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BIOENERGÉTICA, CIENCIA Y CONCIENCIA

5/31/2001

FORMACION INTEGRAL EN BIOENERGETICA - BIOENERGETICA CIENCIA


Y CONCIENCIA. INTRODUCCION Entramos en la etapa más crucial de
nuestra introducción a la formación de la bioenergética, con la consideración de
algunos de sus fundamentos a la luz de la ciencia occidental, pero por sobre
todo su análisis en términos de conciencia, concebida ésta como una genuina
herramienta terapéutica. El reconocimiento de la necesidad de desarrollar
nuestro potencial humano y capacitarnos para despertar el inmenso potencial
autocurativo en nuestros pacientes es el objetivo primordial de esta segunda
fase de nuestra excursión por la bioenergética. El estudio de la consciencia ha
sido considerado, junto con el del electromagnetismo y las medicinas
alternativas, uno de los mayores desafíos de la ciencia de hoy. Es
precisamente en el campo de la modulación de los procesos de la consciencia
donde se presentan las perspectivas más revolucionarios en el campo de la
medicina globalmente concebida como arte terapéutico. La constatación de la
posibilidad de respuestas condicionadas de los sistemas inmune y autónomo,
previamente considerados exentos de toda posibilidad de aprendizaje, ha
representado una apertura de tales dimensiones, que nuestra medicina no será
ya nunca igual después de la cadena de eventos que, al lado de la
psiconeuroinmunología, nos van demostrando la importancia de saltar de un
paradigma generador de dependencia y pasividad a uno que rescate la
participación consciente del paciente como cogestor de su salud. La terapia
grupal, la visión del terapeuta como educador y catalizador en el seno del
proceso terapéutico, y la sanación espiritual son sólo algunas de las principales
consecuencias de este evento, que nos revela la necesidad de la integración
plena, dinámica y operativa de las modernas técnicas Psicológicas al campo de
la práctica clínica. Otra de las consecuencias es la necesidad de trascender el
modelo individualista de práctica médica hacia un modelo transdiscipilinario
que va más allá del propio marco cultural, y accede a un universo transpersonal
y transcultural. La última, aunque no la menos importante de las
consecuencias, es el actual proceso de síntesis, en el que diferentes modelos
terapéuticos empiezan a revelar más su complementariedad que sus aparentes
contradicciones, y se pueden ver, en la perspectiva bioenergética, como fases
de un único proceso que ha abarcado desde el nivel biológico hasta el cultural.
El contexto de dicho proceso es el de una revolución de la conciencia cuya
escala es, cuando menos, planetaria. A veces, por no decir que casi siempre,
nos embarga el sentimiento de que, a pesar del portentoso avance en el campo
de la comprensión de los procesos del cuerpo denso hasta el nivel bioquímico,
estamos aún trabajando en un campo humano de energía e información que no
conocemos. Más duro aún, es comprender que frecuentemente nos vemos
abocados a tratar de resolver en otros aquello que aún no hemos podido
resolver en nosotros mismos. Y cuando la terapéutica se realiza en frío, desde
un nivel externo, alimentado por la memoria y la fórmula sin vida, la patología
se perpetúa, no sólo en el paciente sino en nuestro propio vacío interno, que
surge cuando nos aprisionamos en un rutina que se repite automáticamente día
a día. Una reformulación del qué hacer médico, de la relación médico paciente
y del mismo marco de nuestro ejercicio profesional se pone a la orden del día.
Así como el psicoanalista ha debido vivir el proceso de psicoanálisis, y el
homeópata ha experimentado frecuentemente en si mismo los síntomas
propios de un medicamento, es aún mas importante que el terapeuta
bioenergético tenga un conocimiento vivencial de aquellas prácticas que
involucran la participación de los procesos de la conciencia Si nuestros estados
de salud son un reflejo directo de nuestros estados de consciencia y, más aún,
si la opinión que tenemos de nosotros mismos- una variedad de la consciencia
de si-es un factor mayor para definir el pronóstico futuro de nuestra salud,
¿ qué estamos haciendo como terapeutas para mejorar nuestro propio
equilibrio mental y emocional que forzosamente se refleja en la calidad de
interacción con nuestros pacientes?. ¿Qué hacemos efectivamente por mejorar
nuestro estilo de vida-el nuestro y el de los enfermos- ? ¿ Nos hemos
comprometido en una estrategia preventiva? ¿ Incrementamos la consciencia
-en otras palabras liberamos- o seguimos anclados al viejo modelo que genera
cada vez mayor dependencia y termina por minimizar los propios recursos
biológicos y culturales de los pacientes? La experiencia me dice que la
respuesta a preguntas cruciales, en el estado de cambio vertiginoso que
afrontamos en la era postmoderna, no son las más halagüeñas. Pareciera que
las nuevas necesidades crecen a una velocidad mayor que nuestra capacidad
para ofrecer soluciones creativas y prácticas. La bioenergética es una hija del
surgimiento de la nueva cultura, producto de una humanidad diferente a aquella
que debimos como médicos abordar con criterios casi puramente bioquímicos.
Estas necesidades, que incluyen el suministrar una respuesta seria al desafío
de la creciente polución electromagnética y el desarrollo monstruoso de la
petroquímica, también se relacionan hoy con la elaboración de estrategias que
nos permitan afrontar ese vacío existencial, que se ha hecho más intenso en el
clímax del consumismo y la crisis en los antiguos patrones de relaciones. El
terapeuta para la nueva cultura no podrá ser el antiguo médico metido en la
camisa de fuerza de actitudes, valores y creencias que se pretenden aplicar,
como por inercia, a un hombre que ya no existe. El software -la información, la
conciencia del mundo y de si- transforma de tal manera el Hardware, el disco
duro de su realidad molecular, que después del ingente bombardeo de los
medios masivos de comunicación, el mismo cuerpo humano no podrá tener
idénticos patrones de respuesta. Los nuevos desafíos ya no sólo incluyen la
necesidad de dar respuesta a la contaminación microbiana, química y
electromagnética, sino que imponen la búsqueda de soluciones para un
problema de repercusiones más globales para la calidad de la vida humana : el
de la polución informática. Hemos de ver la amenaza como un desafío para
crecer; como una preciosa oportunidad para humanizarnos. Y esta
humanización es la armonización de patrones relaciónales representados en la
incesante búsqueda de relaciones humanas justas. Estas y la armonización
relacional del individuo consigo mismo y con la naturaleza, serán así capítulos
esenciales dentro de las nuevas ciencias de la vida, como disciplinas
concebidas para sistemas abiertos en permanente transformación . Lejos de
los extremos del materialismo estrecho y del vitalismo idealista, lejos incluso de
un holismo que totaliza pero no aporta soluciones pragmáticas, la medicina
postmoderna expone un integrismo dinámico y fluido que ya empieza a abrirse
paso en un marco relativista, para el que la verdad no es más que un momento
de síntesis en el que múltiples tendencias confluyen para crear la dinámica
momentánea de la vida. Más que un ente biológico el hombre es un ser
relacional profundamente marcado por las huellas de una cultura de síntesis
que sin negar las peculiaridades y riquezas de cada subcultura, nos ha
englobado en una corriente planetaria. La transformación de la conciencia
humana supone un desplazamiento de la simple lucha por la existencia hacia
una cada vez más vívida necesidad de trascendencia, en la que las funciones
grupales, el sentido de la vida, la responsabilidad frente a la vida planetaria se
hacen cada vez más tangibles. Ya no basta la ausencia de malestar físico,
emocional, mental y social. Se reconcerá que algún grado de desequilibrio es el
motor de los procesos humanos. Ya no será suficiente la lucha contra la
enfermedad y la muerte, - esto inclusos podrán ser vistos como contingencias
necesarias en un camino de aprendizaje vital- .Estará al orden del día, por
sobre todo, un sentido de vivir, una finalidad, la búsqueda de un propósito, el
descubrimiento de un cauce para la propia corriente. Talvez el resultado sea la
consciencia plena de ser parte esencial y activa de una corriente mayor que se
moviliza por el gran cauce de la creación. En esta cultura naciente se adivina
una generación de hombres en los que el genio intuitivo y el intelecto, el físico y
el chamán, el místico y el científico, empiezan a realizar una síntesis vivencial
que nos aporta una nueva visión de la realidad. Eso que llamamos el mundo
objetivo es relativo al observador, lo que en otros términos puede expresarse
en la conocida aserción : Vemos el mundo no como es sino como somos. El
rápido y profundo cambio en nuestra imagen ha transformado la imagen del
mundo en que vivimos; pero el cambio en la forma de concebir el universo
produce a su vez un cambio en nuestro patrón de relaciones con ese universo,
lo que provoca el hecho de que muy pronto nuestra propia imagen se vea de
nuevo profundamente alterada. El ciclo se cierra y se fortalece, y una nueva
transformación en la imagen del mundo tendrá ocurrencia. Así, nuestras
relaciones con el universo se transforman en una espiral sin fin cuyo ascenso
es cada vez más vertiginoso. Es por ello que anclarse hoy a las antiguas
formas de pensamiento- que cada vez son menos antiguas-es una forma de
suicidio inconsciente, una especie de marginamiento de la corriente de la
evolución. ( Podríamos decir aquí que la evolución es el mismo movimiento de
la consciencia). Cuál podría ser nuestra participación en medio de este proceso
crucial? No se le pueden pedir peras al olmo, ni amor a quien no se ama, ni
esperanza a quien no cree en su potencial humano . No podemos dar paz si
nuestro pensamiento finaliza en los enlaces moleculares. No podemos crear
salud si no sabemos inventar a cada instante nuestra propia vida. No podemos
contribuir en la expansión continua de la conciencia, que caracteriza los
procesos humanos, si no hemos recreado el mundo en el propio campo
totipotencial de nuestro silencio humilde. Antes aprendimos la materia médica,
la ciencia del cuerpo. A veces me pregunto si ya estrenamos el cerebro, si
somos por lo menos respetuosos del instinto, si además de dosificar en
miligramos por kilo, sabemos conducir sin desgaste inútil el enorme potencial
del pensamiento hacia un objetivo. Si los médicos conociéramos tan sólo la
inmensa utilidad de imaginar vívidamente, si asumiéramos consciencia de
cuánto nuestro compromiso, nuestro entusiasmo y nuestras creencias inciden
en el campo de conciencia del paciente; si sólo pensáramos que nuestra
actitud repercute más duradera y profundamente que las moléculas que
manipulamos; si pensáramos que una de las causas de la crisis de la medicina
contemporánea es la profunda disociación entre nuestra mente y nuestro
corazón, lo que nos ha llevado a una especie de esquizofrenia existencial; si
pudiéramos acallar el pensamiento y la memoria por unos momentos y sólo
escuchar; si permitiéramos unos instantes la expresión de la ternura , y
dejáramos a un lado el propio miedo del fracaso y la pesada impotencia
impuesta por la rutina gris sin recompensa externa; si la satisfacción nos viniera
desde adentro, y empezáramos a descubrir el sendero de nosotros mismos; si
supiéramos que como servidores tenemos un destino y un propósito en el seno
de la familia humana; si simplemente, en fin, pudiéramos fluir en el propio
cauce y en la misma dirección de la corriente propia , una inmensa paz sería
nuestra mejor herramienta terapéutica. El seguro más seguro. El mejor canal
de la eficiencia. Alguien decía que todas las acciones son como ceros que no
tienen valor sin un dígito que los preceda. Y la paz interior es el dígito. Sin paz
interior perdemos la economía energética. Un agente de salud en la Nueva
cultura será ante todo un servidor armado de altruismo con amplitud de miras,
capacidad de síntesis, espíritu de servicio, y , por sobre todo, un compromiso
permanente con el hombre cuya necesidad creciente exige respuestas que
abarcarán desde el bienestar del cuerpo físico hasta el descubrimiento de un
sentido real de la existencia.

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