Está en la página 1de 24

mSTORIA

DE IJ)/

CO,TADA POR .ÉL Mlsno.

Por ,-\.l<>jalUlro Dum as.

-
APE:US me habia despertado una mañana, cuando
entró lIn criado en la alcoba i me presentó una carta,
en cuyo sobre escrito se leía la palabra wjente. Des-
corro las cortinas: el dia, que probablemente se ha-
bia equiyocado, era hermoso, i el sol entró en mi
cuarto espléndido como lm conquistador. 1'!Ie res-
tregué los ojos para ver de donde venia esta carta,
asombrüntlome de no recibir mas que una. La letra
era desconocida. Degpues de haberla dado muchas
vueltas para ver si adivinaba de quien era el sello,
la abrí, i me hallé con que decia lo siguiente:
«Caballero: he leiuo los tres JIlosqueteros, por-
que soi rico i tengo mucho tiempo de sobra .... »
-i Este es un hombre feliz! dije para mí i continué:
-Os confesaré que me han divertido bastante;
pero tuye la curiosidad de saber, como tengo mu-
2 HISTORIA DE UN Ml:ERTO
ello tiempo de sobra, si realmen te los habíais toma-
do de las J1Iemol'Ías e/el Conde de la Fére. Como
estaba .en Carcasona, escribí a uno de mis amigos
en París que fuera a la biblioteca a pedir esas me-
morias, í qu e me escribiera si real men te habíais to-
mado de allí esos detalles. l\1i amigo, que es una
persona muí formal, me contestó que las habíais co-
piado palabra por palabra, i que todos los autores
no hacian otra cosa. Os advierto que lo he publi-
cado en Careasona, i que si continuais así, dejaré-
nlOS la suscricion de El Siglo.
Tiene el honor de saludaros .
Tiré de la campanilla. •••
-S i traen hoi otras cartas, le dije al criado, las
guanl:\s i me las entregas él dia que me yeas mui
alegre.
-¿ 1 los manusc ritos?
-¿P or qué preguntas eso ?
-po rqu e acaban de traer uno en este instante.
- j Bueno! i solo eso fa ItalJa ! PODle donde no se
pierda; pero no le traigas a este cuarto.
Le puso sobre la chimenea, lo que probaba de-
~ididameDte que mi criado estaba dotado de inteli-
]encla.
Eran las diez i med ia; me puse a la ventana; el
dia como he dicho, era hermosísimo, el sol parecia
eterno vencedor de las nubes; todos los que pasa-
ban eran felices, o a 10 ménos parecian que estaban
contentos.
Yo sentí como todo el mundo el deseo de tomar
el airo en otra parte que en mi ventana; me yestÍ i
salí.
La casualidad hizo, porque cuando tomo el aire
)lOCO me importa que sea en una calle o en otra, la
('a~u!\hdad hizo que pasa ra por delante de la Biblio-
teca.
CO~TA1lA POR ÉL MIS~IO. 3
Subí: encontré como :;iempre a Páris que vino a
saludarme con la acostumbrada ~onrisa.
-Dadme, le dije, las Memorias del conde de la
Fél'e.
Me mirÓ un instante, como si dudara si me habia
vuelto loco, i despues me dijo con la mayor sangre
fria:
-Ya sabeis que 110 existen, puesto que habeis sido
el que ha inventado su existencia.
Este (]¡scurso, aunque conciso, me pareció lleno
de sávia, i para recompensarle le regalé el autógrafo
de CaI·casona.
Cuando le acabó de leer.
-Consolaos, me dijo, no sois el primero que ha
venido a pedir esas Memorias: he visto por lo mé-
nos treinta personas que no han venido aquí con
otro objeto, i que deben aborreceros porque las ha-
beis engañado.
Tenia necesidad de una novela; i ya que me ha-
llaba en la biblioteca, i ya que algunos dicen que
allí se encuentran las novelas hechas, pedí el catálogo.
Pero no habia nada que sil'viera.
Cuando volví por la noche a casa me hallé en
medio de la mesa i encima de todos los papeles el
manuscrito de por la mañana. Puesto que era un dia
perdido me decidí a leerlo.
Le acompañaba una carta. Decididamente era el
dia de las cartas anónimas; peru esta era todavía
mucho mas estraña que las otras .
• Caballero: cuando hayais leillo estas bajas, el
que las ha escrito hahrá dejado de existir. Nada dejo
mas que estas pájinas que os regalo; haced de ellas
el uso que queráis.»
Tenian (:\ tílulo de inverosimilitud.
No sé si porque era de noche me llamó la ateu-
cion lo primero que leí, i lo que leí fué lo siguiente:
4 HISTORIA DE UN ~¡lffiRTO

I1ISTORU DE UN MUERTO CO~TADA POR EL MiS»O.


Vna noche rle diciembre estábamos tres en el
estudio de un pintor: hacia un tiempo sombrio i frio,
i la lluvia azotaba los cristales con ruido continuado i
monótono.
El taller era inmenso, i déb¡lmente alumbrado
por la lumbre de una chimenea, en derredor de la
que nos hallábamos agrupados.
Aunque éramos jóvenes i alegres, la conyersa-
. cíon habia tomado a pesar nuestro, un reflejo de
aquella triste noche, i bien pronto se agotaron las
palahras de alegría.
Uno de nosotros mov ia sin cesar una hermosa
llama azulada ele ponche, que esparcia sobre todos
los objetos cercanos una claridad fantástica, los bo-
cetos, las bacantes, las madonas parecia que se con-
fundian i bailaban al lado de las paredes como gran-
des cadáveres. Esta vasta sala resplandeciente por
el dia con las creaciones del pintor, estrellada con
sus sueños, habia tomado aquella noche en la oscu-
ridad un carácter estraño.
Cada vez que la cnchura de plata caía en el bol
lleno tlel licor encendido, los objetos se dibujaban
sobre las paredes con formas desconociclas, con tin-
tas inauditas, desde los viejos profetas de la barba
blanca hasta esas caricaturas que pueblan los talleres
i que parecian un ejército de demonios, como se ven
en sucños o como los agrupaba Goya. En fin, el
ticmpo frio de fuera completaba lo fantástico del
interior.
Añádase a esto que cada vez que nos mirábamos
a aquella claridad momcnt;ínea, apareciamos con fi-
gura de verde gris, con los ojos fijos i ,'clucicntes
como carbunclos, los Irtbios pálidos i escuálidas las
mejillas; pero lo que habia mas espantoso era una
COllTADA POli EL MISMO. 1>
máscara enyesada de uno de nuestros amigos que
habia muerto hacia pocos dias: colocada cerca de la
ventana recibia las tres cuartas partes del renejo del
ponche que le hacia aparecer con una fisonomía es-
trañamente burlona.
Todo el mundo ha sufrido como nosotros las in-
fluencias de las salas grandes i tenebrosas, como las
describe Hoffman, como las pinta Rembrandt; todo
el mundo ha sentido, a lo ménos una vez, es" mie-
do sin causa, esas fiebres e~pontáneas a la vista de
objetos que a los rayos pálidos de la luna, o a la
dudosa luz de una lümpara, presentan U113 forma
misteriosa; todo el mundo se ha hallado en una ha-
bitacion grande i sombría, al lado de un amigo, es~
cuchando algun cuento inverosímil, sintiendo un
terror secreto que se puede hacer cesar de repente
encendiendo una l<impara o hablando de otra cosa;
pero que nos guardamos mui bIen de hacer, porque
nuestro pobre COfazon necesita de emociones, sean
verdaderas o falsas.
En fin, aquella nocl1e, como he dicho, eramos
tres. La conversacion, que jamás sigue la línea recta
¡lara liegar al fin, habia sufrido todas las faces de
Iluestros pensamientos de vcinte años, ya lijeracomo
el humo de nuestros cigarros; ya alegre como la lla-
ma del ponche, ya sombría como la sonrisa de la
máscara.
Concluimos por callar: los cigarros, que seguian
el morimiento de nuestras cabezas i nuestras manos,
brillaban como tres aureolas revoleteando en la
sombra.
Era evidente que el primero que abriera la hoca
i rompiera el silencio, aunque fuera para decir una
chanza, cau,aria un espanto momentáneo a los otros
dos: tan engolfados estábamos en nuestros sueños.
-Enrique, dijo el que moria el ponche dirijiéndose
nI piutor, ¿has leiüo a Hoffmann ?
IIISTORIA DE t;;.¡ )lCEI\ ro
-Ya lo creo! contestó Enrique.
-1 qué te parece '!
-Creo que es aLimirablc¡ i tanto mas, cuanto que
el que escribia aquello crela en lo que escribia. En
cuanto a mí, sé decirte que como leía por la noche,
fuí muchas veces a acostarme sin cerrar el libro í
~in atreverme a mirar atraso
-Con que es decir que eres apasionado por lo fan-
lástico?
-Mucho. I

-1 tú? dijo dirijiéndose a mí.


-Tambien.
-Pues bien: voi a contaros una historia fantástica
que me ha sucedido a mí. '
-Esto no podia acabar de otro modo. Vaya, cuenta.
'-¿ Te ha sucedido a tí? repliqué yo.
-Pues bien: cuenk1 que hoi me- hallo dispuesto a
creerlo todo.
- Tanto mas, cuanto que os aseguro bajo mi pa-
labra que yo soi el héroe.
-Vamos, despacha.
Dejó caer la cuchara en el bol. La llama se es-
tinguio poco a ]lOCO, i quedamos en una completa
oscuridad, teniendo solo alumbradas las piernas por
la claridad de la chimenea.
Empezó.
« .... Una noche, hace un año sobre poro mas o
ménos, hacia e\actamente el mismo tiempo que hoi,
el mismo frio, la misma lluvia, la misma tristeza.
Tenia muchos enfermos, i despues de haber hecho
mi última visita, en vez de ir un rato a los Italianos
como tenia de co~tllmbre, fuí en derechura a mi casa.
Habitaba en una de las calles mas desiertas del cuar-
tcl de San Jcrman. Estaba mui cansado, i me acost~
al momento. Apa¡;'ué la l~mpal'a, i durante un rato,
lU~ ~ntrctL\Ye en mirar el fu~o que hacia bailar
CO:íT.\DA POR EL MIS)!O. 7
grandes sombras en la cortina, i por último se me
cerraron los ojos i me dormí. . .
Hacia ya una hora que dormla cuando sentl una
mano que' me sacudia vigorosamente. lIJe desperté
sobresaltado como un hombre que esperaba donmr
mucho tiempo, i me fijé con asombro en mi noc-
turno visitante. Era mi criado.
~Señof, levántese U. al momento, que vienen a
Il~mar para una jóYen que se muere!
-1 donde vive esa ~eñora? pregunté.
Casi enfrente; i os acompañará el que ha venido
a buscaros. '
Me levanté i me yestí a toda prisa, pen,;ando que
la hora i las circunstancias dispensarian mi traje, i
seguí al hombre que me buscaba.
Llovia a torrentes.
Felizmente n~ habia mas que atravesar la calle,
i en seguida, me hallé en casa de la persona que re-
clamaba mis cuidados. Habitaba una casa ~untuosa i
aristocráLica. Atravesé un gran patio, subí algllnos
escalones, pasé por el yestilJUlo donde se hallaban
los criados que me esperaban, subí al primer piso,
i bien pronto me hallé en la habitacion de la enfer-
¡na. Era UDa pieza grande adornada con muebles
antiguos de una madera negra con embutidos. Una
mujer me introdujo en la alcoba, a donde nadie nos
siguió. Fuí derecho ácia una gran cama de colum··
nas con una rica colgadura de seda i ví sobre la
almohada la cabeza mas encantadora que hubiese po-
-dido soñar Rafael. Tenia cabellos dorados como las
olas del Pactolo, desarrollándose en derredor de su
rostro anjelical; tenia los ojos medio cerrados, la
boca entreabierta dejando entrever dos filas de per-
las. Su cuello deslumbraba con su blancura; S\l ca-
misa entreabierta dejaba ver un pecho capaz de ten-
tar a San Antonio; i cuando tomé su mano, me acor-
de de los brazos que tenia Juno segun dice Homero,
HISTORIA DE ti'\ Ml'ERTO
En fin, aquella mujer era el tipo del ánjel cri,~
tiano i de la diosa pagana; todo en ella revelaba la
pureza del alma i el fuego de los sentidos. Hubiera
porlido pasar a la vez por yírjen cristiana i lasciva
Y3cante, i volver locos a la vez a un sábio i a un
aleo; i euando me aproximé a ella sentí al traves del
calor de la fiebre ese perfume misterioso, conjunto
(\e todos los perfumes de las flores, que emana de
la mujer.
Olvidé la causa que allí me habia lleyado, i que-
dé mirándola como un'a revclacion, i sin hallar cosa
igual ni en mis recuerdos, ni en mis sueños, cuando
"ol\'1ó la cabeza hácia mí, abrió sus grandes ojos
azules, i me dijo:
·-S ufro mucho.
Sin embargo, apénas tenia casi nada. Una san-
gría, i se salvaba. Cojí la lance~; pero en el mo-
mento de tocar aquel brazo tan blanco i tan hermoso,
temblaba mi mano. Pero el médico venció al hom-
bre. Luego que hube abierto la vena, corrió una
.sangre pura como el coral en fusion, i se desmayó.
No qllise separarme de ella. Me quedé a su la-
do. Sentia una secreta felicidad en tener la vida de
esta mujer en mis manos i detuve la salida de la
sangre, abrió poco a poco los ojos, llevó la mano
fIue tenia libre a su pecho, se volvió hácla mí, i mi-
rándome con una de esas miradas que condenan o
salvan, me dijo:
-Gr acia s: sufro ménos.
Habia tanta voluptuosidad, amor i pasion en tor-
no de ella, que quedé fijo en mi sitIO contando cada
latillo de mi coraza n por los del suyo, escuchando
:;u respiracion todavía un poco febril, i diciéndome
que si habia alguna cosa divina en la tierra, debia
ser el amor de esta mujer.
Se durmió.
Yo estaba casi arrodillado al lado de su cama.
CO~TADA pon ÉL MISMO. 9
Una lámpara de alabastro daba una claridad encan-
tadora a todo,; lo objetos. Estaba solo con ella: la
mujer que me habia acompañado salió para anun-
ciar que su señora seguia bien i que no nesesitaba
(le los cuidados de nadie. En efecto, su senora es-
taha tranquila i hermosa como un ánjel dormido.
Yo estaba loco ....
Sin embargo, no podia permanecer en aquella
habitacion toda la noche. Salí a mi vez sin hacer
ruido para no despertarla. Dispuse lo que habian
de hacer en mi ausencia, i dije que volveria a la ma-
ñana siguiente.
Cuando entré en mi casa, estuve desvelado con
este recuerdo. Comprendia que el amor de esta -mú-
jer debia ser un encanto eterno, formado de ilusio-
nes i pasion;_que debia ser púdica como una vírjen,
i apasionada como una cortesana; ereia que al mundo
ocultaria todos los tesoros de su belleza, i que a su
amante se entregaria sin reserva. En fin, su recuerdo
ah rasó mi noche, i cuaIlllo llegó el dia estaba loca-
mente enamorado.
Sin embargo, dcspues de los pensamientos exa-
jerados de una noche ajitada, vinieron las reflexiones;
me dije que tal vez un abismo insuperable me sepa-
raba de aquella mujer; que-era demasiado herm05a
para no tener un amante: que debia ser demasiado
amada para que le olyidara, i traté de aborrecer sin
conocerle a aquel hombre que era bastante feliz en
este mundo para que pudiera sufrir sin murmurar
una eternidad de dolores.
Esperaba con impaciencia la hora de presentar-
me en su casa, i el tiempo que pasé esperando me
pareció un siglo.
Por último, llegó esta hora, i me marché.
Cuando llegué, me hicieron entrar en un tocador
de un gllsto esquisito. Estaba sola i leia; la envolvia
una bata de terciopelo, no dejando ye.f, como a las
10 HISTQl\1A DE U:>< MeER TO
vírjenes de Perugin, mas que las manos i la cabeza,
tenia con coqlleterfa el brazo descansado en una ven-
da, i puestGs al fuego aquellos diminutos piés que no
parecian a propósito para andar sobre la tierra; en
fin; aquella mujer era tan completamente hermosa,
-que parecia que Dios la habia enviado al mundo
como muestra de lo que son sus ánjeles.
lile dió la mano, i me hizo sentar a su bdo.
-Tan pronto levantada, señora? le dije; sois mui
imprudente.
-No: soi fuerte, me dijo sonriendo, he dormido
bien, i ademas no estaba enferma.
-Pues decíais que sufríais?
--Mas con la imajinacion que con el cuerpo, dijo
dando un sw;piro.
- -¿ Habéis tenido algun disgusto, señora?
- j Oh! profundo. Afortunadamente, Dios es lam-
bien médico, i he encontrado la panacea universal¡
el olvido.
- Pero hai dolores que matan, le dije.
- j Bien! ¿la muerte o el olvido no es lo mismo?
La una es la tumba del cuerpo, el otro la tumb~ del
corazon.
-Pero, ¿ cómo es posible f]ue podáis sufrir pesa-
res? Estais demasiado alto para que os alcancen, j
los dolores deben pasar bajo vuestros piés, como las
nubes a los piés de Dios: para nosotros las borras-
cas, para vos la serenidad.
-Eso es lo 'que os engaña, replicó ella, i lo que
prueba que vuestra ciencia se detiene allí; en el co-
razono
-Pues bien, la dije, tratad de olvidar. Dios per-
mite algunas veces f]ue suceda la alegria al dolor;
que la sonrisa suceda a las l~grimas; i cuando el co-
Tazon del que lo esperimenta está demasiado vacío
para que pueda llenarse, cuando la herida es dema-
siado profunda para que pueda cerrarse sin auxilio,
CONTADA POR ÉL MISMO. . 1'1
envía al camillO de aquel a qui¡m quiere consolar una
alma que le comprenda; porque sabe que se sufre
ménos sufriendo con un compañero; i llega un mo-
mento en que el corazon se llena de nuevo, i la he-
rida se cicatriza.
-¿ 1 con qué bálsamo cerrariais esa herida, doctor?
-Segun fuera el enfermo, contesté; a unos acon-
sejaria la fé; a otros aconsejaria el amor.
- Teneis razon, me dijo, son las dos hermanas de
caridad del alma.
Hubo un rato de silencio bastante largo, durante
el que admiraba aquel rostro divino, al que la pá-
lida luz que filtraba a traves de las cortinas de seda
daba tintas encantadoras, i aquellos hermosos cabe-
llos de oro, arreglados sobre las sienes. i aprisionán-
dose ellos mismos detras de la cabeza.
La conversacion habla tomado desde el principio
un jiro de tristeza; de este modo me parecia aque-
lla mujer mas radiante que la primera vez con su
triple corona de pasion, de belleza i de dolor. Dios
la habia completado con el martirio, i era precisQ
que aquel a quien ella diera su alma aceptase la do-
ble mision doblemente hermosa, de hacerla olvidar
lo pasado i de hacerla esperar en el porvenir.
Así es que quedé estático en 5U presencia, no
tan loco como estaba la víspera, ante su fiebre, sino
recojido ante sn resignacion. Si se hubiera entre-
gado en este momento, hubiera caido a sus piés, la
hubiera tomado las manos i huúiera llorado con ella
como con una hermana, respetando al ánjel i conso-
lando a la mujer.
¿ Pero cuál era este dolor que era preciso hacer
olvidar, quién habia hecho esta herida que todavía
sangraba? Es lo que yo ignoraba, lo que era pre-
ciso adivinar, porque habia entre la enferma i el
médico bastante intimidad para que confesara un pe-
sar;.pero no habia bastante para que dijera la causa.
12 mSTORIA DE I:N MURTO
Nada habia a su alrededor que pudiera indicarme el
ramina de averiguarlo; la víspera nadie habia venido
a su lado a inquietarse por su estado; al dia siguiente
nadie venia a verla. Este dolor debia ya estar en
lo pasado i reflejarse solo en lo presente.
-Doetor, me dijo de repente salienúo de su éxta-
sis, ¿ podria yo bailar pronto?
-Sí señora, la dije un poco asombrado de seme-
jante transicion.
-Es preciso que dé un baile, mucho tiempo ha
esperado; vendreis, ¿ es ventad? Debeis haber for-
mado mui mal juido de mi dolor, que me hace deli-
rar de. dia i bailar por la noche. Pero ya sabeis que
11ai disgustos que es preciso relegar al fondo del co-
razon para que el mundo no los aperciba; hai tor-
mentos que es preciso enmascarar con una sonrisa
para que nadie los adivine; i yo quiero guardar para
mí sola lo que sufro, como otro guardaria su ale-
gria. Este mundo que me envidia viéndome hermo-
sa. me cre.e feliz, i es una conviccion que no quiero
desvanecerle. Por esta razon bailo, a riesgo de llo-
rar al día siguiente, pero llorar a SO];15.
~le dió la Illano con una mirada indefinible de
candor i tristeza, i me dijo:
-Hasta bien pronto, ¿ es verdad ?
Imprimí mis labios en su mano, ¡salí.
Llegué a mi casa estúpido.
Desde mi ventana veía las suyas: estuve todo el
dia mirándolas; todo el dia estuvieron sombrías i si-
lenciosas: todo lo olvidaba por esta mujer: no dor-
mia, no comia; por la noche tenia fiebre; al dia si-
guiente delirio, i al inmcdwto estaba ya muerto.
-Mucrto! csclamamos.
-¡ Muerto! replicó nuestro amigo con acento de
conl'iccion; muerto como lIabian, cu)'o retrato te-
neis ahí.
-Continúa, le dije.
COliTADA POR ÉL llISlfO. 13
La lluvia continuaba azotando los cristales. Pu-
simos leña en la chimenea, cuya llama rojiza i viva
disipaba un poco la oscuridad del taller.
Continuó.
-A partir desde este momento, no sentí mas que
una conmocion fria: sin duda fué el momento en que
me echaron en la fosa.
Ignoro cuanto tiempo hacia que estaba encerrado,
cuando oí confusamente una voz que me llamaba por
mi nombre. \\le estremecí de frio sin poder contes-
tar. Algunos instantes despues, me llamó todavía la
voz; hice un esfuerzo para hablar, pero sentí que
me cubria el féretro de pies a cabeza. Sin embargo,
pude anicular débilmente estas palabras:
-¿ Quién me llama?
-Yo, contestaron.
- ¿ Quién eres?
-Yo.
1 la voz iba debilitándose, como si se hubiera
perdido en la brisa, o como si hubiera sido un mo-
vimiento pasajero de las hojas.
Una tercera voz hirió mis oídos; pero esta vez
parecia que el nombre corria de rama en rama, i
que todo el cementerio lo repetla sordamente, i oí
un ruido de alas, como si este nombre pronunciado
de repente en el silencio, huhiera hecho volar una
bandada de aves noctllrnas.
lIlls manos cubrieron mi cara como si hubiesen
sido moyidas por resortes misterioso,. Separé silen-
ciosamente el féretro que me cuhria, i traté de ver.
lile parecia que despertaba de un largo sueño. Tenia
frio.
Me acordaré siempre del sombrío espanto ue que
me vi rodeado: los árboles no tenian hojas i torcian
dolorosamente sus ramas descarnadas como grandes
e'qucletos. Un débil rayo de luna que penetraba a
trayes de grandes nubes negras, iluminaba delallle
14 HISTOtUA DE U:-¡ ~lUERTO
de mí un horizonte de tumhas blancas que parecian
una cscalera del cielo i todas aquellas voces yagas
de la noche que presidian a mi sueño, estaban llenas
de misterio i de terror.
Volví la cabeza i busqué al que me babia llamado.
Estaba sentado al lado de mi tumba, espiando todos
mis movimientos con la cabeza apoyada en las ma.
nos, con una sonrisa estraña, con lUla mirada hor-
rible.
Tuve miedo.
- ¿ Quién eres? le dije reuniendo todas mis fuerzas
¿ por qué me despiertas?
-Para hacerte un favor, me contestó.
-1. Dónde estoi?
-En el cementerio.
- ¡,Quién eres?
-Un amigo.
-Dcjame en mi sueño.
-Escucha, me dijo: te acuerdas de la tierra?
-No.
-¿ No sicntes pesar' por alguna cosa?
-No.
-¡ Cuánto tiempo hace que duermes ?
-Lo ignoro.
- Pues yo te lo dil'é. Hace dos dias que has muer-
to, i la última palabra que pronunciaste rué el nom-
bre de una mujer, en vez descr el nombre del Señor.
Por lo tanto pertenecer:ís a Satanás, si Satanlís qui-
siera llevarte ¿ Comprendes?
-Sí.
-¿ Quiéres vivir?
-i. Eres Satanás?
-Sntanás o nó, ¿ quiéres vi\'ir?
-Solo?
-No; la volverás a ver.
- l. Cuanclo ?
- Esta noche.
CO:'lTADA POR ÉL MISllO. {tí
-En donde?
-En su casa.
-Acepto, dije, tratando de levantarme; veamos
tus coudiciones.
-No impongo ninguna; crees tú que no soi capaz
de hacer alguna buena obra de vez en cuando? Está
noche da un baile i te llevaré allá.
-¡'yamos?
-Yamos.
Satanás me dió la mano, i me puse de pié.
Seria imposible descrihiros lo que esperimenté
en aquel momento. Sentia un fria terrible que he-
laha mis miembros; es todo lo que puedo decir.
- Ahora, continuó Satanás, sígueme. 'i a compren-
derás que no te haré salir por la puerta, porque el
conserje DO te dejaria pasar; entrando aquí una
vez y2 no se vuelve a salir. Sígueme: vamos pri-
mero a tu casa, donde te vestirás, porque no puedes
venir al baile en ese traje, i mucho ménos cuando
no es baile de máscaras; envuélvete bien en tu mor~
taja, porque las noches están frescas i podrias tener
fria.
Satanás se puso a reir como rie Satanás, i con-
tinué marchando cerca de él.
-Estoi segllro, continuó, de que apesar del favor
que voi a hacerte, no me amas. Los hombres sois
mui ingrato;;. No yitupero la ingratitud: es un vi-
cio que yo he inventado, i es uno de los mas espar-
cidos; pero quisiera a lo ménos verte ménos triste.
Es la única señal de gratitud flue te exijo.
Seguia siempre blanco i fria como una estátua
de m;írmol a quien hace mover un resorte oculto;
solo que en los mom"ntos de silencio se hubieran
oido rechinar mis dientes bajo un fria glacial i cru-
jir todo, mis huesos a cada paso.
-¿. LI~barémos pronto? dije haciendo un esfuerzo.
- j llllpacielltc! dijo Satanás ¿Es tan hermosa?
f6 HISTORIA DE UN MLERTO
-Co mo un ánje!. .
- ¡Ah querido mio! replicó riendo, es preciso CO!!-
resar que no tienes delicadeza aI hablar; acabas de
nombrarme un ánjel, a mí, que lo he sido. Sin em-
lJargo, te perdono; es preciso dispensar alguna cosa
a un hombre que ha muerto hace dos dias. Ademas,
como te dije ánles, estoi mui alegre esta noche. Hoi
h:m sucedido en el mundo cosas que me encantan.
Yo creía que los hombres habian dejenerado; me fi-
guraba que hacia algull tiempo se habian vuelto vir-
tuosos; pero no, son siempre los mismos. Pues bien:
pocas veces he visto dias como este; he tenido des-
de ayer noche seiscientos veintidos suicidios en
Europa solamente, entre los que hai mas jóvenes
que viejos, lo que es una pérdida, porque mueren
sin hijos: dos mil doscientos cuarenta i tres asesma-
tos, en Europa solo; en las otras partes del mundo
no los cuento: hago como los ricos capitalistas; no
puedo enumerar mi fortuna. Dos mHlones seiscien-
tos veintitres mil setecientos quince adulterios; lo
que no es de estrañar a causa de los bailes; mil dos-
cientos jueces que se han vendido; por lo regular
ten~o mas. De manera que segun esta cuenta, he
tellldo una entrada de cerca de dos millones ~ei§­
cientas veintiocho mil almas, solo en Europa. No
cuento los incestos, los monederos fabos, las viola-
ciones, porque estos son los céntimos. Puedes cal-
cular, estableciendo un término medio, de tres mi-
'lIones de almas que se pierden diariamente, el tiem-
po que tardaré en npoderarme del mundo entero.
Voi a tener que comprar terreno para agrandar el
infierno.
-Comprendo tu alegria, murmuré, apresurando el
paso.
- Tú me dices eso, replicó Satauás con aire som-
brio i dudo~o; ¿me tienes mierlo porque me ves ele
frcnlll Y ¿ Soi acaso tan repugnante? Hablemos un
Co;-;rADA POR ÉL MISMO. 17
pOCO, te lo ruego, ¡, qué seria el munoo .in mí? Un
mundo que tenrlria sentimientos dimanados del cielo,
i no pasiones que proceden de mí! Pero el mundo
moriria de esplin, amigo mio. ¡, Quién ha invelltado
el oro? Yo. ' ¿ El juego? Y{}. ¿ El am0r? Yo. ¡,Las
negociaciones? Yo. 1 yo no comprendo a los hom-
bres que parece me quieren tanto? Vuestros poetas,
Jlor ejemplo, que hablan 'de amor puro, no com-
prenden que enseñando el amor que salva, .inspiran
la pa~ion <lue pierde; porque, gracias a mI, lo que
busc ais siempre no es la mujer como la Vírjen, sino
la pecadora como Eva. I ~ú mismo {'n este mo-
mento, que acabas de salir de una tumba; tú que
todavía tienes el frio de un -cadáver i la palidez de
un muerto, no es un ,affi{}r puro el que vas ·a bus-
car al lado de aquella que vas a ver, sino 1ma no·
che de voluptuosidad. Ya ves que el mal sobrevive
a la muerte, i muchos hombres pl'efier-en la 'eterni-
lIad de las pasiones a la eternidad de la felicidad. 1
la prueba es, que por algunos años de pasiones so-
bre la tierra pierden la eternidad de la felicidad en
el cielo.
-i, Llegaremos pronto? le dije, porque el horizonte
iba renovándose siempre i marchábamos sin ade-
lantar.
- i Siempre impaciente! replicó Satanás, i sin cm'-
bargo trato de abreviar el camino todo lo que puedo.
Ya comprenderás que no puedo pasar por la puerta,
;porque hai allí una gran cruz, i la cruz es mi aduana.
Yo seguía siempre blanco i frio como una está..
tua de marmol a quien hace mover un resorte oculto..
Como viajo continuamente con cosasprohibida~
por ella me detendria i me "cria obligad{} a santi-
guarme; i pucdo cometer un crímen, pero no un
~acrilejio; i despues, como ya te he dicho, no te de-
jarian marchal'. Si crees que se muere, entierran
i se marcha uno cuando le parece sin decir nad":
2,
18 HISTORIA DE UN ~mEIITo
te bas equivocadO, amigo mio. Sígueme i ten pa-
ciencia, que ya llegaremos. Te be prometido un baile-
le tendrás: yo cumplo mis promesas; mi firma es co~
nocida.
Habia en toda esta ironia de mi siniestro compa-
ñero alguna cosa de fatal que me helaba; se me fi-
gura que todavía estoi oyendo todo esto.
Anduvimos todavía un rato. Despues llegamos
a una pared ante la que estaban amontonadas una
porcion de tumbas formando escalera. Satanas puso
el pié sobre la primera, i contra su costumbre mar-
chó sobre las piedras, hasta que llegó encima de la
t,1jlia.
Dudaba en seguir el mismo camino; tenia miedo.
Me alargó la mano diciéndome:
- -No l1ai cuidado; son conocidos.
Cuando estuve a su lado me dijo:
-Quieres que te baga ver lo que pasa en París
esta noche?
-No: vámonos.
- Vamos, ya que tienes tanta prisa.
Saltamos al suelo.
La ltilla al mirarla Satanás se babia cubierto con
una nube, así como una jóven se cubre con su velo
cuando se fija en ella una mirada atrevida. La noche
·estaba fria; todas las puertas cerradas, todas las ven-
tanas sombrías, todas las calles silenciosas; se hu-
biera dicho que hacía mucbo tiempo que nadie babia
transitado por el suelo que pisábamos: todo tenia
un aspecto fatal. Parecía que cuando viniera el dia
nadie abriría las puertas; que ninguno turbaría el
silencio; creía marchar por una ciudad muerta hacia
siglos i encontrada en algunas escavaciones, en fin,
la ciudad parecia despoblada en beneficio del ce-
menterio.
l\larcbábamos sín oir un ruido, sin ver una SOI11-
bra; el camino fué largo a traves de aquella ciudad
CONTADA POR ÉL MISMO. 19
que espantaba con su calma i su reposo; por último,
llegarnos a mi casa.
-¿ La conoces? me dijo Satanás.
-Sí; le contesté sordamente; entremos. -
-Espera: es preciso que abra. Yo soi el que ha·
inventado el robo con llaves falsas, i tengo una se-
gunda llave de todas las puertas. .
Entrarnos: la calma de fuera reinaba tambien en
el interior: era horrible ..
Creía soñar; no respiraba ...• Figuráos como es-
taria al entrar en una habitacfon donde habia muerto
dos dias ántes, encontrando todas las cosas del mis-
mo modo que estaban durante mi enfermedad, im-
pregnadas solamente con ese aire sOOlbrío que da la
muerte, i viendo los objetos colocados corno si ya
no los hubiese de tocar mas. La única cosa anfmaoa
que ví desde mI salida del cementerio, fué mí gran
péndOla al lado de la que- habia un ser muerto i que
continuaba contando las horas de mi eternidad como,
habia contado las de mi vida.
Fuí a la chimenea; encendí una bujía para ase-
gurarme de la verdad,. porque todo lo que me ro-
deaba me parecia a traves de una claTidad pá~ida t
fantástica que me daba por decirle así, una vista in-
terior. Todo era real; aquella era mi habit~cfon:
ví el retrato de mi madre son riéndome siempre: abrí
los libros que leía algunos dias ántes de mi muerte~
únicamente el lecho no tenia colgaduras. Todo esta-
bil sellado.
Satanás se habia sentado en IIn sillon.
En este momento pasé delante de un espejo gran-
de i me ví con mi estraño traje envuelto en una sá-
bana, pálido i con los ojos amortiguados. Dudaba de
esta vida que me' daba un poder desconocido, i me
puse la mano en el corazon.
Mi corazon no latía.
Llevé la mano a la frente, i la frente estaba fria
20 IIlSTORlA DE: l:N MUIIITO
como el pecho, el pulso mudo como el corazon, i sin
embargo reconocia todo lo que haLia dejado; no te-
nia m,as que el pensamiento i los ojos que "iviesen
en mi.
Lo que habia de horrible es que yo no podia se.
parar mi mirada de aquel espejo que representaba
mi imájen sombría, helada, muerta, Cada movimien-
to de mi, l:ibios se reflejaba como la espantosa. son-
risa de un cadáver. No podia dejar el sitio que
ocupaba; no podia grLtar.
El reloj hizo oir ese ruido sordo i lúgubre que
precede al sonido de la bOl'a en las péndolas anti-
guas, i dió las dos;. des pues quedó todo en silencio.
Algunos instantes despues se OyÓ el de una torre
próxima; luego otro, luego otro.
Yo veía en el espejo que Satanás se habla que-
dado dormido.
Conseguí volverme hácia otro larlo. Habia un
espejo enfrente del Que miraba, i me ,"eía repetido
mi 1I0nes de veces con esta pálida claridad de una
sola bujía en una sala grande.
El mieuo habia llegado al colmo; dí un grito.
Satanás Fe despertó.
-Como ese lihro era tan fastidioso, me he dormida,
yo que hace seis mil años que estoi velall,do. ¿ No
estás listo todavía?
-Sí, repliqué maquinalmente; ya voL
-Despáchate, roplicó, rompe los sellos, toma tus
,'estidos, i sobre todo el dinel'o, m\lcho rlinero; de-
Ja abiertos los armarios, i mañana la justicia encon-
trará medio de condenar a algun pobre diablo por
el rompimiento de los sellos, i yo ganaré en ello.
Me vestí. De rato en rato me tocaba la frente i
el pecho: estaban frios.
Cuando estuve dispuesto miré a Satanás.
-;. Vamos a verla? le dije.
~-Dentl'o de cinco minutos.
COl\TADA POR EL :IIIS~IU. ~1
-¡.I mañana?
-Mañana, me dijo, volverás a tu vida acostum-
brada: no hago las cosas a me(Uas.
- ¿ Sin condiciones?
-Sin condiciones.
-i. Vamos ~ le dije,
-Sígueme.
Bajamos.
Al cabo de algunos instantes nos hallamos rle-
lante de la casa a donde me habian llamado cilatro
dias ántes.
Subimos.
Reconocí el vestíbulo, la antecámara. El salon
estaba lleno de jente. Era una liesta deslumbradora
por las luces, por las flore,;, por la pedrería i por
las mujeres.
Se bailaba.
A vista de esta alegría creí en mi resurreccion.
Me aproximé a Satanás, que no se s0¡Jaraba de mí,
i le dije:
-Dónde est:í?
-En su gabinete.
ESlleré que acabara la contradanza. Atravesé el
salon: los espejos a la luz de las bujías me mm,tra-
ron mi imájen pálida i sombría. Volví a ver aque-
lla rODrisa que me babia belado; pero allí no habia
soledad, era el mundo; no era el cimenterio, era un
baile; no era la tumba, era el amor. Me dejé em-
hriagar, i olvidé Ull momento de donde venia, no
pensando mas que en aquella por quien habia venido.
Llegué a la puerta del gabinete: estaba mas her-
mosa que la misma beHcza. \\le detuve un momento
como en éxtasis. Tenia un vestido de deslumbradora
hlancura, i las espaldas i los brazos desnudos. Vol-
ví a ver, mas bien en la imajinacion que en realidad,
un punto rojo en el sitio en que la bahia sangrado.
Cuando yo me presenté e~taba rodeada de jóvenes,
22 lIISTORIA DE UN ~ruERTO
a quienes escuchaba con disgusto; alzó neglijente-
)llente sus IH:rmo~os ojos tan llenos de voluptuosi-
dad; me vió; pareció dudar en reconocerme, I des-
pues, con \lna sonrisa encantadora, dejó a todo el
mundo, i vino a mi lado.
-Ya veis que soi fuelte, me dijo.
Se oyó la orquesta en aquel momento.
-1 para probároslo, continuó apoyándose en mi
braro, \'alllOS a valsar los dos.
Dijo algunas palabras a uno que pasaba a su lado.
Yo ví al mio a Satanás.
-l\Ie has cumplido la palabra, le dije; gracias; pe-
ro es preciso quc yo hable a solas con esta mujúl'
esta nocllC.
Hablarás, me dijo.
1 desapareció, dej~indome mas helado que ántes.
Como para volverme a la vida, apretaba el brazo de
aquella que habia venido a buscar desde la tumba, i
la llevé al salon.
Era uno de c,os valses embriagadores en que
desaparecc todo lo que nos rodea; donde no se vive
mas que uno para otro; en que las manos se enca-
denan i se confunden los alientos. Valsaba con los
ojos Iijos en su~ ojos, i su mi,rada, que me sonreía
etcrnamente, parece me decia: "Si supieras los te-
soros de amor que tcngo reservados para mi amante r
Reservo para el que me ame todos mis pensamien-
tos, porque soi jóvcn, soi enamorada, soi bella.»
1 el vals nos llevaba en su rápido torbellino.
Esto duró mucho tiempo. Cuando cesó la música
éramos los únicos que bailaban.
Cayó sobre mis brazos, con el pecho oprimIdo, i
me echó unamirada'que parecía decirme: "Yo te amo.»
La conduje al gabinete donde cstábamos solos.
Los salones iban quedando desiertos.
Se dejó caer en un sillon, con los ojos medio
abiertos, como si estuviera sumamente fatigada.
CO'lTADA POR IÍL ~lis~lO. 23
Me incliné h:icia ella i la dije en voz baja.
-i Si supléseis cuánto os amo!
-Lo sé, me dijo, i yo tambien os amo.
Era para vol verse loco.
-Daria mi Yida, dije, por una hora de amor con yos.
-Escucha, dijo ella, abriendo una puerta oculta
en la tapicería, dentro de un momento estaremos
solos. Espérame.
Me empujó suavemente, i me hallé en su alcoba
iluminada todavía con la misma lámpara de alabastro.
Todo tenia allí un perfume de voluptuosidad im-
posible de describir. !\le senté cerca del fuego, por-
que tenia frio; me miré al espejo; estaba todavía
pálido. Oí los carruajes que marchaban uno a uno:
cuando despareció el último, quedó todo en un silen-
cio sombrío i solemne. Poco a poco se volvió a apo-
derar de mí el terror: no me atrevia a moverme;
tenia frio. Me asombraba de que no viniese: con-
taba los minutos i no oía ningun mido. Tenia los
codos cn las rodillas i la cabeza apoyada en las manos.
Entónce, me puse a pensar en mi madre, mi
madre que lloraba entónccs a su hijo muerto; en mi
madre, cuyo único consuelo era yo, i de quien no
me habia acordado mas que en segundo lugar. Todos
los dias de mi Infancia se presentaron a mi memo-
ria como un sueño consolador. Me acordé de que
siempre que t~ve alguna llaga que cicatrizar, algun
dolor que estmgulr, recuma siempre a mi madre.
Tal vez en el momento en que yo me preparaba para
una noche de conferencia amorosa, se preparaha ella
a una noche de insomnio, sola, silenciosa, cerca de
los objetos que la ofrecian un recuerdo mio, o velan-
do solo pensando en mí. Este pensamiento era es-
pantoso; tuve remordimientos; no pude menos de
derramar i<ígrimas. Me levanté. En el momento en
que miraba el espejo yí una sombra pálida i blanca
detras de mí, mirándome fijamente.
2-i llISTOltlA DE UN Mt:ERTO COI\TAD.\ POR EL MISM(}.
J\le volví: era mi amada.
Felizmente que mi corazon no latía, porque ¡Je
emocion en emocion habría acabado por romperse.
Todo estaba silencioso tanto dentro como fuera . .
Se sentó a mi lado, i bien pronto lo olvidé todo.
Tenia aquella mujer en sí alguna cosa tan poderosa-
mente atractiva, que tuve miedo.
Por último, la lámpara comenzó a palidecer cuan-
do el dia empezó a apuntar.
-Escucha, me dijo, es preciso separarnos; ya vie-
ne el dia; tú no puedes estar aquí, pero te espero
esta tarde.
Por última vez me apretó conl'ulsivamentela mano,
.I 8a l'l.
Por fuera reinaba siempre la misma calma.
Andaba como un loco, creyendo apénas en mi
vida, 110 acord;indome de volver a mi casa, ni de ir
a la de mi madre, porque mi corazon estaba preo·
cupado con aquella mujer.
El dia apareció triste, sombrío, frio. Marchaba
~in direccion fija al campo desierto i aislado para
esperar la tarde.
La tarde vino pronto.
Corrí a la casa del baile.
En el momento que llegaba al dintel de la puerta,
'Ví a un viejo p¡íIido que bajaba la escalen1-
-A dónde I'a U., caballero? preguntó el portero.
-A la ltabitacion de la señora de .... le dije.
-La señora de .... ? repitió mirándome asombrad(}
I señalando al viejo: ese caballero es el que vive ell
esta casa; esa señora hace dos meses que ha muerto.
Dí un grito i caí Rin sentillG.
- 1 des]lucs? dije yo al que acababa de hablar. .
-Des[lues? dijo gozando tle nuestra imp~ciencia i
~)csantlo sus palabras, despues me desperlc, porquf
lodo eslo no habia sido mas que un sueño.
FIN.

También podría gustarte