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Las Revoluciones Contemporáneas
Las Revoluciones Contemporáneas
Las Revoluciones Contemporáneas
El fin de los Tudor en 1603, con la muerte de Isabel I, hizo recaer la Corona por ley
sucesoria en su primo Estuardo, el rey Jacobo VI de Escocia, que reinó en Inglaterra
bajo el
nombre de Jacobo I.
La población católica inglesa depositó, a comienzos de su reinado, algunas
esperanzas
en el hijo de María Estuardo. Pero muy pronto Jacobo I dejó claro que asumía la
realidad religiosa inglesa, persiguiendo a los católicos como el mejor anglicano.
La dinastía Estuardo trasplantada a Inglaterra persiguió los ideales de la realeza
absolutista. Jacobo I, acostumbrado a un país como Escocia, en el que los magnates
territoriales hacían sus propias leyes y el Parlamento contaba poco, se encontró un
reino en el que el militarismo de la alta nobleza había desaparecido y no fue capaz
de ver que el Parlamento representaba el núcleo central del poder nobiliario.
A fines del siglo XVI el Parlamento inglés funcionaba según el sistema de las dos
cámaras. La de los Lores, nombrada por el rey, y la de los Comunes, elegida por un
sistema de sufragio censitario, en el que sólo votaban los propietarios ricos que
pagaban un alto impuesto. El Parlamento se reunía frecuentemente, pero no existía
una periodicidad prefijada.
Esta alta institución representaba por tanto a la antigua nobleza inglesa ligada a la
tierra, pero también a la reciente, vinculada a la ciudad y a los negocios.
Hasta 1612, la actitud de Jacobo I fue moderada. Asesorado por Sir Robert Cecil (†
1612), trató con consideración a las dos cámaras, que se limitaron a votar
impuestos mientras el déficit financiero dejado por Isabel I crecía año tras año. Pero
a partir de 1616 y bajo la influencia de su favorito, el Duque de Buckingham, el rey
prescindió de convocar al Parlamento
para obtener subsidios y recurrió a enajenaciones del patrimonio real, venta de
nuevos títulos nobiliarios y multiplicación de monopolios, vendidos, en su mayor
parte, a particulares próximos a la camarilla de Buckingham.
Cuando el soberano murió, en 1625, el divorcio entre el Parlamento inglés y la
Corona
era evidente. Tal enfrentamiento no se dio sin embargo en Escocia o en Irlanda.