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La traducción es mía.
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Por supuesto, para que estas citas sean atinentes debemos sostener, como sostie-
nen Kant y Rousseau, la existencia de un vínculo entre las nociones de libertad y au-
tonomía. La autonomía es una de las formas de la libertad.
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Ver, por ejemplo, M. B. E. Smith, 1973: 950-976; Raz, 1986, especialmente el
c. 4; 1979, especialmente el c. 12; y 2001, especialmente el c. 15; Simmons, 1979;
Caracciolo, 1997: 159-178; 2000: 37-44, y particularmente 1998: 6; Gans, 1992;
Greenwalt, 1987; Wolff, 1970.
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Para un análisis de la relación entre autoridad legítima y obligación (general) de
obedecer el derecho puede verse Edmundson, 2004: 215-259.
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Para un análisis de las diversas doctrinas anarquistas, (a priori vs. a posteriori;
basado en el valor de la autonomía, la comunidad o la equidad; filosófico o político,
etcétera) ver Simmons, 2001: 102-121.
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Ver Wolff, 1970: 71-72.
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Ver Wolff, 1970: 18-19, 70.
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Al respecto puede verse Nino, 1970: 370. También Bayón, 1991: 604.
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«No one has brought out the problematic aspect of authority better than Robert
Paul Wolff in his In Defense of Anarchy […] Wolff insight was to see that the pro-
blem is not in the right to rule directly, but in the duty to obey the ruler which it
brings in its wake. The duty to obey conveys an abdication of autonomy, that is, of
the right and the duty to be responsible for one’s action and to conduct oneself in the
best light of reason. If there is an authority which is legitimate, then its subjects are
duty bound to obey it whether they agree with it or not. Such a duty is inconsistent
with autonomy, with the right and the duty to act responsibly, in the light of reason.
Hence, Wolff’s denial of the moral possibility of legitimate authority. This is the cha-
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2. Autoridad
Conceptos básicos
llenge of philosophical anarchism» (Raz, 1990: 4). «[...] the principle of autonomy
entails action on one’s own judgment on all moral questions. Since authority some-
times requires action against one’s own judgment, it requires abandoning one’s mo-
ral autonomy» (Raz, 1979: 3). En el mismo sentido Bayón, 1991: 618-619.
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En contra, Ripstein, 2004.
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En la página 27 especificaré dos modos de concebir la idea de cambio de las ra-
zones para la acción y, por lo tanto, dos modos de concebir la tesis de la diferencia.
Aquí sólo me importa destacar que hay concepciones de la autoridad que no conci-
ben el derecho a mandar como la capacidad de realizar un cambio normativo o una
diferencia práctica relevante en el razonamiento categórico-práctico de los sujetos
normativos. Entre las más discutidas están la concepción de la autoridad como coer-
ción justificada ver Ladenson, 1980, y para la concepción de la autoridad práctica
como autoridad teórica sobre cuestiones prácticas, ver Hurd, 1991. No me detendré
en su estudio por razones de espacio y porque sin duda la concepción estándar es la
de la diferencia práctica.
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Lo agregado entre paréntesis es mío.
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Si bien la formula raziana está expuesta en términos de razones, estas razones
son específicamente deberes, esto es, razones categóricas (para una definición equi-
valente pero en términos de deberes ver Raz, 1986: 23). Por ello también vale afir-
mar que x tiene autoridad sobre y si de su directiva «y debe hacer φ» se sigue o re-
sulta que y debe hacer φ. Más adelante presentaré el particular modo raziano de dar
cuenta de la idea de deberes provenientes de mandatos en términos de razones pro-
tegidas (Raz, Razón 1991: 238) o de razones excluyentes (Raz, 1986: 41-42). Aquí
sólo me importa subrayar que la definición raziana destaca que «[…] What one
ought to do depends on who has authority in a non-relativized sense. That a person
has authority according to some system of rules is, in itself, of no practical relevan-
ce. Just as one can draw no conclusions as to what ought to be done from the fact
that according to a certain person authority is vested in Parliament, so one cannot
draw any such conclusions from the mere fact that according to some rules authority
is vested in Parliament» (Raz, 1979: 10). En otras palabras, afirmar autoridad es una
forma de desrelativizar los enunciados relativizados de razón. Cuando tenemos una
teoría de la autoridad legítima y además resulta verdadera la afirmación contingente
«el sistema normativo x que establece que φ es debido goza de autoridad legítima»,
entonces podemos pasar de «jurídicamente o desde el punto de vista del sistema nor-
mativo x, φ es debido» a «φ es debido». Sólo este último tipo de enunciados tienen
derecho a intervenir en nuestro razonamiento práctico.
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Los deberes categóricos son un tipo de razón para la acción no condicionada a
la existencia en el agente de un deseo o un interés de realizar la acción en cuestión.
Para alterar nuestro cálculo instrumental o prudencial, i.e. nuestros razonamientos
hipotético-prácticos, no se requiere autoridad.
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Dos precisiones. Primero, por cierto que una autoridad puede dar un mandato
particular (del tipo «haga x») a una persona concreta y generar así un deber específi-
co, quizás un deber final, para esa persona. No pretendo analizar aquí este tipo de ca-
sos ya que los más importantes son los que pretenden crear normas generales y abs-
tractas. En segundo lugar, no pretendo desconocer los esfuerzos por entender el
funcionamiento de la autoridad en términos de modificación o especificación de la
premisa fáctica (o la razón auxiliar en términos de Raz). Al respecto ver por ejemplo
Carlos Nino, 1994: 122. Juan Carlos Bayón (Bayón, 1991: 605, y 646, de donde se
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cita) también se refiere a esta posibilidad al afirmar que «[…] no es radicalmente des-
cartable que en algunos ámbitos o materias […] un agente entienda que puede tener
razones para hacer lo que una autoridad política le ordena precisamente sobre la base
de que ésta posee un conocimiento más fiable que el suyo propio de hechos relevan-
tes para determinar qué es lo que exige el balance de razones subyacentes que él
acepta…». El análisis lleva a Bayón a sostener que el mayor conocimiento de hechos
relevantes para la determinación de la situación normativa concreta sólo puede justi-
ficar autoridades teóricas. Como considera que éste es el modo adecuado de dar
cuenta de las directivas autoritarias descarta la capacidad de las autoridades de gene-
rar una diferencia práctica (p. 652). En el último capítulo evaluaremos la posibilidad
de fundar autoridades prácticas sobre la base de la capacidad de modificar las razones
auxiliares. Por el momento basta destacar que semejante posibilidad no es del todo
implausible (la premisa fáctica del argumento). Pensemos en la autoridad judicial. A
la autoridad judicial la premisa normativa le viene dada por el orden normativo. Pro-
blemas de interpretación normativa aparte, la autoridad judicial tiene principalmente
potestad para fijar autoritativamente los hechos que se tendrán por ciertos en el juicio
la premisa fáctica del argumento, y para derivar la solución del caso a partir de las
premisas. Y, por cierto, es plausible entender la sentencia, en su parte resolutoria,
como una nueva razón para las partes, independiente o excluyente de las razones que
la fundan. Si entendemos que los jueces hacen alguna diferencia en el razonamiento
práctico de las personas sometidas a su competencia, i.e. si entendemos que son una
autoridad, un modo plausible de analizarla es en términos de una potestad para fijar
autoritativamente las premisas fácticas o las razones auxiliares que se tendrán por
ciertas. Por último, si es plausible, tal como pretende Raz (1986: 42-46) utilizar el
modelo de la autoridad judicial para el análisis de la autoridad legislativa, entonces
es plausible analizar la autoridad legislativa en términos de razones auxiliares. Y ello
sin abandonar la tesis de la diferencia.
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Por «deber final» entiendo el que es conclusión de un razonamiento práctico,
aquello que el agente debe hacer una vez que todas las cosas han sido adecuadamen-
te consideradas; el deber que, por lo tanto, antecede a la acción.
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Para una concepción de la autoridad como generadora de razones prima facie
ver Reiman, 1972. Para la distinción entre razones prima facie y razones pro tanto,
ver Redondo, 1998 y Gaido, 2006: 9-10.
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Por cierto, la frase de Hobbes puede interpretarse en sentido conceptual, expli-
cativo o justificatorio. Aquí la uso en el segundo. Al presentar la teoría voluntarista
de la justificación podría utilizarla en sentido justificatorio. Otra concepción volun-
tarista de la naturaleza de los mandatos es la encerrada en la idea hartiana de razón
perentoria. Al respecto, ver Hart, 1982: 253.
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«Las directivas autoritativas son dictadas por razones que se cree las justifican.
Típicamente son razones que muestran que el acto prescripto es un acto que quienes
están sujetos a la autoridad tienen buena razón para realizar…» (Raz,1991: 239).
Cabe observar respecto de esta cita de Raz la misma ambigüedad observada respec-
to de la anterior cita de Hobbes. Esto no es más que un reflejo de la relación aquí
postulada entre tesis relativas a la explicación del contenido de los mandatos y tesis
relativas a su justificación (o en general a la justificación de la autoridad).
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No debe confundirse la idea bajo análisis con la concepción de la autoridad
práctica como autoridad teórica sobre cuestiones prácticas. Para ésta última los
enunciados autoritativos no pretenden cambiar sino meramente identificar la situa-
ción normativa, situación que sus directivas no alteran ni pretenden alterar. En cam-
bio, para la concepción racionalista o epistémica de la autoridad dentro de la tesis de la
diferencia práctica, la creencia de la autoridad reflejada en sus directivas puede cambiar,
de algún modo aún por especificar, las razones para la acción del sujeto normativo.
En otras palabras, una vez inserta en un mandato, la creencia del mandante sobre las
razones independientes del mandato autoritativo que tienen los sujetos normativos,
puede funcionar (o pretender funcionar) como una razón para la creencia sobre qué
razones para la acción hay (sin pretender cambiar estas razones) o como una nueva
razón para la acción. Aquí sólo se está exponiendo la segunda concepción. Bien puede
ser que tras el análisis nos veamos obligados a abandonar la idea de que la autoridad
práctica puede entenderse como la capacidad, fundada sobre bases epistémicas, de
hacer una diferencia práctica. De todos modos aquí no pretendo defender su viabili-
dad sino meramente su presencia en el debate contemporáneo. De hecho, a mi juicio
un caso claro de una teoría epistémica de la autoridad dentro de la tesis de la diferencia
práctica es la concepción de la autoridad como servicio de Raz. Quien considera que
uno de los principales servicios que puede prestar una autoridad práctica y que la le-
gitiman como tal es un servicio epistémico (ver Raz, 1990: 6; 1986: 75). Entiende
que la autoridad debe reflejar en sus mandatos las razones subyacentes de los sujetos
normativos, aquellas razones para la acción que los agentes tienen con independencia
del mandato de la autoridad (Raz, 1986: 47). En tanto que la autoridad conoce mejor
esas razones (sus creencias al respecto tienen más probabilidad de ser verdaderas y
estar justificadas), los individuos deben seguir una estrategia indirecta, guiando su
acción por los mandatos de la autoridad con el fin de aumentar su grado de confor-
midad con dichas razones subyacentes. Ahora bien, como los mandatos permitirán
aumentar la conformidad con las razones subyacentes sólo a condición de que los
agentes se abstengan de evaluarlas por su cuenta, los mandatos conforman lo que
Raz llama razones excluyentes (Raz, 1986: 46-48 y 75). Dichas razones hacen una
diferencia en el razonamiento práctico del sujeto normativo. Para Raz entonces la
autoridad práctica es a la vez una autoridad epistémica y una autoridad capaz de ha-
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cer una diferencia práctica. Y tiene capacidad de hacer esta diferencia porque es au-
toridad epistémica. Para afirmaciones explícitas en este sentido ver Raz, 1986: 48,
59-60.
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Ciertamente no es claro si una teoría como la que estoy describiendo puede
atribuirse con justicia a alguno de los contractualistas clásicos. En todo caso no es-
toy pensando en un filósofo específico sino en el sentido común que el contractualis-
mo generó en sus lectores. Así por ejemplo Hart: «…on Hobbes view, the Sovereign
in giving his commands which are law is exercising a right arising from the subject’s
contract». Hart, 1982: 253. Un claro ejemplo del pensamiento que tengo en mente lo
constituyen los anarquistas a posteriori. Para los anarquistas a posteriori no hay es-
tados legítimos porque no se da de hecho (y es altamente improbable que se dé) el
tipo de consentimiento universal que permitiría constituirlos como tales. Pero si se
diera ese consentimiento, si todos prometiéramos obediencia a una autoridad, enton-
ces ésta tendría derecho a mandar. Al respecto ver Simmons, 2001: 122-157.
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Por cierto, para una teoría contractualista como la que intento esbozar no tiene
demasiado sentido distinguir entre deberes morales y jurídicos. Al respecto ver
Wolff, 1973: 224.
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De aquí en más y por razones de simplicidad en la exposición cuando me refie-
ra al no cognitivismo antirrealista tendré en mente este tipo de teorías. Sin embargo
no creo que sea el único tipo de antirrealismo no cognitivista posible. Por ejemplo,
una teoría que conciba que la fuente de la moral es la voluntad divina es antirrealista
no cognitivista respecto de los mandatos divinos, i.e. Dios no manda lo que manda
porque es bueno con independencia de su voluntad sino que lo bueno es bueno por-
que Dios lo manda. Y, por cierto, en mi opinión una teoría moral semejante guarda-
ría el tipo de relación que aquí postulo con una teoría voluntarista de la justificación
de los mandatos autoritativos y con una teoría voluntarista de la explicación de su
contenido. Puede parecer que este no es el caso. Pues aún si lo que debemos hacer
está determinado por la voluntad de Dios bien puede resultar que haya alguien que
conozca mejor su voluntad. ¿No tendríamos, en ese caso, un deber de obedecer a esa
persona en tanto autoridad epistémica? Sin embargo esa persona no sería autoridad
a menos que Dios quisiera que funcione en tanto tal. Para decirlo en otras palabras,
supongamos que debemos hacer lo que Dios quiere. x sabe lo que Dios quiere. Pero
no forma parte de la voluntad de Dios que sigamos los mandatos de x. ¿Debemos
obedecer a x? A mi entender este no es el caso. Al menos yo, aun conociendo la vo-
luntad divina respecto del hacer de sus súbditos, me abstendría de pretender repre-
sentarlo sin su consentimiento. Igual prudencia me imagino mostrarían los súbditos,
bien que desde el lado de la obediencia, en semejante situación.
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Es cierto que este tipo de teorías parece suponer la existencia de un deber obje-
tivo de respetar las promesas. Dicho deber se derivaría de una exigencia de coheren-
cia inherente a nuestro carácter de agentes racionales. Parece que este es el mínimo
racionalismo posible, necesario para dar cuenta del carácter normativo de la voluntad.
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Por cierto, no se está afirmando aquí que para el realismo el mundo moral sea
completamente estático y que la voluntad de los agentes no pueda introducir ningu-
na modificación. Pero para los realistas, como señala Raz «Reasons precede the will.
Though the latter can, within limits, create reasons, it can do so only when there is a
non-will-based reason why it should» (Raz, 1986: 84). Para los antirrealistas la rela-
ción es la inversa: «Me parece que está fuera de duda la relevancia de los intereses
del agente para la justificación práctica. La relevancia de toda otra cosa, excepto en
la medida en que afecte los intereses del agente, me parece sumamente dudosa»
(Gauthier, 1989: 26).
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En el mismo sentido Bayón, 1991: 643.
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Una defensa de una autoridad práctica epistémicamente fundada que debe se-
guirse aún en caso de estar equivocada en el caso particular puede encontrarse en
Raz, 1986: 60-61.
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Para Raz (Raz, 1991: 44) una razón de primer orden es una razón para hacer o
dejar de hacer algo. Una razón de segundo orden es una razón para actuar por una ra-
zón o para abstenerse de actuar por una razón. Una razón excluyente es una razón de
segundo orden para abstenerse de actuar por una razón. En The Morality of Feedom
Raz caracterizaba las normas emanadas de mandatos como razones excluyentes
ver Raz, 1986: 60. En el poscriptum a la segunda edición de Razón Práctica y Nor-
mas (Raz, 1991: 238), Raz se rectifica y pasa a considerarlas como razones protegi-
das: «…una combinación sistemática de una razón para realizar el acto […] exigido
por la regla y una razón excluyente para no actuar por ciertas razones (en pro o en
contra de ese acto)». En contra de la posibilidad de cambio normativo a partir de una
concepción epistémica de la autoridad ver Bayón, 1991: 690, nota 632.
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3. Autonomía Moral
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Por ello dejo de lado el análisis de otras concepciones de la autonomía tales
como la idea de autonomía como ámbito privado y la idea de autonomía personal. La
primera refiere al espacio de libertad individual (libertad negativa en Berlín) donde
la autoridad no puede legislar legítimamente. Pero si se afirma la existencia de este
espacio de libertad individual es porque se concibe que hay un espacio, el ámbito pú-
blico, donde la autoridad sí puede legislar. Así entonces, este concepto de autonomía
no entra en contradicción con la idea de autoridad. Por su parte, la idea de autonomía
personal refiere a la capacidad de las personas de ser dueñas de sus propias vidas
(autopropiedad). Usualmente se entiende que una persona goza de autonomía perso-
nal si es libre de ser el tipo de persona que quiere ser. Pero como bien señala G.
Dworkin, es claro que alguien puede querer ser un buen ciudadano, i.e. una persona
obediente de las leyes. No hay entonces contradicción conceptual entre autonomía
personal y autoridad (al respecto ver Dworkin, 1988: 27-28). Para un análisis de las
diversas concepciones de la autonomía presentes en el debate contemporáneo, ver
Iosa, 2010: 55-72.
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Cuando afirma la tesis de la incompatibilidad conceptual (dejando por un mo-
mento de lado su oscilante uso de las dos concepciones de autonomía aquí expues-
tas) Wolff se está refiriendo a la segunda idea. Cuando actuamos porque la autoridad
ha requerido determinada acción lo que sucede es que dejamos de atender a nuestro
propio juicio moral. Sin embargo, a su entender, permanecemos moralmente respon-
sables pues seguimos teniendo el deber de atenderlo. Ver Wolff, 1970: 14.
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Aquí no pretendo dar cuenta de ese procedimiento pero es claro que debe ser
confiable y accesible para todos aquellos de quienes se predica la obligación de jui-
cio propio.
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La idea de presentar este problema en forma de dilema me fue sugerida por
Cristina Redondo.
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Kant, por ejemplo, afirma que todos tenemos igual acceso a la ley moral (F, 4:
391, 404, 411), y que, en tanto agentes racionales, tenemos la obligación de actuar
racionalmente, i.e. moralmente en el ámbito práctico (F 4:412). Para citar la Funda-
mentación de la Metafísica de las Costumbres ([1785] 2002) de Kant (abrevio F) uti-
lizo la numeración canónica de la Academia. Si además, tal como afirman Allen
Wood (Wood, 2008: 112) y Patrick Kain (2004: 266) la teoría moral kantiana debe
ser leída en clave realista, entonces reuniría los tres requisitos enunciados. Raz tam-
bién cuenta entre los realistas que consideran que, al menos prima facie, existe una
obligación de juicio propio. Su teoría de la autoridad es justamente un intento de ex-
posición de las condiciones bajo las cuales está justificado renunciar a juzgar por uno
mismo (respecto del resultado del balance de razones de primer orden).
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Ver Schneewind, 1998: 3.
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Ver también Wood, 2008: 106: «Kant’s ethical theory is grounded on the idea
that the moral law is binding on me only because it is regarded as preceding form my
own will».
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Hoy la mayoría de los intérpretes de Kant entienden que la autonomía es la
fuente de la normatividad categórica en general. Quienes, como Katrin Flikschuh
(ver Flikschuh, 2010: 51-70), niegan que este sea el caso y afirman por el contrario
que, según Kant, en el ámbito jurídico «autonomy as self-legislation is simply irre-
levant» (p. 53), entienden que Kant es un defensor del fraccionamiento del razona-
miento práctico. Consecuentemente intentan mostrar un fundamento distinto de la
autonomía (tal como la idea de libertad externa) para las obligaciones jurídicas. Por
mi parte no me comprometo aquí con ninguna de las posibles lecturas de Kant. Me
basta con mostrar las diferentes posibilidades.
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Allen Wood define el problema en los siguientes términos: «After all, a moral
law proceeding from my will seems by that fact to be a law valid only for me,
perhaps even a law whose content is subject to my whims and arbitrariness.
But that leads to a natural question: How can a law bind me at all if I am its
author, because that apparently puts me in a position to change or invalidate it
at my own discretion? (Wood, 2008: 107).
39
A. Wood, Autonomy as the Ground of Morality, disponible en <http://www.
stanford.edu/~allenw/webpapers/Autonomy.doc>.
40
La aparente inconsistencia interna del concepto kantiano de autonomía moral
es algo hoy ampliamente aceptado en los estudios sobre el tema. Al respecto ver Re-
ath, 1994: 435; Kain, 2004:264; Dworkin, 1988: 39; O’ Neill, 2015: 103 y ss.
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41
Al respecto, ver Wood, 2008: 110.
42
«Reflexiona sobre esto: lo que es piadoso ¿es aprobado por los dioses por ser
piadoso o es piadoso porque es aprobado por los dioses?», Platón. Eutifrón o de la
Piedad, en Platón, 1977: 344 (9e/10a). Igualmente podríamos preguntar del siguien-
te modo. Lo que aprobamos como correcto ¿lo aprobamos por ser independiente-
mente correcto o es correcto porque nosotros lo aprobamos?
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Reath, 2006: 164, nota 17.
44
Para la idea de ‘procedimiento imperativo categórico’ puede verse Rawls,
1993: 291-319.
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Se me podría objetar sin duda que no es necesariamente cierto que justificar so-
bre bases epistémicas la autoridad práctica requiera justificar la renuncia a la autono-
mía como juicio propio. El mismo Raz puede ser visto como alguien que justifica la
autoridad negando que esto implique renunciar a la autonomía. La cuestión se aclara
si distinguimos entre autonomía de primer orden (juicio propio sobre razones de pri-
mer orden, razones para hacer o no hacer algo) y autonomía de segundo orden (jui-
cio propio sobre todas las razones relevantes, incluyendo razones de segundo orden,
razones para tener en cuenta o dejar de tener en cuenta otras razones). Para Raz, y
creo que para cualquier cognitivista, la justificación de la autoridad requiere necesa-
riamente la justificación de la renuncia a la autonomía de primer orden. La autoridad
no requiere, en cambio, renuncia a la autonomía de segundo orden. Al respecto, ver
Raz, 1979: 27.
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1. El problema
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Publicado originalmente en Doxa bajo el título Wolff entre Autoridad y Autono-
mía, Un análisis de la concepción voluntarista de la autonomía como autolegisla-
ción y de sus consecuencias respecto de la tesis de la incompatibilidad conceptual
entre autoridad y autonomía (Iosa, 2010b), En el presente trabajo todas las referencias
a trabajos de Kant son acordes con la paginación de la edición de la Academia. Para
la Fundamentación de la Metafísica de las costumbres (Kant, [1785] 2002) abrevio
(F), para la Metafísica de las costumbres (Kant, [1797] 1996,) abrevio (MC). El resto
de las traducciones son mías, salvo que indique lo contrario.Ver, por ejemplo: M. B.
E. Smith, 1973: 950 - 976; Raz, 1986, especialmente el c. 4; 1979, especialmente el
c. 12; y 2001, especialmente el c. 15; J. Simmons, 1979; Caracciolo, 1997: 159-
178; 2000: 37-44, y particularmente 1998: 6; Gans, 1992; Greenwalt, 1987; Wolff,
1970.
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Wolff, 1970. En adelante DA.
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«The defining mark of the state is authority, the right to rule. The primary obli-
gation of man is autonomy, the refusal to be ruled. It would seem, then, that there can
be no resolution of the conflict between the autonomy of the individual and the puta-
tive authority of the state. Insofar as a man fulfills his obligation to make himself the
author of his decisions, he will resist the state’s claim to have authority over him.
That is to say, he will deny that he has a duty to obey the laws of the state simply be-
cause they are the laws. In that sense, it would seem that anarchism is the only poli-
tical doctrine consistent with the virtue of autonomy» (Wolff, 1970:18). «If all men
have a continuing obligation to achieve the highest degree of autonomy possible,
then there would appear to be no state whose subjects have a moral obligation to
obey its commands. Hence, the concept of a de jure legitimate state would appear to be
vacuous, and philosophical anarchism would seem to be the ‘only reasonable political
belief for an enlightened man» (Wolff, 1970:19).
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52
Limito aquí la tesis a defender. No pretendo dar a entender que los argumentos
de este trabajo bastan para fundar el deber de obedecer las normas emanadas de cual-
quier contrato o cualquier consenso. Simplemente defiendo que a partir del volunta-
rismo no es cierta la tesis de la incompatibilidad conceptual porque hay por lo menos
un caso de autoridad compatible con la autonomía.
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Wolff, 1970: 27. La única condición que cabe agregar aquí para tener por bue-
na esta hipótesis es que acordemos con Wolff en que la democracia directa y por
unanimidad es un caso de autoridad —afirmación cuya verdad no es, tal como se
verá en el texto, en absoluto obvia—.
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54
Este punto está vinculado a la afirmación kantiana en la Crítica de la Razón
Práctica (5:30) de que la moral (el sabernos responsables) es anterior a la libertad (el
concebirnos como agentes racionales) en el orden del conocimiento, mientras que la
libertad es anterior a la moral en el orden del ser.
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Consecuentemente, al referirse a la teoría del contrato social, Wolff afirma que
es un intento por superar el conflicto entre «the primary demand of moral agency,
which is autonomy…» (Wolff, 1970:87).
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Cada cosa de la naturaleza opera con arreglo a leyes. Sólo un ser racional
posee la capacidad de obrar según la representación de las leyes o con arre-
glo a principios del obrar, esto es, posee una voluntad. Como para derivar
las acciones a partir de leyes se requiere una razón, la voluntad no es otra
cosa que razón práctica (F, 4: 412).
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Kant defenderá esta última afirmación bajo una forma específica. Porque en-
tiende que del concepto de un agente racional se deriva no sólo la obligación de ac-
tuar racionalmente, sino también el criterio para determinar cuáles acciones son ra-
cionales y cuáles no. La idea kantiana es que del concepto de un agente racional se
deriva una norma, el imperativo categórico, a la que los agentes racionales están vin-
culados en tanto tales. Por tanto, si alguien es un agente racional y está vinculado a
actuar racionalmente, entonces está vinculado a actuar de acuerdo al primer princi-
pio de la moral. Todo el segundo capítulo de la Fundamentación está dedicado a
mostrar la verdad de este condicional. El imperativo categórico es obligatorio para
agentes racionales. Idealmente todo el argumento de la Fundamentación podría ser
reconstruido como un gran modus ponens con el anterior condicional como premisa
mayor. Es cierto, uno esperaría que Kant inmediatamente afirme que somos de hecho
agentes libres y racionales para poder derivar que de hecho estamos vinculados por
el primer principio. Pero debemos advertir que ésta es una cuestión diferente. Kant
se enfrenta a ella recién en el tercer capítulo. Allí, sin embargo, no afirma categóri-
camente que somos agentes libres y racionales. Semejante afirmación teórica queda
excluida del ámbito de lo que se puede decir con sentido en virtud de los argumentos
de la primera crítica. En cambio Kant se limita a afirmar por un lado que el concebir-
nos a nosotros mismos como agentes libres y racionales es compatible con el hecho
de que en determinado nivel somos meros fenómenos y que como tales estamos ins-
criptos en el orden causal. Por otro lado, Kant afirma que en tanto decidimos y actua-
mos no podemos dejar de concebirnos a nosotros mismos como seres libres y racio-
nales. Cualquiera que niegue esta afirmación es de esperar que lo haga por una
razón. Pero si la niega por una razón cae inmediatamente en contradicción, pues está
afirmando algo, y el afirmar algo por una razón es actuar por una razón. Quien acep-
ta que actúa, acepta que se concibe a sí mismo como un agente racional.
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62
Tesis metaéticas
57
Ver Raz, 1985:17-18. Para un análisis de la concepción de la justificación de la
autoridad como justificación de la renuncia al juicio propio ver Bayón, 1991: 618 y ss.
64
Kant’s unclarity here stems directly from his commitment to two incompati-
ble doctrines. On the one hand he believes that there are objective, substanti-
ve, categorical moral principles, which all rational agents, insofar as they are
rational, acknowledge and obey. If this is true, then the notion of self-legisla-
tion seems vacuous. On the other hand, he believes (I think correctly) that ra-
tional agents are bound to substantive policies only insofar as they have fre-
ely chosen those policies. But if this is true, then one must give up the belief
in objective substantive principles and recognize that the substance or content
of moral principles derives from collective commitments to freely chosen
ends (Wolff, 1973:181).
58
Por «positiva» me refiero aquí a una moral que implique que algunas máximas
deben ser aceptadas, una que no se limite a excluir posibles máximas del debate moral.
65
59
Recordemos que Kant señala que el propósito de la Fundamentación es «la
búsqueda y el establecimiento del principio supremo de la moralidad» (F 4:392).
66
60
FUL vale por las iniciales de la «fórmula de la ley universal», en inglés: formu-
la of universal law, denominación que adopto por ser hoy estándar.
67
61
AR, 51.
62
Vale recordar que por «máxima», Kant se refiere al principio subjetivo del
obrar, i. e., aquel por el cual el agente obra. Se diferencia de la idea de ley práctica,
es decir, el principio objetivo, aquél por el cual el agente debe obrar (F 4: 421, nota).
63
Hoy sin embargo, y a partir del resurgimiento del interés por el estudio de la
Metafísica de las costumbres y de los trabajos antropológicos de Kant, es común en-
tender que la pretensión de apriorismo kantiana no es para toda la moral sino sólo
para el primer principio. La derivación de deberes sustantivos generales o particula-
res a partir del primer principio requeriría el establecimiento de hechos con diferente
grado de generalidad que permitirían especificar su contenido. A. Wood y P. Kain
son claros expositores de esta forma de entender la empresa kantiana.
68
64
Entiendo que la idea de «fines necesarios» es equivalente a la de «fines de
adopción obligatoria» en lo que a agentes imperfectamente racionales respecta. Para
nosotros no hay fines necesarios en sentido estricto, i. e., fines que no podamos dejar
de adoptar. Todo fin debe ser incorporado mediante un acto de la voluntad libre. Un
fin necesario, en estos términos, no es más que un fin que cualquier agente racional
tiene buenas razones para adoptar.
69
70
71
The only material reason for acting on a maxim that would be a good reason
for all rational agents insofar as they are rational is: Because the state of
affairs proposed or intended in the maxim is good. This is what Kant calls,
being moved by the Idea of the Good. The only formal reason for acting on
a maxim that would be a good reason for all rational agents insofar as they
are rational is: Because the maxim is logically consistent (Wolff, 1973:75).
74
76
...the most important kind of contradictory willing is the case in which I com-
mit myself to the adoption, with others, of a collective policy, thereby esta-
blishing a practice or institution, and then privately adopt another policy
which contradicts it. For example, I and my fellows adopt a collective policy
of binding our future actions by certain ritual utterances («I promise») and
then I also adopt the policy of breaking my promises under circumstances not
allowed in the rules of the original, collective policy. The contradiction con-
sists simply in the logical impossibility of acting in all possible situation on
both policies (Wolff, 1973: 166).
67
«What Kant’s argument, suitably reconstructed, demonstrates, is that false pro-
mising is incompatible with the practice of promise-making, from which it follows
that we must, in all consistency, choose either, not to endorse, participate in, and
commit ourselves to the practice of promising or else not to make false promises»
(Wolff, 1998: 44).
77
Wolff niega que Kant logre llevar a cabo la tarea que se propone,
es decir, niega que FUL sea un criterio para determinar el carác-
ter normativo de cualquier máxima sustantiva y, específicamente,
para determinar qué máximas son de adopción obligatoria. Por el
contrario, tal como vimos, Wolff entiende que FUL solamente es un
criterio para determinar cuándo es inadmisible la adopción de
una máxima. Pero si Kant pudiera derivar FUL, concebido como
condición necesaria y suficiente de la moralidad de las máximas,
del mero concepto de agencia racional, habría realizado una tarea
hercúlea: habría dotado a la moral de un fundamento que ningún
agente racional podría rechazar, y nos habría dado un criterio
para determinar la corrección de cualquier juicio categórico-prác-
tico. Esto es, habría determinado el contenido de la moral y la ra-
zón de su vinculatoriedad. Por tanto, si hemos de rechazar la pre-
tensión kantiana debemos hacerlo por muy buenas razones. Dado
que esto es justamente lo que Wolff nos sugiere que debemos ha-
cer, cabe analizar minuciosamente sus argumentos en contra de
78
…the actual argument of the Groundwork again and again treats the Cate-
gorical Imperative as a sufficient condition of the validity of maxims. Con-
sequently Kant talks as though an agent who conformed his action to the
Categorical Imperative would have thereby a sufficient reason for action.
Thus, in the passage before us, Kant argues: «Since I have robbed the will
of every inducement that might arise for it as a consequence of obeying any
particular law, nothing is left but the conformity of actions to universal law
as such» (F, 4: 402). But this makes no sense at all. Having «robbed the
will» of all reasons for action based upon some mere the facto condition of
the self, such as its possession of certain desires or inclinations, Kant leaves
nothing which could motivate the will save those reasons which are good
reasons for any agent qua rational. Among those reasons for adopting and
acting on a policy is the Categorical Imperative, to be sure. But as a merely
necessary condition of the objective validity of policies (maxims), it can at
most serve to rule out those proposed policies which are inconsistent. So-
mething more, namely the Idea of the Good, will be needed to rule in cer-
tain specific policies as objectively valid for all rational agents (Wolff,
1973: 86).
68
Podemos pensar que Wolff ofrece escasos fundamentos a favor de su idea de
que FUL es sólo un criterio necesario de la moralidad de las máximas. A su favor
cabe sostener que quien pretende afirmar que FUL es un criterio también suficiente
corre con la carga de la prueba.
80
69
Un ejemplo puede aclarar la idea. Supongamos que Kant logra demostrar que
el hombre es un fin en sí mismo. Supuesto este fin necesario, de aquí puede derivar-
se la obligación de comprometerse con la felicidad ajena (y con todos los deberes a
su vez derivados de este deber amplio). La FH manda respetar a la humanidad en
cada persona como un fin en sí mismo. Ahora bien, «los fines del sujeto que es fin en
81
Kant cree que del concepto de una voluntad racional se puede de-
rivar no sólo un principio moral formal, sino también uno mate-
rial: el hombre como un fin en sí. Wolff, por el contrario, rechaza
categóricamente que se pueda dar sentido a la idea de que el hom-
bre es un fin en sí mismo y que la fórmula de la humanidad
—«obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu perso-
na como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiem-
po como fin y nunca simplemente como medio»— (F, 4: 429) se
derive del concepto de agencia racional. Por mi parte, si bien no
estoy seguro de la viabilidad de la tesis kantiana, sí me parece
que la negativa de Wolff es por lo menos prematura. Pero no es
objeto de este trabajo emprender la refutación del análisis
wolffiano de Kant, por lo que me abstendré de desarrollar mis
opiniones al respecto.70 Aquí me limitaré a la presentación del ar-
gumento kantiano y al análisis de la reconstrucción wolffiana.
El argumento kantiano a favor de FH corre aproximadamente
del siguiente modo: Kant comienza preguntándose si es posible
enjuiciar cualquier máxima que sirva como principio subjetivo de
la acción en base a una ley objetiva y afirmando que «si existe
una ley tal, esta ha de hallarse ya vinculada (plenamente a priori)
con el concepto de la voluntad de un ser racional en general» (F, 4:
426). Seguidamente repite su definición de voluntad: «La voluntad
es pensada como una capacidad para que uno se autodetermine a
obrar conforme a la representación de ciertas leyes. Y una facul-
tad así sólo puede encontrarse entre los seres racionales» (F, 4:
427). Ahora bien, Kant reconoce que la voluntad racional tiene
sí mismo tienen que ser también mis fines en la medida de lo posible, si aquella re-
presentación debe surtir en mí todo su efecto» (G 4:430). Así, el imperativo categó-
rico a este respeto diría más o menos lo siguiente: «siendo como eres un ser racional
y teniendo como tienes la persecución de los fines lícitos de los demás como fin tuyo
en la medida de lo posible, elige los medios conducentes a ayudar a los demás en el
logro de esos fines». Wolff no ve la vinculación entre la FH y los fines necesarios de
la Metafísica de las costumbres. Parte de la crítica a su argumento (crítica que no
emprenderé aquí) corre por esta vía.
70
Para un lúcido análisis de la derivación de FH a partir de la idea de un agente
racional, Ver A. Wood, “Kant’s Ethical Thought”, Cambridge, Cambridge Universi-
ty Press, 1999, c. 4.
82
71
Aquí «imperativo categórico» no significa imperativo incondicionado, sino im-
perativo cuya condición es necesariamente satisfecha por todo agente racional.
83
72
Nótese que no tenemos por qué conceder sin más a Wolff la verdad de su tajan-
te afirmación. Kant ofrece un argumento a favor de FH en F 4:429. A favor de la va-
lidez de dicho argumento, ver Wood, 1999: c. 4.
84
73
En el mismo sentido, D. Ross (Ross, 1954: 51), afirma que un fin es algo que
todavía no existe, y por tanto que Kant hace una distinción impropia, un uso inade-
cuado del lenguaje, cuando distingue entre un fin establecido por cuenta propia (ca-
tegoría a la que pertenecerían los hombres) y un fin a realizar (F, 4: 437). A favor de
la inteligibilidad de la noción de hombre como fin en sí mismo y de fin existente o
establecido por cuenta propia, ver Wood, 1999: 116 y 362, n. 4.
85
74
Al respecto, ver el prefacio de A. Cortina a la Metafísica de las costumbres de
Kant (Kant, MC: XX).
75
Respecto del deber positivo de cultivar las propias facultades ver MC 6:392.
Respecto del deber positivo de comprometerse con la felicidad ajena el argumento
está en MC 6:393 (y también en Kant, [1788]1961: (5: 34-35).
86
76
«As we shall see, Kant’s ethical theory holds that there are two other ends that
every rational being is required to set in obedience to the moral law: namely my own
perfection and the happiness of others. But these are ends represented as necessary
consequent on the moral law: they are not ends that might be appealed to in groun-
ding it» (Wood, 1999: 353, n. 27).
77
Es decir, no son exactamente los mismos, porque en la Fundamentación, y par-
ticularmente al desarrollar los ejemplos de máximas evaluadas usando FUL, Kant
meramente muestra la inadmisibilidad en el discurso moral de una máxima de no be-
neficencia universal, y de una máxima de descuido sistemático de los propios talen-
tos. Pero no argumenta a favor de la conclusión más fuerte de que exista un deber
positivo al respecto. Tal deber no se puede derivar de las conclusiones meramente
negativas arribadas mediante el uso de FUL. Al respecto, ver Wood, 1999: 101.
87
78
«Fin es un objeto del libre arbitrio, cuya representación determina al libre arbi-
trio a una acción (por la que se produce aquel objeto). Toda acción tiene, por tanto,
un fin y, puesto que nadie puede tener un fin sin proponerse a sí mismo como fin el
objeto de su arbitrio, tener un fin para las propias acciones es un acto de la libertad
del sujeto agente y no un efecto de la naturaleza» (MC, 6: 385). Tenemos que distin-
guir entonces entre desear un objeto o tener una inclinación hacia algo y querer un
fin. De aquí se sigue que la fórmula del imperativo hipotético no es idéntica a «quien
desea el fin, quiere los medios». La segunda no es analítica y como proposición sin-
tética, muchas veces es falsa, es decir, no es universalizable. Un agente puede desear
un fin sin quererlo, es decir sin realizar el acto de la libertad de elegirlo como fin de
su voluntad y, por tanto, puede no querer los medios.
79
«La libertad del albedrío tiene la calidad totalmente peculiar de que éste no
puede ser determinado a una acción por ningún motivo impulsor si no es en tanto
que el hombre ha admitido tal motivo impulsor en su máxima (ha hecho de ello para
88
Una vez que tenemos un criterio de qué vale como una explica-
ción correcta de una acción, cabe preguntarnos por qué criterio de
justificación es compatible con esta teoría de la acción. Al respec-
to Wolff destaca que
sí una regla universal según la cual él quiere comportarse); sólo así puede un motivo
impulsor, sea el que sea, sostenerse junto con la absoluta espontaneidad del albedrío
(la libertad)». Kant, [1793-4]1995: (6: 24). Esta tesis ha sido denominada por H.
Allison como «tesis de la incorporación». Al respecto, ver Allison ,1990: 40-41.
89
If there are no reasons for the choice of ends, then there can be no reasons
which would be good reasons for all agents qua agents. One could still talk
of good reasons for the adoption of policies, but all such reasons would be
good only for agents having the specified ends, and so the principles expres-
sing those reasons would be what Kant calls hypothetical rather than cate-
gorical (Wolff, 1973:89).
80
Aunque todavía está abierto si no sería posible lograr ese resultado renuncian-
do a la práctica de la promesa. De todos modos, ¿qué significa renunciar a dicha
práctica?, ¿es una práctica a la que podamos renunciar con sentido?
91
Those ends which one posits by oneself, treating other persons as external
to the process of choice, give rice to what are commonly called principles of
prudence. Those ends which one posits collectively with other rational
agents, through a process of rational discourse culminating in unanimous
agreement, give rise to what are commonly called moral principles (Wolff,
1973: 224).
92
4. Voluntarismo y autoridad
93
82
Si bien es cierto que el derecho a ser obedecido, i. e., el deber de obediencia por
parte del sujeto normativo, es el problemático, basta con centrarnos en el derecho a
mandar ya que quien justifica este derecho justifica el deber de obediencia de los su-
jetos normativos. Esta afirmación implica la aceptación de la hoy conocida como te-
sis de la correlatividad, la idea de que el derecho a mandar no es concebible con in-
dependencia del deber de obedecer. No deben desconocerse sin embargo los
esfuerzos realizados por desligar el derecho de la autoridad a mandar del deber de
obediencia del sujeto normativo. Así, R. Ladenson, (Ladenson, 1990: 35 y ss.) ha sos-
tenido que el concepto de Derecho implicado en el derecho a mandar es un derecho
como justificación (justification-right). Estos derechos (a diferencia de los derechos
como pretensiones (claim-rights), no son derechos a que otro haga algo y por tanto
no implican, como sí implican aquéllos, un deber por parte del sujeto pasivo de la re-
lación. Como señala J. C. Bayón (Bayón, 1991: 629), el ‘derecho a mandar’ en la
concepción de Ladenson implica meramente la pretensión de que la autoridad tiene
una justificación para ejercer el poder. Así una autoridad legítima tendría derecho a
mandar si el ejercicio de la fuerza por su parte está justificado. Esta situación no im-
plicaría sin embargo que aquéllos a ella sometidos tengan el deber de obedecerla. Sin
embargo, J. Raz (Raz, 1986: 25-26) ha sostenido que este intento de separar el dere-
cho a mandar del deber de obedecer no conduce por buen camino: «It seems plain
that the justified use of coercive power is one thing and authority is another. I do not
exercise authority over people afflicted with dangerous diseases if I knock them out
and lock them up to protect the public, even though I am, in the assumed circumstan-
ces, justified in doing so. I have no more authority over them than I have over mad
dogs. The exercise of coercive or any other form of power is no exercise of authority
unless it includes an appeal for compliance by the person(s) subject to the authority.
That is why the typical exercise of authority is through giving instructions of one
kind or another. But appeal to compliance makes sense precisely because it is an in-
vocation of the duty to obey». Raz nos señala además que una sociedad en que la au-
toridad funcionara como Ladenson pretende sería una sociedad cuyas prácticas nos
resultarían irreconocibles. Así las Cortes no impondrían penas o mandarían pagar in-
demnizaciones en virtud de que las personas han violado un deber de comportarse de
94
determinado modo. En dicha sociedad los tribunales sólo afirmarían que «a las perso-
nas que se comporten de ciertos modos se las hará sufrir» (27) Y se tendrá dicho su-
frimiento por moralmente justificado. En el mismo sentido, Bayón (629) señala que
si la doctrina en cuestión fuera verdadera esto implicaría que toda coerción justifica-
da debería contar como un caso de autoridad legítima, lo que evidentemente confun-
de las ideas de actuar como autoridad y estar moralmente autorizado a usar la fuerza
sobre otro. Bayón (632) destaca una idea que a mi juicio resulta muy esclarecedora,
sino concluyente, respecto de la diferencia entre la afirmación de que alguien tiene
una justificación para usar la fuerza y el decir que alguien tiene autoridad legítima:
«... decir que alguien tiene una justificación para usar el poder, es decir, que hay razo-
nes morales que amparan la realización de actos que pueden modificar las razones
prudenciales de otro (y sólo esa clase de razones). Por el contrario, pretender que —en
tanto que autoridad legítima— uno cuenta con un poder normativo equivale a soste-
ner que mediante la emisión de directivas se puede modificar el conjunto de razones
para actuar dominantes sobre las meramente prudenciales del destinatario de las nor-
mas». Para una discusión sobre la tesis de la correlatividad que incluye una recons-
trucción precisa de las posiciones de Ladenson y Raz, ver Ródenas, 1996: 84-88.
95
83
Vale destacar un punto. Si la autoridad diseñara nuestro paisaje normativo aún
sería relevante el juicio propio, aunque en un sentido débil. Aún deberíamos juzgar,
es decir, conocer y aplicarnos a nosotros mismos las normas de ese paisaje normati-
vo artificial creado por la autoridad. Claro que no tendríamos ninguna obligación de
juzgar por nosotros mismos al respecto, bien podríamos contratar un abogado. Pero
la idea de juicio sigue teniendo sentido. Lo que pierde sentido es la idea de juicio so-
bre un mundo normativo existente independientemente de los actos de la autoridad.
96
84
Si aceptamos que se produce un cambio, cosa que no hace Wolff, habrá que
explicar en qué consiste, pero ésta es una tarea independiente.
85
Cabe advertir que si bien se pudiera pensar que la reinterpretación de las tesis
de Wolff aquí propuesta es deudora del pensamiento de otros autores, todo lo que le
atribuyo surge, a mi entender, de su propio y particular pensamiento. Respecto de las
97
98
99
86
«Just as the truly responsible man gives laws to himself, and thereby binds
himself to what he conceives to be right, so a society of responsibly men can collec-
tively bind themselves to laws collectively made…» (Wolff, 1970: 22).
101
87
Nótese que Wolff sostiene aquí que lo que concilia la autoridad y la autonomía
en el caso de la democracia directa y por unanimidad es el hecho de que todos los
ciudadanos quieren la ley sancionada. Bien pudiera ser otra justificación el hecho de
que en este caso todos los ciudadanos juzgan que la ley sancionada es correcta. Pero
esta última no es la línea argumentativa que Wolff sigue aquí.
88
Me he limitado a mostrar aquí la falsedad de la tesis de la incompatibilidad
conceptual sólo en tanto partamos de una concepción voluntarista de la autonomía.
Este trabajo deja abierta la posibilidad de que a partir de otras concepciones de la au-
tonomía la incompatibilidad en cuestión se mantenga. Sólo si aclaramos lo suficien-
te nuestras concepciones de la autonomía podremos evaluar acabadamente la tesis de
la incompatibilidad conceptual. Esto es un buen antídoto contra quienes, como Sim-
mons (Simmons, 2001: 110-111, n. 15), al observar que existen para el mismo Wolff
casos de autoridad legítima, dan por tierra sin más con la tesis de la incompatibilidad
conceptual.
102
89
Sí debe ser también abandonada la afirmación de que la democracia directa y
por unanimidad es la única solución posible. Porque, y aunque aquí no se ha argu-
mentado mayormente al respecto, parece que desde una concepción voluntarista la
promesa de obediencia también funciona como fundamento posible de una autoridad
legítima. Esto, por otra parte, lo reconoce el mismo Wolff: «A contractual democra-
cy is legitimate, to be sure, for it is founded upon the citizens’ promise to obey its
commands. Indeed, any state is legitimate which is founded upon such a promise»
(Wolff, 1970: 69). Extrañamente Wolff continúa inmediatamente con la siguiente y
desconcertante afirmación: «However, al such states achieve their legitimacy only by
means of the citizens’ forfeit of their autonomy...». Cómo la condición de legitimi-
dad del Estado es el respeto de la autonomía, esta última afirmación no parece tener
ningún asidero. La extrañeza se resuelve en tanto nos percatamos que el concepto de
autonomía en que Wolff, confusamente sin duda, piensa aquí, es el de autonomía
como juicio propio. Porque ciudadanos que voluntariamente (autónomamente) pro-
meten obediencia a un Estado constituyendo así su legitimidad, renuncian sin embar-
go a su autonomía como ejercicio del juicio propio.
90
Tal como el mismo Wolff reconoce (ver Wolff, 1970: 34).
91
Agradezco a R. Caracciolo el haberme ayudado a pensar en esta posibilidad.
103
92
Presenté una primera versión de este trabajo en el Seminario de Filosofía del
Derecho de la uam, donde gocé de una estancia de investigación financiada por la
Fundación Carolina y la Universidad Siglo 21. Agradezco a Silvina Álvarez, Juan
Carlos Bayón, José Luis Colomer, Pablo de Lora y Francisco Laporta, sus críticas y
sugerencias.
93
Ver Platón, 1977: 488d.
94
Las tres tesis que componen la teoría de la autoridad como servicio de Raz (la
tesis de la justificación normal, la tesis de la dependencia y la tesis de la exclusión)
han sido objeto de detallado análisis y crítica sistemática. La literatura es tan abun-
dante que no tiene sentido intentar aquí dar acabada cuenta de ella. Debido a su estre-
cha vinculación con el objeto de esta investigación sí me permitiré destacar los trabajos
105
de Ehrenberg, 2011 (allí contamos con un buen resumen de las más importantes crí-
ticas a la teoría de la autoridad de Raz), Himma, 2007, Tucker, 2012, Darwall 2013,
Shapiro, 2002 y Venezia, 2013. En nuestra lengua especialmente relevantes son los
trabajos de Bayón, 1991, y Rodenas, 1996. La crítica ha sido tal que no es arriesgado
decir que la teoría en cuestión ha perdido el lugar hegemónico del que disfrutaba has-
ta hace poco tiempo y que necesitamos una nueva teoría de la autoridad (en este sen-
tido Hershovitz, 2011). En cuanto al objeto de presente análisis, el argumento de la
pericia (tal como veremos uno de los modos en que, según Raz, puede satisfacerse
la tesis de la justificación normal), si bien ha sido abundantemente criticado (espe-
cialmente Darwall, 2013 y Bayón, 1991), entiendo que no lo ha sido de modo sufi-
cientemente sistemático. Dichas críticas, por lo tanto, no permiten extraer una conclu-
sión categórica en el sentido de que el argumento referido debe ser abandonado. De
aquí al menos parte del interés que pueda revestir el presente análisis.
95
Es cierto que, en su respuesta a Darwall, Raz ha puesto en cuestión la genera-
lidad del argumento de la pericia al afirmar que el mayor conocimiento es relevante
para las autoridades prácticas «sólo cuando está vinculado a otras consideraciones,
tales como la necesidad de coordinación, de concretizar límites indeterminados y cosas
semejantes» (Raz, 2010: 301). Ahora bien, este reconocimiento, si bien importante
en tanto indica que el mismo Raz desconfía hoy del argumento de la pericia, está tan
calificado y depende de un argumento de una oscuridad tal que es difícil determinar
su alcance. En todo caso aquí se pretende mostrar que la concepción epistémico-
práctica de la autoridad debe ser abandonada incondicionadamente.
106
107
97
Al respecto, ver Raz, 1979: 12, Wolff, 1970: 4, Kant, 1996: 31, Lucas, 1966:
16. No comparto la tesis de Bayón en el sentido de que la versión estándar implica
directamente la exigencia de delegación del juicio propio (Bayón, 1991: 618). A mi
entender esta versión es compatible tanto con la exigencia de delegar el juicio como
con la de delegar la autoría. Por eso me parece preferible dejar el concepto limitado
al derecho a mandar y el deber de obedecer, habilitando así dos concepciones de la
autoridad compatibles con ese concepto.
108
98
Sin duda, para que el contrato originario sea vinculante se requeriría algo así
como una norma moral no dependiente de ningún contrato que dijera que «deben
cumplirse las promesas». Una norma semejante puede ser perfectamente derivable
de la idea de un agente racional ya que un agente racional está vinculado a actuar y
querer sin contradicción, y por lo tanto no puede querer a la vez insertarse en una
práctica de la promesa y no cumplir una vez que ha prometido. De modo que, tal
como afirmara Kant, si hay agentes racionales entonces están vinculados a cumplir
las promesas. Pero esto en todo caso es un argumento a favor del racionalismo y en
contra del voluntarismo, no un problema interno al voluntarismo.
109
99
Para un análisis en detalle de las ideas aquí sucintamente expuestas ver el pri-
mer capítulo de este volumen.
100
Aun si las nombra, nuestro autor no parece registrar la tensión entre estas dos
concepciones. De hecho su análisis ni siquiera explicita que se trate de dos concepcio-
nes.
101
La concepción wolffiana, i.e. voluntarista, de la autonomía como autolegisla-
ción, ha sido analizada en detalle en el segundo capítulo.
110
Así como Kant entiende que los agentes racionales tienen la obli-
gación de actuar racionalmente, Wolff afirma que todo agente
responsable tiene la obligación de asumir plena responsabilidad
por sus acciones, i.e. debe ser autónomo. Satisfacer esa obliga-
ción, ser autónomo, requiere «…intentar determinar lo que uno
debe hacer» (Wolff, 1970: 12). Esto a su vez exige «tomar por
uno mismo las decisiones finales sobre lo que se debe hacer»
(Wolff, 1970: 15).102
¿Qué significa exactamente ‘tomar las decisiones finales’ so-
bre lo que se debe hacer? Una posibilidad es entender que lo que
la obligación de autonomía prohíbe y lo que el hombre autónomo
de hecho no hace, es renunciar al juicio propio entendido como
mero juicio de aplicación, como determinación del deber final del
agente. Pero esta interpretación parece por un lado requerir una
renuncia mayor que la que la autoridad pretende, porque ésta
emite reglas generales que en la mayoría de los casos debemos
102
Para un análisis detallado de la vinculación entre las ideas de agencia racional,
ser responsable, tener obligación de asumir responsabilidad, autonomía moral y jui-
cio propio, ver Iosa, 2010b: 518-523.
111
103
Ver Hart, 1995: 49-52.
104
«I want... to emphasize the absoluteness of the typical state claim to authori-
ty» (Wolff, 1970: 111). Al respecto: Jeffrey Reiman (Reiman, 1972: xx) afirma que
en el planteo de Wolff «“moral authority” entails something stronger than a right to
give commands which are merely prima facie binding, i.e. morally binding in the
absence of more compelling moral reasons. Such a right would not be irreducibly in
conflict with moral autonomy, since it would not deprive the individual commanded
of the right to make the final decision about what he should do». Para la distinción
entre razones absolutas, concluyentes y prima facie ver Raz, 1991: 31.
112
Obedience is not a matter of doing what someone tells you to do. It is a mat-
ter of doing what he tells you to do because he tells you to do it (Wolff,
1970: 9). The autonomous man, insofar as he is autonomous, is not subject
to the will of another. He may do what another tells him, but not because he
has been told to do it. He is therefore, in the political sense of the world,
free (Wolff, 1970: 14).
105
Ver Caracciolo, 1999: 2 (nota 3).
113
106
En este sentido la postura de Shapiro me parece una lectura adecuada del de-
safío propuesto por Wolff. Según Shapiro lo que ofende a Wolff no es sólo el carác-
ter perentorio, excluyente del juicio propio, que pretenden tener los mandatos, sino
también el hecho de que son actos de voluntad que pretenden mandar con indepen-
dencia de su contenido. «Authority and autonomy clash not simply because one who
obeys does not deliberate. The problem is also that such a person believes that the
fact that he was ordered to act in a certain way gives him a reason to so act. He takes
the will of another as his reason, indeed the only reason, rather than the merits of the
case at hand… An autonomous person, by contrast, never treats a command as a con-
tent-independent and peremptory reason for action. The demands of authority means
nothing to the autonomous agent, for such a person never allows his will to be deter-
mined by the will of another». Por ello, para Shapiro, en concordancia con lo soste-
nido aquí, la tesis anarquista meramente afirma que no existen razones categóricas
emanadas de actos de voluntad ajenos: «To say that everyone should act in a morally
autonomous manner is to make a claim about the space of reasons. Autonomous
agents are those who recognize that the only reasons that exist are either content-de-
pendent or non-peremptory ones. Moral autonomy is important because it is impor-
tant that people act on reasons and not act on non-reasons» (Shapiro, 2002: 389,
390).
114
What after all is disturbing in the case of authority? It is not the fact that one
person complies with the will of another. … The special problem with
authority is not that it requires one to regard the will of another as one’s re-
asons for action, but that it requires one to let authoritative directives pre-
empt one’s own judgment. One should comply with them whether or not
one agrees with them (Raz, 1990: 5).
107
Esto podría apuntar en la dirección de que debemos dejar a la voluntad ajena
un espacio en que puede crear razones categóricas en tanto esta creación esté respal-
dada por una razón no basada en la voluntad. La necesidad de solucionar problemas
de coordinación, en tanto es bueno que tengan una solución, podría ser interpretada
como un caso en que concedemos a la voluntad ajena semejante capacidad creadora
de razones.
117
No one has brought out the problematic aspect of authority better than Ro-
bert Paul Wolff in his In Defense of Anarchy… Wolff insight was to see that
the problem is not in the right to rule directly, but in the duty to obey the ru-
ler which it brings in its wake. The duty to obey conveys an abdication of
autonomy, that is, of the right and the duty to be responsible for one’s action
and to conduct oneself in the best light of reason. If there is an authority
which is legitimate, then its subjects are duty bound to obey it whether they
agree with it or not. Such a duty is inconsistent with autonomy, with the
right and the duty to act responsibly, in the light of reason. Hence, Wolff’s
denial of the moral possibility of legitimate authority. This is the challenge
108
of philosophical anarchism (Raz, 1990: 4).
108
Un poco más adelante (p. 6) especifica Raz en qué consiste este desafío: Al
obedecer a la autoridad, afirmaría el anarquismo, los individuos han «abdicated their
responsibility to decide on the balance of reasons themselves».
118
109
En breve presentaré el concepto raziano de razón protegida.
119
The question of the legitimacy of authority takes the form that it was always
assumed to take: an examination of the grounds that justify in certain circum-
stances regarding some utterances of certain persons as exclusionary reasons.
There is no short cut that will make such an inquiry redundant by showing
that the very concept of legitimate authority is incompatible with our notion
of rationality or morality (Raz, 1979: 27).
110
Según Raz, los conceptos de razón de segundo orden, razón excluyente y ra-
zón protegida son coherentes y pueden ser integrados «con las razones de primer or-
den para elaborar una lógica coherente del razonamiento práctico» (Raz, 1991: 45).
120
111
Raz es el primero en destacar el vínculo entre lo conceptual y lo normativo en
el análisis de la noción de autoridad. Tras presentar las tesis que estructuran su con-
cepción de la autoridad como servicio afirma: «Three thesis were presented as part
of an explanation of the concept of authority. They are supposed to advance our un-
derstanding of the concept by showing how authoritative action plays a special role
in people’s practical reasoning. But the theses are also normative ones. They instruct
people how to take binding directives, and when to acknowledge that they are bin-
ding. The service conception is a normative doctrine about the conditions under
which authority is legitimate and the manner in which authorities should conduct
themselves. Is not that a confusion of conceptual analysis and normative argument?
The answer is that there is an interdependence between conceptual and normative ar-
gument» (Raz, 1986: 63).
121
112
La idea de consejo aquí relevante es la de un informe de situación, dado por
un experto con la intención de informar. Sin embargo debemos advertir que «conse-
jo» suele implicar que se aconseja qué hacer antes que qué creer. Aquí limitamos el
uso de la idea de consejo a la segunda situación. El mismo Raz advierte esta ambi-
güedad: «These remarks (sobre la idea de consejo) apply most naturally to “advice
that p”. Are they true of “advice to φ”? This is a moot point, but it seems to me that
“I advise you to apply to Balliol”, when used to advice, is used to make the same sta-
tement as is often made by “Balliol is your best choice”, or by “On balance I think
applying to Balliol is preferable to the alternatives”. “Advice to φ”, is reducible to
“advice that p”» (Raz, 1979: 14, nota 14).
122
Suppose that a man makes a request and is told in reply that his request was
considered, but on the balance it was found that the reason against the ac-
tion requested overrode those for it including the request itself. He will no
doubt be disappointed, but he will not feel that his request was disregarded.
He has nothing to complain about. He must concede that whatever his ho-
pes, he intended no more than that the action be taken on the balance of re-
asons, his request being one of them. This is not so if he gave an order. A
man who orders someone else does not regard his order as merely another
reason to be added to the balance by which the addressee will determine
what to do. He intends the addressee to take his order as a reason on which
to act regardless of whatever other conflicting reasons exist (Raz, 1979: 14-
15).
123
124
113
En Razón Práctica y Normas, texto originalmente editado en 1975, Raz soste-
nía que «Un poder normativo es una capacidad para afectar a las razones excluyen-
tes que se aplican a la acción de uno mismo o de otros. Esto explica por qué la no-
ción de poder normativo no se aplica a acciones que afecten sólo a razones de primer
orden» (Raz, 1991: 115). Sin embargo, en 1979: 18, nota 19, considera errada la an-
terior definición.
126
114
Debemos destacar nuevamente que en este punto el ámbito conceptual y el
normativo están estrechamente vinculados. Pues si bien siempre que alguien emite
una pretendida orden lo hace, según Raz, con la intención de que sea tomada como
una razón protegida, sólo quien tiene derecho a emitir órdenes realmente logra crear
razones protegidas, i.e. tiene derecho a que su mandato sea tomado como tal razón.
Y tiene semejante dereho sólo aquel respecto de quien está justificado, es bueno, el
concedérselo: «An act is the exercise of normative power if there is sufficient reason
for regarding it either as a protected reason or as canceling protected reasons and if
the reason for so regarding it is that it is desirable to enable people to change protec-
ted reasons by such acts, if they wish to do so» (Raz, 1979: 18).
115
Ver nota 25.
127
116
En algunos pasajes da la impresión que para Raz bastara con que los concep-
tos de razón de segundo orden, razón protegida o razón excluyente, fueran coheren-
tes de tal modo que pudiera haber este tipo de razones, sin necesidad de que de he-
cho las haya, ni de que los mandatos sean razones de este tipo, para dar por resuelto
el conflicto entre autoridad y racionalidad. Refiriéndose al conflicto entre autoridad
y autonomía, Raz afirma: «But since there could in principle be valid second order
reasons, there is nothing in the principle of autonomy that requires the rejection of
all authority» (Raz, 1979: 27). Pero si el principio de racionalidad exige actuar sobre
la base de razones existentes, para que sea racional obedecer a las autoridades es ne-
cesario que los mandatos sean o creen razones protegidas.
128
117
Vale citar el pasaje en que Raz resuelve el conflicto entre autoridad ya autono-
mía. A su entender Wolff «tacitly and correctly assumes that reason never justifies
abandoning one’s autonomy, that is, one’s right and duty to act on one’s judgment of
what ought to be done, all things considered. I shall call this the principle of auto-
nomy. He also tacitly and wrongly assumes that this is identical with the false prin-
ciple that there are no valid exclusionary reasons, that is, that one is never justified in
not doing what ought to be done on the balance of first-order reasons. I shall call this
the denial of authority. This confusion is natural if one conceives of all reasons as es-
sentially first-order reasons and overlooks the possibility of the existence of second-
order reasons. If all valid reasons are first-order reasons then it is a necessary truth
that the principle of autonomy entails the denial of authority, for then what ought to
be done all things considered is identical with what ought to be done on the balance
of first-order reasons. But since there could in principle be valid second-order rea-
sons, there is nothing in the principle of autonomy that requires the rejection of
authority» (Raz, 1979: 27).
129
Ideas básicas
The normal way to establish that a person has authority over another person
involves showing that the alleged subject is likely better to comply with re-
asons which apply to him (other that the alleged authoritative directives) if
he accepts the directives of the alleged authority as authoritatively binding
and tries to follow them, rather than by trying to follow the reasons which
apply to him directly (Raz, 1986: 53).
131
Las creencias son a veces razones, pero sería equivocado considerar a todas
las razones como creencias. Debería recordarse que las razones se usan para
guiar la conducta, y las personas deben guiarse por lo que es el caso, no por
lo que creen que es el caso. Sin duda, para guiarse por lo que es el caso una
persona debe llegar a creer que tal cosa es el caso. Sin embargo, es el hecho
y no su creencia en él lo que debe guiarle y lo que es una razón (Raz, 1991:
120
19).
Cuando digo que los hechos son razones uso el término «hecho» en un senti-
do amplio, para designar aquello en virtud de lo cual los enunciados verdade-
ros o justificados son verdaderos o justificados. En este sentido los hechos no
120
Para una interpretación de Raz en clave realista ver Carracciolo, 1991: 78-79.
132
133
121
Para el primer punto ver Raz, 1986: 67-69. Para el segundo Raz, 1986: 58.
122
Sobre la relación entre estas tesis ver Raz, 1986: 59.
123
En realidad Raz se refiere a las siguientes situaciones como aquellas que pue-
den satisfacer la tesis de la justificación normal (Raz, 1986: 75):
1. The authority is wiser and therefore better able to establish how the individual should
act.
2.It has a steadier will less likely to be tainted by bias, weakness or impetuosity, less likely
to be diverted from right reason by temptations or pressures.
3. Direct individual action in an attempt to follow right reason is likely to be self-defeating.
Individuals should follow an indirect strategy, guiding their action by one standard in order
better to conform to another. And the best indirect strategy is to be guided by authority.
4. Deciding for oneself what to do causes anxiety, exhaustion, or involves costs in time or
resources the avoidance of which by following authority does not have significant
drawbacks, and is therefore justified.
5. The authority is in a better position to achieve (if its legitimacy is acknowledged) what
the individual has reason but in no position to achieve.
El primero es el argumento de la pericia, del mayor conocimiento. El quinto caso se refiere
a la capacidad de la autoridad para solucionar problemas de coordinación.
134
135
El argumento epistémico
mente hacer, no es autoridad sobre los fines. De aquí que entienda que los únicos argumentos
realmente interesantes son el primero y el quinto, el epistémico y el de la coordinación.
124
Hay que destacar que sobre el punto Raz ha cambiado su posición en ciento
ochenta grados entre The authority of Law, publicado por primera vez en 1979, y su
Introduction a “Authority” publicada en 1990. En aquel texto sostenía lo siguiente:
“I share the belief that a legitimate authority is of necessity effective at least to a de-
gree. But this is a result of substantive political principles (e.g that one of the main
justifications for having a political authority is its usefulness in securing social co-
ordination, and that knowledge and expertise do not give one a right to govern and
play only a subordinate role in the justification of political authority). It is not entai-
led by a conceptual analysis of the notion of authority… (Raz, 1979: 9; 1982: 23).
125
«... I am aware of the possibility that another person, or organization, might be
better able to judge when there are strong or sufficient reasons for social coordina-
tion in which I should participate» (Raz, 1990: 9-10).
126
El hecho de que la autoridad –legislativa- evalúa razones dependientes aplica-
bles a casos genéricos hace que puede equivocarse de dos maneras. Al evaluar las ra-
zones dependientes aplicables al caso genérico su mandato puede no reflejar adecuada-
mente el resultado del balance. Así, puede decidir mal todo el conjunto de casos
particulares abarcados por el caso genérico. En segundo lugar, pese a haber decidido
bien en su gran mayoría los casos particulares abarcados en el caso genérico, puede
que su decisión sea una mala decisión para algún caso particular. Puede que la autori-
dad no haya tenido en cuenta en su decisión general una propiedad relevante aplicable
al caso particular en cuestión. Incluso puede que no haya podido tenerla en cuenta. De
136
137
There are many forms and degrees of forfeiture of autonomy. A man can
give up his independence of judgment with regard to a single question, or in
respect of a single type of question. For example, when I place myself in the
hands of my doctor, I commit myself to whatever course of treatment he
prescribes, but only in regard to my health. I do not make him my legal
counselor as well… From the example of the doctor, it is obvious that there
are at least some situations in which it is reasonable to give up one’s auto-
nomy (Wolff, 1970: 15).
139
127
Otra estrategia destinada a dar cuenta de la afirmación de Wolff de que a veces
es racional renunciar a la autonomía consiste en afirmar que lo que la autonomía pro-
híbe es que renunciemos en general, a largo plazo, al juicio propio, aunque estaría
permitido renunciar respecto de temas concretos y por un tiempo limitado. Igualmen-
te, el conflicto entre autoridad y autonomía debería ser entendido como la afirmación
de que es imposible fundar una autoridad general (de obedecer el derecho). Aunque
no habría nada problemático en aceptar autoridades prácticas sobre cuestiones par-
ticulares y concretas. Ricardo Caracciolo, por ejemplo, entiende en estos términos el
conflicto en cuestión. Por mi parte entiendo que el problema existe aún respecto de
renuncias particulares y concretas.
140
128
Raz también podría apropiarse de la distinción propuesta pues, a mi juicio, cae
en el mismo error de Wolff (Raz, 1990: 12). La cuestión no es que es irrazonable re-
nunciar a decidir por uno mismo por largos períodos de tiempo (el caso del esclavo
por opción) mientras que es razonable hacerlo respecto de cuestiones particulares.
Más bien la diferencia es cualitativa. Existe un deber continuo (afirma la tesis de la
obligación de juicio propio) de juzgar por uno mismo en cuestiones morales, y este
deber no se ve afectado cuando ponemos determinados asuntos, sin relevancia mo-
ral, en manos de un tercero.
129
Bayón entiende que en Raz el argumento de la pericia se aplica sólo a las ra-
zones auxiliares, no a las operativas (Bayón, 1991: 654, n. 591). Por mi parte no he
encontrado soporte textual que justifique dicha restricción. Soporte para imputarle
una concepción amplia del argumento en cuestión puede encontrarse en Raz, 1986:
59. Se asume por otra parte que las razones morales que son razones dependientes
han de concebirse como valores morales antes que como reglas o normas de manda-
to en el sentido de Raz. Pues si las concebimos como reglas entonces las debemos
141
Recordemos que hemos aceptado, con Raz, que hay razones obje-
tivas para la acción. Nos estamos preguntando cómo cuentan los
actos de mandato de una autoridad en el razonamiento práctico de
un agente racional i.e. uno que atiende a razones. Si los actos au-
toritativos cuentan entonces producen un cambio: la situación
normativa no es igual antes y después del mandato. Sus actos tie-
nen, en otras palabras, relevancia práctica. ¿Cómo hemos de ex-
plicar esa relevancia? Es preciso ofrecer una reconstrucción ade-
cuada del razonamiento práctico en el que intervienen mandatos.
considerar como razones excluyentes y en la mayoría de los casos como razones pro-
tegidas (Raz, 1991: 86). Bajo esta comprensión los mandatos autoritativos pretende-
rían excluir razones protegidas, lo que dificultaría la intelección del modo en que in-
teractúan ambos tipos de razones y de cómo se resuelven estos conflictos.
142
130
Estos hechos serán normativos si, como es aquí el caso, estamos hablando de
razones operativas normativas. Serán fácticos si hablamos de razones auxiliares.
131
Respecto de la distinción entre razón para la acción y razón premisa ver Re-
dondo, 1996: 17, 121-122. También es importante distinguir entre un sentido psico-
lógico o subjetivo y uno objetivo de razonamiento práctico. El primero es el proceso
mental de justificación y depende de las razones que acepta el agente. El segundo es
el que sirve de criterio de corrección al primero y depende lo que el agente debe
aceptar. Para esta discusión el relevante es el segundo sentido. Sobre el punto ver
Redondo, 1996: 90, 114-115.
143
144
Consider a long addition of, say, some thirty numbers. One can make a very
small mistake which is a very clear one, as when the sum is an integer whe-
reas one and only one of the added numbers is a decimal fraction. On the
132
Para el análisis raziano de la objeción y su respuesta, ver Raz, 1986: 60-62.
146
147
148
135
Respecto de la distinción entre guiarse por una razón y conformarse a una ra-
zón ver Raz, 1991: 220-226.
149
136
Ver Raz, 1991: 221- 222. «Uno tiene razón para hacer todo lo que facilite el
actuar en correspondencia con la razón…. Es trivialmente cierto que ser guiado por
una razón conducirá a… actuar en correspondencia con ella. De ahí que uno siempre
tenga razón para ser guiado por una razón. Pero tales razones instrumentales desapa-
recen si su fin se alcanza de alguna otra manera… no hay ninguna pérdida, ni defec-
to, ni tacha, ni ninguna otra deficiencia, en la actuación en correspondencia con la razón
que se logra no a través de ser guiado por ella sino por otras razones» (Raz, 1991:
225-226).
150
151
137
Así lo entiende el mismo Raz al criticar lo que llama «la concepción del reco-
nocimiento», en Raz, 1986: 28-30.
138
Salvo en el estricto y muy limitado sentido en que son vinculantes las razones
indicativas. Como explicitaré más abajo creo que este es el único sentido en que se
puede dar cuenta del carácter práctico de los mandatos autoritativos.
139
Ver Bayón, 1991: 649-653 cuyo análisis se sigue aquí.
152
140
Al respecto, ver Schneewind, 1998: 4.
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154
141
El mismo Wolff reconoce que debemos distinguir entre autonomía moral y
otros sentidos de autonomía en que puede estar justificada la renuncia. En la autono-
mía moral la renuncia nunca está justificada porque dicho concepto está vinculado
analíticamente al de agencia racional: «a special authority can be acquired by some
group of persons called “the state” only at the price of the moral autonomy of the
subjects, and that is a price that it is contrary to the nature of rational agents to pay»
(Wolff, 1970: 103).
155
142
Para un análisis de las peculiaridades que para el conocimiento del deber moral
final supone la necesidad de conocimiento de las premisas fácticas o razones auxilia-
res del razonamiento práctico, revisar la sección correspondiente.
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160
161
162
El gobierno puede tener sólo una parte de la autoridad que pretende, puede
tener más autoridad sobre una persona que sobre otra. La prueba es la que
se ha explicado antes: ¿seguir las instrucciones de la autoridad incrementa
la conformidad con la razón? Para cada persona la pregunta debe plantear-
se de nuevo… Un farmacólogo experto puede no estar sujeto a la autoridad
del gobierno en asuntos relativos a la seguridad de los medicamentos; un
habitante de un pequeño pueblo junto a un río puede no estar sujeto a su au-
toridad en materia de navegación y conservación del río por cuyos bancos
ha pasado toda su vida (Raz, 1986: 74).
Y el segundo:
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Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
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