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1. Subiendo hoy a los cielos la Virgen gloriosa, colmó sin duda los gozos
de los ciudadanos celestiales con copiosos aumentos, pues ella fué la
que, a la voz de su salutación, hizo saltar de gozo a aquel que aún vivía
encerrado en las maternas entrañas. Ahora bien, si el alma de un -
párvulo aún no nacido se derritió en castos afectos luego que habló
María, ¿cuál pensamos sería el gozo de los ejércitos celestiales cuando
merecieron oír su voz, ver su rostro y gozar de su dichosa presencia?
Mas nosotros, carísimos, ¿qué ocasión tenemos de solemnidad en su
asunción, qué causa de alegría, qué materia de gozo?
2. Un precioso regalo envió al cielo nuestra tierra hoy, para que, dando y
recibiendo, se asocie, en trato feliz de amistades, lo humano a lo divino,
lo terreno a lo celestial, lo ínfimo a lo sumo. Porque allá ascendió el fruto
sublime de la tierra, de donde descienden las preciosísimas dádivas y los
dones perfectos. Subiendo, pues, a lo alto, la Virgen bienaventurada
otorgará copiosos dones a los hombres. ¿Y cómo no dará? Ni le falta
poder ni voluntad. Reina de los cielos es, mísericordiosa es; finalmente,
Madre es del Unigénito Hijo de Dios. Nada hay que pueda darnos más
excelsa idea de la grandeza de su poder o de su piedad, a no ser que
alguien pudiera llegar a creer que el Hijo de Dios se niega a honrar a su
Madre o pudiera dudar de que están como impregnadas de la más
exquisita caridad las entrañas de María, en las cuales la misma caridad
que procede de Dios descansó corporalmente nueve meses.
4. Pero ¿y quién será suficiente para pensar siquiera cuán gloriosa iría
hoy la reina del mundo y con cuánto afecto de devoción saldría toda la
multitud de los ejércitos celestiales a su encuentro? ¿Con qué cánticos
sería acompañada hasta el trono de la gloria, con qué semblante tan
plácido, con qué rostro tan sereno, con qué alegres abrazos sería
recibida del Hijo y ensalzada sobre toda criatura con aquel honor que
Madre tan grande merecía, con aquella gloria que era digna de tan gran
Hijo? Felices enteramente los besos que imprimía en sus labios cuando
mamaba y cuando le acariciaba la madre en su regazo virginal. Mas,
¿por ventura, 110 los juzgaremos rnás felices los que de la boca del que
está sentado a la diestra del Padre recibió hoy en la salutación dichosa,
cuando subía al trono de la gloria cantando el cántico de la Esposa y
diciendo: Béseme con el beso de su boca? Porque cuanto mayor gracia
alcanzó en la tierra sobre todos los demás, otro tanto más obtiene
también en los cielos de gloria singular. Y si el ojo no vió ni el oído oyó,
ni cupo en el corazón del hombre lo que tiene Dios preparado a los que
le aman; lo que preparó a la que le engendró y (lo que es cierto para
todos) a la que amó más que a todos, ¿quién lo hablará? Dichosa, por
tanto, María, y de muchos modos dichosa, o recibiendo al Salvador o
siendo ella recibida del Salvador. En lo uno y en lo otro es admirable la
dignidad de la Virgen Madre; en lo uno y en lo otro es amable la
dignación de la Majestad. Entró, dice, Jesús en un castillo y una mujer le
recibió en su casa. Pero más bien nos debemos ocupar en las alabanzas,
pues se debe emplear este día en elogios festivos. Y pues nos ofrecen
copiosa materia las palabras de esta lección del Evangelio, mañana
también, concurriendo, nosotros juntamente, será comunicado sin
envidia lo que se nos dé de arriba, para que en la memoria de tan
grande Virgen no sólo se excite la devoción, sino que también sean
edificadas nuestras costumbres para aprovechamiento de la conducta de
nuestra vida, en alabanza y gloria de su Hijo, Señor nuestro, que es
sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos. Amén.
SAN BERNARDO DOCTORES