Apuntes de Servilleta Por: Julián Estrada O Antopólogo Culinario
La comida con sabor a leña Vrs. la modernización
tecnológica de la cocina.
Estamos iniciando el siglo XXI y como en muchas otras actividades
del hombre contemporáneo, la cocina continúa para grandes sectores de las poblaciones andinas en la era del neolítico. Quiero decir que aun hoy, en pleno 2016, muchos campesinos andinos cocinan apoyados en la tala de bosques y cargando agua, ante la ausencia de los servicios públicos básicos (luz y agua); servicios que han transformado radicalmente la cocina moderna. Hasta mediados del siglo XIX el fogón de leña era una constante en todos los sectores sociales de Colombia. Es a finales de dicho siglo y principios del siglo XX que comienza a operarse un cambio tecnológico con la importación de hornos y fogones de carbón y otros combustibles, igualmente es a mediados del siglo pasado que comienza la fabricación de electrodomésticos y el inventario de nuevos accesorios para la cocina se hace prolifero, abarcando todos los órdenes del hacer culinario. Difícil es tomar partido para señalar el más importante; basta con recordar que aparece la nevera revolucionando los sistemas de conservación y aportando el “toque mágico” que da la refrigeración, escarchando líquidos y preservando productos que anteriormente se ahumaban o se salaban para su manutención y consumo. De otra parte, aparece la olla a presión incidiendo en los tiempos de preparación y colaborando sustancialmente con el vicio de la sociedad moderna de “economizar tiempo”. Aparece también el molino o máquina de moler, desplazando a rincones al pilón indígena, actualmente sólo con función decorativa. Surgen igualmente la licuadora, el cuchillo eléctrico, el ayudante de cocina (léase robot multi-operativo), el lavaplatos automático, el triturador de basuras y el sorprendente horno microondas, que calienta la comida sin calentar el recipiente. La anterior es la utilería completa que ha colonizado aquello que anteriormente se consideraba un auténtico taller artesanal doméstico, convirtiéndolo en el modelo ideal de la cocina contemporánea, en donde los cambios no sólo se operan en los sistemas de preparación, sino que también afectan el sabor final de la comida. Desafortunadamente, las nuevas tendencias impuestas por el marketing y la aplicación de una nueva tecnología culinaria, permiten lograr con energías sustitutas y procesos físicos y químicos, resultados similares para el comensal desprevenido, pero somos los críticos gastronómicos y los especialistas del hacer culinario, los llamados a rescatar la importancia del fuego lento en aquellas preparaciones cuya receta original así lo exige. Es un hecho que la mayoría de nuestras cocinas populares gozan de un origen campesino. La cocina campesina, como categoría universal, es una cocina elemental, rústica y de terruño la cual se preparaba en la mayoría de nuestros países andinos en fogones de leña hasta muy entrado el siglo XX y por consiguiente, con la electrificación rural, la cocina campesina ha cambiado sustancialmente en sus propuestas gustativas. Mantener esta cocina vigente con la consabida tala de montes es algo que deberá saberse proponer y las soluciones concertadas deben surgir desde las columnas de la crítica gastronómica.
Hoy Europa goza de una misma moneda, las fronteras se han
eliminado, la constitución política es una sola y seguramente en menos de medio siglo, los hábitos alimentarios estarán totalmente estandarizados. La cocina rápida o también llamada cocina chatarra esta conquistando los paladares de las nuevas generaciones a una velocidad galopante. No pretendo ser apocalíptico; pero si no iniciamos en nuestros países una campaña de rescate y divulgación de nuestras cocinas regionales desde la educación pública y desde la crítica gastronómica, podremos correr el riesgo de terminar el presente siglo como una sociedad MATRIX, es decir todo el mundo clonado y alimentándonos con una pastilla.