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06/09/2012
Inauguraciones
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Pablo Alabarces
De entre todas las cosas fascinantes que tienen los grandes megaeventos deportivos, las que nunca me pierdo son las
inauguraciones. Por supuesto, hablo de los Juegos Olímpicos y de las Copas del Mundo: los eventos continentales
(Panamericanos, Copas América, Eurocopas, Copas de África) suelen no darle tanta importancia a las ceremonias de
apertura. Son siempre puestas en escena de lo que una sociedad imagina sobre sí misma, y muy especialmente de
cómo una sociedad desea ser vista por el resto de las sociedades; pero en los casos de los torneos continentales, la
expectativa sobre el evento es menor, porque también se sabe que la audiencia es menor, que los efectos de esa auto-
representación serán de menor importancia en términos de audiencias globales. O siquiera continentales: nadie vio la
inauguración de los Juegos Panamericanos de Guadalajara.
Por supuesto: eso no significa que las inauguraciones sean lo más importante. Se trata de eventos deportivos, al fin y al
cabo, de competencias donde todo puede ocurrir, donde el goce pasará por la incerteza de quién se coronará al final de
todo el ciclo. Esa incerteza es mayor en los Olímpicos, porque las disciplinas se multiplican por decenas: aunque, al
final de todo el ciclo, el resultado será previsiblemente el mismo, la avalancha de medallas doradas para los Estados
Unidos, el segundo lugar chino y un pelotón apretado detrás de ellos. En estos casos uno extraña los buenos viejos
tiempos de la Guerra Fría, que le agregaban pimienta geopolítica e ideológica al deporte.
En cambio, las Copas del Mundo son aburridas competencias donde los países latinoamericanos amenazan con
desempeños que se frustran en cuartos de final, para que finalmente Brasil y Alemania insistan en decidir quién es el
mejor.
(De acuerdo: eso ya no ocurre tanto. España ha aparecido y piensa quedarse mucho tiempo, al menos todo lo que dure
la carrera de Xavi e Iniesta; y vaya a saber qué podrá hacer el mejor Messi. En fin: el fútbol siempre se las arregla para
hacer de cada Copa un evento inolvidable... para los cuatro equipos que juegan semifinales).
Suena a espectador desapasionado decir que lo que más me interesa de estos megaeventos sean las inauguraciones,
justamente allí donde nada incierto ocurre. Suena, incluso, a versión de sociólogo. Perdonen entonces: como
espectador, lo más interesante sigue estando en los estadios, las piscinas, los courts, las pistas. En estas épocas, por
ejemplo, un mes antes de los Juegos, comienzo a leer con más atención por dónde ha quedado el récord de los 100
metros, para saber qué velocidad debo esperar el día de la final: soy, y con esto confieso la edad, de una época en la
que no se habían superado los 10 segundos. Desde la medalla dorada del básquet argentino en 2004, creo
sinceramente que los Estados Unidos no son más invencibles – y quisiera que pierdan todos los partidos. Quiero ver a
Nadal y Federer jugando por el oro. Quiero ver al volleyball brasileño, ese deporte hermoso que cuando juega Brasil se
vuelve fascinante. Ya no me interesa el fútbol olímpico, porque después del equipo argentino de Bielsa en 2004 todo me
parece mediocre. Tengo un extraño deleite cuando veo nado: me encanta ver el momento en que los y las nadadores
giran al final de la piscina – he visto peores perversiones. Odio la equitación, el tiro en todas sus formas. Me intriga la
garrocha; prefiero el salto triple; me aburre el maratón.
Y, claro, envidio a los periodistas deportivos que cubren los Juegos en el lugar –me dan lástima los que se quedan en
los estudios y relatan todo por televisión.
Y las Copas del Mundo: tengo varios problemas con ellas. El primero es culpa de la sociología: mi tesis de doctorado
fue justamente sobre fútbol y nacionalismo. Entonces, cuando llega la Copa comienza la demanda periodística: "Doctor,
qué nos puede decir sobre el tobillo de Tévez?". "Es cierto que los jugadores africanos corren más porque tienen mucha
hambre?". El segundo problema es culpa de las publicidades: un mes antes comienza la temporada narcisista
argentina, y todas las publicidades se dedican a explicar por qué los hinchas argentinos son los más apasionados del
mundo, por qué los defensores argentinos son los más pacíficos del mundo, por qué los delanteros argentinos son los
más habilidosos del mundo, y por qué el mundo conspira permanentemente para que los equipos argentinos no sean
los mejores del mundo –pero en la próxima Copa, ésta que va a comenzar, con la ayuda de dios y Maradona,
mostraremos al mundo que somos los mejores del mundo, aunque el mundo no quiera reconocerlo. En fin, una
temporada espantosa.
Y en tercer lugar, como dije: porque siempre ganan Brasil y Alemania. Y es de suponer que en 2014 ocurrirá lo mismo,
salvo que juegue Obdulio Varela.
Italia para aquí –y no antes, porque sólo desde Italia 1990 y los Tres Tenores y la parafernalia del espectáculo italiano
que las inauguraciones son espectáculos televisivos globales. Y entonces, los ven y toman notas y copian ideas y
saben que su trabajo será visto, simplemente, por algunos miles de millones de personas en todo el mundo,
simultáneamente. Saben que no pueden ser demasiado carnavalescos, pero no pueden evitar la tentación de la escola
y el samba; saben que no pueden ser demasiado tropicalistas, pero los seduce el trío eléctrico.
Solo quiero que sepan una cosa más: que entre esos miles de millones estarán los y las latinoamericanos y
latinoamericanas. Que estaremos viendo con envidia y a la vez con orgullo la única posibilidad de que uno de nuestros
países organice semejantes espectáculos; que estaremos viendo con envidia y con amor la indudable capacidad
brasileña para la música y la danza. Pero que estaremos viendo con atención y cuidado qué piensa la sociedad
brasileña de sí misma, y si eso implica también pensarnos a sus compañeros de continente. Si Brasil se auto-presenta
como el nuevo coloso de la fiesta de los poderosos, o si, entre otras posibilidades, se representa como nuestro
hermano mayor, aquél que viene a recordar al mundo que los pobres, los castigados, los oprimidos, se han levantado
para reclamar justicia e igualdad.
Y con esto, les he pe dido a los publicistas brasileños que pongan en escena mi deseo. No quise ser tan pretensioso:
olvídenlo.
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