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Muros profesionales
Lun, 02/01/2012 - 12:06
Gabriel Zaid [1]
El papa León XIII, en la Rerum novarum (encíclica acerca "de las cosas nuevas", 1891),
propuso una solución cristiana. El canciller Bismarck inventó el seguro social y creó en
Alemania un socialismo / capitalismo que puso a los empresarios y trabajadores bajo la
tutela del Estado benefactor (1879-1890). Algo parecido instituyó el New Deal
(1933-1936) del presidente Roosevelt en los Estados Unidos. John Maynard Keynes, en
su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), explicó las fallas
coyunturales del mercado y justificó la intervención del Estado para superarlas. Se ha
dicho que salvó el capitalismo con remedios socialistas.
Sin embargo, la verdadera solución para muchos era el Estado totalitario (comunista,
nazi, fascista, falangista, maoísta) que se presentaba como creador de una nueva era.
Afortunadamente, el Eje totalitario formado por Alemania, Italia y Japón fue derrotado
por las armas con apoyo soviético. Desgraciadamente, los vencedores se repartieron el
planeta y lo polarizaron en dos mundos militantes que "militarizaron" la verdad, la
cultura, los viajes, las migraciones y los mercados, para seguir combatiendo en la
llamada Guerra Fría. Esa militancia fue un mal menor frente a la posible Tercera Guerra
Mundial, que se evitó. La prolongada paz en Europa, la no reincidencia en la bomba
atómica y la intervención militar de las Naciones Unidas para desactivar guerras civiles
han sido un logro histórico.
Nadie suponía que el socialismo soviético se hundiría por dentro. Nikita Jruschov
supuso lo contrario cuando celebró el inminente triunfo socialista: "La historia está de
nuestro lado. Los enterraremos" (1956). El lanzamiento del Sputnik (1957) parecía
confirmar la victoria anunciada. La Unión Soviética dejaba atrás a los Estados Unidos.
Este triunfalismo se sumó a la rebelión juvenil que rechazaba la Guerra Fría con lemas
masoquistas ("Better red than dead") y reprobaba en bloque toda autoridad. La fuerza
contagiosa del espíritu libertario hizo pensar que el capitalismo se hundiría por dentro.
Nadie se imaginaba en 1968 que ese mismo espíritu se lanzaría contra el Muro de
Berlín (1989), cuya caída inició el derrumbe de la Unión Soviética.
Es muy difícil predecir, sobre todo el futuro. No hay leyes de la historia. Ahora, cuando
se suponía que el capitalismo había ganado, los movimientos de "indignados" se lanzan
contra el muro de la Calle del Muro (Wall Street), y hay quienes vuelven a soñar con el
fin. Si el feudalismo desapareció y el comunismo va de salida, no cabe suponer que el
capitalismo vaya a ser eterno. Seguramente, tiene los siglos contados...
Pero no hay que esperar siglos para acabar con la miseria y todo lo que indigna con
justa razón. Desde hace muchos años, es perfectamente posible que a nadie le falten
las calorías, proteínas y vitaminas necesarias para una buena alimentación. Las
hambrunas transitorias y la desnutrición permanente son injustificables, aunque
persisten bajo regímenes de todo tipo. Para que no haya hambre en el planeta, basta
una parte pequeña del PIB. Pero los universitarios en el poder de los países
capitalistas, comunistas y del Tercer Mundo siempre han tenido cosas más importantes
que hacer.
Los muros que impiden acabar con el hambre no son físicos, ni están sostenidos por
intereses económicos ni políticos. Por el contrario, facilitar que los pobres salgan de
pobres sería un gran negocio económico y político. Los muros invisibles son las
convicciones profesionales impermeables a la realidad.
Desde que el poder está en manos de universitarios, las necesidades sociales están
sujetas a las necesidades intelectuales de los expertos, funcionarios, políticos y
comentaristas. Si hay ideas que no les entran en la cabeza, que no encajan en sus
marcos teóricos y consensos profesionales, no pasan a la práctica.
Por ejemplo: en 1961, los expertos chinos se oponían a las soluciones de mercado
porque no encajaban en sus teorías. Fue entonces cuando Deng Xiaoping dijo
famosamente: no importa si el gato es blanco o negro con tal de que cace ratones.
Por ejemplo: hace algunas décadas, el modelo mental de los expertos incluía el vaso
de leche como un gran progreso; los incentivos fiscales en los Estados Unidos
favorecían la producción excesiva de leche; los fabricantes de leche en polvo
subrayaban las ventajas higiénicas de su producto (ignorando la contaminación del
agua local y los trastes necesarios para reconstituirlo); los políticos y diplomáticos veían
la oportunidad de adornarse regalando leche en polvo a los países pobres. Los
indígenas que no tomaban leche ni podían digerirla (porque sus genes no producen
lactasa más allá de la infancia) se enfermaban tomando leche; pero las pequeñas
realidades incómodas son impotentes frente a las grandes teorías correctas.
Toda forma de ayuda o falta de ayuda puede verse como interesada y hasta mal
intencionada. Pero eso distrae de ver lo decisivo: el modelo mental del progreso
(capitalista o socialista) es el muro que impide las soluciones prácticas y sólo deja pasar
las "soluciones" bonitas en el pizarrón: bonitas para las necesidades teóricas de los que
están en el poder.
Las soluciones para acabar con la miseria, no sólo deben ser efectivas en la práctica;
deben ser teóricamente bonitas, superar el muro del desprecio universitario que impide
realizarlas.