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Revista de APPIA - Octubre 2007 - Nº.

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UNA MIRADA SOBRE LOS ADOLESCENTES Y LA TERAPIA DE ADOLESCENTES


DESDE EL CONTEXTO NEOLIBERAL.

AUTOR: Dr. Psic. Alejandro Klein 1

RESUMEN: Creo que se puede indicar la hipótesis de una significativa “regresión” de


los derechos de ciudadanía en general y de los jóvenes en particular a nivel
latinoamericano, incentivando situaciones de desamparo pronunciado, en las cuales
el joven siente, y se le confirma, que no posee ya derechos incuestionables.
La cotidianeidad del joven pasa a constituirse en términos de “supervivencia”
enfrentados a escasas o nulas oportunidades de educación y/o trabajo. Desvalidos
social y familiarmente, los adolescentes terminan por estar también desvalidos
psíquicamente no pudiendo experimentar lo adolescente en sus vidas.
Ser adolescente se transforma así en un problema y una situación de urgencia, por la
cual no se sabe muy bien qué hacer ante el mismo.
Me parece importante señalar entonces un cambio substancial operado desde el
neoliberalismo en lo que respecta al trabajo con adolescentes y especialmente al
trabajo en grupo. Mientras que en general los grupos adolescentes traían -en tiempos
de modernidad- una experiencia conceptualizada dentro de los parámetros del
psicoanálisis clásico, en tiempos de neoliberalismo surgen nuevos requerimientos al
grupo. Uno de ellos es que el mismo facilite condiciones de lazo social, generando
marcas de la presencia de sus integrantes.
Y tal vez “marca” en el grupo sea aún insuficiente, teniendo que añadir una dimensión
más “espesa” y sólida, si tenemos en cuenta la dimensión de lo anulado social que
estos jóvenes portan. Quizás esa es la primera operativa grupal: transmitir la absoluta
seguridad de lo fundamental de su presencia en el grupo, ayudarlos a sentirse integrados
al mismo, “quebrando” ese instituido social por el cual se transforman en expulsados.
Esta especial configuración de grupo es lo que llamo grupo cónclave fortificado.
No obstante, rescato una idea kaëseana fundamental: el grupo como exigencia de
trabajo psíquico, expresada en una múltiple actividad re-enigmatizante, y en la cultura
dialógica. En éste, más que trabajar sobre patología y síntomas, se trabaja más, mucho
más, desde subjetividad y construcción de subjetividad, en un marco que es la más de
las veces, francamente resilente (Zukerfeld).

1 Doctor en Servicio Social por la Universidad Federal do Río de Janeiro. Psicólogo-Psicodramatista-Psicoanalista


de Grupo. Investigador del Grupo de Pesquisa “Transversões” de la UFRJ. Docente e Investigador de la
Facultad de Psicología. Psicoterapeuta del Área de Adolescencia. Clínica Psiquiátrica. Psicólogo de la Prefeitura
de Montevideo. Socio Activo de AUPCV. alejandroklein@hotmail.com
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UNA MIRADA SOBRE LOS ADOLESCENTES Y LA TERAPIA DE ADOLESCENTES DESDE


EL CONTEXTO NEOLIBERAL

Creo que se puede indicar la hipótesis de una significativa “regresión” de los derechos
de ciudadanía en general y de los jóvenes en particular a nivel latinoamericano,
incentivando situaciones de desamparo pronunciado, en las cuales el joven siente, y
se le confirma, que no posee ya derechos incuestionables (Vasconcelos & Morgado,
2005).
Como señala Puget (1991) es una situación en que la comunidad niega su fundamento,
provocando la violencia generalizada entre sus sujetos y contra sus sujetos. De esta
manera el contrato narcisista social (Aulagnier,1975) se resiente afectando la
continuidad, la permanencia y el cambio. Los lugares ofrecidos por el colectivo se
resienten y escasean generándose una política de muerte y expiación.
La cotidianeidad del joven pasa a constituirse en términos de “supervivencia”
enfrentados a escasas o nulas oportunidades de educación y/o trabajo. Esto se
acompaña en las figuras familiares de un agotamiento en la capacidad de tolerancia,
que denomino “estructura de padres agobiados” (Klein, 2006). Desvalidos social y
familiarmente, terminan por estar también desvalidos psíquicamente no pudiendo
experimentar lo adolescente en sus vidas.
Es el punto en que lo adolescente manifiesta el fracaso en sus procesos de contención,
transformación y elaboración, lo que enfrenta al joven a situaciones de dependencia
y estructuras de cuidado del otro que vuelven imposible o muy difícil cursar adolescencia
bajo los parámetros del júbilo, el crecimiento y la confrontación generacional.
El mundo mental pasa, de ser un marco propicio, a expresar situaciones de incomodidad
y malestar. Este pasaje del “silencio” al “ruido” es el punto en que el psiquismo (al
igual que lo social y lo familiar) pierde propiedades homeostáticas para pasar a
predominar situaciones de hiper-adaptación.
Es también la pérdida de la anticipatorio como una operación que articula el futuro de
la historia personal y el porvenir de la promesa social. Así como la mente ya no funciona
como continente del mundo interno, la sociedad ya no protege aquello que debería
cuidar.
La capacidad de crecimiento (que involucra el tiempo) se pierde y la cuestión pasa a
ser el consumo o no consumo, eliminándose la capacidad de resguardo “suficientemente
bueno”. El conjunto termina por buscar un chivo expiatorio debido a su imposibilidad
de concebir duelos que habiliten desprendimientos, que aunque dolorosos, permitirían
un trabajo de elaboración imprescindible.
Pasan entonces a predominar sentimientos de revancha, de odio, de competencia
donde el otro ya no es un “vecino” sino un potencial “extraño”. El adolescente recibe
el “impacto” de estas configuraciones y pasa a representar la figura del extraño por
antonomasia. Si antes fue la expresión de una sexualidad perturbante, hoy es cómplice
de la “pasta base” y de la delincuencia.
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Pero no es ni una cosa ni la otra, sino la constatación del óptimo funcionamiento del
fenómeno de la exclusión inaugurado por el neoliberalismo: sale de la sociedad para
ya no poder volver a “entrar”. Despojado del mundo del trabajo y del de los estudios,
parece que se lo hace parte de una disyuntiva horrenda: “O él (el adolescente) o
nosotros (la sociedad)”, expresando el clímax de lo que denomino sociedad escasa
(Klein, 2006).
En la modernidad keynesiana el adolescente se apropia de un espacio llamado
adolescencia, o mejor dicho, no hay necesidad de distinguir entre ambos, debido a
que los procesos de construcción de subjetividad y el sostén de espacios sociales,
funcionaban armónicamente como procesos de entrada y salida. De esta manera la
adolescencia podía ser la salida de la infancia y la entrada a la adultez, así como la
adultez funcionaba como salida de la adolescencia y entrada a la vejez (Klein, 2002).
Los espacios sociales etarios se correlacionan entre sí, situación que reflejaba la
integración entre la sociedad y sus integrantes. Adultez, infancia, adolescencia eran
espacios sociales y etarios donde distintos procesos subjetivos, familiares y vinculares
se integraban, se resignificaban entre sí y donde se obtenía un meta-sentido: la vida
tiene un destino, la sociedad mantiene una promesa y entre vida y sociedad se apuntala
el porvenir.
De esta manera sugiero que para que el adolescente libidinice un espacio llamado
adolescencia, el mismo tiene que estar previamente libidinizado socialmente. Dicho
de otra manera para que el joven practique política de tanteo, tiene que pactarse
socialmente una política y un borde social de tanteo.
Esta “dinámica” social consensuada y preestablecida, expresa una idea directa de
ciudadanía y consolida simultáneamente el principio de reciprocidad, que aunque
siempre asimétrico establece reglas para el recibir y el otorgar. Situación
magistralmente descripta, mejor que en ninguna teoría política, en el concepto de
moratoria psico-social del danés–norteamericano Erikson (Maier, 1980).
En tiempos de neoliberalismo las cosas cambian profundamente. El mercado no necesita
ni de destino, ni de promesa, ni de porvenir, sino de flujo libre de capitales, globalización
de información adecuada y controlada, y ganancia descontrolada de capital financiero.
Se generan condiciones para desapuntalar espacios sociales de porvenir y futuro, por
lo que se pasa de lo adolescente consolidado, a la pregunta sobre cómo se puede ser
adolescente.
Mientras que el adolescente de la modernidad keynesiana recorría el mundo sostenido
por un piso sólido bajo sus pies, el joven del neoliberalismo (particularmente el de las
clases populares y de clase media y media-baja) se desplaza en puntitas de pie. En el
primer caso, recibiendo el “impacto” beneficiosos de adueñarse de un lugar social
que lo reconoce, en el segundo, ideando estrategias de supervivencia dentro de una
subjetividad desconcertada por ya no entender bien cuáles son las reglas de juego que
le atañen. Las mismas remiten tanto a la indiferencia como a la amenaza inminente2 .
En tiempos de neoliberalismo todo aquello seguro y predecible se vuelve inestable e
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inseguro, destruyendo una estructura básica de amparo que es imprescindible para


generar condiciones de seguridad ontológica, diálogo con el otro e instauración de la
figura del vecino en el ágora pública.
La reunión familiar, otrora matriz de intercambio y de constitución de subjetividad,
pierde significación específica y pasa a ser un simple eco de angustias y desesperaciones
referidas al trabajo, el desempleo, las condiciones económicas paupérrimas. Ya no se
habla de temas familiares sino que no se deja de mencionar a lo social. La familia
pierde capacidad de poner borde al mismo, el que invade permanentemente y frente
al cual no hay capacidad de transformación, augurando una subjetividad construida
en torno a lo transubjetivo y la persistencia transgeneracional.
Aquellos temas de otrora referidos al devenir estable, el cambio posible y el mañana
esperanzador, eran también la “agenda” misma, el “menú” de la modernidad
keynesiana, substituidos ahora por lo catastrófico del presente. Ya no hay menú ni
“plato fijo”, revelando que el nivel de lo traumático encripta las condiciones de
homeostasis familiar.
Es por eso que entiendo que más que identificarse al adulto, los adolescentes lo
hacían al espacio adulto, que era proyectado, consolidado y siempre enriquecido por
los adultos. El padre, la madre, los abuelos o tíos, revelan, comparten y transmiten
insignias de adultez con sus hijos, nietos o sobrinos, los que identificados a tal espacio
reaseguran y devuelven el orgullo y la seguridad de ser adultos.
Cuando estas insignias se hacen inubicables, están desvalorizadas o son inexistentes,
la adultez pasa de ser el centro del escenario social y etario, a convertirse en la
prueba más palpable y nítida de lo agobiante y absurdo que es vivir en sociedad.
La presencia de lo social se mantiene por re-identificación con el yo ideal, estructura
mental y social que se desenvuelve según condiciones de rigidez, sentencia inapelable
e indiscriminación empobrecedora. Estas condiciones parecen ser la única solución
ante una situación de violencia e inseguridad (vivencia de catástrofe inminente) a la
que se anhela reaccionar con políticas de fuerza y brutalidad expeditiva
Se podría decir que en las clases privilegiadas la situación de los adolescentes no se ha
modificado, pero mantengo mis reservas al respecto. Situaciones como la de los enclaves
fortificados y lo que llamo guettización urbana, revelan intentos vanos de constitución
de microsociedades, que no hacen sino facilitar el incremento de conductas adictivas
y paranoicas, elevadas tasas de transgresión y subjetividades de tipo psicopático, que
más que asegurar continuidades, marcan e inauguran decisivas discontinuidades que
deben ser objeto de una investigación específica.
Creo que es importante señalar cómo la problemática neoliberal de la exclusión ininte-
rrumpida, se puede relacionar a la generalizada sensación por la cual parece que no

2 En la hermosa película brasileña “Estación central” la acción comienza con una escena donde un adolescente
luego de robar, escapa corriendo. Una vez que es atrapado y a pesar de su: ”no me mate ”, el policía lo
asesina a quemarropa. Ejemplo terrible de una amenaza de muerte concretizada.
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todos tienen lugar en la sociedad. Se impone así un imaginario que denomino sociedad
escasa, por el cual para que pocos estén incluidos muchos deben mantenerse excluidos.
Ser adolescente se transforma así en un problema y una situación de urgencia, por la
cual no se sabe muy bien qué hacer ante el mismo. Es la culminación de la sociedad
neoliberalizada, donde no hay a quién acudir ni quejarse, no hay a quién discutir ni
hay a quién pedirle cuentas. Las cosas son como son, exacerbadamente anonimizadas
y recurrentemente trágicas. Cuadro de desciudadanización extrema unido al sufrimiento
inconfesable de ser adolescente, sinónimo ahora de desamparo pronunciado.
Se van afirmando irremediablemente situaciones que denomino social y familiarmente
regresivas, por lo que se pierde la oportunidad de que la adolescencia sea una escena
anhelada, productora de una actividad epistemofílica (Klein, 2003) inaugurando un
proyecto de cambio y de vida.
En definitiva la adolescencia como aquél espacio-tiempo-marca privilegiado sucumbe,
con lo que se desmembran experiencias sociales, familiares y subjetivas, que se
mantenían integradas y resignificadas desde aquélla. Este “puzzle sin un modelo para
armar” (Klein, 2004), erradica necesariamente entonces el conflicto como instancia
de mediación y formación de compromiso. Por el contrario aquél puzzle “con modelo
para armar”, implicaba la posibilidad de tomar al conflicto como oportunidad de
crecimiento, funcionando el aparato psíquico como continente del conflicto. Este
modelo de aparato psíquico es probablemente adecuado a la modernidad keynesiana,
donde subjetividad y psiquismo se corresponden y correlacionan de forma trófica.
Pero en tiempos de neoliberalismo el aparato psíquico está en realidad empobrecido.
Una expresión de su empobrecimiento es que se substituyen estructuras que se basan
en el conflicto, por otras que se basan en el consenso o la sentencia. Así se constata
una actividad sobresaliente del yo ideal junto a un super-yo de tipo sádico (Klein,
1997ª). Estos elementos confluyen en fragilizar el tránsito por la vida, con lo que en el
proceso de crecimiento pasan a predominar vivencias atormentantes e inquietantes.
Hay que tener en cuenta que el neoliberalismo inaugura una experiencia social sin
antecedentes. El lazo social se angosta y excluye: no todos forman parte de él, o
mejor dicho, sólo una minoría tiene derecho a él. Lo adolescente queda relegado a
ser sumatoria de situaciones y ya no estrictamente período etario.
Me parece importante señalar entonces un cambio substancial operado desde el
neoliberalismo en lo que respecta al trabajo con adolescentes y especialmente al
trabajo en grupo. Mientras que en general los grupos adolescentes traían -en tiempos
de modernidad- una experiencia conceptualizada dentro de los parámetros del
psicoanálisis clásico, en tiempos de neoliberalismo surgen nuevos requerimientos al
grupo. Uno de ellos es que el mismo facilite condiciones de lazo social, generando
marcas de la presencia de sus integrantes.
Y tal vez “marca” en el grupo sea aún insuficiente, teniendo que añadir una dimensión
más “espesa” y sólida, si tenemos en cuenta la dimensión de lo anulado social que
estos jóvenes portan. Quizás esa es la primera operativa grupal: transmitir la absoluta
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seguridad de lo fundamental de su presencia en el grupo, ayudarlos a sentirse integrados


al mismo, “quebrando” ese instituido social por el cual se transforman en expulsados.
Esta especial configuración de grupo es lo que llamo grupo cónclave fortificado. (Klein,
2006).
No obstante, rescato una idea kaëseana (Kaës, 1993) fundamental: el grupo como
exigencia de trabajo psíquico, expresada en una múltiple actividad re-enigmatizante,
y en la cultura dialógica. En éste, más que trabajar sobre patología y síntomas, se
trabaja más, mucho más, desde subjetividad y construcción de subjetividad, en un
marco que es la más de las veces, francamente resilente (Zukerfeld, 2003).
Hay que tener en cuenta que el neoliberalismo inaugura una experiencia social sin
antecedentes. El lazo social se angosta y excluye: no todos forman parte de él, o
mejor dicho, sólo una minoría tiene derecho a él. Lo adolescente queda relegado a
ser sumatoria de situaciones y ya no estrictamente período etario.

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