada
con
apariencia
de
legalidad,
y
presupuesta
la
buena
fe
de
administradores
y
adquirentes
(que
no
están
obligados
a
conocer
los
defectos
de
que
adolece)
produciría
efectos
hasta
su
anulación
por
decisión
judicial9.
Para
los
bienes
que
pretendan
enajenar
institutos
religiosos
habrá
que
estar
a
lo
determinado
por
el
c.
638
§
3,
según
el
cual,
para
la
validez
de
la
enajenación
de
cualquier
bien
que
pudiera
suponer
un
perjuicio
para
el
instituto
religioso
afectado,
se
requiere
la
licencia
del
Superior
competente
-‐dada
por
escrito-‐
con
el
consentimiento
de
su
consejo.
Y
en
caso
de
enajenaciones
especiales
-‐por
su
cuantía
(superior
a
la
determi-‐
nada
por
la
Santa
Sede,
que
es
quien
determina
dicha
cuantía
para
los
religiosos)-‐,
o
por
su
carácter
(exvotos,
objetos
de
peculiar
valor
artístico
o
histórico),
la
licencia
habría
de
otorgarla
la
Santa
Sede.
Si
se
trata
de
enajenar
bienes
cuyo
valor
excede
el
máximo
señalado
por
la
correspondiente
Conferencia
Episcopal
(en
España,
más
de
cien
millones),
además
-‐«insuper»-‐
de
la
licencia
contemplada
para
los
supuestos
del
parágrafo
anterior,
se
requiere
para
la
validez
de
la
enajenación
licencia
de
la
Santa
Sede.
Según
la
Const.
Ap.
Pastor
Bonus
(de
20-‐XI-‐1982),
el
organismo
competente
para
conceder
las
licencias
en
materia
de
bienes
eclesiásticos
es
la
Cong.
para
el
Clero
(art.98).
Lo
mismo
ocurre
cuando
dichos
bienes,
prescindiendo
de
su
real
valor
pecuniario,
tienen
un
valor
particular,
o
por
su
propia
naturaleza
-‐exvotos
donados
a
9 Cfr M.G. MORENO ANTÓN, La enajenación de bienes eclesiásticos en el ordenamiento
159
la
Iglesia-‐,
o
por
su
peculiar
valor
artístico
o
histórico,
que
los
transforma
en
bienes
preciosos.
Por
lo
que
se
refiere
a
los
exvotos
-‐es
decir,
bienes
donados
a
la
Iglesia
por
razón
de
voto-‐,
nada
especifica
el
canon
sobre
su
valor
(pecuniario,
histórico
o
artístico),
por
lo
que,
en
principio,
habrá
que
obtener
la
licencia
de
la
Santa
Sede
aunque
su
valor
no
sea
grande,
pues,
como
se
hizo
notar
en
sede
de
la
reforma
codicial
es
tema
que
afecta
a
la
piedad
de
los
fieles10.
Sobre
los
exvotos,
ya
en
1922,
la
S.Cong.
Consistorial
había
declarado
que
la
licencia
se
requería
incluso
cuando
el
donante
se
mostrara
favorable
a
la
enajenación,
y
estableció
que
los
objetos
donados
como
exvotos
a
alguna
iglesia
o
advocación,
conllevaban
la
presunción
de
voto11.
Por
estas
mismas
razones,
el
c.
1190
exige
idéntica
licencia
de
la
Sede
Apostólica
para
la
enajenación
(e
incluso
para
su
traslado
a
perpetuidad
a
otro
lugar)
de
las
reliquias
insignes
o
de
gran
veneración
entre
el
pueblo.
En
cuanto
a
los
bienes
preciosos
«artis
vel
historiae
causa»
hay
que
precisar
que
tal
carácter
es
independiente
de
su
valor
pecuniario
(podría
darse
el
caso
de
que
no
sobrepasara
el
límite
máximo;
e
incluso
que
estuviera
por
debajo
del
mínimo).
En
cualquier
caso,
hay
que
solicitar
la
licencia
a
la
Santa
Sede.
Por
ello,
habría
que
distinguir
entre
su
carácter
de
bienes
preciosos
por
razones
históricas
o
artísticas,
carácter
que
le
será
atribuído
por
los
correspondientes
organismos,
eclesiásticos
o
civiles12,
y
su
valor
pecuniario
concreto,
que
habrán
de
estimar
los
peritos
en
cada
caso.
La
intervención
de
la
Santa
Sede
se
explica
por
el
carácter
de
supremo
administrador
y
dispensador
de
los
bienes
eclesiásticos
que
ostenta
el
Romano
Pontífice
en
virtud
de
su
primado
de
régimen
(c.
1273),
que
ejerce
así,
de
manera
práctica,
la
alta
vigilancia
sobre
dichos
bienes,
con
el
fin
de
que
su
enajenación
no
repercuta
en
un
empobrecimiento
de
las
Iglesias
particulares
que
les
impida
la
realización
de
sus
fines
propios
(c.
1254
§
2)13.
No
es
más
que
una
manifestación,
en
el
ámbito
patrimonial,
de
su
plena
y
suprema
potestad
sobre
toda
la
Iglesia14.
En
caso
de
enajenación
de
un
bien
divisible
del
que
ya
se
hubiera
enajenado
alguna
de
sus
partes,
al
solicitar
la
licencia,
habrá
que
hacer
12
Cfr
F.R.
AZNAR
GIL,
La
administración
de
los
bienes
temporales
de
la
Iglesia,
Salamanca
1984,
p.222.
13
Cfr
Relatio
1982,
p.289.
14 Cfr VV.AA., Manual de Derecho canónico, Pamplona 1988, p.651.
160
constar
con
claridad
dichos
extremos,
de
manera
que
si
se
incurriera
en
obrepción
o
subrepción,
la
licencia
resultaría
inválida
(se
trata
de
una
aplicación
práctica
del
c.
63).
De
esta
manera
se
evita
que
un
bien
de
valor
elevado
pueda
enajenarse
por
partes
para
eludir
los
controles
establecidos.
Como
indica
el
§
4,
todos
aquellos
que
según
el
Derecho
están
llamados
a
dar
su
opinión
o
consentimiento
en
la
enajenación
de
bienes,
deben
ejercer
tal
función
sólo
depués
de
haber
sido
informados
verídica
y
suficientemente
sobre
la
situación
económica
de
la
persona
jurídica
cuyos
bienes
se
pretenden
enajenar,
así
como
sobre
las
enajenaciones
que,
en
su
caso,
se
hubieran
realizado
previamente.
La
obligación
de
informar
recae
sobre
los
responsables
-‐administradores-‐
de
las
personas
jurídicas
correspondientes,
pero
los
obligados
a
dar
el
consejo
o
el
consentimiento
deben
también
de
preocuparse
por
obtener
dicha
información,
y
de
asegurarse
que
es
suficiente
y
responde
a
la
verdad.
Concordancias:
cc.
127
§
1
y
2,
638
§
3,
1190
§
2
y
3,
1256,
1273
y
1276
§
1.
161
1293
§
1.
Ad
alienanda
bona,
1293
§
1.
Para
la
enajenación
de
quorum
valor
summam
bienes,
cuyo
valor
excede
la
minimam
definitam
excedit,
cantidad
mínima
determinada,
se
requiritur
insuper:
requiere
además:
1º
iusta
causa,
veluti
urgens
1º
causa
justa,
como
es
una
necessitas,
evidens
utilitas,
necesidad
urgente,
una
utilidad
pietas,
caritas
vel
gravis
alia
evidente,
la
piedad,
la
caridad
u
ratio
pastoralis;
otra
razón
pastoral
grave;
2º
aestimatio
rei
alienandae
a
2º
tasación
de
la
cosa
que
se
va
a
peritis
scripto
facta.
enajenar,
hecha
por
peritos
y
por
§
2.
Aliae
quoque
cautelae
a
escrito.
legitima
auctoritate
§
2.
Para
evitar
un
daño
a
la
praescriptae
serventur,
ut
Iglesia
deben
observarse
también
Ecclesiae
damnum
vitetur.
aquellas
otras
cautelas
prescritas
por
la
legítima
autoridad.
El
supuesto
contemplado
en
este
canon
es
el
de
la
enajenación
de
bienes
cuya
cuantía
exceda
el
valor
mínimo
determinado
por
la
Conferencia
Episcopal.
En
este
caso,
para
proceder
a
su
enajenación,
además
de
la
licencia
(necesaria
en
los
términos
dispuestos
por
el
canon
anterior),
se
establecen
dos
requisitos
que,
al
no
especificar
que
lo
sean
para
la
validez,
habrá
que
concluir
que
lo
son
únicamente
para
la
licitud
(c.
10).
Son
éstos
el
de
una
«iusta
causa»
que
justifique
la
enajenación,
y
la
tasación
pericial
del
bien
en
cuestión,
que
habrá
de
realizarse
por
escrito.
El
hecho
de
que
la
tasación
haya
de
ser
realizada
«a
peritis»,
en
plural,
pero
sin
determinación
de
número,
conlleva
que,
inexcusablemente,
hayan
de
ser
al
menos
dos;
que,
además,
como
ya
se
ha
dicho,
deberán
presentar
su
informe
por
escrito.
En
el
CIC
17
se
exigía
además
taxativamente
que
los
peritos
fueran
honrados15;
si
dicha
cualidad
no
se
exige
ahora
expresamente
es
porque
tal
requisito
se
presupone,
por
obvio.
Aunque
se
parte
de
la
base
de
que
la
tasación
es
un
requisito
para
la
enajenación
de
bienes
cuyo
valor
supera
la
cantidad
mínima
establecida
por
el
Derecho,
en
muchos
casos,
de
entrada,
se
ignorará
si
dicho
valor
supera
o
no
dicha
cantidad
mínima,
y
por
tanto,
la
tasación
pericial
se
revelará
como
el
único
medio
para
superar
la
duda.
Según
el
valor
que
resulte
de
la
tasación,
se
determinará
la
autoridad
a
la
que
hay
que
solicitar
la
correspondiente
licencia
para
la
válida
enajenación,
según
las
reglas
del
c.
1292.
Así,
la
tasación
de
un
bien
por
encima
de
la
cantidad
máxima
establecida
por
el
Derecho,
obliga
a
162
solicitar
la
licencia
a
la
Santa
Sede,
aunque
luego
-‐por
las
razones
que
sean-‐
la
venta
se
realice
a
un
precio
inferior16.
Y
a
la
inversa:
si
de
la
tasación
resulta
un
valor
inferior,
no
habría
que
solicitarla,
aunque
luego
el
precio
real
de
venta
fuera
superior17.
En
cuanto
a
la
causa
justa,
el
propio
canon
enumera,
a
modo
de
ejemplos
no
exhaustivos,
la
necesidad
urgente,
la
utilidad
evidente,
la
piedad,
la
caridad,
y
otras
razones,
siempre
que
tengan
carácter
pastoral
y
grave.
Como
se
ve,
la
enumeración
es
lo
suficientemente
amplia
como
para
incluir
en
el
concepto
de
causa
justa,
cualquier
causa
razonable,
siempre
que,
en
último
término,
tenga
carácter
pastoral.
En
este
sentido,
la
nueva
norma
especifica
más
el
elenco
que
ofrecía
el
antiguo
c.
1530,
que
hablaba
únicamente
de
«urgens
necessitas,
vel
evidens
utilitas
Ecclesiae,
vel
pietas».
En
cuanto
a
las
connotaciones
que
se
especifican
para
cada
caso,
se
puede
observar
que,
así
como
de
la
necesidad
se
precisa
que
debe
de
ser
conceptuada
como
urgente,
y
la
utilidad
como
evidente,
nada
se
indica
sobre
la
posible
causa
por
piedad
o
caridad,
aunque
el
adjetivo
«grave»
que
acompaña
a
la
última
causa
elencada
(«gravis
alia
ratio
pastoralis»),
bien
les
podría
ser
también
de
aplicación,
al
seguir
a
una
partícula
disyuntiva.
En
el
Derecho
precodicial,
en
lo
que
se
refiere
a
las
causas
por
piedad,
se
especificaban
los
casos
de
redención
de
cautivos,
socorro
de
pobres,
y
sepultura
de
muertos.
El
último
parágrafo
se
refiere
a
«otras
cautelas»
que
la
legítima
autoridad
competente
puede
imponer
para
asegurar
que
la
enajenación
no
ocasione
algún
daño
imprevisto,
por
negligencia
o
descuido.
Es
decir,
podrá
determinar
todas
aquellas
medidas
cautelares
que
aseguren
el
buen
fin
de
la
enajenación.
Así,
por
ejemplo,
podría
urgir
al
afianzamiento
de
los
pagos
futuros
o
aplazados,
claúsulas
de
actualización
monetaria
para
estos
mismos
casos,
claúsula
resolutoria
o
condición
de
invalidez
en
el
fuero
civil
si
hubiera
invalidez
canónica,
(para
evitar
que
se
dé
la
hipótesis
contemplada
en
el
c.
1296),
etc.
La
autoridad
competente
a
la
que
corresponde
determinar
las
cautelas
será
la
misma
que
deba
otorgar
la
licencia,
según
los
criterios
recogidos
en
el
c.
1292.
Concordancias:
c.
1292.
16 Cfr VV.AA., XIX Semana Española de Derecho Canónico: El Derecho patrimonial
163
1294
§
1.
Res
alienari
minore
1294
§
1.
Ordinariamente
una
pretio
ordinarie
non
debet,
cosa
no
debe
enajenarse
por
un
quam
quod
in
aestimatione
precio
menor
al
indicado
en
la
indicatur.
tasación.
§
2.
Pecunia
ex
alienatione
§
2.
El
dinero
cobrado
por
la
percepta
vel
in
commodum
enajenación
debe
colocarse
con
Ecclesiae
caute
collocetur
vel,
cautela
en
beneficio
de
la
Iglesia,
iuxta
alienationis
fines,
o
gastarse
prudentemente
prudenter
erogetur.
conforme
a
los
fines
de
dicha
enajenación.
Nos
encontramos
siempre
en
la
hipótesis
de
enajenación
de
bienes
que
exceden
el
valor
mínimo
determinado
por
el
Derecho
(c.
1293
§
1),
por
tanto
se
trata
de
condiciones
que
han
de
aplicarse
siempre
que
se
requiera
licencia
por
parte
del
Obispo
y
de
la
Santa
Sede
(c.
1292
§
1
y
2).
Al
indicarse
en
el
primer
parágrafo
que,
«ordinarie»,
una
cosa
no
puede
enajenarse
por
un
precio
menor
de
aquél
en
que
fue
tasado,
no
se
excluye
que
en
algun
caso
conceptuable
como
no
ordinario,
pudiera
hacerse
por
un
precio
inferior
al
que
resultó
de
dicha
tasación;
bien
por
la
imposibi-‐
lidad
de
enajenar
al
precio
establecido
por
los
peritos
(ausencia
de
comprador
al
precio
ofertado),
bien
por
otras
circunstancias.
Lógicamente,
la
apreciación
sobre
lo
extraordinario
del
caso
y
sobre
la
oportunidad
de
enajenar
a
menor
precio
incumbirá
a
la
autoridad
a
la
que
corresponda
otorgar
la
necesaria
licencia
para
su
válida
enajenación.
La
prescrita
intervención
-‐en
su
caso-‐
de
los
consejos
de
asuntos
económicos
y
de
consultores
asegura
que
la
decisión
tomada
será
razonable
y
no
nociva
para
los
intereses
de
la
diócesis.
El
§
2
establece
la
utilización
que
debe
hacerse
del
dinero
percibido
por
la
enajenación:
o
bien
aplicarlo
al
fin
concreto
que
motivó
la
enajenación
(lo
que
constituirá
el
caso
más
normal);
o
bien
cabe
que
«in
commodum
Ecclesiae
caute
collocetur».
Lo
que
quiere
decir
que
el
dinero
obtenido
habrá
de
colocarse
de
tal
manera
que
reporte
una
ventaja
económica
clara
para
la
persona
jurídica
que
ha
enajenado
el
bien.
Se
tratará
en
esta
última
hipótesis
de
un
caso
típico
de
enajenación
en
el
que
la
causa
justa
consiste
en
la
«evidens
utilitas»
para
la
persona
jurídica
(c.
1293
§
1,
1º).
La
S.Cong.
del
Concilio
estableció
que
«pecuniae
summa,
ex
huiusmodi
bonorum
ecclesiasticorum
alienationibus
percepta,
collocanda
164
est
tantunmodo
in
acquirendis
bonis
inmobilis»18.
El
tenor
del
canon
autoriza
a
mantener
que
tal
prescripción
no
está
hoy
día
en
vigor,
y
que
por
tanto
cabe
invertir
en
otros
campos.
El
término
«caute»
hace
referencia
a
la
prudencia
con
que
deberá
obrarse,
prudencia
que
ha
de
estar
guiada
por
la
búsqueda
de
la
seguridad
en
la
inversión,
evitando
cualquier
peligro
o
riesgo
aleatorio.
Por
tanto,
siempre
que
la
inversión
entrañe
algún
riesgo
-‐sobre
todo
si
es
de
cierta
entidad-‐
habrá
que
evitarla,
y
optar
por
la
solución
o
alternativa
más
segura.
165
1295
Requisita
ad
normam
1295
Los
requisitos
establecidos
cann.
1291-1294,
quibus
etiam
en
los
cc.
1291-‐1294,
a
los
que
statuta
personarum
también
se
han
de
acomodar
los
iuridicarum
conformanda
sunt,
estatutos
de
las
personas
servari
debent
non
solum
in
jurídicas,
deben
observarse
no
alienatione,
sed
etiam
in
sólo
en
las
enajenaciones,
sino
quolibet
negotio,
quo
condicio
también
en
cualquier
operación
patrimonialis
personae
de
la
que
pueda
resultar
iuridicae
peior
fieri
possit.
perjudicada
la
situación
patrimonial
de
la
persona
jurídica.
En
este
canon
se
dispone
que
todas
aquellos
requisitos
y
condiciones
previstos
para
la
enajenación,
en
sentido
estricto,
y
desarrollados
en
los
cánones
anteriores,
deben
también
aplicarse
a
aquellos
negocios
jurídicos
u
operaciones
que
puedan
provocar
un
empeoramiento
patrimonial
de
la
persona
jurídica.
Es
decir,
para
el
Código,
se
equiparan
a
la
enajenación
-‐acto
jurídico
por
el
que
se
transmite
a
otra
persona
el
dominio
o
la
propiedad
de
algo-‐,
todos
aquellos
actos
que
pudieran
revertir
en
un
empeoramiento
o
disminución
de
la
capacidad
de
disponer
sobre
el
bien
poseído,
como
pudiera
ser,
por
ejemplo,
su
arrendamiento,
la
concesión
del
usufructo,
el
establecimiento
de
hipotecas,
la
aceptación
de
servidumbres,
la
enfiteusis,
o
la
cesión
de
su
administración
«in
perpetuum»,
la
transacción,
etc.,
y
en
general
cualquier
transmisión
por
la
que
se
cede
a
favor
de
terceras
personas
un
derecho
real
sobre
un
bien
eclesiástico.
Ya
en
el
M.P.
Pastorale
Munus
se
mencionaban
como
actos
equiparables
a
la
enajenación,
concretamente,
la
pignoración,
la
hipoteca,
el
arrendamiento,
la
enfiteusis,
y
la
contracción
de
deudas
por
un
montante
superior
al
señalado
por
la
correspondiente
Conferencia
Episcopal
(n.
22).
También
podría
entrar
bajo
el
supuesto
contemplado
por
el
canon
la
posibilidad
de
que
una
persona
jurídica
pública
contrajera
algún
tipo
de
obligación
que
suponga
la
posición
de
deudor
de
tal
persona,
puesto
que
el
deudor
responde
del
pago
de
la
deuda
con
todos
sus
bienes
presentes
y
futuros,
y
se
sitúa,
por
tanto,
en
peligro
de
que,
vencido
el
plazo
y
no
saldada
la
deuda,
el
acreedor
pueda
realizar
el
cobro
sobre
los
bienes
de
dicha
persona,
cuyo
patrimonio
vendría
así
a
resultar
claramente
perjudicado19.
No
se
consideran
en
cambio
como
actos
equiparables
a
la
enajenación,
la
expropiación,
el
pago
de
deudas,
la
renuncia
de
donación
o
166
herencia,
etc.
Se
entiende
que,
en
la
medida
en
que
sobre
estas
operaciones
que
se
equiparan
a
la
enajenación,
existan
normas
civiles,
habrán
de
aplicarse
también,
a
tenor
de
la
canonización
general
del
c.
1290.
Por
otra
parte,
en
este
canon
se
establece
también
que
los
requisitos
especificados
en
los
cánones
anteriores
(1291-‐1294)
deben
ser
tenidos
en
cuenta
a
la
hora
de
redactar
los
estatutos
de
las
personas
jurídicas
públicas
de
modo
que
se
adapten
a
lo
allí
prescrito.
Si
los
estatutos
no
se
acomodaran
a
esta
normativa,
no
podrían
ser
aprobados
por
parte
de
la
autoridad
competente;
y
por
tanto
tampoco
podrían
ser
erigidas
como
tales
personas
jurídicas
públicas,
ya
que
la
aprobación
de
los
estatutos
constituye
un
presupuesto
previo
y
necesario
a
la
concesión
de
la
personalidad
jurídica
(c.
117).
Concordancias:
cc.
117,
1291-‐1294.
167
296
Si
quando
bona
1296
Si
se
enajenaron
bienes
ecclesiastica
sine
debitis
eclesiásticos
sin
las
debidas
quidem
sollemnitatibus
solemnidades
canónicas,
pero
la
canonicis
alienata
fuerint,
sed
enajenación
resultó
civilmente
alienatio
sit
civiliter
valida,
válida,
corresponde
a
la
autoridad
auctoritatis
competentis
est
competente,
después
de
sopesar
decernere,
omnibus
mature
todo
debidamente,
determinar
si
perpensis,
an
et
qualis
actio,
se
debe
o
no
entablar
acción,
y
de
personalis
scilicet
vel
realis,
a
qué
tipo,
es
decir,
si
personal
o
quonam
et
contra
quemnam
real,
y
por
quién
y
contra
quién,
instituenda
sit
ad
Ecclesiae
iura
para
reivindicar
los
derechos
de
vindicanda.
la
Iglesia.
Lo
normal
es
que
los
ordenamientos
civiles
no
tengan
en
cuenta
las
disposiciones
que
sobre
la
validez
de
las
enajenaciones
se
establecen
en
la
legislación
canónica.
Por
ello
puede
suceder
que,
una
enajenación
nula
para
la
Iglesia
por
inobservancia
de
un
requisito
para
la
validez,
sea
en
cambio
perfectamente
válida
para
el
Estado,
colocando
a
la
Iglesia
en
una
situación
delicada
de
cara
a
la
defensa
de
su
patrimonio.
En
este
canon
se
pretende
establecer
unos
criterios
o
normas
de
actuación
de
tipo
prudencial,
para
que
la
autoridad
eclesiástica
competen-‐
te,
valore
la
oportunidad
de
una
defensa
de
sus
intereses
en
el
ámbito
civil,
así
como
de
los
medios
concretos
más
prácticos
y
convenientes.
El
canon
no
impone
ningún
remedio
específico,
por
tanto
pueden
resultar
adecuadas
cualesquiera
soluciones
de
las
que
ofrece
el
Derecho.
Lógicamente,
la
autoridad
competente,
antes
de
tomar
alguna
decisión
en
este
sentido,
deberá
asesorarse
por
personas
peritas
en
el
Derecho
civil,
que
le
ilustren
sobre
el
modo
concreto
más
adecuado
para
vindicar
los
derechos
de
la
Iglesia.
En
ocasiones,
se
podrá
alegar
en
sede
civil
el
Derecho
canónico
como
Derecho
estatutario
(vide
infra),
o
bien
ejercer
la
acción
para
el
resarcimiento
de
daños
contra
la
persona
responsable
(c.
1729),
etc.
(sin
perjuicio
de
la
justa
pena
que
procede
imponer
al
responsable
de
una
enajenación
realizada
sin
obtener
la
licencia
prescrita,
en
los
términos
del
c.
1377).
En
último
extremo,
siempre
cabría
la
solución
de
sanar
el
acto
canónico
inválido,
por
parte
de
la
autoridad
competente
(en
muchos
casos,
ésta
será,
de
hecho,
la
única
solución)20.
En
el
caso
del
Obispo
diocesano,
los
órganos
más
indicados
para
asesorarle
serán
el
consejo
para
asuntos
económicos,
ya
que
sus
20 Cfr V. DE PAOLIS, De bonis Ecclesiae temporalibus in novo Codice Iuris Canonici, en
168
miembros
han
de
ser
necesariamente
peritos
en
materias
económicas
y
en
Derecho
civil
(c.
492
§
1),
y
el
colegio
de
consultores,
como
órgano
más
adecuado
para
valorar
las
repercusiones
pastorales
de
las
medidas
a
tomar.
En
España,
durante
la
vigencia
del
Concordato
de
1953,
tanto
la
legislación
positiva
como
la
jurisprudencia,
aceptaban
plenamente
la
eficacia
civil
de
la
normativa
canónica
en
estos
temas,
considerando
inválidos
en
el
fuero
civil,
aquellos
negocios
que
lo
fueran
previamente
en
el
canónico.
En
el
Acuerdo
sobre
Asuntos
Jurídicos
de
3
de
enero
de
1979,
se
establece
que
las
ordenes,
congregaciones
religiosas
e
institutos
de
vida
consagrada,
«a
los
efectos
de
determinar
la
extensión
y
límite
de
su
capacidad
de
obrar
y,
por
tanto,
de
disponer
de
sus
bienes,
se
estará
a
lo
que
disponga
la
legislación
canónica,
que
actuará
en
este
caso
como
derecho
estatutario»
(art.
I,4).
Nada
se
dice,
en
cambio,
sobre
la
capacidad
de
disposición
de
otros
entes
pertenecientes
a
la
Iglesia,
como
pudieran
ser
aquellos
pertenecientes
a
su
estructura
orgánica
y
jurisdiccional
(diócesis,
parroquias,
etc.).
Hay
que
hacer
notar
que
en
el
Acuerdo,
el
reconocimiento
de
la
personalidad
jurídica
civil
de
dichas
instituciones,
sólo
se
obtiene
si
previamente
tienen
la
personalidad
canónica
(art.
IV,
1);
y
por
el
tenor
del
párrafo
cuarto,
hay
que
entender
que
la
personalidad
jurídica
conlleva
la
plena
capacidad
de
obrar
(como
se
reitera
en
la
Disposición
transitoria
1ª).
La
doctrina
canónica
sostiene
que,
por
analogía
con
lo
establecido
para
los
entes
religiosos,
tal
reconocimiento
debería
aplicarse
al
resto
de
los
casos
en
que
intervinieran
personas
eclesiásticas
públicas21;
al
menos
habría
que
aplicarlo
a
aquellas
personas
que
integran
la
organización
jerárquica
de
la
Iglesia,
y
cuya
personalidad
jurídica
(y
por
tanto,
de
obrar)
se
reconoce
en
dicho
Acuerdo22,
como
hemos
visto.
Lo
contrario
supondría
introducir
un
criterio
discriminatorio
entre
los
entes
religiosos,
y
los
demás
entes
públicos
de
la
Iglesia.
En
Italia,
en
los
Acuerdos
de
Villa
Madama
(de
18-‐II-‐1984),
se
utilizó
una
fórmula
más
clara,
ya
que
no
se
realizan
distinciones
entre
los
diversos
tipos
de
entes
eclesiásticos,
y
se
declara
que
en
la
administración
de
sus
bienes,
los
entes
eclesiásticos
-‐todos-‐
estarán
sujetos
a
los
controles
previstos
por
el
Derecho
canónico.
Para
la
adquisición
de
bienes,
en
cambio,
se
aplica
el
Derecho
común
(art.
7,
5º).
21 Cfr M. LOPEZ ALARCON, Eficacia civil de la licencia para la enajenación de bienes
169
1297
Conferentiae
1297
Teniendo
en
cuenta
las
Episcoporum
est,
attentis
circunstancias
de
los
lugares,
locorum
adiunctis,
normas
corresponde
a
la
Conferencia
statuere
de
bonis
Ecclesiae
Episcopal
establecer
normas
locandis,
praesertim
de
licentia
sobre
el
arrendamiento
de
bienes
a
competenti
auctoritate
de
la
Iglesia,
y
principalmente
la
ecclesiastica
obtinenda.
licencia
que
se
ha
de
obtener
de
la
autoridad
eclesiástica
competente.
El
arrendamiento
es
un
contrato
por
el
que
a
cambio
de
una
contraprestación
-‐normalmente
de
carácter
pecuniario-‐,
una
de
las
partes
contratantes
se
obliga
a
facilitar
a
la
otra
el
uso
y
disfrute
de
algo.
En
el
Derecho
civil
suelen
distinguirse
arrendamientos
de
cosas,
obras
o
servicios.
El
tipo
de
arrendamiento
que
mayormente
se
contempla
en
este
canon
es
el
de
cosas,
que
podrán
ser
muebles
o
inmuebles,
y
éstas,
rústicas
o
urbanas.
Así
como
en
el
Código
anterior
se
establecían
precisas
y
numerosas
condiciones
para
poder
proceder
al
arrendamiento
de
bienes
eclesiásticos23,
en
la
actualidad
se
ha
preferido
remitir
la
normativa
de
esta
materia
a
las
Conferencias
Episcopales.
En
el
proceso
de
reforma
codicial,
en
un
primer
momento
pareció
que
se
iba
a
proceder
a
una
canonización
directa
de
las
leyes
civiles
en
materia
de
arrendamientos.
Así,
en
el
Schema
de
1977
se
preveía
que
«in
locatione
bonorum
serventur
leges
civiles»24,
aunque
posteriormente,
se
pensó
que
«quoad
locationem
quoque
valet
norma
generalis
can.
44,
scilicet
de
remissione
contractuum
ad
ius
civile»25.
Sin
embargo,
finalmente,
se
decidió
que
fueran
las
Conferencias
Episcopales
las
que
decidieran
sobre
el
establecimiento
de
las
normas
correspondientes,
«attentis
locorum
adiunctis».
El
canon
distingue
entre
las
normas
sobre
los
arrendamientos
propiamente
dichos,
y
las
normas
relativas
a
la
licencia
que
ha
de
conceder
la
autoridad
eclesiástica
competente.
La
Conferencia
Episcopal
deberá
prestar
una
particular
atención
a
estas
últimas,
pues
no
en
vano,
la
licencia
-‐sobre
todo
si
se
exige
«ad
valorem»-‐
puede
ser
un
eficaz
medio
de
control
para
evitar
que
los
arrendamientos
repercutan
negativamente
en
la
necesaria
estabilidad
patrimonial
de
las
personas
jurídicas.
170
En
España
la
Conferencia
Episcopal
ha
dispuesto
en
su
primer
Decreto
general
sobre
normas
complementarias
al
Código
(de
26-‐XI-‐
1983)
que
«el
arrendamiento
de
bienes
eclesiásticos
rústicos
y
urbanos,
comprendidos
en
el
c.
1297,
se
equipara
a
la
enajenación
en
cuanto
a
los
requisitos
para
su
otorgamiento»
(art.
14.3).
Por
tanto,
en
España,
para
el
arrendamiento
de
bienes
eclesiásticos,
habrán
de
observarse
las
prescripciones
codiciales
sobre
enajenaciones
de
bienes
eclesiásticos,
particularmente
en
lo
que
concierne
al
otorgamiento
de
la
licencia,
como
requisito
esencial
para
la
validez,
en
los
casos
así
establecidos
(cc.
638,
1291
y
1292).
Además,
en
virtud
de
la
canonización
general
a
que
procede
el
c.
1290,
será
también
de
aplicación
la
legislación
española
específica
sobre
la
materia,
es
decir,
la
Ley
de
Arrendamientos
Urbanos
y
la
de
Arrendamientos
Rústicos.
Al
aplicar
los
criterios
del
Código
sobre
el
valor
de
los
bienes
que
requieren
la
previa
licencia
para
la
validez
de
la
enajenación,
(cc.
1291-‐
1292)
al
caso
de
arrendamientos,
el
valor
que
habrá
que
tenerse
en
cuenta
es
el
valor
del
bien
que
se
pretende
arrendar,
y
no
el
de
la
cantidad
por
la
que
se
arrienda.
Concordancias:
cc.
1290-‐1296.
171
1298
Nisi
res
sit
minimi
1298
Salvo
que
la
cosa
tenga
momenti,
bona
ecclesiastica
muy
poco
valor,
no
deben
propriis
administratoribus
venderse
o
arrendarse
bienes
eorumve
propinquis
usque
ad
eclesiásticos
a
los
propios
quartum
consanguinitatis
vel
administradores
o
a
sus
affinitatis
gradum
non
sunt
parientes
hasta
el
cuarto
grado
vendenda
aut
locanda
sine
de
consanguinidad
o
de
speciali
competentis
auctoritatis
afinidad,
sin
licencia
especial
de
licentia
scripto
data.
la
autoridad
eclesiástica
competente
dada
por
escrito.
Constituye
este
canon
una
norma
heredada
del
Código
anterior
y
de
rancia
tradición
en
la
legislación
canónica26,
en
la
que,
prácticamente,
la
única
variación
introducida
consiste
en
que
el
otorgamiento
de
la
licencia
se
atribuye,
no
al
Ordinario
del
lugar,
sino
más
genéricamente,
a
la
autoridad
eclesiástica
competente.
Si
-‐como
será
lo
más
normal
en
estos
casos-‐
se
trata
de
vender
bienes
no
pertenecientes
al
patrimonio
estable
de
la
persona
jurídica,
y
de
valor
inferior
al
mínimo
señalado
por
la
Conferencia
Episcopal,
será
la
naturaleza
de
dicha
persona
la
que
determine
la
autoridad
que
deberá
otorgar
la
licencia:
el
Superior
religioso
(si
pertenece
a
alguna
institución
religiosa),
el
Obispo
(si
se
trata
de
una
persona
de
carácter
diocesano
o
sujeta
al
Obispo),
o
la
persona
indicada
en
los
estatutos
(si
es
de
carácter
extra-‐diocesano).
La
determinación
del
valor
de
la
cosa
que
el
admimistrador
pretende
comprar
o
arrendar
para
sí,
o
vender
o
arrendar
a
sus
parientes,
se
entiende
que
incumbe
al
propio
administrador,
que
podrá
hacerlo
en
base
al
inventario
previsto
en
el
c.
1283,
2º,
en
el
que
ha
de
constar
la
descripción
y
el
valor
de
los
bienes
pertenecientes
a
la
persona
jurídica.
O
si
el
bien
no
estuviera
inventariado,
en
base
a
su
prudente
estimación.
Por
otra
parte,
habrá
de
tener
en
cuenta
que
el
valor
de
las
cosas
de
las
que
se
habla
en
este
título
no
es
exclusivamente
económico,
sino
que
en
ocasiones
puede
tener
otro
carácter
(por
ejemplo,
los
exvotos,
de
los
que
habla
el
c.
1292
§
2,
que
aunque
sean
de
ínfimo
valor,
requieren
licencia
de
la
Santa
Sede
para
su
enajenación).
Se
entiende
que
en
caso
de
duda
será
la
autoridad
competente
la
que
resuelve,
mediante
la
concesión,
o
no,
de
la
correspondiente
licencia.
El
canon
habla
específicamente
de
«vender»
o
«arrendar»;
quedan
172
por
tanto,
fuera
de
este
supuesto
otros
actos,
como
los
mencionados
en
el
c.
1295,
que
sin
consistir
propiamente
en
una
enajenación
(o
arrendamiento)
colocan
en
peor
situación
económica
a
la
persona
jurídica
afectada.
Por
licencia
especial,
hay
que
entender
una
licencia
otorgada
«ad
casum»,
por
lo
que
no
caben
en
este
caso
licencias
de
tipo
genérico
-‐es
decir,
para
un
caso,
pero
no
determinado-‐,
ni
generales.
Al
no
estar
requerida
explícitamente
para
la
validez
de
la
venta
o
arrendamiento,
se
entiende
que
la
licencia
afectaría
únicamente
a
su
licitud
(c.
10).
Para
la
determinación
de
los
grados
de
la
consanguinidad
o
afinidad
se
seguirán
las
reglas
establecidas
en
los
cánones
108
y
109.
Al
no
distinguir
entre
línea
recta
y
colateral,
se
entiende
que
los
grados
mencionados
son
referible
a
ambas.
Incurren
por
tanto
en
la
prohibición,
además
de
las
personas
situadas
en
la
línea
recta,
los
hermanos,
tíos,
sobrinos
y
primos
hermanos,
así
como
los
afines
equivalentes
(cuñados,
tíos,
sobrinos
y
primos
políticos).
Concordancias:
cc.
108,
109.
173