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SOBRE LA I D E A MISMA

DE «JUSTICIA SOCIAL»

juan José botero


I L n Colombia se lleva a cabo, desde diciembre de 1998, u n
«proceso de paz» mediante conversaciones entre el gobierno
nacional de Andrés Pastrana y la agrupación insurgente FARC.
A u n q u e tales conversaciones las realizan los respectivos dele-
gados, o negociadores, se supone que sus protagonistas son el
Estado Colombiano, en cabeza de su Presidente, y las FARC mis-
mas, en cabeza de su dirigente máximo.
Las razones para que se iniciara este «proceso» (como le
gusta llamarlo a todo el m u n d o , desde sus protagonistas prin-
cipales hasta los medios de comunicación, la comunidad in-
ternacional que lo acompaña y los comentaristas públicos) se
resumen en una costosa situación de conflicto a r m a d o per-
manente que n o parece tener solución militar previsible en u n
plazo y a u n costo razonables.
Las razones del conflicto, en cambio, aparecen tan comple-
jas y oscuras a la hora actual, que casi p u e d e decirse q u e son
irrelevantes para la consideración, d e n t r o de las conversacio-
nes, de u n a solución aceptable.
Sin embargo, públicamente el conflicto mismo se Injusti-
ficado — p o r parte de las FARC— y explicado — p o r práctica-
m e n t e el resto del país— como reacción ante u n a situación
de «injusticia social». Parece haber cierto consenso en torno
a este p u n t o . En realidad, es ello lo que hace legítimo dicho
«proceso» a los ojos de la opinión pública. Pues si se tratara de
la confrontación de dos «modelos de sociedad» radicalmen-
te opuestos, nadie se haría la más leve ilusión acerca de las po-

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SOBRE LA IDEA MISVLA DE «JUSTICIA SOCIAL.

sibilidades de llegar a un acuerdo por la vía de las conversa-


ciones.
Tal consenso tiene u n a manifestación sorprendente: en
diversos pronunciamientos públicos, algunos incluso revesti-
dos de cierta solemnidad, relativos al objetivo que se persigue
con las conversaciones, ambas partes han coincidido plena-
m e n t e hasta en su formulación explícita: «Paz con justicia so-
cial». El propio Ministro de la Defensa Nacional declaraba en
1999 que no parecía tan difícil llegar a u n acuerdo con los al-
zados en armas, pues «aparentemente compartimos los mis-
mos ideales» 1 . Digo que esto es sorprendente, pues si las par-
tes están de acuerdo, entonces ¿por qué hay conflicto?
Dejemos de lado las sospechas de insinceridad y tomemos
en serio esos pronunciamientos. Al fin y al cabo, el conflicto
tiene u n aspecto político innegable, y es este aspecto, y n o las
ocultas motivaciones de las partes, lo que finalmente va ajugar
u n papel crucial a la hora de solicitar la indispensable acep-
tación de la comunidad nacional para cualquier arreglo al que
se llegue. La explicación más probable, entonces, de que a pe-
sar del acuerdo explícito en los objetivos el conflicto persista,
podría ser la existencia de diferencias importantes relativas a
lo que cada u n a de las partes entiende por «justicia social».
Vale la pena, en consecuencia, intentar u n a reflexión, lo
más radical posible, que nos ponga en camino, primero, de
aclarar el concepto mismo y, segundo, de formular algunas
propuestas útiles al respecto. En este texto rae voy a ocupar
principalmente con lo primero.
Para abordar la pregunta por el sentido de la idea misma
de «justicia social» comenzaré con u n a exposición breve de la
posición extrema que consiste en responder negativamente a
dicha cuestión. Se trata de la célebre posición de Friedrich von
Hayek, el representante más eminente de la llamada «escuela
austríaca» en teoría económica y u n o de los principales inspi-

1
Véase su discurso de posesión, el 18 de junio de 1999, en www.mindefcnsa.gov.co

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JUAN JOSÉ BOTERO

radores de lo que se ha d a d o en llamar «neoliberalismo», el


cual en últimas no es más que un conjunto no sistematizado,
prácticamente inconexo, de teorías y de argumentaciones con-
cebidas como una actualización radical del liberalismo clásico,
basado en el rechazo de toda interferencia, particularmente
de origen público, con u n estricto laissez-faire en el orden del
mercado. Creo que esta exposición, aunque breve y esquemá-
tica, permite plantear un reto teórico importante para quie-
nes, p o r el contrario, sostienen que dicha idea no sé)lo tiene
sentido, sino constituye un concepto esencial para una teoría
política aceptable en nuestro tiempo.
A partir de allí plantearé algunas reflexiones que me lleva-
rán a delimitar el ámbito conceptual en el cual me parece que
habría que situar el problema. Este ámbito es el de la ética eco-
nómica y social. Mis reflexiones serán en su mayor parte me-
todológicas, a u n q u e seguramente n o p o d r é evitar hacer refe-
rencia a algunas concepciones sustantivas de la justicia social,
muy particularmente a algunos aspectos de la obra de J o h n
Rawls y a su seguimiento e interpretación por parte de Philip-
pe van Parijs. La razón es que, hoy en día, prácticamente na-
die que escriba algo relacionado con lajusticia social puede
escapar a una confrontación con dicha obra. No obstante, mi
intención no es proponer u n a concepción de lajusticia social,
sino limitarme a lo enunciado en el título de esta exposición,
es decir, a examinar el sentido de la idea misma de justicia so-
cial.

La tesis central de Hayek 2 , en cuanto al tema que nos ocu-


pa, es que lajusticia social es, en el mejor de los casos, u n a ilu-

2
Esta exposición se limita a apartes significativos de la obra de F. A. von Hayek, Law,
Legisbition and Liberty, segundo volumen: The Mirage of Social Justice, Chicago, Uni-
versity of Chicago Press, 1978.

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sión, y que tal idea, si se la deja en ciertas manos, p o n e en gra-


ve peligro la libertad personal, siendo ésta el valor moral su-
premo. Su argumento más fuerte es que cualquier intento de
interferir en el mercado libre mediante la imposición de cual-
quier esquema prediseñado de distribución, especialmente de
distribución de la riqueza de manera más igualitaria, o incluso
de distribución de recompensas en función de méritos, nece-
sariamente implica p o n e r en manos de u n a autoridad central
un poder que habrá que quitárselo a los ciudadanos indivi-
duales. Esta violación de la libertad conduce progresivamente
a un sistema totalitario.
Este argumento está basado a su vez en una concepción del
orden del mercado como el resultado del desarrollo de nues-
tra civilización inspirado por ciertos valores, siendo el princi-
pal de ellos el de la libertad personal. El mercado libre, en
efecto, según Hayek, se p u d o desarrollar, después de su deca-
dencia durante una Edad Media autoritaria, cuando mil años
de vanos esfuerzos por encontrar salarios y precios substanti-
vamente justos se a b a n d o n a r o n en la escolástica tardía al re-
conocer tal idea como u n a fórmula vacía. En lugar de ello se
empezó a enseñar que todo lo que lajusticia requería eran
precios determinados por la conducta justa de las partes que
intervienen en el mercado, es decir, precios competitivos a los
que se llega sin fraude, monopolio ni violencia. De esta tradi-
ción —siempre según Hayek—, J o h n Locke y sus contemporá-
neos derivaron la concepción liberal clásica de lajusticia, para
la cual, según la célebre expresión, lo único que puede serjus-
to o injusto es «la manera como se lleva a cabo la competen-
cia y no sus resultados».
Dando por sentada esta concepción del orden del merca-
do y su valor intrínseco, el argumento en contra de la idea mis-
ma de justicia social se entiende fácilmente. La exigencia de
justicia social plantea, para este orden, dos problemas que se
p u e d e n enunciar así:

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a) ¿Tiene el concepto de justicia social algún sentido o al-


gún contenido dentro de u n sistema económico basado
en el mercado?
b) ¿Es posible preservar el orden del mercado al mismo
tiempo que se le impone, en n o m b r e de lajusticia social,
o con cualquier otro pretexto, algún esquema de remu-
neración basado en la evaluación de las realizaciones o
de las necesidades de individuos o grupos, por una auto-
ridad dotada del poder para hacerlo cumplir?

La respuesta de Hayek a estas dos preguntas es: definitiva-


mente, no.
La explicación de la respuesta para la segunda pregunta
la hemos vislumbrado ya. Hayek identifica la idea de justicia
social con la aspiración que está en el corazón mismo de las
ideas socialistas. Ahora bien, la diferencia principal entre el
sistema social hacia el cual apunta el liberalismo clásico y el ti-
po de sociedad que se forma bajo la influencia de las concep-
ciones socialistas es que el primero, el liberal, está gobernado
p o r principios de conducta individual justa, mientras que el
segundo lo está por la satisfacción de las exigencias de «justi-
cia social». En otras palabras, la diferencia es que el orden libe-
ral exige a los individuos que actúen con justicia, mientras que
el socialista, o el influenciado por éste, coloca cada vez más el
deber de justicia en manos de autoridades que tengan el po-
der de ordenarle a la gente lo que tiene que hacer. Ahora bien,
mientras más se haga d e p e n d e r la posición material de los in-
dividuos o grupos de las acciones del gobierno, más se insis-
tirá en que éstas apunten hacia u n esquema reconocible de
justicia distributiva; y entre más se esfuercen los gobiernos por
llevar a cabo algún esquema preconcebido de distribución de-
seable, más deberán someter a su control la posición de los di-
ferentes individuos o grupos. De m o d o que, en la medida en
que la acción política esté gobernada por la creencia en la «jus-

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SOBRE LA IDEA MISMA DE «JUSTICIA SOCIAL»

ticia social», este proceso se va a acercar progresivamente a un


sistema totalitario.
De este m o d o podemos abordar el primer problema que
le plantea al orden del mercado la exigencia de justicia social:
¿tiene el concepto de justicia social algún sentido o algún con-
tenido dentro de u n sistema económico basado en el mercado?
Es cierto que en el sistema del mercado libre tenemos conti-
nuamente la sensación de que se cometen «injusticias». Es cier-
tamente trágico, admite Hayek, en el o r d e n de los individuos,
ver los fracasos de los esfuerzos más meritorios de padres que
quieren educar bien a sus hijos, o de jóvenes que tratan de
construir u n a carrera personal, o de científicos que trabajan
a r d u a m e n t e tras u n a idea brillante. Y u n o protesta contra es-
tas cosas, aun sabiendo que n o hay nadie a quien acusar por
ello, que nadie tiene la culpa. Lo mismo ocurre cuando en el
orden social de individuos libres tenemos la sensación de in-
justicia acerca de la distribución de bienes materiales. Claro
que aquí estamos menos dispuestos a aceptar que n o hay cul-
pables y acusamos al mercado de ser injusto. Pero en realidad
no hay nadie a quien culpar y p o r ello nos volvemos hacia el
orden social mismo. La «sociedad», según Hayek, se ha con-
vertido en la nueva deidad hacia la cual dirigimos nuestras
quejas y clamores para corregir las cosas cuando éstas no lle-
nan las expectativas que nos hemos creado.
No obstante esta sensación de injusticia, lo único de lo que
tendríamos que quejarnos es de tolerar u n sistema en el cual
a cada persona se le permite elegir su ocupación sin que nadie
tenga ni el poder ni el deber de velar por que los resultados
correspondan a nuestros deseos. Pues en u n sistema semejan-
te, en el cual cada quien p u e d e usar sus conocimientos para
sus propios propósitos, el concepto mismo de «justicia social»
es necesariamente vacío y sin sentido; en efecto, en él la volun-
tad o el querer de nadie p u e d e determinar los ingresos rela-
tivos de la gente o evitar que éstos d e p e n d a n parcialmente de

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JUAN JOSÉ BOTERO

la suerte o los accidentes. La idea de justicia social sólo tiene


sentido en u n a economía dirigida o jerarquizada, como, p o r
ejemplo, la de un ejército, en la cual se ordena a los individuos
lo que tienen que hacer; y solamente en ese tipo de sistemas
dirigidos centralizadamente se p u e d e realizar alguna concep-
ción de lajusticia social, pues ésta presupone que las personas
están guiadas por instrucciones específicas y n o por reglas de
conducta individual justa. De hecho, n o hay ningún sistema
de reglas de conducta individual justa, y por consiguiente, nin-
guna acción individual libre que pueda producir resultados
que satisfagan ningún principio de justicia distributiva.
Toda esta argumentación está a su vez fundada en ciertas
precisiones conceptuales. Lajusticia, dice Hayek, es un atribu-
to de la conducta h u m a n a que hemos llegado a singularizar
porque, para asegurar la formación y el mantenimiento de u n
orden de acciones que sea benéfico, se requiere de cierta clase
de conductas. Este atribulo, pues, debe predicarse de resulta-
dos pretendidos de acciones humanas, pero no de circunstan-
cias que n o han sido producidas de manera deliberada por ac-
ciones humanas. Lajusticia requiere que en las acciones inten-
cionales que afectan el bienestar de otras personas se observen
ciertas reglas uniformes de conducta. Es u n concepto que cla-
ramente n o tiene aplicación en la m a n e r a como los procesos
impersonales del mercado asignan p o d e r sobre bienes o ser-
vicios a personas particulares. Esto es algo, en consecuencia,
que n o puede ser ni justo ni injusto, pues los resultados n o son
ni previsibles ni propuestos, y d e p e n d e n de u n a multitud de
circunstancias que n o son ni p u e d e n ser conocidas en su tota-
lidad por nadie. Lo que sí p u e d e ser justo o injusto es la ma-
nera de conducirse de los individuos en ese proceso.
El hecho es que, al vivir en u n sistema de libre mercado,
hemos aceptado, y hemos acordado hacer cumplir, algunas re-
glas uniformes para u n procedimiento que ha mejorado enor-
m e m e n t e las oportunidades, para todos, de satisfacer sus ne-

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SOBRE: IA IDE:A MISMA DE «JUSTICIA SOCIAL»

cesidades, pero al precio, para todos, de correr el riesgo de u n


fracaso inmerecido. La información está de tal m o d o dispersa
entre millones de personas, que nadie puede tener u n control
efectivo de los resultados de las acciones de cada quien. De he-
cho, u n a de las principales razones para que el ideal de jus-
ticia social n o sea ni siquiera u n a idea con sentido, a saber, la
dispersión de la información necesaria para planear la distri-
bución, es a su vez u n o de los fundamentos de la idea de la in-
violabilidad del funcionamiento del mercado: en efecto, la dis-
tribución y la dispersión de la información entre millones de
personas hacen que ella p u e d a ser finalmente utilizada para
el beneficio de todos. Recordando a Adam Smith, Hayek ase-
meja este procedimiento a u n juego, en particular a u n j u e g o
que es en parte de habilidad y e n parte de azar. Como todos
los juegos, el mercado procede de acuerdo con reglas que
guían las acciones de los individuos participantes, cuyos obje-
tivos, habilidades y conocimientos son diferentes, con la con-
secuencia de que el resultado será impredecible y de que re-
gularmente tendrá que haber ganadores y perdedores. Como
en todo juego, tenemos derecho a insistir en que éste seajusto
y en q u e nadie haga trampa; p e r o también, como en todojue-
go, n o tiene ningún sentido exigir que el resultado sea «justo»
para todos los jugadores.
Aun respondiendo negativamente a la pregunta por el sen-
tido de la idea de justicia social, al menos en u n a sociedad de
individuos libres, Hayek reconoce que hay u n a forma de re-
conciliar u n sistema de libre mercado y alguna noción de dis-
tribución que, si n o es estrictamente hablando u n principio
de justicia, sí tiene algún parentesco con él. Se p u e d e enun-
ciar el principio hayekiano del siguiente m o d o (recordando
la célebre formulación del principio de distribución de la «pri-
mera etapa», la socialista, de la sociedad comunista, tal como
lo formuló Marx en su escrito sobre el programa de Gotha):
«A cada quien según el beneficio que les procure a los demás».
En efecto, el orden del mercado funciona según u n a lógica en

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JEAN JOSÉ BOTERO

la cual a cada ser h u m a n o se le permite decidir qué trabajo rea-


lizar solamente si la remuneración que p u e d e esperar por él
corresponde al valor que sus servicios tienen para aquellos de
sus semejantes que lo reciben. /Ahora, el valor que sus servicios
tendrán para sus semejantes, n o tendrá en general ninguna
relación con sus méritos individuales o con sus necesidades.
Lo que asegura la mejor remuneración n o son las buenas in-
tenciones o las necesidades de quien ofrece o presta sus servi-
cios, sino el hacer aquello que más beneficios procura a los de-
más, sin tener en cuenta los motivos para hacerlo.
Creo que con esto queda más o menos clara la posición ex-
trema que consiste en negar que la idea misma de justicia so-
cial tenga u n sentido. Ahora quisiera examinar rápidamente
cuál es el ámbito conceptual en el cual se debería situar el pro-
blema para poderlo enfrentar con las mejores herramientas
disponibles.

II

El que lajusticia social sea considerada por Hayek como


un «espejismo» tiene que ver, obviamente, con la precisión
que acabo de mencionar, relativa al concepto mismo de justi-
cia. Este concepto, que grosso modo es el que inspira también a
la corriente llamada «libertarismo», representada, entre otros,
por Robert Nozick, entiende lajusticia como el respeto p u r o
y simple de los derechos individuales, resumidos básicamente
en el derecho a la posesión de sí mismo, o libertad individual 3 .

•5 La teoría de Nozick, por supuesto, es bastante más compleja. En realidad, se basa


en el respeto soberano de la libertad de elección en el marco de un sistema coheren-
te de derechos de propiedad. Este sistema se basa, a su vez, en tres principios: el de
la propiedad de sí mismo, al cual se alude aquí; más otros dos, uno que rige la circu-
lación de los derechos de propiedad (o de circulación justa de tales derechos, en es-
pecial por transacciones voluntarias) y uno que rige para la apropiación original de
bienes, a su vez restringido por una cláusula, llamada «lockeana», destinada a limitar
su carácter absoluto, por razones de justicia. La preeminencia, sin embargo, de la p r o
piedad de sí mismo, o libertad individual, es la que determina finalmente cómo deben
entenderse y aplicarse los otros dos principios. Véase, por ejemplo, R. Nozick, Anar-
chy, State and Utopia. Oxford, Blackwell, 1974, p. 33, 150 ss., 174.

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SOBRE IA IDEA MISMA DE «JUSTICIA SOCIAL»

Así, cualquier esquema de distribución, o configuración de ni-


veles de vida será necesariamente justo si resulta del ejercicio
libre de los derechos individuales, es decir, del funcionamien-
to libre del mercado, sin importar qué tan igualitaria o desigua-
litaria sea. Puede que en nuestra sociedad muchas personas
m u e r a n de hambre o lleven u n a vida miserable debido a la ca-
rencia de ingresos, lo cual es ciertamente deplorable; pero si
n o se ha violado ningún derecho individual de propiedad, n o
cabe decir que haya algo injusto en esta situación.
Esta concepción puede ser ciertamente chocante, pero n o
por ello hay que p e r d e r de vista el desafío teórico que encie-
rra. Podríamos decir que aquello contra lo que choca son cier-
tas intuiciones o sentimientos «éticos» y concluir de allí que se-
mejante posición se puede descalificar porque en sus conside-
raciones ignora o le da la espalda a la inclusión de algo llamado
la «dimensión ética». Sin embargo, creo que esta conclusión
es apresurada. Ni la posición de Hayek ni la de los filósofos li-
bertaristas da la espalda al aspecto ético de la vida social. Por
el contrario, es en la medida en que se puedan identificar acer-
tadamente los rasgos principales de la posición ética en la cual
ellas se basan que u n a discusión de sus principios se p u e d e re-
velar fructífera.
Lo que se ha llamado «dimensión ética» c o m p r e n d e la in-
tervención de juicios de valor, es decir, tomas de posición me-
diante las cuales nos pronunciamos a propósito de conductas,
eventos, situaciones, acciones, instituciones. A los juicios de co-
nocimiento, mediante los cuales damos cuenta de la ocurren-
cia o no de estados de cosas, los evaluamos según la dimensión
que podemos llamar «veritativa», y los considerados como co-
rregibles en función de nuevas evidencias. A diferencia de és-
tos, los juicios que caracterizan a las tomas de posición éticas
son valoraciones que se presentan con visos de autoridad o, en
todo caso, con la pretensión de pronunciar u n a apreciación
que tenga un valor decisivo. Esto supone que quien pronuncia

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JUAN JOSÉ BOTERO

tal juicio está en capacidad de responder por el referente de


la autoridad que pretende. Este referente es lo que constitu-
ye la «dimensión ética», es decir, las coordenadas que configu-
ran la particular dimensión de valoración que llamamos «éti-
ca». Esta, por consiguiente, aparece en eljuicio como aquello
q u e le da su fuerza de juicio ético.
Ahora bien, ¿cuál es el referente de los juicios de valor ex-
presados por Hayek y, más tarde, a partir de la década de 1970,
por los libertaristas? A veces [Hiede parecer que el despropor-
cionado poder que nuestras sociedades han otorgado a los eco-
nomistas para dirigir sus destinos nos ha llevado a la desapa-
rición de cualquier consideración ética del escenario social.
Y ciertamente es lamentable el que en algunos casos esta im-
presión no carezca totalmente de fundamento. De hecho, las
argumentaciones contra las formas de economía mixta pre-
valecientes en Occidente durante el siglo XX que más visibili-
dad han tenido, por ejemplo la crítica monetarista de las polí-
ticas keynesianas o los alegatos a favor de la desregulación y
de la apertura generalizada de los mercados, son de orden es-
trictamente econométrico y apuntan a mostrar que la interven-
ción del Estado, tenga ella lugar en la política monetaria o en
la fiscalidad, en la discusión acerca del salario mínimo o en la
organización de un sistema de seguridad social, n o solamente
es u n a traba para el funcionamiento eficiente del mercado,
sino que además tiene como efecto perverso crear nuevas des-
igualdades en lugar de reducir las ya existentes, es decir, en úl-
timas, deteriorar en lugar d e mejorar la suerte de los más po-
bres. Apoyados en un complicado aparataje matemático, los
técnicos de la economía parecen haber ocupado hasta la satu-
ración la escena de las discusiones públicas sobre asuntos so-
ciales, sin dejar lugar para ninguna otra consideración de nin-
guna otra índole.
Sin embargo, la tecnocracia económica n o se sostiene por
sí sola. Ella apela, cada vez que se la confronta a u n nivel ade-

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SOBRE LA IDEA MISMA DE «JUSTICIA SOCIAL»

cuado de profundidad, a otro tipo de argumentaciones, esta


vez basadas en consideraciones de orden filosófico produci-
das, obviamente, no por ella sino por los grandes maestros del
pensamiento económico. En este nivel, lo que se denuncia en
la forma que han tomado las democracias occidentales más
o menos teñidas de pensamiento socialista o socialdemócra-
ta, no es su incapacidad para combinar apropiadamente la efi-
ciencia económica y la preocupación por la igualdad o por la
justicia social, sino el haber dejado en un plano demasiado se-
cundario el valor supremo: la libertad individual. Milton Fried-
man, por ejemplo, decía en una memorable entrevista conce-
dida a la revista Playboy en 1973 que, a u n q u e sus propuestas
tuvieran como consecuencia inmediata el mejoramiento del
bienestar económico, éste no era más que u n objetivo secun-
dario frente a su objetivo principal: la preservación de la liber-
tad individual. Los títulos mismos de los libros que han servido
de soporte teórico a la corriente neoliberal son testimonio de
este hecho: Capitalismo y libertad, de Milton. Friedman; La cons-
titución de la libertad, de Friedrich von Hayek; El costo de la liber-
tad, de Henry Wallich 4 .
Dentro de esta perspectiva, entonces, lo que justifica final-
mente al capitalismo no es un asunto táctico, como su eficacia
económica, sino u n asunto de o r d e n conceptual, y específica-
mente ético: toda persona que conceda a la libertad individual
un valor central no puede evitar adherir al capitalismo, incluso
a un capitalismo que solamente admite como máximo un Es-
tado mínimo.
Es en el ámbito de las proposiciones éticas, por consiguien-
te, en d o n d e de hecho se sitúa la discusión razonable sobre el
tema de lajusticia social. No obstante, el hecho de sacar la dis-
cusión de las manos de la tecnocracia económica no implica

1
Para teste párrafo y el siguiente, véase Ph. van Parijs, (¿u 'esí-ce qu 'une societé juste? Paris,
Editions du Seuil, 1991.
JUAN JOSÉ: BOTERO

necesariamente que deba adelantarse con base en principios


melafísicos o en la ignorancia de toda consideración de la rea-
lidad económica. Para aclarar este punto me vuelvo en seguida
hacia los aspectos más metodológicos de mi exposición.

III

La dimensión de evaluación de las proposiciones éticas, por


oposición a la dimensión de evaluación de las proposiciones
cognoscitivas científicas, nos hace hablar de lo que debe ser,
por oposición a lo que es el caso. Esto se manifiesta, p o r ejem-
plo, diciendo que losjuicios éticos, en contraste con losjuicios
de la ciencia, sonjuicios de valor, y no juicios de hechos. Éstos
se expresan en enunciados descriptivos, aquéllos en enuncia-
dos normativos, o prescriptivos, o evaluativos. No nos es posi-
ble, entonces, establecer u n a afirmación ética recurriendo a
los mismos referentes a los que recurrimos para establecer una
afirmación científica. De hecho, en la Investigación sobre los prin-
cipios de la moral (1751) H u m e demostró de manera convincen-
te la imposibilidad lógica de inferir una conclusión normativa
a partir de u n conjunto formado exclusivamente por premi-
sas descriptivas. A u n q u e éste ha sido u n tópico de la filosofía
del siglo XX, n o voy a examinar más profundamente la tesis hu-
meana, sino que la voy a dar por sentada. Y más bien voy a tra-
tar de ofrecer u n a manera posible de enfrentar el reto que ella
plantea para la justificación de las proposiciones éticas. Pues
es claro que si n o hay u n a respuesta válida, la ética n o p u e d e
pasar de ser u n asunto de opiniones.
Hay dos formas de enfrentar el problema, que mencionaré
muy rápidamente, ya que no son, en mi opinión, las más con-
vincentes 5 . La primera consiste en buscar las premisas norma-

° Para lo que sigue, véase Ch. Ansperger y Ph. van Parijs, Ethique économique et sociale,
Paris, Editions La Découverte & Syros, 2000.
SOBRE LA IDEA MISMA DE «JUSTICIA SOCIAL»

tívas en u n a teología moral, en la cual ellas aparecen como in-


terpelaciones divinas interpretadas según alguna tradición re-
ligiosa o por determinadas autoridades instituidas. La otra con-
siste en apoyarse en u n a especie de antropología filosófica, es
decir, en alguna teoría especulativa relativa a la naturaleza del
ser h u m a n o en la cual sea posible decir algo n o solamente so-
bre qué es, sino también sobre qué debe ser el hombre. Estas
dos maneras de enfrentar el reto planteado por H u m e n o me
parecen convincentes, por dos razones: a) al confundir preci-
samente la diferencia ya señalada entre las dos dimensiones
de evaluación de las proposiciones, caen en el error, señalado
conjusteza por Ludwig Wittgenstein 6 , de pretender enunciar
mediante proposiciones descriptivas un valor absoluto (el senti-
do último de la existencia o de la vida h u m a n a , o el bien abso-
luto, etc.), lo cual conduce, por principio, a un sinsentido; y
b) debido en gran medida a lo anterior, en las sociedades ac-
tuales este tipo de concepciones n o p u e d e n pretender el con-
senso requerido por la naturaleza pluralista de nuestra organi-
zación social: a u n q u e son puntos de vista y enfoques que de
h e c h o se dan en ésta, n o hay ninguna razón para aceptarlas
como fundamento absoluto y por consiguiente deben entrar
a hacer parte del variado conjunto de enfoques y concepcio-
nes de la vida buena cuyo libre j u e g o constituye un rasgo esen-
cial de las sociedades contemporáneas.
Creo que el reto de H u m e se p u e d e enfrentar mejor si le
reconocemos a la «dimensión ética» su carácter subjetivo, vi-
vencial, ateórico y para nada descriptivo, y si tratamos de en-
tender dicha dimensión como constituida por algo semejante
a u n sistema de coordenadas que configuran para cada quien
u n espacio de valoración. En cuanto tal, ella es u n elemento

6
Véase «A Lecture on Ethics» (1929), publicado en la compilación Philosophical Occa-
sions (Editcd byjames Klagge & Alfred Normann), Cambridge-Indianapolis, Hackell
Publishing Company, 1993.
JUAN JOSÉ BOTERO

crucial para adelantar discusiones racionales relativas a los


principios generales que deberían regir u n a sociedad justa.
Estas discusiones podrían caracterizarse como la búsqueda de
lo que John Rawls ha llamado u n equilibrio reflexivo1'. Éste consis-
te básicamente en valemos de nuestros juicios morales «bien
reflexionados» {consideredjudgments), aquellos que hacen par-
te de nuestra particular «dimensión ética», para confrontar las
implicaciones de los principios generales que sean propues-
tos relativamente a lo que deberíamos hacer, individual o co-
lectivamente, en circunstancias reales o hipotéticas. F.n caso de
que u n principio general choque contra alguno de estos jui-
cios sólidos de nuestra dimensión ética, juicio al cual n o esta-
ríamos dispuestos a renunciar, el principio propuesto será o
rechazado o revisado de m o d o que desaparezca el conflicto
con él.
El enfoque básico que está detrás de esta manera de proce-
der n o les otorga a las cuestiones éticas forma de fundamento
absoluto. Por el contrario, las reubica en el ámbito del com-
portamiento común, ordinario, en el cual continuamente es-
tamos expresando proposiciones valorativas, calificando accio-
nes como buenas, malas, inaceptables, etc. Así como en forma
continua expresamos o enfrentamos proposiciones que con-
sideramos verdaderas o falsas acerca de hechos del m u n d o , así
mismo expresamos o enfrentamos acciones que consideramos
buenas o malas, o situaciones que evaluamos comojustas e in-
justas. La diferencia entre estas dos dimensiones de evalua-
ción radica en que mientras para la primera el último juez son
los hechos, para la segunda son lo que Rawls ha llamado nues-
tros «juicios bien reflexionados» {consideredjudgments). Las ra-
zones que podamos aducir para respaldar nuestros juicios n o

' Véase J. Rawls, Teoría de la justicia, traducción de María Dolores González, México,
Fondo de Cultura Económica, p. 37-38 (A Theory of Justice, Revised Edition, Harvard
University Press, 1999, pp. 17-18).

L
73
SOBRE IA IDEA MISMA DE «JUSTICIA SOCIAL»

podrían expresarse en forma de proposiciones que preten-


dieran describir algo absoluto, proposiciones por lo demás im-
posibles (puesto que son sin sentido). Su fundamento estaría
más bien en la coherencia que les otorgue a nuestros juicios mo-
rales u n a unidad frente a las más diversas circunstancias. Es
en este sentido que el equilibrio reflexivo es precisamente objeto
de u n a «búsqueda».
Una vez delimitado el ámbito general en el cual es razo-
nable examinar el problema, el ámbito de la ética así entendi-
da, quiero repetir que con ello n o q u e d a n excluidas las consi-
deraciones económicas, aunque ciertamente hay que esforzar-
se por sacar el tema de las manos de la tecnocracia económica
dominante en nuestros días. Quiero aclarar este p u n t o en lo
que sigue.
En el ámbito de la ética hay que delimitar aún el territorio
en el cual creo que se debe tratar el tema de lajusticia social.
Se trata del territorio de la ética económica y sociaft. Ésta n o es,
como p u e d e parecer a simple vista, una afirmación obvia. En
efecto, la noción de ética económica solamente tiene sentido
en el contexto de sociedades en d o n d e la actividad económica
se haya diferenciado lo suficiente de los demás aspectos de la
existencia. Con otras palabras, en sociedades como la nuestra,
en d o n d e el intercambio, y en particular el intercambio mone-
tario, ocupa u n lugar de preeminencia. Afirmar que hay u n a
ética económica, por consiguiente, tiene sentido entre otras
cosas cuando la esfera económica adquiere tal autonomía que
la sociedad corre el riesgo de caer en manos de u n a tecnocra-
cia conformada por individuos competentes exclusivamente
en el manejo de los aspectos p u r a m e n t e técnicos de dicha es-
fera.
La esfera económica se puede definir como el conjunto de
las actividades de intercambio de bienes y servicios y de la pro-

8
Véase, para lo que sigue, Ch. Anspergery Ph. van Parijs, op. cit

]
74
JUAN JOSÉ BOTERO

ducción asociada a este intercambio. La ética económica se-


rá entonces la rama de la ética que se ocupe de los comporta-
mientos y de las instituciones relativos a esta esfera. En su di-
mensión individual se refiere a cómo debemos comportarnos
en esta esfera de intercambio y producción, y en su dimensión
institucional se ocupa de cómo debemos definir colectivamen-
te las reglas legales a las cuales deben someterse estas activida-
des 9 .
Ahora bien, a u n q u e la idea de u n a ética económica surge
cuando la esfera económica llega a convertirse en la esfera do-
minante de nuestras existencias, es importante no llegar a con-
siderar a la economía como un dominio aislado de la vida so-
cial. Precisamente, la tecnocracia económica llega a conver-
tirse en un elemento político dominante cuando se pierde de
vista la pertenencia de la esfera económica al conjunto de la
vida social 10 . Por ello mismo es importante que la ética econó-
mica, sin dejar de reconocérsele su importancia particular,
p u e d a ser incrustada en u n a ética social.
La ética social es, a su vez, la rama de la ética que se refiere
a las instituciones sociales, en contraste con el comportamien-
to individual, es decir, a la m a n e r a como debemos organizar
colectivamente la sociedad, más que a la manera como cada
u n o de nosotros debe comportarse en su seno. En este senti-
do, la ética social no es otra cosa que la filosofía política, enten-
dida como una parte de la filosofía moral, o de la ética 1 L
El c o m p o n e n t e institucional de la ética económica men-
cionado anteriormente hace parte, a su vez, de la ética social.
Es aquella parte que trata de las instituciones que regulan di-

9
Ibid., pp. 5-6.
10
La concepción, fuertemente ideológica, de una economía que escapa al control
social ha sido severamente criticada por Fierre Bourdieu, entre otros. Véase, por ejem-
plo, su libro Les structures sociales de l'économie. Paris, Editions du Seuil, 2000.
11
Ch. Ansperger y Ph. van Parijs, op. cit.
SOBRE LA IDEA MISMA DE «JUSTICIA SOCIAL»

recta o indirectamente el intercambio y la producción de bie-


nes y servicios. En cuanto al c o m p o n e n t e individual, no hace
parte propiamente de la ética social sino de la ética sin más,
j u n t o con lo que se llama la «deontología profesional».
La cuestión de lajusticia social encuentra su lugar dentro
de este marco disciplinario. Ella es tratada por lo que p u e d e
llamarse u n a teoría de lajusticia social, la cual sería u n subcon-
j u n t o de la ética económica y social. Podemos entenderla co-
m o el conjunto de los principios que rigen la definición y la
repartición equitativa de derechos y deberes entre los miem-
bros de la sociedad. Su foco de atención se concentra sobre
las instituciones sociales más que sobre los comportamientos
individuales, y muy particularmente sobre un rasgo específico,
entre otros, de estas instituciones: su carácter justo, en contras-
te con, por ejemplo su aptitud para favorecer el crecimiento
o la convivencia pacífica 12 .
Nótese que en este enfoque el concepto de justicia social
es el concepto privilegiado y no, por ejemplo, u n concepto so-
bre lo que es u n a sociedad buena o lo que sería u n comporta-
miento ético por parte de individuos o instituciones. La razón
es que si bien cada persona o grupo de personas tiene el dere-
cho de determinar lo que para ellos es importante en sus vidas,
ello sólo p u e d e hacerse efectivo en el marco de unas condicio-
nes institucionales que hagan compatibles todas estas opciones
de vida individuales; esto, a su vez, es algo que hay que deter-
minar colectivamente y que debe poseer como rasgo princi-
pal, para p o d e r ser aceptado por todos, el que sea justo. Creo
que esta observación da u n a pista importante para enfrentar
el reto conceptual planteado por las consideraciones de Ha-
yek.
Por otra parte, el hecho mismo de que tales instituciones
deban poder apreciarse como equitativas por personas que tie-

12
Und.

176
I CAN JOSÉ BOTERO

nen concepciones muy diversas sobre la vida buena, y por con-


siguiente tengan que podérsele justificar a cada quien, fija unas
condiciones bastante precisas sobre las cuales p u e d e apoyarse
la argumentación acerca del contenido de la idea misma de
justicia social.

CONCLUSIONES

Creo que de todo lo dicho se p u e d e n extraer las siguien-


tes conclusiones provisionales:

1. La argumentación más radical en contra de la justicia so-


cial es la de Hayek, pues se o p o n e a la idea misma de jus-
ticia social, a la cual califica de u n «espejismo», en el me-
j o r de los casos. Ahora bien, como hemos visto, de algún
modo el mismo Hayek parte de una idea de sociedad jus-
ta, la cual comparte con la corriente libertarista: una so-
ciedad justa sería ante todo una sociedad dotada de u n
marco legal y de un conjunto de normas sociales suscep-
tibles de garantizar comportamientos libres y de permi-
tir su coordinación espontánea. Estas reglas y normas son
esencialmente las de u n régimen liberal que promueva
u n mercado mínimamente reglamentado. Por otra par-
te, tales reglas emergen como resultado de u n proceso
de evolución por el cual el sistema social selecciona los
marcos reglamentarios más apropiados, que en este ca-
so son aquellos más susceptibles de garantizar la maximi-
zación del bienestar global. Así, Hayek, lejos de demos-
trar el sinsentido del concepto mismo de justicia social,
parece p r o p o n e r unajustificación en últimas utilitarista
de las reglas de la organización social que emergen de
procesos evolutivos espontáneos. Y, p o r otra parte, ofre-
ce u n a visión libertarista de la sociedad y de su organiza-
ción económica, en la cual el mercado es el mecanismo

177
SOBRE LA IDEA MISMA DE «JUSTICIA SOCIAL»

que asegura a la vez la protección de la libertad indivi-


dual y la diseminación óptima de la información privada.
Esta conjunción d e utilitarismo y libertarismo, a su vez,
se da en el marco de u n a visión puramente procedimen-
tal d e lajusticia.
2. El ámbito que parece el más apropiado y el más fructí-
fero para abordar el tema de lajusticia social es el de la
ética económica y social, tal como lo he caracterizado. La
visión de lo que es u n a sociedad justa en la perspectiva
de Hayek no se apoya en ningún concepto ético explíci-
to, a no ser el de libertad individual. Pero la justificación
última de su principio «a cada quien según el beneficio
que les procure a los demás» parece radicar más en u n a
concepción evolucionista naturalista de la naturaleza hu-
mana y de las configuraciones sociales que en u n a refle-
xión ética. De hecho, tal concepción está expuesta en al-
gunas de sus obras, que no he mencionado en esta ex-
posición. Lo cierto es que esta posición resulta bastante
inestable, pues parece apoyarse en u n a confusión entre
juicios éticos, o de valor, yjuicios científicos, o de hechos.
3. La estrategia que me parece más p r o m e t e d o r a para tra-
tar la cuestión de lajusticia social, en el marco de una éti-
ca económica y social, es la búsqueda de lo que Rawls lla-
m ó equilibrio reflexivo. Esta estrategia nos permite a la vez
tener en cuenta el carácter pluralista de nuestras socie-
dades con relación a las concepciones de la vida buena,
y no obstante lograr juicios éticos revestidos de toda la
autoridad que se supone deben tener, es decir, evitar la
trampa del relativismo.
4. Avanzo, como provocación, la siguiente conclusión 1 3 : la
concepción hayekiana, así como la libertarista, se precian

'•' Esta conclusión es en realidad un apretado resumen de argumentaciones de Ph.


van Paiájs. Véase, por ejemplo, Real Freedom. jor All, Oxford, Clarendon Press, 199;}.

l78
JUAN (OSÉ BOTERO

de n o aceptar ningún principio de justicia, excepto el de


la plena libertad individual para todos. Ninguno, pues,
que sea de naturaleza distributiva y que signifique inter-
ferir con el libre j u e g o de las libertades individuales en
el mercado. Creo que, en efecto, cualquier principio de
organización de una sociedad justa debe tener como ba-
se algo similar a este principio de libertad. Pero no es po-
sible que sea el único, y eso por razones que tienen que
ver con el principio mismo. Pues la libertad individual,
tal como ellos la caracterizan, se concibe como el dere-
cho de propiedad sobre u n o mismo y sobre los bienes ad-
quiridos en transacciones voluntarias cuya legitimidad
n o pueda ser cuestionada. Ahora bien, todos estos bie-
nes en última instancia se p u e d e n reducir a los recursos
naturales. ¿Y quién es el propietario original de éstos? Es
razonable pensar que originalmente sean propiedad co-
lectiva de toda la humanidad. Pero entonces, el princi-
jiio de libertad queda reducido a la libertad de disponer
del propio cuerpo. ¿Yqué queda de la libertad individual
cuando se la reduce a esto? Hayek o cualquier libertaris-
ta tendría que oponerse a la idea de la propiedad colecti-
va de los recursos naturales a r g u m e n t a n d o que aceptar
tal idea niega de hecho la libertad. Pero para ello tendría
a su vez que a b a n d o n a r sus argumentos basados en la
idea de libertad como propiedad de sí mismo en favor de
argumentos basados en la idea de libertad como, además
de lo anterior, acceso a bienes, o recursos, externos. Ten-
dría que argumentar, en síntesis, no en términos de li-
bertad formal, sino en términos de libertad real, es de-
cir, libertad n o solamente formal de querer hacer lo que
le parezca con su vida sino también de disponer de los
medios para llevar a cabo su propio ideal de vida buena.
ZVhora bien, este criterio lo llevaría a tener que formular
un principio de justicia social, y este principio no podría

!79
SOBRE LA IDEA MISMA DE «JUSTICIA SOCIAL»

dejar de mencionar el acceso a las ventajas socioeconó-


micas que hacen posible la realización del ideal de vida
b u e n a de cada quien. En síntesis, el criterio de acceso a
bienes exteriores que sirve como fundamento para re-
chazar, en n o m b r e del ejercicio de la libertad individual,
u n a concepción colectivista de la estructura fundamen-
tal de los derechos de propiedad, tendrá que ser tam-
bién el criterio para seleccionar el principio de justicia,
y éste tendrá que ser por fuerza u n o que maximice la li-
bertad real, y n o solamente formal, de todos. Con otras
palabras, u n principio de justicia distributiva que maxi-
mice, para quienes tienen menos, las ventajas socioeco-
nómicas que se requieren para realizar nuestros proyec-
tos personales de vida, cualesquiera que sean 1 4 .
5. No quiero terminar sin esbozar, así sea muy brevemente,
u n a conclusión relativa al hecho en apariencia «sorpren-
dente» que mencioné al comenzar esta exposición. Si es
verdad que entre el Estado colombiano y las fuerzas in-
surgentes con quienes éste adelanta un «proceso de paz»
existe un conflicto cuya legitimidad, a los ojos de la po-
blación, se relaciona con la concepción de «justicia so-
cial» que tiene cada u n a de las partes, entonces no es
completamente verdadero que ambas compartan «los
mismos ideales». Pero tampoco es completamente falso
que así sea. El h e c h o d e que la idea misma de «justicia
social» tenga un sentido para ambas constituye de entra-
da un p u n t o de acuerdo a partir del cual es posible con-
versar. Sin duda, la conversación será estéril si con ella
se pretende llevar ci acuerdo hasta la configuración de
un «modelo de sociedad» o algo por el estilo, además de
que tal resultado sería difícilmente legitimable a la luz

14
El principio d e justicia social c o m o m á x i m u m d e libertad real es la tesis principal
de Ph. van Parijs en Real Freedom for All op. cit.

180
JUAN [OSÉ BOTERO

de jíarámetros democráticos. Lo que en cambio sí pare-


ce alcanzable es un consenso alrededor de un principio
general de justicia que n o hipoteque el ámbito natural
de la confrontación y el debate políticos relativos a la for-
ma concreta de las instituciones encargadas de hacerlo
efectivo. D a n d o por sentado que ambas partes (las cua-
les, supuestamente, representan a su manera las diver-
sas tendencias c «intereses» de la sociedad colombiana)
sostienen sus propias concepciones de lo que es una s o
ciedad justa, su formulación explícita en forma de un
principio general de justicia debería ser el p u n t o de par-
tida obligado. Al fin y al cabo, cada parte se siente segura
de sus posiciones y soportes conceptuales. La discusión
de este principio, en rni opinión, debería entenderse co-
mo la búsqueda de un «equilibrio reflexivo», el cual, me
atrevo a vaticinar, conduciría a un acuerdo que no esta-
ría muy lejos del «máximum de libertad real para todos»
al que me acabo de referir. La verdadera negociación,
entonces, el ámbito de la política propiamente dicha, p o
dría comenzar.

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