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Guías didácticas
Literatura Española
Contemporánea
(Siglos XX y XXI)
La Seu d’Urgell
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................................... 5
INTRODUCCIÓN
Antes de que los alumnos utilicen este documento, conviene advertir que las páginas
que van a continuación no son los típicos “resúmenes”, generalmente muy esquemáticos
y literales, que los estudiantes suelen confeccionar y emplear para repasar la materia y
preparar los exámenes. Estos apuntes son más bien una refundición de materiales
diversos, procedentes de libros de texto y de apuntes y esquemas utilizados en clase, que
he reunido y organizado de la forma que he considerado más útil y didáctica.
También es importante señalar que este documento es sólo una base para iniciar el
estudio de la materia. Debe completarse con los manuales recomendados para la
asignatura, con la lectura de los textos literarios fundamentales de cada época, y con las
aportaciones de cada lector, que sin duda podrá ampliarlo con su trabajo personal, y
adaptarlo a sus necesidades.
Como fuente básica de información he utilizado las Unidades Didácticas editadas por
la UNED y confeccionadas por las profesoras Nieves Baranda y Lucía Montejo (siglo
XX). También me ha sido de gran utilidad, como base para elaborar estos resúmenes, el
antiguo manual de Literatura Española de COU de la editorial Anaya, preparado por el
profesor Fernando Lázaro Carreter y hoy descatalogado, al haberse extinguido aquel
plan de estudios.
Como observaréis, he prestado especial atención al contexto histórico de cada época,
fundamental para situar los movimientos y entender las obras. El documento se
completa con unos cuadros cronológicos y un índice inicial, que servirá de guía para
“moverse” por sus páginas. Espero que el material os resulte útil.
I
LA LITERATURA ANTERIOR A 1939
TEMA 1
EL MODERNISMO Y LA GENERACIÓN DEL 98
Durante el último tercio del siglo XIX se producen una serie de transformaciones tan
decisivas en la escena mundial, que podemos hablar de una verdadera crisis, es decir, de
un profundo cambio que afectará a todos los órdenes de la historia humana. Entre ellas,
la más importante en el terreno económico fue la llamada segunda revolución
industrial, caracterizada por la aparición de nuevas fuentes de energía, la mejora de los
medios de comunicación, los adelantos científicos y técnicos, la concentración de
numerosos obreros en grandes factorías. Todo ello conduce a un espectacular auge de la
burguesía y del sistema capitalista, aunque también provoca la aparición de un
proletariado cada vez más numeroso y combativo, que vive en condiciones inhumanas,
pero que se niega a aceptar su situación de manera resignada. Tales circunstancias
conducirán al conflicto y enfrentamiento entre las grandes potencias, que desemboca en
la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y al auge del movimiento obrero y la
agitación revolucionaria, especialmente en torno a 1917, el año en que triunfa en
Rusia la Revolución Soviética.
En España, la situación durante el periodo de la Restauración y la Regencia
[Reinado de Alfonso XII (1875-1885) y Regencia de María Cristina (1885-1902)], es
aun más grave si cabe, como consecuencia del atraso económico que el país sufre en
comparación con sus vecinos europeos; el anquilosamiento de un sistema político
caracterizado por la corrupción, el caciquismo y el turno de los partidos liberal y
conservador; el atraso cultural (en 1900 el 64% de la población adulta es analfabeta);
el poder y la injerencia en los asuntos políticos de la Iglesia y el Ejército; y la
pervivencia de un sistema social arcaico caracterizado por el predominio de las clases
conservadoras (burguesía y oligarquía terrateniente), la debilidad de las clases medias y
de la todavía exigua clase obrera, que empieza a organizarse en sindicatos y partidos,
socialistas o anarquistas; y la pobreza y atraso de las masas campesinas, que representan
más del 60 por ciento de la población.
La derrota de España frente a los EE.UU. y la pérdida de las últimas colonias
(Cuba, Filipinas y Puerto Rico) en 1898 –el llamado Desastre del 98–, además del
quebranto humano y económico que representó, fue un acontecimiento que marcó
decisivamente a los autores de la llamada Generación de fin de siglo, que entonces se
daban a conocer, y el detonante o catalizador de un movimiento de protesta de
carácter regeneracionista, en el que destacaron los nombres de VALENTÍ ALMIRALL1,
catalanista, republicano federal y difusor precoz de muchas ideas renovadoras; RICARDO
MACÍAS PICAVEA, autor de El problema nacional2; el abogado y periodista mallorquín
DAMIÁN ISERN3; el ingeniero de minas LUCAS MALLADA4; y JOAQUÍN COSTA, autor de
escritos y propuestas de carácter muy diverso 5, cuyo influjo en los autores de fin de
siglo fue decisivo.
1
VALENTÍ ALMIRALL, España, tal como es (La España de la Restauración) [1886], prólogo de Antoni
Jutglar, Madrid Seminarios y Ediciones, 1972.
2
RICARDO MACÍAS PICAVEA, El problema nacional: hechos, causas y remedios [1899], introducción
y notas de Fermín Solana, Madrid, Seminarios y Ediciones, 1972.
3
DAMIÁN ISERN Y MARCO, Del desastre nacional y sus causas, Madrid, 1899.
4
LUCAS MALLADA, Los males de la patria y la futura revolución española [1890], selección, prólogo
y notas de Francisco J. Flores Arroyuelo, Madrid, Alianza, 1969.
5
JOAQUÍN COSTA, Colectivismo agrario en España [1898], introducción y edición de Carlos Serrano,
Zaragoza, Guara, 1983, 2 vols.; Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España:
Urgencia y modo de cambiarla [1902], estudio introductorio de Alfonso Orti, Madrid, Revista de
Trabajo, 1975, 2 vols.; así como la selección de sus escritos: Oligarquía y caciquismo. Colectivismo
agrario y otros escritos. Antología, edic. de Rafael Pérez de la Dehesa, Madrid, Alianza, 3ª edic. 1973.
– El Grupo de los tres, núcleo esencial del 98, formado por JOSÉ MARTÍNEZ
RUIZ, «AZORÍN» (1873-1967), PÍO BAROJA (1872-1956) y RAMIRO DE MAEZTU
(1874-1936). Nacidos en las mismas fechas, coinciden en Madrid en la última década
del siglo, y comparten la rebeldía contra el sistema político, los anhelos
revolucionarios, las inquietudes literarias y la admiración por Nietzsche.
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– RAMÓN VALLE INCLÁN (1866-1936) es el hijo pródigo del 98, ya que también
inicia su trayectoria literaria en una línea de tradicionalismo y modernismo, y
evoluciona en su madurez hacia posiciones revolucionarias similares a las de los
jóvenes del 98, sobre todo desde la publicación de su primer “esperpento”, titulado
Luces de bohemia (1920).
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desea y piensa, es por un lado voluntad y por otro inteligencia, y ésta crece con más vigor a medida que el
instinto disminuye. De esta peculiaridad del hombre nace la terrible paradoja en que consiste la vida
humana, ya que la inteligencia nos lleva a percatarnos de que la consecuencia inevitable de la voluntad es
el dolor. Nuestros deseos, en efecto, suponen una carencia, la necesidad de algo que no se posee, y
revelan un estado infeliz; además, la voluntad es un instinto, una fuerza ciega que se ejerce contra otros, y
que se manifiesta en la lucha, y en la apropiación o la destrucción de lo ajeno. El hombre sufre porque a
medida que su inteligencia se desarrolla, su capacidad para comprender y experimentar el dolor también
aumenta, y, de esta forma, pensar es sufrir, y a mayor conocimiento e inteligencia, mayor dolor.
Las soluciones que al hombre se le ofrecen son varias, y todas ellas problemáticas: puede anular la
inteligencia, renunciar a pensar, dejarse arrastrar por la fuerza ciega de la voluntad, pero lo único que
conseguirá con ello es volver a un estado de pura animalidad. La solución debe consistir, por tanto, en
suprimir la causa del dolor anulando la voluntad en nosotros: limitar nuestras ambiciones y anular los
instintos mediante una vida de contención, castidad y ascetismo, para llegar a la ataraxia de los epicúreos
y estoicos: el bienestar que proporciona la inacción y el dominio de los deseos.
El adormecimiento de los instintos produce, sin embargo, un mayor desarrollo de la inteligencia y una
comprensión más aguda del dolor. La ataraxia es además un estado antinatural, puesto que supone la
destrucción de la voluntad, que es la esencia misma de nuestro ser; y por este camino se llega fácilmente
al aburrimiento, al hastío de vivir. La solución no parece por tanto posible, y el hombre se ve condenado a
oscilar constantemente entre el hastío y el dolor.
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Friedrich Nietzsche (1844-1900) es el principal representante del vitalismo irracionalista y uno de
los autores que más influencia ha ejercido en el pensamiento contemporáneo. Puede considerársele un
continuador de la obra de Schopenhauer, al que leyó y admiró desde joven. Nietzsche desarrolló sus
doctrinas más conocidas en su última época, y las expuso en sus obras Más allá del bien y del mal (1886),
Genealogía de la moral(1887), Así hablaba Zaratustra (1891). La presencia de sus ideas en España fue
muy destacada desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX, y ha sido estudiada por Gonzalo Sobejano
(Nietzsche en España, Madrid, Gredos, Biblioteca Románica Hispánica, 1967, 688 pp.).
Nietzsche concibe el mundo como representación, igual que Schopenhauer, y profundizando en las
concepciones de éste, niega cualquier validez a las verdades objetivas y absolutas que la razón y la
ciencia defienden: la realidad es cambiante, contradictoria, nos presenta a cada instante una faceta
distinta, y ni la ciencia ni el pensamiento racional o empírico nos ayudan a entender esa compleja
multiplicidad de lo real. Únicamente la intuición o la fantasía son capaces de proporcionarnos una
representación adecuada del mundo, a pesar de lo cual la verdad tendrá que seguir siendo un hecho
subjetivo, la opción personal de un individuo concreto.
Para Nietzsche, igual que para Schopenhauer, la vida se caracteriza también por la presencia de la
voluntad, la lucha y el dolor, aunque su filosofía se orienta hacia la superación del pesimismo de su
predecesor, y hacia la exaltación de la vida y de la voluntad en un sentido positivo. Si la voluntad es la
esencia misma del hombre, no debemos combatirla y anularla, sino, al contrario, aceptar la vida
espontáneamente, tal como es: potenciar nuestros instintos; entregarnos decididamente a la lucha, la
agresión y el dominio de lo ajeno; desarrollar de forma libre nuestra voluntad de poder, aun con el riesgo
de nuestra propia destrucción.
De momento, sin embargo, no es posible adoptar esta actitud, porque el hombre vive sometido a unos
valores y un tipo de moral que suponen la negación de la voluntad y de todo lo positivo que la vida
ofrece. La moral cristiana, que es la moral de los esclavos y los sometidos, ha sido la principal
responsable de esta aniquilación, porque durante siglos ha adormecido nuestros instintos y ha predicado la
resignación, la piedad, la caridad, la abstinencia, es decir, unas normas de conducta totalmente opuestas a
aquello que el instinto y la voluntad humana exigen; y en nuestros días el liberalismo o el socialismo, que
defienden la igualdad y la solidaridad, han contribuido también a esa labor destructora. Por ello es
necesario acabar con todos los valores vigentes en la sociedad occidental, y sobre todo con la moral
cristiana; afirmar la muerte de Dios y el valor relativo de los principios morales; exaltar el instinto, la
agresión y la voluntad de poder, hasta conseguir un hombre diferente, un Superhombre que encarne todos
esos valores.
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Søren Kierkegaard (1813-1855).- Filósofo y teólogo danés, se le considera precursor de la filosofía
existencial, ya que, frente a las filosofías que tratan de averiguar la esencia del hombre, el pensamiento de
Kierkegaard tiene por objeto primordial y punto de partida la existencia, que es un hecho concreto,
irrepetible, imposible de entender a partir de planteamientos abstractos.
Uno de los rasgos más destacados de la existencia humana es la experiencia de la angustia, a la que
Kierkegaard dedicó su obra más conocida, titulada precisamente El concepto de la angustia (1844). Este
sentimiento es por un lado consecuencia de la propia libertad del hombre, que en cada momento se ve
obligado a elegir, forjando así su destino, lo cual supone un riesgo y una responsabilidad enormes, y
también una fuente constante de sufrimiento. La angustia es además la consecuencia de las extrañas
circunstancias en que se desarrolla la existencia humana, que es limitada y finita, pero tiende al mismo
tiempo y de manera instintiva hacia lo infinito, hacia la divinidad de la que depende. La fe, que es el
esfuerzo del hombre por llegar hasta Dios, ha de ser por consiguiente una vivencia angustiosa, el fruto de
una apuesta desesperada, ya que con ella se pretende cruzar el abismo que separa a la humanidad finita de
la divinidad infinita.
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3. El Modernismo
El término Modernismo, que había designado cierta corriente heterodoxa de
renovación religiosa, se aplicó, en el campo de las artes, a una serie de tendencias
europeas y americanas surgidas en los últimos veinte años del siglo XIX, cuyas
características comunes eran un marcado anticonformismo y un claro esfuerzo de
renovación estética, en abierta oposición al realismo vigente.
En su origen, el término “modernista”, lanzado por los enemigos de las
novedades, tuvo una significación despectiva. Sin embargo, hacia 1890, Rubén Darío
y otros asumen con un insolente orgullo tal designación. Y a partir de entonces la
palabra Modernismo irá perdiendo paulatinamente su valor peyorativo, y se convertirá
en un concepto fundamental de la historia literaria.
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es errónea, ya que todos formarían parte de una Generación de fin de siglo, aunque
sus componentes reaccionen ante la crisis finisecular desde posturas distintas.
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– Esa misma búsqueda de las propias raíces explica la entrada de los temas
hispanos, que alcanzará su máxima expresión, de acercamiento y solidaridad entre
España e Iberoamérica ante la pujanza de los Estados Unidos, en Cantos de vida y
esperanza (1905) de Rubén Darío.
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Los ejemplos que van a continuación proceden de poemas de Rubén Darío.
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3.4. La métrica
La métrica es un aspecto que requiere una atención especial. El ansia de armonía y el
“imperio de la música” conducen a un gran enriquecimiento de ritmos. Se prolongan las
aportaciones de los románticos, se incorporan formas procedentes de Francia, se re-
sucitan versos y estrofas antiguos... Y a todo ello se añaden hallazgos personalísimos.
El verso preferido es, sin duda, el alejandrino, enriquecido con nuevos esquemas
acentuales. También a la influencia francesa se debe el abundante cultivo de
dodecasílabos (6 + 6: “Era un aire suave de pausados giros”) y de eneasílabos, apenas
usados en nuestra poesía (“Juventud, divino tesoro”). Junto a ellos, los versos ya
consagrados –endecasílabo, octosílabo– siguieron siendo abundantemente usados.
Fundamental es el gusto por los versos compuestos de pies acentuales, con su
marcado ritmo. Véanse unos ejemplos de pies ternarios: “ínclitas razas ubérrimas,
sangre de Hispania fecunda” (son dáctilos: óoo); “¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los
claros clarines!” (anfíbracos: oóo); “La princesa está triste; ¿qué tendrá la princesa?”
(anapestos: ooó).
En fin, la métrica se enriquece con múltiples artificios complementarios como el
uso especial de rimas agudas o esdrújulas, rimas internas, armonías vocálicas,
paralelismos y simetrías que refuerzan el ritmo, etc.
Los ensayos de Unamuno tratan sobre las dos cuestiones que le preocuparon a lo
largo de su vida: el problema de España y las cuestiones religiosas y existenciales.
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Los mismo temas que hemos visto en los ensayos nutren buena parte de su extensa
obra poética, que constituye una auténtica autobiografía espiritual, con sus anhelos y
sus tormentos. Así ocurre desde las Poesías de 1907 hasta el Cancionero póstumo,
pasando por El Cristo de Velázquez (1920), en donde vuelca su pasión por Jesús. Su
vigoroso temperamento explica el ritmo áspero de su lírica y su índole irreductible a
cualquier moda del momento, por lo que no sería apreciada hasta algunos años más
tarde.
También a Unamuno le atrajo el teatro, por las posibilidades que le ofrecía para
llevar a cabo una presentación directa de los conflictos íntimos que le obsesionaban. Es
lo que intentó, con limitado acierto, en obras como Fedra (1918), recreación de la
tragedia clásica –hay versiones previas de Eurípides, Séneca y Racine– que recuerda la
desesperada pasión de la protagonista por su hijastro Hipólito, a través de cuyo amor
intenta realizarse; o El otro (1932), en que Unamuno plantea el problema de la propia
identidad a través de la historia de dos hermanos gemelos cuya personalidad se
confunde.
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cuya preparación invirtió doce años. Se trata, utilizando palabras del propio autor, de la
tarea propia de un novelista “ovíparo” que, como los maestros del realismo, incuba
largamente su creación mediante un minucioso acopio de materiales; si bien Unamuno
pronto pasó a ser un novelista “vivíparo”, de parto rápido, que escribe “a lo que salga”,
cuyas novelas se van haciendo al escribirlas, y en que la narración no está formada por
materiales tomados del exterior mediante la observación y la documentación, como en
la novela realista, sino que ahonda sus raíces en lo más íntimo y personal del propio
autor.
Su primera novela de esa línea es Amor y pedagogía (1902), un ataque demoledor
contra la ciencia y el espíritu positivista. Nos presenta en ella a don Avito Carrascal,
quien, partiendo de bases racionalistas, se propone educar “científicamente” a su hijo
Apolodoro, para convertirlo en un genio. Pero tal experimento producirá una criatura
desgraciada, angustiada, que acabará suicidándose. La lección –muy característica del
vitalismo unamuniano– es que la vida se resiste a dejarse encorsetar por las teorías
racionales.
Las novedades formales de Amor y pedagogía hicieron que ciertos críticos
consideran que aquello no era propiamente una novela. Por ello, con actitud desafiante,
Unamuno subtitularía nivola a su siguiente obra narrativa, Niebla (1914), sin duda su
obra maestra en el género. Es famoso el pasaje final de la obra, en que Agustín,
protagonista y ente de ficción, se enfrenta con el propio autor, que ha decidido su
muerte, al tiempo que se establece un paralelismo entre la criatura literaria y su creador,
y entre éste y Dios, de cuya voluntad dependemos los humanos enteramente.
Otras novelas fundamentales de Unamuno son Abel Sánchez (1917), sobre la envidia,
el odio, el “cainismo” que enfrenta a dos hermanos; La tía Tula (1921), en torno al
deseo de maternidad, uno de los anhelos esenciales para el autor, manifestación del
ansia de inmortalidad; San Manuel Bueno, mártir (1930), trágica historia del sacerdote
que ha perdido la fe, pero finge ante sus fieles, convencido de que la fe religiosa viene a
colmar una necesidad vital innata en el ser humano.
2. Etapa intermedia: El mundo idealizado que Valle había retratado en las Sonatas
empieza a mostrarnos su cara más oscura y violenta, al tiempo que el estilo contribuye
a ese afeamiento deliberado de la realidad.
A esta etapa, que se inicia en 1907, corresponden las Comedias bárbaras [Águila de
blasón (1907), Romance de lobos (1908), Cara de plata (1922)], serie de piezas
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teatrales protagonizadas por don Juan de Montenegro, hidalgo gallego tiránico y brutal,
antítesis del marqués de Bradomín; y las Novelas de la guerra carlista [Los cruzados
de la causa (1909), El resplandor de la hoguera (1909), Gerifaltes de antaño (1909)],
en que, a diferencia de la imagen heroica que el asunto presentaba en la Sonata de
invierno, la guerra aparece como algo cruel y sórdido, despojado de grandeza y
heroísmo.
3. Etapa del esperpento: A partir de 1920 se inicia una etapa en que Valle se sitúa
en una postura estética completamente opuesta a la que adoptó en la etapa modernista,
en que escribió las Sonatas. Las obras de este periodo fueron bautizadas por el propio
autor con el nombre de esperpentos, y se caracterizan por la actitud de superioridad y
distanciamiento que el autor adopta frente a la realidad que retrata; por el
empequeñecimiento, afeamiento y caricaturización de los personajes, que a menudo
son comparados con fantoches o animales; por la transformación de lo trágico y
grandioso en ridículo y grotesco10. Desde el punto de vista ideológico, el esperpento
nos ofrece una visión ácida y crítica de la realidad española del momento, desde una
posición de rebeldía.
En esta etapa Valle escribe las obras teatrales Divinas palabras (1920), Luces de
bohemia (1920) y Martes de carnaval [Los cuernos de don Friolera (1921), Las galas
del difunto (1926), La hija del capitán (1927)]; la novela Tirano Banderas (1926),
protagonizada por un supuesto dictador hispanoamericano; y la serie El Ruedo Ibérico
[La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928), Baza de espadas (1932)],
novelas en que se retrata la corte de Isabel II.
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El propio Valle explicaba que en el esperpento el autor ve la realidad desde el aire, con lo que los
personajes quedan empequeñecidos, y que su nueva estética consistía en observar las normas clásicas y al
héroe trágico a través de un espejo cóncavo, que deforma las imágenes hasta lo risible.
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TEMA 2
EL NOVECENTISMO, O GENERACIÓN DEL 14, Y LAS VANGUARDIAS
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Finalmente, los autores novecentistas muestran una clara voluntad de estilo, que se
manifiesta en la búsqueda de una lengua depurada, aquilatada, precisa, alejada de la
vehemencia apasionada propia de la época romántica, de la exuberancia ornamental de
la poesía modernista, y del desaliño y el descuido en que, en nombre de la sobriedad y
la sencillez, cayeron a su juicio algunos autores de fin de siglo, especialmente los del
llamado Grupo del 98.
Manifestaciones concretas del nuevo ideal estético propugnado por los autores
novecentistas fueron la poesía pura, desnuda, de Juan Ramón Jiménez, centrada en la
búsqueda y el goce de la belleza y despojada de artificios innecesarios; la prosa lírica
de Gabriel Miró, en que lo narrativo y lo poético se funden; o la novela intelectual de
Ramón Pérez de Ayala, en que el género rompe sus fronteras para confundirse con la
reflexión y el ensayo.
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4. Las vanguardias
Llamamos vanguardias a un conjunto de movimientos artísticos surgidos en Europa
desde principios del siglo XX, que alcanzan su apogeo durante el periodo de
entreguerras, y que se caracterizan por el deseo de novedad y de cambio –el arte debía
transformarse al mismo ritmo en que lo hacía el mundo en aquellos años 11–, y por una
actitud de abierta rebeldía y ruptura no sólo frente al arte y los cánones estéticos
vigentes en esa época, sino también, en muchos casos, frente a la moral, la
organización, las creencias y valores de la sociedad burguesa, a la que los artistas
culpaban de los males de la humanidad en general, y del estallido de una guerra, la que
tuvo lugar entre 1914 y 1918, en que la capacidad destructiva del ser humano había
alcanzado cotas inimaginables. La palabra “vanguardia” evoca precisamente la idea de
‘avanzadilla’ y ‘fuerza de choque’ de una nueva concepción del arte y la sociedad.
Rasgos comunes a los movimientos de vanguardia son la voluntad de ruptura y el
rechazo de tendencias anteriores, incluso las de otros movimientos de vanguardia
coetáneos; su aparición en una fecha concreta, generalmente tras la celebración de un
acto fundacional o la publicación de un manifiesto; el compromiso de los artistas, que
acostumbran a poner su obra al servicio de algún ideal político, fascista, socialista o
anarquista; la experimentación y búsqueda de formas de expresión originales; la
actitud antirrealista, inspirada en la idea de que el artista no debe copiar la realidad,
sino instaurar o descubrir una realidad diferente, situada más allá de la lógica y los
sentidos; la deshumanización, que tiende a convertir el arte en un juego intelectual o un
laboratorio de experimentos formales; la internacionalización del arte por encima de
países y fronteras; la dependencia e influjo mutuo entre las distintas formas de
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Wenceslao Fernández Flórez lo explicaba con las siguientes palabras en 1930: “De repente el
mundo ha cambiado. Surgen formas de gobierno con las que no contaba, y a las que mis profesores no me
habían dicho si debía amar u obedecer. El valor de las monedas se achica y el poder del dinero crece; las
mujeres me ofrecen cigarrillos; aparecen danzas que yo no sé bailar; una música incomprensible, una
literatura extraña, una pintura indescifrable me rechazan como a un hombre del cuaternario. Súbitamente
el aire se puebla de aviones y la tierra se cuaja de automóviles. Una juventud sin sombreros, uniformada
con gabardinas, innúmera, epidérmica, insolente, brota de cada poro de la tierra, tan desligada de lo
anterior, tan lejana del próximo ayer, como si no hubieran tenido padres humanos”.
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expresión artística (pintura, música, literatura, escultura), que en algunas artes, como el
cine o el teatro, coinciden para combinarse libremente; la presencia del humor y la
ironía; y, en el caso de la literatura, el uso de imágenes y metáforas sin referente real,
así como la ruptura de la sintaxis y los moldes de expresión lingüística habituales.
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“El elefante es la enorme tetera del bosque”. “Los paraguas son viudas que están de luto por las
sombrillas desaparecidas”. “El cocodrilo es un zapato desclavado”. “Cuando se llega al verdadero
escepticismo es cuando por fin se sabe que escepticismo no se escribe con x”. “La jirafa es como el
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periscopio para ver los horizontes del desierto”. “Aburrirse es besar a la muerte”. “El coleccionista de
sellos se cartea con el pasado”. “En la gruta bosteza la montaña”. “¿Hay peces en el sol? Sí, pero fritos”.
“Eva fue la esposa de Adán, y, además, su cuñada y su suegra”.
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TEMA 3
LA GENERACIÓN DEL 27
1. ¿Generación o grupo?
Aunque durante mucho tiempo se ha utilizado el término Generación del 27 para
referirse al conjunto de autores que ahora estudiamos, la crítica actual prefiere hablar de
un Grupo del 27, que formaría parte de una generación más amplia, la que se da a
conocer en el periodo de entreguerras bajo el influjo de las vanguardias. En cuanto a la
fecha, algunos autores, como Cernuda, preferían hablar de una Generación o Grupo de
1925, aunque la fecha que finalmente se ha impuesto es la de 1927, el año en que se
celebraba el tercer centenario de la muerte de Luis de Góngora, poeta barroco,
auténtico virtuoso en el manejo del lenguaje y la creación de imágenes, al que los poetas
del grupo admiraron y siguieron, y al que en ese año tributaron un homenaje en el
Ateneo de Sevilla, un acto que suele considerarse como el lanzamiento o “puesta de
largo” de estos escritores.
El Grupo del 27 está formado por autores nacidos en torno al cambio de siglo (1900),
que escriben lo fundamental de su obra entre 1920 y 1939, y que, al menos hasta su
dispersión con motivo de la guerra, mantienen estrechas relaciones entre sí y participan
en numerosas actividades comunes. Algunos coinciden en la Residencia de Estudiantes
de Madrid, foco de una intensa y permanente actividad cultural; participan en actos
como el citado homenaje a Luis de Góngora; editan diversas revistas literarias o
publican su obra en ellas –Litoral de Málaga, Mediodía de Sevilla, Meseta de
Valladolid, o la Gaceta Literaria y la Revista de Occidente de Madrid–; comparten
muchos planteamientos estéticos; y, por encima de todo, se sienten unidos por una
inquebrantable amistad.
Un hecho decisivo para la consagración de este grupo fue la publicación por
Gerardo Diego, en 1932, de una Antología de poetas españoles contemporáneos en
que, junto a los ya consagrados, como Machado, Unamuno o Juan Ramón, figuraba este
grupo de escritores jóvenes.
– Los autores clásicos del Siglo de Oro, Góngora sobre todo, del que, como ya
hemos indicado, admiran el dominio del lenguaje y la capacidad para construir
imágenes.
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que seduzca por sus calidades estéticas y no por su lastre humano–, siguieron durante
cierta época algunos de estos poetas.
– Las vanguardias (véase el apartado anterior), de las que adoptan el gusto por
las metáforas originales, los temas futuristas, la sintaxis libre y las imágenes
sorprendentes propias del ultraísmo y el creacionismo –ya vimos que Gerardo Diego
fue uno de los promotores de este movimiento–, así como las imágenes oníricas y
irracionales típicas del movimiento surrealista, cuyo influjo es muy visible en las
obras, ya citadas, de Rafael Alberti, García Lorca, Luis Cernuda y Vicente
Aleixandre.
Entre las características comunes de este grupo de poetas pueden señalarse la sólida
formación cultural de algunos de ellos, y su dedicación a la investigación y la
enseñanza de la literatura; la búsqueda de la expresión escueta, sin adornos
innecesarios; la sustitución de lo sentimental y lo anecdótico por lo racional, al menos
en su primera época; el gusto por la metáfora, unas veces tradicional, siguiendo el
ejemplo de Luis de Góngora, otras ilógica y sorprendente, de acuerdo con la moda
vanguardista; la preferencia por el verso libre, que ya había utilizado ampliamente Juan
Ramón Jiménez.
3. Etapas y evolución13
Para entender la poesía del 27 debe tenerse en cuenta la evolución conjunta de estos
poetas, que puede dividirse en tres etapas caracterizadas por la deshumanización de la
poesía entre 1920 y 1927, su rehumanización desde 1928 hasta la Guerra Civil de
1936, la dispersión del grupo al terminar la contienda en 1939.
– En primer lugar la poesía pura iniciada por Juan Ramón Jiménez, caracterizada
por la supresión de los elementos anecdóticos y de la efusión sentimental, la
simplicidad, la brevedad y la expresión condensada, que tendrá su máximo
exponente en Jorge Guillén y su libro Cántico (1928) –para Guillén, “poesía es todo
lo que queda en el poema después de haber eliminado todo lo que no es poesía”–.
13
En la Guía para la lectura de los poetas del 27 puede verse una explicación detallada, con
numerosos ejemplos, de la evolución conjunta del grupo.
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14
Autor de los libros de inspiración creacionista Imagen (1922) y Manual de espumas (1924), ya
citados.
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Sobre los ángeles (1928) de Rafael Alberti, Poeta en Nueva York (1929-1930) de Federico García
Lorca, Espadas como labios (1931) y La destrucción o el amor (1933) de Vicente Aleixandre, y La
realidad y el deseo (1936) de Luis Cernuda.
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En cuanto a las obras publicadas en España, fue decisivo el libro titulado Hijos de la
ira (1944), de Dámaso Alonso, con el que se inicia la poesía de carácter existencial, y
que representó un enorme grito de protesta contra el odio, la guerra y la injusticia, y una
pregunta angustiada dirigida a Dios, todo ello escrito en un lenguaje y un tono
desgarrados.
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4. Poesía del exilio: Terminada la Guerra Civil, la amarga experiencia del exilio
conforma los libros escritos a partir de 1939, transidos de nostalgia: Entre el clavel y la
espada (1941), Pleamar (1944), Retornos de lo vivo lejano (1952), Ora marítima
(1953).
Otros libros de esta etapa, como Poemas de Punta del Este (escrito entre 1945 y
1956) o Baladas y canciones del Paraná (1953), se inspiran en la nueva realidad
americana con la que ahora convive, pero los impregna la misma melancolía.
También pertenece a esta época una de las obras fundamentales de Alberti, A la
pintura (1948), que reúne poemas dedicados a grandes pintores y a los elementos que
intervienen en la actividad pictórica. El tema reaparece en Los ocho nombres de Picasso
(1970).
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TEMA 4
EL TEATRO HASTA 1939
Antes de pasar revista a la trayectoria del teatro español hasta 1936, conviene
reflexionar sobre las particulares circunstancias que rodean a este género. En efecto, por
su naturaleza de espectáculo, pesan sobre él con especial fuerza los condicionamientos
comerciales: absoluto predominio de los locales privados, cuyos empresarios –para
hacer negocio– han de tener muy en cuenta los gustos del público aristocrático y
burgués, de modo casi exclusivo. De ello se derivan limitaciones y problemas en dos
terrenos:
– En lo ideológico son escasas las posibilidades de un teatro que vaya más allá de
donde puede llegar la capacidad autocrítica del público burgués; de ahí, que el teatro
que tirunfe sea un teatro ligeramente crítico, pero dentro de los márgenes del sistema
establecido; y, junto a él, un teatro que defiende claramente los ideales
conservadores.
– El teatro que pretende innovar, sea aportando nuevas formas, sea proponiendo
nuevos enfoques ideológicos, o ambas cosas a la vez. En tal línea se hallan las
experiencias teatrales de algunos noventayochistas (Unamuno, Azorín), de Valle-
Inclán o de un escritor coetáneo como Jacinto Grau; así como los nuevos impulsos
renovadores, debidos a las vanguardias o a las preferencias estéticas de la Generación
del 27. La obra dramática de García Lorca será síntesis y cima de las inquietudes
teatrales del momento.
1. La comedia benaventina
JACINTO BENAVENTE (Madrid, 1866-1957) es la figura más representativa de las
posibilidades y limitaciones de la escena española a principios de siglo. “Escandalosa”
fue su irrupción en las tablas con El nido ajeno (1894), en la que presentaba la situación
opresiva de la mujer casada en la sociedad burguesa de la época. Los inquietos jóvenes
modernistas del fin de siglo lo saludan como un renovador estético por su pulcritud
formal, por su elegancia, por su discreción diametralmente opuesta a la grandilocuencia
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2. El teatro en verso
El llamado “teatro poético” de principios de siglo es, por una parte, una continuación
del teatro romántico y posromántico del siglo XIX, y, por otra, significa la presencia en
los escenarios del arte verbal modernista: el verso sonoro, los efectos coloristas, etc.
Pero, curiosamente, a todo ello se asocia –en general– una ideología marcadamente
tradicionalista que, ante la crisis espiritual de la época, responde exaltando los ideales
nobiliarios, las gestas medievales o los altos momentos del Imperio. Incluso
formalmente, y junto a las galas modernistas, se percibe una voluntad de entroncar con
la tradición dramática del Siglo de Oro, aunque más bien nos recuerda a Zorrilla (si no a
Echegaray). De los cultivadores de esta línea merecen recordarse, en todo caso,
Villaespesa y Marquina.
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Dentro del teatro en verso, aunque con visibles diferencias de enfoque, cabe situar las
obras escritas en colaboración por los hermanos MANUEL (1874-1947) Y ANTONIO
MACHADO (1875-1939), que también se inspiraron en personajes históricos, como
Julianillo Valcárcel (1926), un bastardo del Conde-Duque de Olivares, o Juan de
Mañara (1927), famoso personaje sevillano del siglo XVII que pasó de seductor disoluto
a riguroso asceta. Otras son de tema moderno, como Las adelfas (1928) o La Lola se va
a los puertos (1929). Esta es su obra más estimable: trata de una bella “cantaora”,
encarnación del alma popular andaluza, que desprecia a los señoritos que la cortejan y
otorga su amor a Heredia, un guitarrista que simboliza al pueblo. Tales obras
constituyen una curiosa pervivencia del teatro modernista, y ofrecen más interés por sus
autores que por sus calidades escénicas.
3. El teatro cómico
Durante el primer tercio del siglo XX alcanzaron éxito de público la comedia
costumbrista y el sainete.
Los tipos y ambientes castizos habían sido la materia de los saínetes de Don Ramón
de la Cruz en el siglo XVIII de los cuadros de costumbres en la época romántica y del
“género chico” en las últimas décadas del XIX (de los años finales de este siglo son
zarzuelas como La verbena de la Paloma o La Revoltosa). Tal es la línea en la que
destacan, entre muchos otros, los Quintero o Arniches.
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parte, los saínetes de ambiente madrileño, continuadores del “género chico” (y, en
efecto, a muchos de ellos se les puso música). Es curioso que este alicantino no sólo
reflejara al habla popular de Madrid, sino que llegara a crear un tipo de expresión
“castiza” que el pueblo acabaría por imitar. Es indiscutible su habilidad en el diálogo
cómico, apoyado en juegos de palabras, en hipérboles grotescas, etc. En cambio, los
ambientes y los tipos (chulapos y chulapas) no escapan del todo a cierto
convencionalismo populachero. Son abundantes los títulos que integran este sector de su
obra, desde El santo de la Isidro (1898) a Los milagros del jornal (1924), pasando por
El puñao de rosas, El amigo Melquíades, Alma de Dios, La chica del gato, Don Quintín
el amargao, etc.
Su otra vertiente, dominante a partir de 1916, se centra en lo que él llamó la tragedia
grotesca, tímido pero interesante ensayo de un género nuevo. Se trata de obras en las
que la peripecia cómica envuelve y zarandea a seres desgraciados o insignificantes, y en
las que se funden lo risible y lo conmovedor. La observación de costumbres es ahora
más profunda y va acompañada de una actitud crítica ante las injusticias. En esta línea
destaca, ante todo, La señorita de Trevélez (1916), sobre una sangrante broma de unos
señoritos provincianos. La visión de un agudo problema social y político alcanza cierta
hondura en Los caciques (1920).
En un nivel más bajo –por su calidad, no por su éxito– del teatro cómico de este
período, se encuentra el género llamado astracán (o astracanada), cuyo creador fue
PEDRO MUÑOZ SECA (1881-1936). Se trata de unas comedias descabelladas, llenas de
chistes, sin pretensión alguna de calidad. Su único objetivo es arrancar la carcajada,
aunque en muchas de ellas se deje traslucir una visión rotundamente reaccionaria. Junto
a obras como La oca o Los extremeños se tocan, no deja de ser un acierto, dentro de sus
límites, La venganza de Don Mendo (1918), hilarante parodia de los dramas románticos
o neorrománticos y, de rechazo, del teatro en verso de aquellos años.
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a 5. Son tres breves joyas, unidas por la sobria presentación de la angustia ante la
muerte.
Como ya indicamos al tratar sobre su obra, en el tema 1, dentro del teatro renovador
de esta época es fundamental la figura de RAMÓN VALLE INCLÁN (1866-1936),
destacada de la Generación de fin de siglo y de toda la literatura española
contemporánea. Dentro de su producción dramática destacan las Comedias bárbaras
[Águila de blasón (1907), Romance de lobos (1908), Cara de plata (1922)], serie de
piezas teatrales protagonizadas por don Juan de Montenegro, hidalgo gallego tiránico y
brutal, antítesis del marqués de Bradomín, que protagonizó sus Sonatas.
Fundamentales son sus esperpentos, piezas caracterizadas por la actitud de
superioridad y distanciamiento que el autor adopta frente a la realidad que retrata; por
el empequeñecimiento, afeamiento y caricaturización de los personajes, que a
menudo son comparados con fantoches o animales; por la transformación de lo trágico y
grandioso en ridículo y grotesco, y por una visión ácida y crítica de la realidad
española del momento, desde una posición de rebeldía. Entre los esperpentos destacan
Divinas palabras (1920), Luces de bohemia (1920) y Martes de carnaval [Los cuernos
de don Friolera (1921), Las galas del difunto (1926), La hija del capitán (1927)].
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tres facetas, por lo demás, confluyen en ciertos casos. Así, compañías como “La
Barraca” de Lorca o “Teatro del pueblo”, dirigida por Casona, llevan por las tierras de
España un repertorio variado, en el que, junto a los clásicos, figuran títulos de un teatro
estéticamente nuevo.
RAFAEL ALBERTI (1902-1999) había estrenado antes de la guerra dos obras muy
distintas. Se inicia como autor de vanguardia con El hombre deshabitado (1930), a la
que llama “auto sacramental sin sacramento”. Es una obra alegórica, con ecos
surrealistas. Testimonio sobrecogedor de la misma crisis que le inspiró Sobre los
ángeles, presenta al hombre frente a un Dios absurdo. Muy distinta, y menos lograda, es
Fermín Galán (1931), sobre un reciente héroe republicano fusilado. Con ella inicia
Alberti un teatro político que continuará con De un momento a otro (1939), típica obra
de lucha, y, más tarde, con Noche de guerra en el Museo del Prado (1956), de valores
teatrales indiscutibles. Por otra parte, y también en el exilio, cultiva otra línea dramática
en la que sobresale El adefesio (1944), farsa esperpéntica y agria, en la que la autoridad
inquisitorial de la vieja Gorgo reprime y frustra a la joven, bella e inocente Altea. Otras
dos obras, El trébol florido (1940) y La gallarda (1945), esta última en verso, son más
interesantes por sus elementos líricos y populares que por sus valores dramáticos.
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Francia; No, sobre la presión que en Europa ejercen los dos grandes bloques surgidos de
la guerra; y otras. He aquí un teatro noble, fuerte, renovador en el más profundo sentido,
que –desgraciadamente– no pudo ser conocido entre nosotros.
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Después de la muerte de Antonio María Benavides, Bernarda Alba queda viuda con cinco hijas:
Angustias, de 39 años, Magdalena de 30, Amelia de 27, Martirio de 24, y Adela, la menor, de 20. Tras el
entierro de su esposo, Bernarda impone a las hijas un luto riguroso: “En ocho años que dure el luto no ha
de entrar en esta casa el viento de la calle. Hacemos cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y
ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordar el
ajuar”. Situación extrema, sin duda, que lleva hasta lo inverosímil el rigor del duelo, presente en España,
especialmente en el medio rural, hasta época reciente.
Las hijas aceptan la situación resignadas, no les queda otra elección, pero sólo en apariencia, ya que
en su interior hierven deseos mal disimulados de amor, de sexo, de libertad. En la casa de Bernarda, en
efecto, reina una paz aparente, que va a quedar rota con la presencia de un elemento exterior que actúa
como catalizador y que desencadena la tragedia: Pepe el romano, mozo de veinticinco años, señorito
guapo, que pretende a la mayor de las hermanas, Angustias, pero que desea a Adela, con la que pronto
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II
LA LITERATURA ENTRE 1939 Y 1975
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TEMA 5
INTRODUCCIÓN AL PERIODO DE LA POSGUERRA
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obligatoria, lo cual abre ciertos resquicios de libertad en las revistas y libros dirigidos a
un publico restringido, que los periodistas y escritores supieron aprovechar. El gobierno
sigue manteniendo, sin embargo, el monopolio de los grandes medios de comunicación,
y controla o vigila muy de cerca la prensa diaria, que en muchos casos es silenciada de
manera drástica.
En tales circunstancias, desde comienzo de los años sesenta, asistimos al
agotamiento del la literatura comprometida y del realismo social de la década
anterior, y a un cambio de orientación de los escritores, más preocupados a partir de
ahora por la experimentación y renovación formales y por los aspectos estrictamente
literarios y estilísticos, que por la finalidad social o el efecto revolucionario de sus
escritos. De un lado, la denuncia de la marginación o la miseria deja de tener sentido en
un país que se encamina hacia la sociedad de consumo. Además, las obras literarias de
contenido crítico han demostrado ser poco efectivas, y en una época en que la oposición
se fortalece y los medios de lucha política se multiplican, no tiene ya sentido utilizar la
poesía, la novela o el teatro para combatir al régimen. Sin embargo, el motivo
fundamental de ese cambio de orientación tiene causas literarias: las obras de contenido
social estaban condenadas a la reiteración de los temas y a un empobrecimiento técnico
y estilístico, que los autores de esta época trataron de evitar y superar.
– La literatura de los años cuarenta, la época más dura de la posguerra, que llega
hasta 1955 aproximadamente, se caracteriza por el predominio de la temática de
tipo existencial.
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TEMA 6
LA LITERATURA DEL EXILIO
Durante los tres años de Guerra Civil, y especialmente en los primeros meses de
1939, en que acabó la contienda, partieron para el exilio unos 300.000 españoles, y
aunque algunos pudieron regresar en los años posteriores, la mayoría permaneció en los
países de acogida hasta el final del franquismo o hasta su muerte.
Además del drama humano que representó, y de sus terribles efectos económicos y
demográficos, el exilio español tuvo consecuencias desastrosas para la evolución y
modernización de nuestra cultura, y especialmente para la creación artística y
literaria, que, tras la guerra, se vio privada de sus creadores más brillantes y fecundos.
Varios escritores de la Generación novecentista, como Juan Ramón Jiménez, Pérez
de Ayala o Gómez de la Serna, casi todos los de la Generación vanguardista y el
Grupo del 27, y, junto a ellos, otros autores más jóvenes, que apenas habían empezado
su carrera literaria al iniciarse la guerra, tuvieron que abandonar el país, y en algunos
casos, a pesar de la lejanía, las dificultades y la dispersión, crearon lejos de España sus
mejores obras.
Algunos de estos autores desarrollaron su labor en Europa, aunque fue en los países
de Hispanoamérica donde encontraron una mejor acogida y un ambiente más propicio
para continuar su trabajo. Curiosamente, mientras en la España de los años cuarenta la
creación literaria de calidad quedó reducida al mínimo, en México, Buenos Aires y otras
ciudades de América surgieron las mejores muestras de la literatura española de
aquellos años. No obstante, dada la dispersión y diversidad de actitudes que caracterizan
a estos autores, pertenecientes a generaciones muy distintas, es difícil hallar rasgos
comunes entre ellos, por lo que, más que de una literatura española del exilio, habría
que hablar de un conjunto de autores exiliados.
– De otro, una novela realista, representada por autores que en los años treinta se
habían interesado por la problemática social, y que en el exilio tratarán de novelar el
pasado, especialmente su infancia y adolescencia, como una forma de preservar sus
recuerdos y su identidad tras la experiencia sufrida, o, ya dentro de un pasado más
inmediato, harán de la Guerra Civil el asunto predilecto de sus obras.
Nombres fundamentales son ARTURO BAREA, autor de la trilogía autobiográfica La
forja de un rebelde (1951); MANUEL ANDÚJAR, que en la trilogía titulada Vísperas
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PEDRO SALINAS escribe El contemplado (1946) y Todo más claro (1949), dos libros
en cuyos poemas la solidaridad, y la fe en la vida y en el hombre, se enfrentan a los
signos angustiosos de odio y muerte que el poeta observa a su alrededor.
JORGE GUILLÉN, profesor en Estados Unidos, igual que Salinas, había cerrado en
1950 el primer ciclo de su poesía, titulado Cántico (1928-1950), caracterizado por la
exaltación optimista del mundo y de la existencia, y en el exilio inicia un nuevo ciclo,
Clamor (1957-1963), en el cual, frente al júbilo de su poesía anterior, el poeta se
enfrenta a un mundo maltratado por el desorden, la injusticia y la opresión.
LUIS CERNUDA escribe en México Las nubes (1940-1943), Vivir sin estar viviendo
(1944-1949) y Desolación de la quimera (1956-1962), en cuyos versos, junto al tema de
España, la guerra y el destierro, están presentes otros como la soledad, el amor, el paso
del tiempo y la muerte.
Entre los poetas del exilio también deben incluirse los nombres de unos cuantos
creadores fundamentales, contemporáneos de la Generación del 27 o algo más
jóvenes, que dieron a conocer toda su obra en el destierro. Entre ellos destacan PEDRO
GARFIAS, autor del poemario titulado Primavera en Eaton Hasting (1941), inspirado
por la nostalgia de España; JUAN REJANO, que publica Fidelidad del sueño (1943) y El
Genil de los olivos (1944), de inspiración popular; y JOSÉ HERRERA PETERE, que
evoca la Guerra Civil en Rimado de Madrid (1946) y Árbol sin tierra (1950). A esta
nómina deben añadirse los nombres de JUAN GIL ALBERT, JOSÉ MARÍA QUIROGA PLA,
ARTURO SERRANO PLAJA.
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TEMA 7
LA NOVELA DESDE 1939 A 1975
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Diversos críticos ya lo apuntaban a comienzo de los años sesenta: Así, Guillermo de Torre, en 1963:
“Hemos llegado a la saturación del realismo monocorde, y no es aventurado presumir un desquite de la
imaginación”; y Corrales Egea, en 1965: “Una vez llevada a cabo una cura de realismo, nuestra literatura
debe abrirse a nuevos horizontes”.
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Frente a la novela tradicional, en que era fundamental “contar una historia”, la anécdota se reduce
enormemente en estas novelas hasta casi desaparecer por completo. Podría decirse incluso que son
novelas sin argumento. La anécdota adquiere en otras ocasiones una dimensión antirrealista, onírica y
fantástica, como ocurre con las novelas de Kafka [La Metamorfosis (1915), El proceso (1925), El Castillo
(1926)], o nos sitúa en un ambiente en que lo real se entremezcla con lo fantástico. Es el caso del condado
del sur de EE. UU. en que se desarrollan las novelas de Faulkner, y sobre todo los espacios fantásticos de
las novelas hispanoamericanas del llamado realismo mágico: Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo, narra
la historia de Juan Preciado, que se dirige al pueblo de Comala por un encargo que le hizo su madre al
morir, y descubre que todos los habitantes del lugar, incluyendo al cacique Pedro Páramo, y él mismo,
están muertos. Cien años de soledad (1967) nos narra la historia mítica de Macondo, pueblo imaginario
en el que parece resumirse, de manera fantástica, toda la historia de Hispanoamérica y toda la historia de
la humanidad. En España puede recordarse el espacio mítico de Región, pueblo fantástico creado por Juan
Benet, y Castroforte de Baralla, el imaginario pueblo gallego en que se desarrolla La saga/fuga de J. B.
(1972) de Gonzalo Torrente Ballester.
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Desaparece la división en capítulos de la novela tradicional, y el capítulo es sustituido por la
secuencia, como ya ocurría en la novela de la época del realismo social. A veces no hay divisiones entre
las secuencias, o hay muy pocas, y la novela es un largo monólogo que puede considerarse como un sólo
párrafo sin puntos y aparte [Una meditación (1970), de Juan Benet], o como una sola oración con incisos
separados por comas [San Camilo 1936, de Cela], o por dos puntos [Reivindicación del conde don Julián
(1970), de Juan Goytisolo].
Técnicas especiales son el contrapunto en que se entremezclan dos o más historias [Contrapunto
(1928) de Aldous Huxley], la narración múltiple, o el caleidoscopio, utilizado en La colmena de Cela y
también en La región más transparente (1958) de Carlos Fuentes.
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El tiempo lineal tradicional se sustituye por los saltos atrás y adelante en el fluir temporal, el flash-
back, las elipsis, el desorden cronológico, motivado por la espontaneidad con que se hilvanan los hechos,
unidos por el fluir de la conciencia. También conviene distinguir el tiempo reducido del monólogo (cinco
horas, una tarde, unos minutos), y el tiempo extenso de los hechos narrados, que puede abarcar toda una
vida.
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Junto a la pérdida de importancia o incluso la desaparición del personaje individual en las novelas
de protagonista colectivo, nos encontramos con que el personaje se torna anodino, difuso, inseguro.
Frente al héroe de la novela clásica, tenemos en nuestros días al personaje borroso y alienado, inseguro y
zarandeado por las circunstancias, de casi todas las novelas modernas. Buen ejemplo nos lo ofrecen las
novelas de Juan Marsé, protagonizadas por personajes marginales: Manolo, el chorizo que protagoniza
Ultimas tardes con Teresa (1966) de Marsé; los golfillos que inventan aventis en Si te dicen que caí
(1973), también de Juan Marsé; el exiliado o el autoexiliado que mira a su país desde un distanciamiento
enconado, en las novelas de Juan Goytisolo Señas de identidad (1966) o Reivindicación del conde don
Julián (1970).
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Frente a la novela tradicional, objetiva y omnisciente, la novela del siglo XX se caracteriza por la
presencia de un narrador perspectivista y por su carácter subjetivo. Ya no se intenta reproducir el mundo
tal como es, sino tal como lo vive una determinada conciencia narradora, desde una perspectiva
determinada. Para ello se recurre a la narración en primera persona o al monólogo interior. El verdadero
fundador de esta nueva orientación narrativa fue Marcel Proust, con En busca del tiempo perdido (1913-
1927), en que el verdadero eje de la narración es la subjetividad del protagonista, que indaga en su propia
conciencia, para reconstruir vivencias e inquietudes,.
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En relación con lo anterior, es fundamental el papel que ocupa el monólogo interior, o corriente de
conciencia, una de las técnicas más características de la narrativa del siglo XX, consecuencia del
subjetivismo y el perspectivismo de que hemos hablado. Frente a la narración tradicional en primera
persona, el monólogo interior se caracteriza por el desorden, la incoherencia, las repeticiones, y la
ausencia total o parcial de los signos de puntuación, como corresponde al fluir inconsciente de recuerdos
y sensaciones. El creador de esta técnica es James Joyce en su Ulises (1922), sobre todo en el original
monólogo final de Molly, y ha sido utilizada por casi todos los narradores posteriores.
En algunos casos extremos, la novela es un único monólogo, que se prolonga a lo largo de toda la
narración. Así, Una meditación (1970) de Juan Benet, o Cinco horas con Mario (1966) de Miguel
Delibes. En otros casos encontramos el uso de monólogos en segunda persona, que pueden tener varias
modalidades: El monólogo se desarrolla en segunda persona porque se dirige a un interlocutor,
generalmente ausente, como en Mrs. Caldwell habla con su hijo de Cela (1953) y Cinco horas con Mario
(1966) de Miguel Delibes. En otras ocasiones el protagonista habla consigo mismo en segunda persona,
como en San Camilo 1936 (1969) de Cela, monólogo único delante de un espejo, o en Señas de identidad
(1966) de Juan Goytisolo.
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El autor-narrador se halla presente a menudo e interviene intercalando comentarios. La novela
rompe por otra parte sus fronteras y absorbe elementos discursivos propios del ensayo. Son por ello
frecuentes las digresiones en que se plantean y discuten temas muy diversos, como ocurre en los
elementos discursivos incorporados a Tiempo de silencio de Martín Santos.
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El lenguaje de la novela incorpora numerosos elementos que tradicionalmente eran propios del
lenguaje poético: Metáforas, hipérboles, perífrasis, comparaciones, términos técnicos, cultismos, etc. La
sintaxis adquiere un carácter innovador, desde la frase muy corta, casi inarticulada, hasta la más larga y
compleja. Todo ello se combina a veces con la ausencia de artículos, el predominio de las formas
nominales, etc.
A la novela se le incorporan, en una especie de collage, nuevos elementos: textos periodísticos,
policiales, jurídicos, publicitarios, etc. En Señas de identidad aparecen informes policiales sobre
miembros de la oposición, prospectos turísticos, etc. La verdad sobre el caso Savolta (1975) de Eduardo
Mendoza se inicia con la reproducción de las declaraciones del protagonista, Javier Miranda, ante un juez
de Nueva York. También son corrientes los artificios tipográficos y de puntuación: ausencia de
puntuación, disposiciones especiales de los párrafos y las líneas, uso de distintos tipos de letras, etc.
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2. Según vimos antes, la corriente del realismo social que se inicia en los años 50
tiene un precedente importante en La colmena (1951), una novela en que mediante la
técnica caleidoscópica y la multiplicación de personajes se retrata la vida en el Madrid
de los años cuarenta. A este periodo también pertenecen Mrs. Caldwell habla con su
hijo (1953), novela de carácter epistolar, y La catira (1955), ambientada en Venezuela.
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Se trata, como señaló Dionisio Ridruejo, de una novela desmitificadora. Cela será “el que ponga la
primera bomba al edificio idealizante que, como una burbuja, se ha levantado sobre los horrores y
esperanzas de la guerra”. Frente a los triunfalismos del Imperio y la “unidad de destino en lo universal”,
se plasma de manera descarnada la violencia colectiva que la sociedad española ha padecido en los años
de la guerra y la primera posguerra, concentrada, en breve síntesis, en la historia individual de un
campesino extremeño que, en un medio familiar y social de primitivismo y barbarie, se ve empujado
repetidamente al crimen.
La novela presenta curiosas similitudes con El extranjero (1942), de Albert Camus, en su violencia
gratuita, a veces motivada sólo por causas físicas, en el desarraigo de ambos protagonistas, verdaderos
extranjeros, en su exploración lúcida en el absurdo de la existencia.
Un tema central, dentro de esta temática existencial, es el sentido de culpabilidad, y como
consecuencia de ello, el sentimiento de alienación y extrañeza, que empuja al hombre a huir de sí mismo:
“Quería poner sombra entre mi sombra y yo, entre mi nombre y mi recuerdo y yo, entre mis mismos
cueros y mi mismo. Hay ocasiones en que más vale borrarse como un muerto, desaparecer de repente
tragado por la tierra, deshilarse en el aire como un copo de humo”.
Se trata, además, de una novela que podemos calificar de fatalista, y en este sentido es, tal vez, el
símbolo de toda una época, según expone de forma clarividente Pascual Duarte: “Los mismos cueros
tenemos todos los mortales cuando nacemos, y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se
complace en variarnos como si fuéramos de cera y en destinarnos por sendas diferentes a un mismo fin: la
muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se
les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas”.
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TEMA 8
LA POESÍA DESDE 1939 A 1975
– Frente a la visión optimista y luminosa de la vida que sustentan los poetas llamados
garcilasistas, a mediados de la década de los cuarenta surge aquella otra poesía que
Dámaso Alonso denominó desarraigada, en la que podemos situar a un grupo amplio
de poetas que se sienten angustiados, perdidos en un mundo caótico y desmembrado,
que buscan desesperadamente ordenación y ancla, y que, igual que ocurrió con la novela
de esa misma época, manifiestan su inconformismo y su angustia a través de la
temática existencial –el sentido de la vida, el porqué del dolor y la injusticia en el
mundo, las preguntas dirigidas a un Dios que parece estar ausente, la soledad, la
incomunicación y el desarraigo–, todo ello en moldes poéticos alejados del clasicismo,
y mediante un lenguaje que a menudo se muestra bronco y desgarrado.
La fecha clave en la aparición de esta tendencia renovadora, caracterizada por el
desarraigo existencial, fue 1944. En ese año VICENTE ALEIXANDRE publica Sombra del
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Recuérdese que Garcilaso de la Vega (1503-1536) inició en castellano un tipo de poesía clasicista,
imitada de modelos italianos, por lo que se le considera el fundador de la lírica renacentista en España.
Así, en el editorial del primer número de la revista Garcilaso, se lee: “En el cuarto centenario de su
muerte ha comenzado de nuevo la hegemonía de Garcilaso. Murió militarmente, como ha comenzado
nuestra presencia creadora. Y Toledo, su cuna, está ligada también a esta segunda reconquista, a este
segundo renacimiento hispánico, a esta segunda primavera del endecasílabo”.
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mundo. Gabriel Celaya lo expresó con claridad en el poema titulado “La poesía es un
arma cargada de futuro”, en que defiende la “poesía necesaria / como el pan de cada día
/ como el aire que exigimos trece veces por minuto”, y rechaza aquella otra “poesía
concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que lavándose las manos, / se
desentienden y evaden”.
Los temas de estos poemas coinciden con los que por aquellos años están presentes
en la novela y el teatro: la injusticia social, la guerra, la necesidad de la reconciliación,
el anhelo de libertad y de paz, la preocupación por España.
En cuanto al estilo, como señaló Blas de Otero, estos poemas iban dirigidos “a la
inmensa mayoría”, por lo que los poetas optan por un lenguaje claro y familiar, lo cual
puede conducir a un empobrecimiento estilístico, aunque también, como ocurre en Blas
Otero, llevará al aprovechamiento artístico de la lengua coloquial.
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4. Los novísimos
La nueva orientación de la poesía de los sesenta, consistente en la sustitución de la
temática social por una poesía de la experiencia personal, iniciada y desarrollada por
los autores del medio siglo a lo largo de la década de los sesenta, se va a consolidar
durante el periodo comprendido entre 1965 y 1975, en que se da a conocer una nueva
promoción de poetas nacidos entre el final de la guerra civil (1939) y los primeros años
cincuenta. A estos jóvenes autores, preocupados por la renovación estilística, la
experimentación formal y la ruptura, la crítica los conoce como los novísimos,
nombre tomado de la antología titulada Nueve novísimos poetas españoles, publicada
por Josep Maria Castellet en 1970, con la que se dieron a conocer algunos de los
nombres emblemáticos de esta nueva promoción, si bien en los mismos años
aparecieron otras antologías representativas de las tendencias que estaban
consolidándose en aquellos años. Entre ellas pueden citarse la Antología de la joven
poesía española (1967) editada por Enrique Martín Pardo; la Antología de la nueva
poesía española (1968), de José Batlló; o Joven poesía española, publicada por
Concepción G. Moral y Rosa María Pereda algunos años después, en 1979.
En la antología de Castellet figuraban MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN, ANTONIO
MARTÍNEZ SARRIÓN, JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ, FÉLIX DE AZÚA, PERE GIMFERRER,
VICENTE MOLINA FOIX, GUILLERMO CARNERO, ANA MARÍA MOIX y LEOPOLDO
MARÍA PANERO. Esta reducida nómina debería completarse con algunos poetas más
que, por su edad y sus inquietudes estéticas, forman parte de la generación novísima, y
cuya obra apareció parcialmente recogida en las antologías antes citadas. Son MARCOS
RICARDO BARNATÁN, ANTONIO CARVAJAL, ANTONIO COLINAS, LUIS ALBERTO DE
CUENCA, AGUSTÍN DELGADO, JOSÉ LUIS GIMÉNEZ FRONTÍN, ANTONIO HERNÁNDEZ,
FERNANDO MILLÁN, JESÚS MUNÁRRIZ, JUAN LUIS PANERO, VÍCTOR POZANCO,
JAIME SILES, JENARO TALENS, JOSÉ MIGUEL ULLÁN, JORGE URRUTIA, LUIS
ANTONIO DE VILLENA.
Aunque la cultura de masas sirve a menudo de fuente para la poesía novísima, el
bagaje cultural de estos autores es amplísimo, mucho más cosmopolita que en las
promociones anteriores, e incluye a poetas extranjeros europeos y americanos como T.
S. Eliot, Ezra Pound, Kostantin Kavafis, Baudelaire, y Rimbaud, Oscar Wilde, los
hispanoamericanos, con Octavio Paz a la cabeza, los autores del 27, los clásicos
españoles, y los antiguos latinos y griegos.
Su temática es amplísima, e igual que ocurría en el periodo anterior, incluye lo
amoroso, lo íntimo, lo histórico, los recuerdos de la infancia, la crónica de viajes, la
reflexión sobre la literatura, el lenguaje poético, la filosofía y el arte, o asuntos y
personajes tomados de la cultura de masas, desde el cine al cómic o la canción popular.
Junto a tales temas, no faltan la rebeldía y el inconformismo, que, por encima de las
fronteras, apuntan a cuestiones universales como el racismo, la guerra, la sociedad de
consumo, si bien la denuncia suele estar despojada de toda solemnidad, y a veces se
expresa en un tono divertido y frívolo, de manera que, como señalaba cierto crítico, no
es raro que Groucho Marx y Carlos Marx se encuentren emparejados en los poemas
“novísimos”.
En cuanto al estilo y la forma, siguiendo la tendencia iniciada por los autores del
medio siglo, y según explicaba Félix de Azúa, estos poetas se muestran “escépticos
63
sobre las posibilidades que tiene la poesía de cambiar el mundo” 30, por lo que su obra se
va a caracterizar ante todo por perseguir metas estéticas, y por buscar una renovación
completa de las formas de expresión poética, para lo cual, en una especie de vuelta a
la libertad de las vanguardias, recurren a las imágenes oníricas y la escritura
automática propias del surrealimo, a la ruptura de los moldes métricos y los esquemas
sintácticos, o a distintas formas de collage en que se entremezclan fragmentos de
canciones, mensajes publicitarios o citas de otros poetas. En ciertos autores la poesía
adquiere un carácter hermético, difícil, “culturalista”, lo que la aleja del lector común.
30
“Poetizar –escribe Guillermo Carnero– es ante todo un problema de estilo. Un estilo efectivo da
carta de naturaleza a cualquier motivo sobre el que se ejercite. La recíproca es una barbaridad; no hay
ningún asunto, ninguna idea, ninguna razón de orden superior, ningún sentimiento respetable (quedan
poquísimos), ningún catálogo de palabras nobles, ninguna filosofía (aunque esté cargada de futuro) que
por el hecho de estar presentes en un escrito lo justifiquen desde el punto de vista del Arte”.
64
TEMA 9
EL TEATRO DESDE 1939 A 1975
Aparte de los autores citados –Benavente, Arniches, Muñoz Seca, etc.–, que siguen
representándose, los dramaturgos que triunfan en los años cuarenta y en la década
siguiente son aquellos que se mueven entre la evasión y la tradición, entre la comedia
ligera y la exaltación patriótica, y que, desde el punto de vista técnico, se muestran más
preocupados por el cuidado del estilo y de la forma que por las innovaciones. Entre tales
autores cabe distinguir a un primer grupo de dramaturgos de posguerra, apegados a
la tradición, que optan por la comedia evasiva o por la recreación del pasado desde una
perspectiva católica y ultraconservadora, y en el que destacan los nombres de JOAQUÍN
CALVO SOTELO, JUAN IGNACIO LUCA DE TENA, JOSÉ MARÍA PEMÁN, AGUSTÍN DE
FOXÁ o CLAUDIO DE LA TORRE.
Tenemos que remontarnos a finales de la década de los cuarenta para que, en torno a
1950, empiecen a surgir algunas creaciones interesantes, que darán sus frutos en los
años posteriores. Entre estas novedades cabe destacar en primer lugar un teatro cómico
que debe mucho a los avances formales de las vanguardias, al teatro del absurdo que se
65
Finalmente, igual que había ocurrido en los demás géneros, aunque con cierto retraso
respecto a la poesía y la novela, a finales de esta década surge un teatro de contenido
existencial –temas como la frustración, la soledad, la incomunicación, la violencia, o la
muerte–, que después se orientará hacia lo social, y en el que destacan los nombres de
Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre.
ANTONIO BUERO VALLEJO inicia su carrera como dramaturgo con Historia de una
escalera (1949) y En la ardiente oscuridad (1950), en que se combina la temática
social y la existencial. La primera de estas obras retrata la vida fracasada de tres
generaciones de vecinos de una casa humilde, que ven cómo el tiempo va destruyendo
sus ilusiones sin que ninguno de ellos logre escapar de una vida sórdida, tanto por culpa
de las limitaciones sociales como por la indecisión y falta de fidelidad a los propios
anhelos y proyectos. En la ardiente oscuridad nos sitúa ante un grupo de invidentes y
ante las diferentes posturas que les es dado adoptar frente a la existencia: o asumir el
31
Mihura escribe Tres sombreros de copa en 1931 y tarda veinte años en estrenarla. Cuando lo haga,
el autor ya habrá optado por una línea de continuidad teatral que le asegure el éxito. No obstante, el
humor de Mihura, como el de Jardiel, seguirá una línea de cierta ruptura, próxima a veces al teatro del
absurdo, y en la línea crítica que ya habían ejercitado Tono y el propio Mihura desde las páginas de La
codorniz.
El asunto de Tres sombreros de copa es el siguiente: Dionisio pasa en una fonda su última noche de
soltero antes de casarse con una “virtuosa señorita”. Allí conoce a Paula y su compañía de revistas, y, a
través de ella, todo un torrente de alegría y felicidad, opuesto al mundo de convencionalismos en que
vive.
Entre las escenas de humor memorables puede recordarse el momento en que Dionisio charla con
Paula y le llama su novia. Él no quiere coger el teléfono. Cuando Paula insiste, y le dice que mire quién
es, él mira por el auricular y contesta que “no se ve a nadie”. Cuando Paula le pregunta si se va a casar, él
contesta que “regular”, y en otro momento: “Sí, me caso pero poco”. Cuando Fanny, una de las coristas,
le dice que tiene unos ojos muy bonitos, él pregunta: “¿En dónde?
66
32
Como ejemplo de drama social, La cornada es una obra curiosa, ya que en ella el conflicto social, el
enfrentamiento entre las clases, se traslada al mundo taurino. En el primer acto José Alba acaba de morir
en el quirófano de la plaza de toros. A continuación nos trasladamos a las horas anteriores a la corrida, y
vemos el drama del torero, escindido entre su dimensión privada (su mujer) y pública (los toros), y
enfrentado además a su empresario, que lo explota. Alba ha intentado suicidarse aquella misma tarde
clavándose un cuchillo, y el empresario le ha obligado a torear, a pesar de las recomendaciones del
médico, y a consecuencia de ello, y no de la herida del toro, se ha producido su muerte.
67
Entre tanto, el teatro comercial de los años sesenta sigue dominado por géneros ya
conocidos, que gozan del aplauso del gran público, y que no ofrecen demasiadas
novedades respecto a las décadas anteriores.
Así, el teatro humorístico entreverado de notas disparatadas y absurdas, que Miguel
Mihura y Jardiel Poncela iniciaron con gran éxito, tendrá sus continuadores en JUAN
JOSÉ ALONSO MILLÁN y ALFONSO PASO, uno de los autores más prolíficos de nuestro
teatro contemporáneo, aunque sus obras adolezcan de una calidad muy desigual.
Junto al teatro de humor, también alcanza notable éxito el drama de tesis de intención
moral, situado dentro de una línea que podemos denominar realismo convencional, y
en el cual ofrecen interesantes aportaciones ANTONIO GALA, JAIME SALOM, ANA
DIOSDADO y JAIME DE ARMIÑÁN.
33
Antonin Artaud (1896-1948) expuso sus doctrinas teatrales en el ensayo titulado El teatro y su
doble (1938). Artaud desvaloriza el papel del texto, reivindica un “teatro total” en el que intervengan la
música, la mímica, la plástica, la danza: “resucitar una idea de espectáculo total, donde el teatro recobre
del cine, del Music-hall, del circo y de la vida misma lo que siempre fue suyo”. Su concepción del teatro
como “teatro de la crueldad” partía de la idea de que el drama debía agitar la conciencia del espectador,
liberar su inconsciente, empujarle hacia la rebelión vital, en la línea que proponían los surrealistas.
68
reflexivo34; el teatro del absurdo, promovido a partir de 1950 por Eugène Ionesco y
Samuel Beckett35; el teatro pobre de Grotowski36; las diversas corrientes de teatro
experimental contemporáneo37, entre las que pueden citarse el Piccolo Teatro de
Milán, Living Theatre, fundado en 1946 por Julian Beck y Judith Malina, Bread and
Puppet (Nueva York), Firehouse Theatre (Minneapolis), Open Theatre (Nueva York),
Teatro Campesino (California).
A partir de estos antecedentes, surge en España una corriente dramática que, sin
abandonar el tono crítico y la denuncia, se orienta hacia la experimentación y la
renovación formal desde posiciones estéticas muy distanciadas del realismo, a la que
se ha denominado nuevo teatro español y también teatro soterrado o underground,
por el hecho de que, debido a la presión de la censura y a las dificultades para estrenar
en los circuitos comerciales, la mayoría de estas obras apenas pisaron los escenarios. La
publicación, en 1972, del libro de George R. WELLWARTH, Spanish Underground
Drama, vino a representar la consagración de los nuevos dramaturgos.
La época de mayor auge de esta tendencia renovadora puede situarse entre 1965 y
1975, y entre sus principales representantes destacan los nombres de FERNANDO
ARRABAL, JOSÉ MARÍA BELLIDO, ÁNGEL GARCÍA PINTADO, JOSÉ RUIBAL, LUIS
RIAZA, LUIS MATILLA, ALBERTO MIRALLES, DOMINGO MIRAS, MANUEL MARTÍNEZ
MEDIERO, ANTONIO MARTÍNEZ BALLESTEROS o MIGUEL ROMERO ESTEO, además de
FRANCISCO NIEVA, cuya obra examinamos con detalle más abajo.
Junto a los autores, un papel fundamental en la renovación de nuestra escena
tuvieron los grupos teatrales, algunos de los cuales siguen alcanzando hoy en día
enorme éxito, y entre los que destacan Los Goliardos y Tábano en Madrid, La Cuadra y
Teatro Lebrijano en Andalucía, Els Joglars y Els Comediants en Cataluña, etc.
El tema común de casi todos estos dramas es la rebeldía frente al mundo actual, y
la denuncia de la tiranía y la injusticia, si bien la crítica excede el ámbito meramente
34
En la Alemania de Entreguerras se desarrolla un teatro proletario, concebido como arma de
propaganda al servicio de la revolución, que se representa en barriadas obreras, fábricas, tabernas, etc.
Este teatro arranca de la rebeldía de los expresionistas, pero no trata de despertar emociones, sino de
transmitir ideas, con un tono didáctico y razonador. Su principal representante, Bertolt Brecht (1898-
1956), fomenta un teatro épico, caracterizado por su tono didáctico y reflexivo, y por el distanciamiento
–implicación racional y no sentimental– del espectador respecto a lo que sucede en la escena, lo cual se
logra a través de la interrupción de la acción mediante eslóganes, consignas, fragmentos líricos,
proyección de películas, intervención de un coro o un narrador que comenta los hechos desde una
posición externa a la trama representada. Entre sus obras destacan La ópera de tres reales (1928), Galileo
Galilei (1937), Los fusiles de la señora Carrar (1937), Madre Coraje (1939), La irresistible ascensión de
Arturo Ui (1941), El círculo de tiza caucasiano (1943).
35
El teatro del absurdo, aunque se inicia a principios de siglo XX con Alfred Jarry, y su Ubú rey
(1896), alcanza su apogeo en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, con Eugène Ionesco (1912-1994)
y Samuel Beckett (1906-1989), en cuyos dramas se explota lo incongruente en los diálogos y situaciones,
con el fin de hacer visible y parodiar el absurdo del mundo contemporáneo, llevando hasta extremos
inconcebibles el absurdo con que nos topamos cada día. Obras representativas de esta tendencia son La
cantante calva (1950), Las sillas (1951) y Rinoceronte (1960), de Ionesco; y Esperando a Godot (1953) y
Final de partida (1957) de Beckett.
36
En su teatro pobre, Jerzy Grotowski (1933-1999) desarrolla y pone en práctica las sugerencias de
Artaud, si bien, frente a la abundancia de resursos escénicos, propone la desnudez escénica y ausencia de
medios, compensada por el máximo desarrollo de las facultades expresivas del actor.
37
El llamado teatro experimental, en sus orígenes fue un verdadero drama underground, o teatro
soterrado, que trató de recoger y desarrollar todas las aportaciones renovadoras que hemos comentado en
las notas anteriores: contenido antirrealista, simbólico y alegórico; teatro al margen de los circuitos
oficiales, que se representa en los campus, las fábricas, la calle, en que prevalece la improvisación
colectiva sobre el texto base, y en que se incorporan la danza, la música, el mimo, el guiñol; participación
del público e improvisación de los actores, en una fiesta de tipo colectivo.
69
38
Así, El cementerio de automóviles de FERNADO ARRABAL, es el retrato de una sociedad
postindustrial decadente, en que los seres humanos, como verdaderos trogloditas viven en las carrocerías
de coches en un cementerio de automóviles, ocultos tras las ventanillas y puertas cubiertas con telas de
saco. Se mantienen, sin embargo, las viejas estructuras sociales, y un criado, Minos, sirve a los invisibles
habitantes de los coches. Frente a este mundo, Emanú, que es una evidente reencarnación de Cristo, es un
trompetista lleno de idealismo que reparte música entre los pobres acompañado por dos apóstoles (Topé y
Foder) que tocan el clarinete y el saxofón respectivamente, y el primero de los cuales cumplirá el papel de
Judas. También encontramos a Dila, que nos recuerda a la figura de Magdalena. La policía persigue a los
músicos subversivos y Emanú muere en una segunda pasión y crucifixión.
En una línea kafkiana está El laberinto de ARRABAL, inspirado, según propia confesión, en la historia
de su padre, militar leal a la República, que enloqueció en prisión tras serle conmutada la pena de muerte:
El escenario está formado por un extraño laberinto hecho de mantas colgadas, del que es casi imposible
salir. En primer plano un retrete con su cisterna y su cadena. Bruno y Esteban son dos prisioneros unidos
por esposas. Sobre la escena ejerce un dominio absoluto Justino, representante de un poder impersonal y
absurdo. Esteban acaba siendo condenado por un tribunal en el que se encarna esa legalidad
deshumanizada e incomprensible
En Los mendigos, de JOSÉ RUIBAL, los mendigos piden justicia ante unos visitantes que representan a
la fauna yanqui: la jirafa, la cebra y el lagarto. Aparecen bajo palio los representantes de las fuerzas vivas
del Imperio del Rosario de la Aurora, que deciden prohibir la mendicidad para evitar la mala imagen del
país en exterior. Entre ellos están el cuervo, de sotana negra; el perro, vestido de general; el asno, vestido
impecablemente de chaquet y con bastón de autoridad; y el loro, ministro de propaganda.
En El hombre y la mosca, de JOSÉ RUIBAL, el autor desarrolla una alegoría del poder dictatorial en un
escenario y una escenografía simbólicos: una gran cúpula, “construida por paneles de vidrio decorados
con batallas, fechas arbitrarias, trofeos de caza, de pesca y de guerra; apariciones, visiones ultraterrenas
pintadas al modo de los vitrales góticos y asentada sobre una base de calaveras. La pieza construida pieza
a pieza por el Hombre se encuentra enclavada en un lugar estratégico. Es un formidable observatorio
desde donde se divisa un vasto territorio”. Bajo la cúpula sólo viven el Hombre, imagen del Dictador, y el
Doble, esclavo servil. La cúpula se desmorona cuando el Hombre la golpea al intentar matar una mosca.
Divertida es El último gallinero, de MANUEL MARTÍNEZ MEDIERO, en que se escenifica la lucha por
el dominio del gallinero entre las fuerzas de la reacción (Hermógenes, señor del gallinero; Olivares,
maestro de ceremonias; el gallo y la gallina burgueses; el gran faisán de la corte de Reza Palhevi) y los
revolucionarios, encabezados por el Pollo Tomatero y por Hermenegildo Castelar, gallo republicano.
El mismo MARTÍNEZ MEDIERO obtuvo gran éxito con Las hermanas de Búfalo Bill, una alegoría de la
opresión encarnada en Semiramis y Cleo, las dos hermanas de Amadeo, absurdo personaje que lucha
contra unos indios imaginarios para conseguir que su casa, y sobre todo sus dos hermanas, sigan
perteneciendo a la más rancia reserva espiritual.
70
1. Buero Vallejo inició su carrera como dramaturgo con Historia de una escalera
(1949), en que retrata la vida fracasada de tres generaciones de vecinos de una casa
humilde, que ven cómo el tiempo va destruyendo sus ilusiones sin que ninguno de ellos
logre escapar de una vida sórdida, por culpa de las limitaciones sociales y también por
la indecisión y falta de fidelidad a los propios anhelos y proyectos.
En su siguiente drama, En la ardiente oscuridad (1950), Buero plantea una tragedia
de compleja significación. A un colegio de ciegos, que viven alegres, perfectamente
resignados con su dolorosa condición, llega otro ciego, Ignacio, que no se resigna, y que
poco a poco irá contagiando su rebeldía a los demás, hasta que uno de ellos lo mata para
que la comunidad recobre la paz. La ceguera es aquí símbolo de las limitaciones
impuestas al hombre por su condición humana –interpretación existencial– o por las
condiciones de la sociedad –interpretación social–. Y la cuestión que se plantea en
definitiva es si la felicidad puede provenir de la resignación o de la rebeldía.
71
suicidio del escritor romántico Mariano José de Larra se plantea como consecuencia de
la situación histórica y política que padeció; y Música cercana (1989), en que se
retratan algunos de los problemas de la España democrática, como el terrorismo o la
droga.
72
III
LA LITERATURA ACTUAL (DESDE 1975)
73
EL CONTEXTO HISTÓRICO
74
75
TEMA 10
LA NOVELA DESDE 1975
A partir de 1975 una serie de factores han contribuido al auge de la novela como
género popular, al alcance de un público amplio. En primer lugar hay que citar la
consolidación de ciertas editoriales especializadas en este género, y la aparición de
otras nuevas; la difusión del género a través de ediciones populares, al alcance de
cualquier bolsillo; los premios literarios, que han contribuido a difundir ciertos títulos,
aunque no siempre fueran los de mayor calidad; el abandono de los ejercicios
experimentales por parte de los autores, que ahora se orientan hacia un tipo de novela
más apta para el gran público; y la coincidencia, en los primeros años de la transición, y
durante más de una década, de varios escritores fundamentales, pertenecientes a
varias generaciones.
En efecto, durante los últimos veinticinco años coexisten autores de la Generación
de posguerra como CAMILO JOSÉ CELA, MIGUEL DELIBES o GONZALO TORRENTE
BALLESTER; los de la Generación de 1955 que, una vez superada la preocupación por
los social y la experimentación, se orientan hacia la exploración del mundo íntimo –así
CARMEN MARTÍN GAITE en Retahílas (1974) y El cuarto de atrás (1978)–, hacia una
narrativa de carácter autobiográfico –JUAN GOYTISOLO en Coto vedado (1985) y En los
reinos de Taifas (1986)–, o hacia la narración de tipo histórico, como JESÚS FERNÁNDEZ
SANTOS, sobre cuya obra volveremos más abajo; y finalmente, una nueva promoción de
narradores en la que destacan nombres que ya eran conocidos como creadores antes
de 1975 –es el caso de MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN, ANTONIO GALA, JOSÉ
MARÍA GUELBENZU o FÉLIX DE AZÚA–, junto a otros más jóvenes, que se han dado a
conocer tras esa fecha, como EDUARDO MENDOZA, ANTONIO MUÑOZ MOLINA, JUAN
JOSÉ MILLÁS, JAVIER MARÍAS, LUIS MATEO DÍEZ, LUIS LANDERO, IGNACIO
MARTÍNEZ PISÓN, ÁLVARO POMBO, SOLEDAD PUÉRTOLAS, ALMUDENA GRANDES,
LOURDES ORTIZ, ROSA MONTERO o JAVIER CERCAS.
Un rasgo común a la novela del último cuarto de siglo es la desaparición de las
preocupaciones o mensajes transcendentes, de tipo social o existencial, y el
abandono de los experimentos formales, de los que se había abusado hasta la
saturación en la década de los sesenta y setenta. Por el contrario, como ha señalado la
crítica, los novelistas han recuperado el placer de contar historias, de manera que la
anécdota narrada ha vuelto a ocupar el papel central que había tenido en la novela
clásica, lo cual, como ya indicamos antes, ha permitido que el género recupere su
antigua popularidad.
Otra característica común a la novela de los últimos treinta años es el marcado
individualismo de los autores y la pluralidad de tendencias, lo cual hace que las
novelas de este periodo sean difíciles de clasificar, si bien casi todas ellas comparten la
preocupación por el cuidado de la forma y el estilo, la actitud escéptica, alejada de las
grandes doctrinas y convicciones, la presencia de personajes desvalidos e inseguros, la
preferencia por los espacios urbanos.
Un titulo fundamental, que abrió camino a las nuevas tendencias narrativas, fue La
verdad sobre el caso Savolta (1975), de EDUARDO MENDOZA. Ambientada en la
Barcelona de los años 1917 a 1919, en plena época de agitación social y pistolerismo, la
novela incorpora numerosos elementos nuevos como la recuperación del pasado, la
intriga policíaca, la recreación minuciosa de ambientes y sucesos, la denuncia política y
social, el tono paródico e irónico. La novela de Mendoza prefigura algunas de las
tendencias narrativas que se han dado en estos últimos años, y que recordamos a
continuación.
76
1. El realismo renovado
Una primera tendencia, que se ha afianzado de manera clara a partir de los años
ochenta, es un nuevo realismo, o realismo renovado, que, como ya indicamos,
recupera el placer de contar historias y devuelve al género su apariencia tradicional. En
tales novelas encontramos personajes tomados de la realidad más inmediata, que
generalmente se desenvuelven en un ambiente urbano, en el que tratan de buscar el
sentido de la existencia, o simplemente sobrevivir; relatos intercalados y personajes
peculiares que se añaden a la historia principal; un estilo cuidado, en que se recrea con
detalle el lenguaje coloquial o se incorporan idiolectos propios de ciertos grupos
profesionales o marginales; una documentación minuciosa sobre el ambiente en que la
historia tiene lugar; el uso de ingredientes intertextuales, y, en concreto, la
incorporación a la novela de textos ajenos, no literarios, de distinto tipo, desde las
noticias de prensa o los informes policiales a los mensajes publicitarios.
Títulos significativos de esta tendencia son El pianista (1985) de MANUEL VÁZQUEZ
MONTALBÁN, El expediente del náufrago (1992) o Camino de perdición de LUIS
MATEO DÍEZ, Juegos de la edad tardía (1989) de LUIS LANDERO, El jinete polaco
(1991) de ANTONIO MUÑOZ MOLINA, Corazón tan blanco (1992) de JAVIER MARÍAS,
o Una comedia ligera (1996) de EDUARDO MENDOZA.
2. La novela policíaca
En los años setenta se traducen y dan a conocer ejemplos representativos de novela
policíaca europea y novela negra norteamericana –autores como Raymond Chandler y
Dashiell Hammett–, unos géneros que alcanzarán gran éxito y que, aunque descuidados
hasta entonces, tendrán un interesante cultivo por parte de autores españoles de
reconocido prestigio, que elevarán el lenguaje y calidad por encima de lo que es
común en este género, y además superaran el carácter de mero entretenimiento que
suelen tener estas novelas, para convertirlas en un testimonio social y una radiografía
moral de nuestra época.
Títulos interesantes relacionados directa o indirectamente con el género policiaco son
Letra muerta (1984) de JUAN JOSÉ MILLÁS, Beltenebros (1989) y Plenilunio (1997) de
ANTONIO MUÑOZ MOLINA, o No acosen al asesino (2001) de JOSÉ MARÍA
GUELBENZU. No obstante, los pioneros y principales difusores del género policiaco
dentro de la novela española actual han sido Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo
Mendoza.
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN (1939-2003) ha alcanzado especial popularidad
con las novelas protagonizadas por el detective Pepe Carvalho, en que, junto a los
ingredientes propios del género policiaco, encontramos toda una reflexión acerca de la
sociedad española de nuestros días, en sus aspectos social, político y cultural, y el
retrato de un personaje, el propio protagonista, lúcido y desengañado, que observa
con mirada crítica el mundo que le rodea. Títulos característicos de la serie son Los
mares del Sur (1979), El delantero centro fue asesinado al atardecer (1988), Asesinato
en Prado del Rey (1987) y El premio (1996).
En cuanto a la obra de EDUARDO MENDOZA (Barcelona, 1943), cabe destacar la saga
protagonizada por un personaje peculiar, Ceferino, una suerte de detective encerrado en
un manicomio, del que sale de vez en cuando para resolver algún caso especialmente
complejo. La primera de las novelas, El misterio de la cripta embrujada (1979), es una
parodia del género con momentos hilarantes, que mezcla rasgos de la novela negra con
el relato gótico. Completan la serie El laberinto de las aceitunas (1982) y La aventura
del tocador de señoras (2001).
77
3. La novela histórica
Desde mediados del siglo XX ha reaparecido en toda Europa, con gran éxito, un tipo
de novela histórica, en que junto a la recreación del pasado están presentes la emoción,
la intriga, la comicidad y, en general, el deseo de entretener al lector. Títulos conocidos
de esta tendencia son Yo Claudio (1934) de Robert Graves, Memorias de Adriano
(1951) de Marguerite Yourcenar, Juliano el apóstata (1964) de Gore Vidal y El nombre
de la rosa (1980) de Umberto Eco.
En España el género histórico ha cobrado una especial vitalidad con aportaciones de
autores pertenecientes a generaciones distintas, y con títulos de gran éxito en los que a
menudo el autor se ciñe a la verdad histórica con el fin de afianzar la verosimilitud y
valor testimonial del relato, y en otros se recrea la historia de forma libre y
divertidamente inverosímil.
Por parte de los autores de posguerra pueden citarse las obras de MIGUEL DELIBES
–El hereje (1998), ambientada en el Valladolid del Renacimiento– y de GONZALO
TORRENTE BALLESTER –La isla de los jacintos cortados (1981), sobre la figura de
Napoleón, cuya existencia pone en duda, y Crónica del rey pasmado (1989), sobre el
reinado de Felipe IV–.
Entre los relatos históricos de los autores del medio siglo destacan las novelas de
JESÚS FERNÁNDEZ SANTOS Extramuros (1978), ambientada en un convento de clausura
en el siglo XVI, y El griego (1985), sobre la figura del Greco.
Entre las aportaciones de los autores que se dan a conocer en la década de los
sesenta destacan El manuscrito carmesí (1990) de ANTONIO GALA, o Galíndez (1990)
y Autobiografía del general Franco (1992) de MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN.
De la última promoción de novelistas pueden citarse algunas novelas que recrean la
Guerra Civil y la posguerra, como en el caso de Luna de lobos (1985) de JULIO
LLAMAZARES, en que se narra la historia de un grupo de maquis tras la terminación de
la guerra, o Soldados de Salamina (2001), en que JAVIER CERCAS reconstruye el
fusilamiento del que el ideólogo de la Falange Rafael Sánchez Mazas salió con vida.
Gran éxito obtuvo La ciudad de los prodigios (1986), en que EDUARDO MENDOZA
muestra la evolución social y urbana de Barcelona entre las dos exposiciones
universales de 1888 y 1929.
4. La corriente metafictiva
Otra tendencia narrativa a tener en cuenta es la llamada corriente metafictiva, en
que entrarían ciertas novelas que incorporan algún tipo de reflexión sobre la novela
misma, sobre el arte de narrar, en que el autor descubre para el lector los mecanismos
de construcción del relato, o en que se nos narra la historia de un novelista que a su vez
escribe una novela. Tal tendencia es heredera del experimentalismo de los años sesenta,
si bien sus técnicas más extremas se han atenuado. Con el fin de facilitar el mecanismo
metaliterario, de reflexión de la novela sobre sí misma, el personaje de estas obras suele
ser un editor, escritor, ensayista o estudioso de la literatura.
Títulos significativos de esta tendencia son El desorden de tu nombre (1987) de
JUAN JOSÉ MILLÁS, Los delitos insignificantes (1986) de ÁLVARO POMBO, o Novela
de Andrés Choz (1976) de JOSÉ MARÍA MERINO.
5. El realismo sucio
En la última generación de narradores, junto a un enfoque intimista de tipo más
tradicional, se observa la aparición de la tendencia denominada realismo sucio,
caracterizado por la fragmentación del relato, construido a base de escenas
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79
TEMA 11
LA POESÍA DESDE 1975
80
1. Una primera corriente dominante durante la década de los noventa va a ser la que
ya en el periodo anterior se denominó poesía de la experiencia, a la que otros
denominan poesía realista o figurativa, en la que pueden situarse, como nombres
representativos y en cierta manera precursores, a dos poetas que ya se habían dado a
conocer en la década anterior, LUIS GARCÍA MONTERO, autor de Las flores del frío
(1991) y Habitaciones separadas (1994), y FELIPE BENÍTEZ REYES con Los vanos
mundos (1985) y La mala compañía (1989). Junto a ellos destacan CARLOS MARZAL,
ÁLVARO SALVADOR, JUAN BONILLA, VICENTE GALLEGO, FERNANDO ORTIZ,
ALMUDENA GUZMÁN o LUIS MUÑOZ.
Frente a la intención transcendente o la actitud ideológica de muchos autores de la
posguerra, estos poetas tratan de ofrecer a sus lectores su experiencia personal de
manera objetivada, acompañada por una mezcla de intimismo, realismo, ironía y
reflexión. En su obra predomina el léxico coloquial y a menudo la métrica de tipo
tradicional.
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TEMA 12
EL TEATRO DESDE 1975
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2. En cambio otros dramaturgos de los ochenta, situados dentro de una línea más
convencional, sin descartar las técnicas innovadoras, han creado un tipo de teatro
realista y a la vez poético, en el que se encuentran ingredientes tomados de géneros
clásicos o ya olvidados, como la farsa, el sainete, el esperpento o la comedia de
costumbres.
Dentro de este grupo pueden incluirse los nombres de JOSÉ LUIS ALONSO DE
SANTOS –su obra Bajarse al moro (1985), llevada posteriormente al cine, alcanzó un
enorme éxito–, FERMÍN CABAL –Tú estás loco, Briones (1978), ¡Vade retro! (1982),
Esta noche gran velada (1984)–; ALFONSO ARMADA, ERNESTO CABALLERO,
FRANCISCO BENÍTEZ, JERÓNIMO LÓPEZ MOZO, IGNACIO DEL MORAL, JOSÉ
SANCHIS SINISTERRA.
3. Algunos de los autores citados, igual que ocurría con la corriente metafictiva en
la novela, han optado por un metateatro que toma como asunto central del drama la
reflexión sobre el teatro mismo, sobre su esencia, sus posibilidades y sus diferentes
manifestaciones. Así ocurre en obras de ALONSO DE SANTOS, y FERMÍN CABAL, o
en Ñaque, o de piojos y actores (1980) y ¡Ay, Carmela! (1987), de JOSÉ SANCHIS
SINISTERRA.
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alegre (1987) o Besos de lobo (1987), sobre las relaciones de la pareja; Cachorros de
negro mirar (1995), sobre la violencia en el mundo actual.
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CUADROS
CRONOLÓGICOS
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RAMÓN DEL VALLE INCLÁN: Sonatas (1902-1905). Novelas de la guerra carlista [Los cruzados de la causa (1909), El resplandor de la hoguera (1909), Gerifaltes de
antaño (1909)]. Tirano Banderas (1926). El ruedo ibérico [La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928), Baza de espadas (1932)].
MIGUEL DE UNAMUNO: Paz en la guerra (1897), Amor y pedagogía (1902), Niebla (1914), Abel Sánchez (1917), La tía Tula (1921), San Manuel Bueno mártir (1930).
PÍO BAROJA: Camino de perfección (1902). La lucha por la vida [La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora Roja (1905)]. El árbol de la ciencia (1911). Zalacaín
NOVELA el aventurero (1909). El mar [Las inquietudes de Shanti Andía (1911), El laberinto de las sirenas (1923), Los pilotos de altura (1929), La estrella del capitán
Chimista (1930)]. Las ciudades [César o nada (1910), El mundo es ansí (1912), La sensualidad pervertida (1920)]. Memorias de un hombre de acción (1913-
1935).
JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ “AZORÍN”: La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903), Las confesiones de un pequeño filósofo (1904).
Los regeneracionistas: JOAQUÍN COSTA: Colectivismo agrario en España (1898), Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España (1902).
RICARDO MACÍAS PICAVEA: El problema nacional. Hechos, causas y remedios (1899).
ÁNGEL GANIVET: Idearium español (1898).
PROSA
ENSAYÍSTICA Los autores del 98: MIGUEL DE UNAMUNO: En torno al casticismo (1895), Vida de don Quijote y Sancho (1905), Del sentimiento trágico de la vida (1913), Agonía del
cristianismo (1923).
JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ “AZORÍN”: Los pueblos (1905), La ruta de don Quijote (1905), Castilla (1912).
RAMIRO DE MAEZTU: Hacia otra España (1898), Don Quijote, don Juan y la Celestina (1916), Defensa de la hispanidad (1934).
Teatro poético: EDUARDO MARQUINA: Las hijas del Cid (1908).
FRANCISCO VILLAESPESA: El alcázar de las perlas (1911).
TEATRO Teatro cómico, contemporáneo del 98: SERAFÍN Y JOAQUÍN ÁLVAREZ QUINTERO: El genio alegre (1906).
CARLOS ARNICHES: La señorita de Trévelez (1916), Los caciques (1920).
Teatro renovador: RAMÓN DEL VALLE INCLÁN: Comedias bárbaras [Águila de blasón (1907), Romance de lobos (1908), Cara de plata (1922)]. Divinas palabras
(1920), Luces de bohemia (1920). Martes de carnaval [Los cuernos de don Friolera (1921), Las galas del difunto (1926), La hija del capitán (1927)].
MIGUEL DE UNAMUNO: Fedra (1918), El otro (1932).
JACINTO GRAU: El conde Alarcos (1907), El hijo pródigo (1917), El señor de Pigmalión (1921).
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RAFAEL ALBERTI: Marinero en tierra (1924), La amante (1925), El alba del alhelí
(1927), Sobre los ángeles (1929), El poeta en la calle (1935), De un momento a
otro (1937).
LUIS CERNUDA: La realidad y el deseo (1936).
MIGUEL HERNÁNDEZ: Perito en lunas (1934), El rayo que no cesa (1936), Viento del
pueblo (1937), Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941).
RAMÓN PÉREZ DE AYALA: Troteras y danzaderas (1913), Belarmino y JOSÉ DÍAZ FERNÁNDEZ: El blocao (1928).
Apolonio (1921). CÉSAR M. ARCONADA: La turbina (1930).
NOVELA GABRIEL MIRÓ: Nuestro padre San Daniel (1921), El obispo leproso (1926). JOAQUÍN ARDERÍUS: Campesinos (1931).
ROSA CHACEL: Estación. Ida y vuelta (1930).
RAMÓN J. SENDER: Siete domingos rojos (1932), Mr. Witt en el cantón (1936).
FRANCISCO AYALA: El boxeador y un ángel (1929),
JOSÉ ORTEGA Y GASSET: España invertebrada (1921), La rebelión de las
masas (1930), La deshumanización del arte (1925), Ideas sobre la
PROSA novela (1925).
ENSAYÍSTICA RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA: Greguerías (1910-1960), Ismos (1931).
EUGENIO D’ORS. GREGORIO MARAÑÓN. MANUEL AZAÑA
FEDERICO GARCÍA LORCA: Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita (1922),
Mariana Pineda (1923), Retablillo de don Cristóbal (1931), Amor de don
Perlimplín con Belisa en su jardín (1929), La zapatera prodigiosa (1930), El
público (1930), Así que pasen cinco años (1931), Bodas de sangre (1933), Yerma
(1934), Doña Rosita la soltera, o el lenguaje de las flores (1935), La casa de
TEATRO Bernarda Alba (1936).
RAFAEL ALBERTI: El hombre deshabitado (1930), Fermín Galán (1931).
MIGUEL HERNÁNDEZ: Los hijos de la piedra (1935), El labrador de más aire (1937).
ALEJANDRO CASONA: La sirena varada (1934).
MAX AUB: Crimen (1923), Una botella (1924), Narciso (1924), El desconfiado
prodigioso (1924), Espejo de avaricia (1935), Pedro López García (1936).
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ROSA CHACEL: Memorias de Leticia Valle (1946), La sinrazón (1960), CAMILO JOSÉ CELA: La familia de Pascual Duarte (1942), Pabellón de reposo (1945).
Barrio de Maravillas (1976) CARMEN LAFORET: Nada (1945).
RAMÓN J. SENDER: Crónica del alba (1942-1966), Réquiem por un MIGUEL DELIBES: La sombra del ciprés es alargada (1949), El camino (1950).
campesino español (1953), La aventura equinocial de Lope de GONZALO TORRENTE BALLESTER. JOSÉ MARÍA GIRONELLA. IGNACIO AGUSTÍ.
Aguirre (1964).
NOVELA MAX AUB: El diario de Hamlet García (1944). El laberinto mágico
[Campo cerrado (1943), Campo abierto (1951), Campo de sangre
(1945), Campo del moro (1963), Campo de los almendros (1968),
Campo francés (1965)]. Las buenas intenciones (1954), La calle de
Valverde (1962).
FRANCISCO AYALA: Los usurpadores (1949), Muertes de perro (1958), El
fondo del vaso (1962).
ARTURO BAREA: La forja de un rebelde (1951).
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Autores del medio siglo: CARLOS BARRAL: Metropolitano (1957), Diecinueve figuras de mi historia civil (1961), Usuras (1965), Informe personal sobre el alba (1970)
[reunidos en Usuras y figuraciones (1973)].
FRANCISCO BRINES: Poesía 1960-1981 (1981).
JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD: Las adivinaciones (1952), Memorias de poco tiempo (1954), Anteo (1956), Las horas muertas (1959), Pliegos de cordel (1963)
[reunidos en Vivir para contarlo (1969)].
ALFONSO COSTAFREDA: Nuestra elegía (1950), Ocho poemas (1951), Compañera de hoy (1966).
POESÍA GLORIA FUERTES: Antología y Poemas del suburbio (1954), Todo asusta (1958), Ni tiro, ni veneno, ni navaja (1966), Poeta de guardia (1968), Historia de Gloria
LÍRICA (1980).
JAIME GIL DE BIEDMA: Compañeros de viaje (1959), Moralidades (1966), Poemas póstumos (1968) [reunidos en Las personas del verbo (1982)].
ÁNGEL GONZÁLEZ: Áspero mundo (1956), Sin esperanza, con convencimiento (1961), Grado elemental (1962), Tratado de urbanismo (1967), Breves acotaciones para
una biografía (1971), Procedimientos narrativos (1972).
JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO: El retorno (1955), Salmos al viento (1958), Claridad (1961), Algo sucede (1968), Bajo tolerancia (1973), Taller de arquitectura (1977), Del
tiempo y del olvido (1977).
CLAUDIO RODRÍGUEZ: Don de la ebriedad (1953), Conjuros (1958), Alianza y condena (1965), El vuelo de la celebración (1976) [reunidos en Desde mis poemas
(1983)].
JOSÉ ÁNGEL VALENTE: A modo de esperanza (1955), Poemas a Lázaro (1960), La memoria y los signos (1966), Siete representaciones (1967), Breve son (1968),
Presentación y memorial para un monumento (1970), El inocente (1970) [reunidos en Punto cero (1972)], Interior con figuras (1976), Estancias (1980),
Mandorla (1982).
FÉLIX GRANDE: Biografía (1971).
JOAQUÍN MARCO: Fiesta en la calle (1961), Abrir una ventana a veces no es sencillo (1965), Algunos crímenes y otros poemas (1971), Aire sin voz (1974), Esta noche
(1978), El significado de nuestro presente (1983).
CARLOS SAHAGÚN: Profecías del agua (1958), Como si hubiera muerto un niño (1959), Estar contigo (1973), Memorial de la noche (1976).
CAMILO JOSÉ CELA: La colmena (1951).
JESÚS FERNÁNDEZ SANTOS: Los bravos (1954).
RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO: El Jarama (1955).
JESÚS LÓPEZ PACHECO: Central eléctrica (1958).
IGNACIO ALDECOA: El fulgor y la sangre (1954), Con el viento solano (1956).
NOVELA JUAN GOYTISOLO: Duelo en el Paraíso (1955), La resaca (1958).
ANTONIO FERRES: La piqueta (1959).
ARMANDO LÓPEZ SALINAS: La mina (1960).
JUAN GARCÍA HORTELANO: Nuevas amistades (1959), Tormenta de verano (1962).
ALFONSO GROSSO: La zanja (1961).
JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD. Dos días de septiembre (1962).
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Comedia convencional: JAIME SALOM: Juegos de invierno (1963), El baúl de los disfraces (1964), La casa de las chivas (1968).
JAIME DE ARMIÑÁN: Eva sin manzana (1954), Pisito de solteras (1962), La pareja (1963).
ANTONIO GALA: Los verdes campos del Edén (1963), Los buenos días perdidos (1972), Anillos para una dama (1973), Petra Regalada (1980), El cementerio de los
pájaros (1981).
TEATRO Teatro realista de protesta y denuncia: ANTONIO BUERO VALLEJO: Hoy es fiesta (1956), Un soñador para un pueblo (1958), Las Meninas (1960), El concierto de San
Ovidio (1962), El Tragaluz (1967), El sueño de la razón (1970), La fundación (1974), La detonación (1977).
ALFONSO SASTRE: Muerte en el barrio (1955), La cornada (1960), La sangre y la ceniza (1965).
RICARDO RODRÍGUEZ BUDED: La madriguera (1960).
JOSÉ MARÍA RODRÍGUEZ MÉNDEZ: Los inocentes de la Moncloa (1960).
CARLOS MUÑIZ: El tintero (1961).
LAURO OLMO: La camisa (1962).
JOSÉ MARTÍN RECUERDA: Las salvajes en Puente San Gil (1963).
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Grupos teatrales: Los Goliardos, Tábano, La Cuadra, Els Joglars, Els Comediants.
Autores: FERNANDO ARRABAL: El triciclo, Picnic, El laberinto, El cementerio de automóviles (1952-1957), Teatro pánico (1957-1966), El arquitecto y el emperador de
Asiria (1966), Oye, patria, mi aflicción (1975).
JOSÉ MARÍA BELLIDO: Fútbol (1963), Tren a F... (1970), El simpatizante (1970), Noray sin cabos (1970), El baño (1972), Milagro en Londres (1972), Esquina
Velázquez (1975).
ÁNGEL GARCÍA PINTADO: Una chimenea irlandesa (1969), Odio, celo y pasión de Jacinto Delicado (1970), Gioconda-Cicatriz (1970), Laxante para todos (1974).
ANTONIO MARTÍNEZ BALLESTEROS: Farsas contemporáneas (1970), Retablo en tiempo presente (1972), Teatro difícil (1971), Los placeres de la egregia dama (1975),
Fábulas zoológicas (1976), Romancero secreto de un casto varón (1976).
MANUEL MARTÍNEZ MEDIERO: Jacinta se marchó a la guerra (1967), El último gallinero (1969), El convidado (1971), Espectáculo Siglo XX (1971), Un hongo sobre
Nagasaki (1973), Denuncia, juicio e inquisición de Pedro Lagarto (1973), Las planchadoras (1974), El bebé furioso (1974), Las hermanas de Búfalo Bill (1974),
TEATRO El día en que se descubrió el pastel (1976), Mientras la gallina duerme (1976), Juana del Amor Hermoso (1983).
LUIS MATILLA: Funeral (1968), El hombre de las cien manos (1969), El observador (1969), El adiós del Mariscal (1970), El piano (1970), Parece cosa de brujas
(1975), Los fabricantes de héroes se reúnen a comer (1978), La maravillosa historia de Alicia y los intrépidos y muy esforzados Caballeros de la Tabla Redonda
(1978), Ejercicios para equilibristas (1980).
ALBERTO MIRALLES: La guerra y el hombre (1967), Versos de arte menor por un varón ilustre (1969), Espectáculo Collage (1970), Crucifernario de la culpable
indecisión (1980), La asamblea de las mujeres (1981), Sois como niños (1983).
DOMINGO MIRAS: La Saturna (1974), De San Pascual a San Gil (1975).
LUIS RIAZA: Representación del Tenorio a cargo del carro de las meretrices ambulantes (1973), Drama de la dama que lava entre las blancas llamas (1974), Retrato
de dama con perrito (1976), El palacio de los monos (1978), El desván de los machos y el sótano de las hembras (1978), Medea es un buen chico (1981), Mazurca
(1983), Epílogo (1983).
MIGUEL ROMERO ESTEO: Pasodoble (1973), Fiestas gordas del vino y el tocino (1975), Paraphernalia de la olla podrida (1975), Pizzicato irrisorio y gran pavana de
lechuzos (1978), El vodevil de la pálida, pálida, pálida, pálida rosa (1979).
JOSÉ RUIBAL: El rabo (1969), Los mutantes (1969), La ciencia de birlibirloque (1970), La máquina de pedir (1975), Los mendigos (1975), El hombre y la mosca (1977).
FRANCISCO NIEVA: La carroza de plomo candente (1973), El combate de Opalos y Tasia (1973), El fandango asombroso (1973), Coronada y el toro (1975), El rayo
colgado y peste de loco amor (1975), El paño de injurias (1975), El baile de los ardientes (1975), Nosferatu (1975), Sombra y quimera de Larra (1976), Delirio
de amor hostil (1977).
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