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El ser humano es un animal sociable, tiende agruparse dependiendo de diversos factores

culturales, religiosos, sociales... Pero para poder vivir en comunidad necesita una serie de
normas de convivencias, muchas de ellas impuestas y muy pocas veces, por desgracia, por
mutuo acuerdo (aunque temo que eso de ponerse de acuerdo entre más de una persona es
una misión imposible). Sea lo que fuese para vivir juntos necesitamos cumplir esa serie de
normas, que algunos radicales extremistas se empeñan en calificarlas de “restrictivas de
libertades”. No voy a decir que no tengan razón, como en algunas dictaduras o democracias.
Generalmente estas normas sirven para que personas desalmadas no hagan lo que les
apetezca, ya que algunas de ellas parecen movidas por impulsos animales, impiden que
invadan nuestro pequeño espacio vital asegurando así una correcta convivencia.
Pero el problema surge cuando el ciudadano honrado vive conforme a estas normas y no es
respaldado por aquellos que deben velar para que se cumplan dichas normas generalmente
aceptadas por la sociedad sintiéndose desprotegido por aquellos en los que deposito su
confianza, que debido a diversos factores como incompetencia o pasotismo, dejan que en
este mundo reine aquellos que prefieren el terror, la destrucción... Y no me refiero que haya
que ser unos conformistas, simplemente intento transmitir que vivamos según una simple ley
kantiana “haz que la máxima de tu acción se convierta en ley universal”.
Pero no hay que mirar fuera de nuestras fronteras, y no solamente me refiero a política
internacional, nacional o local, existe algo que es más terrible y que conlleva a una cadena
viciosa de decadencia de la convivencia y es que cada uno debe asumir la responsabilidad de
ser ciudadano. Bastante deprimente es ver que no se es respaldado por las autoridades como
el que el propio individuo evada la responsabilidad de hacer velar el cumplimiento de las
normativas.
Pero ¿cuáles son las razones por las que preferimos olvidarnos de nuestros derechos y
obligaciones? Sinceramente creo que las virtudes y los grandes valores humanos los estamos
olvidando en el camino. Hoy en día me entristece ver como la sociedad es incapaz de saber
transmitir a las nuevas generaciones una moral y una ética, y no solo enseñar a ser un buen
ciudadanos sino algo más importante, el deber y el derecho de ser un ser humano, una
persona con sentimientos y con valores espirituales.
Seguramente los que también tendrán que concienciarse y aprender más que las futuras
generaciones son los padres, sobre ellos recae la primera piedra para construir y moldear a
las personas. Y creo que hoy en día, la mayor parte de la gente no está preparada para ser
padre, ser padre no es un acto de caridad, ni es un capricho, ser padre es algo más
importante, sobre sus hombros descansa la evolución de la sociedad, y no podemos
evolucionar mientras que no estén preparados para enseñar a sus hijos una serie de valores y
virtudes.
Como me aterra pensar en que manos estaremos en el futuro, después de comprobar día a
día desagradables incidentes que ocurren por la malacrianza de los hijos. Un típico caso es el
de aquel alumno que debido a su incapacidad para aprender, coge manía al profesor, e
inventa una historia para contársela a su padre, una historia en la que el profesor es “un ogro”
que pone la mano encima de sus alumnos. El padre en lugar de reflexionar prefiere actuar
violentamente y agredir al profesor, pero curiosamente surge el amor entre padre e hijo (algo
es algo), y el hijo al ser un menor además de saberse respaldado por unas malas normas se
sacrifica y pega a su profesor delante de su padre, el muy necio encima le vitorea.
Viendo estos casos de padres incompetentes, hijos malcriados, autoridades pasotas, normas
injustas... parecemos la España de los Quijotes y los Sanchos. A uno se le quitan las ganas
de intentar ser un ciudadano honrado que cumple y vela por los derechos y las reglas de
convivencia.
Hace tiempo vi a unos chavales pintando con spray un puente, en lugar de llamar a la guardia
civil o llamarlos la atención, preferí seguir caminando, y es que valoro más mi vida que el
cumplimiento de las normas, porque se que no seré respaldado por las autoridades ni por el
padre de los chicos, el cual podría incluso agredirme. Desgraciadamente estamos en una
espiral de decadencia en la que casi nadie ya quiere asumir su responsabilidad, aunque
todavía mantengo la esperanza de que algún día el mundo sea mejor. Y sólo nuestro planeta
sería menor si dos cosas nos tomáramos en serio, una es realizar actos generosos y
desinteresados, y otra es no aprovecharnos de las personas.
 

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