FORMACION INTEGRAL EN BIOENERGETICA - BIOENERGETICA CIENCIA
Y CONCIENCIA. INTRODUCCION Entramos en la etapa más crucial de nuestra introducción a la formación de la bioenergética, con la consideración de algunos de sus fundamentos a la luz de la ciencia occidental, pero por sobre todo su análisis en términos de conciencia, concebida ésta como una genuina herramienta terapéutica. El reconocimiento de la necesidad de desarrollar nuestro potencial humano y capacitarnos para despertar el inmenso potencial autocurativo en nuestros pacientes es el objetivo primordial de esta segunda fase de nuestra excursión por la bioenergética. El estudio de la consciencia ha sido considerado, junto con el del electromagnetismo y las medicinas alternativas, uno de los mayores desafíos de la ciencia de hoy. Es precisamente en el campo de la modulación de los procesos de la consciencia donde se presentan las perspectivas más revolucionarios en el campo de la medicina globalmente concebida como arte terapéutico. La constatación de la posibilidad de respuestas condicionadas de los sistemas inmune y autónomo, previamente considerados exentos de toda posibilidad de aprendizaje, ha representado una apertura de tales dimensiones, que nuestra medicina no será ya nunca igual después de la cadena de eventos que, al lado de la psiconeuroinmunología, nos van demostrando la importancia de saltar de un paradigma generador de dependencia y pasividad a uno que rescate la participación consciente del paciente como cogestor de su salud. La terapia grupal, la visión del terapeuta como educador y catalizador en el seno del proceso terapéutico, y la sanación espiritual son sólo algunas de las principales consecuencias de este evento, que nos revela la necesidad de la integración plena, dinámica y operativa de las modernas técnicas Psicológicas al campo de la práctica clínica. Otra de las consecuencias es la necesidad de trascender el modelo individualista de práctica médica hacia un modelo transdiscipilinario que va más allá del propio marco cultural, y accede a un universo transpersonal y transcultural. La última, aunque no la menos importante de las consecuencias, es el actual proceso de síntesis, en el que diferentes modelos terapéuticos empiezan a revelar más su complementariedad que sus aparentes contradicciones, y se pueden ver, en la perspectiva bioenergética, como fases de un único proceso que ha abarcado desde el nivel biológico hasta el cultural. El contexto de dicho proceso es el de una revolución de la conciencia cuya escala es, cuando menos, planetaria. A veces, por no decir que casi siempre, nos embarga el sentimiento de que, a pesar del portentoso avance en el campo de la comprensión de los procesos del cuerpo denso hasta el nivel bioquímico, estamos aún trabajando en un campo humano de energía e información que no conocemos. Más duro aún, es comprender que frecuentemente nos vemos abocados a tratar de resolver en otros aquello que aún no hemos podido resolver en nosotros mismos. Y cuando la terapéutica se realiza en frío, desde un nivel externo, alimentado por la memoria y la fórmula sin vida, la patología se perpetúa, no sólo en el paciente sino en nuestro propio vacío interno, que surge cuando nos aprisionamos en un rutina que se repite automáticamente día a día. Una reformulación del qué hacer médico, de la relación médico paciente y del mismo marco de nuestro ejercicio profesional se pone a la orden del día. Así como el psicoanalista ha debido vivir el proceso de psicoanálisis, y el homeópata ha experimentado frecuentemente en si mismo los síntomas propios de un medicamento, es aún mas importante que el terapeuta bioenergético tenga un conocimiento vivencial de aquellas prácticas que involucran la participación de los procesos de la conciencia Si nuestros estados de salud son un reflejo directo de nuestros estados de consciencia y, más aún, si la opinión que tenemos de nosotros mismos- una variedad de la consciencia de si-es un factor mayor para definir el pronóstico futuro de nuestra salud, ¿ qué estamos haciendo como terapeutas para mejorar nuestro propio equilibrio mental y emocional que forzosamente se refleja en la calidad de interacción con nuestros pacientes?. ¿Qué hacemos efectivamente por mejorar nuestro estilo de vida-el nuestro y el de los enfermos- ? ¿ Nos hemos comprometido en una estrategia preventiva? ¿ Incrementamos la consciencia -en otras palabras liberamos- o seguimos anclados al viejo modelo que genera cada vez mayor dependencia y termina por minimizar los propios recursos biológicos y culturales de los pacientes? La experiencia me dice que la respuesta a preguntas cruciales, en el estado de cambio vertiginoso que afrontamos en la era postmoderna, no son las más halagüeñas. Pareciera que las nuevas necesidades crecen a una velocidad mayor que nuestra capacidad para ofrecer soluciones creativas y prácticas. La bioenergética es una hija del surgimiento de la nueva cultura, producto de una humanidad diferente a aquella que debimos como médicos abordar con criterios casi puramente bioquímicos. Estas necesidades, que incluyen el suministrar una respuesta seria al desafío de la creciente polución electromagnética y el desarrollo monstruoso de la petroquímica, también se relacionan hoy con la elaboración de estrategias que nos permitan afrontar ese vacío existencial, que se ha hecho más intenso en el clímax del consumismo y la crisis en los antiguos patrones de relaciones. El terapeuta para la nueva cultura no podrá ser el antiguo médico metido en la camisa de fuerza de actitudes, valores y creencias que se pretenden aplicar, como por inercia, a un hombre que ya no existe. El software -la información, la conciencia del mundo y de si- transforma de tal manera el Hardware, el disco duro de su realidad molecular, que después del ingente bombardeo de los medios masivos de comunicación, el mismo cuerpo humano no podrá tener idénticos patrones de respuesta. Los nuevos desafíos ya no sólo incluyen la necesidad de dar respuesta a la contaminación microbiana, química y electromagnética, sino que imponen la búsqueda de soluciones para un problema de repercusiones más globales para la calidad de la vida humana : el de la polución informática. Hemos de ver la amenaza como un desafío para crecer; como una preciosa oportunidad para humanizarnos. Y esta humanización es la armonización de patrones relaciónales representados en la incesante búsqueda de relaciones humanas justas. Estas y la armonización relacional del individuo consigo mismo y con la naturaleza, serán así capítulos esenciales dentro de las nuevas ciencias de la vida, como disciplinas concebidas para sistemas abiertos en permanente transformación . Lejos de los extremos del materialismo estrecho y del vitalismo idealista, lejos incluso de un holismo que totaliza pero no aporta soluciones pragmáticas, la medicina postmoderna expone un integrismo dinámico y fluido que ya empieza a abrirse paso en un marco relativista, para el que la verdad no es más que un momento de síntesis en el que múltiples tendencias confluyen para crear la dinámica momentánea de la vida. Más que un ente biológico el hombre es un ser relacional profundamente marcado por las huellas de una cultura de síntesis que sin negar las peculiaridades y riquezas de cada subcultura, nos ha englobado en una corriente planetaria. La transformación de la conciencia humana supone un desplazamiento de la simple lucha por la existencia hacia una cada vez más vívida necesidad de trascendencia, en la que las funciones grupales, el sentido de la vida, la responsabilidad frente a la vida planetaria se hacen cada vez más tangibles. Ya no basta la ausencia de malestar físico, emocional, mental y social. Se reconcerá que algún grado de desequilibrio es el motor de los procesos humanos. Ya no será suficiente la lucha contra la enfermedad y la muerte, - esto inclusos podrán ser vistos como contingencias necesarias en un camino de aprendizaje vital- .Estará al orden del día, por sobre todo, un sentido de vivir, una finalidad, la búsqueda de un propósito, el descubrimiento de un cauce para la propia corriente. Talvez el resultado sea la consciencia plena de ser parte esencial y activa de una corriente mayor que se moviliza por el gran cauce de la creación. En esta cultura naciente se adivina una generación de hombres en los que el genio intuitivo y el intelecto, el físico y el chamán, el místico y el científico, empiezan a realizar una síntesis vivencial que nos aporta una nueva visión de la realidad. Eso que llamamos el mundo objetivo es relativo al observador, lo que en otros términos puede expresarse en la conocida aserción : Vemos el mundo no como es sino como somos. El rápido y profundo cambio en nuestra imagen ha transformado la imagen del mundo en que vivimos; pero el cambio en la forma de concebir el universo produce a su vez un cambio en nuestro patrón de relaciones con ese universo, lo que provoca el hecho de que muy pronto nuestra propia imagen se vea de nuevo profundamente alterada. El ciclo se cierra y se fortalece, y una nueva transformación en la imagen del mundo tendrá ocurrencia. Así, nuestras relaciones con el universo se transforman en una espiral sin fin cuyo ascenso es cada vez más vertiginoso. Es por ello que anclarse hoy a las antiguas formas de pensamiento- que cada vez son menos antiguas-es una forma de suicidio inconsciente, una especie de marginamiento de la corriente de la evolución. ( Podríamos decir aquí que la evolución es el mismo movimiento de la consciencia). Cuál podría ser nuestra participación en medio de este proceso crucial? No se le pueden pedir peras al olmo, ni amor a quien no se ama, ni esperanza a quien no cree en su potencial humano . No podemos dar paz si nuestro pensamiento finaliza en los enlaces moleculares. No podemos crear salud si no sabemos inventar a cada instante nuestra propia vida. No podemos contribuir en la expansión continua de la conciencia, que caracteriza los procesos humanos, si no hemos recreado el mundo en el propio campo totipotencial de nuestro silencio humilde. Antes aprendimos la materia médica, la ciencia del cuerpo. A veces me pregunto si ya estrenamos el cerebro, si somos por lo menos respetuosos del instinto, si además de dosificar en miligramos por kilo, sabemos conducir sin desgaste inútil el enorme potencial del pensamiento hacia un objetivo. Si los médicos conociéramos tan sólo la inmensa utilidad de imaginar vívidamente, si asumiéramos consciencia de cuánto nuestro compromiso, nuestro entusiasmo y nuestras creencias inciden en el campo de conciencia del paciente; si sólo pensáramos que nuestra actitud repercute más duradera y profundamente que las moléculas que manipulamos; si pensáramos que una de las causas de la crisis de la medicina contemporánea es la profunda disociación entre nuestra mente y nuestro corazón, lo que nos ha llevado a una especie de esquizofrenia existencial; si pudiéramos acallar el pensamiento y la memoria por unos momentos y sólo escuchar; si permitiéramos unos instantes la expresión de la ternura , y dejáramos a un lado el propio miedo del fracaso y la pesada impotencia impuesta por la rutina gris sin recompensa externa; si la satisfacción nos viniera desde adentro, y empezáramos a descubrir el sendero de nosotros mismos; si supiéramos que como servidores tenemos un destino y un propósito en el seno de la familia humana; si simplemente, en fin, pudiéramos fluir en el propio cauce y en la misma dirección de la corriente propia , una inmensa paz sería nuestra mejor herramienta terapéutica. El seguro más seguro. El mejor canal de la eficiencia. Alguien decía que todas las acciones son como ceros que no tienen valor sin un dígito que los preceda. Y la paz interior es el dígito. Sin paz interior perdemos la economía energética. Un agente de salud en la Nueva cultura será ante todo un servidor armado de altruismo con amplitud de miras, capacidad de síntesis, espíritu de servicio, y , por sobre todo, un compromiso permanente con el hombre cuya necesidad creciente exige respuestas que abarcarán desde el bienestar del cuerpo físico hasta el descubrimiento de un sentido real de la existencia.