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JAMONES AGAPITO, UN RELATO DE EMPRESA

Empecé en esto de las finanzas de la mano de Don Agapito hace ya más de veinte años, así que
sólo conozco esta empresa y el reducido mundo de la curación de jamones. Curar un jamón es
de lo más simple: se entierra en sal durante unos días, se lava, se unta con manteca y se cuelga
unos meses hasta que llega a su punto óptimo.

Menudo tipo es Don Agapito. Menudo en los dos sentidos, en el de ¡Vaya uno este Agapito!, y
en el de la talla, pues se trata de un hombre de corta estatura, más bien chaparro, de nariz
ancha y algo deforme, así como la de Gerard Depardieu, ya saben, el actor francés. También
comparte con él un evidente sobrepeso. Aunque ya me di rán: ¡si se pasa la vida catando
jamones y luego de comida en comida con los clientes! Él dice que no le queda más remedio,
que se trata de una labor que lleva a cabo con espíritu de sacrificio. Tendrá narices: ¡espíritu
de sacrificio! Ni que fuera un párroco que sólo toma un sorbo de vino y el pan de ángel en la
misa. Ya me conformaría yo en comer de cuando en cuando en el Mesón del buen yantar.
¡Pues él, a diario! Y no se corta un pelo: su tarjeta de crédito saca humo, a pesar de que la
empresa no va tan boyante como hace unos años. De hecho, nada boyante. Para ser rigurosos,
bastante mal…, en fin, para qué engañarnos, hacemos aguas por todos lados. En fin, opinad
vosotros mismos….

Don Agapito tiene, además, la insana costumbre de sentarse frente a mi mesa después de sus
opíparas comidas, y me suelta: “Venga Cayetano, vamos a ver cómo van esos números”.
Cayetano, por si queda alguna duda, soy yo, para servirles. Y lo de insano no es un decir por

Autor: Ma rc Capdevila en colabora ción con Mercè Serrabassa (Ma yo 2018)


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decir, pues por su aliento soy bien capaz de saber si ha comido chistorra, caracoles al horno,
chuletón de buey, cordero con alioli, o albóndigas en su salsa. Excepto cuando también pide
una ensalada con cebolla: eso lo encubre todo.

Entonces saco el estadillo de la semana con manos temblorosas, carraspeo para ganar tiempo
y le empiezo con las minucias. Han entrado en salazón tantos jamones y han salido otros
tantos; en el secadero número uno hay tantos jamones; en el secadero número dos hay... La
facturación asciende a… Llegados a este punto ya le vence la modorra, se le caen los párpados
y se pega una siestecita sentado en la silla. Los brazos cruzados sobre la barriga, cuya curva de
la felicidad le sirve de soporte; la barbilla hincada en el pecho y la papada bajo presión
escapando por ambos costados. ¡Y qué equilibrio! Jamás le he visto perder silla, ni incluso
cuando ronca, que según afirman los enteradillos del tema, es cuando uno se encuentra en lo
más profundo del sueño.

Espero un poco, tomo aire lentamente para evitar hiperventilar y voy y se lo suelto: “Don
Agapito, este mes números rojos otra vez”. Y esa expresión, “números rojos”, resulta un
remedio infalible contra el sueño, pues se despierta de un arrebato enjuagándose un hilillo de
baba. Acto seguido enrojece subrepticiamente y con los ojos descolgados chilla más que grita:
“¡Reunión!”. Esa es su particular forma de convocar las reuniones: sin ninguna antelación ni
acta del día. Nos apretamos de pie en la sala de juntas —cabemos todos, pues somos una
plantilla de sólo quince empleados— y nos suelta un discurso morrocotudo en la línea de:
“Compañeros, una vez más hemos perdido dinero y hay que apretarse el cinturón”. Hay quién
por lo bajini se burla de esa expresión que usa con frecuencia, “compañeros”, pues le
encuentran connotaciones socialistas y todo dios sabe que Don Agapito es un hombre de
derechas; tan de derechas que a pesar de que nació zurdo no cejó en su empeño hasta que
aprendió a usar la diestra. Lo de apretarse el cinturón también suele ser objeto de burla: si
conocierais a Don Agapito en persona, sabríais que usa tirantes y no cinturón, que es como
decir que eso no va con él.

Continúa la perorata con un discurso que se repite como el ajo: “Hay que reducir costes como
sea, o lo hacéis vosotros o los reduzco yo por lo sano”. Antes solía decir: “hay que reducir
gastos”, pero un amigo suyo, Rafael, que es el director del único banco del pueblo, le
convenció para que usara la expresión “costes”. Y no por qué pretenda ser más riguroso o
quiera hablar con mayor propiedad, sino porqué el banquero en cuestión le dijo que era lo que
se llevaba ahora. Yo le insisto que no “costes” y “gastos” no son lo mismo, y él me responde
muy amablemente: “¿Y tú qué sabrás?

En las Navidades pasadas nos quitó incluso la cena de empresa que celebrábamos desde
siempre. Me parece que se trata de un error mayúsculo, pues el ambiente se ha enrarecido
más aún, y Jamones Agapito se parece cada vez menos a lo que se entiende por una empresa
familiar. Él sigue a lo suyo, con el tono paternalista de siempre, pero los empleados no son
tontos y pierden las ganas a cada día que pasa.

Autor: Ma rc Capdevila en colabora ción con Mercè Serrabassa (Ma yo 2018)


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Don Agapito es el típico hombre hecho a sí mismo, lo que los ingleses llaman un self-made-
man —mi inglés es pésimo, o sea que tiene truco: eché mano de un diccionario—, tan propio,
tan cerrado que resulta harto difícil convencerle de cualquier cosa. ¡Me lo dirán a mí que llevo
veinte años a su lado y sigue sin escucharme! Bueno, tampoco eso es del todo cierto.
Escucharme me escucha, aunque hace como que no. Toma nota mental de aquello que le
parece una buena idea, y al cabo de unos días me la cuenta como si fuera de su propia
cosecha. Empieza así: “Sabes Cayetano, he pensado que…” Y acto seguido me repite palabra
por palabra mi razonamiento. A veces me pregunto si se da cuenta, aunque estoy convencido
de que no: sería tener demasiado morro.

A pesar de todo es un hombre listo, sagaz, con mucho empuje y energía. Jamás se asusta.
Nunca baja la guardia y sabe aprovechar cualquier circunstancia en su favor: y es por encima
de todo un manipulador magistral. A quién nunca pudo manejar a su antojo es a Doña
Amparo, su esposa, o mejor dicho su ex esposa, pues están divorciados. Ella también es de
armas tomar y más astuta que un zorro, —y ya me disculparán que aquí use el masculino de la
bestia en cuestión, pues el femenino tiene connotaciones indeseadas.

Así que cuando él le dijo: “Amparo, me he enamorado”, ella respondió: “Pues ya era hora,
después de cuarenta años juntos…”. Y él “No me entiendes, mujer, que no es de ti, que es de
otra”. Y ella: “Ya te había entendido, tarado, era por ver la cara que ponías. Pues que sepas
que me puedes cambiar por ropa nueva, pero en mi vestidor no metes tú la mano.” Que es
una forma un tanto rocambolesca de decir, que lo mío es mío y no me lo vas a quitar. Doña
Amparo se refería al 50% de las acciones de la sociedad Jamones Agapito, SA, y también a un
perro, aunque lo del perro no lo tengo claro del todo. Hijos no tienen, aunque no fuera por
falta de ganas ni por dejar de intentarlo, pues según confesión de Don Agapito, dice recordar
ese período de su vida como “completamente agotador”.

Con el divorcio, empezaron todos los problemas. De eso hace ya cinco años y las cosas han ido
de mal en peor. Y si no, echadle una ojeada al balance de situación:

Autor: Ma rc Capdevila en colabora ción con Mercè Serrabassa (Ma yo 2018)


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Javier, el encargado de producción, que es un muchacho joven con bastantes luces, opina que
vendemos nuestros jamones por debajo del coste de fabricación: vamos que no sacamos ni
para pipas. El problema es que Javier no tiene formación académica y le falta seguridad en sí
mismo. Además, tampoco destaca por ser la alegría de la huerta y siempre está refunfuñando.
Está más claro que el agua que Javier tiene razón, pero Don Agapito no le hace demasiado
caso: bueno, lo dicho: ni a él ni a nadie.
Don Agapito echa sus números (lo llama echar “las cuentas de la vieja”) y afirma que la cosa
tiene que salir adelante, que revise mis cifras pues deben estar mal. ¡Ha! Ya puedo ir revisando
la cuenta de resultados: con los años he aprendido que no hay nada más tozudo que los
números. Luego está el argumento de la competencia. Si los demás fabricantes de jamones de
la zona venden a un precio determinado, nosotros no podemos ser menos. Pues muy bien,
pero a lo mejor la competencia es más hábil, o compran los jamones en sangre más baratos, o
han invertido en mejorar la maquinaria y las instalaciones, o simplemente son mejores
gestores y les sale un escandallo de costes más favorable.

Cuando más cazurro se pone Don Agapito, es cuando alguien le viene con eso de que los
tiempos cambian y que deberíamos modernizarnos. Se defiende como gato panza arriba, con
lo de que él lleva en esto de los jamones toda su vida: así que: ¿qué le van a contar a un zorro

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viejo como él? La última vez que Javier intentó hacerle cambiar de parecer, le soltó sin más:
“Yo ya curaba jamones cuando tu no eras más que un bebé de teta”.

En tales ocasiones, a Javier le entran ganas de dimitir: “que se vaya al carajo el troglodita ese”,
se le oye decir. Es lógico que se mosquee pues es un tipo serio que se desvive por la empresa y
cuida de que todo se cumpla minuciosamente. No tiene grandes dotes de mando, pero todos
alaban su capacidad de organización y planificación, y eso le ha hecho ganarse el respeto de
sus subordinados: de hecho estoy convencido de que ven en Javier a la única tabla de
salvación de sus puestos de trabajo. A mí me parece que con un poco de pulimento sería un
buen líder, pero mi opinión no cuenta, porque a mí cualquiera que no se deje levantar la voz
me parece que tiene madera de líder.

Al principio, Javier fue para Don Agapito como el hijo que nunca tuvo. Pero cuando Javier
empezó a rondar a la responsable de administración, que casualmente es sobrina de doña
Amparo, todo se torció. Y ahora que son novios formales e incluso han fijado fecha para la
boda, Javier ha caído definitivamente en desgracia y ya casi ni se habla con Don Agapito: sus
conversaciones se limitan a los monosílabos. Éste se ha obsesionado con que tiene al enemigo
en casa y que le quieren hacer la cama. Con tales fijaciones ya me diréis quien razona con Don
Agapito. En alguna ocasión yo he intentado mediar en el asunto, pero siempre recibo la misma
respuesta: “Cayetano, métete en tus asuntos”. Como veis, me tiene en gran estima.
El hombre está paranoico y cada día ve más fantasmas por todas partes. Así que va con el
hacha en la mano —en sentido figurado, claro—, amenazando a toda la plantilla con echarles
a la calle. No me parece la mejor manera de agradecer al personal que lleven dos meses sin
cobrar, pero allá él, que yo ya bastante tengo con darles largas a los proveedores.

Cuando estaba casado con Doña Amparo, ésta ejercía una función de contrapeso. Si Don
Agapito mostraba dudas, ella echaba gasolina al fuego, y si por el contrario él iba lanzado
como un caballo desbocado, Doña Amparo tiraba de las riendas y le decía: ¡booooo! Pero su
mujer actual ni pincha ni corta, es una señora insípida y sin criterio alguno. Lo sé bien porqué
conviví unos años con ella: fue mi esposa antes de que me dijera: “Cayetano, te dejo porqué
eres un pobre desgraciado sin ambición alguna”. Lo peor es que creo que tenía y sigue
teniendo razón. Y seguro que pensáis: joder, ¡vaya pusilánime es este Cayetano! Pues que
sepáis que en eso también lleváis razón.
Don Agapito ganó una esposa florero y perdió un puntal. O sea que ahora anda más perdido
que un pulpo en un garaje. Unos días se levanta eufórico y me cuenta que vamos a ampliar el
negocio: que no venderemos los jamones tal cual, sino que les sacaremos el hueso y luego
haremos el loncheado, que es lo que le piden las grandes superficies. La idea es añadir valor al
producto final, pues se lo ha recomendado su amigo Rafael, el del banco, el mismo que cada
año nos sube el tipo de interés a pagar porqué empeora nuestro rating.

El problema es que ese “valor añadido”, implica unas inversiones en maquinaria e


instalaciones de 300.000 €; y cuando yo le insinúo si va a ser el mismo Rafael, el del banco,
quien nos haga el préstamo para pagarlas, Don Agapito agacha la cabeza y se va por las ramas,
jurando que en tres años recuperaremos el dinero y que le sacaremos un rendimiento del 10 %

Autor: Ma rc Capdevila en colabora ción con Mercè Serrabassa (Ma yo 2018)


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anual. Y que lo sabe de buena mano porque nuestro rival más acérrimo, Jamones Urbino S.A.
lleva tiempo haciendo eso y se está forrando. Luego, en voz baja, en tono de confidencia, me
suelta: “Cayetano, no se lo digas a nadie, pero tengo los balances de la competencia”.
Ya tiene narices la cosa: no se cree los resultados de su propia empresa y presume de conocer
los de la competencia. Y vete tú a saber cómo los habrá obtenido, pues no os creáis que se
trate de espionaje industrial ni nada parecido. ¡Qué va! Aquí en el pueblo somos más brutos.
Don Agapito habrá pillado por banda al contable de Jamones Urbino S.A., se lo habrá llevado
de tapas, y cuando lo ha tenido hasta las cejas de cerveza y chupitos, le habrá tirado de la
lengua.
Como comprenderéis tengo mis dudas sobre los proyectos de Don Agapito: ¿Si todavía no
sabemos calcular los costes de curación de un jamón, cómo vamos a saber lo que vale sacarle
el hueso y luego lonchearlo y envasarlo?

Hace unos días llegó escupiendo fuego como un dragón, pues le había llamado su ex mujer,
doña Amparo, y le ha llamado: “Inútil que no haces más que perder dinero y con tu mala
cabeza vas a arruinar el negocio de nuestras vidas”.
Luego ya sé lo que viene: que la muy ladina pretende dar un golpe de estado para poner a
Javier y la sobrina en la dirección de la empresa, y bla, bla, bla… Menudo tostón. Entonces
saca pecho y me pide que le diga cuánto vale el 50% de la sociedad —la que pertenece a Doña
Amparo—, pues le va a comprar las acciones a tocateja y así se la saca de encima. Ya os digo yo
que es un farol de los gordos, porqué Don Agapito está a dos velas: de hecho le debe a la
empresa 25.250€ que ésta le prestó para hacerle una piscina en el chalet a su nueva esposa.
También le ha comprado un flamante Toyota SUV, pero eso con un renting, pues el préstamo
no daba para tanto.

Yo intenté calcularle el valor de las acciones basándome en el valor del 50% de los fondos
propios, pero Doña Amparo le dice que nones, que su parte vale por lo menos la mitad del
inmovilizado. Él replica que no, y que si acaso se quede con las existencias de los jamones. Ella
responde que se puede meter los jamones en… Vamos, que ella quiere dinero contante y
sonante, y que si no tiene cash, se hipoteca la fábrica y listos. Llevan así, a la greña,
mareándome desde quién sabe cuándo, sin ponerse de acuerdo sobre el valor de la empresa.

Hoy se ha presentado a primera hora con un Montecristo en la boca. Así que le he


preguntado: ¿Y ese habano tan de buena mañana, Don Agapito? Y él presumiendo: “Cayetano,
quieren comprarme la empresa…” Ha sacado un papel del bolsillo y lo ha leído: “Me ofrecen el
EBITDA multiplicado por 8 menos la deuda neta. Eso debe ser un pastón de la leche ¿no?”. De
haber podido hubiera hecho que me tragara la tierra, pues nuestro EBITDA es negativo desde
hace años… ¡Así que, aunque lo multipliques por cien! Con la boca chica le he respondido que
en realidad no le estaban ofreciendo nada. Y él: “¿Cómo estás tan seguro? ¿Así, sin mirar?”. Y
yo: “Así, sin mirar”. Y él: “¿Cómo que no me ofrecen nada? Cayetano, tu eres tonto de remate,
más tonto y no naces”.

Pues hoy he dicho basta. Le he agarrado el habano y mientras lo aplastaba contra la mesa le he
espetado: “ahí se queda Don Agapito”. Y también le he mandado a esa parte donde la espalda

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pierde su nombre, porque sí, incluso los “mosquita muerta” tenemos nuestro amor propio,
aunque sea del tamaño de un grano de arroz. Por lo tanto me largo de aquí y os lo dejo todo
para vosotros: ya os apañaréis con Don Agapito, sus trifulcas familiares, sus ideas de bombero
y sus cuitas de poder. Suerte. La necesitaréis.

Post data: Pues nada, sólo que me gustaría ver la cara que se le va a poner a mi ex, cuando le
embarguen el flamante Toyota SUV por impago de las cuotas del renting ;)

Autor: Ma rc Capdevila en colabora ción con Mercè Serrabassa (Ma yo 2018)

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