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Hechas las anteriores referencias históricas, se puede entrar al análisis que nos
presenta el autor en este notable y bien elaborado texto, en el cual aborda las
diferentes perspectivas que en torno a la justicia se han hecho desde una visión
moderna, que sin embargo no ha perdido de vista las elaboraciones realizadas por
insignes antecesores.
Para adentrarnos en su texto, el autor hace una disección del concepto de justicia,
ubicándola en el contexto moderno y partiendo de la siguiente premisa
fundamental que va a ser el hilo conductor de la primera parte de su texto:
“Si hoy la justicia ocupa el lugar central en el debate ético y político, es quizá
porque éste ha tocado techo”. Aseveración muy interesante, pero al mismo
tiempo incluyente porque presupone que aquella confrontación entre ética y
política, que se hace recurrente y repetitiva debido a una falta de unidad de
criterios, lo que convierte a los políticos en seres astutos y a los moralistas en
seres cautos, lo que parece una relación irreconciliable, más allá de las
esperanzas puestas por Kant en esta simbiosis.
- La economía de mercado
- La ideología de los derechos humanos
- El querer que los individualismos sean contrarios a la convicción del
individuo
- La prohibición de que liberal sea una concepción particular de “vida buena”.
Para concluir con esta primera parte, hay que dejar como colofón lo siguiente: a
pesar del abandono de las tesis antiguas sobre la justicia, desde la modernidad,
es necesario volver a ellas, buscando el sustento axiológico para las mismas y por
otro lado, el debate entre las distintas teorías y convicciones en torno al abstruso y
resbaladizo tema de la justicia, hacen que este se dinamice y robustezca en una
interacción continua. Sin embargo, es innegable el hecho de que John Rawls y
Jurgen Habermas, se han constituido para la modernidad en los dos pilares
fundamentales para abordar el tema de la justicia y tratar de pensar y producir en
este contexto obviando la presencia de ellos, es una gran ingenuidad y al mismo
tiempo una enorme estupidez.
En la segunda parte de su texto, el autor se inscribe en aquella búsqueda de un
planteamiento alternativo en torno al terma de la justicia, en la cual se encuentran
inmersos una serie de ilustres y connotados pensadores y filósofos que buscan
escapar a la enorme gravitación intelectual del binomio Rawls – Habermas.
Para esto comienza como en la primera parte del texto, con una premisa en la cual
muestra una ruptura conceptual con los precitados autores. “La justicia no es, en
primer lugar, una distribución igualitaria de la libertad, sino una distribución
responsable del pan”. Sin que lo anterior signifique que el pan y la libertad sean
incompatibles.
Acto seguido cita al pensador Van Parijs, para quien es posible hablar de justicia
porque “hay escasez y egoísmo”. Siendo estas las circunstancias de la justicia, se
podría inferir que una sociedad es justa cuando se suprime la escasez y el
egoísmo.
Para responder a esto y en consideración del autor, hay que tener en cuenta:
Comprender que el tiempo es el otro, debido a que a ese otro, con el cual tiene
que ver la justicia y al que le reconocen voz propia, es irreductible a nuestra
conciencia y a nuestro saber.
Lo demás es como él mismo lo señala en uno de los apartados del texto, dar
vueltas en derredor, esperando que caiga la muralla, aplicando el llamado método
Jericó. Sin embargo, todo este despliegue analítico y conceptual, no lleva a
ninguna conclusión definitiva en relación con la definición del concepto de justicia,
y esto debido a una razón sustancial: el tiempo es una constante de la naturaleza,
pero a la vez es enteramente dinámico y en torno a él gira la realidad –incluso la
social-. De manera que, aquellas aparentemente ingenuas elaboraciones teóricas
de los antiguos, hay que mirarlas con respeto, pues fueron realizadas para
acometer el tema de la justicia en el contexto histórico en el cual vivieron y
pensaron aquellos filósofos y sabios de la antigüedad.
II
En el Siglo XIX, pasaron a un segundo orden las preocupaciones de carácter
político de la centuria anterior, ocupando el centro de atención las consideraciones
económico-sociales que se ordenaron en incipientes ciencias sociales. El hombre
volcó su esfuerzo reflexivo sobre sí como ser social, bajo el apremio de Compte
que postura que lo real es la sociedad y lo abstracto es el individuo. Para los
estudiosos cobran vida y dimensión los fenómenos sociales, surgiendo así en el
escenario de las ciencias la sociología con la pretensión de descubrir las leyes de
la evolución de las estructuras de la sociedad, siguiendo el postulado de
Montesquieu, según el cual los procesos sociales como los de la naturaleza están
sometidos a leyes. En esta dirección la labor de la sociología es aportar luces
para comprender el Derecho como un fenómeno social más.
1
LÓPEZ VILLEGAS, Eduardo. Derecho y Argumentación. ECOE Ediciones. Universidad de Manizales, 2001. p.
29.
Es en esta dirección donde logra situarse y desarrollarse aquella doctrina y
corriente de pensamiento jurídico que se conoce hoy como realismo jurídico, lo
cual pasa a exponerse en sus aspectos sustanciales a continuación.