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El avión más característico de esta etapa fue el Douglas DC-3, un monoplano bimotor que
realizó sus primeros vuelos en 1936. Tenía una capacidad para 21 pasajeros y era capaz
de alcanzar una velocidad de crucero de 320 km/h. Rápidamente se convirtió en el avión
comercial más usado de la época, y es considerado uno de los aviones más importantes
que se ha producido en la historia de la aviación.
El motor a reacción comenzó a ser desarrollado en Inglaterra y Alemania en estos años. El
británico Frank Whittle patentó un diseño de una turbina a reacción en 1930, y desarrolló
un motor que podía ser usado para fines prácticos al final de la década. El alemán Hans
von Ohain patentó su versión de motor a reacción en 1936, y comenzó a desarrollar una
máquina semejante. Ninguno de ellos sabía del trabajo que desarrollaba el otro, por eso
mismo, a ambos se les considera como sus inventores. A punto de terminar la Segunda
Guerra Mundial, Alemania empleaba los primeros aviones de reacción y fabricaba una
serie de Messerschmitt Me 262, el primer caza a reacción de la historia.
El hecho de que los aviones volasen a altitudes cada vez mayores, donde las turbulencias
y otros factores climáticos no deseables son más raros, generó un problema: en altitudes
mayores, el aire es menos denso, y por tanto, posee menores cantidades de oxígeno para
la respiración. A medida que los aviones pasaban a volar más alto, los pilotos, tripulantes y
pasajeros tenían cada vez más dificultades para respirar. Los especialistas, para resolver
este problema, crearían la cabina presurizada, que lograba mantener constante la presión
atmosférica con independencia de la altura de vuelo. Estas se empezaron a hacer
populares a finales de los años 40, aunque el primer avión comercial con cabina
presurizada fue el Boeing 307, que realizó su primer vuelo en 1938. Hoy en día,
prácticamente todas las cabinas de aviones comerciales de pasajeros son cabinas
presurizadas.