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Introducción

Para los operadores del derecho especializados en cuestiones de familia, y para


los mediadores y consejeros familiares, es útil imaginar que los consultantes o las “partes”
que llegan a sus oficinas o a los estrados judiciales viven un proceso de cambio, un
período de transición, una crisis, que los ha llevado hasta allí. El hecho que desató la
crisis (la llegada del primer hijo, el advenimiento de otro a la adolescencia, la muerte de
alguien importante, la pérdida del trabajo, la migración, la separación de la pareja, etc.)
puede haber ocurrido hace poco o mucho tiempo, pero el cambio necesario en la familia
no se ha completado y ésta precisa de una ayuda externa para lograrlo. Por esto alguien
consulta a un abogado, va a medición o inicia un proceso de alimentos, de violencia
familiar, de internación o cualquier otro.
El proceso judicial de familia y sus operadores (abogados, jueces, consejeros,
asistentes sociales, psicólogos, etc.) se enancan así en un proceso familiar y lo esperable
es que ayuden a desbloquear a una familia atascada para que puedan seguir creciendo
ella y sus miembros.
Lo que importa de este proceso judicial enancado en el proceso familiar no son
primordialmente las soluciones aportadas por los jueces: las verdaderas sentencias las va
dictando la vida y los miembros de la familia sólo aceptarán fallos que no abroguen
totalmente ni descalifiquen gravemente las reglas familiares existentes.
Así, rápidamente podemos advertir que:
1. Las reglas que las familias traen consigo (que tan bien mostraba, entre otros, Salvador
Minuchin) forman parte del Derecho. Sólo una filosofía liberal, positivista y
segmentadora las había excluido de ese ámbito (Goldschmidt, págs. 8 a 17).
2. Esas reglas familiares son las que habitualmente sirven a las familias para resolver
una multitud de problemas sin necesidad de ayuda profesional.
3. Una familia se presenta ante el Juzgado cuando sus propias reglas (rígidamente
interpretadas por la misma familia) son insuficientes para resolver un nuevo problema
que se le presenta, y no puede reinterpretarlas sola. Pide apoyo a la ley social para
que intervenga con poder.
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4. Los jueces y los abogados deben considerar a las reglas familiares como derecho
vigente, respetable y saludable. No abrogarlo (lo que además es imposible) sino
cooperar a una reinterpretación del mismo que lo haga compatible con la ley social (a
su vez interpretada para cada caso).
Esto, en cuando a las soluciones llamadas “de fondo”. Pero en realidad no son
éstas, por las razones vistas, las que más ayudan a cambiar a una familia en el momento
en que llega al Tribunal.

A. La tradición procesal y la familia ensamblada

Una de las transiciones más difíciles en la vida de una familia es cuando los padres
se separan y posteriormente uno de ellos contrae nuevas nupcias o forma una nueva
pareja. Se requiere paciencia, flexibilidad y esfuerzo para formar un conjunto armónico en
el cual todos (los hijos, los padres de los mismos y el padre o madre afín) se sientan
respetados y funcionales.
El director del proceso por lo general incorpora al mismo, sin pensarlo siquiera, sólo
a quienes los abogados llamamos “partes”. Son los legitimados para peticionar, los
titulares de los derechos y obligaciones controvertidos. La madre que tiene la tenencia de
los hijos, contra el padre de éstos, litiga por alimentos. El padre cuestiona y solicita su
tenencia. Son dos ejemplos típicos.
Pero quizás esa madre se haya casado o haya formado pareja nuevamente. Y
quizás el padre afín esté colaborando activamente o hasta sosteniendo solo
económicamente el hogar donde él y ella viven con los hijos de ella. Quizás ese padre
que pide la tenencia esté sostenido por una mujer que ahora lo acompaña, y que
probablemente, en caso de que prospere la demanda, sea quien se vaya a hacer cargo
de esos chicos la mayor parte de las horas del día.
Sin embargo, ese padre y esa madre afín no son incorporados al proceso judicial. Y
esto tiene un significado muy hondo. Porque una vez más la cultura de clase media (que
es la que corresponde a los Códigos y los Juzgados de Familia) se habrá despachado
contra sí misma (ya que en su seno hoy en día se alberga un porcentaje importante de
familias ensambladas) promulgando la primacía de la familia nuclear con filiación
biológica, y colocando en un lugar de cuasi inexistencia a las otras familias, como la
ensamblada, la monoparental y aquélla con hijos adoptivos.
Esta no aceptación de la familia ensamblada por parte de la cultura oficial,
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encarnada en una de sus instituciones más representativas (el servicio jurídico o judicial),
es altamente dañina para la sociedad en general y específicamente para la familia que
vive ese proceso de cambio que consiste en pasar de ser una familia del divorcio o una
familia monoparental a ser una familia ensamblada.
La asunción de una identidad nueva es dificultosa de por sí, pero lo es más todavía
cuando no existe por parte de la cultura oficial una aceptación expresa de esa identidad:
hay vacío o indiferencia legal. Para muestra basta un botón: es lo sucedido a la hora de
divorciarse con los padres varones. La ley acuerda a quien detenta la tenencia de los
niños (usualmente las madres) la patria potestad de los mismos y el uso del ex hogar
conyugal. El padre tiene la incómoda función de pagar los alimentos, hacer las visitas y
controlar la educación que la madre da a sus hijos. Estos roles periféricos no encarnan
una verdadera paternidad y promueven la fuga de aquél que no tiene un sitio y una
identidad acordadas por la ley. Y así ha sucedido: los padres varones divorciados han
tendido a excluirse del campo de la familia, creando una institución (la familia de padres
divorciados) en que sobreabundan las madres abrumadas y los hijos parentalizados (que
después pueblan las estadísticas de jóvenes adictos, delincuentes juveniles y
adolescentes embarazadas). Desde hace unos años, la tenencia compartida está
ocupando en la cultura un lugar protector de la familia del divorcio.
Volviendo ahora a la familia ensamblada, desde ya que es difícil ser un padre o
madre afín. También es difícil para su pareja y sus hijos incorporarlo a la familia. Pero
dificulta más todavía las cosas el hecho de que el padre o madre afín no tenga ningún
lugar en la ley (los juristas sólo han encontrado el artículo 363 del Código Civil, que le
acuerda un parentesco de afinidad en primer grado, obviamente refiriéndose a quien se
casa con un viudo o una viuda, no con un divorciado).
Este vacío o indiferencia legal es una carga muy pesada para la familia de clase
media que ingresa a un modelo nuevo, poco experimentado, y encima sin identidad
oficial. No lo era en cambio para los cientos de miles de familia pobres, de clase baja, que
transitaron por el modelo una o varias veces sin que los profesionales reparásemos en
ellas y sin que a ellas les preocupase que una ley que nunca las había protegido, una vez
más fuera indiferente con ellos.
Este vacío de la ley de fondo provoca conductas indiferentes en la conducción del
proceso judicial. Los abogados creen que el padre o madre afín no es titular de ningún
derecho ni de ninguna obligación y por lo tanto no los involucran en los procesos
familiares. Esto hace que el padre o madre afín, su pareja y los hijos de ésta, vean
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ratificado una vez más (en esta ocasión desde el cielo cultural) que la familia ensamblada
es descalificable. Ese hombre puede estar sacrificándose por sus hijos afines, esa mujer
podrá estar criando a sus hijos afines, pero ningún juez los citará porque no son el padre
ni la madre, porque no son “parte”. Están afuera.

B. Y sin embargo...

Podríamos cuestionar fácilmente las afirmaciones anteriores. El padre o madre afín


tiene obligación alimentaria con sus hijos; también tiene derecho a mantener contacto con
ellos, y tiene obligación de cuidarlos y derecho a hacerse obedecer.
En otras palabras, y como suele suceder, la no involucración de padre o madre
afines en los procesos familiares es más una cuestión de rutina que de doctrina. O, mejor
aún, es una vez más obra de la selección que la cultura hace entre las normas legales,
tornando algunas visibles y aplicables y otras transparentes y archivables.
Pero para ayudar a las familias a transitar por nuevos caminos hacia nuevos
lugares, los operadores del derecho tienen que renovar sus estanterías legales y sus
interpretaciones tradicionales. Tienen que crear una nueva cultura jurídica...
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CONCLUSIONES

Por muchos motivos (entre los cuales se encuentra la introducción del divorcio
vincular) la familia ensamblada se está haciendo popular en la clase media, cuando antes
era patrimonio casi exclusivo de la baja.
La consolidación de la familia ensamblada es todavía una tarea difícil, ya que el
modelo cultural vigente prioriza la familia nuclear con hijos biológicos. En este aspecto, el
vacío e indiferencia de la ley respecto de la familia ensamblada es un obstáculo que
dificulta aún más el camino de ésta.
Cuando se da intervención en un proceso a todos los miembros de una familia
ensamblada se está aceptando, desde la cultura oficial, que ésta existe como algo
positivo.
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Bibliografía

 CORNEJO CHAVEZ, HECTOR, Derecho Familiar Peruano. Lima, Studium


Ediciones, 1985
 Fruggeri, Laura, Una propuesta de clasificación de las intervenciones a favor de la
familia: de los contenidos a los procesos, Revista Sistemas Familiares.

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