Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Salud Mental y Orden Público-Jacques Alain Miller
Salud Mental y Orden Público-Jacques Alain Miller
La salud mental, tema de estas Jornadas, no tiene más definición que la del orden público; es
ésta entonces la que les propongo para sintetizar lo que parecen ser las sospechas, incluso, el
desdén manifiesto, expresado durante estas jornadas, hacia el concepto de salud mental desde le
punto de vista psicoanalítico. La salud mental, por tanto, definida según el orden público. Y, en
efecto, me parece que no hay criterio más evidente de la pérdida de la salud mental que la que
se pone de manifiesto en la perturbación de ese orden.
Podemos ver así, por ejemplo, que en el campo, cuando no había calles y menos
aún coches, los estándares de la salud mental eran mucho más relajados que hoy, en las
ciudades, donde hay una circulación automovilística intensa. Y cuanto más intensa, más
exigente es la salud mental. No sé si esto tendría comprobación estadística, es un tema que
podríamos proponer a nuestros amigos científicos: la correlación entre los estándares de la
salud mental y el estado de la circulación de los coches.
Se sabe también que hay quienes ya no vuelven a salir de su casa. Pero eso molesta
también al orden público en el ámbito de la familia. Puede ser un signo importante que un
adolescente, por ejemplo, se quede encerrado en su habitación. Eso puede hacer sospechar algo
desde el punto de vista de la salud mental. Y si no tiene familia, una persona que nunca sale a la
calle molesta a la portera –impotante personaje de la vida ciudadana-. Todo el mundo sabe que
hay que tener buenas relaciones con la portera. Es una broma, pero es verdad que con la salud
mental se trata siempre del uso, del buen uso de la fuerza.
Los trabajadores de la salud mental son quienes deciden si alguien puede circular
entre los demás, por la calle, en su país, entre los países, o si, por el contrario, no puede salir de
su casa, o si sólo puede salir para ir al Hospital de Día, o si no puede salir del Hospital
Psiquiátrico. Y ya sólo queda por decidir si ha de estar atado porque, en algunos casos, la
peligrosidad es rebelde a la medicación.
Y aquí podemos corregir nuestra primera equivalencia para decir que la salud
mental es parte del conjunto del orden público, una subcategoría. Por ejemplo, se puede notar
que la neurosis obsesiva es perfectamente compatible con él. Hasta el punto incluso de que
podríamos preguntarnos si los inventores del orden público no fueron neuróticos obsesivos. Un
juez que piensa todo el tiempo en el acto sexual no por ello deja de actuar como juez. Puede
judicar perfectamente y, mientras tanto, no tener otra cosa, en su pensamiento, que obsesiones
sexuales. También la paranoia, a veces, es perfectamente compatible con el orden público, más
en unas profesiones que en otras. Sólo a un paranoico he oído decir, en mi consultorio, que
estaba en perfecta salud mental. No sé si por eso podría decirlo alguien que no fuera paranoico.
Creo entonces que, en este punto, podemos tomar ya una posición unívoca al
respecto de la relación entre el psicoanálisis y la salud mental: el psicoanalista, como tal, no es
un trabajador de la salud mental y quizás sea ése, precisamente, el secreto del psicoanálisis. A
pesar de lo que se pueda pensar y decir para justificar ese papel en términos de utilidad social, el
secreto del psicoanálisis es que no se trata de salud mental. El psicoanalista no puede prometer,
no puede dar, la salud mental. Sólo puede dar la salud: saludar al paciente que viene al
consultorio. Además, cuando funciona bien, es él quien se queda ahí encerado como si se
retirara a sí mismo de la circulación.
En el psicoanálisis tiene mucha importancia saludar bien. Se dice, por ejemplo, que
en su última época, la sesión lacaniana se reducía a un saludo. Quizás el saludo analítico sea lo
esencial. Podríamos entonces oponerlo a la salud mental. Lo he visto recientemente porque
alguien, a quien no había saludado bien, me pidió un análisis muy poco tiempo después. Se trata
de que el saludo incide en la propia práctica sin que se pueda anticipar el resultado
inmediatamente.
En eso radica la diferencia entre ambos. Y en eso se puede interrogar la utilidad del
psicoanálisis porque, desde el punto de vista del orden público según se dice, la gente que se
analiza tiene buena salud. La diferencia y, quizás, la paradoja desde ese punto de vista, es que el
psicoanálisis es un tratamiento que se dirige al sujeto de derecho como tal, al sujeto de pleno
derecho. Es decir que nuestro trabajo se dirige a enfermedades mentales –si quieren llamarlas
así- en las que hay un sujeto de pleno derecho. Un sujeto que responde de lo que hace y de lo
que dice hasta el punto de saber que, si no puede hacerlo, las cosas no van bien. No le parece
que sea una tontería decir y hace cosas de las que no puede responder. Quienes se introducen en
la enseñanza de Lacan pueden situar el término de sujeto a partir de esa dimensión de respuesta,
de capacidad de respuesta. El sujeto de derecho tomado así, en la vertiente de la respuesta, es el
sujeto de la enunciación, como decimos utilizando un término lingüístico. Es el sujeto que
responde de su enunciado, para lo cual es necesario no confundirse con él.
Y ése es el fundamento del lazo social y lo que Freud inventó: el punto de vista
psicoanalítico sobre la sociedad. Freud no definió la sociedad por la salud mental sino a partir
de un mito y no cualquiera: el de un crimen primordial en el origen de la ley. Es el mito que
dice “todos culpables”. Es la respuesta mítica al “yo me siento responsable de no sé qué”, la
respuesta de la muerte del padre.
“No hay que retroceder frente a la psicosis” es una frase de Lacan que se repite por
todas partes, en Brasil como en Europa o en Canadá. No hay que retroceder pero con
excepciones. Podríamos discutirlo a propósito del análisis de los paranoicos, por ejemplo,
porque presentan dificultades técnicas que son difíciles de superar. El paranoico, precisamente,
está en la posición subjetiva del acusante y no del acusado. Lo que llamamos un paranoico está
en esa posición subjetiva, perseguido pero por culpa de los otros; y los perversos, quienes
enuncian comportamientos que, según la clasificación psiquiátrica, se llaman perversos, eluden
esa misma definición. Un verdadero perverso no vine a pedir un análisis y si por error lo hace se
va.
Esta perspectiva que les propongo permite localizar la articulación entre pulsión y
deseo; la pulsión como mito freudiano y el deseo, tal como nosotros lo vemos, como un mito
lacaniano. Y cómo se diferencian si no es en que hablamos de pulsión cuando el sujeto se queja
de no poder defenderse y de deseo cuando el sujeto se queja de no poder defenderse demasiado
bien. La diferencia está precisamente, en la defensa. En el deseo es interna a la propia dinámica
en tanto que desear y rechazar el deseo están vinculados, se hacen en el mismo movimiento.
Hablamos de pulsión, al contrario, cuando la función subjetiva en incapaz de introducir la
defensa.
Así, para continuar en esa línea, se necesita que el analista, por su propia salud
mental, haya sido curado del sentimiento de culpa. Es peligroso, de otro modo, dirigirse a un
analista. Y eso podría contestar a la pregunta de ayer sobre la formación. La formación de los
analistas podría resumirse en curarlos del sentimiento de culpa.
La verdad es que se trata de un cheque tal que, para cobrarlo, no hay en el horizonte
otra solución que ocupar el lugar del analista, es decir, transformarse en cajero. Los analistas
son, según eso, los desesperados del cheque al portador, quienes han abandonado la idea de
cobrarlo con el resultado paradójico de que tienen la bolsa vacía.
La verdad es que se trata de un cheque tal que, para cobrarlo, no hay en el horizonte
otra solución que ocupar el lugar del analista, es decir, transformarse en cajero. Los analistas
son, según eso, los desesperados del cheque al portador, quienes han abandonado la idea de
cobrarlo con el resultado paradójico de que tienen la bolsa llena.
Los animales tienen también una mente que completa necesariamente lo físico del
ser viviente. Esa mente,-ver pensar, recordar-les permite vivir en su ambiente. De manera que lo
mental es un órgano necesario para la adecuación de lo físico al mundo. Sabemos mucho más
ahora sobre la mente como órgano porque la bioquímica del cerebro se ha desarrollado y,
además, el conductismo permite comprobar que, en las ratas y las palomas –como decía alguien
en las jornadas-, lo mental es un órgano útil para la vida, guía de vida. Barata es parte de un
todo, por lo que Lacan puede decir que el organismo va mucho más allá de los límites del
cuerpo individual. El organismo es el propio organismo, con el lado mental y físico, más de su
mundo.
¿Podríamos pensar un ser vivo sin mental? Sería un ser viviente que se podría guiar
sobre el puro real. Y es, en cierto sentido, lo que Freud nos presenta con la libido. Con el mito
construido por Lacan, a propósito de la libido freudiana, se trata de un ser vivo sin aparato
sensorial que precisamente no conoce nada da la dimensión del mundo y que es del orden del
puro real. Y en ese sentido, se puede decir que, con el nombre lacaniano de goce, se trata de
algo que no quiere saber nada. Es ésa también la cuestión en la pulsión, que no quiere saber
nada. Podemos, con esto, establecer la conexión con el tema del año que viene en Granada:
¿Qué se busca en el saber? La libido mítica, mitificada por Lacan, no quiere saber nada.
El animal, como tiene una mente, no se dirige sobre el puro real sino que hace de él
una realidad. La diferencia entre lo real y la realidad es la interposición de lo mental. Se puede,
de esta manera, describir perfectamente el mundo de la mosca. Precisamente Lacan cita una
descripción en la que le dan ganas de ser una porque se ve, en ella, que la mosca tiene una
perfecta salud mental en tanto que la definimos como la armonía, el equilibrio, del Inmwelt y el
Unmwelt.
Pero, para el hombre, el mundo está tomado por lo social. Hay que decir que el
lenguaje perturba fundamentalmente la adecuación del Inmwelt y el Unmwelt, es decir que la
enfermedad mental está en nosotros desde el principio. Entonces nuestro modelo de salud
mental no es el del animal. En nuestro ambiente actual el ejemplo de la salud mental sería más
bien la máquina. Por eso se puede decir que alguien “tiene los cables cruzados”. Es decir que
nuestro ambiente no tiene nada de natural sino que está estructurado por el lenguaje repleto de
derechos y deberes. Freud ya indicó que nuestra mente está perturbada por el narcisismo que
constituye un obstáculo, la consecuencia misma de esa perturbación sobre lo mental.
Conocemos su papel en la inhibición, por ejemplo.
Así definida, la salud mental no puede servirnos, como tal de criterio en la práctica
analítica.
Esto será mi clausura.
DEBATE
P.: Querría pedirle que aclarara, por favor, la relación que ha establecido entre la
reivindicación y sentimiento de culpa que Ud. ha hecho equivaler en un momento y que además
tendrían que ver con posiciones clínicas con respecto a la culpa y a la falta.
P.: A propósito de lo que dijo sobre el perverso, que va a ver al analista porque no
se puede disculpar o porque se disculpa de lo que no se puede disculpar o porque se disculpa de
lo que no puede dejar de hacer. ¿Viene a disculparse o viene a que lo disculpen? La posición
que el perverso plantea es problemática por la disculpa que, a mí entender, estaría pidiendo.
P.: Ud afirmó, de una manera muy bonita, que la paranoia es compatible con el
orden público lo que modificaría, según me parece, el tratamiento posible de la psicosis.
También que el paranoico puede decir que tiene un perfecto estado de salud mental lo que
supondría la existencia de lo mental en lo psicótico. Otra paradoja que se me plantea es, si por el
hecho mismo de la castración, se puede decir que el psicótico es el hombre libre de ese cheque
al portador al mismo tiempo que es un sujeto dividido por el lenguaje –porque el psicótico
habla.
J-A. Miller: He hablado del paranoico precisamente porque es, en la psicosis, quien
se presenta como sujeto de pleno derecho. Es decir, que se presenta para pedir justicia o para
hacerla. En ese sentido es creador de orden público, inventor de nuevos órdenes. La paranoia
permite una conexión muy estrecha con el problema del lazo social y del semejante; hay muchas
cosas en la cultura que debemos a grandes paranoicos. Y el paranoico es hasta tal punto sujeto
de derecho que parece salirse del análisis. Es además un derecho sin culpa.
P.: Me gustó la metáfora de la casa. Y en una casa donde hay una portera que juzga
la salud mental, hay también varios inquilinos. Y puede entenderse que hablen el mismo
lenguaje y que, quizás, haya un malentendido en el sentido de que, a la hora de la práctica, las
buenas relaciones con la portera, crean la confusión imaginaria. Quizás haya ahí unos límites
por marcar entre la teoría y la práctica, por la confusión entre la práctica y el exceso de saber.
¿No es el motivo de esas jornadas?
J-A. Miller: Puede haber además otros varios motivos y también el deseo de
discutir con otros practicantes para quienes la salud palabra salud metal tiene el proceso de
nombrar el lugar donde trabajan.
Hay muchas prácticas ahora que se pueden llamar de salud mental en tanto que se
dirigen a la armonía de lo mental y lo físico. En razón de su propia estructura, el psicoanálisis
no está en esa categoría porque agrega a ello el pensamiento. Es decir agrega el pensamiento
inconsciente que no es de lo mental ni de lo físico pero que tiene la eficacia de desordenarlos.
Es verdad que, en ese sentido, Lacan y Freud están en la misma línea de los filósofos y los
escritores del s. XIX que propiciaron el psicoanálisis por haber revelado que el hombre, como
tal, es un enfermo. Es una generalización, pero esta frase se encuentra tanto en Hegel como en
Nietzsche y forma parte de todo lo que prepara y acompaña el descubrimiento freudiano. Eso
ha permitido al psicoanálisis tomar su orientación porque si es así, si es un animal enfermo, es
nuestra tarea curarlo. Como he dicho, en los EE. UU no tienen ninguna dificultad para incluir al
psicoanálisis dentro de las prácticas de la salud mental. Nosotros tenemos una posición no
simple de exclusión sino de compleja dialéctica con la salud mental. Pero es cierto que, en la
práctica, no es optativa, no permite una discriminación más allá de la de si se puede o no cruzar
la calle con un niño.