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Cuerpo y Letra en Teresa de La Parra-J. Manzi PDF
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que debía dar cuenta de la cotidaneidad femenina más inmediata, está sujeta
en realidad a la imaginería novelesca del siglo anterior, aunque ironizada y
distanciada. Por el contrario, en Las memorias de Mamá Blanca para
impugnar la deshumanización moderna y poetizar la infancia se recurre a un
diseño novelístico reflexivo y polifónico, típico de la nueva consciencia
estética. A partir de ese cruce inesperado y atípico entre innovación y
tradición, postularé entonces que la aspiración a la modernidad europea y a
la nostalgia de la colonia criolla se unió en el filo de dos «teologías
novelescas» opuestas, la de la encarnación y la de la ausencia, manteniendo
una oscilación entre cuerpo y letra que alimentó, según O. Paz (1956, 232-
250) y J. Rancière (1998, 95-96), a la literatura europea más innovadora de
los siglos XIX y XX.
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curiosidad un tanto perversa del lector (O, 187)—, Mamá Blanca no deja de
integrar el narratario al escenario oral de su historia recapitulando las
escenas anteriores y señalando las etapas de su historia, como si esa
cuentista sabia y maestra llevara de la mano a sus nietos y su amiga escritora,
los auditores imaginarios de su relato. Entre todos los espectros invocados
por la narradora —los su padre, su tío y su amigo Cochocho (M, 23, 59,
68)—, ese narratario infantil y plural es la presencia virtual más consistente
del acto escenificado de la narración, gracias al trabajo metanarrativo
indicado que va incluso hasta adelantar («…aun cuando ustedes no lo
crean…», M, 41) y corregir el efecto pragmático de la historia contada, tal
como lo hace en el pasaje siguiente:
Espero que ninguno de ustedes se haya reído, al escuchar la lista de
nuestros nombres, lista incompleta puesto que en el momento histórico al
que me refiero no se había terminado todavía. Reírse de nuestros nombres
por muy risibles que sean indicaría poco espíritu de adaptación. Es cierto
que a nosotras casi nunca nos quedaban buenos, pero en cambio a Mamá,
nacida por el 1831, le quedaban todos admirablemente. (M, 23)
Impugnando en un primer momento la comicidad de los nombres, y
aceptándola luego para reconocer que sólo lucían a la madre, surge el
desfase irónico benevolente que potencia el humor inicial. Como el objeto
de las antífrasis y las permutaciones de efectos —típicas según Hamon de la
ironía (1996, 23)— no es otro que la narradora misma en su lejana y tierna
infancia, la complicidad identificatoria entre la figura narradora adulta y sus
narratarios es así más efectiva.
Lo que comparten en secreto Mamá Blanca y el lector es en efecto una
misma sonrisa, una misma distancia desdoblada hacia las incongruencias,
los disparates y dulces engaños de aquel mundo idílico. Cuando su Mamá es
comparada a Napoleón, y su papá a «una deidad ecuestre» o a Dios frente a
unas niñas en mejor situación que Adán y Eva antes de la caída del Paraíso
(M, 18, 24, 20), la «disimulación transparente» de la ironía (Aleman, 1978,
396) deja entrever la distancia crítica y jocosa que separa al pasado del
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fiesta de coincidencias y uniones entre las palabras y las cosas, como puede
ser, por ejemplo, la misteriosa concordancia del nombre del tío:
Primo hermano de nuestro abuelo paterno, empezaba en nosotras la tercera
generación que por fidelidad al ritmo de su nombre, lo seguía llamando
“primo Juancho”. Aquel grado de parentesco no anunciaba superioridad de
años, se imponía a todos los oídos parientes, amigos o conocidos, por no sé
qué misteriosa concordancia y surgía naturalmente de todos los labios,
como gritando ¡ven! a la cordialidad. (M, 49).
Para que estos reencuentros con la palabra poética y plural de la infancia
colonial sean efectivos, es necesario desdoblar constantemente la
enunciación entre el empleo de una expresión opacificada por el
entrecomillado recurrente, y el comentario transparente y sinonímico sobre
el sentido otorgado o el valor de empleo de esas mismas palabras.
La modalización metaenunciativa a la que se recurre en esos casos —
estudiada en detalle por J. Authier (1992)— tiene aquí la función paradójica
de suspender el hilo discursivo transparente para medir reflexivamente la
diferencia entre varios ejes que luego serán declarados equivalentes: el de
los usos dialectales campesinos e infantiles respecto al discurso adulto, el de
las nominaciones populares o individuales ante la realidad descrita. Esas
palabras ajenas, una vez comentadas y aclaradas, pasarán a quedar
integradas al discurso narrativo propio, según una dinámica que va de la
cursiva y la cita a la inclusión y la fusión, de la utopía heterológica perdida a
la unidad actual desdoblada. Una prueba suplementaria de esa negociación
entre diversos usos lingüísticos, es la mención sin comillas de los vocablos
reunidos y explicados por la autora en el glosario que acompaña la edición
de la novela
El objeto predilecto de esa negociación discursiva es como vemos esa
zona intermedia —reconocida por E. Garrels (1986, 31 y 109)— entre lo
escrito y lo oral, entre el género masculino y el femenino, en la que se
encuentran Mamá, el tío Juancho y Mamá Blanca. Entre ellos, la ficción oral
suspende la diferencia entre el orden de la realidad y el orden lingüístico,
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Un invento técnico que podría ser mejorado por otros, eso es al fin y al cabo
la escritura (O, 80). Invento salvador, ya que otorga «el único mando que da
ventajas y no deja remordimientos ni busca enemigos» (M, 11), el de
arraigarse en una misma. Salvador también ya que instaura una ilusión
reparadora, el juego de las afinidades secretas y las concordancias
salvadoras entre cosas y apariencias diversas (M, 97). Pero invento
corruptor también, ya que impone perfeccionar sus simulacros, y
profundizar sus desfases para poder impugnar luego algunos de sus efectos
nefastos.
Parece entonces sintomático de la posición de la escritora que, para
desdecirse de sus tendencias escépticas y revolucionarias de juventud,
recurriera a una autobiografía fingida, y que, para recobrar en parte la
inocencia infantil perdida, hiciera otro tanto con la escenificación constante
del artificio ficcional y del cuestionamiento del instrumento lingüístico.
Sólo una posición crítica, reflexiva y desdoblada, en suma autoconsciente de
y por la escritura, podía falsear su múltiple desobediencia: al patriarcado,
por haber nacido mujer como las niñitas de Piedra Blanca; al fluir natural y
diáfano del espíritu, por haber querido apresarlo en la trama rígida y
convencional del texto; al canon literario de la época, por haber
desarticulado los modelos monológicos heredados, tal como lo señalaron D.
Sommer (M2, 322) y D. Bohórquez (1997, 76).
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Joaquín MANZI
Publicado en Escrituras del imaginario en veinte años de Archivos,
Fernando Moreno, URA 2007 CNRS, Université de Poitiers, 2001, p. 293-306.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
DE TERESA DE LA PARRA
, Obra (Narrativa, ensayos, cartas), Monte Ávila, Caracas, 1982, 752
pp. Abreviado O.
, Las memorias de Mamá Blanca, coord. de V. Bosch, Archivos, Madrid,
1988, 262 pp. Abrev. M. La segunda edición de 1996 reproduce el
prólogo de Sylvia Molloy a la edición norteamericana (pp. 273-278),
junto con los artículos de D. Sommer y E. Garrels (pp. 291-305). Abrev.
M2.
, Obra escogida, Monte Ávila eds-F.C.E., México, 1992; tomo I (incluye
novelas y artículos prologados, anotados y cotejados por Ma. F. Palacios)
506 pp.; tomo II (incluye conferencias y epistolario prologados y
cotejados por la misma Ma. F. Palacios), 298 pp. Abrev. OE 1 y OE 2.
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