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Ha sido una constante, a través de la historia de Occidente, el elucubrar y

desarrollar tesis y teorías explicativas sobre el concepto de justicia. Esto de


acuerdo al contexto socio-político en el cual aquellas han visto la luz. Los
orígenes modernos y contemporáneos del concepto de justicia están directamente
emparentados con aquellas construcciones teóricas hechas por los griegos en
cabeza de sus más célebres pensadores y filósofos, tales como Protágoras,
Sócrates, Platón y Aristóteles, por mencionar solamente algunos.

Llama la atención en este orden de ideas la notable construcción hecha por el


gran filósofo griego Platón en su célebre texto La República o “Canto de la
Justicia”, el cual se ha convertido en todo un clásico del pensamiento occidental y
ha determinado en gran medida las elaboraciones teóricas tendientes a desvirtuar
o buscar rasgos comunes con lo expuesto por Platón en su obra. Para la muestra,
el texto elaborado por su discípulo Aristóteles y que la posteridad conoce como
“La Política” (Politeia), en el que este pensador, con una análisis mucho más
documentado y asentado en la realidad, pretende mostrar cuál es el modelo ideal
de sociedad política, pero sin dejar de lado el tema de la justicia.

Hechas las anteriores referencias históricas, se puede entrar al análisis que nos
presenta el autor en este notable y bien elaborado texto, en el cual aborda las
diferentes perspectivas que en torno a la justicia se han hecho desde una visión
moderna, que sin embargo no ha perdido de vista las elaboraciones realizadas por
insignes antecesores.

Para adentrarnos en su texto, el autor hace una disección del concepto de justicia,
ubicándola en el contexto moderno y partiendo de la siguiente premisa
fundamental que va a ser el hilo conductor de la primera parte de su texto:

“La reflexión sobre la justicia en la época moderna, cae de lleno dentro de la


discusión en torno a la relación entre ética y política”. Con esto realiza una ruptura
con aquel cordón umbilical clásico que identificaba el concepto de justicia en
relación con lo bueno y lo malo del quehacer del hombre. Sin embargo, al mismo
tiempo, muestra una conexidad con el concepto clásico de justicia, ya que al
mismo tiempo para los antiguos la justicia era una virtud y por lo tanto se
constituía en un tema eminentemente moral, que no obstante lo anterior, no
afectaba en primer lugar a la gente, dejando ver en esto un rasgo político; vale la
pena precisar que para los modernos, el objetivo básico de la justicia está
encaminado a posibilitar un fundamento moral de la sociedad.

Acto seguido, el autor llega a una conclusión razonable, y es la siguiente:

“Si hoy la justicia ocupa el lugar central en el debate ético y político, es quizá
porque éste ha tocado techo”. Aseveración muy interesante, pero al mismo
tiempo incluyente porque presupone que aquella confrontación entre ética y
política, que se hace recurrente y repetitiva debido a una falta de unidad de
criterios, lo que convierte a los políticos en seres astutos y a los moralistas en
seres cautos, lo que parece una relación irreconciliable, más allá de las
esperanzas puestas por Kant en esta simbiosis.

Lo anterior grosso modo, se constituye en el debate clásico en torno a la relación


entre política y moral. Sin embargo, no basta con esto, hace falta escudriñar más
a fondo para buscar los verdaderos cimientos del tema de la justicia, no obviando
por esto las convicciones de los antiguos ni de quienes posteriormente se han
dedicado a rebatir aquellas concepciones.
Lo que hace interesante el debate en relación con el tema de la justicia, es el
cambio de paradigma en el cual se inscribe la concepción moderna, rompiendo
con aquel paradigma clásico que no tenía mucho en consideración otro tipo de
aspectos diferentes a la valoración moral y ética en relación con lo político. En
adelante la justicia pasa a convertirse en el fundamento moral de la sociedad y de
las relaciones entre los individuos, lo cual es absolutamente necesario tener en
consideración, debido a la interrelación que se da entre estos, máxime cuando los
estados contemporáneos se enfrentan a graves problemas como: escasez de
bienes, puesta en discusión de derechos, libertades, oportunidades e ingresos,
aspectos sobre los que los individuos compiten y cooperan. De manera que, una
sociedad, con un criterio de justicia, sería aquella que en consideración de Rawls;
“ hiciese posible que todos los seres racionales que la componen, pudieran dar su
aprobación a los principios que la constituyen”.

El cambio en el paradigma antiguo por el moderno, puede sintetizarse de la


siguiente manera:
 Tránsito de la justicia – virtud a la justicia – fundamento de la sociedad.
 Desplazamiento del ser a la acción. La moral constituida y concebida como
guía para la acción.

Sin embargo, más allá de que la justicia moderna se refiera a un cúmulo de


principios sobre los cuales unos seres enteramente racionales pueden ponerse de
acuerdo para regular las relaciones interpersonales entre ellos, y lo justo tenga
ahora una referencia a dichos criterios universales, hay que tener en cuenta que
esto presupone un sometimiento a algo exterior a la apropiación, lo cual sería
inaceptable para una conciencia moderna, debido a que para esta todo criterio
moral tiene que ser racional y, si pretende ser universal, también ha de ser
deliberativo. De modo que, una sociedad es justa si sus miembros actúan
racionalmente, pues lo correcto moralmente es lo racionalmente justificable, tesis
de combate de Habermas para rebatir aquel nuevo paradigma.

Identificada esta fisura y falencia en la construcción del paradigma moderno sobre


la justicia, pasa el autor a buscar el rasgo genético de aquella concepción que se
presupone liberal, encontrándose con la sorpresa de que en relación con aquel
cúmulo de conceptualizaciones y elaboraciones teóricas que comúnmente se
identifican con la concepción liberal, escapa esta neutralidad o imparcialidad, al no
ser lógico identificar liberal con:

- La economía de mercado
- La ideología de los derechos humanos
- El querer que los individualismos sean contrarios a la convicción del
individuo
- La prohibición de que liberal sea una concepción particular de “vida buena”.

No obstante lo anterior, se hace difícil que un criterio moderno de justicia escape


al planteamiento liberal, debido a lo omnicomprensivo del mismo y que ha hecho
que este invada el mercado mundial del pensamiento, - permeando incluso el de la
izquierda - . No se puede elaborar ningún discurso moral – político o un discurso
sobre la justicia, sin tener que discutir con las tesis de Rawls y Habermas.

Para concluir con esta primera parte, hay que dejar como colofón lo siguiente: a
pesar del abandono de las tesis antiguas sobre la justicia, desde la modernidad,
es necesario volver a ellas, buscando el sustento axiológico para las mismas y por
otro lado, el debate entre las distintas teorías y convicciones en torno al abstruso y
resbaladizo tema de la justicia, hacen que este se dinamice y robustezca en una
interacción continua. Sin embargo, es innegable el hecho de que John Rawls y
Jurgen Habermas, se han constituido para la modernidad en los dos pilares
fundamentales para abordar el tema de la justicia y tratar de pensar y producir en
este contexto obviando la presencia de ellos, es una gran ingenuidad y al mismo
tiempo una enorme estupidez.
En la segunda parte de su texto, el autor se inscribe en aquella búsqueda de un
planteamiento alternativo en torno al terma de la justicia, en la cual se encuentran
inmersos una serie de ilustres y connotados pensadores y filósofos que buscan
escapar a la enorme gravitación intelectual del binomio Rawls – Habermas.
Para esto comienza como en la primera parte del texto, con una premisa en la cual
muestra una ruptura conceptual con los precitados autores. “La justicia no es, en
primer lugar, una distribución igualitaria de la libertad, sino una distribución
responsable del pan”. Sin que lo anterior signifique que el pan y la libertad sean
incompatibles.

Acto seguido cita al pensador Van Parijs, para quien es posible hablar de justicia
porque “hay escasez y egoísmo”. Siendo estas las circunstancias de la justicia, se
podría inferir que una sociedad es justa cuando se suprime la escasez y el
egoísmo.

Sin embargo, lo que quiere mostrarnos el autor, es que lo que posibilita la


existencia de la justicia, es la experiencia y la realidad de la injusticia, lo cual
convierte a la justicia en un producto y no en un artilugio o invento de laboratorio.
Pese a lo contundente de este argumento y más allá de la aceptación en casi
todos los teóricos de la justicia, llama la atención en que paradójicamente para los
mismos no juegue ningún papel teórico. Sintetizando, quiere el autor llevarnos a
la convicción de que la justicia es la respuesta moral a la experiencia de la
injusticia.

Lo anterior, deja al planteamiento de la justicia en una encrucijada: este no puede


ser abstracto ni perder de vista la experiencia.

Para responder a esto y en consideración del autor, hay que tener en cuenta:

 El tiempo en la construcción teórica de la justicia, tal y como lo cita Mcintyre en


referencia directa a Rawls, “la justicia es un asunto de modelos presentes de
distribución para los que el pasado es irrelevante.
 La valoración teórica de la experiencia de la injusticia, conlleva que ya no cabe
plantear la justicia como neutralidad o imparcialidad o discurso.

 El tiempo es el otro. Tomar en serio la experiencia de la injusticia, significa


colocar en medio de la teoría de la justicia el concepto de alteridad o de
heteronomía, esto es, el reconocimiento de que las circunstancias de la justicia
no las pone el sujeto, sino que se las imponen los otros.

Haciendo un barrido de todo lo presentado anteriormente por el autor, vale la pena


destacar lo siguiente:

La construcción teórico-práctica del concepto de justicia, debe:

 Tener en cuenta el tiempo, reconociendo que las desigualdades existentes en


determinada sociedad, son históricas y por tanto de esa manera, deben
medirse las injusticias.

 Entender que los criterios de distribución no son neutros, imparciales o


discursivos, debido esto a que todos los jueces son a la vez partes implicadas
que heredan el proceso anterior. Denota esto una continua interrelación entre
los sujetos pertenecientes a determinado conglomerado social.

 Comprender que el tiempo es el otro, debido a que a ese otro, con el cual tiene
que ver la justicia y al que le reconocen voz propia, es irreductible a nuestra
conciencia y a nuestro saber.

Lo demás es como él mismo lo señala en uno de los apartados del texto, dar
vueltas en derredor, esperando que caiga la muralla, aplicando el llamado método
Jericó. Sin embargo, todo este despliegue analítico y conceptual, no lleva a
ninguna conclusión definitiva en relación con la definición del concepto de justicia,
y esto debido a una razón sustancial: el tiempo es una constante de la naturaleza,
pero a la vez es enteramente dinámico y en torno a él gira la realidad –incluso la
social-. De manera que, aquellas aparentemente ingenuas elaboraciones teóricas
de los antiguos, hay que mirarlas con respeto, pues fueron realizadas para
acometer el tema de la justicia en el contexto histórico en el cual vivieron y
pensaron aquellos filósofos y sabios de la antigüedad.

II
En el Siglo XIX, pasaron a un segundo orden las preocupaciones de carácter
político de la centuria anterior, ocupando el centro de atención las consideraciones
económico-sociales que se ordenaron en incipientes ciencias sociales. El hombre
volcó su esfuerzo reflexivo sobre sí como ser social, bajo el apremio de Compte
que postura que lo real es la sociedad y lo abstracto es el individuo. Para los
estudiosos cobran vida y dimensión los fenómenos sociales, surgiendo así en el
escenario de las ciencias la sociología con la pretensión de descubrir las leyes de
la evolución de las estructuras de la sociedad, siguiendo el postulado de
Montesquieu, según el cual los procesos sociales como los de la naturaleza están
sometidos a leyes. En esta dirección la labor de la sociología es aportar luces
para comprender el Derecho como un fenómeno social más.

Para lograr conectar de manera lógica el positivismo jurídico con la ulterior


aparición del realismo jurídico, hay que tener en cuenta que:

“El supuesto fundamental en el paradigma del positivismo sociológico


es aquel según el cual sólo hay ciencia cuando su objeto sea una
realidad sensible. La sociología sólo actúa sobre datos fácticos, sobre
fenómenos sociales que en manera alguna lo son las normas aunque
en ellas se cristalice de manera transparente la voluntad humana, como
lo propusieron los positivistas jurídicos. Así, el Derecho en su
búsqueda de un lugar dentro de los saberes, tiene la opción adicional
de constituirse como ciencia social; o incluso sin pretender a tanto
como una técnica orientada por la sociología jurídica, que es como
Ehrleich calificaba a la dogmática jurídica”1

Los positivistas sociológicos siguiendo esta directriz se apartan definitivamente del


formalismo jurídico y derrumban la radical barrera que en este, con elaboraciones
tan refinadas como las de Kelsen, se había levantado entre las normas y hechos.
El aporte fundamental del paradigma elaborado por el Positivismo Sociológico del
Derecho, se incorpora de manera definitiva a la Teoría del Derecho, al constituir
con el hecho una tercera naturaleza jurídica, ofreciendo con ella a la definición
tradicional del Derecho de tres partes, el tercer elemento: la Norma, el Valor y el
Hecho Social.

Los iusfilósofos adscritos al paradigma del positivismo sociológico enfilan sus


dardos y tesis contra la manera tradicional de concebir aquella simbiosis Derecho-
Sociedad, en la que aquel se impone a la sociedad como una fuerza externa con
capacidad para moldearla, y con el fin de invertir la relación. Desde el primer
tercio del Siglo XX dentro del espectro de la sociología jurídica se adoptó una
nueva cosmovisión del Derecho, concebido éste como: como expresión de
realidades sociales, económicas y políticas mucho más que como expresión de
una voluntad de dirigir y orientar estas mismas realidades, tal y como lo expresara
una de las figuras rutilantes del nuevo pensamiento que va a ser el realismo
jurídico como lo es Roscoe Pound. La realidad cotidiana y los movimientos
sociales dan lugar a la creación de reglas propias y condiciones, las que al adquirir
forma jurídica se constituyen en fuente del Derecho. La norma existe primero en
la praxis social y luego adquiere un carácter social.

1
LÓPEZ VILLEGAS, Eduardo. Derecho y Argumentación. ECOE Ediciones. Universidad de Manizales, 2001. p.
29.
Es en esta dirección donde logra situarse y desarrollarse aquella doctrina y
corriente de pensamiento jurídico que se conoce hoy como realismo jurídico, lo
cual pasa a exponerse en sus aspectos sustanciales a continuación.

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