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Opinión

El trumpismo y la filosofía del orden


mundial
Muchos liberales y progresistas han tenido la tentación de condenar el comportamiento de
Donald Trump en términos personales, acusándolo de incompetencia y especulando sobre
su estabilidad mental. Pero hay una explicación más profunda e inquietante del
comportamiento del presidente de Estados Unidos. La teoría política del filósofo alemán
Carl Schmitt podría ofrecer algunas respuestas.

Por Mark S. Weiner


Julio 2018

Tras la cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el encuentro
de Helsinki, muchos liberales se han visto tentados a condenar la conducta del presidente
estadounidenase Donald Trump en términos personales. Su abrazo con Vladimir Putin y su
desaire a sus propios servicios de inteligencia y a los aliados tradicionales de Estados
Unidos parecen revelar que no está en sus cabales. O que se lo ha manipulado. O que sufre
de inestabilidad mental. O que es el mejor «cómplice» de los rusos, un traidor.

Cualquiera de estos juicios bien puede ser verdad. Pero hay una explicación más profunda
-e incluso más problemática- de su comportamiento. Surge de sus ideas (especialmente de
su apuesta filosófica acerca del orden mundial) mucho más difíciles de combatir.

Por supuesto, Trump no es ningún filósofo. Y, sin embargo, canaliza instintivamente ciertos
conceptos gracias a su dominio de la narrativa popular y su gran sensibilidad a la forma en
la que reaccionan emocionalmente sus partidarios. Con cada acto público, se ve estimulado
por las masas a afinar sus ideas para que cumplan las necesidades emocionales que percibe,
y que su vez politiza a través de las redes sociales.

Si hay un pensador cuyas ideas Trump parece encarnar, es el filósofo alemán Carl Schmitt.
Su historia puede ayudar a encontrar sentido a la conducta del presidente, especialmente en
su ampliamente condenado sesgo moral hacia Rusia.

Si bien Schmitt es conocido por haberse unido al Partido Nazi en 1933, sería un error
descartarlo solo por esa razón. Entre los académicos actuales de izquierdas y derechas,
Schmitt es famoso por su incisiva crítica al liberalismo moderno.

En el centro de la crítica de Schmitt se puede ver un desdén por las aspiraciones universales
del liberalismo. Los liberales sitúan los derechos individuales al centro de sus comunidades
políticas y creen que, en principio, deberían extenderse a todo el mundo. Como reza el
dicho, Estados Unidos es una idea.
Para Schmitt, esta visión lleva al desastre, tanto en casa como en el extranjero. En el frente
doméstico, porque la concepción liberal del «pueblo» es indistinta y no excluyente. ¿Qué
somos si «nosotros» puede incluir a cualquiera? Schmitt creía que este modo de pensar
vuelve a los estados liberales vulnerables a la captura por grupos de intereses privados en el
interior y por extranjeros desde el exterior. Esta afirmación ocupó un lugar central en la
campaña electoral de Trump.

La crítica de Schmitt a la política exterior liberal se basa en un análisis semejante. Como


defensores de un credo sustentado en derechos no exclusivos, los liberales se sienten
impulsados a entrometerse en los asuntos de otros países cuyas políticas no van en línea
con sus valores. Y cuando los liberales se enzarzan en conflictos militares internacionales,
su visión de mundo es una receta para una guerra perpetua y total, ya que su compromiso
con normas abstractas les hace ver a sus oponentes no como contendores sino como
«enemigos absolutos». A diferencia de un «enemigo real», con quien un rival puede llegar a
un modus vivendi, un enemigo absoluto se debe destruir o transformar con el tiempo, por
ejemplo, a través de la «construcción de naciones» que Trump rechaza tan enfáticamente.

En lugar de la normatividad y el universalismo, Schmitt propone una teoría de la identidad


política basada en un principio que, sin duda, Trump aprecia grandemente por su carrera
antes de la política: la tierra.

Para Schmitt, una comunidad política se forma cuando un grupo de personas reconoce que
comparte algún rasgo cultural diferenciador que merece la pena defender con sus vidas. En
último término, esta base cultural de la soberanía tiene su raíz en la peculiar geografía (por
ejemplo, continental y orientada hacia el interior, o costera y orientada hacia afuera) en la
que habita un pueblo.

Lo que está en juego son posiciones contrapuestas sobre la relación entre identidad nacional
y ley. Según Schmitt, el nomos de la comunidad, o sentido de sí mismo que se desarrolla a
partir de su geografía, es la precondición filosófica para sus leyes. En contraste, para los
liberales la nación se define antes que todo por sus compromisos legales.

La presidencia de Trump representa la realización de las implicancias políticas de esta


visión «schmittiana» para los asuntos internos y externos.

En un aspecto más obvio, la crítica de Schmitt al liberalismo se refleja en la pasión de


Trump y sus partidarios por erigir un muro en la frontera sureña de Estados Unidos.
Stephen Miller, uno de los consejeros del presidente, describe reveladoramente la
construcción del muro como una política impulsada por «amor», o sea, amor hacia la
comunidad política estadounidense, claramente definida en el espacio.

Más consecuencias han tenido las medidas «schmittianas» que reveló la conducta de Trump
en Bruselas y Helsinki hacia los aliados y enemigos tradicionales de Estados Unidos.
Schmitt promueve un orden global que universaliza la doctrina Monroe: las grandes
naciones trazan zonas inviolables de influencia geográfica, o Grossraum, para las que se
ofrecen respeto mutuo. Trump promueve un orden internacional de pluralismo normativo,
no intervención y acuerdos.
En esta visión antiliberal no hay razón para ver a Rusia como un enemigo absoluto y hay
muchas razones para socavar las instituciones internacionales y dejar en el aire a los aliados
tradicionales de Estados Unidos. Para los antiliberales, los verdaderos enemigos de la paz
hoy en día son los estados nación y las instituciones que buscan establecer límites externos
a la soberanía y conciben la comunidad política en términos normativos, más que
territoriales y culturales. En contraste, los amigos de la paz son aquellas naciones lo
suficientemente fuertes para establecer una homogeneidad política al interior de sus
fronteras y sostener un orden global de actores soberanos importantes.

Cuando Trump posó junto a Putin y se puso de su lado frente a los servicios de inteligencia
estadounidenses, estaba actuando por una culminación lógica de las ideas de Schmitt. Y
esas ideas nos acompañarán por mucho tiempo. Incluso después de su partida.

Fuente: Project Syndicate

Traducción: David Meléndez Tormen

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